NOMADAS.6 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La lucha de clases en España: Transfiguraciones ideológicas
a través de la Religión, la Cultura y el Medio Ambiente
[Carlos J. Blanco Martín]

La caída del intelectual orgánico
El Magisterio de la Iglesia
El rebaño descarriado
España invertebrada y disociación en la médula
La intuición de las diferencias. Para una estética de los nacionalismos
El cáncer de nuestra Universidad
La falta de una cultura "propia"
La izquierda jurídica y el nuevo reformismo verde   Notas

La totalidad social es el resultado de la lucha de clases. Esta lucha se refracta al través de símbolos e instituciones que la formación histórica va secretando en su decurso. Lejos de interpretar esa secreción como un epifenómeno de los procesos productivos, siempre tomaremos conciencia de que pantallas tales son alzadas por necesidad para un adecuado cumplimiento de los requisitos que las fuerzas productivas deben realizar una vez que la tensión entre clases sociales no acaba rompiendo en confrontación social o dominación estable de la burguesía. Esta dominación no es un grado absoluto, y siempre que se da a lo largo de la historia la burguesía impone su dominio bajo una consabida alianza con fuerzas sociales subalternas. Así pues, la lucha de clases es abierta como resultado de una rotura de lazos que previamente se encontraban muy tirantes, y las alianzas sociales se hubieran aflojado a su vez. De acuerdo con esta manera de ver las cosas, la guerra de clases es eterna siempre que se haga el esfuerzo por verla latente y a una escala global.

Aplicando la doctrina marxista de la lucha de clases, debemos pasar al estudio de la patología social de la formación social española, como escenario concreto en el que se desarrolla esa sorda y refractada guerra de clases. Esta es una guerra civil y latente, en la que se da la curiosa circunstancia de que bandos enteros ignoran que están luchando y, en no pocas ocasiones ignoran por qué hacen lo que hacen.

La identificación de los dos grandes personajes del combate, proletariado y burguesía, se ha vuelto muy difícil desde los tiempos de la transición democrática. Enormes sectores del proletariado, una vez subidos los estándares de vida, olvidan para siempre su conciencia de clase y optan por la adaptación burguesa: esa utopía que se cumple sólo en la conciencia, de una generalización del modo de vida burgués. Los grupos sociales más desfavorecidos por los vertiginosos cambios de este cuarto de siglo último, sólo cobran conciencia de clase cuando la utopía –que sólo era una explotación soportable- les resulta arrebatada repentinamente con el cierre patronal y el ajuste de las plantillas. Existen ciertos fenómenos dignos de estudio, como el resurgir reivindicativo de las comarcas olvidadas (por ejemplo la consigna de "Teruel existe" y muchas otras) que expresan, cuando menos, la conciencia aumentada de la desigualdad geográfica y comarcal en colectivos ciudadanos que, curiosamente, apelan a la memoria y a una ontología de la mera existencia, como fundamento para las reclamaciones cívicas. De la exclusión de comunidades enteras de la Memoria Política habrá oportunidad de hablar en este trabajo. De los derechos de conservación, no ya de espacios naturales, sino de auténticos modos humanos de vida, no buenos o malos per se, sino sentidos fundamentalmente como propios, da ciertas claves de la nueva lucha de clases que se libra dentro del territorio estatal. Reconvertir comarcas enteras, de industriales en turísticas, o destruir de golpe y porrazo una fábrica emblemática en una ciudad acarrea costes morales, que se descubren siempre analizando –como contrafigura- argumentos justificadores de esa reconversión: desfase tecnológico, improductividad o falta de competitividad, carácter contaminante de ciertas industrias, tributos humanos en cuanto a riesgo laboral. El crecimiento del sentimiento comunitario, a propósito de industrias o bienes sentidos en el pueblo, la ciudad o la comarca, vividos como "nuestros" con independencia de la titularidad jurídica, es un rayo de esperanza en lo que se refiere al nuevo "calentamiento" de la conciencia de clase que, en su comunitarismo, pugna implícitamente contra las formas no sociales de economía y ataca la titularidad jurídica de las explotaciones.

Estaremos atentos a las diversas formas de reclamación cívica, como síntomas inconscientes (y de esta inconsciencia tiene mucha culpa la ciencia social académica) de las guerras sociales, que no son sino el motor de la historia, si bien al principio vienen luciendo el disfraz de meros conflictos "éticos", concernientes a la "injusticia" y al agravio comparativo.

En este trabajo hemos partido de una cuestión que debe llamar la atención de todo conocedor de la historia ¿Cómo la ciencia social se torna "peligrosa" repentinamente? Consecuentemente con el materialismo histórico, todo precedente de ciencia ideológica anterior a la guerra de clases declarada en el movimiento internacional de los trabajadores, si ha sido relevante, lo ha sido en cuanto ideología, y no en lo que hace a su potencia explicativa y comprensiva de la vida social. El derecho de la época renacentista y barroca, la economía fisiocrática del antiguo régimen, la economía propiamente "política" de los clásicos ingleses (Smith y Ricardo), han sido discursos y tradiciones pedagógicas que tuvieron su poder e influencia con vistas a un mayor reajuste y una ordenación de los procesos históricos dados en la base. Amplios sectores de la sociedad están "pidiendo" siempre un discurso cuya función no es exclusivamente legitimadora, sino que es el espejo de necesaria deformación que las clases sociales, y las fracciones de éstas, precisan para poder entenderse. Viene a ser, por implicación, un entendimiento del todo social en el que están jugando una partida económicamente significativa, pues para ello son clases sociales cuyas siluetas siempre vemos –ayer y hoy- recortadas al trasluz de la Producción. Las distintas clases sociales piden a gritos información, discursos perpetuadores, ordenadores y de legitimación, pues no pueden existir permanentemente en un estado de "materialidad pura". Cuando la escena está vacía, los actores trágicos se ven empujados a salir por la acción de poderosas fuerzas históricas (no sólo económicas). La ciencia social anterior al materialismo histórico se gestó en las cabezas y gabinetes de acomodados funcionarios, cuya unilateralidad a la hora de captar la Totalidad social nos parece hoy una cosa muy evidente. Los teólogos y juristas de la España Imperial venían formados por las sólidas tradiciones verbales y discursivas de la escolástica y el derecho romano y natural. Estas tradiciones académicas gravitaban, si quiera fuese por la inercia de las universidades europeas, en los primeros padres de la economía política. La más inmediata crítica de esta nueva ciencia fue, de la mano de Marx, el despojo de todo "naturalismo" y de cualquier género de "antropología filosófica" subyacentes en el estudio de la producción capitalista. Había que reclamar, dialécticamente, el carácter estrictamente político (y por ende, ideológico) de la economía para situarla entre las ciencias, como ciencia no pura sino intrínsecamente sesgada hacia la explotación del hombre por el hombre, verdadera fuente genérica de todas las demás explotaciones, incluyendo la dominación territorial, la explotación de la naturaleza, la dominación racial, sexual, etc.

Si estuviéramos dispuestos a creer en una racionalidad lineal, escrita a la manera de un silogismo, diríamos que una forma clásica de subvertir la ciencia social siempre será por medio de la obtención de conclusiones revolucionarias extraídas a partir de premisas materialistas. Pero el proceso de extracción de esas conclusiones se hace siempre desde un aquí y un ahora. El sujeto militante de esa investigación y acción debe saber que ambas se presentan muy entrelazadas en cada paso, y que siempre inicia su viaje penoso a partir de unas circunstancias muy concretas de tipo biográfico. El equivalente más aproximado a las premisas viene configurado en realidad por un entramado de círculos y anillos de prejuicio y educación. Para el materialismo histórico lo único verdaderamente importante es lo concreto, y pocas cosas existen en el universo con grado tan elevado de concreción como ese entramado de prejuicio y educación desde el cual todo el mundo se ve precipitado a la crítica y a la militancia. Todo instrumental de esquemas y abstracciones está al servicio de la salvación de esa concreción. Quien se salva es un yo, que vive como un tramo biográfico en el curso más general y heteróclito que se suele llamar Historia. Pero la biografía no es un segmento simple de los procesos históricos. Más bien acontece que la concreción individual es una asunción personal de procesos históricos, nunca vividos desde la perspectiva exclusiva de los ciclos económicos, sino más bien sentida a raíz de las resacas espirituales no siempre bien acopladas con ellos y que podemos denominar, para que todos nos entiendan, "crisis de valores". Desde presupuestos materialistas podemos, como sujetos conscientes y voluntariosos, producir a nuestro arbitrio muchas nuevas determinaciones en el seno de una totalidad social, pues vivimos inmersos en una especie de pecera colectiva de la que no nos es lícito escapar, pero en la cual sus aguas ciertamente pueden ser agitadas desde el exterior. La isla de Robinson ya sufre los efectos de la lluvia ácida y está plagada de emigrantes o turistas. En estas circunstancias que ya no sabemos si son todavía "posmodernas" nos las vemos con un materialismo "de derechas" que fabrica sin cesar toda clase de necios diagnósticos, cuyo efecto perverso en la formación continuada de conciencias revolucionarias no puede ser más denso y palpable. Ante estos dictámenes de la nueva derecha, entre cínicos y materialistas, nuestros artículos pretenden, acaso de forma fragmentaria, contrapesar --por medio del único y posible humanismo, el marxismo—y poner frente a las contradicciones agravadas del capitalismo tardío y depredador. Se conocen los antecedentes de este nuevo materialismo bien adaptado a las tardías peripecias del Capital. El falso materialismo es también una ideología, a veces lúgubre y victimista, pero no una ciencia, acaso una adjetivación de la ciencia que se encuentra a gusto siempre en una vieja visión burocrática y vacía de lo que podríamos llamar el "Sistematismo Muerto". Esta visión sistémica substituye la Totalidad Social, por una burocracia de subsistemas que, a la manera de oficinas y departamentos, se ven obligados a una cierta coordinación administrativa. En un sentido ontológico, este materialismo conservador se remonta al mecanicismo del barroco, cínica contrafigura del humanismo escolástico, y al materialismo unilateral del siglo de las luces. Prosigue en el mundo de hoy con el enfoque cientifista del determinismo. El hombre es una máquina automática, y la sociedad se acciona al través de resortes rígidos y preestablecidos. Pero ya en la misma Ilustración encontramos un materialismo más orgánico y sensual, donde la propia realidad material, y a fortiori social, está dotada de vida propia toda ella (Diderot). El materialismo conservador arrancaba de totalidades muertas, no vivas ni sensitivas, ajenas a toda intencionalidad. Como ideología social el materialismo así entendido puede ser mucho más peligroso que cualquier clase de idealismo, porque a fin de cuentas la materia vive su tranquila existencia genérica con independencia de las actuaciones o facultades que algunos de sus trozos, llámense sujetos, puedan poner en marcha. Si tales análisis son materialistas, además, sabemos que (a modo de manifestación ideológica) se tornan peligrosos, pues no huyen del mundo, más bien lo transforman por obra de la taxidermia y la desecación, pasos previos a la manipulación técnica y burócrata, siendo su objetivo último no otro que hallar una nueva síntesis acomodaticia. Su óptica se queda en el puro análisis destructivo, incapaz de alzarse a toda suerte de visión dialéctica. Sus hijos fueron muchos: corrientes del utilitarismo y del marginalismo, la filosofía lógico-positivista y el operacionalismo. Más recientemente podemos encontrar en las teorías de sistemas nuevos sucedáneos de holismo manipulador. Entre los idealistas –se supone que en el bando crítico de enfrente, por lo demás- también se cuentan los sonámbulos de la izquierda. El romanticismo fue en su día revolucionario, o mejor, inmediatamente revolucionario. Unos años después del Terror los afectados y los poetas convierten a ese mismo romanticismo en empalagoso confite y folletín. Hay materialismo "de derechas" para rato, regresivo, peligroso y útil para los tiempos nuevos, mientras la izquierda siga aferrada a la nueva parálisis del esteticismo y la moralina. Son estos, a pesar de los moralistas de la antiglobalización, los tiempos salvajes del liberalismo. Spencer fue un ejemplo de materialismo evolutivo de derechas. Existió también un materialismo orgánico, hoy vigente en la burocracia moderada, que hace bandera del Orden y Progreso (Comte), y, en general, hay todavía en la intelectualidad un estatalismo dogmático, ya venga justificado con verborrea hegeliana o stalinista. Todo el Estado aparece como un cuartel, que administra a la baqueta la naturaleza, sin pretensiones estéticas, y entonces las "leyes naturales" (necesarias) se substituyen por toques de corneta. Pero no hay que confundir nunca el materialismo con los necesitarismos. Todos los materialistas de derecha, así como la socialdemocracia clásica, gravitan hacia la idea de una necesidad irremisible de las cosas. En la historia, lo necesario se abre paso entre lo contingente y viceversa. El materialismo histórico, en realidad, consiste en analizar cómo la necesidad y la contingencia, ambas, se abren paso a codazos.

LA CAIDA DEL INTELECTUAL ORGANICO

La alternativa revolucionaria que venimos ofreciendo exige una consideración global de la formación social, sin que el afán de percibir totalidades, como proceso inherente a su crítica y demolición consciente, no entrañe compromiso alguno con las ideologías totalitarias que brevemente hemos enumerado. Para ello se requiere una crítica sintomatológica, libre y militante, que encuentre elementos señaladores (signos) y simbólicos, reveladores de auténtica patología cultural y civilizatoria. El gradual abandono de esa labor crítica es en parte culpable del actual estado catatónico de nuestras universidades, prensa, y literatura. Un enquistado individualismo, una necia falta de coligación entre nuestros intelectuales, son causa y efecto simultáneos de estos males de hoy en complicidad con las nuevas tendencias disgregadoras del capital. La caída del intelectual orgánico es un fenómeno aún no interpretado correctamente en la nueva sociedad de masas. Los aparatos propagandísticos del Estado pueden fichar en sus plantillas un elevado número de personajes con relieve social, que por una prima articulen los discursos. Mas cuando la palabra y el discurso sufren sus horas más bajas, a favor de la publicidad visual y el mercadeo de la erótica, ya ni siquiera hace falta una sólida nómina de intelectuales oficiales. Esta situación, lejos de dar alas y crear espacios para los intelectuales orgánicos de un partido revolucionario o, cuando menos, crítico, supone más bien su extinción paulatina, tras verse durante décadas atomizados y una vez que se ha ensordecido su público potencial.

Hay que desconfiar del intelectual que no asume, ni quiere tomar jamás las responsabilidades directamente políticas. A este político de la no-política, sin embargo, hoy le ponen micrófonos sin cesar, cámaras de TV, luz y taquígrafos. Este hombre ya no se dirige a las masas, no es hombre de partido, nada sabe de camaradería y, a la postre nunca formará parte del pueblo. Ni será un miembro de su "partido" ni tampoco se subirá a la Montaña cuando las circunstancias se pongan difíciles, bajo la forma de dilema. El dilema es la prueba de la historia obligando a los "personajes públicos" a meterse en harinas. El intelectual orgánico, en este sentido, lo es de la burguesía, por más que sus adornos intelectuales sean identificados con algunos de los tradicionales "ismos". Desde luego, la crisis de esa burguesía y de su modelo de estado coincide con la crisis de sus voceros. Muchas veces esos homúnculos que aspiran a su cuota de audiencia y de pantalla, son aupados por la voluntad de poder de una –pequeña--"burguesía radical", muy frecuente en otro tiempo en provincias periféricas que, al desconocer por completo el poder político real y las formas de tomarlo o repartirlo, prefiere el lenguaje de las conspiraciones. En esta fase infantil se quedaron los radicales al estilo decimonónico. Ni rojos, ni judíos, pero sí quizá un poco "masónicos" en algunas de sus prácticas y secretismos. Este tipo de gente retrasada ha sacado sus nociones históricas del siglo XIX y aún vive envuelto en ellas. Mientras tanto, les halaga ser considerados por el prójimo como una "avanzadilla", como una "contestación". Y urden y urden. En plenos de Ayuntamiento, en juntas de la Universidad, en gacetillas provincianas. Ese foro semioculto, ese bazar de influencias, se corresponde, mutatis mutandi, con lo que Gramsci denominaba "la botica".

En estos tiempos de contundente publicidad y galopante consumismo, el intelectual orgánico de todo signo tiene los días contados. Antaño representaba a una fracción lectora y un público semiculto. Hoy son tratados como payasos mudos: da lo mismo escuchar sus palabras o seguir al detalle las muecas y contorsiones.

Más adelante señalamos que este proceso de anonimato creciente y de gran ocultación de los intelectuales orgánicos, tanto los oficiales como revolucionarios, coincide punto por punto con la crisis general del sistema educativo. En la formación social española un nuevo encastillamiento hemos podido observar en las universidades, a las cuales vimos cerrar filas y ponerse en pie de guerra en un sentido corporativo, ante una tentativa legislativa contra sus feudos humanos. Un castillo de marfil, poblado por bárbaros especialistas, con acreditación para malvender sus escasa pericias a la patronal: en eso se está convirtiendo la Universidad. En ella ya no queda lugar ni siquiera para el ideólogo. Fuera del marfil no hay audiencia.

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Esa burguesía radical de la que brotaron ciertos ideólogos con su estela de audiencia asegurada, era a veces anticlerical y solía hacer gala verbal, incluso, de su condición de izquierdas. Pero ahora mismo se está dando una circunstancia curiosa. La Iglesia ha conseguido un grado mucho más elevado de infiltración social del que jamás hubiera logrado anteriormente en España, en exacta coincidencia con un declive de este viejo anticlericalismo. Si las cosas no le han ido mal en dos mil años, en este país, Dios Mediante, gozará de poder e influencia por otros dos mil más. Las voces, engañadas o engañosas, la autocomplacencia de izquierda, pronuncia su típico sermón: "la Iglesia ya no es lo que era". Así, durante la década socialista del "cambio", la vieja izquierda no obrera, sino intelectual y pequeño-burguesa, hacía ademanes de suficiencia al propagar a los cuatro vientos su materialismo ilustrado y laico. Los curas ya no son lo que eran... Pero la realidad es que los acuerdos han sido mantenidos y prorrogados. El estado español sigue costeando una inmensa red de centros privados católicos, y mantiene la enseñanza religiosa en los centros estatales. Los gobiernos socialistas fueron responsables de pasar de largo ante el problema nacional de la Iglesia, y los líderes de la izquierda oficial son los culpables por claudicar con incomprensible actitud timorata ante unas jerarquías eclesiales. Acaso sea un factor a tener en cuenta que gran parte de la izquierda moderada española se ha formado en las parroquias, más que en las fábricas. En la década de los 80 y 90 la Iglesia, amén de mantener su derecho de pernada en la vida escolar y, en general, académica, al tiempo conspiraron (¿acaso como amenaza por si sustento público falla?) contra el aparato estatal, amparando el nacionalismo regional más conservador y la ubicua reproducción de elites burguesas de signo reaccionario en todas las ciudades del país.

En este contexto de ausencia casi total de laicismo militante dentro del estado español, cabe entender la espinosa cuestión de las etiquetas y de los "ismos" a la hora de saber qué alternativas científico-ideológicas y filosóficas les caben a las izquierdas ateas y revolucionarias.

EL REBAÑO DESCARRIADO

Hoy asistimos a nuevas manifestaciones de lo que podríamos llamar la "conciencia cautiva", especialmente en relación con lo religioso y con el poder de los curas. Miremos, una vez más, en la dirección que más interesa en la prospectiva: la juventud. Estas generaciones reciben varias clases de influencias, falsamente dicotómicas, bajo el revestimiento de consignas breves, como si fuesen imperativos categóricos: no bebas, no te drogues…Sus antídotos respectivos, sus antitéticas pautas de vida: haz deporte, estudia para el futuro, apúntate a una ONG.

La presentación (ideológica) en forma de disyuntiva, es una grosera deformación, y pura falsedad con efectos disgregadores o, cuando menos, contraproducentes. Hay grados muy diversos de compatibilidad de actitudes y aficiones para cada persona. Además, existe el "efecto asno de Buridán": no hacer nada (por medio de una abstención, no realizar lo prohibido ni tampoco lo fomentado), y pocos jóvenes pueden optar por alguna salida original que se aparte –en grado también diverso—de la zona de obediencia a las consignas oficiales. La "codificación" de sus conductas es hoy lo verdaderamente importante, para que los movimientos juveniles, y sus cambios de tendencias no parezcan jamás opacos ni crípticos en una primera presentación, pues entonces el estado sólo conoce la respuesta represiva. Debemos tener en cuenta que estas codificaciones son ni más ni menos que los "tipos ideales". En el individuo corriente se mezcla de todo, y especialmente se cruzan los tipos abstractos de Apolo y Dyonisos. Pues bien, hay que relacionar la conciencia cautiva juvenil con las actitudes religiosas. El ascetismo oficial es neutro con respecto a la esfera tradicionalmente considerada "espiritual". Más bien responde al ideal estatalista de "cuerpos bellos y cabezas huecas". La oquedad no disminuye ni un punto, si se instruye a esa "hermosa máquina" con un mínimum de instrucciones morales. El autómata solidario, tolerante y democrático estará entonces en pleno funcionamiento. Educación y Propaganda le dan cuerda a esa manecilla, inmensa pero invisible, que muchos sujetos cargan a sus espaldas. Pero la Moral y la Etica que no salen de la Razón no son morales ni éticas. Se limitan a su condición de corpus inculcado, inoculado. La condición más semejante, para poder hacer una comparación legítima, entonces, no es otra que una infección vírica, una suerte de influencia. En esa imagen de transmisión vírica es en la que más a fondo han caído nuestros pedagogos oficiales a la hora de "prevenir" y "detectar" actitudes díscolas. Esa nueva burocracia del estado, formada por los educadores en moral y temas cívicos, transversales, conforman una especie de policía juvenil–por otra parte muy ineficaz—y un sucedáneo más o menos laico, pero no substitutivo de la parroquia sermoneadora, directamente pagada con las arcas públicas. Orientadores y educadores cívicos constituyen nuevas plagas a su vez

La Razón es un método, un camino indirecto. La educación no racional es una transmisión de imágenes, una especie de copia donde la variación sólo se parece al error (de transcripción), se identifica con él y ese error se interpreta como causa del cambio, un suceso debido al azar o a mecanismos extraños a la propia operación de copia. La educación no racional previene y ataja plagas cuando las quiere ver. La educación racional, en cambio, es un aspecto de la política y extraña a la propaganda. Aspecto éste que refleja momentos especiales, facetas clave en el sentido psicobiológico y generacional. Aparte de las consideraciones de edad, de construcción personal, existen las consideraciones de relación de jóvenes a mayores, no inmunes a la ideología y a la política, pues se ponen en juego valores. Los de viejos y jóvenes son papeles funcionales, que dependen de una situación histórica, la única que rellena un esquema de operación no saturado. Hay épocas en que son los viejos los que tienen un sentido más avanzado de la época, y no siempre el "culto a la juventud" –recurso tan usado en la ideología capitalista-- es de signo progresista (más bien, un mero halago engatusador). Por eso, una mezcla de protección excesiva y culto a la juventud es hoy perfectamente compatible con la más severa represión (penal, policial, política y reeducadora) con los muchachos que se obstinan en salirse del redil. Dicen los nuevos pedagogos que muchos de los chicos de hoy "lo tienen todo", y sin embargo, rechazan los valores que se les da y arrojan a la cara tan ilustradas enseñanzas. La nueva plaga de los expertos en valores es incapaz, no obstante, de ver que el problema es en su misma médula y raíz, un asunto político en todas sus dimensiones y éste consiste en la instalación de la Crisis de la Razón en nuestra civilización. Que a veces adultos inmaduros procrean niños que están de vuelta de todo, que los papeles (funcionales) de joven y viejo se pueden invertir y, en todo caso, trasmutar dialécticamente en el seno de una civilización degradada por la publicidad y la técnica, son asuntos que no penetran en sus mentes expertas en burocracia preventiva, incluso cuando las adornan con mil buenas intenciones

La publicidad entra ahora en escena como el elemento ideológico-productivo que más nos interesa en esta divagación. Y habrá que sacarle punta en cuanto a sus vínculos con la "conciencia religiosa".

La publicidad es inmanente al proceso productivo. Se trata de uno de los elementos superestructurales de más complicado desgaje hoy en día con respecto a los substratos productivos o "bases" materiales de una sociedad. Los simples anuncios o "avisos", que fueran apéndices o herramientas que ayudaban a un sistema de producción para el mercado, se han convertido en organismos rectores de la producción misma; ellos, por vía de envolvimiento, se identifican con ella, imprimiéndole formas, dotando a la base de determinación. Tenemos un claro ejemplo de identificacióndialéctica, un ejemplo notable de "desarrollo de las esencias". El propio despliegue (histórico, por ende) de la cosa implica que, en ciertas fases o momentos, un aspecto o atributo suyo acabe por "dominar" y "controlar" al sistema global esencial en curso de mutación.

Asumido esto, un análisis de las "formas" o la "estética" de la publicidad pudiera darnos claves de su relación con la conciencia religiosa. Síntomas: las denuncias de curas, obispos, advertencias de la conferencia episcopal. Dicen que la publicidad nos torna materialistas, consumistas, vanos y frívolos, etc. Pero al decir que la publicidad es anticristiana nos están señalando, de forma velada, que es un sistema que puede competir de algún modo con la religión, y desde un punto de vista comparado y pluralista podríamos considerarla como una suerte de religiosidad ella misma, que compite con las formas católicas, o que en su supuesta incompatibilidad hay elementos superestructurales comunes, etc.

Los análisis históricos de la Propaganda Católica, revelan cómo en nuestro siglo la creación por parte de la Iglesia de todo tipo de emisoras de radio, periódicos, centros académicos y asociaciones de propagadores, ha ido en explosión geométrica. Pero, junto a esas vías convencionales, el hecho de que muchos capitales estén jurídicamente en manos de personas próximas a asociaciones católicas, nos debería hacer pensar acerca de la posible orientación ideológica de los anuncios. Esto, como hipótesis, no puede resultar descabellado. A fin de cuentas los curas, como otros empresarios que forman su rebaño, tienen personal contratado, unos ingenieros de la estética, que se preocupan por encajar las manufacturas en la sociedad. O bien, pagan a agencias que, en el fondo, pueden seguir directrices de quien les apoya y estaríamos en las mismas circunstancias. Para demostrar la hipótesis podrían rastrearse temas significativos en la publicística: el papel de la familia, la imagen de la mujer, el formato monogámico y matrimonial de las relaciones de pareja, etc.

Aquí pueden realizarse, también, experimentos mentales, aproximaciones etic por exceso. He aquí una caricatura de esas aproximaciones.

Unos marcianos toman fotografías de una ciudad en la que se produce diariamente un apretado tráfico de vehículos. El marciano "antropólogo" (en un sentido externalista, muy semejante a "entomólogo") analizará la estructura de esos carros autopropulsados de cuatro ruedas. El número cinco de las plazas (el más frecuente en los "turismos", que a su vez son los vehículos más numerosos) tiene todo el aspecto de un esquema, de una relación invariable que significa algo por encima del número real de ocupantes en cada caso o como promedio: significa profundamente algo así como "la cuantía de una unidad familiar máxima en el capitalismo del siglo XX". El tipo de unidad familiar que es una estructura o condición constante en cierta fase del capitalismo, la célula biosocial: producción, reproducción, consumo.

Como programa de investigaciones críticas, además, podemos observar que la Totalidad Social, si bien ha de ser esquematizada económicamente por un modo de producción que domina, es al mismo tiempo, una especie de cebolla de múltiples estratos, antiguos y modernos, que se las arreglan para congeniar en las más variadas situaciones. Y así como en la más galopante globalización, mundo cibernético y de alta tecnología, coexisten residuos esclavistas y clientelas que renacen en nuevas formas por doquier, otro tanto debemos advertir con elementos superestructurales de contundente realidad y efectividad, a saber, las nuevas burocracias pedagógicas, eróticas y estéticas, cuya realidad sin embargo brota, como la savia ascendente a partir de la raíz de un árbol, y este es el bien arraigado modo capitalista de producción.

ESPAÑA INVERTEBRADA Y DISOCIACION EN LA MEDULA

Cuando los socialistas alcanzaron el poder en España en los años 80, ellos mismos se presentaron como abanderados del progreso, o más bien, como los portadores de unas esencias modernizadoras que designaron bajo un término tan simple, pero dotado al parecer de efectos mágicos: fue el de cambio. Tal cambio se propulsó desde un fuerte aparato mediático clásico, como fueron ciertos periódicos, editoriales y en general, conglomerados de intereses financieros. Una sólida alianza de banqueros e intelectuales orgánicos (también en su sentido más clásico) monopolizó las expectativas de un electorado que, sólo en forma parcial, era proletario en su situación económico-social. Ese cambio, en determinados contextos también se denominó europeización. Se daba por supuesto que España llevaba siglos al margen de Europa. Las generaciones que vivieron la llegada al poder de unos "izquierdistas" por vez primera desde los tiempos de la República, no pretendieron investigar con detenimiento la historia de España. En la misma onda del "punto final" que se conoció en Sudamérica, en la larga transición española hubo de perdonarse a la iglesia su largo historial de crímenes y connivencias con el régimen franquista. Bastaba con pensar en los recientes 40 años de franquismo para recordar los años tristes de aislamientos y retraso. Es evidente que el régimen de Franco fue una isla política. Pero la pretensión europeizadora, en la que se empeñaban, persiste ahora en los dos grandes partidos por igual, conservadores y socialistas, aunque viene de atrás, de los tiempos anteriores a la República. La retórica, que no ya la ideología, de los políticos actuales procede del funesto 1898. Y la misma jerga, un discurso sobre el crecimiento e integración en las estructuras europeas, es compartida por los grandes partidos. Fue fosilizada la ideología "regeneracionista" de principios de siglo XX, en sus afanes europeizadores, pero ahora se pedía que tuviera lugar a costa de lo que hiciera falta. Como la otra cara de la misma moneda, resultó un fósil de negras consecuencias con todo su nacionalismo español (supuestamente inspirado en la mítica Castilla, ahora despoblada e inerme, que un día dio su sangre por el proyecto llamado España). A falta de sólido folklore, que la desertización general de la vida se habría tragado, se encontró en el folklore meridional (andaluz, principalmente) esa proyección de unas esencias más alegres y festivas que a la Castilla misma, interior, católica y austera, le faltaban. Lo sureño como proyección alegre de Castilla, cambiado el acento, ahora colorista y festivo, se manifestó como símbolo de lo español, y este géenro de ehibición fue a cargo de no pocos intelectuales conscientemente historicistas y estetizantes.

La contrafigura de la austeridad castellana, verdadero mito de escritores, es la pobreza y el atraso. El arcaísmo de sus formas, tanto comunitarias como políticas, no es incompatible con una desarreglada rendición ante lo nuevo, incluyendo las formas capitalistas de ultraganancia por medio del secuestro de emigrantes y su explotación al viejo estilo coactivo y esclavista, mucho más visible al Sur de la península. Es esa acumulación de objetos suntuarios, como coches caros, oro y joyas y otros caprichos concentrados en algunas pocas manos individuales resulta hoy, como lo fuera ayer, perfectamente compatible con la permanencia mísera de esos nuevos ricos en villorrios de tapial, adobe, etc. muchos de ellos carentes de higiene, luz y alcantarillado públicos hasta no hace mucho. La ausencia hispana de sentido comunitario y el regusto por lo arcaico, es compatible con la desertizadora y unilateral "modernidad" de muchas de las comunidades mesetarias que, más allá de las procesiones de penitentes, las sólidas iglesias-fortalezas y de una cierta iconografía barroca (ciertamente "moderna" en el sentido historiográfico del arte), viven como en un ayer perpetuo.

"...resulta fácil ver que el ritmo de la vida popular en Castilla ha sido bastante diferente al propio de Vasconia, León o la Montaña. No ha existido aquí una continuidad armónica, y los hechos políticos han ejercido acción avasalladora sobre el campo. El poder de los reyes y de la aristocracia y las contiendas entre ambas fuerzas, el descubrimiento y conquista de América, han sido factores que contribuyeron a depauperar sucesivamente la economía rural. La universalidad de su idioma, frente a los de la periferia, se funda sobre la base de su carácter de lengua oficial. Lengua hablada y escrita por vascos, gallegos y asturianos tanto como por castellanos propiamente dichos. Se ha hablado mucho, en consecuencia, de la modernidad de Castilla frente a León o Galicia. Puede que esto lingüísticamente sea verdad. Pero desde otros puntos de vista podríamos hablar de su desequilibrio, de la falta de compenetración de los elementos modernos y los antiguos en su vida cultural, social y económica. No hay zona de España, en efecto, que de un lado, se muestre tan chapada a la antigua y, de otro, sea tan dada a aceptar pasivamente todo lo moderno" (1).

Asímismo, la falta de industria en estos inmensos páramos despoblados, viene de muy atrás, y sólo la acción centralista (ya no sólo en el sentido estatal, sino que ahora se debe incluir el dirigismo de las capitales autonómicas) es capaz de sacar de su torpor a un mundo rural que, desde el Renacimiento, al menos, viene sufriendo la acción disgregadora de la alta política. Casi todo asomo de iniciativa e industriosidad es severamente condenado por las nuevas autoridades caciquiles, cuando aparece éste al margen de su tutela. Y lo que se pretende hacer pasar por desarrollo y lucro, no son sino formas veladas de inmoralidad, a saber, fraude a las subvenciones estatales y europeas, compraventa de privilegios, tráfico de favores e influencias:

"Todos los arbitristas y economistas españoles de siglos pasados clamaron contra la falta de propiedad libre y contra las cargas a que estaba sometido el agricultor; pero también se lamentan de la cantidad de empleados municipales y del Estado que había sin producir gran cosa, así como la falta de sentido industrial, de la mendicidad y la vagabundez de los habitantes de la Meseta. Menéndez Pelayo, (...), tuvo la ocurrencia de decir que la sociedad del siglo XVII podía definirse como una "democracia frailuna". Indudablemente que existían dentro de ella muchos de los defectos que hoy día comúnmente se atribuyen por las gentes de espíritu individualista a las sociedades orientadas en un sentido estatal que tienden a lo que hace años se llamó "empleomanía" y, hoy, "enchufismo". En España no podemos asegurar que la administración de la riqueza hecha por entidades colectivas haya sido mejor que la de familias o individuos; pero sean propietarios o sean burócratas del Estado los que administren la riqueza y el trabajo, las desigualdades ofensivas no desaparecerán si los administradores no se hallan dominados por un criterio de moralidad superior. El problema, sobre todo, es moral. La idea de la casta, de la jerarquización económica, puede subsistir a través de revoluciones y cambios, (...)"(2)

La división entre hermanos y vecinos, que calle a calle y puerta a puerta brotara en su expresión más sangrienta en tiempos de la Inquisición y de Guerra Civil, se readapta ahora con el "problema nacional" en términos de desequilibrio e iniquidad interregional. El papel mediador que la Iglesia sigue manteniendo es decisivo, y para ello piénsese en su obstinada esencia universal (supranacional) por más que la Unidad Europea o los nuevos megaestados rivalicen con ella en cuanto a dimensiones y poderes absorbentes. El nunca contrarrestado protagonismo de la Iglesia en la vida civil española es el verdadero responsable de la "invertebración" nacional, y en buena parte le corresponde su responsabilidad, de efectos irreversibles: legitima los separatismos y los nacionalismos. Metida en el tuétano fue su acción hasta hoy en el mundo rural y en las ciudades no industrializadas, allí el ánimo consciente de una dualidad entre "rojos" y "verdaderos españoles", lo ha causado en buena parte la Iglesia. En general, procede de una inquisitorial y barroca separación entre dos categorías de individuos, los "nuestros" y "ajenos", negra nube que no se ha desvanecido hasta el presente, aunque puede regresar con renovada fuerza, cambiada su faz.

La mayoría de esos intelectuales que se educaron con los tibios proyectos de regeneración, cuando viajaban a París, al extranjero, se sintió provinciana y buscaron en la provincia una identidad nacional española. Pero el gusto por lo morisco, lo andaluz, la copla o la jota, el vino tinto con jamón, la paella o el trabuco, la guitarra y la navaja, llevaba explorándose por espacio de más de dos siglos por obra de otros hermanos de casta, también artistas e intelectuales, franceses, alemanes o británicos. Estos, románticamente, habían descrito España a raíz de ciertas imágenes y estereotipos igualmente extraídos de la provincia; la parte de la provincia más puramente literaria, aquella provincia más desemejante con su Francia, su Alemania, su Inglaterra. La más exótica y agreste, la salvajemente ibérica (tauromaquia, duelo de sangre, gitanería, luto católico). Fue así que creíamos los tópicos que otros hicieron para los españoles, y nos vestimos con los trajes y el tipismo que para los españoles fabricaron una elite de folkloristas nacionales, a su vez herederos del romanticismo e historicismo que sus hermanos encontraron en la literatura o en legendarias crónicas de viaje hechas en el siglo XIX. Es así como la literatura y los grabados pasados de moda llegan a hacerse realidad, y nos ponemos de faralaes y de toreros, como los españolitos de Bien Venido Mr. Marshall, para recibir al extranjero. Pero no sólo recibimos a personas de otros países de esa guisa, recibimos los propios tópicos, y los hacemos nuestros. La incapacidad para unificar tópicos y hacerlos más reales, o elaborar estéticas nacionales creíbles, se ha debido a la labor previa, absolutamente disociativa, y tibetanizadora que la Iglesia ha instaurado –una vez cerrados los Pirineos--desde el siglo de Oro, entre dos grupos de individuos, puros e impuros, dualidad comprensible en el notable sentido judaico que A. Castro detectó en sus días.

Si de forma larvada la dualidad de la sangre se entendió ya en un sentido histórico-territorial, pues el Norte habría de estar menos contaminado de sangre hebrea y mora, así desde el s.XV, la acción pedagógico-punitiva de la Iglesia supuso una verdadera apropiación de la clave de separación. La sociedad se cerró en cada pueblo y comunidad, y allí hubo de sufrir una feroz dinámica de denuncias y separaciones entre los individuos que más cerca convivían. Con la imparable maquinaria católica, no nacional sino (valga la redundancia) universal, no fue posible gestar comunidad, con la salvedad de zonas agrestes y muy alejadas de los centros de decisión, donde pervivían lazos muy remotos, más fuertes y tardopaganos, o al menos escasamente tutelados por los clérigos

Sería cosa curiosa investigar cómo, antes del auge del romanticismo y del historicismo en Europa, y su sartal de mentiras, disfraces y tópicos, la imagen que daban los españoles era más bien heterogénea amén de esa presencia de la austeridad castellana, la severidad de trato que se otorgaban unos a otros, cierta crueldad y frialdad, poco dados a la fiesta y más bien resguardados dentro de una fortaleza interior. El franquismo exaltó ese tipismo alegre, digamos "andaluz", junto al estereotipo adusto, para mayor desgracia de los andaluces mismos y de su propia identidad reivindicada (como bien señala el arabista Serafín Fanjul) con el fin de aumentar la entrada de divisas. Todavía está en activo (a la fecha de redacción de este artículo) Manuel Fraga, y podríamos preguntarle lo que hizo su ministerio (Información y Turismo). Esas playas destruidas por la venta fácil del sol, y la infamante apertura a los bikinis de las suecas, de la que el cine de hace décadas –la "españolada"- es un imprescindible testigo. Recordemos asimismo cómo los fastos del 92 se situaron en íntima conexión con la precedente imagen tipista, andaluza, quizá algo más estilizada que la ofrecida por los franquistas, pero con un olor semejante a chorizo, ajos, pescaíto frito... El nacionalismo español está hecho con imágenes de collage pegadas con cola. Todos los demás nacionalismos creados por medio de campaña institucional o carentes de base emancipadora son prefabricados en el mismo grado. Este al que me refiero, como las variantes más folkloristas nacidas a escala regional, se ha hecho fundamentalmente con material estético. Son una estética. Es la misma estética objetiva de la epidermis hispánica aquella que los nuevos nacionalismos periféricos alzan contra la suya propia, contra su "hecho diferencial" igualmente epidérmico. El miedo al nacionalismo se mete en el tuétano de quien carece de comunidad como no sea la de una España imaginada, auténtica comunidad imaginada para todo aquel que ha observado que carece de un "hecho diferencial" que le otorgue dignidad y distinción. Pero la acentuación y el énfasis de todo "hecho" distintivo para desgajarse también cae fácilmente en un desgarro imaginario: voluntarismo separatista que incluye el cruel desprecio por el otro.

La tragedia es una expresión emocional de la dialéctica. En este sentido, podemos rastrear una historia de los tópicos, casi siempre fabricados por otros, asumidos en el interior, y convertidos en arma arrojadiza para los de dentro, entre los de dentro. La dialéctica de opuestos es la historia misma. La historia de las comunidades ibéricas expresa un proceso de intuición de diferencias, que la propia historia desvertebradora experimentada nada menos que desde los tiempos de la Reconquista, ha ido preparando por medio de conceptos y formas cuyo sentido es siempre funcional. Resultan útiles o adecuados para éste o aquel proceso de "acusación" de diferencias. La acusación inicialmente gestada puede parecer una "exageración" en el sentido modal. Pero faltando a los modales, se pueden incoar los movimientos divergentes oportunos al caso, que en sí mismos también se muestran dialécticos a lo largo de la historia, como juegos de acción y reacción, que en este caso ilustran la lucha histórica entre centro y periferias.

LA INTUICION DE LAS DIFERENCIAS. PARA UNA ESTETICA DE LOS NACIONALISMOS

Tal dialéctica, más allá de los análisis fríos de la economía política, tiene visos abundantes de ser emocional y estética en su índole más profunda. Se resiste a las puras consideraciones lógicas y éticas (que también la ética es un saber racional). Por eso se trata de una dialéctica no ya directamente concernida a esencias, sino más bien orientada a la construcción (voluntarista y emocional) de dichas esencias. En este sentido, parece fundamental rehabilitar una teoría operacional de las descripciones. Es urgente extraerla y abrazarla más allá de las meras fases creativas, y hacerla compatible con una ciencia social ideológica que, al estar al servicio de intereses emancipatorios, rescate a los pueblos de sus propias descripciones, las recibidas de propios y foráneos, y especialmente de intelectuales o pensadores a sueldo.

El novelista, en sus descripciones, podría estar emparentado con el científico social, pues éste como aquel, labra sobre materiales estéticos. Estos, son la materia misma por relación a quien describe, que al tiempo interpreta, segmenta, reúne y realiza las operaciones lógicas. En esta índole de sujetos activos se reúnen los elementos de interpretación y construcción, fundidos en operaciones básicas que podemos llamar descriptivas. Así tenemos que la descripción pura es una ficción utópica, como la experiencia que suponemos le sirve de base, no ya solo porque al hacerla suya ya selecciona en un campo, o en un segmento de experiencia. La experiencia en sí misma no es pasiva y cuando se dice que es "vivida" habrá que decir que es "actuada", y no rebobinada o sometida a transcripción fotográfica.

El literato también es activo no por ordenación y selección de un escaparate ante sí existente. El observador literario hace más que proyectar categorías que refinan su mirada. Toda descripción es mucho más que todo eso. Las piezas que recorta ya vivían consigo antes de las experiencias, por supuesto, antes de las operaciones de recorte. Y después estas formaciones crecen y cobran nuevas formas de vida al habitar en nuevos ambientes. Si existieran tales cosas como "pedazos de experiencia", éstos tendrían que ser pensados quizá como animalículos que evolucionan desde nuestro parto y constitución como personas y cobran aspectos diferentes, crecen, se multiplican se adaptan, etc., ante los nuevos datos conocidos. La llamada realidad a describir no sería más que un espacio de operaciones (algunas de ellas ejerciendo funciones selectivas, análogas a las de la selección natural, sólo que ahora funcionan a escala del individuo) de los muy diversos vivientes que habitan con nosotros desde el parto (sino antes). Esos vivientes de experiencia no pueden ser pensados en términos de unidades discretas: son orgánicamente uno con la totalidad llamada organismo y persona. Se transforman en el tiempo (evolucionan), se multiplican como miembros que son de especies y de clases, pero también hay transiciones y parentescos entre las tipologías empíricas. No vivirían sin ambiente, y el ambiente no existiría (vale decir, no se conocería, no se experimentaría) sin ellos. Quizá se pueda decir que son formaciones fenoménicas sometidas a selección vital, con múltiples posibilidades de correspondencias y analogías entre ellas.

Que las descripciones de vivencias, siendo única cada una, al mismo tiempo puedan compartirse, homologarse y formar parte de tipos y géneros, habla en favor de un realismo posible y deseable en la literatura tanto como en la ciencia social, un nuevo realismo extraño al naturalismo positivista del XIX. Se trata de un realismo dialéctico, operatorio, en el que se toma como objetivo alcanzar una superposición entre tus operaciones y las mías, así como entre las operaciones de cualquier sujeto que hubiera transcurrido por trances similares. Más que una experiencia "interna", o una conducta "pública", lo que habría que superponer (para llegar a la Verdad o, en la ficción, al caso de un divertido "¡es verdad!") equivale a hablar de un circuito entero que va desde las impresiones hasta las acciones, sin olvidarse de las interacciones orgánicas. Esos bloques de experiencia son orgánicos. Si los cortas, sangran. Pongamos ejemplos: El desánimo cuando ves que trabajas duro y no cobras, que los años mozos se te van en la cola del paro, la mitología de un mundo universitario en el limbo, ajeno a la anomia y vulgaridad generales de la vida, las caídas en la escala social, o la emigración... todos ellos pueden ser bloques de vivencia que, lejos de atrancarse en las entrañas de un sujeto descriptor, reactúan como toques de campana y cajas de resonancia ante lo nuevo y lo por venir. El único bloque de experiencia fiable es el que te proporciona el bulto de tu cuerpo, tu faz reconocible como persona, más toda esa caja de resonancia de donde vienes y por lo que has pasado. Pero cuando existe poca exploración personal, poca operatoria científica y fenomenológica contigo mismo, lo que hay es poco más que el "sudor humano", la congenialidad, la red simbólica de interacciones epidérmicas. Ignoramos dónde se quedará agazapada nuestra capacidad exploratoria (ya se sabe, al mismo tiempo interna y externa, puesto que - en el fondo, la experiencia- es orgánica, sanguinolenta). Una vida que no implique la exploración de uno mismo no merece ser vivida. Pero uno mismo es –estéticamente- todo.

Intentemos ahora combinar este método de descripción con el materialismo dialéctico. Introduzcamos en nuestra sala de disecciones los difusos seres de la experiencia, que ciertamente se gestan en cada sujeto, con las categorías de análisis racional que heredamos del materialismo histórico para penetrar en el fondo de la formación social del Estado Español.

La estética fragmentaria y rupturista, la absoluta falta de comunidad en todo lo largo y ancho del estado español, es consecuencia directa de nuestra secular falta de laicismo, que a su vez se complica con la crisis nunca superada de nuestras instituciones educativas

EL CANCER DE NUESTRA UNIVERSIDAD

El problema de España no es ajeno al problema de la Universidad. La cuestión encaminada a resolver su función o cometido pasa por rehabilitar una teoría de las elites. Dice Gramsci: la peor situación histórica se da cuando lo viejo no se acaba de morir y lo nuevo no termina de salir a la luz. O sea, el problema de España, amén de su falta de laicismo es: el franquismo sociológico. En Europa decían que la Inquisición española seleccionó a lo mejores... para acabar con ellos. Así quedaron instaladas en su inercia las estirpes más acomodaticias, mediocres, reptantes, serviles, limitadas. El franquismo, tras años de caciquismo y represión, hizo el resto.

En esta institución ha primado la ley de la descualificación planificada. Según reza esta ley, el sistema capitalista no debe permitir que el vértice superior de la pirámide cultural-formativa se incremente en porcentaje hasta un punto tal que la figura de pirámide se llegue a transformar en un cuadrado o en algún otro polígono. Los conocimientos son objeto de cuantificación mercantil en su valor marginal. La situación relativa de un porcentaje privilegiado de la sociedad debió mantenerse a costa de una bajada generalizada en las capacidades de una gran masa social, de origen rural u obrero que, por primera vez en la historia, arribaba a la cota de los estudios superiores cumpliéndose así en el Estado la posibilidad formal de darles titulación. Esto se hizo a costa de la descualificación necesaria, proceso que hacía falta para mantener el prestigio y valor de ciertas titulaciones y los centros de elite. Tras un incremento demográfico desmesurado de las universidades, y tras los primeros conatos democratizadores de esa institución, se observó por doquier el proceso mafioso de configurar cotos cerrados, cerrar filas de influencia o familias de avenencias y líneas fronterizas de enemistad. Tales procesos ocurrieron siempre a espaldas del "proletariado universitario" al que, siempre y en todo momento, se le ha estampado en la frente el mensaje de "¡Vosotros estáis aquí de paso!" "¡Obtened vuestro título si podéis y abrid paso!" Precisamente, como la situación familiar de partida es siempre tan diversa en lo que hace a recursos económicos e influencias de cara al futuro profesional, las expectativas de los jóvenes universitarios condicionan las elecciones de las carreras, la intensidad de los estudios, la posibilidad de un postgrado, la simultaneidad con ciertos trabajos, etc. En este respecto, una combinación de secretismo, intercambio de favores y fidelidad jerárquica al cacique académico, hacen que, tras una espesa selva burocrática, la mediocre universidad española sea el estímulo inercial más fundamental para la perpetuación de la mediocridad general de su vida social. Las savias más fuertes y reivindicativas de la juventud obrera y rural, así como la mayoría de los talentos intelectuales más prometedores de cada promoción (ya fuere cualquiera su extracción social) han sido sistemáticamente eliminados por criterios selectivamente eficaces, pues la mediocridad sólo es perfecta cuando opera en provecho de su propia perpetuación. La docilidad y pleitesía, así como la fiel pauta y copiado de las líneas y dictados imperantes en cada departamento, constituyen criterios fundamentales para el reclutamiento del profesorado y la subasta de becarios. En tales condiciones, la consigna de "!Muérase la inteligencia!" impera en las más variadas facultades y escuelas superiores. Es una patología propiamente institucional.

Añádase a esto la falta absoluta de aprecio por la labor, a veces muy meritoria, de la juventud estudiosa y cultivada cuando, la margen de los santones y cauces oficiales de la ciencia y la academia, optan por trabar iniciativas cívicas, artísticas, culturales, o de reivindicación. Paremos un momento en el intolerable desamparo en que se ve envuelto el universitario que después accede a la enseñanza en colegios e institutos, privado de la actualización y el sostén necesarios para él, docente que en su condición de universitario eterno, pueda servir de vehículo transmisor de conocimientos a los más jóvenes de la sociedad, al mismo pueblo. Pensemos en el culto de la Universidad a los especialismos barbarizantes. El ineficaz sometimiento de la institución a las demandas empresariales, vendiendo conocimientos y sabios al mejor postor que, por su parte, reacciona no con ánimo de compra e inversión, sino con voluntad caritativa de ofrecer limosnas. También reparemos en la descarada connivencia de la Institución con los grandes partidos políticos, cuyos peones, alfiles y cabezas usan a su antojo. El presente bipartidismo nacional resulta excluyente de la "universidad" que, como dice el nombre, debería acoger todo lo que cabe en el firmamento del hombre.

Con todas estas denuncias que pueden caer legítimamente sobre un búnker tan putrefacto, el proceso de descualificación planificada podría parecer un síntoma menor dentro de una patología generalizada. Pero no nos engañemos. Mientras que la afluencia masiva de las clases populares a la universidad podría haber logrado de una vez por todas el aumento del nivel cultural y, consecuentemente, el aumento irreversible de la conciencia crítica de una juventud preparada para plantar cara a los poderes en demanda de sus necesidades. Y entre los poderes figura la Institución misma. Lejos de ello, a partir de la década de los 80 una gran masa, deseosa de salir de los niveles de que habían partido sus padres, optó por formarse y adquirir títulos que, lejos de representar a ciencias o saberes per se, eran más bien diplomas escuelas de formación profesional o de negocios, que incluso proliferaron en las ramas de las antiguas Humanidades, cuyo currículum siempre es susceptible de una interpretación tecnoburocrática (así en Sociología, Economía, Psicología, Pedagogía, etc.). Esta gran masa recibe desde el primer día de clase un auténtico bombardeo emocional en torno al perfil deseado de un "profesional", nunca un sabio. El bombardeo tiene que ver con la diferencial oportunidad de enrolarse en las filas de una empresa, en las turbinas de un mercado laboral... o en las colas del paro. Este adiestramiento emocional convierte al universitario, en rápido trayecto, en todo un "trabajador cualificado", nunca un científico social o natural, nunca un sabio, jamás un conocedor. Esta vocación inquebrantable del estudiante como empleado colaborador del patrono emponzoña a la universidad desde su misma raíz. Sus profesores, un lavado de cerebro, un chantaje empresarial, así como el plan de estudios, logran encauzar el temor ante el futuro, suyo y de sus padres, el miedo al desempleo. Una brutal invasión de la estadística y otra matemática sin venir a cuento, amén de asignaturas incrustadas ad hoc para perfilar al futuro empleado cualificado desvirtúan o privan de todo sentido epistémico y formativo a las carreras, y exigen sumisión irresponsable de la masa estudiantil a una incomprendida Lógica del Mercado, la cual dicta un futuro, como una diosa que se vislumbra implacable. Lograda la adhesión del joven a ese proyecto de empleado, ya sea de la administración o del patrono, el resto es pan comido: los sacrificios derivados del estudio, si no logran satisfacer su intelecto (si es que alguien en su rareza inicial buscaba ese tipo de cultivo) al menos producen la satisfacción profesionalizadora. Tal ilusión reza como sigue: "pronto seré un profesional". " Muy pronto ganaré un sueldo". La sumisión de esas masas fue lograda, aunque la Lógica del Mercado va dejando a muchos en la cuneta, o los frustra hasta lo eterno en bajos y precarios puestos de trabajo. Pero la universidad que tan patéticamente ha reivindicado por su autonomía, manipulando a estudiantes que ignoran el fraude y la ruina que se ciernen por encima de todos ellos, ya no es otra cosa que una mediocre escuela profesional.

Pero aquí una ley dialéctica se nos impone. El empleado cualificado ya no puede aspirar, si quiera, a superar al sabio descualificado. Un mono inteligente sigue siendo un mono. Un hombre degradado, ni es hombre ni llega al nivel del mono.

La degradación del universitario forma parte del proceso más general de la expropiación que toda la sociedad, a un nivel mundial, experimenta con respecto de sus propios saberes y sus técnicas. "Arráncales sus conocimientos, y les dominarás mejor", parece decirles a sus esbirros el implacable Capital. "Ten", nos dice la horrenda deidad, "estas treinta monedas me bastan para comprar tu memoria, el pasado de tus padres y de todos los tuyos". Una nueva nobleza de toga y diploma encerrará en sus arcones la sabiduría directa que tan sólo a un pueblo le corresponde. Estos escalafones intermedios, situados entre capital y trabajo, se tornan imprescindibles para que el vértice supremo se agudice en muchos grados, a saber, la concentración de recursos donde va incluida la apropiación de los conocimientos. Una comunidad expropiada de su propia cultura, por obra de instituciones mediadoras en ese hurto, sirve para que las vías de comunicación entre el trabajador y el conocimiento acaben en puntos muertos. La misma tecnología, como parte fundamental de ese conocimiento social, se convierte en mercancía (3).

La mercancía se manipula en territorios feudalizados y en lazos personales de lealtad. La meritocracia hispánica, siempre lánguida, se está muriendo. En ciertas zonas hay vieja tradición en estos usos y modos. Es así en la España rural, interior y gran parte de la mediterránea. Cabe incluir Galicia "caciquil" en gran medida. El terrateniente del agro, es al catedrático de turno, como el famélico recién llegado a la capital es al jornalero sumiso, que dobla su espalda y deja prestada su hembra. No podemos esperar nada de un país que no ha podido librarse de sus Borbones. Junto con ellos no hemos sabido expulsar a los señoritos ni a los caciques. El problema de España es su falta de reforma agraria, la destrucción secular de los mejores, la pérdida de su variedad social, su primitivismo ibérico salvaje, carente de toda sensibilidad. Las más altas cotas de titulación universitaria logradas en las últimas décadas, no forma más que un barniz superficial sobre fondo mugre.

La Universidad española es un conjunto de feudos parapetados sus elites tras la prodigiosa burocracia moderna. La burocracia que, para su lamento, no tuvieron los señoritos andaluces, los marquesitos con tierras en Extremadura, Castilla y La Mancha, y los traficantes de esclavos inmigrantes en el conjunto de territorios meridionales y mediterráneos donde hoy se concentran.

LA FALTA DE UNA CULTURA "PROPIA"

La Unidad de España está garantizada (a) por los militares y (b) por las gentes de buena voluntad. Es decir, en este segundo grupo, esos "santos inocentes" que lo mismo aran la tierra y van a la vendimia, que los "santos inocentes" que viajan en Metro y quieren una plaza en la Universidad, en la administración o dentro de un banco. Como carecen de "comunidad", la suya es la totalidad imaginada, esa España sin matices, uniforme. Detrás, de militares y de pobres diablos buenos, sin ofrecer si quiera su sangre, se ocultan los reaccionarios, los cobardes, aquellos que instigan el casticismo.

El nacionalismo español tiene fuentes germánicas y, para más señas, románticas(4). El historicismo propio de la idea del Imperio y la Unidad de Destino Universal. Integracionismo de lo plural, organicismo fascista. Todos los Unamunos, Ortegas, Maeztus, etc. podrían ser traducidos a un lenguaje nazi. La falange lo hizo. Historicismo que parte, muy a menudo, desde el siglo de Oro, soñando la recuperación del imperio perdido, la idea de Hispanidad, me duele España... Pero a los españoles les dolían los callos de tanto trabajar, así como el estómago de pura hambre.

Madrid es la esencia del estado español. No fue tanto una capital castellana como una concentración de poderes para mantener asimétricamente vinculadas a su "atracción" las regiones en el nuevo contexto de un estado absoluto. Es la capital de una corte que ha ido atrayendo a los servidores de esa corte (hoy incluimos a la vasta clase política) pero así mismo a todo un lumpen que huyó de la miseria y de la tiranía locales, para hallarla en nuevas formas: lazarillos y picaruelos, seres todos reptantes. Muchos (mal)viven del cuento. La abundancia relativa de sectores parasitarios (tanto entre los pudientes como de los llamados "muertos de hambre") ha dado pábulo a la imagen opresora de la capital, como atractor o agujero negro que dificultaba el desarrollo natural y armónico de las regiones.

Es verdad que los líderes burgueses del nacionalismo catalán y vasco sienten y demuestran de vez en cuando su racismo al tocar este resorte de imágenes y estereotipos. Pero en la Corte hay un odio correspondiente, centralista, que es el de la ignorancia. No dar aprecio, a quien se lo merece, parece peor que el odio sin más en cuanto al agravio ocasionado y sus consecuencias. Y en esas espirales de odio hay que comprender la polémica del nacionalismo.

Hay una revuelta, mal disimulada por los medios de masa, de la provincia frente al imperio. Ethnos frente a Polis. La cosa podría retraerse nada menos que a la historia de la expansión de Roma. Sorprende la civilización céltica: les faltó un Homero y un Hesíodo para luego desarrollar la filosofía. Tenían druidas, pero esos pitagóricos de aldea creían en el poder mágico (y por ende no generalizable) de la escritura. Les faltó la Polis, pero iban en camino hacia ella. El celtismo histórico representó la marginalidad ante el imperio. Fue una civilización ajena al imperialismo. No tuvo reparos en fundirse con distintos pueblos, pero nunca quiso erigir grandes órganos estatales. Los galos sí tuvieron grandes reyes en la época en que César luchó contra ellos. Pero es que un peligro externo amenazante, así lo fue Roma, suele forzar la unión de pueblos que antes eran de tendencia centrífuga. Tras la caída del imperio, el mundo céltico experimentó un hermoso renacimiento medieval temprano. Cuando en Roma apacentaban animales y bárbaros iletrados, los monjes irlandeses transcribían al latín todo su legado mitológico, hermanado en belleza y temática con el homérico (siglos VI y VII d N. E.). Bajo las legiones y el comercio latino, los celtas se aculturizaron un poco, como los indios de USA se aficionaron al whisky y se dejaron encerrar en reservas. Pero grandes zonas de Europa no se romanizaron hasta bien entrada la Edad Media, incluyendo Asturias, Cantabria y Euskadi. Y su renacer medieval consistió en un pacto de alianza con la romanidad cristiana, más que un sometimiento a la prédica o a la evangelización. Fueron druidas y bardos los que aprendieron latín en Irlanda y se vistieron con ropas de monje, por así decirlo. Otro tanto se pudiera decir del reino asturiano cuando se propuso la alianza con la cruz, y por ende con los monjes, como superestructura necesaria, pero ya poco latina, frente a los árabes. Los celtas que, una vez olvidado el imperio (pero también lejos de sus enemigos, los bárbaros germánicos), renacieron en las islas británicas, en Bretaña, y en mucha de la Europa marginal, sólo eran bárbaros para César o para otros escritores clásicos, en el sentido politico-lógico de "alteridad". Su civilización fue nacida en plena prehistoria, más antigua que la fundación de Roma y que el surgimiento de las poleis griegas. Y en esas fases arcaicas (por ejemplo, año 1000 a d. N. E.), eran muy similares a los arcaicos griegos y romanos. Y les sobrevivieron sin decadencia –prácticamente- hasta el renacimiento. Uno se asombra de su religión, casi platónico-pitagórica. Sus conexiones íntimas con la espiritualidad hindú o mazdeista. A fin de cuentas el tronco indoeuropeo no sólo va a ser una cuestión lingüística, sino una "actitud" de existencias remota en el pleno sentido de la palabra. Su expansividad, al tropezar con el Mediterráneo, fue su máxima torsión. Griegos y romanos arcaicos sólo fueron clásicos un instante fugaz, cuando todavía no eran imperio, sino comunidades guerreras y sólidamente puras, íntegras. Cuando hubo imperio (Alejandro, César) ya hubo decadencia. Y entonces la comunidad se disgrega: la explotación de pueblos enteros, la generalización del esclavismo: son estos los indicios.

Uno se pregunta entonces ¿qué es ser clásico? A veces hay que plantearse qué puede haber detrás de tantas reivindicaciones a favor del Mediterráneo clásico en muchos intelectuales. ¿Acaso detrás de la afición por helenos, romanos, habría una raciología, mezclada con una filosofía de la historia? Es quizá la otra cara de la moneda de la germanofilia, muy propia del romanticismo filosofante. La hermosa poesía de Hölderlin muestra a las claras esa fusión de helenismo y germanismo, por ejemplo. Después de admirar a Wagner, a Nietzsche, a Goethe, uno puede bajar al sol del Mare Nostrum y ver otras esencias (o acaso las mismas, "indoeuropeas") en Píndaro, Platón, Cicerón... Más bronceados éstos clásicos entre clásicos, y rancios, no como esos bárbaros germánicos del XIX, tan advenedizos al fin y al cabo...

Solución: salirse de la filosofía de la historia. Incluso la de los marxistas que disfrazan de ciencia un esquema que habla de precedentes, clasicismo en ciernes, cenit y decadencia, (más próximos en esto a Spengler que al propio Marx) y lo hacen siempre así, háblese de Grecia, del Imperio Español o de Alemania...

¿Cómo salirse? Puede que aplicando el método fenomenológico a las culturas históricas. Pensemos cómo eran los romanos en provincias. Ciudadanos (terratenientes) que explotaban a lugareños (esclavos o no) y que vivían del campo. Ciudadano fuera de su ciudad. Un título, este de ciudadano. En la Edad Media, con la mediación de los conceptos de sangre y linaje, se dirá "noble", "hidalgo"... Hoy, el lumpen madrileño, valenciano, barcelonés o de cualquier ciudad grande, quiere ser más cosmopolita que nadie. Pero muchas familias "bien" de la ciudad de toda la vida, sean o no marquesitos, ya no tienen tierras, ni dinero. Tienen su título de honor, no obstante. Y se quejan los ciudadanos de sus propios "invasores". En Madrid uno puede ser ciudadano en menos de una generación. Y el racismo se incuba en todo centralismo. Sucede que una capital centralista por necesidad no es más que el ojo del huracán de la "barbarie" y el agro destartalado, carente de vida. Como antaño Roma (¡oh Imperio, oh Civilización!) en las provincias explotables agrícolamente no fue romanización, sino administración de barbarie.

El estado español hereda estructuras mediterráneas de dominación muy antiguas que se perpetuaron sin discontinuidad a lo largo de los siglos. Y este estado que hoy analizamos no existe sin su capital. Madrid no es Castilla. Madrid despobló Castilla. Antes de los Austrias, todas las ciudades castellanas eran un antídoto contra el feudalismo, eran Cortes y comunidades ellas mismas, autónomas. Pero hacía falta una sola ciudad y un solo estado. Castilla murió con Madrid, con las Comunidades, con los Reyes Católicos. ¿Qué quedó? Un triste agro, una siesta de pueblos. Las capitales de interior se hicieron pueblos ante el esplendor de la corte. También la periferia costera decayó en muchas partes, pero para este proceso de transmisión de decadencia, estaban lejos a fin de cuentas, con sus propias subsistencias, sin depender de nadie tras montañas inaccesibles o distancias fatigosas. Pero ¿y el castellano pobre? El que no huyó a la ciudad, ¿él fue el mismo ibero sometido de antaño?: ¿El mismo pobre?. Sumiso él con idéntica cara de hambre que en tiempos remotos, el que se queda para trabajar, la buena gente.

Aquí se propone también, de manera peculiar, una nueva especie de método fenomenológico en el análisis de la historia: ¿tenemos que ver el medievo, la modernidad, todo tiempo en definitiva, como sucesión continuada de un clasicismo grecorromano? Hay filósofos e historiadores que dan esto por supuesto, por la oscura causa derivada de un cierto sentimiento de dependencia: nuestra cultura escrita viene de ellos. Ellos nos dieron la filosofía y la ciencia histórica. Pero hay mucha diferencia entre pedir pan casero y comerse directamente el grano de trigo. Pensemos por un momento en los romanos como unos bárbaros entrando en territorios que, bajo otras categorías, ajenas a las de la romanidad, ya están civilizados. No pensemos en Séneca, o Cicerón, no en la arquitectura grandiosa y en el legado helénico... Sino en ejércitos feroces y explotadores ávidos de esclavos y de oro... Siempre hay un centro, una capital que envía a sus romanizadores, a sus evangelizadores. La buena gente se esconde tras la niebla de la historia, en la tierra profunda, en el substrato más virginal de la historia. ¿Relativismo? Un poco. Es un relativismo metodológico fabricado a posta para alcanzar una conciencia no tan comprometida con ciertos presupuestos demasiado inconscientes. Un poner entre paréntesis nuestra cultura mediterránea. Quizá estemos preparándonos ante una rebelión de la provincia frente al imperio.

El estado español tiene un verdadero problema con los dirigentes del nacionalismo político regional, que no están a la altura de su misión histórica, que debe ser desmembradora. Sus portavoces son con frecuencia unos incultos. Les culparemos de etnocentrismo. Son, en el mejor de los casos, radicales antropólogos culturales en lugar de filósofos. No hay antropología sin filosofía. Estudiar a vascos o a asturianos como si fueran indios de la selva es un crimen intelectual y una muestra de la decadencia del legado grecorromano que, por otra parte, de cara al estudio de los pueblos de Europa nunca debiéramos minimizar. En el fondo, muchos de estos nacionalistas sienten un malestar que desean poner de manifiesto y aprovechar políticamente, mas carecen de anchura de miras, pues sus alforjas son pequeñas.

El problema de una teoría científica (o al menos racional) de las diferencias étnicas y culturales inscritas dentro del Estado Español pasa precisamente por la desertización filosófica que ha sufrido la antropología cultural en las últimas décadas, que la incapacita para una auténtica consideración histórica y fenomenológica de las diferencias, que arrancan desde muy antiguo, y para la cual la delimitación de dos zonas etnogeográficas principales, atlántica y mediterránea, es únicamente dato de la intuición, en el sentido de Kant, que habrá de quedar enmarcado (entendido) en conceptos o categorías que habrán de construirse en el sentido histórico-social. Es decir una historia de la evolución de formas sociales, que los procesos históricos van transformando tomando como base esa intuición diversa y, en gran medida caótica. Ahora sólo unos ejemplos.

-Cómo veían los mediterráneos (fuentes clásicas) a los celtas: insumisos, aguerridos, no temen a la muerte porque creen en la inmortalidad (o en la reencarnación), soñadores, imaginativos, amantes de la palabra, maestros en retórica (los romanos los buscaban maestros de la palabra entre los galos para instruir a sus hijos), tendencia a cierta visión holista y monista de la realidad (algo raro entre los meridionales, mucho más dicotómicos, polarizadores ....)

-Características que impone la latinización de Europa: fortísimo patriarcado (la mujer, un objeto), terratenientes en el agro, muchedumbre apelmazada en las ciudades, el cosmopolitismo de las grandes urbes mediterráneas (helenismo decadente, imperio romano) se asienta sobre una gran masa de población que en rigor, vive en el umbral de la pobreza, su moral sólo es externa y su quehacer podría denominarse "trapicheo". Se vive en la calle, como viven también los moros, los semitas. Hoy todavía se venden cosas unos a otros, todo se comercia, pero sólo en los cinturones industriales (antiguamente los barrios de artesanos de las urbes) se produce. La gente honrada, en rigor, ha permanecido en los pueblos, en provincias. O se ha muerto de inanición.

Esta polarización puede ser un punto de partida de trayectorias divergentes en la provincia, en la región que sólo la acción de superestructuras, hoy las superestructuras políticas del capitalismo (y del estado centralista) como medio de dominación han procurando trenzar. La crítica del capitalismo debe consistir también en una crítica de su homogeneidad. El capitalismo, al igual que el aparato burocrático por él originado, establece unos tratamientos formales en apariencia homogeneizadores, pero materialmente el tratamiento genera diversidad y se realiza por medio de relaciones asimétricas y control ejercido desde uno o varios centros de poder. La consolidación de los centros de poder se va decantando a través de procesos históricos en los que se va haciendo abstracción de los modos de producción cambiantes a lo largo de generaciones y siglos. Ciertas castas autoperpetuadas se instalan en las cortes, capitales o zonas, para detraer recursos, plusvalía o, simplemente, regalos, vampirizando todo un territorio circundante. El territorio se hace más extenso en tanto que la vida municipal o la solidaridad campesina han sido definitivamente aplastadas, tras momentos virulentos de rebeldía. Podemos hacer mención del movimiento de los comuneros en Castilla, y el de los agermanados en Valencia, Mallorca y Cataluña.

El capitalismo español, pues, se impuso tardíamente tras un proceso militarista e imperialista, gozando de todos los apoyos de una aristocracia cortesana al tiempo que terrateniente. El largo camino hacia la neofeudalización del país, pasó por la derrota de todo movimiento foralista, la anulación de casi todos los derechos históricos, una asfixia de la democracia municipal y gremial, una persecución de todo fermento de vida urbana independiente y de todo un agro autogestionado por pequeños o medianos propietarios. El imperio se fundó en una decidida asimetría de poder, a favor de nobles grandes que ahogaron a la burguesía, al artesanado, al municipio, al granjero, en definitiva a toda clase social emergente distintiva de una sociedad que, en el siglo de oro, va a ser llenada de parásitos, pues fuera del clero y la milicia, sólo cabe el pícaro, el bandolero, el jornalero y el desposeído. Y así será hasta el siglo XVIII.

Las consecuencias sociales, conforman una morfología verdaderamente peculiar en Occidente hasta tiempos muy recientes. La periferia nacional redescubre, tras sucesivas crisis de asfixia, el capitalismo comercial, y luego industrial, sólo a pesar de las gestiones centralistas. La modernidad periférica sólo fue tolerada por causa de la ineficacia controladora de la Corte, sumado al desinterés de la clase político-administrativa allí encaramada por nuevos tipos de inversiones, pues el perfil del dominador de la Corte era el propio del rentista parasitario. La falta de vida política y de conciencia ciudadana de muchas regiones interiores y meridionales del país se explica, por un lado, por esa herencia de casta terrateniente. Eran (y son) rentistas que hacían (y hacen) su fortuna sólo con la explotación pasiva de la tierra y de los lugareños. Eran (son) parásitos que viven de la política profesional y la abogacía, amén de los negocios especulativos, los cuales serían imposibles de no contar con los favores de la Corona. Una red de diputados cuneros, caciques locales, y una mutilación intelectual de todos los humildes, sepultados en la incultura y el hambre, hicieron su labor desertizadora además. En este sentido, propongo la idea de que las relaciones de producción son formas que se rellenan con un contenido social y unos sistemas de dominación autoperpetuada. Y esas mismas relaciones cosificadas a lo largo de generaciones de aislamiento político y retroceso económico son las responsables de la diversidad cualitativa del paisaje geográfico español, que sólo podemos intuir en su apariencia más externa y fenoménica.

Una totalidad social, partiendo de historias muy remotas de etnogénesis y vinculación muy diversa de esos pueblos con su paisaje, va trastocando sus apariencias y conociendo en su seno concentraciones de poder y capital. Toda acción causal emprendida por una o varias clases sociales, se hace siempre en un contexto geográfico donde los vectores socioeconómicos chocan con verdaderos "accidentes" que, ora restan o suman energía a esa línea de fuerza, ora desvían su orientación y les hace entrar en otros contextos de causalidad.

Las condiciones cambian según el centro o la periferia. Según dónde nos situemos en el mapa habrá un tipo concreto de capitalismo (5). Debemos partir de un todo, la formación socieconómica a lo largo de la historia, para poder ofrecer interpretaciones coherentes y críticas de las situaciones parciales. Marx parte del todo, y en ese proceso de gestación y desarrollo de la Totalidad Social es absolutamente imprescindible recibir "intuitivamente" la diversidad cualitativa que antecede, coexiste y sucede a toda transformación vectorial (cantidad orientada) realizada por un aumento de las fuerzas productivas, su estancamiento, el cambio de composición del capital, el valor de la fuerza de trabajo u otro quantum cualquiera.

El paisaje cualitativo de toda formación capitalista tiende a una desintegración social acelerada, y se plasma a la postre, en una polarización de las clases sociales, por más que queramos fijarnos en una masa social ingente, la clase media, que vive interpuesta entre los dos polos sobre los cuales se realiza la economía. Las clases medias son una interposición muy difusamente estratificada entre los dos polos, capital y trabajo, sobre los que se articula el capitalismo. Pero esa estratificación difusa e intermedia está montada sobre el eje mismo del capital y es producto secundario de la trituración de múltiples y diversos modos de vida (grupos, más que clases) que en el transcurso de la historia dejan de tener sentido. El capitalismo elimina las formas de vida y trabajo que no se transcriben a sus propios códigos y no siguen su lógica.

Veamos tan sólo unos ejemplos: la eliminación del granjero en el norte peninsular. La pequeña explotación familiar se movió, durante siglos, en unos umbrales que se acercaban a la mera subsistencia. Un aprovechamiento sabio y ancestral de los recursos, incluidos los comunales de manera muy importante, en el ámbito cantábrico del minifundismo, no evitó la emigración masiva y la reconcentración urbana al ser esas mismas regiones centros de industrialización, densamente pobladas. La inserción del Estado Español en la Unión (económica) Europea supuso la eliminación definitiva de modos autóctonos de producción que, en un ámbito institucional mejorado (reforma del minifundismo, apoyo a la comercialización de excedentes, autogobierno) harían comparable la pequeña explotación agraria con un modelo de granja que fue el fundamento de la Europa templada, y vertebración de su sociedad rural. La orientación comercialista del campo, auspiciada violentamente por la Unión Europea, con sus políticas de cuotas y su agotamiento de la pequeña producción, ha producido en cambio resultados nefastos en cuanto a calidad e higiene de los productos derivados de empresas-granja contrarias a la tradición y meramente especultaivas. En la España no templada, de manera muy diversa, donde la pequeña propiedad había sido arrinconada y salteada a lo largo de siglos, ya existía una larga historia de producción especulativa, orientada no al autoabastecimiento, sino a la comercialización controlada desde la urbe (olivo, vid y otros grandes cultivos hortelanos intensivos y comerciales). Un capitalismo agrario de tradición romana, árabe, y finalmente latifundista.

Pero acabar con la pequeña propiedad agropecuaria es acabar al mismo tiempo con la sociedad rural y modos ancestrales de estar en el mundo, que se activarán de nuevo como modos soñados (ideológicos, políticos, utópicos) a partir del momento en que aquellos que deberían ser sus legatarios, ya desposeídos de sus modos de vida, vivan en ciudades que tienen su historia como embudos verdaderos, centros recogedores de hijos y nietos de campesinos. Los proyectos regionalistas, nacionalistas y separatistas, por debajo de sus errores y crueldades, parten de una realidad histórico-económica difícilmente reversible, participando siempre de un sentimiento que es popular en su fondo y del que brotan los distintos proyectos de reivindicación y protesta sistemática. Son un grito de protesta. Pero sólo hay legitimidad cuando la protesta es netamente popular y comunitaria. Cuando no se pretenden restituir privilegios (en el viejo sentido carlista, foralista o burgués) sino que anhelan, lejos de cualquier falsa idea de superioridad, modos propios de estar en el mundo que ciertas comunidades populares han experimentado durante siglos. Esa reivindicación, en unos tiempos de globalización atroz, no debiera nunca menospreciarse, pues puede llevar implícito el grito de ¡Aún no es tarde! Rectifiquemos.

Pero no se puede rectificar a fondo si la restitución de las comunidades a su paisaje, lengua y tradición no confronta de una vez por todas el problema ecológico. Es la cercanía con el medio la que brinda todas las posibilidades de una revolución ecológica, que filtre y limite cualquier injerencia de intereses foráneos (multinacionales, planes macroestatales sobre el agua, la energía, reproblación forestal, y todo ello debe darse a partir de un fin definitivo de la corrupción de las autoridades locales)

Las relaciones del hombre con el entorno, son siempre relaciones sociales. En el proceso secular que media entre el autor de toda modificación ambiental, y el efecto objetivo de la misma, se abre toda una tradición de creencias y prácticas, así como instituciones, modos de estar sobre el territorio, etc., que dan al pasado una preeminencia insobornable a la hora de temblar ante el futuro, y emprender medidas prácticas para la mejora del entorno.

Un ecologismo enraizado en la sociedad rural y en la vida municipal es el factor de defensa y el transformador decisivo ante los atentados que ciertos intereses foráneos siempre están dispuestos a ejercer sobre las comunidades poco organizadas. Transitoriamente, el nacimiento de una legislación local vigilante y severa desde el punto de vista medioambiental, coadyuva a la defensa militante que los habitantes deben realizar de lo suyo. Esa defensa militante, siempre que no incurra en contradicción con principios más altos y nobles, como la solidaridad entre paises y regiones, es revolucionaria en sí misma y debe participar de una general lucha contra el desarrollismo desigual y la enajenación de las decisiones que afecten a cada territorio, proceso que suele darse a nivel local bajo iniciativas de entes foráneos.

La conciencia local y regional de lo propio es un proceso generacional, que se debe lanzar sobre las masas juveniles y que se gesta de manera muy especial en los centros de enseñanza. Las medidas centralizadoras de nuestros gobernantes, so capa de uniformizar contenidos y elevar los niveles, suelen enseñar aquí y allá los dientes contra el sentimiento de lopropio. Este sentido puede hacerse muy fuerte si se rescatara el pacto de maestros, familias y alumnos en lo que hace a un aumento de esa conciencia defensiva y a un amor generalizado por lo propio, incluyendo el medio ambiente.

Los supuestos valores ilustrados que en la formación estandarizada actual se imparten (solidaridad, respeto a las opiniones de los otros, participación, etc.) se transmiten de forma abstracta y celestial, por encima de territorios y realidades sociales concretas. Prácticamente nadie entre nuestros niños y adolescentes está capacitado para captarlos, como no fuera en clave de "traducción" laica de la misma formación religiosa que ya ,de una forma previa, ya simultáneamente, muchos de esos mismos alumnos recibe. Si todo el aparato de formación en valores se volviera concreto (más bien que "contextualizado") en el sentido de una defensa de nuestro propio territorio, lengua y manera de ser, poco a poco la vida municipal y rural saldrían de su letargo, al que unos curricula artificiales y estándar contribuyen a condenar. La conquista y el desafío legislativo constante en cada comunidad local, frente a la estandarización estatalista (de las que son cómplices los actuales gobiernos autónomos) dotaría a la sociedad de nuevos vínculos y, desde luego, volverían a ser los centros de enseñanza "suyos", es decir, instrumentos de autodefensa y de autoconciencia comunitarias.

El despertar popular de la conciencia local, y el nuevo pacto cívico sobre cada territorio es un instrumento de la lucha de clases, en contra los procesos globalizadores. Comités de estudio y denuncia del desenfreno urbanístico, tienen que ser de una vez barreras contra los intereses especulativos que campean con mentalidad privatizadora en unos territorios que son de todos. La identificación y crítica de aquellas personalidades locales que obran de manera destructiva y colaboracionista con esos intereses foráneos forma parte de esa agitación municipal y rural.

Está demostrado en la historia que la labor pedagógica puede llegar a ser la preparación misma de esa conciencia popular que pugna por defender un patrimonio como los bosques, los ríos, los cerros o cualesquiera aspectos valiosos del entorno. La "oficialidad" de los centros de enseñanza, desde los colegios de primaria hasta la universidad, impide hoy por hoy esa toma de conciencia comunitaria por obra y gracia de un dirigismo que las autonomías han heredado desde Madrid con el traspaso y asunción de competencias. Sólo es pensable un fortalecimiento del pueblo a nivel local si en los pequeños municipios y en comités de barrio se infiltran educadores, dirigentes e "intelectuales de base" con capacidad de liderazgo directo que sustraigan a las personas de su alrededor, empezando por los jóvenes, a la acción devastadora que ejercen los medios de comunicación y los políticos oficiales. En el momento en que los alcaldes, concejales, y periodistas "oficiales" no tengan rebaño que les siga, otra masa oculta de la sociedad estará saliendo a la superficie, y los topos notarán lo mucho que ya llevan hozando. Mientras tanto el constitucionalismo indiscutido y la tesis bien pensantes de una España plural pero única, democrática y tolerante, serán sometidas de veras a análisis y debate, pues habría languidecido como falsa y atrasada Ilustración.

Hace ya muchos años que Adorno y Horkheimer analizaron el regreso de la Ilustración como mera ideología, que pasa a solidificarse en términos burocráticos y en formulismos dominadores. La fase regresiva se codifica como la reglamentación administrativa de nuestros sistemas de enseñanza, que quieren liberar a la fuerza. Pedagogos y políticos hablan de una escuela participativa, y dialogada. El contraste de esos discursos "progresistas" en lo escolar con unos hogares y entornos, por lo común, barbarizados y destartalados, no hace más que devolverlos a la totalidad social como vacíos y sin valor, a través de sonoros rebotes y estrepitosos estallidos de violencia, poniendo a las claras que la maquinaria "liberadora" es una Ilustración que en este país siempre llega tarde, y con un lodo de profundo desprecio tras haberse expuesto a las abismales profundidades de la masa social.

"Forma parte de la actual situación sin salida el hecho de que incluso el reformador más sincero, que en un lenguaje desgastado recomienda la innovación, al asumir el aparato categorial prefabricado y la mala filosofía que se esconde tras él refuerza el poder de la realidad existente que pretendía quebrar" (6).

La llamada "educación en los valores democráticos" es, siempre y cuando su efecto escaso se deja sentir, el veneno que se está inoculando en los cerebros de los niños de escuela y de los estudiantes adolescentes. Pedagogos y gentes de los media están aunando esfuerzos con el fin de propagar unas "normas de convivencia" que se deben aceptar sin discusión. Normas que, bajo un cortinaje fraseológico en torno a la "libertad", la "tolerancia", la "solidaridad" y demás términos hueros, lo que se pretende del futuro ciudadano no es otra cosa que acate esta sacrosanta Constitución, y toda la selva de leyes que se han de obedecer y, si es posible, venerar.

"En plena crisis del capitalismo, amplias masas del proletariado sienten el estado, el derecho y la economía de la clase burguesa como el único entorno posible de su existencia, el cual, sin duda, puede perfeccionarse de muchos modos ("restablecimiento de la producción") pero que constituye la base "natural" de "la" sociedad" (7).

Esto es lo que Lukács llamaba "el fondo ideológico de la legalidad". Se quiere acostumbrar a la gente a la idea de que hay un punto fijo de "orden", de invarianza en medio de un caos de fenómenos. La televisión, la prensa, la enseñanza y una inmensa legión de ideólogos se encargan de dar prestigio, rendir veneración a una legalidad, de índole formal para los asuntos que especialmente conciernen a la "alta política", aquella que rellena casi todo el espacio de un noticiario y que se suponen de valor "cosmopolita". Mientras tanto los asuntos más próximos, mal atendidos por una opinión pública casi siempre inexistente o caciquil, se dejan de lado. Pero al lado de los códigos hay una legalidad "moral", un entrenamiento en valores a cargo de ingenieros sociales que propagan todas esas necedades acerca de los seres solidarios, tolerantes, y demás "asideros" de la convivencia.

¿Qué ocurrirá en esta España gloriosamente democrática que, por fin después de siglos, al generalizar de forma gratuita y obligatoria una enseñanza, naufraga más y más en su propio lodo, del que ese sistema surgió en resumida cuenta? Quizás parte de la historia tiene que ver con la enajenación que la formación social española sufrió con su propia historia.

La "ley del punto final" tuvo en este estado su más vergonzante corolario en el olvido sistemático de las experiencias y oportunidades perdidas de la República que se abortó en 1936. No sólo fuera menester olvidar las canalladas de muchos franquistas vivos, a quienes hubo que perdonar en aras de la convivencia. Lo peor de todo este proceso de transición permanente y constitucionalismo vigilado consistió en negar la memoria a los vencidos, empezando por una unilateral y poco comprometida enseñanza de la historia en las escuelas. Se puso el grito en el cielo por la historia que se enseña auspiciada por los gobiernos nacionalistas, y muy poco lamento, casi apenas un susurro, es el que se oye en torno al pasado revolucionario de nuestro pueblo. Los procesos de autoorganización y colectivización, el aumento de las ansias populares de instrucción, y el despegue asociativo pedagógico y literario, las organizaciones obreras y la historia de sus luchas y sus sacrificios, las huelgas, la revolución del 34. Todo puede tratarse expeditivamente, asépticamente, como si de esos acontecimientos el protagonista no hubiera sido el mismo pueblo. Ese mismo pueblo anónimo y vencido que, en silencio y con mucho miedo, parió a sus hijos y a los hijos de éstos....Y hoy, en el seno de este capitalismo salvaje, que destruye masivamente los vínculos sociales, se destruyen también, desde la oficialidad pedagógica, los nexos tan profundos y cargados de futuro, que son los lazos con el pasado.

Esa destrucción de la historia popular, a la que han contribuido las universidades, los libros de texto, los maestros con ansia de reconciliación o de neutralidad, operó en nuestro estado en estos 25 años de transición permanente, sobre un fondo de miedo y de angustia ante los posibles reveses. Pero, como dijo Spinoza "el vulgo es terrible cuando no tiene miedo". La pérdida del miedo pasa por la recuperación de la propia historia, aun cuando ello se confronte con las tesis oficiales de buena parte de la Universidad y de la Real Academia.

LA IZQUIERDA JURIDICA Y EL NUEVO REFORMISMO VERDE

Un nuevo fantasma recorre España en los últimos años. Es el fantasma del ecologismo. La izquierda que ha cursado un bachillerato de Ciencias, o se ha empapado de documentales, es cada vez "más sensible" al tema, pues esto de la sensibilidad es como una cosa de oleadas, todas venidas de fuera de nuestras fronteras. Pero estos seres "sensibles" no siempre llegan a la situación de "inteligibles". Su confianza máxima en los cambios legales les hace inmunes a la realidad más dura de nuestro mundo: la titularidad jurídica privada de la mercancía, garantía del valor, que sanciona la horrenda apropiación privada del valor del trabajo de las personas. Las condiciones materiales de explotación del hombre se mantendrán eternas para estos buenos ecologistas de gabinete jurídico, para así penas retocar los marcos legales referidos a la naturaleza si los "políticos" algún día prestaran sus oídos. Esta es la política de los no políticos, en la que siempre hemos de poner todas nuestras reservas de marxistas.

Estamos con Pasukanis (8) al pensar en el derecho no ya como mera ideología, simple engaño artificioso. El carácter superestructural del derecho no debe entenderse en meros términos psicológicos o ideológicos. El derecho es un producto histórico, resultado de la evolución y diferenciación de unas relaciones sociales. A partir de una sociedad civil "orgánica" en cuanto a las relaciones que la componen, se van a diferenciar dos órdenes específicos de relaciones, mercantiles y jurídicas. Estas aparecen como consecuencia de aquellas (Pasukanis, p. 34). Pero si con esto queremos entender que el derecho es simplemente producto superestructural "artificioso" de unas determinadas relaciones de producción, y lo demostramos mediante análisis históricos y sociológicos, habremos dado en el clavo de la "materia" o el "contenido" del derecho, pero aún no hemos dado cabal cuenta de la "forma jurídica". Esta es la tesis de Pasukanis: no basta con explicar esta instancia superestructural en cuanto a su contenido social.

En este sentido, hay que combatir el sociologismo y el relativismo histórico que algunos marxistas profesan. Ambos son el resultado de generalizaciones vagas realizadas a partir de un producto genuino del capitalismo, el derecho, y aplicando sus conceptos a formaciones sociales antiguas, primitivas, sin desarrollar en todo cuanto se refiere a su economía mercantil. Contentarse con un mero tratamiento de los "contenidos" (sociales, productivos) del derecho nos conduce a entender esta instancia como "externa" a la sociedad, una especie de deus ex machina, enteramente regulador, que en formas ideológicas diversas, pre-jurídicas, (p.e. patriarcales, religiosas, etc.) ha preservado el orden de un determinado modo de producción, hasta llegar a nuestros días de capitalismo, en que la casta sacerdotal que sanciona, castiga y vela por el orden, es la casta de los juristas.

Desde el materialismo, dice Pasukanis, no puede analizarse el derecho "en general" como mero fenómeno (histórico, social) que presenta unos antecedentes, que se generaliza en diversas épocas y culturas con formas variantes, aunque preservando un cierto núcleo esencial (que, a gusto del crítico puede ser la violencia, la coacción, etc.). El derecho debe ser analizado buscando las categorías que lo conforman, al igual que Marx analizó la economía política del capitalismo, en cuanto que conformada por unas categorías (valor, mercancía) que aparecen como relevantes en un periodo histórico determinado, y que, en modo alguno pueden ser presentadas como eternas, intemporales. Los conceptos correspondientes a tales categorías surgen una vez que en las relaciones de producción precisamente se han operado unos cambios cualitativos en las categorías precedentes. Tales cambios han sido revolucionarios, y por tanto, las categorías viejas no sirven y se han sustituido por otras nuevas. En este sentido la historia es productora de novedad, no una productora ex nihilo, sino precisamente creadora por medio de la negación de las categorías reales precedentes, por su destrucción, por su flagrante contradicción con las relaciones sociales nuevas y que compiten con las que se han quedado anticuadas.

"Si se renuncia al análisis de los conceptos jurídicos fundamentales únicamente obtenemos una teoría que explica el origen de la reglamentación jurídica a partir de las exigencias materiales de la sociedad y por consiguiente la correspondencia de las normas jurídicas con los intereses materiales de esta o aquélla clase social. Pero la reglamentación jurídica en sí, pese a la riqueza del contenido histórico que introduzcamos en este concepto, continúa inexplicada en cuanto forma. En lugar de una riqueza de determinaciones y de nexos internos nos veremos obligados a servirnos de determinaciones tan pobres y aproximativas que desaparecerá totalmente el límite que separa la esfera de lo jurídico de las esferas jurídicas". (Pasukanis, p. 42).

Antes del capitalismo no existían, propiamente, relaciones de valor, y la actividad económica precapitalista difícilmente puede separarse del conjunto de la formación social, que permanecía en un "todo orgánico". Análogamente, lo mismo puede decirse del derecho (p. 43).

Al igual que una concepción meramente empírica de la economía política solamente ve precios y se resiste a las categorías abstractas, "inobservables", como el valor, lo mismo tiene que ocurrir con las categorías jurídicas, que no están fuera de las relaciones mercantiles, aunque en el plano teórico se postule que las está regulando. Una teoría materialista de la superestructura jurídica tiene que ver las conexiones internas entre unas formas de producción y de cambio, y las normas y aparatos legales que han surgido precisamente a partir del desarrollo económico. Primero, la producción para el mercado se basa en el intercambio de equivalentes, en consecuencia, aparecen después fórmulas jurídicas internamente conectadas con ese modo de producción (Pasukanis, p. 33).

A nuestro entender, Pasukanis es enteramente consecuente al proclamar la futura disolución del derecho en el comunismo, ya que las relaciones burguesas que lo exigían ya se han destruido. Sustituir el derecho burgués por un "derecho proletario" no supone más que conservar restos y reminiscencias del orden social burgués. No se trata, tras la revolución, de un cambio de conceptos, de una sustitución de ordenamientos. Son las categorías mismas las que habrían cambiado al pasar del capitalismo al comunismo, y, en consecuencia, las categorías jurídicas al igual que nacieron en el seno de una determinada base social dada en la historia, se destruirán al cambiar esa base por el comunismo. (ver p. 46)

El comunismo aspira a aniquilar el derecho, no quedando en la sociedad más que una "administración de las cosas", nunca una dominación sobre los hombres. Esta administración de las cosas podrá realizarse por medio de paquetes de medidas enteramente "técnicas" en su naturaleza, normas que irán cambiando constantemente a medida que las necesidades sociales se modifican.

El derecho en el sistema capitalista no puede sino revestir la naturaleza "fetichista" que impone a las mercancías, tanto como a los hombres, que son "mercancías productoras de mercancías". El capitalismo no ha podido sino extremar el proceso de generalización, vale decir, la suprema abstracción tanto en las categorías económicas como en las jurídicas. Así, el valor (de cambio) es convertido en una abstracción formal, esto es, que se segrega con respecto de las múltiples cualidades que las distintas mercancías puedan revestir, ya que lo esencial en el mercado es el intercambio de equivalentes, de igual manera el trabajo es sometido a una suprema abstracción, porque también es una mercancía a intercambiar independientemente de la gran diversidad de trabajos que una sociedad capitalista pueda conocer. ( Pasukanis, p. 96)

Pasukanis ilustra claramente:

a) Relaciones entre cosas, mediadas por el intercambio mercantil [O/O]

b) Relaciones entre sujetos, relaciones productivas y mercantiles y de distribución [S/S]

c) Relaciones entre cosas y hombres [O/S]

En este sentido, vemos con preocupación que en el seno de la izquierda ecologista haya crecido un nuevo pensamiento fisiocrático, a la luz del cual el medio natural es tratado como causa principal, o condicionante básico a tenor del cual las relaciones entre sujetos (S/S) deban acomodarse secundariamente con respecto a las relaciones entre cosas naturales y hombres (O/S). La mayor parte del ecologismo actual exhibe, en el mejor de los casos, un marxismo famélico, que se limita a flamear la bandera de una dependencia del Hombre (como especie con mayúsculas) ante una Naturaleza (también genérica). La etiología del asesinato de la Naturaleza está bien localizada en el relato reconstruido de toda una historia de relaciones de producción de índole capitalista, que desmedidamente no ha hecho sino destruir el medio ambiente, a veces de forma irreversible. Este diagnóstico y esta localización de las causas suelen ser capítulo compartidos por marxistas y ecologistas y permiten que ambos viajen juntos como compañeros. Ahora bien, en la medida que en que hay que poner de golpe sobre la mesa una solución terapeútica a tan magno problema, su enfoque normativista y fuertemente jurídico delata al ecologista en aquello que de verdad le inspira en cuanto a su pensamiento económico: la fisiocracia. Es un fisiócrata del siglo XXI, que confía sobremanera en la aplicación progresiva de legislaciones locales y gubernamentales, así como en convenios internacionales. El derecho, parece, posee un vivo poder educativo y corrector en todo lo que tiene que ver con el miedo a ser sancionado y en un respeto lleno de escrúpulos a una nueva policía medioambiental. En los foros internacionales los gobiernos se tienen que comprometer, y en cada estado, los ciudadanos, municipios, empresas y regiones, también deben obedecer y colaborar. En esta confianza dogmática en todo lo referente a las esferas normativas se ignora por completo toda la tradición marxista, que no es utópica. Esta tradición de la que nos reclamamos pasa por no depositar excesivas confianzas en los cambios legislativos, pedagógicos y demás acciones en la esfera normativa en tanto en cuanto no se hubieran operado cambios revolucionarios en las relaciones de producción, tal como las recorta, canaliza e impulsa el capital.

Si los diagnósticos fueron coincidentes, las terapias no pueden por menos de divergir.

La economía ortodoxa operativiza las relaciones entre objetos (O/O) sólo a la luz de la gramática mercantilista, por imposición de valorizaciones o precios a los objetos que entran a formar parte de esa gramática, que la economía llama Mercado, fuera de la cual las relaciones entre objetos carecen de sentido (gramatical) mercantilista. La inclusión de objetos, en el más amplio sentido (procesos, fuerzas naturales, energía) que no han recibido la imposición sígnica del valor (de cambio), pues no proceden del trabajo humano, es un tema harto problemático para la economía neoclásica. Como señala R. Bermejo (9), todavía los economistas clásicos reservaban su espacio conceptual para el factor Tierra, que engloba en general todo el medio ambiente del hombre, medio envolvente que desborda con creces la mera interacción psicofísica que el hombre plantea con sus actividades agropecuarias, cazadoras, recolectoras, y demás prácticas precapitalistas no sujetas a valorización. En Marx, la visión fisiocrática quedaba con creces superada con la categoría antropológica del Trabajo, no exclusiva del capitalismo económico. La relación del hombre con la Tierra era para Marx una relación dialéctica, "metabolismo" mutuamente condicionante y transformador susceptible de historizarse por la aparición sucesivas de nuevas categorías (tanto técnicas como intelectuales) que legislan esa misma relación metabólica.

La totalidad social está llamada a englobar en su seno la Naturaleza, a medida que crece el poder de las fuerzas productivas. Pero este poder envolvente no debe entenderse como una "domesticación" o "sometimiento", en el sentido despótico que ya se detecta en el pensamiento moderno desde Bacon o Descartes. El papel histórico que le correspondió a la burguesía y a los estados capitalistas no ha de verse como eterno y los poderes técnicos se pueden transferir a una agencia administradora, que lo sea de la Naturaleza como de las cosas en general: el Comunismo.

El comunismo no puede verse más lejos de las categorías ortodoxas de la economía, que a lo sumo engloban los factores medioambientales como "externalidades", artificialmente medidas o sometidas a valorización. Pero si se parte de los supuestos neoclásicos y neoliberales de que es el mercado el único sistema capaz de imponer un valor de cambio a las cosas, y por ende, un precio, se incurre en contradicción flagrante con esas mismas leyes cuando se quiere –por vía normativa, externa- valorar una cosa que ningún ser humano ha producido en el sentido económico, por más que ahora todos nos demos cuenta que también el agua, el aire puro, las zonas verdes, etc. sean bienes escasos. Pues la valorización genérica de los bienes como cosas escasas es un presupuesto caduco, que si no se ve sometido a procesos mercantilistas (oferta-demanda, valorización), no puede recibir el signo de un precio. La cosa no tiene valor. El mismísimo Santo Grial no tendría valor si nadie deseara pagar por ello.

Valorizar ciertas cosas por el mercado, y hacer lo propio con otras de una forma arbitraria y confusa, como "externalidades" al mercado, es una chapuza teórica (por la contradicción entre dos formas de medir el valor de las cosas), y nunca esquiva la dificultad técnica de medir de forma clara y precisa esas fuerzas, recursos u objetos, necesarios para la Producción, pero ajenos a la valorización mercantil. Porque la economía en sentido estricto, cuando no es una normativa (un deber ser y un voluntarismo), ni tampoco una antropología general, no puede cumplir su seco papel técnico. Su ciencia no es la de medir. Los propios mercados miden imponiendo sus precios. Las mediciones de cosas discretas naturales, unidades de energía o cantidades de mineral, agua, oxigeno, etc. forman parte de la física y, en todo caso, de una administración de la naturaleza que, en tanto no se alcanzare el comunismo, siempre quiere hacerse a través de la mampara del Mercado. Este es el espejo en el que la diáfana naturaleza, sometida a nuestras mediciones, aparece distorsionada.

Porque sucede que la naturaleza es cualidad, y es fenómeno para sus habitantes. El hombre quisiera que el medio físico fuera su jardín natural, ya que del Edén hace tiempo ha sido expulsado. Mas como el Hombre hace siglos que ya no existe, y en su lugar las mamparas deformantes del Capital, atrapando toda luz que llega a la superficie, van devolviendo al exterior unas relaciones de producción depredadoras, y la restauración del viejo Edén quisiera hacerse conservadora. Se guardarían espacios y equilibrios (estos son espacios abstractos) sin renuncia alguna al crecimiento (10). Esa noción del desarrollo sostenible, ha impreso su huella en el vocabulario de la izquierda, como si fuera el slogan de una nueva política de conservación y sensatez. Pero el vocabulario de la política verde es como la palabra que sale del muñeco de guiñol. Las contradicciones aquí se resuelven con sólo situarse tras la mampara y ver que es el Capital el que pone voz y contorsiones en los miembros.

Eticamente, algunos de autores de la cuadratura de este círculo, quieren que el Hombre no renuncie a su dignidad de ser racional y pleno de posibilidades. Es un humanismo ecológico loable, pues nos educa en la idea de un mayor respeto y conocimiento de la naturaleza, única vía, se nos dice, para hacer que la vida del hombre sea digna. Todavía queda algo de decencia, y falta de alienación, al preservar al género humano en su papel de administrador del planeta, y de su espacio exterior. La nueva policía ecológica, en cambio, que es en su sentido riguroso una nueva Voluntad de Poder, es capaz de ejecutar a un hombre sorprendido en la caza de alimañas, multa y aprisiona a quien corta unas flores o ensucia un parterre.

La conservación digna de un jardín natural que abrazase nuestra vida ciudadana es cuestión cualitativa y estética que toca muy hondo en las divergencias antropológicas de los pueblos del mundo, y que podemos considerar muy refractaria a las mediciones técnicas o economicistas. La introducción del deber ser y del voluntarismo no puede por más de obrar en un sentido contraproducente. Ese voluntarismo regulador, legislativo, es pura Voluntad de Dominación que obedece a sus propias inercias burocráticas, vale decir expansivas, autoperpetuadas, policiales. Nos espera un infierno abrasador, atizado por ejércitos de funcionarios del medio ambiente, patrullas ecológicas y educadores ambientales. El crecimiento, entendido siempre en un sentido cuantitativo ilimitado, se acopla superestructuralmente con esos nuevos órganos y oficinas que están al caer, dispuestos a imponer sus índices y codificaciones a unas relaciones de producción esencialmente depredadoras.

El efecto contraproducente debe suscitar (y ya se dan indicios de esto) reacciones populares alienadas, que implican esquivar la mirada policial, torear al funcionariado, sobredañar el medio. La monopolización que el Estado (y los Megaestados, como la U.E.) se emprende sobre derechos básicos y perlas preciosas de la humanidad, como ya pasara con la Educación, por la vía de la coacción legal. Entonces, una vez disuelto en partículas todo viejo rastro de Comunidad, no causa sino las violentas y sordas reacciones de resistencia que en estos campos de acción social llevamos años detectando. Pues bien, como acontece con las políticas pedagógicas y de servicios sociales, otro tanto nos aguarda con la policía ecológica. Las burocracias arman sus grandes ejércitos de la doctrina y la multa. Así en el despacho se interioriza en la superestructura el mal que ella misma, vestida de base económica de la producción, genera sin cesar y, como Saturno, goza tragándose toda la prole.

Toda esta lamentable historia cuasirreligiosa de antihumanismo ecológico, movimientos para la liberación del conejo de Indias, budistas y brahmanes verdes, planeta Gaia, etc. está destinada a pasar muy bien reciclada bajo las fauces del Moloch europeo, y mientras tanto, las relaciones capitalistas de dominación salen fortalecidas con el fresco aire lozano que siempre saluda la cara de quien ha tomado contacto con la naturaleza. Ese contacto que las agencias prospectivas y evaluadoras, llenas de ciencia y medición, sentirán muy fresco cuando a ellas se incorporen antiguos militantes y activistas, que dejan la protesta en cuanto se les cede un despacho

El problema de la Naturaleza, no es un problema de corrección manipulativa de las relaciones entre el Hombre y su planeta. El cientifismo que acosa el movimiento ecologista internacional, le equipara punto por punto a la misma economía ortodoxa contra la que dice vivir en confrontación. Si esta ciencia sostiene que las leyes del Mercado actúan según un férreo compás natural, como si fueran universales y eternas, otro tanto se dirá de una economía "ecológica" que subordinara toda actuación humana en la esfera de la producción, del consumo, la distribución, etc. a una férrea "ciencia universal del equilibrio ecológico", que no tiene pies ni cabeza si no fuera por que ya hay miles de cátedras preparadas para ello, y lo que me parece peor, enormes organismos burocráticos dispuestos a tasar y taxonomizar los retazos del Jardín edénico que nos vayan quedando a la vista del ritmo acelerado del crecimiento, mientras éste sólo levemente pueda verse corregido y matizado. Que nuestra Madre Naturaleza nos proteja del nuevo déspota ilustrado, activista feroz de su juventud, ahora armado con evaluaciones de impactos y tasas y decretos.


N O T A S

(1) Caro Baroja,. Los Pueblos de España, II, Istmo, Madrid, pps. 269-270
(2) íbidem, p. 249.
(3) Samir Amin, Imperialismo y Desarrollo Desigual, Fontanella: Barcelona, 1976 ; pps. 207-208.
(4) Ver mi trabajo en Nomadas nº 5, año 2002
(5) Amin, Samir: Imperialismo y Desarrollo Desigual, Fontanella: Barcelona, 1976
(6) Adorno, Th. y Horkheimer, M. Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 1998. Pág. 54.
(7) Lukacs, Historia y Conciencia de Clase, Orbis, Barcelona 1984, p. 274.
(8) Pasukanis, Marxismo y Teoría General del Derecho, Labor, Barcelona, 1984.
(9) Bermejo: Manual para una economía ecológica. Ediciones La Catarata, Bilbao, 1999.
(10) Íbidem.


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