NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 13-2006/1 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
Acerca del género como categoría analítica |
Yuliuva Hernández Garcia >>> CV |
1. Género: la definición del concepto. Breve historia
de su surgimiento
El género constituye la categoría
explicativa de la construcción social y simbólica histórico-cultural
de los hombres y las mujeres sobre la base de la diferencia sexual.
Coincido con Marcela Lagarde al plantear que
“la categoría de género analiza la síntesis histórica
que se da entre lo biológico, lo económico, lo social, lo jurídico,
lo político, lo psicológico, lo
cultural; implica al sexo pero no agota ahí sus explicaciones” .
Por la década del sesenta del siglo
XX, surgió el concepto género dentro del ámbito de
la Psicología en su corriente médica, para destacar un acontecimiento
hasta entonces no valorado: existía algo fuera del sexo biológico
que determinaba la identidad y el comportamiento. Tal fue el hallazgo de
Robert Stoller (1964) quien estudiaba los trastornos de la identidad sexual
en aquellas personas en las que la asignación del sexo falló,
dada la confusión que los aspectos externos de sus genitales producían.
Los casos estudiados condujeron a Stoller a suponer que el peso y la influencia
de las asignaciones socioculturales a los hombres y las mujeres, a través
de entre otros los ritos y las costumbres, y la experiencia personal constituían
los factores que determinan la identidad y el comportamiento femenino o masculino
y no el sexo biológico.
A partir de este descubrimiento acerca del
papel de la socialización como elemento clave
en la adquisición de la identidad femenina o masculina, habiendo
disfunciones sexuales semejantes en los individuos, Stoller y Money propusieron
una distinción conceptual entre “sexo”
y “género”, en los cuales el sexo refiere a los rasgos fisiológicos
y biológicos del ser macho o hembra, y el género, a la construcción social de esas diferencias
sexuales.
Este hecho tuvo el valor
de incorporar la categoría género, años más
tarde, a los Estudios de la Mujer de la década del ´70 por
el feminismo estadounidense académico, ayudando a resolver problemáticas
que éstos no podían explicar fácilmente y en la búsqueda
de legitimidad académica, lo cual desembocó en los Estudios
de Género, por cuanto distinguir entre sexo y género, suponía
explicar una serie de condicionamientos sociales y culturales en su historia
que se inscriben sobre los cuerpos y la sexualidad humanos, especialmente
los femeninos, enunciados desde el discurso patriarcal como “naturales”.
Siendo así, el sexo se hereda y el género se adquiere a través
del aprendizaje cultural. En palabras de Marta Lamas: “Además del objetivo científico
de comprender mejor la realidad social, estas académicas tenían
un objetivo político: distinguir que
las características humanas consideradas femeninas eran adquiridas
por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, en vez
de derivarse naturalmente de su sexo. Suponían
que con la distinción entre sexo y género se podía enfrentar
mejor el determinismo biológico y se ampliaba la base teórica
argumentativa a favor de la igualdad de las mujeres”.
Este fue un concepto recuperado por varias
ciencias sociales. Una de las primeras en hacerlo fue la Antropología
en la obra de Gayle Rubin con su aportación
“sistema sexo-género”, específico para cada sociedad previsto
mediante el conjunto de normas que moldean el sexo y la procreación.
El concepto género resultó entonces
de vital importancia para el problema de mujeres, y de ahí que el
aporte de la Psicología se convirtiera en un poderoso recurso para
los feminismos, sus luchas y sus teorías, aun
cuando tuviera sus limitaciones no menos importantes.
- Acerca de los Estudios de Género
Muchos son los autores, si no todos, que coinciden
en señalar el surgimiento de los Estudios de Género en el
contexto más general que significó la llamada segunda ola
del feminismo, en un proceso complejo que evolucionó de los Estudios
de la Mujer a principios de la década del ´70 del siglo XX,
hacia los Estudios de Género en la década de los ´80
de ese mismo siglo.
Este surgimiento está marcado por la
insuficiencia de los Estudios de la Mujer para dar cuenta de la multiplicidad
de realidades que no entraban en el rígido marco que éstos
suponían, al universalizar y esencializar el “sujeto mujer”, reproduciendo
consecuentemente los mismos errores que habían criticado las feministas
académicas en su revisión de obras disciplinares de las ciencias
sociales y la literatura, en las que las mujeres se hallaban ausentes como
sujeto u objeto como producto del sesgo androcéntrico y etnocéntrico en los modelos de comprensión
de dichas ciencias. Estos prejuicios (andro y
etno) hicieron suponer que en todas las sociedades las mujeres estaban subordinadas
y que las diferencias siempre existen en un sistema jerárquico.
Desde el propio seno de los Estudios de la
Mujer, en el proceso de cuestionamiento a los modelos teóricos y
de comprensión en las disciplinas, emergieron preguntas que fueron
generando una ampliación del conocimiento que comenzaron a poner
en tela de juicio los propios hallazgos teóricos y el discurso mismo
de estos Estudios, en tanto “androcentrismo no se relaciona sólo con
el hecho de que los investigadores o pensadores sean hombres, sino porque
son hombres y mujeres adiestrados en disciplinas que explican la realidad
bajo modelos masculinos” (Montecino, 1997). Se gestan así, conflictos
desde su interior, el aislamiento y la ghettización.
Entre los cuestionamientos a los hallazgos
teóricos de los Estudios de la Mujer, que se gestan desde su propio
ámbito, se hallan los expuestos por las
intelectuales negras a finales de los ´70 ,
acerca de la universalidad del concepto mujer. Se plantea entonces la necesidad
de superar el sesgo etnocéntrico de dichos estudios y su tendencia
a los modelos universales, pluralizando y hablando de “las mujeres”, diversas
y múltiples en realidades y no como unicidad abstracta que habla
más de esencialidad biológica homogénea. Así
también comenzó a cuestionarse la “subordinación universal”
de las mujeres en todas las sociedades.
Aparece entonces la categoría género
que podía explicar mejor los problemas de las mujeres. Como resultado
de esta dinámica surgen en los años ´80 del siglo XX
los denominados Estudios de Género.
Siguiendo a Sonia Montecino, la introducción
del concepto género en los análisis sociales, facilitó
una nueva comprensión de la posición de las mujeres en las
diversas sociedades humanas, en tanto supuso la idea de variabilidad
toda vez que ser hombre o mujer es un constructo cultural por lo cual varían
sus definiciones en cada cultura, configura una idea relacional (en la medida en que
el género es una construcción social de las diferencias sexuales,
el género refiere a distinciones entre lo femenino y lo masculino
y sus interrelaciones), hace emerger la gran variedad de elementos que
configuran la identidad del sujeto toda vez que el género será
experimentado y definido personalmente de acuerdo con otras pertenencias
como la etnia, la raza, la clase, la edad, entre otras. Finalmente aparece
la idea de posicionamiento que hace alusión a que el análisis
de género supone el estudio del contexto en el que se dan las relaciones
del género de hombres y mujeres y la diversidad de posiciones que
ocuparán: de todo esto, el gran poder explicativo de la categoría.
2 . Profundizando
en los aspectos explicativos del género
Marta Lamas plantea que una discusión
rigurosa sobre género, implica abordar la complejidad y variedad
de las articulaciones entre diferencia sexual y cultura. Esto es así,
en la medida en que el género es la categoría correspondiente
al orden sociocultural configurado sobre la base de la sexualidad, que a
su vez es definida y significada históricamente por el orden genérico.
El género, es una construcción
simbólica e imaginaria que comporta los atributos asignados a las
personas a partir de la interpretación cultural de su sexo: distinciones
biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas,
eróticas, afectivas, jurídicas, políticas y culturales
impuestas. A su vez, la sexualidad se vive en función de una condición
de género que delimita las posibilidades y potencialidades vitales.
El orden fundado sobre la sexualidad (el género) , se constituye entonces en un orden de poder.
El concepto de género emergió
para designar todo aquello que es construido por las sociedades para estructurar,
ordenar, las relaciones sociales entre mujeres y hombres. Al basarse estas
relaciones, estas construcciones sociales y simbólicas en la diferencia
sexual, se estructuran relaciones de poder cuya característica esencial
es el dominio masculino. No obstante, el género no nos enfrenta a
una problemática exclusiva de las mujeres.
Hablar de género, significa “desnaturalizar
las esencialidades” atribuidas a las personas en función de su sexo
anatómico (y todos los significados y prácticas que conlleva),
en cuyo proceso de construcción han sido las mujeres las menos favorecidas
en las relaciones sociales hombres-mujeres, en tanto el pensamiento binario
que caracteriza la generalidad de las culturas atribuye a lo “natural” lo
que desvaloriza (en este caso las mujeres) en el par de opuestos naturaleza-cultura.
En tanto construcción sociocultural, detrás del género
lo que existen son los símbolos, la ideología (sustentados
en un orden material) que busca establecer un orden social: instaurado el patriarcado,
busca perpetuar la dominación masculina a través de los más
diversos mecanismos objetivos y subjetivos.
Al respecto, Joan Scott, en su definición
de género propone dos partes analíticamente interrelacionadas
muy esclarecedoras de lo que aporta la categoría: “el género
es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias
que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de poder”.
Así también distingue sus elementos:
-
los símbolos
y los mitos culturalmente disponibles
-
los conceptos
normativos surgidos de los símbolos
-
las instituciones
y organizaciones sociales de las relaciones de género
-
la identidad
Yo añadiría, además,
las prácticas concretas y la conducta.
A partir de estos
elementos, es posible constatar que toda la vida de los seres humanos se
halla atravesada por su condición genérica femenina o masculina,
mediatizando así las maneras de sentir, pensar y actuar la realidad,
configurando la subjetividad individual. Así también la condición
de género mediatiza el acceso a los recursos materiales y simbólicos,
las posibilidades de acción y las prácticas cotidianas. Lo
que no hay que perder de vista, es el carácter activo del sujeto que
permite romper en alguna medida con el desideratum sociocultural.
Una de las aportaciones principales del género
es que, precisamente su carácter relacional implica necesariamente
las relaciones que tienen lugar entre los sexos, eliminando (como diría
Scott) la ficción de que la experiencia de un sexo no tiene que ver
con la del otro, que existen esferas separadas. Lo que le pasa a las mujeres
está muy estrechamente ligado con los hombres, si no es su resultado
directo.
En el imaginario social, lo esencial en la
feminidad , desde su construcción sociocultural,
es lo natural, lo biológico, representado en la capacidad exclusiva
de la maternidad y de ahí “emocionalidad,
el cuidado, el ser para los otros, la fragilidad, la dependencia, entre
otros”, mientras lo esencial en la masculinidad, viene dado por la cultura,
la creación, el pensamiento abstracto, la trascendencia social de
la biología. De ello se desprende que lo relacionado con lo natural-biológico-mujer,
en el proceso de construcciones simbólicas y la práctica concreta,
emerja como inferior o subordinada a la cultura-hombre.
En la teoría de los géneros
se distinguen un conjunto de conceptos principales que
la integran, a su vez fuentes de su problematización y estudio constante,
que considero muy esclarecedores y precisos de todo lo analizado:
-
La distinción
entre lo biológico y género. Esta distinción en los Estudios de
Género se sistematiza como sexo-género, natural-cultural, y
se plantea que fue muy liberadora para la política y la historia de
las mujeres. A través de esta distinción no se niega la existencia
de diferencias sexuales (anatómicas y en el placer erótico),
sino que lo que propugna la teoría de los géneros es que esta
diferencia no marque de forma definitiva la vida humana. En muy estrecha relación
con lo anterior se rechaza entonces, que los comportamientos óptimos
sean dos, masculino y femenino, con un modelo
único de relación entre ellos: el heterosexual.
-
El género
como principio básico de organización social en las sociedades
conocidas. Este punto
neurálgico parte de la suposición de que es universal la distinción
hombres-mujeres y esta oposición binaria dominaría las clasificaciones
sociales, a pesar de que no siempre sean estos dos géneros los únicos
en determinada cultura (por ejemplo los bardaches). “En tanto que principio
de organización social, el género ha sido definido como un
sistema simbólico o de significado que está constituido por
dos categorías que son complementarias entre sí, pero que se
excluyen mutuamente, y en los cuales están comprendidos todos los seres
humanos” (Rivera G., 2002).
-
El género
como principio de jerarquía. Yo diría como categoría política.
Esto se desprende de que el género como principio de organización
social no opera de forma neutra dando como resultado dos sociedades paralelas
y simétricas. De los datos etnográficos se infiere que el
predominio del género masculino sobre el femenino, es prácticamente
universal, poder social que genera el orden patriarcal y se confunde con
autoridad. Al respecto, Joan Scott, ya concluía que el género
es el campo en el cual o por medio del cual, se articula el poder. Como
consecuencia, las diferencias de géneros estructuran la percepción
y organización concreta y simbólica de toda la vida social.
-
El género
como asignación al nacer. El único
criterio que se emplea para clasificar a quien nace, en una u otra categoría,
es la apariencia física de su sexo anatómico, problema que
ha resultado a extremos complejo con los descubrimientos de la biología
y la multitud de combinaciones posibles de la información sexual.
-
La identidad
de género. Los
contenidos de la identidad femenina y masculina apuntan a que se trasmiten
y subjetivan a través de la socialización.
Por la complejidad de la información sexual (desde el punto
de vista más biológico), este constituye
otro de los grandes problemas dado la rigidez del modelo masculino/femenino
sin opciones alternativas
-
Cómo
se instituye el género. Aquí se sostiene que el género
como categoría de análisis es inseparable de otra categoría
básica de la Antropología: el parentesco, quienes se construyen mutua
e inseparablemente según el criterio de muchos autores (ejemplo Gayle
Rubin). A partir de lo anterior se comprenden género y patriarcado,
por qué son dos los géneros, la universalidad de la jerarquía
del género masculino en el orden patriarcal, entre otros.
-
La variabilidad
del género. Dado
en que sus contenidos varían mucho entre las culturas, aunque el predominio
masculino sea una constante transcultural. Estos
contenidos pueden cambiar en el tiempo y estos cambios dentro de una cultura,
se producen siempre en relación (de los
dos). Acerca de esta aparte de la teoría
de los géneros que se enfoca en su aspecto relacional, Rivera señala,
y coincido de cierta forma, que dar un valor tan grande a la importancia
del elemento relacional, podría formar parte del llamado fundamentalismo
heterosexual, garantizando de alguna manera la perpetuación de la
jerarquía entre los géneros impidiendo una inversión o desplazamiento verdadero de las relaciones de desigualdad
entre ambos.
-
El modelo
general femenino y masculino. A éstos se añaden variantes
importantes dentro de cada uno como son la clase social, la etnia, la raza,
la preferencia erótica, entre otros.
Finalmente, para el estudio de todos estos
elementos explicativos y de análisis del género, se han desarrollado
dos grandes enfoques:
-
El enfoque
del género como construcción simbólica.
-
El enfoque
del género como construcción social.
El primer enfoque sostiene que las diferencias
biológicas encuentran significado sólo dentro de un sistema
cultural específico, por lo cual debe conocerse cuáles son
las ideologías de géneros y los valores simbólicos asociados
a lo femenino y lo masculino en cada sociedad. De
aquí, Sherry Ortner, su principal exponente,
plantea que a pesar de la gran variedad de significados de las diferencias
sexuales, hay constantes en los grupos humanos
y una de ellas es la referida a la simetría de los géneros
y la posición inferior de las mujeres, de lo
cual dedujo que lo común en las distintas culturas relativo
a esta posición de las mujeres, es que
ellas siempre se hallarían asociadas a
lo que la cultura desvaloriza, y ese algo venía de la supuesta relación
de la mujer con lo natural, la naturaleza. Así,
debería ser controlada y constreñida y sus roles sociales aprisionados
en la naturaleza, ya que su papel como reproductora, la habría limitado
a funciones ligadas a ésta (el ámbito doméstico con
la crianza de los hijos y la reproducción cotidiana). En oposición, el hombre sería asociado
simbólicamente con la cultura, superior a la naturaleza, por lo cual
se movería en el espacio público y político de la vida
social.
Aunque ha sido criticado por su etnocentrismo
y universalismo, este enfoque sigue vigente, dada la importancia de analizar
a las mujeres y los hombres como categoría simbólicas, pues
ofrecen las pistas para conocer las ideologías de géneros
que subyacen en cada sociedad.
El enfoque del género como construcción
social, está relacionado con la teoría marxista, destacando
el papel de lo económico, y sostiene que más que los símbolos,
lo importante es considerar qué es lo que hacen las mujeres y los
hombres y dicho hacer se relaciona con la división sexual del trabajo. Expone el cuestionamiento de una subordinación
universal de las mujeres por su ahistoricidad y no consideración
de los efectos de la colonización y el surgimiento del capitalismo. Esta corriente de pensamiento, parte de una revisión
de la obra de Engels y argumenta que el origen de la subordinación
de las mujeres, el matrimonio monogámico y el desarrollo de la familia,
se hallan en relación directa con el surgimiento de la propiedad
privada. Plantea además, la complementariedad
de los sexos y uno de sus principales aportes, reside en el descubrimiento
de la contribución económica femenina en todas las sociedades,
el valor del acceso a los recursos, las condiciones de trabajo y la distribución de los productos de él.
Este enfoque ha realizado otros muchos aportes
y también se ha criticado por su generalización y no consideración
de los factores de resistencia de las sociedades precapitalistas.
Como es posible apreciar, ambos enfoques realizan
contribuciones inestimables a la comprensión de los fenómenos
del género, que no pueden ser reducidos por la simplicidad en un
pensamiento investigativo (de por sí ya una contradicción). Como resultado, en los últimos años
se ha planteado la necesidad de análisis de géneros integradores
de los aportes de ambos enfoques, dada la interrelación entre lo
social, lo económico y lo cultural.
3. Dimensiones
de la categoría género
Una de las principales fortalezas de la categoría
género, es que ella supone en su interior un conjunto de dimensiones
que posibilita un análisis verdaderamente integrador de la realidad
social de las mujeres y los hombres en su devenir
histórico.
Marcela Lagarde, señala cinco dimensiones
fundamentales que contiene el género, que considero oportuno fundamentar
teniendo en cuenta los aportes de otros autores:
- Biológica:
Esta dimensión en el análisis
de género, viene dado por el bimorfismo sexual de las sociedades
en su mayoría. La expresión material
del bimorfismo sexual lo constituyen los cuerpos. El
género emerge en tanto se construye en torno a los cuerpos y la sexualidad,
en los que al bimorfismo sexual se le han asignado elementos de vida.
La categoría género incluye
la dimensión del sexo como conjunto de características biológicas,
que en la especie humana es bimórfica y agrupa a los sujetos de acuerdo
a cinco áreas fisiológicas: genes, hormonas, órganos reproductivos
internos, órganos reproductivos externos y gónadas. Al respecto Marta Lamas, ofrece una información integral, explicando que estas áreas controlan
cinco tipos de procesos biológicos en un continuum
(y no una dicotomía de unidades) cuyos
extremos son lo masculino y lo femenino, de ahí que las investigaciones
actuales en la dimensión biológica de la sexualidad, hallan
necesitado introducir la noción de ”intersexos”
, aquel conjunto de características fisiológicas en que se
combina lo femenino con lo masculino. Así,
dentro de este continuum, se pueden encontrar una gran variedad de posibilidades
combinatorias de caracteres, por lo cual como mínimo se obtendrían
cinco sexos.
A partir de estos postulados, hoy las cuestiones
sobre la identidad de género (muy estrechamente relacionada con la
dimensión subjetiva) se tornan sumamente
complejas, por cuanto el género mismo, en su arraigada dicotomía
femenino-masculino, es
insuficiente para abarcar la gran cantidad de posibilidades distintas de
combinaciones sexuales. Una vez más se
constata que dicha dicotomía es más una realidad simbólica
o cultural que una realidad biológica.
- Económica:
Esta dimensión del género se
expresa en tanto en las sociedades organizadas genéricamente, existen
actividades concebidas para las mujeres y actividades para los hombres. A esto, desde la teoría de los géneros,
se le denomina “organización del trabajo por género” y no se ve como “natural”. En
las sociedades patriarcales, las actividades de reproducción social
son asignadas, como atributo esencial, al género femenino y las actividades
de producción visible, activa, asignadas al género masculino.
Un indicador importantísimo hoy de
la dimensión económica del género, lo constituye la
feminización de la pobreza, de la agricultura, la prostitución,
la discriminación económica y laboral en función del
género, entre otros.
- Psicológica:
A nivel del individuo, aparece para el análisis
una realidad específica, no obstante
en relaciones de determinación recíproca con lo social más
general: la subjetividad,
que designa el modo en que nos pensamos y relacionamos con nosotros mismos
en un determinado momento histórico (Foucault, 1982). Marcela Lagarde la define, como la síntesis
individual de la experiencia social, de la experiencia de vida, de la cultura. Siendo así, plantea que la subjetividad tiene
definiciones de género. Y es que, viéndolo
de esta manera, podría pensarse que el género existe como
entidad aparte, externa a la subjetividad. Por
tanto, considero que lejos de plantear que la subjetividad tiene definiciones
de género, debería enunciarse que la subjetividad misma se
construye, se configura en función del género con mayor o
menor reproducción de sus contenidos, lo cual no significa negar
el papel del sujeto en esa construcción restringiéndose a constituirse
un “receptáculo” pasivo del género; por el contrario, en relación inversa, podría
pensarse a la propia subjetividad en la construcción del género
en el individuo. Por supuesto, esto implicaría
un nivel bastante superior del desarrollo personológico,
en el que el individuo puede erigirse protagonista de su propia existencia
como sujeto de género.
Lo psicológico, como dimensión
del género, significa la subjetivación individual de un orden
social ya genérico, dado en las prácticas históricas
y simbólicas, subjetivación que tiene lugar precisamente por
la existencia de “otros” que se encargan de
reproducir ¿o socializar?, más o menos concientes, dicho orden
social, y es un proceso que ocurre precisamente en el devenir del sujeto
por los diferentes ámbitos e instituciones
sociales por los que atraviesa su recorrido humano.
En este sentido, Foucault apunta en sus trabajos
el papel de los discursos en la configuración de la subjetividad. Si los discursos se enuncian desde una posición
de poder del orden patriarcal, es lógico entonces que tengan un efecto
poderoso en dicha configuración, ya que tales discursos, elaborados
en la lógica del género, como explica Bordieu, están
tan profundamente arraigados que no requieren ser justificados, legitimados, en tanto se imponen a sí mismos
como autoevidentes, y se toman como naturales gracias al acuerdo casi perfecto
e inmediato que obtienen de las estructuras sociales (como la organización
social de espacio y tiempo y la división sexual del trabajo), y de
estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes mediante
el mecanismo básico y universal de la
oposición binaria.
De lo anterior, emerge la complejidad de las
transformaciones sociales y subjetivas en el orden de los géneros,
en tanto su lógica ha estado “inscrita por muchísimos años
en la objetividad de las estructuras sociales y en la subjetividad de las
estructuras mentales”. No obstante, retomo la
capacidad activa del sujeto en el proceso de construcción de su subjetividad,
por su carácter sociohistórico que implica la posibilidad de
cambios, de transformación en el tiempo con las prácticas.
- Social:
Esta dimensión del género implica
a las normas y prohibiciones que se convierten en tabú en el contexto
donde emergen para cada sociedad.
Las atribuciones, o asignaciones que se hacen
a los géneros, también implican deberes de género y
constituyen una de las formas más eficaces de las sociedades para que
las personas cumplan con el orden social que se les asigna. Esta dimensión explica que el género
se construye a partir de deberes y prohibiciones: relación fundamental para construir
lo que son las mujeres y los hombres, de ahí que las opciones sean
pocas si se sale de esta relación.
Ante estas relaciones y deberes que oprimen,
muchas personas se revelan porque la carga psicológica, cultural
y de otra índole son muy grandes. Así, quien se sale de la norma, es sancionado
socialmente por los mecanismos de control social.
Desde esta dimensión, es posible ver
que las relaciones de género están en todas las dimensiones
sociales: desde las
relaciones de parentesco, las económicas, las instituciones y otros. Algunas instituciones de género lo constituyen
la pareja, la familia, las instituciones médicas, las iglesias, las
escuelas, los medios de comunicación, la sociedad civil y los partidos
políticos. Estas son instituciones de
género en tanto se encargan de reproducirnos como mujeres y como hombres.
Acerca de las instituciones de género,
Marcela Lagarde habla de las mujeres como guardianas del orden de género. Así se encargan de reproducirse a sí
mismas dentro de esta lógica (porque además este es uno de
los mandatos culturales del género) y de reproducir a otras mujeres
como mujeres y a los hombres como hombres, por cuanto juegan un papel básico
en la aculturación del género como educadoras, pedagogas del
género. El padre por su parte, en este
orden social, es una institución de género, cuya función
es la de ostentar el poder y aplicar las sanciones.
De todo lo anterior, es posible constatar
la gran fuerza de los agentes de socialización en el mantenimiento
del orden genérico (con mayor o menor conciencia de ello y deseos
de reproducirlos). De ahí la necesidad de volcar los valores actuales
de muchas de esas instituciones, si no todas, hacia posiciones más
democráticas y equitativas en la educación y otras prácticas
sociales.
- Política:
No por última en esta explicación,
menos importante. Por el contrario, supone una
de las dimensiones más complejas e integradoras de las problemáticas
de género. En esta dimensión,
considero que convergen todas las anteriores en tanto deviene un resultado
complejo de ellas.
Marcela Lagarde plantea: “La política, entendida
como el conjunto de relaciones de poder en todos los ámbitos de la
vida y de la sociedad, tiene contenido de género, es además,
el espacio privilegiado para reproducir los géneros”.
Esto es así porque los géneros
constituyen un orden de relaciones de poder, un orden político. La categoría género como categoría
política en las teorías de género,
trata una de las maneras en que la sociedad organiza a los sujetos
para monopolizar y distribuir los poderes.
Como bien se ha explicado, el género
como principio de organización social no opera de forma neutra, simétrica
en las relaciones mujeres-hombres (ya sea como resultado del orden simbólico,
o resultado de la aparición de la propiedad privada). La organización social en base al género,
distribuye sus poderes jerárquicamente a los hombres en la mayor parte
de las sociedades conocidas, y el patriarcado responde a ese orden histórico. Como los poderes se materializan de diversas maneras,
las mujeres quedan sometidas en una relación de subordinación
económica, social, cultural, erótica, afectiva, subjetiva,
política, entre otras. Es por ello que
en esa relación de los géneros y por medio de ella, se articula
el poder.
Este orden político de dominación
masculina y subordinación femenina, se fundamenta en la diferencia
sexual. Desde las teorías discursivas
y de las construcciones simbólicas y sus representantes, se ofrecen
explicaciones de este fenómeno que resultan muy interesantes.
Desde estas perspectivas se entiende que lo
que define al género es la acción simbólica colectiva. Mediante el proceso de constitución del orden
simbólico en una sociedad se fabrican las ideas de lo que deben ser
los hombres y las mujeres. Así, los seres
humanos en todas las sociedades, simbolizan lo que es idéntico en
cada una, la diferencia corporal, el sexo. A
esta diferencia se le atribuyen significados (desde la instauración
del patriarcado), que constituye la raíz de la subordinación
femenina.
En esta red simbólica de los significados
de la diferencia sexual, la dominación masculina se explica por el
diferente lugar que ocupa cada sexo en el proceso de reproducción,
idea también del pensamiento judeocristiano.
Se instaura así la lógica del género, que parte
de una oposición binaria:
lo propio del hombre y lo propio de la mujer (lo esencial en
la feminidad y la masculinidad), y dicha lógica del género
es una lógica de poder, de dominación.
Para Bordieu, esta lógica es la forma paradigmática
de la violencia simbólica, y la eficacia masculina radica en el hecho
de que legitima una relación de dominio al inscribirla en lo biológico.
Desde lo simbólico, lo biológico
se asocia a la “naturaleza” dado en la mujer
fundamentalmente en su capacidad reproductora exclusiva, “la pasividad erótica” y otros; lo biológico
en el hombre se asocia con la fuerza y la virilidad. Por su función
reproductora la mujer es limitada culturalmente al ámbito privado
(inferior, dependiente), mientras que el hombre sale a hacer la cultura (crear,
lo superior).
Muchos ubican así en lo simbólico,
el origen de la subordinación femenina, aunque las investigaciones
actuales sobre la sexualidad humana son inmensas y demuestran la complejidad
que engendra la lógica del género.
Aunque no comparto todos los planteamientos
del Psicoanálisis, quien creo que contribuye en su explicación
a “naturalizar” el destino biológico de las mujeres y que además
es en extremo patriarcal, muchos autores lo toman como fundamento para explicar
muchos de los significados de la diferencia sexual (lo relacionado con el
complejo de Edipo, el miedo a la castración, la carencia del falo
en la niña en la estructuración psíquica, aspectos
todos que son muy cuestionables para la teoría feminista); sin embargo, esta misma corriente plantea que no
hay características o conductas exclusivas de un sexo, que no existe
una esencia femenina o masculina y el deseo humano no tiene más límite que el que la sociedad logra
imponerle. Los estudios antropológicos
sobre las representaciones culturales de la diferencia sexual, también
lo demuestran.
De todo lo explicado se constata, la inconsistencia
de sostener la diferencia sexual como fundamento de la desigualdad entre
los géneros. “Si somos capaces de cambiar
la significación de las representaciones de la diferencia sexual,
produciremos efectos estructurantes que posibilitarán una subjetividad
más autónoma en las mujeres” (Martínez
Benlloch, 1996).
Desde una dimensión política
del género, en esta perspectiva discursiva y de construcciones simbólicas, la propia política debe
dirigirse a modificar el orden simbólico actual, y en especial el
universo de significados que la cultura ofrece para conocerse.
Otros análisis, como ya se ha dicho,
encuentra en el origen de la subordinación femenina, en el surgimiento
de la propiedad privada y con ello la instauración del patriarcado
a costa de la derrota de otras formas de organización social, no necesariamente
el matriarcado. Los hombres se apoderaron de
las riquezas para heredarlas a sus hijos, que estaban en poder de las mujeres
por las características del ejercicio de la sexualidad en este momento
histórico. Una vez hecho esto, “se
favoreció la idea del control de la sexualidad de las mujeres a través
del matrimonio y el confinamiento al espacio de la casa como garantía
de seguridad de la paternidad de la descendencia y la conservación
de los bienes acumulados ”
(Vasallo Barrueta, 2005). Pasó la mujer de esta manera, de un status
de libertad al de subordinación.
De esta forma, la dimensión política
del género descubre las relaciones desiguales de los géneros
que atraviesa todas las restantes esferas de la vida social, modelando, determinando
y construyendo posibilidades asimétricas y jerárquicas en cuanto
al acceso a los recursos materiales y simbólicos, al desarrollo socioeconómico,
a la cultura y a la vida misma, relación en la que las mujeres son
las menos favorecidas.
Siendo así, todas estas dimensiones
del género se hallan estrechamente relacionadas en su dinámica
configurando, de algún modo, las situaciones vitales de hombres y
mujeres.
4. A modo de conclusiones
Resulta incuestionable el grandioso poder
explicativo y de análisis de las realidades sociales de las mujeres
y los hombres aportado por el género, aunque, desde una perspectiva
actual de reconsideración de muchos de los elementos de la teoría
engendrada por la categoría, se ha criticado
en ocasiones de insuficiente, como resultado de la tendencia de muchas corrientes
que dan excesivo valor a los juegos del discurso, los mecanismos de elaboración
y control de los mismos y poca importancia de la vida material, quedando aún sin muchas explicaciones el problema
de las desigualdades entre los géneros que no encuentran su lógica
real en el bimorfismo sexual.
Se ha hablado también, del poco uso
de la categoría en verdaderas explicaciones, limitándose más
bien a las descripciones de roles y no a la explicación de las más
crueles formas de explotación de las mujeres ni de cuestiones políticas
relativas a la sexualidad.
Otro de los problemas señalados, giran
alrededor del término en sí mismo,
en el momento de la traducción al español del inglés,
por las connotaciones semánticas que en el castellano posee que dificultan
el análisis.
No obstante, aún interesa la teoría
de los géneros para escribir la historia de las mujeres, quienes
consecuentemente han sido las más dañadas; conocer y desentrañar
aquellos mecanismos a través de los cuales nos han construido en
un orden desigual.
Interesa mucho aún el género
para pensarnos y nombrar , algún día,
el mundo en femenino.
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Fraisse,
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