NOMADAS.1 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La fragmentación del espacio social
en la gramaticalidad renacentista
[José Vericat] (*)


 
 

Tres Personæ.

No podemos ignorar que nuestro autor (el Brocense) trabaja sobre premisas impulsadas ya por una tradición gramatical que había tomado cuerpo en torno a la obra de Nebrija. Ya Prisciano planteaba la cuestión del eje gramatical nombre/pronombre/verbo, aludiendo, como a una cierta cuestión crítica, al tema de la relación entre el nombre y el pronombre. Nebrija lógicamente hace referencia a la cuestión, pero, como veremos, preocupado por la ortografía y la prosodia, no pasa de referirse someramente a la naturaleza compleja del pronombre, dejando al márgen sus relaciones con el nombre, y las consecuencias que pudiera ello tener para una comprensión del lenguaje distinta a la del humanismo - llevada por Ramus a sus extremos. Será Fernando Alfonso Herrera, un oscuro autor para nosotros hoy, comentarista y propulsor sin embargo, en España, de la Retórica de Trapezuntius, a la vez que de la obra de Valla, el que en un curioso y breve tratado titulado Tres Personae aborda, en polémica con Prisciano, el problema de la naturaleza de una tal relación triádica, esencialmente gramatical, y sin embargo articuladora en sus mismas raíces de la realidad entera, social y natural. Los tres pronombres personales básicos, Ego, Tu, Ille, definen el núcleo socio-lingüístico fundamental, en tanto en cuanto el primero expresa quæ loquitur, el segundo ad quam loquitur, y el tercero de qua loquitur. Son estos pronombres representantes de las tres personas: la primera, la segunda y la tercera, o, como el Brocense dice, sus supposita - un término éste del que en algun momento, aunque colateralmente, se vale también Herrera, y que Peirce considera como al origen de la semiótica. El punto de partida de Herrera, en su polémica imaginaria con Prisciano, es la afirmación como paradójica de éste, de que el caso propio de la tercer persona, ille, es el nominativo - aun habiendo, como dice Prisciano, una serie de excepciones a dicha regla cuales son, fundamentalmente, ego, de la primera, y tu, de la segunda, que serían nominativos, sin ser de tercera persona.

La posición de Prisciano es enormemente polémica, entre otras cosas, por cuanto sitúa a los nombres propios como muy estrictamente expresivos de terceras personas. Herrera encuentra extraña esta norma, de que la regla considera el nominativo como propio de la tercera persona, y sólo a manera de excepción como propio de los pronombres ego de la primera y tu de la segunda. Pero lo que más le choca son las razones de Prisciano, especialmente la referida a la definición de tercera persona, y la que establece las relaciones entre esta tercera persona y las otras dos, la primera y la segunda. Ambas obviamente estan íntimamente relacionadas. Para Herrera, Prisciano incurre en una suerte de círculo vicioso, en cuanto a la primera, por cuanto la definición de tercera persona por el caso nominativo viene a constituir una suerte de círculo vicioso. Ya que lo que Prisciano hace - dice Herrera - es proponer quae sit tertia persona, cuál es la tercera persona, pero no escrutar lo que realmente es, es decir, quid sit, qué es ser tercera persona. Herrera precisa: es como definir, por ejemplo, el género femenino diciendo que son los nombres terminados en a. De ahí que lo que hay que hacer - añade Herrera - es aducir ejemplos, y no plantear hueras definiciones. Lo que Prisciano presenta como una definición - concluye - no es pues de hecho más que el ejemplo de una definición, cuyo objetivo es cuál es (quid sit) la primera, la segunda y la tercera persona. La otra razón por la que Prisciano explica la regla del nominativo y sus excepciones es más sutíl. Se centra en una sugestiva teoría de la evocación, que aunque Herrera combate duramente, acaba sin embargo, de alguna manera, por hacerla suya. La teoría de la evocación - enclesim - manejada por Prisciano tiene sus raíces en la gramática griega, aunque al parecer, segun nos dice Herrera, es desconocida de Quintiliano, Diomedes y Donato, habiendo sido difundida por Prisciano, que a efectos prácticos resulta ser como el padre de la misma. La teoría de la evocación tiende a dar sentido a algo que hemos visto Herrera considera como absurdo: el hecho de que el nominativo sea el caso propio de la tercera persona, y sólo como excepción de ego y tu. La evocación intenta explicar de manera gráfica la corriente como de atracción semántica que empuja la tercera persona a presencia de la primera y segunda. Esto es así, en principio, porque mientras la primera y la segunda personas se suponen siempre presentes en el discurso, la tercera sin embargo, por definición, se considera como ausente. La referencia a la misma mediante el pronombre ille no es más que una manera de hacerla presente, atrayendola hacía el círculo de las dos personas que de algun modo se encuentra demostrativamente siempre frente a frente. Pero esto no acaba de estar claro para Herrera, ya que supone de alguna manera postular una suerte de flujo sobrentendido, que no casa con la gramática, que es ars locutionis, y no subauditionis, es decir, de lo que se profiere y oye, y no de lo que no se oye. En muchas oraciones, por lo demás, podría observarse en flujo contrario: la tercera persona atrayendo a la primera y segunda. Herrera estrecha el cerco a Prisciano. En todo caso lo anterior - nos viene a decir - no es suficiente para explicar por qué el nominativo es de tercera persona.

Lo que falla de nuevo, en su opinión, es la pregunta. Pues, como ha dicho arriba, lo que Prisciano debiera preguntarse es quod facit eam esse tertiam personam, es decir, la pregunta por la terceridad misma de la persona, por aquello que la hace ser tercera persona. O, dicho de otro modo - a la inversa - cuál es la razón de ser de una tercera dimensión de la primera y segunda persona, o lo que viene a ser lo mismo, de la primeridad y secundidad lingüística, que comporta necesariamente una terceridad. La estrategia de Herrera sin embargo no es la de desautorizar a Prisciano - Tres Personæ acaba en forma de un largo diálogo entre ambos, en el que las opiniones convergen, - sino la de ayudarle a profundizar en sus mismas afirmaciones, para hacerle encontrar lo que él - Herrera - busca. Herrera está llevando a Prisciano a reflexionar sobre la definición de pronombre propuesta por él mismo - sobre el pronombre entendido como aquella parte de la oración que está en lugar del nombre propio. De hecho el pronombre puede desdoblarse en nombre propio para cualquiera de las tres personas. En efecto, si decimos: Ego ferdinandus curro ; Tu antonius legis ; etc., resulta que ferdinandus, antonius, etc., - segun Prisciano - son, como ille, de tercera persona, mientras que los correspondientes ego y tu lo son respectivamente de primera y segunda. Herrera escribe, como sorprendido, al respecto: "el nombre de Fernando, que es nombre de substancia, y por ello unido íntimamente a mí, más aún [siendo] la misma persona y substancia conmigo (mecum), es sin embargo de tercera persona." Al contrario, sin embargo de los nombres adjetivos, como en stultus ego putavi, en que el adjetivo stultus sigue en el caso al pronombre ego, siendo ambos nominativos. Herrera aduce aquí una suerte de contraejemplo a la definición de Prisciano - de que aparte de ego y tu, que son de primera y segunda persona, todos los nominativos son de tercera, - al hacerle observar que los nombres adjetivos siguen en el caso al pronombre. Herrera quiere llamar la atención sobre la paradoja que hay en todo ello, ya que mientras ferdinandus que es nombre de substancia, y, por tanto, expresa algo íntimamente unido al ego, se considera de tercera persona, el nombre común stultus, que como adjetivo expresa un accidente, y por ende algo remoto y alejado del ego, es sin embargo de primera persona.

No deja de ser significativo, de entrada, que la supuesta conversación de Herrera con Prisciano transcurra sobre la base de que son los pronombres lo que, en un sentido u otro, rigen el régimen de casos de los nombres - sean propios o comunes. Lo que parece venir de hecho a cuestionar lo inequívoco de las definiciones al uso de que es el pronombre el que sustituye al nombre, y no al revés. Pero, es más - sea dicho en contra de la argumentación de Herrera en la cita anterior, - aun cuando éste quiera mostrar lo absurdo de la atribución de la tercera persona a los nombres propios - a diferencia de los nombres comunes, que siguen al pronombre - lo cierto es que aquellos - los propios - a diferencias de estos - los comunes - requieren la introducción de pronombres reflexivos del tipo como mecum, tecum, etc. que tienen como efecto el provocar como una fractura en el ego. De modo subsiguiente a la imposición del nombre propio a un pronombre aflora así una tensión en el ego entre mecum y el nombre propio, que de alguna manera viene a dar lugar a éste - el nombre propio - como ille. Un fractura a raíz de la cual se desarrollará toda una red pronominal, que justamente viene a definir en su gran parte el espacio del ille - como ya Valla observaba. El hecho es pues que la atribución de nombre propio a los pronombres, a diferencia de los nombres adjetivos, altera por completo la estructura de las personas gramaticales, y de sus relaciones, tanto propias como entre sí. Ya que viene a desvelar una relación compleja al seno de la primeridad del ego, y por ende también de la terceridad de la tercera persona, que de hecho va más allá de la definición de Prisciano. Lo cierto es que Herrera se vale de ello para forzar a Prisciano - dicho figuradamente - a una revisión de su propia definición de partida, que Prisciano le recuerda que ya había escrito en su momento. De acuerdo a ello, la definición de las personas gramaticales, por lo que respecta a las mismas como primeridad, secundidad y terceridad sería asi: "Primera [persona] es cuando la misma que habla se menta a sí (de se pronunciat ).

Segunda [persona] es a la que se habla, o dicho de otro modo, cuando se menta (de ea pronunciat ) a la que se habla directamente. Tercera [persona] es de la que hablamos, o dicho de otro modo, cuando se menta a la persona (de ea persona pronunciat ), que ni habla, ni recibe ella directamente el discurso." La idea directriz es aquí pronuntiare. No es exagerado suponer que el uso que Herrera hace de dicho término retórico haya que entenderlo a partir de la Retórica de Trapezuntius, editada y anotada por él mismo. Pronuntiatio es vocis: vultus: gestus: moderatio: cum venustate (voz ; carasa ; gesto ; moderación ; [todo] con gracia) Es decir, el hecho de toda una representación hablada y gesticulada, que, como acabamos de ver, induce la emergencia en el ego del ille, de la tercera persona, a manera de alter ego del ego de la primera. Ahora bien, este ille no es el de la tercera persona que, en la interpretación de Prisciano, al decir de Herrera, estaba como sujeto a la atracción centrípeta de la primera y segunda, sino que, al contrario, es un ille centrífugo, a manera de una terceridad surgida por segregación al seno de la primeridad, como consecuencia de la imposición de nombre propio al pronombre. Lo que viene a confirmar que, a la postre, en el esquema propuesto de Herrera, los pronombres no sustituyen al nombre propio, sino, al revés, es el nombre el que - como en el bautismo - se impone al pronombre. Algo que viene también a afirmar tácitamente Prisciano, aunque con una cierta variante ; pues para éste la adjudicación de un nombre propio a la primera y segunda persona, al ego o tu, se hace sólo de manera figurada, ya que estrictamente son de tercera persona. Prisciano lo explica por referencia a la diferencia en la persona entre substantia y qualitas.

La asignación de nombre propio a la primera y segunda persona es figurativa en el sentido de que estrictamente no lo necesitan, por cuanto está a la vista tanto la substancia como la cualidad del que habla, o de aquél a quién se habla. La tercera persona, sin embargo - nos dice Prisciano - necesita de nombre porque su ausencia o lejanía puede dificultar la percepción de lo cualitativo. El pronombre indica la substantia per se, el nombre propio la qualitas - que, por supuestos, al decir de Prisciano, dista de ser clara respecto de una persona que de alguna manera es tercera. Para Herrera, sin embargo, los nombres propios se otorgan en razón de vehemencia emocional - algo que no se da respecto de los nombres comunes, - lo que hace que se atribuyan, a diferencia de la opinión de Prisciano, tanto a los pronombres de primera y segunda, como de tercera persona. Lo que no obsta, tal como hemos visto, para que el nombre propio, en ambas interpretaciones, aunque por motivos matizadamente distintos, venga a constituirse en ille, en la terceridad de los pronombres de la primera y segunda persona. Hemos aludido a este respecto al papel clave de la pronuntitatio en la definición de primeridad, secundidad y terceridad de las personas gramaticales, por lo que introduce de reflexividad, de dramatización retórica. Pero la disputa de Herrera con Prisciano no es sólo una mera cuestión de palabras. Herrera critica la idea de Prisciano de que los nombres propios sólo caben atribuirse a terceras personas - y sólo figuradamente a la primera y segunda persona - en razón de la idea de evocación que necesita introducir como ligamen entre las dos personas presentes, núcleo de la interlocución, y la tercera, ausente, de la que se habla. Para Herrera esta idea de evocación - tal como a su entender la maneja Prisciano - constituye una trabazón extratextual, que no guarda ninguna relación con la estructura sintáctica o semántica de la oración. Herrera, por el contrario, busca una razón de ser a la terceridad que surga de la pragmática misma que generan tanto la estructura sintáctica como la realidad semántica del lenguaje. De ahí que diga - invirtiendo el argumento de Prisciano - que la idea de evocación deja de tener sentido si se acepta que los nombres propios pueden atribuirse también a los pronombres de primera y segunda persona. Lo que busca Herrera es una explicación congruente de la terceridad como parte de los pronombres personales, sin necesidad de recurrir a razones exógenas como, en su opinión, es la idea de evocación postulada por Prisciano.

Aun cuando Prisciano, en realidad, no da carácter fantasmagórico alguno a la evocación, sino estrictamente gramatical, al situarla en el nexo entre la función demostrativa y la relativa de los pronombres. Ya que mientras que la primera, la función demostrativa, va dirigida a hacer ostensiva una prima cognitio, la segunda, la relativa, representa una secunda cognitio. La primera es la indicativa, la segunda es la subjuntiva. Lo subjuntivo constituye respecto de la indicativa una suerte de redigere o recordare : quod redigat in memoriam primæ cognitionis. Un tal relación recordativa tiene evientemente una clave sintáctica, y en este sentido no es mucho más misteriosa que la que se establece entre thema y rhema, u otra semejantes relacionadas con el orden de las palabras. Lo que ocurre sin embargo es que Herrera apunta de alguna manera también a esta justificación meramente sintáctica de la evocación. De hecho, la crítica de Herrera a Prisciano tiene como telón de fondo la tendencia - habitual, según él, entre los gramáticos - a interpretar las relaciones entre las personas gramaticales como meramente de significación, y al márgen de toda dimensión prolativa intrínseca al lenguaje. Lo que Herrera viene a criticar es la postulación de una estructura sintáctica autónoma como base de una teoría de la significación - lo que la tradición escolástica venía a entender, con diversas variantes, bajo la doctrina del modus significandi. Para Herrera la sintaxis ha de abordarse, a este respecto, desde la perspectiva de la pragmática como clave de su generatividad semántica. No en balde critica lo que califica de especulación filosófica en gramática, que ha hecho de lo que era claro del ars litteraria algo obscuro. Para concluir, que el arte surge del uso de los expertos, y no al revés el uso del arte. Es esto lo que subyace a su reconocimiento del papel de la pronuntiatio en la gestación de la terceridad de las distintas personas gramaticales.

Para Herrera la cuestión central es la de que el lenguaje como escritura no constituye en absoluto una realidad muda, sino parlante, el reconocimiento de lo cual es esencial a la hora de valorar semánticamente la diversidad estructural de su sintaxis, tal como se plasma en la variedad en el orden de las palabras. La libertad del latín al respecto hace especialmente pertinente un tal planteamiento, que va más allá de un mero descriptivismo gramatical. Pero también hace tales consideraciones especialmente trasladables al castellano, por cuanto, al revés del resto de las lenguas vulgares emergentes, se caracteriza precisamente por el manteniemiento de una gran libertad en el orden de las palabras, a diferencia del resto de las lenguas europeas en las que se impone la rigidez. No es exagerado pensar, que a ello han contribuído las obras literarias de autores como Mena y Góngora, por nombrar sólo a los más relevantes en este aspecto, a los que sin embargo, de manera incomprensible, se les ha reprochado con frecuencia la magnificación de un rasgo que constituye una de las claves del idioma - y que en buena parte puede explicar la expansión de su uso en la actualidad en contexto culturales muy diferentes. Mientras las lenguas vulgares europeas se van conformando de acuerdo al principio de la razón, a la sombra de la ilusión de que el orden de las palabras no es, ni debe ser, más que aquél que refleja el del pensamiento, aquí la lengua da curso a su realidad más estrictamente pragmática. Pero sobre todo, visto desde su idea de que el arte hay que entenderlo desde la práctica, desde su uso, la importancia del esquema pronominal que maneja como esquema primigenio de partida, al que, como de manera subsidiaria, se le vienen a incorporar los nombres, nos proporciona un valioso instrumento de disección de la realidad literaria del lenguaje, por cuanto tiene de afín a la lengua hablada, y a su naturaleza intrínsecamente performativa, en la que los nombres - los nombres propios - hacen las veces de referencia secundaria. Y de aparecer, son de tercera persona, o, subsidiariamente, de primera y segunda persona, pero an tanto terceridad.

La diversidad múltiple de los pronombres, unido a su protagonismo estructural, rompe de hecho con la rígida topología de una espacio semántico articulado por las tres personas gramaticales, ordenadas a su vez rígidamente como sujeto, verbo y complemento, para plantear el hecho de la escritura - como sin duda el habla - como un ámbito multidimensional, de direccionalidad varia, que a su vez posibilita vias distintas de disección y acceso a su conformación interna. Es, a este respecto, la estructura misma del lenguaje en tanto escritura, en la que anida y cristaliza la pragmática oral, la que permite desvelar aspectos de esto que en la puntualidad de la oralidad se desvanecen. Lo que Herrera llama ars litteraria, es decir, el lenguaje en uso, y muy especialmente, la escritura, es el lenguaje como frente a nosotros, sin el hablador hablandonos, más allá por tanto de la autoría que esté a su origen, y como invitandonos a compartir los complejos vericuetos que la constituyen. En este sentido, al igual que el sesgo con que nos topamos a la hora de bucear en las relaciones entre el nombre y el pronombre, es inevitable, de entrada, postular ya lo que los autores de la segunda mitad de siglo XVI empezarían a teorizar y dramatizar, la deceptio - el desengaño - como heurística de la realidad, y desde luego, clave del arte. De ahí, en nuestra ars litteraria, el amplio uso del subjuntivo, como una técnica esencialmente indirecta, de gran libertad y variedad de uso, que vertebra las coordenadas imaginarias de la realidad artística. Es lo propio, por lo demás, del lenguaje como hablando por y desde sí mismo, cuya lectura por nuestra parte redunda en el seguir las posibilidades como prefiguradas en la forma de su escritura. Desde este punto de vista la dramaturgia de las tres personas de partida pasan a configurarse como una suerte de ficción, a la que la narrativa literaria se agarra compulsivamente, aunque llena de fugas - como la crítica pone continuamente de relieve. Puede entenderse en este sentido, el específico interés de los gramáticos españoles de entonces por la ortografía y la fonética, por encima de lo estrictamente gramatical. Seguiremos luego el caso al respecto de Nebrija.

En la fonética no sólo se trata de un código lingüístico cuya relación a la escritura - tal como era el programa de los gramáticos - había que hacer corresponder lo más biunívocamente posible, sino que forma como un cuerpo conjunto con la escritura, y no su mera reduplicación, imprescindible a la hora de buscar el acceso a los entresijos de ésta. De ahí, en cierta manera, la relación, hasta cierto punto antagónica, que Herrera plantea entre pronuntiatio y significatio, a la hora de reorientar hacia la pragmática y el orden de las palabras la generación de los significados. En este sentido, la tensión, o fractura, la distorsión que hemos visto emerge en las personas gramaticales, no viene a ser más que la expresión de la existente en la persona, o personas, de sus usuarios - que es por su parte expresión de la fragmentación de la qualitas por la que tradicionalmente se identifica y diferencia la persona humana. Esta aparece así como resquebrajandose a través de la compleja red de relaciones que crea el variado flujo de pronombre gramaticales, en lo que significa a la vez como un acaompañar a la escritura en el regeso hacia sí misma. No en balde, Lorenzo Valla, en su corto estudio sobre los pronombres posesivos - sui, sibi, se, - apunta al problema de la personalidad humana rodeada por la masiva prepoderancia de la terceridad de los pronombres de tercera persona. Lo que le hace traer a colación la imágen mitológica del Laberinto, con el Minotauro expresando la desesperación por la imposible salida de su interior. El texto de Herrera Tres Personæ viene a ser en este sentido una aproximación al lenguaje, no desde el punto de vista de ser un reflejo, más o menos exacto, de los procesos mentales - del pensamiento, - sino del constituirse como en el destilado y representación de la sintaxis de la vida misma. El hecho es que tras su reflexión sobre los pronombres personales, y su relación a las personas gramaticales y al nombre, podemos percibir un claro reflejo de los cambios que se estan fraguando en la estructura del ego, en el seno de la sociedad renacentista española. Lo podemos observar a través de la dramatización literaria, por un lado, y a su reconducción por la mística, por otro.
 


* Este artículo corresponde a un capitulo del libro del autor, de próxima aparición, titulado
Hablar y Narrar. Para una sociología de la Gramática y la Ortografía en el Renacimiento español.
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