Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Obrero masa - Obrero social
Mario Domínguez Sánchez-Pinilla
Universidad Complutense de Madrid

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La idea básica que define estos conceptos parte de la lectura que T. Negri hace de los Grundisse de Marx. La fascinación de los marxistas con los mecanismos capitalistas del despotismo fabril o de la dominación cultural burguesa y la instrumentalización de la lucha de la clase obrera les había impedido contemplar la visión de un auténtico sujeto antagonista: sólo se reconoce a la clase capitalista como único sujeto activo de la historia, ya que incluso el desarrollo de la clase obrera se percibe como una derivación más o menos sometida al despliegue del capital. Pero lo que T. Negri sostiene es que no ha habido sólo uno sino dos sujetos en la historia del capitalismo, y por tanto una creciente tensión entre la dialéctica del capital y sus leyes de expansión por una parte, y una lógica antagonista de separación de la clase obrera por otra. La dialéctica no es aquí una ley metafísica ni un desenvolvimiento cronológico, sino más bien la forma en que el capital trata de anular la lucha de clases. En otras palabras, cuando el capital logra someter la subjetividad de la clase obrera a la condición del desarrollo capitalista imponiendo una unidad de movimiento, lo que necesariamente debe hacer es anticipar, desbordar a este otro sujeto -la clase obrera- que se desenvuelve con su propia lógica separada, una lógica que no es dialéctica, sino más bien antagónica: no trata de establecer un control sobre el otro sujeto, sino más bien de destruirlo para liberarse. Dos lógicas distintas para dos clases diferentes y opuestas. ¿Se trata tan sólo de la afirmación desesperada de una subjetividad obrera superada por la historia? No, porque en un mundo de dos sujetos antagonistas, la única objetividad es el producto de sus conflictos. Al igual que en física donde dos fuerzas vectoriales crean una fuerza resultante cuya dirección y magnitud es diferente de cada una de ellas, así ocurre en la lucha de clases que constituye el despliegue de las leyes del capital. Son los resultados no planificados de la confrontación.
 

Obrero masa

Tras la Segunda Guerra Mundial, en el periodo de máxima expansión de la economía capitalista en los países desarrollados, se alcanza asimismo la madurez de la producción en serie. Con ésta (racionalización del sistema productivo e introducción de la ciencia en los procesos de producción) no sólo se genera un inmenso mercado de productos manufacturados, también se introduce un instrumento político de dominación sobre el trabajo: no se trata tan sólo de un control pormenorizado de los cuerpos en el taller, ni de un ataque dirigido contra el "trabajo" en general, sino contra la forma organizada y combativa de la clase obrera: el obrero profesional de oficio y su sindicato. Con la Organización Científica del Trabajo (OCT) se rompe la figura de la resistencia obrera (condición de la primera industrialización) pero también el principal obstáculo para la acumulación del capital en gran escala.

Al sentar el proceso de trabajo sobre una nueva base, "científica", el capital se halla en condiciones de imponer sus propios ritmos y normas a la producción. Y cuando la cadena de montaje viene a relevar a las técnicas tayloristas de medida de tiempos y movimientos, la producción de mercancías estandarizadas y en grandes series se convierte en la norma. La nueva economía del tiempo, nacida en el taller de las nuevas tecnologías de control y medición del trabajo invade el mecanismo conjunto de la producción social: es el modo de producción en masa. Pero lo importante no es tanto el análisis de las técnicas de organización del trabajo o los modelos económicos de crecimiento, sino la concatenación que conduce desde las transformaciones introducidas en el proceso de trabajo por el taylorismo y fordismo a las que van a afectar a la acumulación del capital. Además, con la producción en masa y como condición de ésta, se inicia una nueva secuencia en las modalidades y las prácticas estatales de regulación y control social.

 1. Lo esencial gira aquí en torno a las nuevas políticas de encuadramiento de la fuerza de trabajo creadas para permitir el desarrollo de esta producción en masa. Ante todo había que fijar en torno a las nuevas concentraciones industriales y urbanas a esas formidables masas de hombres "vagabundos", campesinos expropiados de sus tierras, inmigrantes y soldados a los que el hambre y la miseria mantenían en estado de permanente insubordinación, tal y como había demostrado la Primera Guerra Mundial. Después, había que convertirlos en obreros fabriles, obreros en cadena, conseguir su sumisión a la nueva disciplina de la fábrica. Por último, desde el momento en que la emigración del campo los separaba de las bases rurales y domésticas de donde sacaban aún en gran medida sus medios de subsistencia, era preciso asegurar su reproducción por medios monetarios y mercantiles, por el consumo de mercancías producidas en la gran industria capitalista. El fondo de la cuestión, sigue siendo que la producción en cadena, gracias a la particular naturaleza de los puestos y empleos que crea -considerados no cualificados- hace que funcionen al máximo los mecanismos de depreciación de la fuerza de trabajo en relación al capital fijo, de subremuneración, al tiempo que contribuye a hacer que los trabajadores dependan totalmente de las mercancías producidas en condiciones propiamente capitalistas, de modo que el salario sigue siendo la base fundamental que permite reconstituir el mantenimiento y la reproducción de su fuerza de trabajo.

 2. Un Estado intervencionista, es decir, implicado en el proceso de acumulación, mediador en el conflicto capital/trabajo, socializador de importantes costes de capital fijo y capital variable y escenario cada vez más importante del conflicto social y político. La parte más relevante de este Estado intervencionista sea tal vez el Estado del bienestar, sobre todo en cuanto se refiere a la reproducción de la fuerza de trabajo y al control de la población no activa en las sociedades capitalistas. Un Estado encargado de la reproducción presente y futura de la fuerza de trabajo y la redistribución de bienes y servicios a sectores de la población pasiva. Hay dos características básicas en este modelo estatal:
 2.1. Un Estado crecientemente centralizado que no es únicamente una respuesta a las implicaciones que tiene el gasto público para su crecimiento, aunque éstas sean importantes. También refleja el requerimiento de una "dirección política con conciencia de clase" capaz de representar los intereses a largo plazo del Gesamtkapital (capital general). Dirección política incluso aunque hablemos del campo estricto del bienestar social, en ese nuevo contexto surgido por las presiones en aumento en busca de mejores servicios procedentes del movimiento obrero y de otros lugares de la sociedad.
 2.2. Se trata de una agencia para la distribución "horizontal" de la renta entre familias de diferentes tipos y en diversas situaciones. En otras palabras, el Estado del bienestar redistribuye la renta dentro de la clase que vive de un sueldo o salario, no desde la clase capitalista o desde las nuevas "clases medias" hacia abajo, y no necesariamente una redistribución desde los beneficios a las rentas salariales.
En suma, un nuevo modelo: el Estado-Plan dirá T. Negri, que progresivamente se constituirá en maestro de obras y operador general de la reproducción del trabajo asalariado, estableciendo su fuerza y su legitimidad sobre las ruinas del capital privado.

A pesar de la aparente estabilidad de este modelo de producción que auguraba una expansión sin fin, existían varias tendencias de importancia desigual que lo amenazaban y que acabaron por quebrarlo, lo mismo que a la composición de clase propia del obrero masa.

1. La menos relevante se refiere a que las innovaciones en el consumo se alejan de la producción estandarizada. La producción en masa había ido asociada a una competencia oligopolista basada en la estandarización de los productos y su diferenciación a través de la publicidad. En un segundo momento, los consumidores han llegado a preferir una mayor variedad de los productos. Ahora bien, los procesos tradicionales difícilmente pueden responder a esta nueva exigencia que va en contra de la estandarización. La norma de consumo de la posguerra se ha agotado aun cuando determinadas capas sociales y sobre todo un número ingente de países todavía pueden suscitar una nueva oleada de expansión. Los consumos más dinámicos ya no corresponden necesariamente a las antiguas industrias punteras de la posguerra y entra en juego un nuevo factor de desajuste: las rentas distributivas según la lógica que generaba a este obrero masa no repercuten en un aumento de las demandas planteadas en el sistema productivo nacional.

2. La producción en serie exige pues mercados de dimensiones mundiales. La profundización de la búsqueda de rendimientos de escala en la producción lleva a considerar demasiado exiguo el mercado nacional. En un momento dado, cuando el sistema de producción en masa se ha generalizado, lo que se cuestiona es el cierre del circuito virtuoso en el espacio nacional porque entonces producción y consumo tienden a ajustarse a nivel internacional. De ahí la reactivación de la competencia internacional que supone un segundo factor de desestabilización: la reactivación nacional se puede ver bloqueada cuando las condiciones productivas nacionales no corresponden a los costes de producción de la economía-mundo.

 3. La maduración de la producción en masa provoca un alza del coeficiente de capital y luego una desaceleración de la productividad del trabajo. La ampliación de la OCT resulta contraproducente. La multiplicación y parcelación de los puestos de trabajo y el recurso a equipos altamente especializados hacen cada vez más difícil el equilibrio de las cadenas de montaje. Es el reverso de la lógica de la cadena productiva: cuando los aumentos de la productividad son problemáticos se compromete la base del circuito virtuoso, sobre todo dado que las reivindicaciones de los trabajadores siguen en aumento. Las tensiones sobre la distribución de la renta, las presiones inflacionistas y la pérdida de competitividad se juntan para descomponer el circuito de producción-renta-demanda.

4. Este modelo suscita unos costes sociales imposibles de sostener por el sistema de acumulación capitalista. El sistema capitalista en el periodo de posguerra aumentó en extensión (economía mundo) y en intensión (utilización de reservas de trabajo de los países de la economía centro) y experimentó una enorme tasa de acumulación y crecimiento. Esto supuso al menos dos cosas: por una parte el ejército de reserva del trabajo quedó rápidamente agotado dentro de los países avanzados, surgiendo escasez de trabajo y fortaleciendo el movimiento obrero; por otra aumentó la gama de las funciones del intervencionismo estatal y del gasto público. El final del largo boom económico y el comienzo de la crisis plantearon más demandas sobre el Estado, aumentando sus gastos en el campo productivo (inversión de infraestructuras, reestructuración industrial, ayudas al sector privado, etc.) y en el campo social (costes del seguro de desempleo, reciclaje de trabajadores, sistemas de formación y empleo juvenil, etc.). La consecuencia de todo esto fue un creciente problema de financiación de este gasto: la denominada crisis fiscal del Estado (J. O'Connor), es decir, la combinación de presiones crecientes sobre el gasto para el bienestar y los problemas de su financiación. En este contexto, todos los intentos para financiar un creciente nivel de gastos gubernamentales aumentarán la inflación o reducirán los beneficios, las inversiones y la acumulación o ambas cosas. En cualquier caso, cabe recordar que de lo que somos testigos no es tanto de un recorte en el gasto total del Estado, sino de su reestructuración en direcciones específicas: esto continúa una tendencia que comenzó a finales de los sesenta y que habla de una creciente intervención estatal en la reestructuración del capital privado para permitirle responder a la crisis económica internacional.

En definitiva, todas las causas del largo período de acumulación contienen dentro de ellas los gérmenes de su propia destrucción. Por una parte la disminución del crecimiento y de la acumulación de capital, y por otra el fortalecimiento de la clase trabajadora, tuvieron una enorme influencia en el nivel y en la dirección del gasto estatal. Movimientos obreros más poderosos pudieron aumentar los salarios y disminuir los beneficios, y a través de unas potentes organizaciones situadas en los mismos centros de producción, frenaron el crecimiento de la productividad. A su vez, el creciente gasto estatal exacerbó el conflicto subyacente entre el capital y el trabajo.

5. Pero aún queda el motivo más importante. Todas estas elaboraciones teóricas que hablan del agotamiento del período de acumulación capitalista y que se ven más o menos acentuadas por las diferentes corrientes marxistas que funcionan según un horizonte en el cual no parece existir contradicción entre la planificación en la fábrica y el desorden en la sociedad. Son pues víctimas de un momento, dirá T. Negri, en que la ley del valor no se identifica aún con la ley de la dominación sino con la ley del plan, y el Estado planificador se muestra capaz de dirigir la dinámica de la lucha de clases. Pero a finales de los años sesenta el mito de la paz social se viene abajo, y el obrero masa rompe el plan de acumulación del capital. ¿Qué ha ocurrido? Al haber destruido la profesionalidad y la legitimación que aportaba la existencia del "oficio" en materia de jerarquía, al establecer la homogeneización del trabajo concreto, la OCT ha preparado la unificación de la reivindicación obrera. Y el sujeto del trabajo generado por la lógica de producción en masa, el obrero masa abre, mediante unas reivindicaciones espontáneamente igualitarias, un terreno de ruptura con la organización capitalista del trabajo y un poderoso instrumento de unificación y recomposición de las categorías rotas por la OCT. Este obrero-masa es el trabajador masificado y descualificado de la gran empresa, figura social de una determinada composición de clase, cuyo comportamiento se basa en la democracia directa, la autoorganización. Composición de clase no es aquí un concepto propio de categorías sindicales y/o sociológicas, sino más bien un concepto perteneciente a la sedimentación de experiencias de lucha abierta o subterránea, organizada o espontánea.
 

Hacia el obrero social

A partir de 1973 se ha iniciado un amplio proceso de reestructuración de las relaciones sociales cuyo horizonte es la emergencia de una nueva racionalidad económica y de una nueva constitución de poder. Los términos de esta racionalidad se establecen según la teoría liberal, en una secuencia que vincula el bajo coste salarial con el aumento del beneficio empresarial y a éste con el aumento de la inversión y a ésta con la expansión económica. Es también el proceso de reacción del capital contra el antagonismo de clase a que llevaba la homogeneización de la clase trabajadora que se había generado con la formación del obrero masa. La reacción capitalista ante el ciclo de luchas de finales de los sesenta y su prolongación a principios de los setenta supondrá una compleja estrategia que va a combinar la manipulación del proceso inflacionario y el ataque directo: descentralización de los centros productivos y centralización del dominio de clase. En palabras de T. Negri (1979, p. 25): "Para el capital la solución de la crisis consiste en una reestructuración del sistema que diluya y reintegre a los componentes antagonistas del proletariado en el proyecto de estabilización política ya que todos los elementos de desestabilización introducidos por la lucha obrera contra el Estado han sido paulatinamente asumidos por el capital y transformados en instrumentos de reestructuración". La crisis como arma del capital contra el proletariado va a mostrar toda su brutalidad pero también toda su ineficacia para poner en marcha una tendencia que frene la caída de la tasa de ganancia.

Un periodo de crisis global como en el presente sólo se puede producir gracias a las luchas combinadas y complementarias de las diversas clases trabajadoras mundiales que actúan simultáneamente en la producción y reproducción, al máximo nivel de socialización. Es la continua presión de la clase obrera sobre el capital la que acentúa las contradicciones y genera las crisis. Cada vez que el capital responde a las demandas de los trabajadores con la expansión del capital fijo y la reorganización del proceso de trabajo (ciclos del taylorismo, fordismo, toyotismo), la clase obrera se recompone políticamente en un nuevo ciclo de luchas. Es pues un periodo de mundialización de la economía, pero también de la internacionalización de la clase trabajadora. Desde esta perspectiva el capital sólo puede responder al ataque de aquella reorganizando su moderno aparato productivo a nivel internacional, e incluso tratando de reorganizar la reproducción global del trabajo y del mercado de trabajo. T. Negri viene a demostrar que el desarrollo del capital en el fondo no es más que el uso capitalista de la crisis, que su precariedad reside en su dualidad funcional: por un lado resistir la presión masificada de la clase obrera, pero por otro tiene que solicitar el antagonismo para su propio mantenimiento. Entre desarrollo y crisis se da pues una relación dialéctica.

En esta etapa, y en virtud de las implicaciones de las implicaciones del enorme y complejo desarrollo del sistema económico en su conjunto (internacionalización, crisis cíclica, antagonismo de clase en el ciclo de luchas del obrero masa) la fábrica (la empresa) constata que no sólo es una entidad técnico-administrativa sometida a una pura racionalidad económica, sino un organismo social cuya estructura y funcionamiento está condicionado por determinantes sociales y políticas del sistema económico del cual forma parte, lo mismo que por los intereses, frecuentemente divergentes, de los individuos y grupos que están presentes en ella. Esto hace que la fábrica exista, no sólo como unidad de producción y como organización, sino también como centro condicionado de programación y decisión, lugar de negociaciones sociales.

La fábrica, o mejor dicho, las relaciones sociales de producción se extienden a toda la sociedad: escuela, ocio, consumo, etc. todo está en función de y para la producción. De modo paradójico la fábrica pierde su lugar hegemónico como espacio de la producción, siendo sustituida por la sociedad entera que se convierte, ella misma, en "máquina compleja". De ahí la idea de fábrica difusa, que supone borrar las fronteras de la fábrica y la sociedad, como tendencias desde donde se desarrolla el antagonismo de clase para atacar al Estado. La fábrica difusa establece pues un nuevo centro de resocialización, lugar de conformación de nuevos patrones de influencia y legitimación que permitan que los trabajadores hagan propios los objetivos y valores de la empresa sin experimentar coerción y poder así reproducir las condiciones bajo las cuales se pueda extraer el plusvalor sin excesivas dificultades. Este salto, aunque se insista en ocultarlo, no es meramente espacial -en la sociedad no se pueden reproducir las condiciones laborales, ni los esquemas de lucha de clase utilizados en la fábrica-, se trata de un cambio cualitativo, radical.

Desaparece el obrero masa, pero tal desaparición no supone el fin de la lucha de clases, ni del antagonismo, sino que es paralela al nacimiento de este nuevo sujeto. Como consecuencia del efecto combinado lucha obrera/reestructuración en este modelo de fábrica difusa, el obrero masa se transforma progresivamente en obrero social. Esta figura de la nueva composición de clase, resultado de los procesos en marcha, se define en función del paso de un "sistema de necesidades" a un "sistema de luchas", pues las reivindicaciones de las cuales es portadora son directamente políticas. Si el salario y la máquina eran los elementos aglutinadores y creadores de conciencia de clase en el obrero masa, ahora los términos se desplazan: la materia prima con la que trabaja el obrero social, con la que establece sus formas de cooperación laboral es la comunicación -de información, de ciencia, de saberes- y sobre ella ejerce el capital su expropiación.

La comunicación se revela como nuevo espacio de la lucha: frente a la riqueza creativa del nuevo sujeto, el capital opone sus nuevas estrategias de control: ha de apropiarse de la comunicación, así que la vacía de contenido, ha de evitar la consolidación del nuevo sujeto emergente, así que se lanza a producir subjetividades diversas adecuadas a la ejecución automática, incluso informática, no a la espontaneidad. Lo que surgirá de esta operación para incidir sobre la conciencia de los trabajadores serán diferentes formas de control institucional que buscan operar sobre los presupuestos culturales del funcionamiento organizativo dado que es en la cultura donde se fundamentan los procesos de compromiso e identidad, imprescindibles en la nueva situación. Todo esto hace que el control tenga un fuerte contenido psicosocial y sea más difuso, características que evidencian su dificultad pero también su gran eficacia cuando se consigue.

En este sentido, es curioso constatar que la función empresarial no está hoy ligada a la disponibilidad del mercado, es decir, a la capacidad de adquisición de conocimientos y fuerza de trabajo, sino que está condicionada directa e indirectamente por la posibilidad política de ensamblar una organización del saber y del trabajo, ya existente de modo independiente a nivel social. Podemos observar entonces que la última condición de existencia y de legitimación del empresario capitalista, la de ensamblador de la fuerza de trabajo en tanto que creador de su cooperación, desaparece: el empresario capitalista es una figura caduca, la cooperación y el saber son directamente adquiridos y comunicados, en la sociedad postindustrial, en el seno de la sociabilidad de la fuerza de trabajo. En efecto, veinte años de reestructuración de las grandes plantas fabriles han desembocado en una extraña paradoja: en la gran empresa reestructurada el trabajo del obrero es un trabajo que implica cada vez más, a niveles diferentes, la capacidad de elegir entre diversas alternativas y por tanto, la responsabilidad de ciertas decisiones. Como prescribe el nuevo management, hoy día, "es el capataz del trabajador quien debe descender al taller". El concepto de interface [mediación] utilizado por los sociólogos de la comunicación da buena cuenta de la actividad del obrero social. Interface entre las diferentes funciones, entre los diferentes equipos, entre los niveles de la jerarquía, etc. Es su personalidad, su subjetividad quien debe ser organizada y regulada. Calidad y cantidad de trabajo son reorganizados alrededor de su inmaterialidad. Esta transformación del trabajo obrero en trabajo de control, de gestión de información, de capacidad de decisión, requieren la inversión de la subjetividad que afecta a los obreros de manera diferente según sus funciones en la jerarquía de la fábrica, y esto se presenta de ahora en adelante como un proceso irreversible.

Si definimos el trabajo obrero como actividad abstracta que reenvía a la subjetividad, hace falta sin embargo evitar todo malentendido. Esta forma de la actividad productiva se refiere solamente a los obreros más cualificados: se trata más bien del valor de uso de la fuerza de trabajo hoy día, y más generalmente, de la forma de la actividad de todo sujeto productivo en la sociedad postindustrial. Se podría decir que dentro del obrero cualificado, el "modelo comunicacional" está ya determinado, constituido, y que sus potencialidades están ya definidas; mientras que dentro del nuevo obrero, el trabajador "precario", el nuevo parado, es una pura "virtualidad", de una capacidad aún indeterminada, aunque participa ya de todas las características de la subjetividad productiva postindustrial.

Esta transformación del trabajo aparece de manera aún más evidente cuando se estudia el ciclo social de la producción ("fábrica difusa", organización del trabajo descentralizado de una parte y diferentes formas de terciarización por otra). Aquí puede considerarse que aquel segmento del trabajo inmaterial ha cobrado un papel estratégico en la organización global de la producción. Las actividades de investigación, de concepción, de gestión de los recursos humanos y todas las actividades terciarias se correlacionan y se acoplan en el interior de las redes informáticas y telemáticas, que solas pueden explicar el ciclo de producción y de organización del trabajo. La integración del trabajo científico en el trabajo industrial y terciario se convierte en una de las fuentes esenciales de la productividad y pasa a través del ciclo de producción examinado por encima de quien lo organizó.

Terciarización, obrero social en una progresiva abstracción del trabajo, paralelamente se da un proceso de fragmentación dentro del mismo proletariado frente a la tendencia igualitaria como resultado de la intervención reestructuradora del capital. Progresivamente se forman dos sectores dentro del proletariado: uno central, socialmente estable, productivamente marginado, con protección sindical; un sector periférico, descentralizado y marginal, profundamente explotado. Y he aquí que este proceso de constitución de la nueva realidad que configura el obrero social se ha visto contrarrestada por la producción de subjetividad sometida por parte del capital mediante diversos instrumentos complejos e inextricablemente unidos pero que cristalizan en la recuperación del control político sobre la fuerza de trabajo, o lo que es lo mismo visto desde la perspectiva de la clase trabajadora, la quiebra de la autonomía del trabajador frente al proceso de trabajo. Una nueva reedición en definitiva de las claves de la recuperación capitalista que no suponen sino el permanente cumplimiento y universalización de las condiciones de su aparición: la conversión del trabajo en mercancía, del trabajo en fuerza de trabajo. En otros términos, la expropiación del trabajador.

Hagamos un breve repaso sobre este punto. La expropiación del trabajador no es sino el resultado de un orden sucesivo de expropiaciones. La primera, la expropiación de la propiedad de los medios de producción. La institucionalización de la propiedad privada trazaba la divisoria en la que capitalista y trabajador se oponían como reflejo antropomorfizado de la relación entre capital y trabajo. La OCT significó la expropiación técnica del trabajador. Tras esta segunda expropiación aparecía un trabajador doblemente expropiado, trasunto del obrero masa. No posee la propiedad de los medios de producción, no posee tampoco el dominio técnico sobre el proceso de trabajo; sí poseía la propiedad jurídicamente garantizada del puesto de trabajo. La expropiación técnica ha abierto un proceso de uniformización del proceso de trabajo: en la medida en que el trabajador es un objeto pasivo se convierte en una copia del proceso de trabajo. El siguiente paso implica que las transformaciones del sistema jurídico de regulación llevan a la expropiación del puesto de trabajo. Tras sucesivas expropiaciones, el trabajo se convierte en un objeto socializado al que el trabajador accede por la permisividad del empresario, convertido en su administrador; con ello se pone fin al proceso de trasvase que marca el ciclo del obrero masa hacia el sector estable, iniciándose un giro hacia la socialización. El derecho a la estabilidad en el trabajo va a dejar paso al derecho al empleo. Esto es, el trabajo como propiedad del trabajador ha sido superado por el empleo como bien público. La socialización del trabajo se desarrolla como tendencia, pero en concreto tiene una importante restricción la corporativización del trabajo. La clase obrera, el mercado de trabajo se segmenta en múltiples tramos, entre ellos existe un elemento que la define y delimita: su relación con el proceso de producción. Esta relación puede caracterizarse en sus extremos sobre dos posiciones diferentes. En un extremo, aquellos núcleos con capacidad de fijar sus condiciones de trabajo en el contexto de la negociación. Diversos factores contribuyen a ello: la cualificación, la escasez, la sindicalización, la intervención estatal. Son sectores con capacidad más o menos desarrollada de negociación, en los que la relación salarial se determina por factores institucionales. En el otro extremo se sitúan aquellos sectores que carecen de esta capacidad de negociación; su relación salarial se establece en función de las determinaciones del mercado.

El obrero social no aparece por vez primera tras esta última expropiación, a partir de la crisis de los setenta. Lo característico de la nueva situación es su inserción como una forma regulada de organización del mercado de trabajo. Si anteriormente el trabajador socializado se identificaba con la economía sumergida y, en último extremo, con la irregularidad, ahora aparece en un espacio progresivamente legalizado, lo que no excluye, sino que por el contrario aumenta, la arbitrariedad a la que se encuentra sometido. La diferencia estriba en que anteriormente la arbitrariedad era un residuo derivado de la transgresión de la legalidad, ahora la arbitrariedad es la consecuencia lógica de la nueva organización del proceso de producción. De este modo, la organización del trabajo en el área socializada permite cumplir los objetivos de productividad, que en otros núcleos o circunstancias se hubieran logrado mediante la OCT. La OCT objetivaba el proceso de trabajo, creando las condiciones para el traslado del control del proceso de trabajo desde el trabajador a la gerencia. Ahora es la socialización del trabajador -cuyo fundamento es su completa expropiación- la que se produce en un contexto en el cual la gerencia asume el control total y absoluto del proceso de producción. Esta reintegración del control por la gerencia se produce no por una modificación de la organización del proceso de trabajo, sino como una consecuencia de la socialización del trabajador.

La tendencia hacia la homogeneización de las relaciones salariales era en el modelo de la producción en masa la base que permitía la extensión de las organizaciones sindicales, organizaciones que actuaban como la representación del conjunto de la clase obrera. Al hilo de la crisis y de la ofensiva del capital, esta tendencia se invierte. Los factores que antes apuntaban hacia la uniformidad operan ahora en sentido contrario. La innovación tecnológica y descentralización, por una parte, permiten una organización heterogénea del proceso de trabajo. La lógica del modelo liberal, por otra parte, implica la permanente apertura del abanico salarial (a cada cual según su esfuerzo). Se produce una disimetría entre la composición técnica de la fuerza de trabajo, sujeta a un proceso de creciente diferenciación, y su representación organizativa asentada sobre el supuesto de la uniformidad. Esto da como resultado un mapa de la conflictividad en el cual se suceden conflictos, en algunos casos muy radicalizados, pero sin conexión entre sí, lo cual hace posible la atomización y disolución del antagonismo de clase al proceso general de modificación de sus condiciones salariales. Esa es la potencia, pero también la debilidad, de la utilización de la crisis como modelo de gestión terrorista del trabajo por parte del capital: sólo aquellos grupos que se pueden expresar de manera unificada, con capacidad de transformar sus demandas en problemas políticos forman parte del universo de las relaciones. Aquellos otros que no tienen esta capacidad permanecen como una realidad casi opaca, muda. Es también la debilidad y fortaleza del obrero social.

[Vid. art. Desestructuración de la clase obrera como contrapunto. Para la comprensión del concepto de clase vid. Clases sociales (A). Otras entradas útiles: Posmodernidad, y Rebelión-revolución. Para la globalización de la economía vid. División internacional del Trabajo.]



BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:

BILBAO, A. (1993): Obreros y ciudadanos. La desestructuración de la clase obrera. Madrid, Trotta.
MONTES, P. (1996): El desorden neoliberal, Madrid, Trotta.
NEGRI, T. (1979): Dominio y sabotaje, Barcelona, El Viejo Topo.
-- (1981): Del obrero masa al obrero social, Barcelona, Anagrama.
-- (1984): Marx oltre Marx, Milán, Feltrinelli.
NEGRI, T. y LAZZARATO, M. (1991): "Trabajo inmaterial y subjetividad", Future Anterieur, nº 6. Paris.
O'CONNOR, J. (1988): La crisis fiscal del Estado, Barcelona, Península.
VV.AA. Anthropos, nº 144, "Antonio Negri. Una teoría del poder constituyente". Barcelona.



NOTAS

1. Un claro ejemplo lo tenemos con los estudiantes, no en vano tienden a representar de manera permanente y cada vez más amplia el "interés general" de la sociedad, frente a los movimientos obreros y sindicatos que se agotan frecuentemente en las brechas abiertas por estos movimientos. ¿Por qué estas luchas a pesar de ser breves y desorganizadas alcanzan "inmediatamente" el nivel político? Para responder a esta cuestión hay que tener en cuenta el hecho de que la "verdad" de la nueva composición de clase aparece más claramente entre los estudiantes -verdad inmediata, es decir, en su "estado naciente", dada de tal forma que los estudiantes, entendidos como grupo social representante del trabajo vivo en su estado virtual, tengan la capacidad de diseñar el nuevo terreno del antagonismo. La virtualidad de esta capacidad no es vacía ni ahistórica: se trata más bien de una apertura y de una potencialidad que tienen como presupuestos y como orígenes históricos la "lucha contra el trabajo" del obrero masa y, en la actualidad, los procesos de socialización, la formación y autovalorización cultural.

2. Como bien indica A. Bilbao (199) hablar de clase obrera y de mercado de trabajo es hablar de la misma realidad material. Ahora bien, la significación de uno u otro es diferente. La clase obrera es una realidad describible en términos tanto de composición técnica como de composición políticoorganizativa. Al hablar de mercado de trabajo se está describiendo a la clase obrera como aquello que únicamente existe, como composición técnica.


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