Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

SIDA (Epidemia del)
Ricardo Usieto Atondo
Centro de Estudios Sociales Aplicados, Madrid

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 El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) está causado por un retrovirus humano. Ya en el inicio de 1982 Robert Gallo planteó la hipótesis de que el SIDA debería estar producido por "un retrovirus linfotrópico HTLV-I y HTLV-II, recientemente descritos por él y su grupo de colaboradores que constituían los primeros retrovirus humanos conocidos". Barré-Sinoussi et al., investigadores del Instituto Pasteur de París  describieron en 1983, el aislamiento de un retrovirus al que denominaron virus linfotrópico humano de células T, y se le dio a conocer por el virus asociado a la linfadenopatía (LAV). Al año siguiente, es decir, 1984, Popovic et al. aislan un virus de características similares al de Barré-Sinoussi, al que denominan (HTLV-III). De manera  correlativa, Levy et al. del Instituto de Investigación del Cáncer, de la Universidad de California, ponen en evidencia al (ARV) ("AIDS-associated retrovirus") después de su aislamiento y que era diferente del HTLV-I. En 1985, los grupos de investigadores americano y francés publicaron en la revista Nature los datos obtenidos del "análisis molecular del material genético y las proteínas de ambos virus que demostraban su identidad (...) los tres virus (LAV, HTLV-III y ARV) son suficientemente similares para ser considerados variantes del mismo virus". En Africa occidental, y en el año 1986, Clavel et al. determinan otro retrovirus humano en enfermos con sintomatología  de  SIDA, el (LAV-2).  Finalmente, en 1986, se uniformiza el nombre a nivel internacional, adoptado a partir de la resolución del Comité Internacional de Nomenclatura de Virus. Es así como nace el (VIH), virus de inmunodeficiencia humana que incluye al (VIH-1) y (VIH-2), que resultan los virus "productores del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida". Respecto al virus VIH-2, su identificación se efectuó en 1985, pero se han encontrado anticuerpos específicos en sueros recogidos en 1966 en Africa Occidental. En España se han detectado algunos casos de infección por VIH-2 en emigrantes procedentes de Africa Occidental, pero no se ha extendido al resto de la población.

 El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), es una enfermedad que abarca los efectos de la definición de esa morbilidad, sobre marcadores establecidos por los "Centros de Control de la Enfermedad del Servicio norteamericano de Salud Pública". Estos criterios de declaración de enfermedad han sido aceptados por el resto del mundo, no sin controversias, permitiendo la unificación de los protocolos correspondientes. Por tanto, y hasta nuevas declaraciones de "caso de SIDA", proveniente de los CENTERS FOR DISEASE CONTROL" (CDC), de Atlanta, EE.UU., la Organización Mundial de la Salud, y el resto de las Instituciones y Organismos de todo el mundo, se rigen en todos los parámetros e indicadores de morbilidad, por los criterios de la procedencia descritos.

 El SIDA propiamente dicho, supone el estadío final de la enfermedad producida por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), extendiéndose ésta desde una fase asintomática, a un amplio y variado espectro patológico. Cubre, en consecuencia, desde la "afección de ganglios linfáticos y otros órganos linfoides, al sistema nervioso central, para alterar gravemente al sistema inmune y, a través de una serie de infecciones y tumores, conducir a la muerte del paciente". La definición de caso de SIDA vendría determinado por la "presencia de una enfermedad diagnosticada de forma fiable, indicativa, al menos moderadamente, de un déficit de la inmunidad celular subyacente, con ausencia de ninguna causa de inmunodeficiencia o disminución de la resistencia que esté asociada con la presentación de dicha enfermedad".

 El Sistema de referencia duró hasta diciembre de 1987, fecha en que se adopta la nueva definición del (CDC), y se revisan todos los protocolos anteriores a la luz de los nuevos criterios, que condicionan la definición a los datos procedentes de las pruebas de laboratorio que señalan la infección por el virus. Admite como enfermedades indicativa de SIDA, en el caso de existir infección comprobada por el laboratorio, la encefalopatía o demencia producida por el virus y la encefalitis subaguda. Se acepta la enfermedad producida por Mycobacterium tuberculosis generalizada o que afecte, al menos, un área extrapulmonar, así como el síndrome de extrema delgadez o caquéctico, caracterizado por la pérdida de peso involuntaria de más del 10% del peso base, acompañado de diarrea o debilidad crónica y fiebre en ausencia de enfermedad o trastorno concurrente que los pueda explicar. En los niños se aceptan las infecciones bacterianas severas, múltiples o recurrentes, y la neumonía intersticial linfoide o hiperplasia linfoide pulmonar. Hasta el momento del presente informe, se está aplicando la nueva definición de caso de SIDA adoptada el 1 enero de 1994 que incluye todos los indicadores como supuestos anteriores del CDC de definición de caso de SIDA para adultos y adolescentes mayores de 12 años, más la ampliación de la lista de enfermedades con otras tres nuevas: tuberculosis pulmonar, neumonías recurrentes (más de dos episodios en 12 meses) y cáncer de cuello uterino.

 Al igual que en Norteamérica, el primer enfermo de SIDA diagnosticado en España, ocurre durante el año 1981, y también se trataba de un homosexual masculino. A un ritmo mucho más lento que en USA y otros países de Europa, la casuística y la tipología de las poblaciones expuestas o con prácticas de riesgo frente al virus VIH, comienza un despliegue que se localiza en grupos fundamentalmente marginados.

 Así, al primer caso homosexual, le siguen otros cuatro en 1982, dos que se registran como usuarios de drogas por vía parenteral (UDVP), esencialmente heroinómanos, contagiados por compartir agujas y/o jeringas contaminadas, y otros dos como receptores de hemoderivados, ocasionalmente hemofílicos. Para aquellas fechas, la distribución de etiquetas sociales refrendadas por la semántica empleada en los medios de comunicación en España, representaba perfectamente al fenómeno de las haches (Homosexuales, Heroinómanos y Hemofílicos) a los que se agregaba la H de los Haitianos, considerados culpables de la epidemia por algunos científicos y población norteamericana conservadores que intentaban demostrar el contagio de los homosexuales de EE.UU a través de contactos sexuales, exclusivamente, con homosexuales haitianos.

 En 1983 se cuentan ya, catorce casos, de los cuales cuatro fueron clasificados como usuarios de drogas por vía parenteral (UDVP). El resto de casos diagnosticados en 1983 eran cuatro homosexuales (HO), tres hemofílicos o receptores de hemoderivados (RH), dos por transfusiones de sangre y el último compartiendo dos grupos, ser UDVP y a la vez homosexual (HO).

 A este respecto, tanto en el número de casos como a la cualificación epidemiológica de los mismos, Rafael Nájera señala: "En España, en mayo de 1983, cuando sólo había nueve casos registrados, se crea la Comisión Nacional de Trabajo sobre el SIDA, que adopta la definición del CDC y un protocolo normalizado. (En aras de la verdad histórica, debemos precisar que en mayo de 1983, sólo se habían reconocido en España dos casos, los restantes se reclasificaron después por la fecha de diagnóstico)".

 Esto confirma la hipótesis de lo inesperado del fenómeno entre los españoles, un lento desarrollo en la primera etapa de la epidemia en medidas preventivas, poca uniformidad de criterios desde la Administración del Estado, y mucho menos entre Autonomías o las propias delegaciones sanitarias estatales, y la aceptación, sin otro programa negociable, de la normativa proveniente del CENTERS FOR DISEASE CONTROL (CDC) de Atlanta en Norteamérica. Es posible también, que el Ministro de Sanidad y Consumo que ocupaba la Cartera en aquel momento, Ernest Lluch, propiciase con su demora, falta de rigor y ambivalencia en su política sanitaria contra el SIDA, un retraso en la adopción de posicionamientos efectivos contra la expansión de la epidemia y su normalización como enfermedad.

 Así pues, el estatus de las tres epidemias que describe Jonathan Mann, como la "epidemia de la infección del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), de las enfermedades unidas al VIH y, por último, de la epidemia de respuestas políticas y sociales al VIH"; sobre todo ésta última parte,  tuvo escaso eco y respuesta. Las dos primeras, resultaban todavía minúsculas, y fueron muy pocos los científicos e intelectuales, como así también el resto de las organizaciones ciudadanas y la propia población general española, que se concienciaron ante la epidemia de mayor trascendencia del siglo.

 Asimismo, los medios de comunicación, en el inicio de la pandemia no reaccionaron alertando a la población general. Más bien al contrario, el hecho de enfatizar periodísticamente sobre la condición de preferencias sexuales o el consumo de drogas de las primeras víctimas del SIDA, generaron entre la población una falsa seguridad, fundamentada en la creencia de que la amenaza del SIDA no se relacionaba con ellos.

 En España fue la muerte de Rock Hudson en 1985 que, unida a la manifestación del actor norteamericano sobre su enfermedad y sobre todo, la propia condición de homosexual, quien dispara el tema en la prensa española. Estos indicios, permitían suponer un gran despliegue de artículos y noticas y, por ende, una gran recepción entre los decodificadores de las informaciones sobre el SIDA, ya fuese a través de la prensa escrita o por los medios audiovisuales.

 Durante todas las Conferencias Internacionales sobre el SIDA, incluídas las últimas (Berlín, 1993 y Yokohama, 1994) se pone en evidencia, la gran dificultad tanto en hallar una vacuna para prevenir la infección por el VIH, como una terapéutica eficaz contra el proceso de la enfermedad. A finales del mes de Agosto de 1995, el descubridor del virus, Luc Montaigner -previa advertencia que no se deben crear expectativas desmedidas-, anunció el inicio de una experimentación de una vacuna contra el SIDA, sobre cuyos resultados de efectividad habrá que esperar más de dos años.

 Las previsiones para el año 2000, orientan las cifras a 40 millones de seropositivos, y el 90% se localizarán en países del tercer mundo, donde el 25% serían niños, y la pandemia habrá dejado de 10-15 millones de huérfanos. Estas declaraciones que en un principio hubieran podido parecer excesivamente pesimistas, se empizan a ver avaladas por la casuística mundial. De acuerdo a datos de la OMS (1993) unas 5000 personas, de ellas la mayoría jóvenes y adultos en la flor de la vida, se infectan diariamente. Lo que nos hace imaginar las nefastas consecuencias que emergen de este desastre universal.

 La transmisión del agente causal del SIDA por contacto sexual se considera el mecanismo de transmisión más importante en la extensión pandémica de esta enfermedad. Este dato está corroborado claramente por la distribución epidemiológica de casos de infección por VIH, según la cual de las infecciones mundiales por el VIH en 1993 las tres cuartas partes de las ellas fueron debidas a relaciones sexuales. La distribución del resto de las vías de transmisión recogen entre un 5-10% por el intercambio de jeringuillas entre UDVP; parecido porcentaje por vía de madre infectada a su futuro hijo; a través de transfusiones de sangre contaminada entre un 3-5% de los casos, y menos del 0,01% por pinchazos accidentales entre profesionales sanitarios . Como es sabido, en una única relación sexual sin protección con una persona infectada existe riesgo de infección, que si bien teóricamente es muy bajo, puede aumentar con la suma de otros riesgos o factores como la existencia de otras ETS, el sexo y edad del compañero no infectado, el tipo de acto sexual, la fase de la enfermedad del compañero infectado, y la virulencia de la cepa del VIH.

 Esta panorámica epidemiológica, permite concluir que el SIDA, a pesar del aumento veloz del contagio en la mujer, continúa hasta el momento, siendo una enfermedad con mayor preponderancia entre los hombres. La edad parece ser un factor que influye en la sensibilidad de las mujeres, habida cuenta de que son más vulnerables a la infección del VIH en la adolescencia debido a que el cérvix inmaduro es una barrera menos eficiente frente al VIH que el aparato genital maduro (OMS, 1995).

 En España, la distribución de casos de SIDA por Comunidades Autónomas, muestra a Madrid, Cataluña, País vasco y Baleares, por ese orden, como las autonomías que representan las tasas más elevadas de casos de SIDA por millón de habitantes. Llama la atención el número acumulado de menores de 13 años, en su mayoría infectados a través de sus madres, contagiadas a su vez por compartir jeringuillas o por vía sexual. En los segmentos de edad entre los 20 y los 49 años, (la edad productiva por excelencia en cualquier país) se observa más del 90% de toda la casuística.

 Por todo lo expuesto, es necesario explicar algunas características que consideramos esenciales en la coyuntura social, económica y política espoñala frente al VIH/SIDA. Así, comprobamos como a partir de 1987, los bancos de sangre y centros de plasmaféresis, han llevado a cabo las pruebas de derminación de anticuerpos anti-VIH en todas las donaciones de sangre, a raíz de un decreto que exigía su realización. Existe la interrupción voluntaria del embarazo en gestantes infectadas o enfermas de SIDA. Desarrolla programas preventivos para evitar el contagio sobre transmisión sexual, y ha establecido débiles estrategias en todo lo relativo a los/as toxicómanos/as, que se inyectan drogas con prácticas de riesgo, como la utilización de agujas y jeringas contaminadas.

 Estamos pues, en presencia de un país con neto predominio de una pandemia entre Usuarios de Drogas por Vía Parenteral (UDVP), que se infectan con agujas y jeringas contaminadas. El contagio, aún con índices importantes, está dejando de ser una epidemia de homosexuales. La proporción de casos de SIDA por esta vía de transmisión alcanza el 15% de enfermos de SIA. Tiene ésto también, una explicación, que emerge del entretejido social español.

 Los homosexuales-bisexuales representan, en términos cuantitativos, una minoría dentro de la población española. Según el estudio a la población general española (Usieto et al), alrededor del 4 o el 5% de los habitantes españoles se reconocen a sí mismos, con características homosexuales o bisexuales. La gran mayoría de los que así se enjuician opinan no observar en la actualidad, prácticas que supongan riesgo frente al SIDA.

 La paradoja subsiste todavía. Una parte considerable de la población aún piensa que el SIDA es un problema de los homosexuales y sienten rechazo hacia éstos por su condición sexual y apareciendo como culpables por expandir la pandemia. Delitos morales, religiosos y de enfermos incurables. Finalmente, subconjunto de paradojas.

 Un lugar distinto ocupan los adictos a drogas por vía parenteral o venosa, quienes representan algo más del 64% de todos los casos de SIDA. La conceptualización social resulta más compleja para esta población expuesta al VIH. En primera instancia, hay que partir del retraso y fracaso de las políticas llevadas a cabo con las toxicomanías en general, con las/os dependientes a drogas inyectables y, consecuentemente, con los elementos de inoculación, agujas, jeringas, y muchas veces, incluso la utilización de bolígrafos y otros elementos punzantes cuando se trata de personas cautivas en cárceles o reformatorios.

 Algunos estudios cifran en 100.000 los toxicómanos/as que se inyectan drogas, estos ciudadanos pueden incurrir en otras prácticas de riesgo, además de la de usuarios de drogas por vía parenteral sin medidas profilácticas, y comportarse como transmisores sexuales (heterosexuales, homo/bisexuales), además de darse la condición de embarazos de mujeres infectadas de las que nacerán niños/as que pueden estar infectados de VIH y desarrollar SIDA. Todo ello, representa una seria llamada de alarma a la debilidad de las medidas sanitarias, sociales, económicas, legales y políticas sobre esta población sumergida anómicamente dentro de la estructura social española.

 De todas las poblaciones expuestas al SIDA, tal vez la que más preocupa en todos los países del mundo, es la que transmiten los heterosexuales, que continúa extiéndose, incrementándose en ciudades, comunidades y naciones, incluso continentes particularmente afectados. Africa, América Latina, el Caribe, Europa del Este, Oriente Medio y el Sudoeste Asiático (Tahilandia y el triángulo de oro), la India con su explosión de SIDA entre transmisores heterosexuales, pronostican un futuro asiático de gran incertidumbre. En España, a través de la vía heterosexual se contabilizan más del 50% de los casos de SIDA registrados.

 La referencia a nuestro país también es obligada. La mujer española en general, pero más aún, tratándose de temas relativos a la sexualidad, sigue siendo un factor de marginación de todo el entramado estructural, social, económico y político. Todavía se sigue registrando asíduamente el no poder negarse al sexo indeseado, a las relaciones sexuales sin protección y al empleo sobre su cuerpo de todos y cada uno de los métodos barrera. El diafragma, el DIU, la píldora, entre otros, componen un amplio espectro, que más tienen que ver con la contracepción, que con el posible contagio del VIH. Todo ésto se acrecienta si la consideración está referida a la mujer prostituída.

 En España, sectores muy definidos siguen creyendo en la existencia de grupos y personas socialmente contaminados. Por lo que puede afirmarse, que gran parte del éxito de la política de prevención del SIDA dependerá de la defensa estructural y orgánica, englobando en su totalidad a los hechos marginatorios, de estigmatización, de exclusión, finalmente, de la provocación en la contaminación social a que son sometidos. Concluimos expresando que aparece como imprescindible una ley antidiscriminatoria que redunde en la seguridad integral dentro de la estructura social, de las poblaciones expuestas a la epidemia señaladas. Se entra pues, en el capítulo diferenciador que supone, la aplicación, en su conjunto, de los derechos humanos a los que la inmensa mayoría de españoles están adscriptos, aún en torno a las personas que sufren la epidemia más devastadora de nuestro siglo.

A MODO DE CONCLUSION
 El SIDA aparece en las últimas décadas del siglo XX. El mundo está claramente dividido entre las sociedades occidentales, postindustriales, metidas de lleno en la era de la cibernética, del crecimiento económico acelerado, de la sobrealimentación, y los pueblos que ocupan una gran extensión de países del "Sur" donde sus ciudadanos viven en situaciones infrahumanas y su lucha es por la subsistencia. Todo ello, va parejo al serio deterioro medio ambiental a nivel mundial de nuestro planeta.

 En la mayoría de las naciones occidentales, al apogeo económico ha seguido la actual situación de crisis profunda que obliga, a replanteamientos sobre las bases economico-políticas de nuestras organizaciones sociales. No existen objecciones serias a la percepción histórica de que nuestro desarrollo comunitario está caracterizado por una fuerte cultura del individualismo y a la ostentación del consumo por el consumo. Y es precisamente esa idiosincrasia de nuestra organización como sociedad la que provoca el proceso de desmembración y conflicto entre conjuntos humanos. En definitiva, resulta innegable que nos asentamos en comunidades regidas por las leyes del darwinismo societal. El concepto de seguridad se ha convertido en el valor más cotizado por las corporaciones más avanzadas económicamente.

 Es en este contexto, donde la vida y la muerte tienen el sello y el sentido esencial de nuestro tiempo, donde vamos a basar nuestras conclusiones. La epidemia por VIH tiene su localización en la actual estructura y organización social, pero arrastrando las reminiscencias de las creencias decimonónicas de otras enfermedades padecidas anteriormente por la humanidad. No es casual que la metáfora principal empleada para el SIDA, haya sido la de "peste" pues este término representa la peor de las calamidades y lleva asociado un juicio a la sociedad. La enfermedad aparece como propia a la vez del individuo y de éste como miembro de un grupo o colectivo de riesgo.

 Lo más grave del SIDA, no es sólo que se trata de una enfermedad mortal, sino que su padecimiento inserta al infectado dentro de un grupo poseedor de una etiqueta social descalificatoria, le deshumaniza y confiere al enfermo una nueva identidad que le merma su propia dignidad.

 Por primera vez, una epidemia se contabiliza por el número de casos, más el número de personas sanas infectadas. Esto tiene especial significación en dos vertientes: por un lado, sirve de justificación a la pretendida necesidad de identificar a los sospechos de ser portadores del virus, y por otro, tiene el efecto de provocar en los afectados la marginación social que les acercará, posiblemente, antes a la muerte social que a la física.

 Cuanto menos, resulta paradójica la contradicción que existe en la opinión de ciertos sectores conservadores de la sociedad cuando se manifiestan a favor de medidas discriminatorias y marginatorias para los epidémicos, partiendo en apariencia de la creencia de la fácil transmisión, y otorgando a la vez, el estigma de desviantes a las víctimas de SIDA. La resultante es que, hacer del SIDA un problema de todos es exculpar a todas las víctimas, es eliminar las fronteras entre un "nosotros" y  un "ellos" con lo que se difuminaría la posibilidad de un juicio moral.

 La epidemia del SIDA tiene que entenderse, desde su propia estructura, como un hecho social que comienza y acaba en sí mismo. Desde esa perspectiva, la comunidad estaría formada por los individuos normales, los heterosexuales, aunque fueran seropositivos y/o con SIDA, y el resto de los "grupos de riesgo". Dualización de la sociedad que paraliza toda la dinámica de progreso y la condena al inmovilismo y a la regresión.

 Mixtificación que sobresale en la evidencia, cuando el heterosexual que infectado por el VIH, resulta ser UDVP, prostituta, o niño/a nacido de madre seropositiva o enferma del virus réprobo. Sin una síntesis posible, la contradicción se queda en una sóla parte del modelo hegeliano, para soslayando todo el peso heterosexual, hacer que el toxicómano/a entregue a la sociedad, primero su libertad, luego su vida. Lo hace en las dos condiciones, como adicto a drogas (heroína-cocaína), y luego muere por sobredosis o por adulteración de la sustancia. El hecho de tener que delinquir para conseguir la dosis, le lleva a la cárcel, pero aun en esa situación de privación de libertad puede seguir proveyéndose y continuar con su adicción. Esta paradoja pánica termina en el SIDA, presentándolo ya, no sólo como un delincuente peligroso, para la seguridad ciudadana, por la que la sociedad entera hace responsable, primero al toxicómano y luego al Estado, sino que en la actualidad, son los responsables directos de la epidemia. Se les apalea, se les persigue, se forman verdaderos escuadrones de "ángeles de la muerte", como los del metro en Nueva York o los skin head españoles o el progresivo asentamiento de grupos neofascistas. Se justifican en la existencia del peligro de la jeringuilla y la aguja en lugares públicos, a edad muy temprana, los niños, los adolescentes ven cómo se pinchan, se forma la idea de la mimetización del problema, la sociedad entera se impresiona. Aparece la paranoia de la hipocresía.

 Es posible, pues, legitimar la xenofobia, todos los gitanos son camellos, todos los negros viven de la venta de drogas o todos los colombianos son parte del cártel de Medellín.

 De la misma forma, deben crearse nuevos guetos para las prostitutas. Debe erradicárselas de los sitios donde aparezcan, ofreciendo sus vergüenzas, la deshonra, el delito, la culpa moral y religiosa, la desgracia, la miseria humana. Todo ello no debe observarse por el ciudadano "normal", sobre todo ahora que las prostitutas, y decimos las prostitutas, no los usuarios, tienen SIDA, son parte de la epidemia maldita.

 El SIDA y sus efectos, de alguna manera, radicalizan esta concepción del Estado hobbesiano que aparece como un antecedente de todo lo que lleva consigo la epidemia. Y es la antagonización a nivel mundial entre países pobres y naciones ricas, industrializados y al margen del mundo y del nuevo orden representados por todos aquellos que no han superado la extrema pobreza, simbolizando la más clara antropofagia de la sociedad por el Estado, produciendo un movimiento telúrico en las bases mismas de su estructura social.

 Nuestro país pasa por ocupar varios lugares de los más destacados en el ranking de la epidemia. La tasa europea por habitantes, la problemática de los UDVP, la casuística pediátrica, son algunos de los indicadores epidemiológicos que nos relacionan con los mayores índices estadísticos de portadores y enfermos de SIDA. Problemas al fin estrechamente vinculados a la estructura misma de nuestro pueblo, en permanente contradicción social con respecto a los homosexuales y sus reivindicaciones, la utilización de drogas y los UDVP, y la situación de la prostitución. Debates, cada uno de ellos singular, aún sin resolver desde las posibilidades que emergen de la democracia y la solidaridad de un país joven que se ha inscrito desde hace más de una década sobre esos dos testimonios irrenunciables y sobre todo en línea con la emancipación del hombre nuevo que se ha visto enfrentado y sorprendido por este grave desafío de nuestro tiempo.

 La situación se complica aún más al comprobar que los datos epidemiológicos resultan incompletos puesto que, la notificación incidental presenta serios retrasos entre la fecha de diagnóstico y la inclusión cuantitativa en el Registro Nacional de SIDA. La falta de informatización adecuada en la mayoría de las Comunidades Autónomas para el envío de esta información al Registro Nacional de SIDA, genera no sólo que la contabilización de los casos siempre se halle por debajo del número actual, sino que sea necesaria una corrección posterior en las diversas áreas del protocolo de registro, por lo que resulta importante el aumento de errores. Aparece como necesario la adopción de medidas que den cabida a la regulación de todo el proceso en el centro epidemiológico a través de que todas las CC.AA. transmitan por el sistema informatizado los datos directamente al Registro Nacional de SIDA. Es necesario, pues, revisar adecuadamente todo el sistema operativo del registro, incorporar a la base de datos el resto de las CC.AA y establecer un modelo de control y verificación en todo el territorio nacional. Asimismo, introducir y registrar los casos diagnosticados de infección por VIH en todo el territorio español completando a las CC.AA. que realizan este contaje. Estas consideraciones perfilan el panorama frente a la epidemia en un momento, cuanto menos de obligado examen de todas las estrategias y de una profunda reflexión de todos los sectores de nuestra sociedad, muy especialmente de las áreas responsables en la Administración Central del Estado, en las CC.AA. y en el ámbito municipal.

 Reiteremos que ha llegado con urgencia el momento de replantearse la vigencia llevada a cabo en las medidas de prevención y anticipación social concebidas hasta la actualidad. Es la hora de control exhaustivo de la eficacia entre la información que han recibido los ciudadanos y los cambios de hábitos de riesgo producidos y mantenidos frente a la epidemia. En cuanto a la prevención estamos ante una disyuntiva histórica; esto es, si se proponen y ejecutan o no medidas como la gratuidad de los profilácticos sobre todo entre adolescentes y jóvenes, grupo éste de gran exposición al VIH, la gratuidad e intercambio de agujas y jeringuillas entre UDVP, y además, entrar en un debate profundo en cuestiones relacionadas con la drogadicción en España, motivo esencial a la hora de incidir en los datos de transmisión del VIH. Como dato indirecto baste con resaltar que las ventas de preservativos se han disparado en los últimos años. Se estima que en Francia se vendieron durante 1991, alrededor 93 millones de profilácticos. Este país duplicó en un año la venta de condones al lanzar la campaña de "Condón a precio joven", en ese período de tiempo se agotaron siete millones de unidades al precio de 25 pesetas. La campaña estuvo acompañada de abundante información propiciando el cambio de conductas y hábitos frente al uso del preservativo y consiguió duplicar su utilización, sobre todo en personas que no lo habían incorporado nunca en sus costumbres sexuales (61% de la población francesa). Obviamente, este dato resulta de interés pero no informa de la sistematización del uso del condón como medida preventiva frente al VIH. En nuestro país, durante el año 1994, se vendieron aproximadamente unos 140 millones de unidades. En la Comunidad de Madrid, en 1993 se consumieron 21 millones; 6,9 unidades por habitante (mientras que la media nacional es de 3,5 unidades por habitante y año).

 A una prevención en muchos casos tardía, se agrega la enorme complejidad de la prostitución femenina y masculina. Investigaciones elaboradas por el Centro de Estudios Sociales Aplicados  alrededor del 20% de las prostitutas españolas se inyectaban heroína y/o cocaína. Por otra parte, gran cantidad de los usuarios de la prostitución rechazan utilizar medidas de protección durante la actividad sexual.

 Los presupuestos de lucha contra la epidemia siguen siendo muy bajos para todas las áreas de investigación científica, pero resultan casi inexistentes los destinados al área de la investigación psicosocial. Los países de nuestro entorno, como Francia o Reino Unido, han realizado importantes esfuerzos para establecer un diagnóstico preciso sobre el comportamiento sexual de sus ciudadanos y sus resultados han proporcionado elementos fundamentales e imprescindible para conocer el estado actual de esos pueblos respecto al riesgo de epidemia, así como la elaboración de un inventario de los recursos estructurales, educativos, económicos, religiosos, políticos, sociosanitarios que se poseen para afrontar este enorme problema de salud pública.

 En sincronía con las medidas señaladas, es necesario un cambio de política con las ONGs a las que es fundamental prestar apoyo institucional y dotar de mayores presupuestos económicos. Es esencial aumentar la creación y capacidad de las Casas de Acogida para enfermos de SIDA en situación de indigencia, a la vez que potenciar los centros de desintoxicación, deshabituación y reinserción de toxicómanos portadores de VIH, las medidas planteadas recientemente entre el Plan Nacional sobre Drogas, el Plan Nacional contra el SIDA e Instituciones Penitenciarias para incluir centros de desintoxicación en las cárceles parecen ir en esa dirección, aunque puede reducirse a un simple maquillaje político si no se ejecutan estrategias de fondo a partir de efectuar un giro copernicano en el problema de la droga en España. Experiencias foráneas y de algunas autonomías en nuestro país demuestran que resulta perentorio posibilitar en todas las CC AA el desarrollo de la atención domiciliaria a personas con SIDA, acercando al paciente al entorno familiar y creando condiciones de apoyo y solidaridad cuando no lo tengan. A todo esto se agregan marcadores económicos, sanitarios, psicológicos y sociales que aconsejar propiciar el tipo de cuidados domiciliarios a que hacemos referencia. La atención en el propio hogar, al igual que ocurre con otras enfermedades crónicas de extrema gravedad, no sólo supone una ahorro sanitario sustancial, sino que además resulta ser una medida de dignificación final para enfermos terminales necesitados de cuidados paliativos, acrecentado en personas que pueden haber sufrido experiencias de exclusión y rechazo, culpabilizadas por ser transmisoras de la epidemia y pertenecer a los mal llamados "grupos de riesgo".

 A la situación de la infección del VIH en nuestro país, extremadamente preocupante por el hecho de tener una de las tasas de casos de SIDA por habitantes más alta de Europa, debe unirse el gravísimo problema de la extensión del VIH entre los UDVP, especialmente en el País Vasco que registra una de las tasas más elevadas del mundo occidental. Las CC.AA ofrecen rangos muy diversos en cuanto a vía de transmisión, lo que requiere distintas estrategias de atención médica y psicosocial para implementa en cada región.

 A esta problemática ha de agregarse la fuerte polémica y preocupación científica que se ha generado entorno a la terapéutica médica y a las cuestiones que de ella se suscitan. Durante la Conferencia Internacional sobre el SIDA celebrada en Berlín en 1993, el estudio "Concorde" se convirtió en la estrella del encuentro. En el "Concorde", un estudio randomizado "doble ciego" se investigó durante tres años a 1.749 personas voluntarias que al inicio del programa habían sido clasificadas como infectados por VIH asíntomáticos. El 50% de los voluntarios recibió inmediatamente tratamiento de AZT, mientras que al otro 50% se le administró placebo. La conclusión final de este estudio estipula que "el tratamiento precoz con AZT frena temporalmente la progresión de la enfermedad, pero al final de los tres años el porcentaje de sobrevivencia de los grupos de tratamiento temprano y de terapias diferidas era virtualmente el mismo"- El informe de Margaret Fischl de la Universidad de Miami sobre una investigación que compara los efectos del AZT y ddC (terapia combinada), y los del AZT y ddC (terapia sin combinar) detectó que la prueba conjunta medidos sobre el aumento progresivo de vida en porcentaje d sobrevivencia fueron esencialmente iguales. Finalmente, el trabajo iniciado en 1988 y llevado a cabo por el Grupo de Estudio de Colaboración Europea y Australiana con un grupo de 993 pacientes asintomáticos (el 30% de ellos fueron estudiados en España), ha demostrado que el tratamiento con AZT resulta beneficioso en personas infectadas por el VIH con linfocitos CD4 entre 500 y 750 por mm3. En línea parecida se expresaron, en octubre de 1993, los miembros de la Reunión de Consenso organizada por la Sociedad Española Interdisciplinaria del SIDA presidida por el Dr. Rafael Nájera, recomendando la aplicación precoz de la terapia antirretroviral y a partir de 500-750 linfocitos CD4 con tratamiento antirretrovírico AZT monoterapia. Para los pacientes con menos de 500 CD4 por mm3 se recomienda el mismo tratamiento y para aquéllos cuyos linfocitos se hallen por debajo de 200-300 CD4 por mm3, tratamiento con AZT combinado con ddI o ddC. Por último, la propuesta de Consenso está referida al estado del paciente y a su deterioro clínico, a la intolerancia a otros marcadores biológicos, etc., procediéndose en consecuencia con diversas combinaciones con los retrovirales enunciados o monoterapia con algunos de ellos. En consecuencia recurrir a nuevos retrovíricos que están en la actualidad en fase de experimentación. En España, hasta hace muy poco tiempo sólo dos fármacos (AZT y ddI) tenían la aprobación del Ministerio de Sanidad, recientemente se ha unido la aprobación de un tercer medicamento, el ddC, que utilizado como monoterapia en pacientes que no toleran el AZT o en algunos casos en combinación con alguno de los dos anteriores, supone una mayor opción terapéutica frente a la enfermedad.

 El conjunto de las singularidades señaladas a lo largo del capítulo ha sembrado de dudas el mundo que rodea la epidemia de nuestro siglo, marcando si bien no un fracaso en las políticas sociosanitarias llevadas a cabo hasta la fecha, sí un punto de inflexión en casi todos los campos incluidos dentro de las categorías estructurales del estudios del SIDA. Michael Merson advirtió en Berlín que más de medio millón de personas seropositivas han desarrollado el SIDA en los doce meses anteriores. Esta cifra representa un aumento del 20% en un año del número de víctimas de la enfermedad y sitúa el total de casos en el mundo en 2,5 millones. A este periplo de datos, hay que recordar los inquietantes pronósticos realizados por la OMS, y los de otras autoridades sanitarias como Merson que durante la Conferencia Mundial de Educación Médica celebrada en Glasgoow (Reino Unido) volvió a estimar en más de ocho millones de muertos por SIDA al finalizar este siglo y valora en su informe que aún se tardará años en encontrar una manera eficaz de curar la enfermedad.

 Las grandes incógnitas que pesan sobre la epidemia del SIDA, que aún no hemos logrado despejar, deberán ser resueltas necesariamente con el apoyo unánime de la comunidad científica, los ciudadanos, los organismos públicos y privados que comprometidos en un esfuerzo común que abarque desde el nivel internacional hasta el local, fructifique en solventar el desafío de salud pública de mayor envergadura con el que hemos de afrontar el comienzo de un nuevo siglo.

 Efectivamente, después de casi 15 años de historia de SIDA, sabemos que algunos planteamientos preventivos son incotrovertiblemente ineficaces. Éstos podrían ser el aislamiento social de los infectados o las actitudes y acciones discriminatorias y xenófobas contra los afectados. Sin embargo, sí conocemos que -aunque lejos de resultar tarea sencilla- se puede trabajar en persuadir a la sociedad en la necesidad de crear un clima social de apoyo que, sin duda, es fundamental para facilitar las estrategias de adopción de conductas seguras frente a la infección o en su caso, la modificación de comportamientos de riesgo frente a una infección que no olvidemos es fácilmente prevenible.


THEORIA  | Proyecto Crítico de Ciencias Sociales - Universidad Complutense de Madrid