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I. Consideraciones generales sobre la producción |
La producción se puede entender bajo el aspecto de la aplicación de la tecnología al trabajo humano (2). El trabajo es a su vez un proceso comprendido bajo el aspecto de su aplicación a los recursos naturales. El trabajo es un proceso histórico que define la esencia del hombre como una realidad estructural cambiante a lo largo de la historia. Esa realidad estructural cambiante viene conformada por el conjunto de relaciones sociales. El materialismo histórico enseña que es el esfuerzo laboral del ser humano organizado socialmente el vector fundamental que hay que reconstruir, estableciendo direcciones de relaciones entre ese esfuerzo laboral y otros términos sociales (organizados superestructuralmente) que desbordan por completo el mundo de la producción, pero que siempre hunden sus raíces en él. En este sentido, el materialismo histórico no puede identificarse jamás con la historia económica, ciencia que puede practicarse de manera idealista y que entiende por "economía" un mero sector de la sociedad recortado y analizado en forma de supuestos fenómenos autónomos. Este estudio se hace sin desentrañar por ello necesariamente las "raíces" de las que brotan las más variadas formaciones ideológicas y sociales. El estudio pormenorizado de toda una fenomenología de sucesos declarados a priori económicos, no da, emprendido al margen del materialismo histórico, con la clave de la producción (el modo de producción de una sociedad). Es por esto que el materialismo histórico es una ontología de la totalidad social (3), que conlleva su propia epistemología, al modo clásico, mientras que otras ciencias sociales "positivas" y supuestamente neutras con respecto a su ontología, unidas a una epistemología fundacional, el positivismo, se ven incapaces de dar cuenta y reconstruir el todo social. Y para más señas del marxismo, debemos recordar que éste no posee una ontología realista que se atiene a las apariencias. Muy al contrario, comoquiera que debe descubrirse siempre el modo predominante que se oculta en la producción social, por debajo de apariencias y restos de antiguos y caducantes modos, ese modo equivale a una esencia entendida en sentido materialista, a saber una esencia reconstruida racionalmente y no pre-dada. La esencia de una sociedad, del capitalismo, no se descubre sino después de difíciles análisis dialécticos (4), en los que se trazan relaciones entre términos no visibles prima facie.
Los análisis dialécticos de una sociedad capitalista no derivan de "ideas claras" y "distintas" ni tampoco de teorías preestablecidas. Los análisis marxistas verdaderamente esclarecedores brotan de la acción misma, y ellos son parte de la acción social. Desde dentro de la acción social en todos sus sectores (político, sindical, académico, ecológico, etc.) la elaboración de una ciencia ideológica forma parte de la transformación misma de las relaciones de fuerzas y de las luchas de clases. Es acción cuya eficacia se mide por la posibilidad de resolver las contradicciones, planteadas antes en la historia de modo unilateral, desde cada polo opuesto poseedoras de su grano de verdad. El marxismo no pretende ponerse a prueba como una teoría frente a la (pre-dada) experiencia, ni situarse en contraste con una empiria que ya está ahí delante, como supremo tribunal de contraste o refutación. Sus categorías e hipótesis ya están tomadas de la experiencia. Ellas empaquetan efectivamente la experiencia social, pues suponen recortes de términos y configuraciones de términos que poseen potencia reconstructiva de la totalidad social partiendo de una base profunda (ontología de la producción) no genérica. Con preferencia, se establece el acceso a los términos semánticamente vinculados a la base productiva. De esta manera, el materialismo histórico puede proponer los vectores del cambio social y de transición entre estructuras sin riesgos de incurrir en círculos viciosos entre base y superestructura, pues de lo más profundo de la totalidad se reconstruyen las superestructuras sin negarles a éstas su propia causalidad estructurante, propia de un pensamiento dialéctico (5). La labor es estrictamente histórica-categorial y en ella se comprende la Economía Política toda. En la crítica de esta ciencia se comprende el carácter esencialmente histórico del capital como relación social que es, en modo alguno susceptible de ser subsumida por debajo de leyes universales, naturales o eternas. El materialismo histórico es una empresa empírico-teórica, por ese orden, diríamos, que es el orden que Marx ejemplifica en el Capital. Se parte del todo concreto, síntesis reunida de múltiples determinaciones, desde el cual se realiza una destrucción de todas aquellas falsas categorías, que demuestran recubrir solamente las apariencias, y se ensayan otras categorías hipotéticas que sólo en contacto con los datos y la empiria demuestran mayor potencia y profundidad a la hora de reunir los fenómenos. Las falsas categorías elaboradas por la ciencia social burguesa chocan necesariamente con las nuevas abstracciones tentativamente esbozadas en el marxismo, cada una de las cuales (valor de uso, valor de cambio, dinero, capital, mercancía, modo de producción) en realidad es una reconstrucción crítica de las ya formadas por la tradición económica "clásica". Junto al choque de categorías se va realizando un proceso de análisis dialéctico, es decir, que cada categoría analítica va realizando algo así como "catas" cada vez más profundas y de extensión mayor en todos los sectores de una formación social. Al remontar hacia planos de mayor abstracción se pueden "medir" los resultados de los diversos análisis dialécticos. Es decir, se pueden practicar descomposiciones de fenómenos no recortados a priori, ni tampoco señalados arbitrariamente, sino teniendo en cuenta el todo. En última instancia, es toda una visión alternativa, centrada en el punto de vista del trabajo (del trabajador) el que está movilizado en los sucesivos análisis del capitalismo, frente a la ciencia al servicio de la burguesía. A partir de ese nivel soberano e irreconciliable de esta otra visión del mundo, destinada a comprender la visión apologética del capital, el todo se puede ir concretando en forma de un sistema categorial que se va organizando en función de las sucesivas "catas" y exploraciones en el mundo real de los fenómenos (y que por la propia tradición platónica que Marx adopta, no es un mundo tan real como la gente suele pensar). Los estudios empíricos, y las reconstrucciones materiales de una sociedad son empresa histórica, y como tal, por historia se entiende una ciencia general de la sociedad cuyas mismas leyes se han de entender en un sentido cambiante y no constituyen transcendentales eternos. El todo transcendental, si se quiere, es un a posteriori de todos esos estudios categoriales vertebrados en torno a la idea de Producción. De ningún modo la idea de Producción es una categoría al lado de las otras. Es, en primera fase, un núcleo regulador y organizador de datos empíricos referidos a una sociedad concreta que, desde sus momentos originarios, ya de forma inmediata es conocida por sus miembros integrantes. En un segundo momento, no es ese un todo digamos "intuitivo", sino todo enriquecido por los análisis dialécticos sobre formaciones sociales concretas y que, como idea, recorre a todas de forma universal, y no se deja confundir en concreto con ninguna de ellas. Así pues, el materialismo histórico es ciencia empírica, en el sentido que una historia positiva (no positivista) lo ha de ser. No es nunca un "mero" instrumento de una concepción del mundo, o de una filosofía. Es parte funcional y orgánica de la filosofía materialista en el mismo sentido en que las manos, las piernas y, en general músculos y cerebro son parte de un ser humano. No es la ciencia empírica (histórica) una "antena" recogedora de información del mundo a una supuesta inteligencia pura (la filosofía). Al igual que en nuestra analogía con el ser humano, este es cuerpo y es mundo exterior él mismo, y por ello toda "antena" sensorial y empírica ya está ínsita en su propio cuerpo y en el uso racional que de sí mismo hace. Sólo hechas estas precisiones daríamos la razón a E. P. Thompson.
"El materialismo histórico difiere de otras ordenaciones interpretativas de los datos históricos no –o no necesariamente- por ninguna premisa epistemológica, sino por sus categorías, sus hipótesis características y procedimientos concomitantes (...) y el declarado parentesco conceptual entre estas y los conceptos elaborados por los cultivadores marxistas de otras disciplinas. Yo no veo la historiografía marxista como si fuera algo subordinado a algún corpus general de marxismo como teoría, situado en alguna otra parte (¿tal vez en la filosofía?). Al contrario, si hay un terreno común de todas las prácticas marxistas, debe estar allí donde elpropio Marx lo situó, en el materialismo histórico. Este es el terreno del cual brota toda la teoría marxista y al cual debe retornar en definitiva" (6).
Para ordenar interpretativamente
la experiencia y hacer una teoría materialista de la historia las
categorías más profundas están en la base de una mayor
floración superestructural. Desde un punto de vista estrictamente
físico, el tipo de producción fundamental en la vida y cultura
humanas consiste en la obtención y el aprovechamiento de la energía.
Las "plantas" levantadas sobre esos subsuelos y fondos de producción
poseen de inmediato poder reestructurador sobre las condiciones del entorno.
Son los hombres y su trabajo verdaderos agentes cósmicos de explotación
de las condiciones. Se precisan categorías empíricas que
den cuenta de la dialéctica de los procesos.
EXPLOTACION DE LAS CONDICIONES
La fuente de todas las energías,
llamada Naturaleza en su sentido más general, incluye siempre al
hombre. La sociedad de hombres es el sujeto, quien genera y transforma
todas las modalidades de energía, a través de su trabajo
y por medio de una serie de pautas sólo posibilitadas por una cierta
cuantía y clase de relaciones sociales de producción. Por
encima de la fase de los cazadores-recolectores, la verdadera historia
económica del hombre, en el sentido productivo de la expresión,
comienza con el aldeano. Las sociedades aldeanas arraigan firmemente en
el suelo, transforman sistemáticamente las fuerzas ecológicas,
alteran el paisaje y dan continuidad a sus tradiciones productivas. Las
sociedades pastoriles, móviles y en ocasiones nómadas, pueden
contemplarse como simbióticas de las aldeanas y subespecies de aquellas,
aunque la coexistencia simbiótica pase por episodios de rapiña,
esclavización y parasitismo que preceden a una efectiva asimetría
en perjuicio del aldeano stricto sensu frente al conquistador.
En todo caso, la revolución agrícola es el preámbulo
de toda la larga historia de apropiación por parte del hombre de
toda una serie de recursos naturales, que hacen del entorno una casa, nicho
construido a la medida del hombre, hogar de funciones creadas como desarrollo
de las más viejas funciones-necesidades de la especie. En ese nicho
construido, cada aldea va modelando el paisaje y las interacciones entre
fuerzas vivas y no vivas. La historia de la especie se convierte en la
historia de las culturas, que en sus primeros arraigos y modelaciones condicionarán
para muchos siglos después las grandes culturas y civilizaciones
de la antigüedad. Sólo el hombre hace su propia historia, nos
dice Marx, pero condicionada, sometida a cauces y trayectorias que ya no
dependen de una libre voluntad. Y efectivamente, en los últimos
doce mil años observamos que la propia actividad de nuestros ancestros
en sus respectivos hábitats ha generado bases aldeanas (productivas
en un sentido primario) de las diversas formas de vida que en el tiempo
se irían desplegando. Los cauces han sido creados por los hombres
mismos en su "adaptación construida" o "buscada" por millones de
experiencias y cientos de generaciones. El medio ecológico y geográfico,
lejos de ser un patrón causal universal y absolutamente determinante,
es más bien el substrato natural inicial sobre el cual los hombres
desarrollan sus operaciones, esto es, el trabajo físico e intelectual
que modifica las posibilidades de acción. El medio no es nunca un
a priori, sino que debe contemplarse como efecto de las posibilidades de
acción de aquellas bandas cazadoras-recolectoras, primero, y de
los aldeano sedentarios, verdaderos productores (y creadores de historia),
después. Spengler decía que el aldeano es eterno. Nosotros
no lo creemos. Sí que es un animal racional muy resistente a cambios
civilizatorios que, en el agro, devienen pasajeros y superficiales, especialmente
en el ámbito espiritual, antes que en el técnico. El aldeano
es un decantado de muchos sedimentos, y en ello reside precisamente su
enorme valor humano como testimonio de modos de vida que en la urbe ya
parecen periclitados. Como la corteza terrestre, él es un ser extraordinariamente
histórico, justo al contrario del decir de Spengler. El actual predominio
despótico de la urbe sobre el campo es una fase dialéctica
de la historia, que no tiene por qué verse como situación
irreversible, en especial si las evoluciones del capitalismo reciente conducen
a situaciones catastróficas. Inmediatamente entonces (y se dan ejemplos
por doquier) la vida del agro resucita como forma de existencia absolutamente
soberana, como existencia humana esencialmente productiva. La forma de
producción de la energía imprime su carácter a todo
el modo de vivir de un pueblo. La totalidad social, desde sus orígenes
prehistóricos y pre-económicos, viene intensamente condicionada
por los elementos del clima y la geografía, pero estos a su vez
son resultado, como vimos, de la acción (a veces devastadora) de
los hombres en su derredor. Las condiciones carecen, pues, de cualidad
impulsora o revolucionaria si las comparamos con las verdaderas causas
de transformación social. Las condiciones suponen una estructura
de límites y horizontes, que determinan las formas y posibilidades
de actuación humana, a saber, el trabajo, la reproducción,
las concepciones mentales, etc. (7). Las condiciones
geográficas y climáticas conforman sólo el preámbulo
de la ciencia histórica de la sociedad. Este punto de partida es
esencial, no obstante, para todo género de estudios etnográficos
y prehistóricos, pues una suma de condicionantes permite "comprender"
a un pueblo en la medida en que éste no ha entrado en el curso de
la historia, o su penetración ha sido limitada por causas muy diversas.
El "metabolismo" entre el hombre
y la naturaleza consiste, en realidad, en una matriz compleja de interacciones
que se pueden estudiar como objeto apropiado de una "ecología humana",
antes de la emergencia de la formación social dentro del curso general
de la historia. Esta ecología humana es un subapartado de la ecología
natural genérica, justo hasta el momento en que la aparición
de jefaturas políticas y estados, y su concomitante fenómeno,
la sustitución de la mera caza de hombres por el fenómeno
bélico, permite al estudioso entrar en investigaciones históricas
propiamente dichas. Así pues, la estructura etnológica de
los pueblos, sometida hasta cierto momento (variable según la formación
concreta) a la matriz de relaciones ecológicas, se inserta en un
flujo de causas estrictamente históricas. Dentro de la historia
no (solamente) natural del hombre ya hemos de contar con la apropiación
energética del trabajo humano ajeno. La guerra nace por la escasez
de recursos, o por el ansia de botines. Dentro de los recursos y botines
puede encontrarse, desde luego, el territorio y cuanto en él se
comprende. Y aquí, tras la conquista, se da la apropiación
de hombres. La relación entre hombre y naturaleza no acaece ya por
mediación comunitaria, sino por efecto de la esclavitud y por procesos
de domesticación de otros hombres. Las guerras, las jefaturas militares,
la organización protoestatal, etc. son fenómenos coadyuvantes
en este proceso de aprovechamiento del trabajo humano domesticado. La historia
del mundo se convierte entonces en la historia de la apropiación
de cuerpos humanos por parte de otros sujetos. Los primeros estados "civilizados",
hasta llegar a su culminación en Roma, van siendo grandes máquinas
que, por coacción y otras técnicas de control corporal, movilizan
la masa ingente de miles y millones de seres humanos. Estos seres domesticados,
y el resultado acumulativo de su explotación, permiten la elevación
de castas militares-aristocráticas y sacerdotales ya enteramente
parasitarias y debidamente entregadas al lujo suntuario. La dominación
de razas y pueblos enteros, y, por fin, la explotación doméstica,
servil y sexual de la mujer, tienen su origen en esta consideración
estrictamente corporal de los seres humanos capturados y, después,
domesticados. La crianza deliberada de esclavos e hijos de esclavos significó
el punto culminante para la historia de la "civilización", pues
ello supone transcender los métodos meramente coactivos (postbélicos,
pudiera decirse) por otras técnicas de control social que están
en la base de toda organización civilizada de la existencia. Aquí,
en la consideración del animal humano como cosa nace la verdadera
técnica
social, junto a la socialización de las técnicas mecánicas
(ya acaecidas muy atrás, en el Homo Erectus y en otros tipos
de homínidos). La administración política, sumada
a los más diversos métodos de selección de hombres
y crianzas, permiten hacer un estado entre aquellos que, por disgregación
fatal, ya han perdido su comunidad. La consideración del
esclavo como máquina que trabaja, y por ende, como cosa productiva
y fuente de acumulaciones, no fue la única. En sí mismo,
cada cuerpo humano vivo pero apropiado por cada individuo fue un
quanto
de riqueza, como señala Spengler (8) refiriéndose
al Imperio Romano, con independencia de su efectivo rendimiento productivo.
De esta manera, los inmensos mercados de esclavos de la antigüedad
tienen su contrafigura en el mismo Derecho Romano así como
en la ciencia antigua. Una estática de cuerpos, geométricamente
distribuidos en el espacio, concentrados como en puntos en las manos de
hombres ricos y poderosos, masas de carne acumuladas en torno a un punto
de poder. El Derecho Romano, precisamente en su tratamiento de los hombres
esclavizados como cosas, exhibe a las claras la función de todo
derecho posterior. Incluso cuando nos las vemos con sus tramos más
decididamente "progresistas", se puede ver que aquello que oculta,
niega
o pretende superar sigue estando en el espíritu y en las
sombras de todo el texto. Pues la legislación que toca a sujetos
que, eventualmente no son tomados como tales (como dice Kant, son tomados
como medios y no como fines en sí mismos) ya habla y reconoce
la sombra de situaciones de facto en la cual los hombres son cosas, estrictamente,
cuerpos humanos vivientes con todas las posibilidades inherentes a su naturaleza:
máquinas productoras y reproductoras, objetos de satisfacción
sexual y diversión, objetos consumibles (9).
La sombra que se pretende expurgar o modificar en la sociedad fue creada
históricamente por la misma "mentalidad" jurídica, una suerte
de "episteme" dominante que está puesta en marcha por la política
y la vida productiva de la sociedad antigua. Así como en la sociedad
productora de mercancías el hombre mismo es,
tendencialmente,
tratado como mercancía, en la antigua sociedad de cuerpos humanos,
la apropiación, acumulación, uso y disfrute de los cuerpos
humanos es una nota característica. Mucho nos tememos que la evolución
actual del capitalismo tardío, en su fase ultraimperialista, trae
consigo la generalización cada vez más tangible y evidente
del uso y consumo de cuerpos humanos como motor fundamental de la economía.
Los actuales conceptos del derecho y las categorías jurídicas
resplandecen todavía en las cabezas de los profesores de ética,
de los socialdemócratas y de los habermasianos. Pero, esas cabezas
todas, junto con los esquemas que albergan, son envases que de continuo
desbordan los hechos de la vida social. El tráfico de cuerpos humanos
que, con inusitada virulencia, reaparece por todo el Mediterráneo,
y muy especialmente en el sur de la Península, en pleno siglo XXI
no es un hecho nuevo. Es un hecho adaptado al nuevo capitalismo neoesclavista
del agro andaluz y levantino. Que truenen y clamen los moralistas contra
las nefandas mafias. Pero la misma legislación que no admite al
hombre-cosa, que no admite el trabajo sin derechos laborales, que no admite
la existencia (a todos los efectos) de seres que de facto existen,
tiene por fuerza que ampliarse hasta el hartazgo por la legislación
no escrita de los moralistas habitantes en el ámbito del deber
ser.
A fines del neolítico ya comienza a verse en ciertos lugares una superación de las dependencias naturales. De la simple dependencia de una formación social con respecto a las relaciones ecológicas se pasa a la aplicación masiva y forzada del trabajo humano sobre los recursos naturales. Se deja atrás, y en la periferia, el modo de vida aldeano comunitario, plenamente eficaz en lo que hace a la explotación coordinada de la naturaleza a cargo de varios clanes cordialmente coordinados. Esta fase nueva, bélica y apropiadora de hombres-cosa, supuso al mismo tiempo el inicio de una drástica degradación del medio ambiente en estas primeras sociedades "políticas". La coordinación militar del trabajo forzado representa un uso acrecentado de recursos más o menos aprovechables según el contorno geográfico: minerales, ríos, mar, lluvias, luz solar, suelos, bosques. La degradación de una parte de la humanidad, sometida a su condición de máquina para trabajar, fue coextensiva con la degradación del medio, sólo dañado severamente en aquellos lugares en que la población escindida en dos, libre o dominada, aumentó sin cesar. La reproducción multiplicada de la fuerza de trabajo (10) alteró el paisaje, redujo la biodiversidad, obligó al consumo domesticado de plantas, grano, animales, etc. Hoy en día, las tierras bañadas por el Mediterráneo son un desértico reflejo del vergel que otrora debieron ser. El desierto que avanza sin cesar hacia el norte, al igual que los contingentes humanos venidos de Africa, vuelve a recordarnos aquel viejísimo capitalismo agrario que sólo se abre camino por gracia y obra de la explotación de cuerpos. La bomba de natalidad de los pobres es la garantía de los nuevos señores del campo explotado de forma capitalista. La domesticación de la naturaleza, en suma, fue resultado directo de la domesticación del hombre. El hombre fue así la primera máquina gratuita (y hoy muy barata) así como capaz de multiplicarse gracias a la sexualidad. La crianza o rapto guerrero de esas máquinas de energía muscular fue la concausa creciente de suelos erosionados, bosques talados, agua distante, escasez de proteína animal y de diversidad nutricional. El oriente medio y la cuenca mediterránea son hoy testigos de aquel proceso que, con extraño entusiasmo, llamamos hoy Civilización. El modo de producción antiguo, de difícil designación (esclavismo, capitalismo agrario) era –no obstante- transparente. Las estructuras imperiales y las dominaciones terratenientes que las apoyaban, exhibían sin ambages a los hombres cultos y a los aristócratas la fiereza de la situación, y muy pocos debieron sentir asco por aquello que les parecía de todo punto, natural. La peculiaridad de nuestro tiempo capitalista es que ensancha sin cesar la legislación moral con ánimo de falseamiento. Nunca abundaron tanto los tiernos corazones (Solidaridad es la nueva consigna de los buenos), y nunca como ahora aumentaron los sistemas de falseamiento. La falsedad opaca del capitalismo es esencia implicada en su propia existencia. El propio núcleo, profunda base de la totalidad social, es en sí una esencia falsificadora. El ser del Capital es su disfraz:
"Es la consecuencia lógica
de la alienación propia del modo de producción capitalista,
que define el capital no como una relación social (que se expresa
en la tasa de plusvalía, de explotación, sino como una cosa)
[...] Para suprimir la heterogeneidad del capital-cosa, la economía
vulgar se ve obligada a tratar el capital como una sustancia misteriosa
(...)" (11).
EXPLOTACION DE LA JERARQUIA SOCIAL
La cosificación del
capital es el resultado de la propia cosificación de las relaciones
humanas en que el capital se desenvuelve. El capital, frente a la mera
acumulación de tesoros, (dinero, minas, fincas y esclavos) en los
estados y hombres ricos de la Antigüedad, es en el mundo moderno el
producto de una intensa labor sustantivadora de las relaciones humanas
en la sociedad. Disgregada por completo la comunidad originaria, viviendo
sólo algunos restos de vida aldeana directamente productiva (pues
toda su vida y toda su razón de ser es producción) la sociedad
capitalista sólo existe por medio de pantallas y ofuscaciones. Así
se da la inserción de todas las actividades y de todas las relaciones
en el sistema de mercado, y la cosificación de todos los valores.
Estas ofuscaciones acaecen en su forma funcional de valores de cambio,
llevados estos procesos al limite, y no significan otra cosa que la futura
demolición de la humanidad. El mercado, tendencialmente monopolístico,
fagocitará a la sociedad, pues sus relaciones hace tiempo que habrán
desaparecido en forma de fetiche y simulacro de auténticas relaciones
humanas. La canalización de todo juego, actividad, producción
o comunicación que pudiera darse entre los seres humanos derivará
poco a poco por una pendiente hacia abajo en un sumidero de consumos,
más y más ajena (para la –falsa- conciencia) de la esfera
de la producción. Entonces se puede alcanzar un punto en que la
masa de hombres improductivos y parasitariamente sustentados por los estados
opulentos y corporaciones monopolísticas alcance inusitados niveles
de voracidad. Estos niveles serán los que permita la ultraexplotación
del trabajo en la periferia, así como del trabajo de la misma "periferia
interna" (los excluidos en los guettos del primer mundo). La densa niebla
de la falsa conciencia impedirá con eficacia la visión de
estos paupérrimos. Varias generaciones educadas en el desconocimiento
del trabajo explotado son capaces de volver a considerar como asunto perfectamente
natural
–a la manera antigua- que haya hombres heterogéneos en cuanto
a nacimiento, derechos o, sencillamente, suerte y fortuna en la vida. El
envilecimiento del primer mundo, cada vez más odiado por los radicales
de los países pobres y atrasados (es esto especialmente agudo en
los pueblos del Islam), es fácilmente comparable a la miseria moral
de la plebe romana, parasitaria hez urbana que participaba de los excedentes
provenientes del saqueo sistemático de provincias, países,
pueblos y razas. De la misma manera, los estados militaristas y saqueadores
que hoy nos gobiernan, así como las multinacionales que saquean
tres cuartas partes del mundo, invitan a nuestra hez urbana a participar
como voluntarios o a extender cheques donativos por el bien de una ONG.
La pobreza, el hambre, la persecución política de allende
nuestras fronteras, son buenas ocasiones para que algunas personas salgan
de su aburrimiento y laven sus conciencias en un vago afán de ayudar.
La otra cara de la moneda limosnera, consiste en dar valor de cambio a
esos contingentes humanos que milagrosamente abaratarán el trabajo
y los servicios de sexo y diversión en Europa.
EXPLOTACION DEL CONOCIMIENTO. AMPLIACION DEL CONSUMO
El marxismo del siglo XX fue visto
como prolongación teórica del maquinismo. La alienación
del obrero pegado a la máquina, sometido a ella, a riesgo de ser
algún día substituido por la monstruosa tecnología...
Este es el paisaje que nos pinta toda una literatura favorable o crítica
del materialismo histórico. Hoy en día, la tecnología
puntera ha demostrado una gran flexibilidad en lo que atañe al aprovechamiento
de los múltiples esfuerzos de los que el cuerpo humano era capaz.
Después de la segunda guerra mundial, con el auge de la automatización
y de la informatización de los procesos productivos, pronto se vio
que la vigilancia, la atención concentrada, las facultades de cálculo
y manipulación simbólica de los sistemas nerviosos eran -todas
ellas- capacidades explotables en el operador humano. Tanto los
músculos como el cerebro del hombre se traducen en trabajo, y éste
en energía transformadora, que al ingresar valorizada en el mercado,
produce plusvalía. Una vez garantizada –a favor siempre del capital--
una instrucción adecuada en los centros de enseñanza, la
explotación de la nueva fuerza de trabajo –cerebral- está
igualmente asegurada. Pero la siguiente fase es la que estamos viviendo
justamente ahora. Junto al "boom" de las telecomunicaciones, la informática,
la bio-ingeniería y otras tecnologías que demandan alta cualificación
(aunque escalonada y con tendencia siempre a proletarizarse de manera masiva),
surgen innumerables recaídas en sectores sólo indirectamente
productivos, que la falsa conciencia bautiza de forma genérica como
"servicios", "ocio", "ecoturismo", etc. Estas recaídas son, en verdad,
valorizaciones y apropiaciones privadas de realidades que siempre estuvieron
aquí. Mar, montaña, órganos y cuerpos humanos, bosques,
arte, niños, mujeres, nada escapa al proceso de valorización,
que reactiva de rebote los otros sectores de primera línea.
ALIENACION DEL SUJETO = "FACTOR" TECNOLOGICO
El trabajo humano T, aplicado
sobre los recursos naturales N, experimentó por consiguiente
una diversificación y complicación impresionantes, que son,
en lenguaje materialista, la substancia de la historia (T x N).
El trabajo humano viene constituido por oleadas periódicas de energía
muscular y cerebral emitidas desde un centro emisor, el sujeto, que no
se limita a ser un centro estático, euclidiano, de capacidades ordenadas
en un sistema de operaciones. Antes bien, el sujeto es en sí mismo
un sistema funcional y dinámico que pone en uso las facultades que
le ofrece la naturaleza de la propia especie desde su infancia, los sistemas
de operaciones que van ganando en posibilidades y potencia según
se educan los hábitos y a la medida en que la técnica y la
infraestructura estén dispuestas alrededor en el medio social. Con
entera independencia del grado de explotación que sufren los distintos
tipos de trabajadores, según ramas, épocas, países,
etc... la alienación es un hecho en sí mismo inherente a
la función del trabajador en una sociedad capitalista. Podrá
discutirse si éste concepto –filosófico y no cuantificable-
admite grados, pero el ineludible hecho de la alienación del trabajador,
como sistema de funciones abortadas, recorte y selección impuesta
desde fuera de su libre decisión, fuera de su conciencia y lejos
de su voluntad, será siempre motor de revolución. Porque
el sujeto de la producción siempre será sistema funcional,
que tomado valores o datos del entorno social y natural, realiza las más
diversas operaciones que, en articuladas en sentido técnico y en
sentido económico, podemos llamar trabajo. El deseo del Capital
es reducir el trabajo a función mecánica, no consciente,
luego no beligerante ni humana. Que su humanidad fuera sólo corpórea,
bestial, innegociable. Acaso los grupos sociales más diversos no
dejarían de ser humanos mientras desplieguen a su alrededor series
(o en rigor, ciclos, teniendo en cuenta el ocio y el descanso) de operaciones,
que son transformadoras y causalmente eficientes, y es lo que en términos
genéricos constituye una cultura. Pero la valorización en
términos capitalistas de esas series y ciclos de acción,
constituye el aspecto objetivo de la alienación, y separa con un
corte abrupto esas esferas de la praxis de cualesquiera otras que
no están valorizadas. Los sueños y esperanzas cifradas en
un mundo futuro plenamente automatizado, y en una radical minoración
de los esfuerzos musculares y cerebrales en la "sociedad de apretar botones",
se desvanecen al instante en que comprendemos que la tecnología
en modo alguno es un factor independiente. Al instante en que averiguamos
que cada máquina y cada invento contiene trabajo humano que
ya ha sido valorizado y acumulado en el desarrollo del proyecto y en la
producción del artículo. La tecnología como factor
independiente, causalmente eficaz por sí sólo en el desarrollo
de las naciones y de las economías es una terrible ingenuidad, que
no obstante sigue siendo admitida por parte de muchos (12).
¿Por qué motivo se quiere hacer de la técnica un factor
enajenado, que al modo de un deus ex machina, mueva todo el resto
de tramoyas culturales. La enajenación fenoménica de nuestro
tiempo, se quiere transplantar a nuestra historia y prehistoria globalmente.
Ya hay un mundo técnico, quizá, desde la mera ingesta de
alimentos, con el balance gastado en su búsqueda (caza, recolección)
y los demás procesos fisiológicos, fue complicado con el
fuego (quizá el Homo Erectus, hace un millón
de años), y el aprovechamiento de la energía muscular, (i)
comunitaria,
primero, (ii) animal después (reunir, uncir animales o domesticarlos),
y (iii) esclavista, finalmente: en éste mismo punto, en que
coinciden asimetrías dentro de cada formación social, belicismo
entre grupos y después nacimiento de los estados, y sometimiento
de las relaciones ecológicas a las relaciones sociales imperantes,
es en el que podemos coincidir con El ManifiestoComunista y repetir:
la Historia es la historia de la lucha de clases.
DIVISION INTERNACIONAL DE LA EXPLOTACION
Así pues, toda formación social que participa del curso de la historia, que accede a ella por el contacto –comercial, bélico o de otra índole- con otras, es decir, culturas que constituyen su alteridad, se define como una totalidad compleja de grupos diferenciados y con relaciones sociales internas asimétricas desde el punto de vista lógico, explotadoras desde el punto de vista económico: relaciones de dominación política, en definitiva. Aunque la dominación antigua no era estrictamente capitalista, allí se pueden ver bosquejos de la explotación económica del trabajo, bien libre bien esclavo. Así como el terrateniente o el mismo estado exhibieron comportamientos comerciales o empresariales se ha visto en la historia antigua que, dada la poca concentración de trabajo humano cristalizado en útiles, máquinas y herramientas, la forma pura de explotación era no obstante bien escasa. Y lo mismo se traslada al periodo del feudalismo o a cualquier otro modo de producción no capitalista (por más que episódicamente haya comportamientos y estructuras capitalistas envueltos y coordinados por otras formas de dominación). El capitalismo, frente a muchos vestigios de dominación y división sociales (que, en su condición de vestigios, suelen tener un estatuto jurídico, más o menos sancionado por la vida política) tiende a introducir una enérgica simplificación en las relaciones sociales. En el caso más simple, dejando al lado grupos sociales intermedios, la dualización de clases es la situación que marca la interna conflictividad de esa formación social que puede estar, a la vez, en conflicto externo, y contacto comercial-cultural, con otras culturas ajenas.De una manera u otra, esa dualización se refleja en la organización del territorio. La oposición entre centros urbanos y campos de cultivo y ganadería, es tan antigua como la civilización misma. Los centros urbanos se forman en calidad de polos de concentración de excedentes, así como núcleos de concentración de los sectores parasitarios de la sociedad: dominadores directos, entre los cuales cabe incluir la casta sacerdotal-funcionaria, y demás lacayos a su servicio. El capitalismo en este sentido ha heredado la muy vieja dualidad centro-periferia, pues la urbanización y la administración burocrática estatal son precondiciones para que este modo de producción se implantara. Sólo con el consentimiento y solidaridad de los viejos poderes puede el capital recortar de manera simplificadora las instituciones y viejos modos de relación que se le oponen. La acumulación originaria, y la aparición de capas sociales con capacidad inversora en los procesos productivos dependen de la milenaria tradición de expolio de excedentes de la vida campesina, de la afluencia de los míseros del campo a las grandes urbes para constituir un ejército laboral de reserva, y de una diferenciación territorial en torno a estándares de riqueza para así ejercer y justificar la dominación desde la capital y toda la red de capitales provincianas administradoras.En comparación con estas antiguas dualidades y polarizaciones el modo de producción mundial actual se puede definir como una verdadera exacerbación de este proceso de explotación del hombre sobre el hombre por medio de la desigual distribución de bienes y servicios entre comarcas, países y continentes, la cual no es sino consecuencia de la muy deliberada y consciente producción de subdesarrollo (en términos de A. Gunder Frank), que convierte a los países y zonas de la periferia en inmensas fincas de monocultivo a disposición de los grupos capitalistas de acción transnacional, con la consiguiente destrucción de la sociedad civil (incluida su débil clase media) y soberanía del capital en la inmensa mayor parte del planeta, aquella que no goza de posiciones centrales.El modo capitalista de producción mundial es un modo que jerárquicamente su dominio a lo largo del planeta, pues precisamente la nueva fase de capitalismo financiero y tecnológico precisa de enormes centros urbanos desde los cuales distribuir la producción (que la informática y la compactación del trabajo en unidades discretas y modulares permiten) a lo largo de todo el planeta. Esos grandes centros urbanos son mercados de valores y cuarteles generales de la gestión y producción, aun cuando la aplicación concreta de las órdenes y emisiones se tenga que realizar en las antípodas. En torno a los grandes centros de decisión en el llamado primer mundo hay regiones y países enteros densamente poblados, intercomunicados y urbanizados, que dependen cada vez más ampliamente de la economía de los servicios, y cada vez menos de los sectores primarios y secundarios, pues con la división internacional del trabajo en dichos sectores, hace ya tiempo que el capital ha elegido también territorios alejados donde la mano de obra esté más barata, y otras "rigideces" legislativas, impositivas, sindicales, etc. se encuentren ausentes.
El primer mundo, entonces, por más que conserve importantes islotes que se puedan llamar todavía "productivos" (agricultura intensiva de países templados, industria pesada, minería, etc.), cada vez bascula en mayor medida hacia la constante y progresiva elaboración de servicios, que de forma muy bizarra en ocasiones, acaba desvirtuando cualquier clásica concepción del hombre y de sus necesidades. Pues éstas se inventan por doquier cada día, se ofrecen al mercado, y crean los consumidores que pedirán éstas en mayor número, con mayor calidad o complicación, y a su vez, se amplía la base para la nueva inventiva de necesidades.
La patética (y nunca neutral ni bienintencionada) doctrina de la "civilización del ocio" sólo poseía una validez representativa en esos sectores poblacionales del primer mundo opulento, en los cuales un declive incesante de la producción industrial, añadido al fin sociológico (que no mercantil) de la agricultura de los países del centro, fue el catecismo ideológico de la reconversión y encarcelamiento de las clases obreras de la zona. La civilización del ocio era la otra cara de la moneda de un proceso de soborno de la clase obrera "opulenta", para que los capitales emigraran al segundo y tercer mundos, donde las exigencias de su población, o su capacidad de resistencia, fueran menores. El capital es, en lo fundamental, una relación social y el proceso histórico de transformación de esta relación social hubo de consistir (y todavía lo estamos viendo) en una paulatina y constante división internacional del trabajo, por manera que en el centro la llegada inmensa de plusvalía obtenida ahora de una lejana periferia cree una red social que soporte el desempleo y jubilación, unos estándares altos de vida y una suplementaria producción de plusvalía. Esta producción de plusvalía ha de ser rápida en sus rotaciones, ligera en infraestructuras, intensa en "capital intelectual" en el ámbito de la ocupación y producción de servicios (ocio, cultura, asistencia, erótica, etc.).
Hoy, más que nunca, el estudio económico-social de una formación históricamente dada, por ejemplo, a escala nacional, requiere además de una consideración de las relaciones internacionales, pues el origen y los trayectos de la producción del plusvalor se suelen encontrar en puntos muy alejados del globo, sobrepasando toda clase de fronteras, físicas y políticas. La formación social a escala nacional es un todo que comprende "orgánicamente" a las diversas subramas o sectores de la economía, amén de clases sociales y fracciones muy heterogéneas. Pero en todo caso, cada totalidad es comprendida a la luz de un todo de orden superior que viene configurado ya en nuestro siglo a una escala planetaria. Sólo así seguiremos fieles al método dialéctico que parte del todo, y a la vez se conoce lo concreto, y que sabe que las categorías del capitalismo, son ellas mismas totalizadoras.
"El capital es, pues, ante todo, una relación social global, a escala de toda la sociedad. El empirismo estudia el capital a partir de los fenómenos inmediatos: el equipo es el que se cristaliza, las unidades de producción concretas donde este equipo se instala. La costumbre de la economía convencional de partir de la microeconomía refleja simplemente su incapacidad para comprender que el todo es superior a la suma de las partes. Marx parte del todo" (13)
La relación social que damos
en llamar Capital ha ido ganando en su poder totalizador, a saber,
destructivo
de cuantas relaciones sociales le impiden su imposición y ampliación.
Todo vestigio de relación social que se ha mostrado compatible con
esta categoría, se ha visto forzado cuando menos a una subordinación
y transformación interna para lograr su feliz acomodo al nuevo marco
global de relaciones capitalistas. El proceso ha sido imparable desde que
el capital financiero de finales del s. XIX utilizara el marco político-militar
del colonialismo para un mayor abaratamiento de las materias primas, de
la fuerza de trabajo, y el transporte, entre otros factores. La antigua
forma, política y militar, de dominación de unas naciones
sobre otras por la vía del estado imperialista soportador de grupos
financieros, se fue transformando en un pequeño mosaico de imperios
financieros que cada vez subordinan con mayor éxito no ya a los
estados de la periferia sino a sus antiguos soportes jurídicos,
administrativos y militares: los estados de la metrópoli capitalista
e imperialista, cuya función se va reduciendo a la de mero auxiliar,
exentos de soberanía y autonomía política, al servicio
descarado de estas potencias privadas, pero no menos agresivas, expansionistas
y repletas de poder.
II. Sobre los Modos de Producción "Caducos" y nuestro Problema Nacional |
DESARROLLO DESIGUAL
Las formaciones sociales son tramos de la historia que agrupan procesos y entidades de naturaleza heterogénea, cada uno de los cuales se haya siempre en transición. En la historia, lo que importa siempre es la transición. En un mundo crecientemente globalizado, donde unos pocos centros de poder disuelven como si fueran vórtices el entramado de relaciones sociales periféricas, se torna cada vez más urgente el análisis de la vía revolucionaria del nacionalismo, como único antídoto contra la hegemonía de esos centros de poder. El antídoto de los venenos homogeneizadores es en sí mismo peligroso si de él no se extraen los componentes genuinos de la revolución social. Las formaciones sociales son múltiples y heterogéneas, pero el proceso creciente de subordinación de las mismas a una única forma, hace que la dialéctica centro-periferia, ya presente en las renovaciones del marxismo desde los años sesenta, cobre ahora una importancia inusitada. Lo que se impone en un contexto planetario, la subordinación de todas las formaciones a un sólo centro (en el límite lógico), estallando en mil revueltas e insumisiones (a veces locas y fanáticas, a veces revolucionarias en ejercicio, si no en representación) adquiere entera vigencia y actualidad inmediata en las formaciones sociales arremolinadas en torno al estado español. Este marco político-jurídico llamado "España" sólo puede disimular mediante la represión y la propaganda una serie de fisuras y estallidos que minan día a día la utilidad y limpieza de ese marco "constitucional" de convivencia. En él mismo se están viviendo momentos cruciales de la dialéctica centro-periferia que es preciso investigar.
Las relaciones centro-periferia, como topografía de la lucha de clases cuando ésta se desarrolla a una escala internacional, ya ha sido objeto de buenos análisis marxistas. En esta escala internacional, ya no es posible soslayar la acción que el imperialismo ejerce sobre la periferia, fabricando deliberadamente a los pueblos y naciones "tercermundistas", que sólo se convierten en periferia, colonia o arrabal de unos cuantos grandes imperios nacionales (E.E.U.U. en el caso límite de un futuro imperio único) que son los garantes formales y militares de las grandes corporaciones capitalistas. La concreción de la formación social española, a cuyo análisis nos ceñimos, no está exenta de unas relaciones centro-periferia que conmueven realmente a todo el planeta. La historia singular del capitalismo español permite encontrar, en los pequeños límites de la península ibérica, una forma de dominación de las provincias y las comarcas que recuerda sobremanera la dominación colonial, que al mismo tiempo siempre es comercial. La historia española de virreinatos y colonias ultramarinas que fueran soporte de una burocracia y una clase político-comercial dominante, se reproduce a pequeña escala en el estado actual de las autonomías. Se trata de una peculiar consecuencia de la ley del desarrollo desigual, y del fenómeno de la valorización desigual, por la cual los territorios y las masas humanas en el estado español padecen en virtud de su topografía igualmente desigual en torno a los centros de poder, acumulación y concentración del capital. Por ello en nuestros análisis aprovechamos los ineludibles resultados del estudio sobre el imperialismo a escala mundial, y sobre las nuevas formas de explotación capitalista de las neocolonias. En este sentido, suscribimos a S. Amin, cuando dice:
"Nuestro mundo contemporáneo presenta la particularidad de constituir un sistema único de formaciones capitalista definido por: 1) el carácter mundial de las mercancías, es decir, la preponderancia de los valores mundiales (...) sobre losnacionales; 2) el carácter mundial del capital, es decir, su movilidad internacional; y 3) el carácter nacional persistente delos mercados de trabajo, es decir, la movilidad internacional muy limitada de la fuerza de trabajo. A esta conceptualización hay que añadir la distinción necesaria entre las dos familias de formaciones capitalistas: las formaciones centrales, acabadas, dominantes, y las formaciones periféricas, inacabadas, dependientes". (14)
El estudio crítico del capitalismo
tardío del XXI entraña el estudio crítico de las transiciones
de todos esos tramos, muchos de los cuales experimentan en este momento
un proceso de disolución. La participación creciente de las
multinacionales españolas en mercados internacionales, así
como la interdependencia comercial entre las empresas de titularidad hispana
y las del exterior, no es obstáculo para la diferenciación
interior de las provincias y comarcas contenidas en nuestra península.
La ley del desarrollo desigual rige para un país pequeño
- bajo criterios internacionales de población y extensión-
pero muy heterogéneo por historia, tradición y, desde, luego,
muy desigual en desarrollo económico, es la clave marxista de interpretación
de la lucha política y cultural en pro de la autodeterminación
o de la federación (15). En efecto, los datos
estadísticos cantan muy alto y muy claro en lo que atañe
a los índices de prosperidad, productividad y acumulación
capitalistas. La interpenetración de los capitales a escala mundial
cuadra perfectamente con la consolidación de las comunidades madrileña
y catalana, alguna norteña, así como otros centros levantinos
y determinadas urbes de importancia aquí y allá repartidas,
como centros de explotación y acumulación capitalistas. En
general, casi todo el litoral mediterráneo es una ‘vía de
alta velocidad’ de ese desarrollismo capitalista. Por el contrario, el
norte atlántico y cantábrico se está sumiendo en un
letargo disolvente y parece que definitivo. Ello obedece al abandono del
estado central, junto a la inepcia de los dirigentes locales allí
asentados, la ausencia de una clase empresarial comprometida con su comunidad
inmediata, la reconversión salvaje de los Boyer, Solchaga, Solbes
y Cía. y -en general- el abandono de los estilos productivos populares
y comunitarios. Abandono que es determinante en lo que hace a la vertebración
de los sectores sociales tradicionalmente consolidados allí (pesca,
minería, campo e industria fabril).
El desplazamiento de los ‘ejes de desarrollo’ a nivel geográfico nunca es azaroso. La integración en la Unión pedía el inmediato abandono de esas actividades tradicionales que pasaron a denominarse, entonces, ‘obsoletas’. No es casualidad que en esas comunidades la existencia de una sociedad civil dotada de fuertes vínculos de arraigo mostrase toda su resistencia a una imposición que venía de lejos, a saber, de despachos madrileños, en contacto a su vez con lejanísimos despachos europeos, todos ellos no exentos de una arrogante voluntad de poder. El escándalo y desastre (económico, ecológico, social) del "Prestige" es sólo el más reciente zarpazo de la economía capitalista globalizada, que pasa por el contrabando de armas, personas y seguridades, en medio del mar o por encima de fronteras. La connivencia gubernamental con estos Altos Intereses comerciales queda aquí nuevamente demostrada, y el afán secretista, autoritario y muy insensible de las autoridades ante las formas tradicionales (antes se decía "honradas") de explotación de la riqueza tiene que traer por fuerza un levantamiento popular, o al menos una severa reacción, aunque fuera sorda y diferida. Una marea de independencia tiene que llegar desde Galicia a los despachos de Madrid. Un estertor de largos siglos reprimido se podrá escuchar si las "provincias" arrinconadas secularmente entre el mar y la Meseta son desatendidas como colonias poco interesantes y autogestionadas por sus propios indígenas. Justamente es la autogestión forzosa de los nativos la que puede, antes que cualquier aluvión de subvenciones, expulsar a patadas a los virreyes corruptos y postfranquistas. Tal parece todavía como si Madrid tuviera de nuevo colonias, y la España que ellos quieren ver tan unida no fuera más que el viejo coto y el viejo cortijo donde poder hacer agujeros a las perdices.
El abandono del Norte, unido al mucho más antiguo abandono del Interior, del Pueblo y del Sur, terminará por romper la unión de clase política, pues ya se va viendo que no es unión eficaz ni querida. Es unión por la fuerza, y unión con cadenas. El estado español se encamina hacia una tremenda bipolaridad, que los economistas ya podrán designar (con la brutalidad acostumbrada) entre comunidades europeas y subeuropeas, al medir comparativamente los índices y los estándares. Así que la homogeneidad impuesta de esos estándares europeístas genera, por fuerza, incorporación de grandes centros de producción-acumulación locales, pero será siempre una absorción con centros rodeados círculos de creciente pauperización y estancamiento. La incorporación creciente de la formación social española a esos circuitos mundiales capitalistas se hace a costa de la desertización de regiones enteras, de la emigración forzada y del paro impuesto por decreto.
El auge, instalación y penetración del capitalismo conforma la historia incesante de disolución de formas de relación social que ahora se consideran caducas y obstructoras de esta profundización y extensión del capital. En efecto, la transición recientemente vivida en el país - susceptible todavía de ser documentada en no pocos de esos tramos históricos - no puede entenderse de otro modo que bajo la forma de un proceso de disolución. La disolución de la comunidad de pescadores, fue anticipada por una marea negra nada fortuita. Toda contingencia es explicable. Aquello que decretan los despachos posee tanta fuerza como lo que olvidan y descuidan. Con estas dos no-acciones también se manda, y se manda al destierro, a las nuevas Hurdes, a quienes no entran en los grandes planes de Integración.
Igualmente, una de las relaciones sociales más viejas y resistentes, la comunidad campesina europea, (con sus variados matices nacionales y regionales), ya agoniza desde fines de la edad media. Su presencia proporcionalmente importante casi hasta hoy en el estado español ha marcado el mismo ritmo de diferencias y la base desde la cuales se desarrollaron éstas trayectorias divergentes entre regiones y nacionalidades. Las trayectorias se comprenden según fueran las circunstancias de apropiación de la tierra por parte de la clase terrateniente frente a los intereses comunitarios, primeramente, y, en segundo lugar, según se acelerara el ritmo de industrialización y urbanismo ya intensificado en la mitad del siglo XIX.
La comunidad campesina en Europa, por encima de bases étnicas y geoclimáticas muy variadas, posee una historia lenta de agonía a lo largo de la edad media, historia que se encuentra en la base del diferente despliegue del capitalismo al despuntar la "modernidad" (el Estado absoluto, en términos políticos).
El estado absoluto representa la "universalización" del dominio que los nobles y señores medievales ejercieron sobre territorios y gentes. El dominio se ejerce siempre de un modo restringido en aquella época feudal. El absolutismo dimana de la feudalidad, como una especie de señorío único (suelto, solitario) y universal, aunque expansionista en ocasiones frente al señorío de otros estados absolutos nacionales.
La pluralidad jurídico-política de la edad media deviene homogeneidad de un único señor, el monarca absoluto, que logra encaramarse en una posición dominante sobre todo estamento. La aparición de un estamento burgués protagonista es relevante como factor de equilibrio entre los preexistentes, y como catalizador de ese proceso formalista y homogeneizador de todas las diferencias. Pero todavía no puede advertirse en esa creciente burguesía la clave infraestructural del estado de nuevo cuño. El proceso de reducción de pluralidades jurídicas contiene muchos episodios. Es la monarquía hispánica del renacimiento y del barroco la que sigue ostentando en su vida interna muchas diferencias internas, territoriales y estamentales, que fueron siendo respetadas al menos en la forma hasta que las reformas borbónicas no dieran pasos decisivos, aunque algo tardíos y de desiguales alcances.
La comunidad campesina en estos territorios gradualmente homogeneizados a partir del s. XVI, fue muy diversa en su naturaleza. En todo caso, en el caso de la península ibérica, el origen de esas diferencias se retrotrae a la dinámica de conquista y repoblación territorial de dominios musulmanes. La larga trayectoria militar de unas comunidades campesinas en la península se diferencia, en términos de aprendizaje progresivo de mayores cuotas de libertad y audacia, de aquellas otras al norte de los Pirineos, que en cambio habían sido menos móviles y más pasivas necesariamente ante sus dominadores feudales.
Esta comparación con el feudalismo europeo, debatida por los expertos, arroja dudas sobre si tuvimos en nuestra península un verdadero feudalismo, o por contra, una movilización de contingentes humanos con afán repoblador y conquistador. Pero en esto no entraremos ahora, al menos directamente.
La cuestión en la que habría que centrarse - en orden a formar una nueva praxis política que comprenda al habitante de la aldea y el pueblo, y al residente en toda periferia, en el sentido que movilice a estas gentes - es la siguiente: debemos preguntarnos si esas comunidades campesinas, nacidas en la edad media, instituyeron formas político-económicas, si quiera rudimentarias, para hacer frente al señor o, al menos entrar en relación jurídica con los señores nobiliarios o eclesiásticos, así como con el rey (sin excluir tampoco las relaciones que, de manera simple y horizontal, han de formalizarse con sus vecinos).
La cuestión puede ser respondida afirmativamente, y el estudio documental más la labor etnográfica están para encontrar testimonio de esto en ciertas zonas.
Una de las tesis a explorar es esta. En ciertas regiones de la península donde el sentimiento de identidad local se manifiesta como claramente disminuido, esto se puede comprender en parte por la vieja explotación comercial del agro, que se remonta a la antigüedad o al dominio musulmán, especialmente en Andalucía, Extremadura, Meseta y en el Levante. Esa vieja explotación de la comunidad campesina fue el contenido material de las nuevas formas jurídicas de dominación militar y señorial. La irrupción de señores y de órdenes religiosas y militares en el dominio de estas nuevas "colonias" de tierra adentro, se transforma inevitablemente en la explotación comercial de tierras y gentes, al entrar en la edad moderna. Para ello, coadyuvó la existencia de una cuasiservidumbre de labriegos y vecinos que, efectivamente, en la Meseta Norte y en el Cantábrico no había tenido lugar.
Ser capitalista "antes de tiempo", y especialmente bajo formas agrícolas y comerciales, ha supuesto el empobrecimiento del agro peninsular por su subordinación ante el señorío y la urbe, subordinaciones ambas que son complementarias políticamente para poder ejercer la opresión. La resistencia y solidaridad campesinas (la existencia remota de cierta comuna) se quebraron para siempre bajo la opresión de señores militares y clericales, que ya en las ciudades conforman la oligarquía dominante hasta la era de la industrialización. Una industrialización que en no pocas zonas del estado jamás ha llegado, ni tiene visos de llegar. Este dato es relevante en grado sumo para comprender la sociología de amplias zonas de la península, por ese tránsito directo desde la economía agraria a la de servicios, que tanto está mutilando la mentalidad de nuevas generaciones. Ese salto directo hacia una "economía terciaria" permite hoy asegurar la connivencia de las viejas oligarquías con los nuevos poderes influyentes que hoy toman su asidero en la banca, el turismo, la telecomunicación, etc., siempre lejos de las ya ‘obsoletas’ vías de producción (metal, minas, pesca, industria naval, etc.)
Hay tramos de historia local de ciertas comunidades, más abundantes al norte, donde la existencia de una clase campesina un poco por encima de la indigencia, con sus propiedades y derechos en cuantía y calidad suficientes, aún no alienados, demuestran que –secularmente- pudieron hacer fuerza frente (o al menos alejar) a los señores depredadores. En tramos como esos se podría rastrear casi hasta hoy, la existencia de fuertes lazos de identificación con el territorio y solidaridad entre las gentes basada en un auxilio mutuo y en un alto grado de aprovechamiento de los recursos indivisos. En cambio, allí donde la explotación del campo se basó - desde antiguo - en la explotación de braceros ora asalariados, ora en situación de semiservidumbre (en el sur) este panorama, precisamente por viejo pero persistente, se vuelve netamente actual, a falta de toda reforma agraria. Es la pervivencia de una larga tradición de economía cuasiesclavista y comercial-capitalista (16). En el sur las relaciones campesinas con los señores convierte a éstos últimos, frecuentemente, en empresarios a mitad de camino del dominio feudal y de la explotación capitalista de braceros y tierras, incluso cuando a nivel sociológico se dan condiciones de absentismo empresarial y señorial o una sociología propia de rentistas urbanos.
Así pues, la disolución
de la comunidad campesina es, hoy en día, asunto muy reciente y
por ende relevante en la investigación de la transición del
modo de producción agrario no capitalista, al postcapitalista. Aquel
modo no siempre fue fundado en la autosubsistencia, y marca una notoria
diferencia norte-sur en la dinámica desarrollista desigual de nuestra
península.
¿POR QUÉ RENACE LA CONTESTACION?
Los barrios obreros de las grandes ciudades y de los núcleos industriales periurbanos requieren, a partir de los finales cincuenta y de los sesenta del pasado siglo, otro estilo de líderes de la resistencia frente a la opresión. Y los nexos de solidaridad, precisamente como efecto secundario de las prácticas burguesas en cada municipio, hicieron más desigual, en el pasado reciente, la posibilidad de un control ideológico represivo que se mostraba tan uniforme y sin fisuras en los lustros más cercanos a la contienda civil.
El régimen franquista, falto de recursos ideológicos, o mejor, consciente de la inadecuación entre su sucedáneo, el "nacionalcatolicismo" y la infraestructura nueva, propulsó un "alegre" consumismo a partir de los años sesenta. Es decir, salvando el capítulo de derechos civiles, políticos y laborales, en todo lo demás se fue abriendo la puerta a la creación de una nueva sociedad civil que, dicho en leguaje gramsciano, fortificase al núcleo duro y coercitivo del Estado.
El capitalismo franquista, en este segundo momento, y una vez consolidada la refeudalización del campo en los años 40 y 50, tendió a disolver definitivamente diversos sectores amplios de la vieja comunidad campesina que, a duras penas, habían subsistido en el nivel de indigencia. La represión clerical - junto a la política- había convertido al pueblo y al campo en una cárcel cultural en comparación con la cual, ya a mediados de los 50, y sobre todo en los 60, la urbe parecía que libraba las conciencias, aun cuando el nuevo proletariado estuviese cayendo en el nuevo círculo de dependencias económicas que el emigrado hubo de experimentar desde entonces.
Cambiar de clase es un proceso dialéctico.
El proletariado se liberó de viejas servidumbres (clero, ideología,
hambre), y en cierto porcentaje se alzó el nivel de vida de la población.
Por primera vez desde la guerra se iba aumentando la conciencia de clase,
pues el proletariado urbano e industrial suele mostrar mayor capacidad
de detectar la faceta estrictamente económica (y por lo tanto la
ontología) de su explotación, sin los ropajes de la tradición
ni de la ley. El confinamiento urbanístico al que se sometía
al obrero y las nuevas relaciones urbanas que, dentro de unos límites,
el proletario establecía con la burguesía urbana, no hicieron
más que contribuir a un mayor nivel de abstracción
(y por tanto de potencia combativa) en sus reflexiones. En el campo, por
el contrario, el dominio ejercido por los poderosos era siempre dominio
concreto, no generalizable. El campesino carecía de las bases
empíricas mínimas para establecer una adecuada comparación.
A partir de ahora, la percepción que el proletariado se hacía
de la burguesía como una clase abstracta y funcional constituye
todo un motor decisivo para la revolución de las conciencias. Ya
no son el terrateniente Don Fulano, o el clérigo Don Mengano los
que representan en nombre de su clase un estamento muy superior, diluido
en medio de abstrusas categorías morales (paternalismo, tutela,
derecho natural...) siempre concretas en cuanto a origen y funcionamiento.
La abstracción dialéctica que puede ejercer la clase obrera
(y, aparentemente, en vistas a su gradual disolución en Occidente,
solamente
ella) supuso una generalización evidente del concepto de explotación,
y de la vivencia de su realidad. No es a este o aquel patrón, generoso
o cicatero, buena persona o mala, a quien se debe "contestar". El capitalismo
ya permite a todo el mundo dejar a un lado las pamplinas morales y señalar
con su rúbrica el carácter objetivamente económico
y ontológicamente explotador del patrono. En la ontología
del capitalismo todos los capitalistas son iguales. Las cuestiones del
más o del menos pueden dejarse a un lado cuando hablamos de la esencia
de un sistema. La virtualidad del capitalismo consiste en que su crudeza
siempre es objetiva, no depende de la cuestión aérea de si
los hombres aciertan o yerran en sus prédicas y diagnósticos
éticos. Y esta crudeza alcanza las conciencias de la clase que,
objetivamente, está también llamada a derruirlo.
La abstracción dialéctica de la clase obrera supuso, al mismo tiempo, como fenómeno de conciencia y de actuación, una curiosa obnubilación de todo cuanto fueron sus orígenes familiares y tradicionalmente agrarios. Uno de los problemas principales del estado español, cuando nos referimos a sus regiones y comarcas escasamente industrializadas o de bajo nivel de urbanización, es un tránsito traumático sin mediaciones, desde un sector agropecuario y de autosubsistencia, al actual momento, en que predomina casi universalmente una terciarización de la economía, y un inédito nivel de consumismo. La aparente "modernización" de nuestra sociedad se vive alegremente en muchas familias y comunidades sin poder llegar a completarse el proceso digestivo de una manera conveniente, lo que provoca la completa ausencia de laicismo y una falta casi absoluta de conciencia política y de clase en toda nuestra sociedad civil y en nuestra vida pedagógica. Una sociedad terciaria perfectamente pastoreada por sacerdotes y obispos católicos, una procesión de efigies, un pueblo de idólatras en la era, que llaman, de la digitalización y la globalización. El tránsito desde la autosubsistencia a la "nueva economía" no industrial, sin periodos revolucionarios (y, por ende, anticlericales y combativos) explica el apoliticismo y tradicionalismo de éstos "alegres" días (y sólo alegres para algunos).
La clase obrera emigrada a la ciudad
olvida rápidamente su origen rústico, como hoy la nueva clase
media instalada en los servicios, olvida su origen obrero (o incluso campesino).
Los viejos explotadores y la vida dura de antes se convierten en simples
batallitas que narran los abuelos. El poder narrativo-oral se va tirando
por la borda, una generación tras otra generación, tan crucial
como fue siempre este poder, esta genuina memoria colectiva y cantera de
cualquier revolución. La falta de interés que el sistema
educativo muestra por esta historia oral a la hora de movilizar conciencias
y su amnesia oficial al pasado más inmediato, supone una labor reaccionaria
de cariz complementario a la reacción de los periodistas pagados
por grandes medios, que no es en modo alguno desdeñable.
El análisis de una totalidad social concreta se realiza en cada momento, es dialéctico. Por más que se le quisiera dotar de formas impuestas por las modas académicas, es un análisis que realmente emprenden las clases y los sectores de clases que tienen algún protagonismo en la marcha de la sociedad. En pleno viaje, el puerto de partida y el amarre final siempre se están representando en la conciencia de los agentes de la historia. Los intelectuales "modernizantes" se hicieron orgánicos en el mismo momento en que manifestaron su empeño por dejar atrás la vieja España agraria y con ella los viejos mitos del honor, la hidalguía católica, el imperio, etc. Y entonces de París no sólo llegaron las modas de la alta costura. Hubo también moda libresca parisina, nuevos maoísmos, estructuralismos y deconstructivismos. La intelectualidad tradicional, por su parte, sin llegar a desaparecer del todo, pugnaba sin parar dentro de su estrategia del "rearme moral" y del "reservorio espiritual". El franquismo fue un anacronismo hecho crónico que acaso debería recordarnos a todos que los hombres siempre vivimos fuera de nuestro tiempo, y con más fuerza cuando apelamos al "espíritu" y la "moral". El rearme moral del intelectual franquista, monárquico, conservador, etc. era punto por punto coincidente con elementos ideológicos vigentes en el PCE que también fueron derivando cada vez más hacia una espiritualización de su discurso. Ellos apelaron a las retóricas humanistas y moralizantes que, dicho sea de paso, no discordaban con las de otros PCs europeos. ‘Viva la utopía’ y ‘pidamos lo imposible’ fueron frases muy bonitas para que los curas rojos y sus monaguillos de parroquia obrera gritaran en la calle contra Franco, y así la podredumbre teórica se instaló definitivamente, después, en aquella Izquierda Unida desorientada por sus propias burguesías universitarias de la "nueva izquierda" y por los católicos infiltrados. En estos aspectos, la oposición a Franco también reflejaba esa España agraria que estaba dejando de serlo.
El proceso dialéctico de una
representación nostálgica del puerto de embarque, de dónde
venimos, se trastoca en una supuesta revigorización de la pregunta
‘¿dónde nos encontramos? ‘’¿A dónde queríamos
ir ?’. La izquierda culturalista que gobernó el estado desatendió
gravemente el problema de su viaje y su viraje. En el viaje desviacionista
hay que contar con la pendiente restauración de las comunidades
originarias, nunca posible a un nivel prístino, sino con todas las
adherencias de las que el campo debe beneficiarse de la urbanización
(en la medida en que conlleva ‘civilidad’) y elevación generales
en la vida. Pero no se hizo tal cosa. Pero los campos se fueron abandonando,
y luego los dirigentes socialistas comenzaron por convertirlos en reservas
naturales y museos antropológicos vivientes, en asilos. Los viejos
señores que no se embarcaron en las inversiones novedosas y especulativas,
retuvieron la riqueza en ciertos casos (recordemos el viejo refrán:
el que tuvo retuvo). La falta de reforma agraria, la debilitación
de las relaciones sociales en el puro desierto rural cada día más
despoblado, era por completo ajena al mercado de los votos. La flor y nata
siempre se jugó en la ciudad.
Ciudad ya culturalista, televisiva, museística. Centro de cultura lúdica y comercial. Todo se capitalizó, salvo el substrato histórico y genuinamente folklórico de las clases populares, a las que arrancaron la memoria para luego vendérsela de una suerte artificial. A sus hijos y nietos se les habrá de devolver una bisutería cultural empaquetada con ribetes de nostalgia y folklorismo.
Todos esos objetos, los mismos que para sus abuelos eran valor de uso y dotados de un sentido cuasisagrado dentro de sus existencias, hoy sólo poseen valor de cambio en un sector cacareado de ecoturismo y senderismo rural, un nuevo cosmos del veraneo fetichista. Pues hoy la penetración del capitalismo llega a valorizar sentimientos y modos de vida que ya no se tienen en pie, como no sea con los zancos del turismo planificado. Comunidades antes genuinas hoy son reducidas a parodia de relaciones sociales en el escaparate para turistas. Estamos haciendo exhibición impúdica de ancestrales y naturales relaciones sociales aldeanas. Todo lo que no se ha integrado ni destruido por la penetración del capitalismo, intenta al menos ser valorizado en el mercado del ocio, el turismo y el ecocomercio: el amor, los orígenes, la pertenencia a un grupo, la diversión, el estatus y la etnia.
Cuando lo folklórico se vende (en tal grado, y tan bien) se puede sospechar ya que su anciana esencia está perdida para siempre. Ha ocurrido un proceso de subordinación categorial. Los modos de producción tradicionales se dejan penetrar de relaciones capitalistas, aun cuando la vieja comunidad todavía puede percibir un cerco exterior que se les va estrechando en derredor más y más. Ese cerco todavía se nota concretamente cuando son los elementos geográficos u orográficos los que contribuyen a esta clara percepción.
Pero ese pasado que llega hasta las
vidas de los abuelos, como un frente de olas de mar del que sabemos que
ya ha encontrado su definitivo límite en el acantilado, por más
que la marea suba o baje en ciertos momentos, este viejo pretérito,
decimos, ya no puede esquematizarse políticamente por obra de la
misma pérdida del sentido de la orientación. Hace tiempo
que dimos la espalda al mar, esto no es cosa de ahora, y la erudición
de los folkloristas o la meritoria escritura de una historia oral, emprendida
por la vía de urgencia, hoy constituye más una detonación
para la fiesta turística y el fomento de la nostalgia. No es detonación
para la revancha, ni para la recuperación activa, que potencialmente
también es revolucionaria. Los paradigmas son tan plásticos
que vemos todos los días el fenómeno de la invención
del pasado, no tanto por parte de obcecados historiadores nacionalistas,
como se nos pretende hacer creer desde medios oficiales, cuanto por parte
de las mismas agencias públicas de turismo y de redactores de guías
comerciales de gastronomía, parada y fonda. El monte es objeto de
inversiones. Se valoriza lo que es de todos de cara al turismo. Las lagunas,
los bosques, los aperos y máquinas artesanales son cosas por completo
ininteligibles en el mundo de hoy al margen de los paradigmas folkloristas
que gravitan en las cabezas de los eruditos locales, alcaldes, hosteleros,
agentes de ocio y turismo, etc. El futuro de la celtomanía también
está garantizado por los viajes de veraneo y de fin de semana. Los
museos y las exposiciones son como el cielo de las ideas, desde el cual
se distribuyen miles de copias y reproducciones semiartesanales en ferias,
tiendas y mercadillos. Se reconquistan, mercantilmente hablando, espacios
e incluso agrupaciones humanas, condenadas previamente a la extinción.
Ya tenemos nuestros sioux en los Picos de Europa o en las Rías Gallegas
ennegrecidas, las nuevas Hurdes. Podrá decirse que este panorama
es mejor que su olvido definitivo. Se nos dirá que nuevas formas
diversificadas de ocio y turismo ("cultural") son buena alternativa a la
playa masificada o a la torre de apartamentos y el chiringuito de costa.
Pero las "alternativas" suelen ocultar, mercantilmente hablando, las ampliaciones.
Es una definitiva expansión y explotación del mercado del
ocio y del turismo, de la cual es cómplice una parte del sector
erudito local y de la etnología académica. En la gran ciudad
el turista culturalista depositado por la magia de los guías y las
agencias en un agro domeñado por la urbe, paga y disfruta con la
visión de figurines vestidos de gaiteros o pastores, mientras el
pasado se difumina lentamente y tiene a congelarse en la postal.
REVOLUCION Y RESTABLECIMIENTO DE LA COMUNIDAD
¿La comunidad originaria exhibía una base igualitaria? Este es un mito, si es cierto queremos luchar por la recuperación de comunidades míticas. El marxista lucha siempre por las comunidades realmente existentes, aunque ellas tengan que aprender a ser lo que ellas son. Las sociedades prehistóricas parecen haberse ido diferenciando socialmente en su interior desde tiempos remotísmos. La división tripartita del panteón indoeuropeo, al estilo de Dúmezil, revela la existencia de diferenciaciones endógenas que la conquista y domesticación de grupos foráneos no hace más que agudizar, esto es, verticalizar.
Los procesos de urbanización, lo que suele entenderse como alba de la civilización, suponen una neta jerarquía social (no ya sólo una dualidad o tripartición social prehisórica de partida. Las ciudades egipcias y mesopotámicas eran centros burocráticos y redistributivos, de control. En rigor, su existencia al margen de la presencia de focos mercantiles y talleres artesanales, era debida al control político económico de los recursos de la economía campesina. En aquellos viejos imperios, las comunidades ya no existieron sin ser violentamente humilladas. La losa de la burocracia (real, sacerdotal) las aplastaba hasta niveles rayanos en la esclavitud. La polis griega, las ciudades etruscas, la misma Roma, suponen organismo políticos que en su inicio iban trasladando el poder principesco (régulos, linajes aristocráticos guerreros) hacia organismo políticos más complejos, pero siempre sin el elevado grado de despotismo burocrático alcanzado por la urbe, imperialismo de capital egipcia y oriental sobre las comunidades originarias y circundantes. Habría de ser la evolución imperialista del helenismo, primero, y de Roma, después, la que tendría que desplegar todas las virtudes orientalizantes sobre buena parte de Europa, y la Cuenca Mediterránea. El despotismo urbano fue despotismo imperial en coalición con el latifundismo que desde Roma no abandonaría ciertos países hasta el día de hoy.
El latifundismo de tradición romana es una forma social agraria muy distinta del despotismo oriental. El dominio privado sobre la tierra hace de éste un estado dentro el estado, dominio que conoce en la antigua Europa del sur, romana, mucho mayor desarrollo que en oriente. Con el declive del poder central en la agonía del Imperio, y después en la edad media, la capital urbana fue reduciéndose al nivel de aldea y las potestades administrativas, judiciales, militares, etc. del señor crecieron. Téngase en cuenta, que parece ser que ya hubo protofeudalismo en pleno Imperio.
La comunidad campesina tiende a disgregarse en los dominios territoriales, ya señoriales, ya eclesiales, en el albor de la edad media. Su papel subalterno gira exclusivamente en torno al servicio de la casa o como un instrumento explotado de forma capitalista antigua en las labores agropecuarias. Su tendencia es a constituirse en apéndices de las grandes casas. La comunidad popular desaparece en buena parte en la sombra. Extinguirán su conciencia de comunidad, y de su pasado como entidad solidaria.
Nuestra tesis estriba en lo siguiente: en la España más romana y árabe pervivió un rastro menor de la comunidad cuasinatural, y en ella sólo hay territorio, pero de él no se hizo "casa". No hay ‘oikos’, no hay ecología en el sentido etnográfico de la palabra. Nos gustaría saber si hay una conexión rigurosa entre el viejo ruralismo y el ecologismo actual, de manera que fuera dable examinar a fondo si de su cáscara aparentemente reaccionaria y su metafísica fundamentalmente holística pudiera esconderse una sabrosa semilla de revolución. Evidentemente la respuesta debe comenzar con un "depende" desolador en grado sumo. Pero las cláusulas que siguen a este relativismo pueden resultar pistas nada desdeñables en orden a nuestra investigación. "Depende" en buena medida de la historia social de la región europea sometida a estudio concreto. De esa historia local puede verificarse una nostalgia popular, o no, por modos de producción ya caducos. Es evidente que la economía agraria, por sí sola, no resulta en sí un modo de producción. Hoy tan sólo constituye, junto a los usos forestales, la obtención de recursos energéticos, turismo y otros bienes y servicios que conforman un sector de la economía nacional, de orden mixto. También está claro que no en todas las regiones el mundo natural se ha reducido en su historia a ser un mero círculo abastecedor de su centro, la urbe. En ocasiones, las cordilleras, bosques, mares y ríos, o extensiones peligrosas de tierra por mil motivos, han escapado a una penetración del modo de producción capitalista, al menos relativamente. En esas extensiones territoriales aún hay restos de comunidades campesinas, cuyos modos de subsistencia sí están en proceso de agonía, a la espera de que la mortalidad o la enésima emigración hacia la ciudad absorba los últimos restos humanos.
Los sectores aún no absorbidos directamente por la agricultura capitalista quedan al albur de poderes estatales que gozan de gran potencia decisoria en ausencia de maniobras patronales. La falta de acumulación previa de capitales en esas exiguas comunidades, unido al férreo control que la Unión Europea impone a los pequeños productores, no hacen sino agravar los largos siglos de relación asimétrica entre campo y ciudad. Tal y como acaece con otros sectores nacionalizados, por no ser rentable al capital privado, al ser inmediatamente susceptibles de valorización, el estado hace la labor sucia preparatoria. Inversiones infraestructurales previas, accesos y servicios altamente destructivos, desbrozadores, tomando así la iniciativa en la que no cuentan los nativos, sino sólo la clase patronal dispuesta a invertir en equipamientos hosteleros, servicios de legitimación y comunicación. Acto seguido, los capitales privados ya pueden tomar sus posiciones estratégicas pues el camino está despejado y el paisaje territorial falto de atractivo inversor por fin ha sido abierto a la aplicación de las inversiones. Las primeras misiones colonizadoras son, por fin, una realidad después de esta intensa destrucción preparatoria.
Sólo en este empeño
por capitalizar, por valorizar recursos naturales que antes escapaban al
mercado, se puede entender el auge de un ecoturismo y un folklorismo
que, si no fuera por su endeblez ideológica, podría virtualmente
adocenar a masas enteras de población que, una vez más se
ha visto desposeída, puesto que sus abuelos o padres fueron ya los
desposeídos de sus recursos comunales y de sus continuidades vitales
con la naturaleza y su pueblo o aldea, la gente más joven participa
ya de la nueva economía verde, como afluencia que son de consumidores
de la hostelería y del consumo de fruslerías, como autoempleados
o como pequeños inversores. ¿Qué quedó de aquel
ecologismo radical, importado de allende los Pirineos ? ¿Hemos sufrido
alguna especie de "revolución cultural?" ¿Hay muchos ingenieros
diseñando motores de madera? ¿Nos hemos convencido definitivamente
de que lo pequeño es hermoso?
Es triste realizar la comprobación de que los últimos 20 años de ecologismo ideológico no ha reportado alternativas al marxismo más clásico y científico. Todo lo más, se ha logrado constatar a nivel exegético que Marx y Engels confiaban en demasía en el desarrollo de las fuerzas productivas cual si este ascenso equivaliese por sí mismo al Cuerno de la Abundancia. Miran la cara de la moneda, la crítica a la Tecnología, no como la cosa en sí, sino como fetiche neutro, no como relación social que atrapa a las masas en una dinámica (axiológicamente absurda) de acumulación de capital que, periódicamente, ha de destruirse en forma de guerras, crisis económicas, gigantismo burocrático, etc. Los ecologistas empezaron añorando el abandono de la tecnología a cambio de bicicletas de madera y motores de éter. Y sueñan con una reducción del marxismo a mitología de humanismo. Muchas tendencias (la escuela de Frankfurt, Heidegger, o incluso la obra de J.R.R. Tolkien) contribuyen a exacerbar esa nostalgia, y su valor es grande sólo en cuanto ponen en el tapete su pathos. Pero algún ecologismo humanista se quiere ofrecer al mercado ideológico como el nuevo y último combate entre Ilustración y Romanticismo. Véase, si no es así, por qué hay este éxito editorial en las obras que nos hablan el olvido de los sagrado, la mitología, la hermeneútica simbólica, la filosofía de la religión de E. Trías, etc. (17)
Con una mirada fría, este
nuevo capitalismo verde, y sus ribetes culturales, debe quedar desenmasacarado
completamente por mas que también los marxistas (sus Padres Fundadores
mismos) conozcan y compartan el horror (también el horror estético)
ante la alienación humana que la industria y la nueva tecnología
organiza en el mundo. Los diagnósticos pueden coincidir: es fenomenología
para marxistas y ecologistas. Pero los análisis, si no son abiertamente
complacientes con las nuevas penetraciones del Capital, no parecen más
que verdaderos oscurecimientos ideológicos.
ENAJENACION DE LA NATURALEZA Y LA CULTURA
La verdad es que la gran ciudad va generando, por vía de la pedagogía y de los medios de comunicación, masas cada vez más cuantiosas que ignoran el alfabeto de los que es un mundo natural así como tradicional. Ese patrimonio (que por la acción de siglos de indigencia se va disgregando entre el pueblo), se ha expropiado casi definitivamente en los últimos 30 años de desarrollismo, migración y urbanización. El plusvalor detraído por el estado en los últimos espasmos acumuladores, no fue capaz de penetrar hasta la década de los 80 en un segmento del mundo cada vez más periurbano en su sustancia. Esto es, no fue capaz de dominar universalmente la naturaleza. Naturaleza violada y domesticada. Ese ha sido el destino del entorno humano cuando la especie se multiplica y la fertilidad de los campos es motor y freno como base de la economía mundial. La creación de excedentes y su elevación a creaciones civilizadas (templos, palacios, ejércitos, parásitos sociales) formó el primer episodio de la misión civilizadora del cultivo del campo, primera versión de la creación de excedentes agrarios, acumulación no capitalista. La transformación del paisaje por las actividades humanas es prerrequisito de una existencia civilizada, y su agotamiento (tala irreversible, desertización, erosión) es consecuencia de la explosión demográfica y del autoacelerado modo de producción agrario, creador de excedentes. Con esto se quiere decir que mucho tiempo antes de cualquier penetración del capitalismo en las relaciones ecológicas fundamentales, la cuenca mediterránea, entre otras zonas históricas muy relevantes (Oriente Próximo, India) ya había pasado por procesos de agotamiento y desertización, punto por punto coincidentes con la explotación que el hombre ha ejercido sobre el hombre a través de la esclavitud, o de cualquier otra variante que los mercados urbanos y los latifundios cuasiesclavistas requerían. El medio físico conoció una transformación en paisaje humano cuando las densidades de población eran bajas y la ausencia de urbanismo eran fenómenos nítidos. En el XIX, los capitales privados europeos saltaron a los continentes en busca de esa virginidad que en Europa ya estaba perdiéndose. En el XXI se adivina un recolonización de otra Europa, la nueva colonización interna, que no excluye la más feroz acción dirigista y misionera en lo ideológico que hoy por hoy los estados pueden realizar.
Cuando una región o comarca ha sido "cerrada" al movimiento globalizador y fuera vetada a las vías de alta velocidad de desarrollo económico, siempre escuchamos las mismas recetas propias de sabios profesores de economía y repetidas hasta la saciedad por el mantra de los gacetilleros locales. En primer lugar, estos lacayos del gran capital y de las grandes directrices se convierten en psicológos de las masas, y piden "dejar atrás la nostalgia", "mirar hacia el futuro", "atreverse a invertir", "asumir los retos". Acto seguido, escuchamos siempre las mismas consejas, a saber:
-Ediciones bibliográficas
sin límite sobre las riquezas históricas, étnicas
y geográficas de la región
-Publicidad oficial a espuertas,
espacios oficiales en los mass media.
-Incentivos al capital privado hotelero
y hostelero,
-Infraestructuras rompedoras, para
no quedarse incomunicados.
-Invención de la historia
y de la identidad colectiva,
-Expropiación de la etnografía
científica,
-Nacionalismo difuso que pueda tornarse
en objeto de consumó a mansalva para los turistas.
-Facilitación de la penetración
de los capitales en la naturaleza.
-Capitalización para el ocio,
el turismo, la energía, de todos nuestros segmentos e islotes de
virginidad.
-Aprovechamiento de algunas herramientas
de usurpación, control y explotación del espacio, como es
la ordenación del territorio,
-La capacitación de ecologistas
y eruditos locales, integrándoles con vistas a la elaboración
de folletos y trabajar como guías de ruta,
Con este panorama, volvemos a preguntar ¿se puede reinventar la comunidad campesina? ¿Interesa hacerlo?
En la mayoría de las regiones y comarcas la disolución que las relaciones capitalistas han provocado es tal que ya no se puede devolver la vida a un muerto. Ahora bien, una repoblación productiva del campo generaría una fuerza contrarrestante al poder urbano.
Las experiencias de apropiación y repoblación de pueblos abandonados, de caseríos y montes desertizados por la emigración hacia la urbe, en sí mismas, son golpes pequeños a la forma actual de domesticación de la naturaleza y de la comunidad. Demostrar el carácter autosuficiente de ciertas comarcas, como se ve hoy entre los pescadores gallegos autoorganizados. Podemos decir que la creación de nuevos laboratorios de relaciones humanas, que implican insumisión y autosuficiencia, siempre son vistos con antipatía por los poderes y los planificadores.
Un nuevo repoblamiento del campo y del monte habría de hacerse previa labor de zapa pedagógica. Aquí es donde el ecologismo ha manifestado en nuestro ámbito una de las mayores deficiencias. Hasta que no penetre un sentimiento de lo nuestro y del nosotros, en las escuelas y en las familias, el tufillo academicista y cientifista (élites de entendidos) no desaparecerá del movimiento y se verá siempre alicorto en su empuje de lucha y reivindicación.
Una sociedad civil que no sea cómplice del estado, y que viva y cobre fuerzas al margen de este Leviathán, puede algún día volverse adversaria de él. La comunidad popular reinventada, especialmente en el agro, la costa, y la periferia, supone la puesta en práctica de experiencias productivas realmente autosuficientes, comunistas o comunitarias: alternativas, en todo caso, al sistema de producción capitalista.
Las hegemonías emanadas desde las organizaciones privadas aliadas de la sociedad política (prensa, radio, TV, Iglesia, elites académicas, editores) se verían dañadas gravemente cuando de golpe su consenso cultural se siente contestado. Entonces, las posibilidades de este proceso de creación de formas alternativas de vida crecen sin parar. Pues existe una guerra de legalización de la cultura, que desde siempre se oficializa en ciertas franjas incluso las propias de la izquierda y la oposición.
La aspiración de una sociedad contra-hegemónica ha de consistir en su transformación en sociedad política. Su desvivir por formarse como un estado alternativo dentro del propio estado oficial, un oasis de emancipación que pudiera ir carcomiéndole desde dentro.
La sociedad civil burguesa, directamente comprometida con el modo de producción capitalista, no puede tolerar en su seno la irritante emergencia de una sociedad alternativa, menos aún en el lugar más insospechado en que esta pudiera brotar: desde la barricada proletaria clásica, oculta al principio a las miradas burguesas hasta la emergencia de comunidades campesinas y de emigrantes, y otros espacios poco penetrados por la hegemonía oficial. Se establece siempre el trazado de una trinchera o línea defensiva.
En los últimos tiempos escasean
las comunidades alternativas, per se refractarias a todo
hegemonismo. Los núcleos estudiantiles y de jóvenes obreros
fueron, décadas atrás, fundamentalmente fenómenos
urbanos, que contaron realmente con escasos efectivos en la masa. Los actuales
movimientos anti-globalización que se van tolerando cada vez menos
por parte de la cultura oficial, por no hablar de la policía, en
gran parte son una elongación de aquellos sectores contestatarios,
engendrados en el 68. Se van a tolerar mientras persistan en la línea
de la más pura y simple utopía, pero no en la edificación
de comunidades alternativas y de talante político. Estos movimientos
urbanos llevan en su interior élites y contingentes bien formados
del mundo juvenil, atacados por el empleo precario y el paro cronificado.
Marcadamente internacionalistas, y embebidos políticamente a partir
de fuentes periodístico-descriptivas, son al menos un punto de partida
y de continuidad con respecto a la actividad contestataria de occidente.
Pero falta por todas partes una tradición unificadora y una disciplina
centrada en una estrategia: sólo se observan algunas buenas tácticas.
Para revolucionar la comunidad, sólo sirve aceptar esta consigna:
¡uníos!
(1) Ciertos párrafos
e ideas de este ensayo, referidas a la relación ecológica,
han sido ya movilizados en nuestro trabajo "Ecología y religión
natural" (en prensa). De la misma manera, nuestra personal interpretación
sobre la totalidad social y de la historia como ciencia ideológica,
ha aparecido en nuestros sucesivos ensayos en Nómadas. Revista
de Ciencias Sociales y Jurídicas http://www.ucm.es/info/eurotheo/nomadas.
(2) La tecnología
no es sólo el conjunto de herramientas y máquinas. Es también
un conjunto de conocimientos y ciencia aplicada. Entre los conocimientos,
han de incluirse técnicas de organización social y prácticas
autosómáticas y heterosomáticas muy
diversas. Vid. (Blanco, 2003): "La psicología como ciencia
de la diversificación de la conciencia",
Apuntes de Psicología,
(Vol. 20, Nº 3, pps 427-444). La tecnología misma acumula trabajo
humano valorizado y se convierte en mercancía, y en estos dos aspectos
ya vemos que en sí misma está compuesta de fuerza viva humana,
relaciones sociales, y valor de cambio. Sólo un prejuicio objetivista
nos quiere hacer ver que la tecnología es "factor" aislable y una
variable independiente del cambio social y económico.
(3) En nuestro
trabajo "La Totalidad Social. ¿Hacia un materialismo marxista?,
en Nómadas. Revista de ciencias sociales y jurídicas,
(Nº 4) (ver nota nº 1) hemos descrito al materialismo histórico
como "ciencia
ideológica" no en un sentido peyorativo, sino
precisamente corrector del lastre positivista y naturalista (aunque también
historicista) que pesa sobre el primer término, "ciencia". Ese mismo
lastre sigue pesando en la filosofía que todavía consiente
en llamarse a sí misma "materialista", o "dialéctica", pero
que en cambio sigue viendo en el materialismo histórico un edificio
estático, formado anatómicamente por la base y la superestructura,
tan sólo movilizado por fuerzas evolutivas unilineales. (Por
ejemplo, este es el triste caso de G. Bueno, 1996: El Mito de la Cultura,
R. Ibérico, Barcelona). La "fuerza" de la explicación científico-ideológica
de la que Marx es modelo, consiste en su marcado carácter dinámico.
La potencia de un modo de producción, con su dynamis
interna y la legalidad que este modo presupone, es el resultado del enfrentamiento
entre sus partes anatómicas que en la comprensión dialéctica
siempre son vivas y activas funcionalmente, como las propias clases sociales.
Toda parte anatómica de la totalidad social se describe como tal
por su operatoria en el conjunto. El sentido que cobran esas partes y su
dialéctica se modifica bruscamente, hasta hacerlas irreconocibles,
cuando se ha cambiado el modo de producción, siempre a resultas
de una recomposición interna irreversible en las partes sociales.
Lo natural sólo entra en el marco "Modo de Producción" bajo
el aspecto operatorio, de la actividad del ser humano en sociedad. Su cuerpo,
su sexo, su energía convertible en trabajo o su propio recorrido
como especie zoológica, sólo son partes materiales del complejo
funcional que se llama sociedad. No hay "entornos" ni "exterioridades"
para el marxismo. La ciencia ecológica, el evolucionismo, la teoría
de sistemas y la termodinámica, si no se acoplan a este marco científico-ideológico
que es el materialismo histórico (y en su lugar se procede en sentido
más bien inverso, por obra de una actualización supuesta),
más bien estropean las aportaciones de Marx.
(4) Nuestro concepto
de "análisis dialéctico" fue ensayado en nuestro trabajo
"La naturalización del psiquismo. Estudio crítico". A
parte rei. Revista deFilosofía, 21 (2002): http://aparterei.com
(5) Blanco (1997):
"Fundamentación materialista de las ciencias de la conducta", Philosophia,
Nº 4, enero de 1997, http://isid.es/users/eurema.
(6) E.P. Thompson,
p. 75 Miseria de la teoría, Crítica, Barcelona.
(7) Blanco (2003):
"La reproducción del mito" A Parte Rei, Revista de Filosofía,
Nº 26,
http://aparterei.com.
(8) O. Spengler,
La Decadencia de Occidente. Bosquejo de una Morfología de la
Historia Universal, Espasa-Calpe, Madrid, 1998.
(9) Ver, p. e.
E. Cantarella,
La Calamidad Ambigua, Ediciones Clásicas,
Madrid, 1991.
(10) Karl Marx,
Manuscritos de economía y filosofía, Alianza, Madrid,
2001. La reproducción de los hombres es, en plena lógica
del Capital, una verdadera producción de hombres como se
requiere de cualquier otra mercancía. A lo largo de estos manuscritos,
la enajenación del hombre se ve largamente asociada a su domesticación,
dada a nuestro juicio ya en tiempos "civilizados", y precapitalistas. Después,
Nietzsche sacará buen partido de esta categoría de la "domesticación
humana".
(11) S. Amin:
p. 148, en Imperialismo y Desarrollo Desigual, Fontanella, Barcelona,
1976.
(12) "Las
"funciones de producción", que traducen en esta economía
vulgar las diferentes tecnologías, ponen en funcionamiento ‘cantidades
de capital’ cuya medida depende de los precios, de los salarios y de la
tasa de ganancia. La economía vulgar demuestra así, involuntariamente,
lo contrario de lo que pretende: que la tecnología no es
neutra, sino una función de la relación social fundamental
de explotación del trabajo." (Amin, op. cit. ,
p. 148).
(13) Samir Amin:
Imperialismo y desarrollo desigual, Fontanella, Barcelona, 1976.
Página 65.
(14) Op. Cit
(15) Excluimos
de nuestro análisis el fenómeno del terrorismo, y nos limitamos
a los fenómenos políticos y culturales.
(16) Pocas veces
se suele señalar la conexión entre el movimiento ecologista,
que señala siempre un pathos, es decir, un sentimiento de
enajenación entre el hombre y la naturaleza, y la propia dialéctica
de la tierra como fuente de riquezas en el modo de producción
capitalista. La tierra vista como externalidad y dato ontológico
primordial, camufla siempre en el capitalismo su condición de mercancía,
como cualquier otro medio de producción, donde se censa el hombre
mismo. Escribe Marx: "La fisiocracia niega la riqueza especial,
exterior, puramente objetiva, al declarar que su esencia
es el trabajo. Pero de momento el trabajo es para ella únicamente
la esencia subjetiva de la propiedad territorial (parte del tipo
de propiedad que históricamente aparece como dominante y reconocida);
solamente a la propiedad territorial le permite convertirse en hombre
enajenado. Supera su carácter feudal al declarar como su
esencia la industria (agricultura); pero se comporta negativamente
con el mundo de la industria, reconoce la esencia feudal, al declarar
que la agricultura es la única industria." K.
Marx, Manuscritos de Economía y Filosofía, Tercer
Manuscrito, p. 134. Alianza Editorial, Madrid, 2001.
(17) Véase
mi trabajo "Ecología y Religión Natural" (en prensa).
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