Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Necesidad, demanda,deseo
Dolores Castrilo Mirat
Universidad Complutense de Madrid

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    El punto de partida del psicoanálisis es que el hombre es un viviente, pero un viviente que habla, lo cual tiene enormes consecuencias. El lenguaje transforma al ser humano en lo más profundo de sí mismo, lo transforma en sus afectos, en sus necesidades, lo transforma incluso en su cuerpo. En efecto, nada más venir al mundo, la cría humana es capturada por una estructura que le preexiste. Esta estructura es la del lenguaje. A partir de esta captura por la red del lenguaje, la relación con su propio cuerpo y con el de los demás, ya no va a ser una relación puramente natural. El lenguaje, la estructura significante, tiene un efecto de desnaturalización, de desvitalización, de mortificación, sobre el cuerpo. Lo vemos incluso en los animales domésticos, no poseen la misma exuberancia vital que los animales salvajes, incluso son todos un poco neuróticos, porque están en nuestro baño de lenguaje. Así, podemos decir de modo general que cada vez que un significante atrapa al cuerpo, éste queda desnaturalizado, afectado de un déficit, de una pérdida, que es la pérdida del goce natural de la vida. En cierto modo, solo podemos tener una idea del goce cuando se perdió, cuando se busca o se imagina. Lo imaginamos por todas partes menos en nosotros mismos: en nuestros semejantes, en el porvenir, en alguna época dorada de la historia, o con mejores razones, en la naturaleza; allí donde no hay lenguaje, allí donde jamás podremos habitar. De ahí la fascinación que ejerce para nosotros el espectáculo que los animales ofrecen. Su espacio parece pleno, al menos para el hombre que lo mira habitar un universo sin falla del cual está excluido En tanto que ser parlante, su existencia de ser vivo permanece ajena respecto de lo natural. Y así su aptitud para el goce queda esencialmente perturbada. En él, ninguna función, por más vital que sea, procura automáticamente el bienestar. Así, el acto mas simple, el de comer, por ejemplo, aparece rodeado de rituales, y, en tantos casos ,cargado de síntomas. La actividad sexual no escapa a esta regla, es si no la ocasión de angustia, al menos, motivo de complicadas maniobras.En suma, por el hecho de que habla, las necesidades biológicas, quedan profundamente trastocadas en el hombre, perdidas en su naturalidad, para transformarse en esa otra realidad específicamente humana que Freud nombró deseo.

    Las exigencias de la vida del organismo para su supervivencia pueden ser llamadas necesidades. Con este término se introduce ,pues, la noción de una falta que busca su complemento y que puede acertar a encontrarlo a través de ese comportamiento típico de la especie que llamamos instinto, por el cual el organismo se las ingenia para encontrar el objeto de la necesidad adecuado a la supervivencia del individuo y de la especie.

    El Deseo, en el sentido de Freud, el deseo inconsciente, ese deseo que es siempre singular de un sujeto, y no propio de la especie, es un deseo que, a diferencia de la necesidad, no camina en el sentido de la supervivencia y la adaptación. Es un deseo que por el contrario daña, es al mismo tiempo un deseo indestructible, un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho. A diferencia de la necesidad, no es una función vital que pueda satisfacerse, pues en su surgimiento mismo está coordinado con la función de la pérdida.

    Es cierto que Freud nos habla de realización de deseos, pero ¿no nos dice algo acerca de la realización del deseo el hecho de que sea precisamente en el sueño donde Freud lo descubre? Realización del deseo, sí, pero en el tejido del sueño, de la alucinación. ¿Y qué puede tener que ver con la necesidad biológica un deseo que se cumple, que se realiza en el tejido del sueño, esto es, en el símbolo, en el lenguaje?

    Freud nos va a presentar un esquema del aparato psíquico que rompe con el principio de la homeostasis, es decir, de la satisfacción de la necesidad(mediante lo que él denomina la acción específica) para introducir una nueva forma de satisfacción - la realización alucinatoria del deseo- que para nada concuerda con la adaptación vital,más aún, la contraría.

    En la cría humana hay algo que la diferencia del resto de los organismos vivientes, y es el hecho de que no puede realizar por sí misma, y durante mucho tiempo, el trabajo de la acción específica, sino que en su desamparo originario necesita de un Otro que realice para él dicho trabajo. Otro cuya atención el bebé atrae mediante el grito, el cual adquiere, nos dice Freud, una función de comunicación, función en la que Lacan se apoyará precisamente para formular su concepto de demanda. Una vez que este Otro ha realizado para el bebé dicho trabajo, y le aporta el objeto de la necesidad, el bebé experimenta una vivencia de satisfacción que suprime el estado de tensión emanado de la necesidad. Hasta aquí nos mantenemos en el plano de la homeostasis. Ahora bien, Freud subraya que esta experiencia de satisfacción deja en el ser hablante una huella imperecedera, una huella mnémica, de tal modo que cuando el estado de necesidad vuelva a surgir, el sujeto no espera a que el Otro le aporte el objeto de la necesidad, sino que en ese momento surge también un impulso que catectiza la huella que dejó la primera satisfacción provocando su reaparición bajo forma alucinatoria. Tal impulso a volver a evocar la huella, la percepción enlazada con la  primera satisfacción, es lo que Freud califica de deseo y la reaparición de la percepción bajo forma alucinatoria es la realización del deseo. El deseo tiende por tanto, no a la necesidad, sino a la huella y , al catectizar la huella haciendo surgir la alucinación, produce el olvido del camino que satisfaría la necesidad condenando al sujeto a una búsqueda signada por la repetición, búsqueda de una percepción primera, infructuosa desde la perspectiva adaptativa.
El niño tiene hambre, pide, mama y se duerme calmada su hambre y sin embargo al dormir alucina el seno, como si no estuviera satisfecho. El seno que aparece en la alucinación es el objeto de un niño satisfecho respecto de su hambre, pero insatisfecho respecto de su deseo. Es decir, que lo que el niño alucina no es el objeto de la necesidad, sino el objeto para siempre perdido del deseo. Pérdida del objeto que inferimos precisamente a partir de la alucinación. La alucinación es una tentativa de recuperar lo que se perdió, pero al mismo tiempo una confirmación de que algo se perdió.Esta pérdida no es una expulsión hacia la nada, sino que funda, causa, el proceso mismo del deseo en tanto proceso de reencuentro, o más exactamente, de imposibilidad de reencuentro.Pues hay que precisar que, en la alucinación, no se reencuentro el objeto mismo que causa el deseo, la alucinación es tan solo un simulacro de ese encuentro.En verdad, nos dice Freud, si este sistema se hallase equilibrado, esto es, si encontrara en la alucinación el placer que busca, el sujeto nunca se abriría a la realidad.Es porque en la exigencia de placer hay cierta cosa que encuentra su satisfacción en la alucinación, es decir, algo que puede ser engañado, pero también algo que no puede ser engañado, que es inasimilable a toda satisfacción por la alucinación, por lo que el aparato psíquico, abandonando la alucinación, entrará en contacto con la realidad. Este elemento inasimilable a su satisfacción por la alucinación es el objeto perdido que causa el deseo y que, más allá de la realización alucinatoria del mismo, continúa empujando al sujeto en una búsqueda incesante, búsqueda que precisamente impondrá el abandono de la alucinación y el rodeo por la realidad exterior, para tratar de reencontrar ese objeto perdido, respecto al cual, sin embargo, todos los objetos encontrados en la resultarán siempre insatisfactorios.
Así, el verdadero objeto del deseo no son los objetos que están adelante del deseo, los objetos de la realidad exterior. Estos no son más que sus señuelos. El verdadero objeto, se sitúa detrás, como aquello que, en tanto perdido, causa el deseo. El deseo freudiano se despliega, pues, sobre el fondo de una nostalgia, de un anhelo, de la búsqueda del reencuentro con ese objeto mítico de la primera satisfacción, objeto inalcanzable, perdido desde siempre.

    ¿Por qué el objeto del deseo es un objeto perdido por definición, perdido desde siempre? Lacan va a dar razón de esta pérdida al subrayar la articulación entre el objeto y el orden simbólico. La pérdida del objeto es ante todo la pérdida de sus propiedades naturales en tanto que objeto de la necesidad biológica y de la satisfacción instintiva, pérdida que es solidaria del apresamiento del ser humano por el lenguaje. Como el lenguaje es una Otredad que precede a cada sujeto, que está ya ahí incluso antes de que vengamos al mundo, esta pérdida no puede ser pensada como la pérdida de un objeto que alguna vez estuvo, sino como una pérdida estructural en el ser parlante.Es una pérdida vinculada a la transformación que sufren en el ser humano las necesidades biológicas por el hecho de que habla. La necesidad animal implica un organismo en relación directa con su objeto. En el ser humano esta relación aparece perturbada por el hecho de que la necesidad  tiene que pasar por el desfiladero de las palabras. Es decir, el sujeto signado por la necesidad, se verá obligado a pedir, a demandar, se encontrará con el lenguaje, y ello antes incluso de que aprenda a hablar. Pensemos en el grito del infans como algo en su pura naturalidad prelinguistica, como descarga motriz ante una necesidad. Este grito es inmediatamente interpretado por el Otro en términos de lenguaje y transformado en la demanda de un sujeto: me pide mamar, me pide agua, me pide...En esta transformación del grito en demanda la necesidad originaria que vehiculaba ese grito queda perdida, desviada en su pura naturalidad biológica al depender del poder de la lectura de un Otro. La demanda, esto es el lenguaje, el significante, transforma la necesidad, la oblitera, en su naturalidad biológica. El término deseo se puede situar como el resultado de esta sustitución de la necesidad por la demanda.  En esta sustitución se genera un resto que queda perdido, inarticulado en la demanda, este resto, que no puede ser articulado en la demanda, se convierte en la causa del deseo.

    ¿De qué resto, de que pérdida se trata en el deseo? Podría plantearse,siguiendo a Lacan, una sencilla fórmula: lo que de la necesidad no queda articulado en la demanda es el deseo. Pero esto no es del todo exacto si se lee como que en el deseo subsiste algo del orden de una carencia natural. Por eso Lacan va a ir matizando esta formulación para mostrarnos que el deseo no es una falta natural, sino una falta generada por la demanda en su retroacción sobre la necesidad, es decir una falta generada por el lenguaje mismo. Comencemos por señalar que en principio no va de suyo porqué habría de haber una incompatibilidad entre la demanda y la necesidad. Sabemos de algunos organismos que han tenido a bien agregar a su sistema instintivo un sistema de señales con el que efectúan llamadas a otros en función de las exigencias señaladas. Así podría alegarse ,por ejemplo, el pío pío  de los pájaros. El hecho de que las demandas humanas sean tan floridas y delirantes, ya nos advierte que las cosas no funcionan como en el mundo animal, que las demandas no son las simple representación psíquica de la necesidad; y es que el lenguaje humano no es un código de señales, ni un sistema de signos, sino un tesoro de significantes.

    A diferencia de la señal que remite unívocamente al referente, a la cosa, o del signo que lo hace al significado, es decir, que representa algo (por ejemplo, la necesidad) para alguien, las palabras, en el lenguaje humano ,tienen valor de significantes, es decir, que remiten antes que a cosas o a significados, a otros significantes, a otras palabras, de tal modo que el significado de una palabra depende de las que la siguen. Porque unas palabras remiten a otras, el sentido de lo que decimos se desliza inacabado, indefinidamente; ni siquiera es posible afirmar que se cierra al final de la frase, pues una frases remiten a otras. En última instancia, ¿quién decide sobre el sentido de lo que decimos? No el emisor, nos dice Lacan, sino el receptor. Es el Otro en última instancia, el que sanciona el sentido de mi mensaje como tal. Por eso dice Lacan que el sujeto recibe su propio mensaje en forma invertida, es decir, viniendo del Otro. En la medida en que el mensaje depende de la sanción del Otro, siempre va a haber un resto que escape a la significación, siempre va a haber algo informulable en lo que pide, inarticulable en su demanda. Esto que es inarticulable, informulable en la demanda misma, se convierte en causa del deseo. Podemos plantearlo de otra manera: porque una palabra remite siempre a otra, siempre es posible añadir algo a lo que se  dice y por lo mismo nunca es posible decirlo todo.Así, el significante, en su articulación con otros significantes, segrega un indecible, un resto insignificantivizable, una falta. Eso que falta, eso que el significante nunca podrá alcanzar, es lo que Lacan llama el objeto a, el objeto perdido que causa el deseo.  Como puede verse, es la estructura misma de la demanda en términos de significante, la que genera un nuevo tipo de negatividad, que ya no es la carencia natural de la necesidad, sino una falta que, generada por el lenguaje mismo, se renueva cada vez que se habla. Porque habla el ser humano está afectado de un nuevo tipo de negatividad, que ya no  es carencia en la necesidad, sino como Lacan lo explicita, falta en ser, falta que causa el deseo. En resumen, entre demanda y deseo hay una solución de continuidad, un intervalo, un hueco. Este hueco ya no es natural ni preexistente pues lo cava la demanda, más acá de ella misma, en su retroacción sobre lo que era el plano de la necesidad. En este hueco, que ya no es carencia en la necesidad, sino falta en ser, se aloja el deseo. El deseo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra de la necesidad. Es decir, queda ubicado con la estricta significación de la irreductibilidad de la demanda a la necesidad. El término mismo de deseo traduce este efecto de negatividad generado por la demanda misma en su incidencia sobre la necesidad. Resume el trastorno aportado por la función de la palabra sobre el viviente.  Contrariamente a la necesidad, que busca su satisfacción y puede encontrarla, o no, esto depende de las contingencias, el deseo es, como tal, una función en pura pérdida, en la medida que el deseo mismo lo situamos por relación a la satisfacción. Es decir, aún satisfechas las necesidades, hay un hueco de insatisfacción que permanece. Este hueco es lo que Lacan denomina la falta en ser , es decir, la desnaturalización, la pérdida del goce natural de la vida, y el surgimiento de una falta generada por el lenguaje mismo, falta que es la causa del deseo.

    El sujeto afectado de falta en ser buscará entonces un complemento en el Otro y esto imprime a su demanda un carácter muy especial, por donde se va a revelar muy claramente que la demanda, lejos de ser demanda del objeto de la necesidad, es en el fondo esa demanda de nada en que consiste la demanda de amor.
 
    Lacan distingue dos tipos de demandas. Por un lado la demanda en tanto que demanda de alguna cosa en particular. Desde esta perspectiva la demanda, como demanda de alguna cosa precisa, se distingue bien del deseo que siempre es deseo de otra cosa, y, por qué no, de algún otro. Por eso Lacan puede caracterizar al deseo como la metonimia de la demanda. Más allá de las demandas particulares, se esboza el deseo como deseo de otra cosa.Y es precisamente porque la demanda es demanda de alguna cosa, y el deseo, deseo de otra cosa, por lo que hay lugar para la interpretación. Tras las demandas concretas del analizante, tras sus dichos, la interpretación hace valer esa otra cosa que está más allá de ellos,de tal manera que el deseo aparece como  el  significado que se evoca tras significante de la demanda. Pero a su vez, la experiencia analítica pone bien en evidencia que más allá de las demandas concretas, de los pequeños pedidos que van surgiendo a lo largo de un análisis, y que pueden tomar una presentación inocente, se va dibujando una demanda, con mayúscula, una demanda que no pide nada en concreto, porque lo que pide es amor. Naturalmente no es sólo en la experiencia analítica, en la trasferencia, donde emerge la demanda como demanda de amor. Aquí se pone de manifiesto algo que es estructural a la demanda en sí misma, y es que en el fondo, detrás de todas nuestras demandas subyace siempre una demanda de amor. La demanda de amor es una demanda radicalmente intransitiva, es decir, no supone ningún objeto. Su fórmula podría ser: "no me importa lo que me des, si eres tú quien me lo da". Podemos articular muchas demandas concretas, pero más allá de ellas, en el fondo siempre demandamos amor.Por ejemplo, el niño puede demandar ser alimentado, pero en cuanto satisfacemos la necesidad articulada en su demanda, ya está pidiendo otra cosa. La demanda de amor anula la particularidad de todo lo que pueda ser concedido transmutándolo en prueba de amor. Por la demanda de amor, el objeto destinado a la satisfacción de la necesidad queda transmutado,precisa Lacan, en un objeto simbólico, en un don de amor.

    Precisamente porque la demanda de amor no es demanda del objeto de la necesidad ni demanda de ninguna cosa en concreto, observamos que basta que satisfagamos la necesidad de ser alimentado, articulada en la demanda del niño, para que ya esté pidiendo otra cosa.Es rebelde a la satisfacción de la necesidad porque pide otra cosa.¿Qué? El complemento a su falta en ser. La demanda de amor es demanda al Otro de un complemento de ser. Hemos visto que la demanda, más acá de ella misma, en su retroacción sobre la necesidad, cava un hueco, una falta en ser, donde se aloja el deseo. Esta falta en ser, esta negatividad del deseo, es justamente lo que nos empuja a la demanda de amor como demanda de complemento de ser, pero el destino imposible de esta demanda hará surgir de nuevo, en un punto más allá de ella misma, el hueco del deseo. Ese Otro al que se demanda no tiene ese complemento, pues en tanto que ser parlante está como el sujeto mismo que demanda, afectado de falta en ser. Por eso lo único que puede dar es lo que no tiene, y en esto consiste precisamente el amor; el amor, dice Lacan, es dar lo que no se tiene, fórmula desde luego un tanto enigmática. No obstante, nos advierte Lacan, creer que podemos responder a la demanda de amor dando lo que tenemos, por ejemplo confundiendo el pedido de amor con la satisfacción de la necesidad, sólo conduce a un aplastamiento de la demanda de amor que rechazada, encontrará su refugio en otros lugares. Así, ese niño, que satisfecha su necesidad, cuando duerme alucina el pecho. Pero no siempre el aplastamiento de la demanda de amor encuentra su refugio en la vida onírica. Está también la anorexia mental como respuesta al Otro que confunde sus cuidados de puericultora con el don de amor y que en lugar de dar lo que no tiene, atiborra al niño con la papilla axfisiante de lo que tiene. La anorexia es la respuesta extrema a la posición de un Otro, que se define como dando lo que tiene, que confunde la demanda de amor como demanda intransitiva, con la satisfacción de la necesidad. Negarse a comer es la manera que tiene el sujeto para mostrarle al Otro que lo que pide de él no es ningún objeto en particular, sino algo que este Otro tampoco tiene: el ser. En última instancia, de lo que se trata en el amor es de que el Otro aporte su propia falta, es decir, su castración, por donde vuelve a abrirse el hueco del deseo.

    El deseo en el sentido freudiano, el deseo en tanto  que inconsciente, es lo que no sabemos. Con  el deseo se trata de algo que está en nosotros, que nos mueve y nos agita pero que no podemos reconocer como propio, del cual no podemos sentirnos sus agentes. De ahí que debamos plantear, señala Lacan, que es tanto que Otro como deseamos, o lo que es lo mismo, que el deseo  es el deseo del Otro.Que el deseo es siempre el deseo del Otro no implica únicamente que es en tanto que Otro como el sujeto desea, sino también que hay un Otro que a su vez desea y al cual el sujeto se ve confrontado. De donde va a surgir para este sujeto la pregunta ¿qué desea el Otro?; pregunta crucial porque en ella el sujeto va a encontrar en última instancia la estructura constitutiva de su propio deseo.

    Hemos visto que el sujeto, en tanto que ser parlante, está afectado de una pérdida ,de una falta en ser, que es la causa del deseo. Esta falta en ser le empuja a buscar un complemento de ser en el Otro, pero lo que se encuentra es con un Otro que también está afectado de falta en ser, que también está atravesado por la herida del deseo, de donde surge para el sujeto la pregunta por el deseo de este Otro: ¿qué soy para el deseo del Otro? ¿qué me quiere?.Se produce así la juntura entre el deseo del sujeto y el deseo del Otro, juntura en la que la falta en ser del sujeto se hace equivalente a la falta en el Otro, al deseo del Otro. Es decir, que es en la medida en que el sujeto apunta al deseo del Otro, toma en cuenta el vacío del Otro, como él mismo encuentra la estructura constitutiva de su deseo.

    ¿Y cómo aparece para el sujeto la pregunta por el deseo de Otro? Aparece en relación a las palabras, a los significantes que vienen del Otro.Pensemos en ese primer Otro en que parece encarnado para el sujeto el lenguaje,es el Otro materno.En las palabras de una madre siempre hay algo incomprensible, en los intersticios de su discurso, siempre late el enigma  de su deseo:  "me dice esto, ¿pero qué quiere?".Si tras las palabras que la madre le dirige siempre hay algo que permanece opaco para el niño  no es porque este no comprenda el significado de cada una de sus palabras sino porque, más allá de su valor de signo, las palabras en la lengua tienen valor de significantes, remitiendo las unas a las otras en una remisión indefinida de significaciones.  Multiplicidad de nombres encadenados que evoca un deseo opaco, enigmático , un deseo que suscita angustia.
 
    Lo que el deseo del Otro suscita en el sujeto no es ninguna empatía o reciprocidad, antes bien lo que lo que suscita es angustia; angustia porque estamos confrontados a un Otro deseante, a un Otro por cuyo deseo nos sentimos concernidos, pero el problema es que no sabemos, no podemos saber, qué es lo que ese Otro quiere de nosotros y por eso nos angustiamos. ¿Qué respuesta puede haber frente a tal vacío, frente a tal ausencia de lo que diría la significación de este deseo enigmático, opaco, del Otro? Esta respuesta que el sujeto se forja y que va fijar de manera fundamental su modo de relación al Otro recibe en psicoanálisis el nombre de fantasma . [ Cf. Término FANTASMA]


THEORIA  | Proyecto Crítico de Ciencias Sociales - Universidad Complutense de Madrid