NOMADAS.5 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

11.Septiembre.2001. ¿Por qué? y ¿Ahora qué?
[Eduardo Gómez Gibello] (*)

Sonreía. El conductor del camión que, repleto de explosivos, logró volar el cuartel general de los marines norteamericanos en Beirut y dio muerte a 241 militares, sonreía pese a saber que iba a morir. Así lo atestiguó uno de los soldados de la guardia que, impotente, le vio forzar los controles de acceso al recinto. Mucho antes de los seguidores de Osama Bin Laden, aquél chofer musulmán Shií fue, el 23 de octubre de 1983, uno de los primeros en suicidarse matando para expulsar a los “invasores” de Líbano. Después hubo otros muchos, casi todos milicianos de Hezbolá, la milicia integrista libanesa, patrocinada por Irán.

Hoy en día la cabeza visible de todo este proceso de reacción (digo reacción porque ha sido provocado de antemano, tanto por causas internas en la cultura del Islam como por causas externas, sobre todo económicas) es el millonario saudí Osama Bin Laden. Este millonario saudí tiene muchos partidarios o, por lo menos, suscita muchas simpatías de Mauritania a Malasia.

Una visita a los foros de discusión musulmanes en Internet, algunos de ellos en inglés o francés, confirma los apoyos que suscita. Junto con los comentarios moderados abundan también los elogios: “¡Es un gran hombre!”, escribe Fátima. “Con él la nación árabe recuperará su dignidad”, añade Ahmed. “Es el Che Guevara de los árabes”, enfatiza Tarek. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?¿Por qué incluso los pueblos árabes moderados se muestran benevolentes con el mayor asesino del siglo XXI?

Bin Laden dio su explicación el domingo 7 de octubre de 2001, en una grabación televisiva: “Nuestra nación islámica ha estado padeciendo (...) durante más de 80 años, humillación, desgracia (...)”. Desde su escondite en Afganistán, él había administrado una lección magistral a los que vejan a más de 1.000 millones  de  musulmanes. Ochenta   años  es  inicio  del   mandato  británico  sobre   Palestina  y de la consiguiente instalación de población judía que desembocará, en 1948, en la fundación del estado de Israel. Más de medio siglo después la mayoría de los árabes lo viven como una tragedia, como una humillación colectiva. A diferencia de los  Balcanes, Occidente tolera, según ellos, los abusos israelíes e impide que se aplique las resoluciones de Naciones Unidas. Y EE.UU. es el gran valedor de Israel. “La peor forma de terrorismo es la que los israelíes practican desde hace medio siglo contra los palestinos, expulsando a todo un pueblo, asesinando a mujeres y niños y esgrimiendo la intención de socavar los pilares de la mezquita de Al Aqsa”, denuncia el profesor Ahmed Omar Hashem, de la universidad de El Cairo, “¡Y nadie levanta la voz para condenar con firmeza este comportamiento!”.

El conflicto palestino-israelí, y también el embargo al que está sometido Irak, encrespan sin duda los ánimos, pero no explica la acumulación. En el trasfondo de la comprensión que muestran los árabes hacia el enemigo número 1 está, en cierta medida, su incapacidad de subirse al tren de la modernidad, de la globalización. Parece, como si en mayor o menor medida todas estas sociedades tuvieran una sensación de fracaso colectivo. “Si la globalización significa que existe un orden mundial que intenta imponerse de manera que destroce a todos los demás, por supuesto que no podemos  aceptarla porque ello significaría perder nuestra identidad para asumir otra procedente de fuera”, expresa el profesor Hashem. Esta incapacidad de subirse al tren de la modernidad y de la globalización es debida en gran parte a occidente, pero no únicamente. Existen también una serie de sucesos históricos y sociales dentro de estas sociedades que ralentizan toda posibilidad de modernización, en muchos de los sentidos a los que se refiere esta palabra. Así, vamos a utilizar un texto de Hazem Saghiyeh, columnista del periódico árabe Al-Hayat en Londres, que señala, aunque de forma algo superficial, todo este aspecto:

“El mundo islámico no ha logrado superar el trauma causado por el colonialismo. No ha podido aceptar las herramientas que ofrecía la modernidad por el mero hecho de que era el colonialismo el que se las había puesto al alcance. Su riqueza petrolífera ha permitido importar los bienes de consumo más caros, pero no han sido capaces de vencer la suspicacia ante los productos políticos e ideológicos venidos de fuera: la democracia, el secularismo, el estado regido por la ley, el principio de un sistema de derecho, y sobre todo, el concepto de la nación- estado, que se ha considerado una conspiración para fragmentar el viejo imperio del mundo islámico.

La reforma religiosa no ha salido adelante. El proyecto de Mamad Abdu de renovar el Islam, como Martín Lutero había reformado el cristianismo, terminó, al tiempo que el siglo XIX, en un estado de desconcierto que abrió la puerta a versiones más extremistas de la religión. Y lo principal: árabes y musulmanes no han resuelto jamás el asunto de la legitimidad política. En gran parte, los intelectuales árabes que deberían fomentar el cambio han fracasado en su tarea. En general, no se han despegado de la tradición tribal de defender “nuestras causas” frente al “enemigo”. Su prioridad no ha sido criticar las teribles deficiencias con las que viven, sino destacar constantemente su unidad. Y de esta forma están contribuyendo a su propio estereotipo antes de que lo haga cualquier adversario. Es en esa historia concreta y en esta cultura concreta y no en un supuesto choque de civilizaciones, donde se encuentran las raíces de nuestro desdichado presente”

Pero el fracaso es ante todo económico. Con o sin petróleo los países árabes de Oriente Próximo y del Magreb, no así los del Golfo Pérsico, siguen siendo pobres con tasas de paro altísimas, sin apenas servicios sociales por parte de estados frecuentemente corruptos y burocráticos que entorpecen la vida de sus ciudadanos. Sólo su índice de natalidad crece a buen ritmo.

De nuevo en esta región geográfica hay una excepción: Israel. Su P.I.B. rebasa al de todos sus vecinos árabes- 110.000 millones de dólares frente a los 92.500 millones de Egipto con 10 veces más de habitantes-, su renta per cápita ha superado a la de España y sus industrias punteras de alta tecnología compiten con éxito con las mejores de Europa y de EE.UU.

Entonces, una vez señalados los problemas internos de estas culturas/ naciones/ estados para abordar los cambios, ¿podemos decir entonces que todos los problemas que se acaban de comentar son exclusivamente debidos a razones atribuibles a ellos mismos? Evidentemente no. En todo esto hay un gran componente intencional de Occidente, y sobre todo de EE.UU., que induce a que esas dificultades no se superen e incluso, en algunos casos, lleguen a agravarse. La globalización, en términos económicos, se sostiene sobre un gran libre mercado que pretende ser mundial en el que las exportaciones y las transacciones de capital puedan ser rápidas y más fáciles de realizar. Sin embargo no parece que en el panorama internacional actual todos los Estados tengan en la práctica la misma libertad para participar en este mercado. Desde el momento en que las grandes organizaciones mundiales económicas, como el FMI, el Banco Mundial, etc., están dirigidas por determinados países, que son los de siempre, esta globalización económica produce un efecto de control de Occidente sobre un gran número de Estados. ¿Dónde acaba todo el capital producido de la riqueza petrolífera de estos países si al final, en muchos casos, siguen siendo de los más pobres del planeta? Todo este capital, en numerosas ocasiones, va a manos de personas de cierta relevancia política y con un grado de corrupción altísimo. Pero esto no es lo más importante. Lo más importante es que ese capital, acumulado en muy pocas manos, no se queda en el Estado productor de petróleo, sino que se transforma en inversiones en grandes empresas de Occidente. Este capital invertido en Occidente puede producir altos beneficios, pero aunque se beneficien unos pocos inversores, el Estado productor de petróleo acaba recibiendo una mínima parte. Si alguien piensa que esto es exclusivamente responsabilidad de los propios estados y de las personalidades corruptas que evaden el capital, creo que, cuanto menos, le falta por considerar en su análisis el factor intencional occidental. Aquí sólo se pretende hacer referencia a este hecho, pero no analizarlo.

Además del aspecto económico encontramos otros que interactúan con el mundo islámico. Estos otros factores son esencialmente de tipo social, pero debidos en su mayor parte a la interacción con los países occidentales que utilizan su hegemonía mundial y su poder de coacción. Dentro de este grupo podemos encontrar la parcialidad demostrada por EE.UU. hacia Israel y su cruel insistencia a que sigan adelante las sanciones contra Irak. Por otro lado, árabes y musulmanes tienen motivos para estar resentidos contra EE.UU.: a principio de los cincuenta, fue la CIA la que ayudó a derrocar al Gobierno electo de Irán para restaurar al Sha (curiosa forma de defender la democracia y la libertad fuera de sus fronteras). A finales de los ochenta, Estados Unidos dejó Afganistán en una situación caótica después de haberlo utilizado como campo de batalla contra los soviéticos. Y así podríamos seguir enumerando casos similares.

Con todo esto sólo pretendemos señalar que si queremos llegar a entender las causas de los horribles atentados del 11 de septiembre, no sólo hay que mirar hacia Oriente y quizás también debamos mirarnos un poco al ombligo para ser conscientes que, de alguna manera, la situación actual también es en parte producto del asedio al que estos países están sometidos (por parte de Occidente). Parece interesante en este momento citar un artículo del lingüista y crítico social Noam Chomsky:

“Los atentados han sido un regalo a la derecha dura, a quienes justifican el uso de la fuerza para extender su dominio y su control. Las acciones de EE.UU. servirán posiblemente para apretar el gatillo de más ataques como este, o incluso peores. Las perspectivas de futuro son más siniestras de lo que lo eran antes de las últimas atrocidades. Ante hechos como estos se puede intentar entender qué ha motivado a los autores de este crimen. Podemos elegir una senda diferente e intentar escuchar a Robert Fisk: -Esta no es la guerra de la democracia contra el terror. Esta es una cruel campaña contra un pueblo humillado y abatido-“

Si imaginamos la vida de un musulmán nacido en un Estado con conflictos, desde la niñez, creciendo en un mundo lleno de dificultades en el que la libertad y las oportunidades apenas existen y en la que no cabe esperanza alguna, podemos prever las conclusiones que sacará sobre el orden mundial si algún día llega (cosa muy poco probable) a recibir una formación universitaria. Resulta fácil pensar que considere responsable a EE.UU. de situaciones como la de Palestina y otras muchas y vea claro cómo diferentes naciones como esta, utilizan su potencial para mantener ese orden mundial sin que estos Estados puedan hacer lo más mínimo. Si unimos todo esto a los graves problemas internos que ya hemos comentado y a la particular cultura y religión que presentan, es fácil que una pregunta invada este argumento: ¿Qué pasaría si esa persona en un momento dado llega a poseer un gran potencial económico y un gran número de seguidores? Pues contemplando todas las posibilidades, no es difícil pensar que esa persona intente reaccionar ante los que sin lugar a dudas considerará sus enemigos. Además lo hará con las herramientas que estén a su alcance (y hoy en día estos estados no tienen la posibilidad remota de enfrentarse militarmente) sin reparar en las múltiples consecuencias. Esto es sólo una de las posibilidades posibles, pero hoy ya no es ni posible ni probable, sino que ha ocurrido, y esa persona se llama Osama Bin Laden. Cabe preguntarnos, por tanto, si también nosotros podemos hacer algo por evitar estos actos execrables en los que han muerto miles de personas y que carecen de todo sentido, aunque de todas formas, cuando ocurre algo así, no exista explicación posible y nadie pueda llegar a entender cómo alguien puede llegar a planificar algo tan inhumano e irracional como lo fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001.



BIBLIOGRAFÍA

Huntinghton, S.P.: “El choque de civilizaciones”. Buenos Aires, Paidós. 1997.
Sartori, G.: “La sociedad multiétnica, pluralismo, multiculturalismo y extranjeros”. 2001. Madrid, Taurus. 2001.
Martín Muñoz, Gema: “En contra de la confrontación Islam/Occidente” en VV.AA. Monográfico: El Islam y Occidente, Revista de Occidente, enero, n° 188.
Martín Muñoz, Gema: “El estado árabe (crisis de legitimidad y contestación islamista)”. Biblioteca del Islam contemporáneo. 1999.
Cesari, Jocelyne: “La reislamización de la inmigración musulmana en Europa” en VV.AA. Monográfico: El Islam y Occidente, Revista de Occidente, enero, n° 188.
Sami Naïr: “Islam, cuando la religión se hace ideología” en el Suplemento del País (14 de octubre de 2001).
Calvo Buezas, Tomás: “Inmigración y Racismo”.
-     Diario El País. Domingo 14 de octubre de 2001.
-     Diario El Mundo. Miércoles 31 de diciembre de 2001


(*) Eduardo Gómez Gibello es estudiante de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid

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