NOMADAS.9 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La felicidad sobre ruedas
[Everida M. Moreno Romero]

Presentación
Giovanni E. Reyes, Ph.D.

El siguiente documento ha sido escrito y en lo mínimo editado a fin de no alterar la frescura original que debe tener un texto testimonio. Al mantener intacta la transparencia de la narración, el escrito puede muy bien servir como un conjunto de elementos de juicio para análisis de valores y caracterización de una perspectiva personal inmersa dentro de un ambiente en diferentes esferas: (i) psicosocial; (ii) de percepciones de grupos restringidos –familia y amigos; y (iii) de condicionantes económicas y políticas.

Se trata de la historia en primera persona de una mujer de clase media, cuya vida transcurre en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX. Sus percepciones se fundamentan en dos ejes que conforman lo esencial de su "guión de vida". Por una parte la afección de poliomielitis que le imposibilitará realizar varias actividades y con ello marca su existencia. Por otra parte, las actitudes, entorno y decisiones que la protagonista toma en relación a su ambiente. Un ambiente que se desplaza de zonas menos urbanas del interior de Venezuela, a Caracas, la ciudad capital.

Este testimonio es útil como materia prima de un análisis de aproximación etnográfica. Lo que se buscaría en ello no son un conjunto de abstracciones generalizables, sino la "unicidad" lo particular y quizá irrepetible de la experiencia personal en un entorno dinámico. A través de la narración los personajes reales cobran dimensiones, presencia y prioridades de conformidad con la asignación valorativa que les confiere la narradora. Es la percepción de ésta la que a partir de las diferentes condiciones, ubica y dimensiona las vivencias. De esto emerge uno de los rasgos esenciales respecto a la riqueza valorativa del texto.

El contexto general está dado por las condiciones sociales, económicas y políticas de Venezuela desde 1950. Los ejes determinantes se resumirían en: (i) una sociedad que busca la consolidación de la industria petrolera; (ii) procesos acelerados de urbanización con especial evidencia en la década de los cincuentas y sesentas; (iii) la ampliación del sector de servicios urbanos y la posibilidad de empleo que ello brinda; y (iv) el paso de un régimen dictatorial a la fase democrática. Es a partir de 1958 en que Venezuela entra en lo que se ha llamado la IV República y en donde un pacto entre los principales partidos políticos -COPEI social cristiano, y AD socialdemócrata- van a asegurar la estabilidad de procesos electorales.

Un testimonio como el presente requiere de la participación analítica y activa del lector. Se trata del encuentro con "el otro". Es en la apertura valorativa que se hace de diferentes percepciones y mensajes, en donde reside la dimensión de un auténtico compartir con la autora.


El porqué de esta historia
I. Mi infancia
II. Mi adolescencia
III. Mi juventud
El amor de mi vida
IV. Dichas y desdichas de los primeros años en Caracas
V. Testimonios de Fe y otras anécdotas de la vida real
La Virgen de Coromoto
Los cuentos de mi mamá
Chistes de la vida real
Riéndome de mis defectos
¡Hasta de asaltos hay anécdotas cómicas!
VI. Un mensaje final
NOTAS


El porqué de esta historia

Esta es la historia de mi vida: infancia, adolescencia y vejez. No había escrito antes, a pesar de que muchos me lo habían pedido, por tres razones. Primero, flojera; segundo, porque me parecía masoquismo, después de haber vivido tantas cosas escribirlas y volverlas a revivir y, tercero; por complejo, pues nunca tuve la posibilidad de ir a la escuela por largo tiempo fue muy poco lo que aprendí y tengo mala ortografía, razón por la cual en muchas oportunidades escribo disparates y las personas se burlan de mí. Yo también me río mucho, pero parece mentira que siempre queda en el subconsciente algo que después aflora en nuestra actitud.

Pero como siempre he superado todo lo que he querido superar, hoy lo hago principalmente por una petición de mi adorada sobrina Jacqui, a quien no le puedo negar nada y con todo el amor se lo dedico pidiéndole a Dios y a la Virgen le quede algo y la vea feliz como son mis deseos y, que lo que he vivido le sirva de ejemplo a ella y a todos los lectores para afrontar en la vida todas las sorpresas que nos depara el destino.

De igual manera les rindo un homenaje a mis padres. A mi madre cuya piedad y amor infinitos fueron musgos de fe en mi corazón; a la memoria de mi padre que supo encender y avivar en mi alma una perpetua luz de belleza y a todos aquellos que como yo, aman, sufren y perdonan.

Aquí está pues un pedazo de mi corazón, algo del dolor de mi vida, pero que con una gran fe y valor las he afrontado y superado y hoy en día me considero una persona feliz.

I. Mi infancia

Fue de sacrificios y privaciones, tanto físicos como materiales, pues mis padres fueron pobres y siempre carecieron de facilidades económicas, pero con ese optimismo que tenían lograban alcanzar la armonía y sobretodo la paz espiritual que es lo principal en la familia. El ejemplo de los padres y los buenos consejos y, adaptarse uno a las circunstancias que le presenta la vida ayuda mucho.

Mi infancia transcurrió en un hermoso pueblito de Los Andes venezolanos llamado Mucuchíes. En esa infancia es cuando despierto y comienzo a recordar un poco, porque de antes no recuerdo nada.

Yo nací en un sitio llamado Torondoy, que fue donde padecí de Poliomielitis, enfermedad que me dejó imposibilitada para caminar. De eso no recuerdo nada, mi mamá me contaba que yo había caminado perfectamente hasta la edad de tres años, que fue cuando me comenzó una fiebre de 40° que me duró 40 días y que no era posible bajármela con nada, hasta que me llevaron a Mucuchíes y me vio un tío de mi mamá que era médico y me indicó un tratamiento que constaba de muchas medicinas, pero nada me sirvió. Un día mi mamá me fue a parar para vestirme y se me doblaron las piernas, impidiéndome sostenerme en pie.

Desde ese momento comenzó su calvario, haciéndome todo lo que le decían que era bueno para mi padecimiento, pero nada me valió; fueron pasando los años y la mejoría no llegaba. Además no contaban con los recursos necesarios para acudir a otros médicos o traerme a Caracas donde quizás sí se hubiese encontrado el remedio, pero qué se hace, ese era mi destino y había que enfrentarlo. Y como Dios es muy grande llenó a mis padres de resignación.

Entonces fue cuando comenzó el gran trabajo de ellos en cultivarme la fe principalmente y en inculcarme que en la vida todo se hace por la voluntad de Dios y, que no se podía hacer nada más que enfrentar la realidad, buscándole el lado positivo a todo para salir adelante. Mi madre se esmeró en cuidarme con gran amor y alegría y mi padre en demostrarme que yo no era ninguna minusválida, que por el contrario, era tan normal como cualquiera. Y sin darme a entender el gran dolor que le causaba verme imposibilitada para caminar, me colmaba de cariño y comprensión. Cuando iba para la finca que tenía, mandaba a ensillar un caballo para él y un burro para mí y me amarraba con varias sábanas para que no me cayera, lo cual nos daba mucha risa por todas las cosas que tenía que hacer, casi acrobacias, para poderme sostener. Los dos hacían todo con amor y paciencia; no protestaban de Dios ni se veían cansados ni fastidiados por atenderme, disfrutando siempre el ayudarme en todo.

Así pasaron los años y yo continuaba creciendo y teniendo los mismos anhelos y alegrías de todo niño, por supuesto con grandes dificultades para desenvolverme como tal, pero como era muy inquieta no me podía quedar sin actuar como cualquier niño. Nunca dejé de hacer nada que me provocara sin importarme que la gente se pudiera burlar de mí o que me vieran como bicho raro, porque no tomaba en cuenta a nadie.

Uno de mis juegos consistía en colocarme unos zapatos de tacón en las manos gateando por todo el pueblo, jugando a que estaba de compras y de paseo. Algunas veces me dolían las rodillas y el empeine de los pies porque me lastimaba de tanto gatear y de hacerlo tan rápido además, por lo que me rompía la piel y sangraba; pero yo no me detenía, sólo me sentaba y tomaba cualquier papel o pedazo de tela que estuviera a mi alcance, me limpiaba y seguía gateando sin detener mi juego.

Un día mi abuela materna que a pesar de su carácter fuerte y dominante era muy noble y humana tuvo la brillante idea de tomar una tripa de caucho (1) y con ella hacerme unas rodilleras y unas tapas para ponerme arriba de las alpargatas (2) y así poder andar sin causarme tanto maltrato ni dolor.

Dios le pague a mi abuelita porque ahí si fue verdad que no me detuvo nada ni nadie y andaba la seca y la meca (3), feliz y contenta.

Y de nuevo el tiempo fue pasando y yo viviendo como cualquier ser normal sin importarme nada y haciendo mi vida como todo niño, al extremo de montarme en una oportunidad sobre el techo de la casa, hecho que le provocó un susto inmenso a mi mamá cuando me vio, por lo que yo me bajé con la misma rapidez con la que me había subido.

Mi papá era muy chistoso y se lo pasaba contándonos chistes y haciéndonos reír de todo, pero conmigo era especial. Me llevaba a todas las fiestas y hasta me enseñó a fumar; me enseñó a cocinar y me compró unas ollitas y platos de barro para cocinar conmigo y hacía unos exquisitos sancochos (4). Una vez que estaba lista la comida ponía una mesa pequeña y servía el almuerzo para los dos; al terminar de almorzar sacaba la caja de cigarrillos y me ofrecía uno diciendo: "después de un sabroso sancocho cae bien un cigarrito, ¿verdad Eve?" Que era como me llamaba a mí y luego se acostaba conmigo a dormir la siesta (5).

Así fue pasando el tiempo y la vida continuaba pero con mucha armonía. Cuando tenía alrededor de diez años un tío materno que era médico y vivió toda la vida en San Cristóbal me regaló mi primera silla de ruedas y entonces me inscribieron en la escuela a la cual ingresé con ciertos conocimientos de lectura, escritura y operaciones básicas de matemáticas gracias a un amigo de la familia que me había enseñado. En ese momento pude profundizar un poco más en mis conocimientos y además comencé a tener amigas y a ser más sociable. Mi vida escolar fue muy grata porque mi maestra y mis compañeros de clase me quisieron mucho y nunca me sentí como una extraña, al contrario; desde el primer momento me compenetré mucho con el grupo y la maestra. Ella les decía a todos que yo era muy inteligente (era la primera de la clase) y me consentía mucho y, cuando yo le pedía permiso para ir al baño todo el salón se levantaba para llevarme a lo que ella respondía "¿ y si todos van con Everida a quién le voy a dar clases yo?" Aunque de igual manera les permitía a unas cinco niñas acompañarme, cosa que era muy divertida porque lo que hacíamos era contar chistes y reír hasta cansarnos. Luego, cuando salíamos de clases aquello parecía una procesión porque todos mis compañeros iban detrás de mí y Dios libre que yo les dijera que no me empujaran porque se sentían ofendidos y hasta lloraban pensando que yo les despreciaba. Qué bello y satisfactorio recordar todo esto y ver que todo en la vida tiene su recompensa.

II. Mi adolescencia

La época de la adolescencia también fue muy grata.

Después que mi papá murió, mi mamá instaló una pensión o casa de huéspedes que se llamaba "Hotel San Antonio". Tenía pensionistas fijos y también se hospedaba gente que iba de paso. Total que en mi casa siempre había mucha gente y en la noche solíamos jugar bingo, dominó y otros juegos de mesa con los huéspedes. Otras veces mi mamá preparaba ponche (6) mezclada con una bebida achocolatada y ron y así hasta media noche que nos acostábamos, pensando en qué inventar para el día siguiente.

Una vez inventaron jugar carnaval, juego que comenzó gracias a un perro que teníamos y al que queríamos mucho. Sucedió que el perro se acostó a dormir en el carro de un pensionista y como botaba mucha lana el dueño del carro salió a echarle agua al perro pero mis hermanas, Carmen y Josefina, no lo dejaron hacerlo por lo que él les echó el agua a ellas. A partir de ese momento se formó el juego que duró hasta la madrugada y hasta tuvieron que ponerse cauchos porque era un diluvio de agua.

Todas estas cosas las hacíamos después que se iba mi abuelita, porque ella iba todas las noches a la casa a ver cómo estábamos, así como hacemos Josefina y yo hoy en día con mi hermana menor, Helvecia, que vamos todos los días a visitarla. Después que nos daba la bendición y nos cerraba la puerta de la calle para que nos acostáramos comenzábamos nosotros a inventar las mil y una cosas y, todo patrocinado por mi mamá que era una persona muy alegre y siempre inventaba algo para pasarlo lo mejor posible.

Y así fuimos creciendo. Creo que Helvecia, mi hermana menor, no se acuerda de esto porque estaba muy pequeña. Mis hermanas Carmen y Josefina sí recuerdan todo perfectamente porque eran mayores, además que eran muy bonitas y siempre tenían conquistas. De hecho, Carmen se casó con un pensionista que vivía en la casa y tuvo muchos enamorados que se volvían locos por ella. Había un doctor que estaba muy enamorado de ella y deseaba desesperadamente hacerla su esposa, pero como siempre sucede, ella lo rechazó y escogió al menos indicado; no porque el que escogió fuera un mal hombre, todo lo contrario, era un hombre muy noble y agradable, pero le gustaba beber y además no tenía dinero. Entonces mi mamá comenzó a oponerse porque decía que estábamos pasando demasiado trabajo y no quería que su hija siguiera en la misma vida de pobreza, pero mi hermana hizo caso omiso porque ese fue el que ella eligió para casarse. Afortunadamente era un hombre emprendedor y ella le ayudó a que con trabajo y esfuerzo su situación fuera mejorando y al cabo de unos años logró adquirir un gran capital y compró casas, un club y tenía muchos negocios que les producían buenos ingresos. De esta manera llegaron a formar parte importante de la sociedad merideña. Incluso, para la fiesta de inauguración del club que compraron contrataron al grupo Los Melódicos, fiesta a la que yo fui sola. Para ellos fue una sorpresa cuando llegué pues nunca se imaginaron que sería yo la que llegaría a la fiesta, como si yo pudiera bailar, pero como a mí nunca me ha importado los obstáculos que pueda haber para hacer algo, yo vencí mis propias limitaciones y me fui a la fiesta.

Luego vinieron los hijos que resultaron ser tan alegres y fiesteros como su papá y llegaron a ser una familia muy feliz.

De igual manera hubo un pensionista que se enamoró de Josefina y ella le correspondía por lo que se hicieron novios. Esa relación duró 13 años pero finalmente se acabó porque él era un hombre muy inteligente, culto y caballero, pero excesivamente celoso; al punto de amenazarla con matarla si ella lo dejaba. Esta situación generó un temor en ella que no se atrevía a terminar la relación a pesar de lo mucho que se había desilusionado. Él le escribía cartas de hasta cincuenta páginas, cartas muy hermosas y románticas que ella pasaba una semana leyendo. Finalmente se armó de valor y con el apoyo de su familia, ella terminó con él.

Ya yo entraba a la etapa de la juventud, con otras inquietudes, otras aspiraciones y otra manera de ver la vida pero sin poder hacer nada por mis limitaciones aunque en el fondo con grandes esperanzas y siempre esperando lo mejor.

III. Mi juventud

Siempre tuve la suerte de que cuando nos vinimos a Caracas conocí mucha gente y tuve muchos amigos que a cada momento me mostraban su cariño sincero y su atención.

Vivimos en varios sitios de Caracas y en todas partes hice muchos amigos; siempre tuve más amigos que amigas y esto me hacía sentir feliz, pues eran ellos los que me buscaban y si se iban, de donde estuvieran me llamaban y me escribían. Tenía una caja de lata llena de toda la correspondencia que me enviaban y así pasaba el tiempo y la misma vida, nada de particular.

Cuando llegamos a Caracas mi mamá quiso llevarme a varios médicos a que me vieran, pero en particular a un traumatólogo muy famoso que trabajaba en el Hospital Vargas y se lo habían recomendado mucho. Yo no quería ir pero por complacerla fui a regañadientes.

Él fue muy amable y me examinó muy bien, pero me dijo que tenía que hospitalizarme porque tenía que hacerme varias operaciones y eso se llevaba un tiempo largo. Yo me volví como loca y me puse a llorar, me agarré de mi hermano y no fue posible calmarme. En esas condiciones el médico dijo que no podía quedarme, que lo mejor era que me volvieran a llevar cuando me calmara, pero yo no quise volver a ese médico ni a ningún otro y seguí como siempre, desenvolviéndome como hasta hoy lo he hecho.

Aprendí a cocinar, a lavar y a hacer todos los oficios de la casa, y eso me sirvió para pasar la vida con la mayor normalidad.

Después de mucho tiempo yo estaba puliendo el piso de la casa cuando tocaron el timbre de la puerta y al abrir me encontré con una señora muy amable que se sorprendió al verme trabajar y me pidió que la dejara entrar y me dijo que ella había estado paralítica mucho tiempo pero con la voluntad que ella había puesto estaba caminando normalmente. Que aquí habían muchos médicos buenos y que yo estaba joven, lo cual era muy importante; que fuera al Hospital Poliomelítico que era donde estaban los mejores médicos y que ella me aseguraba que yo iba a poder caminar.

Fue tanta la insistencia de la señora y lo que me entusiasmó que me dije a mí misma que haría el intento porque eso no lo estaba buscando yo y llegó sólo; sería que me lo mandó Dios, así que fui muy entusiasmada al Hospital Ortopédico Infantil. El médico que me atendió me examinó muy detenidamente y me dio grandes esperanzas de poder caminar, pero que sólo había un problema y era que ahí no atendían a adultos sino únicamente a niños, pero que no me preocupara que él me iba a remitir a un médico muy famoso que trabajaba en el Hospital Vargas. Ya yo comencé a sentirme mal pero de todas maneras fui y esa fue la sorpresa más desagradable que he vivido porque ese médico, después de hacerme varios exámenes, radiografías, punción en la columna (que me dolió horriblemente), etc., colocó la radiografía en la pantalla y frente a sus alumnos comenzó a describir mi lesión con lujo de detalles y explicaba por qué era imposible que yo volviera a caminar. La clase magistral que estaba dando fue interrumpida por mi llanto desolador que empezó cuando vi la poca humanidad de ese médico para con un paciente que había ido con grandes esperanzas y, salí de allí destrozada por las injusticias que a veces nos depara la vida; y, ahí me desesperé y hasta me falló la fe. Estuve un mes entero llorando día y noche; no me podían hablar y yo tampoco podía porque cada vez que lo intentaba las lágrimas me ahogaban y no podía, hasta que supongo yo que las lágrimas se me agotaron y comencé a calmarme poco a poco. Así es, la vida se compone de lágrimas y sonrisas, pero para eso está Dios, para darnos valor.

Este episodio ya corresponde a la etapa de mi juventud, dejando atrás la adolescencia y sintiendo nuevas emociones y aspiraciones por las cuales todos pasamos.

Esta época la pasé en una casa en la Parroquia de Santa Teresa en la cual vivimos cinco años y teníamos al frente tres puntos interesantes: primero, el Colegio José Enrique Rodo que fue donde mi hermana menor, Helvecia, estudió la primaria; segundo, estaba el Laboratorio Poly donde fabricaban la colonia Gian Mary Farina, laboratorio en el que trabajaban mi mamá, y mis hermanas Carmen y Josefina, ganando 19,50 bolívares cada una semanalmente que era con lo que vivíamos y, por último, y lo más interesante, había una pensión de estudiantes que pertenecía a un señor de apellido Cohen, donde vivían estudiantes de distintas partes del país que se hicieron muy amigos de nosotras, sobretodo de mí porque Helvecia estaba pequeña y tenía otras aspiraciones propias de su edad, Josefina era novia de Landaeta y ella no participaba para nada y Carmen ya se había casado. Por supuesto era yo la que comandaba el grupo.

Todas las tardes, como siempre lo hago, me bañaba, me arreglaba y salía a la puerta de la calle a tomar aire fresco. Inmediatamente se iban acercando todos los estudiantes que vivían en la pensión y se formaba un grupo grande muy alegre, y entre chistes y las aventuras que cada uno contaba se pasaban las horas de una forma muy divertida. Todos ellos son hoy en día profesionales muy destacados.

Un día me sorprendió uno de los muchachos, estudiante de Farmacia, que era el que más afinidad tenía conmigo al decirme que nos íbamos a separar porque su hermano, que era estudiante de Medicina, había peleado con el dueño de la pensión y que los había botado de ahí, pero que nuestra amistad seguiría igual porque se iban a mudar a dos cuadras y media de ahí, a la casa de una familia de Barquisimeto y que me daría el teléfono para que cuando quisiera lo llamara. Cuando se mudaron dejé de verlo con tanta frecuencia, supongo que le daría flojera caminar.

Las reuniones con los otros muchachos continuaban igual todos los días y las noches porque de noche seguían llegando más amigos que se quedaban como hasta las once de la noche que era cuando se iban riéndose de todas las cosas que hablábamos e inventábamos.

A veces los muchachos me decían que a mí me pasaba algo porque me notaban muy distante, a lo que yo les respondía que esas eran ideas de ellos porque yo seguía siendo la misma de siempre. Pero un día sucedió algo que yo no me esperaba y fue que este amigo especial llegó y yo sentí una alegría tan grande que no la pude disimular y fue cuando me di cuenta que me había enamorado de él, pero yo sola porque él ni remotamente me decía nada que me hiciera pensar que él sentía algo por mí. Siempre me hablaba de sus novias y lo travieso que era, pero más nada.

Un domingo que me arreglé para ir a misa me fui a la puerta mientras mis hermanas y mi mamá se terminaban de arreglar y estaba sola de lo más distraída cuando siento que me agarran una rueda de la silla y casi me caigo, y cuando volteo a ver que era lo veo a él muerto de la risa por el susto que me había dado. Estaba bellísimo, llevaba puesto un liqui-liqui (7), y yo con el susto y la sorpresa, le dije sin darme cuenta "que bello estás", y cuando me di cuenta de lo que había dicho me puse como un tomate de colorada y para disimular le dije que si lo viera una amiga mía que lo admiraba mucho quien sabe cómo se pondría. Así comenzó una historia de amor sin haberlo planeado ni mucho menos planificado de mala fe.

El amor de mi vida

Esta es la historia de un amor que se puede decir que era platónico, imaginario o quien sabe como catalogarlo, lo que sí sé es que fue bellísimo y que duró más de un año.

Mi amigo se interesó mucho en conocer a esa amiga de la que le hablé y todos los días me preguntaba por ella y me decía que la invitara a mi casa y que lo llamara a él para conocerla personalmente. Yo todos los días le inventaba algo nuevo, pero ya se me estaban agotando los pretextos, hasta que le pregunté que si le podía dar su número de teléfono para que ella lo llamara; él se entusiasmó mucho y me dijo que sí, que lo llamara cuantas veces quisiera que él la atendería con mucho gusto.

Aquí empezó mi agonía porque no tenía a nadie que pudiera llamarlo; le rogué a una amiga mía que vivía en mi casa que lo llamara debido a que yo no podía hacerlo porque él conocía mi voz y me iba a cazar en la mentira. Ella no quería hacerlo por nada del mundo porque no sabía qué decirle y él se iba a dar cuenta. Finalmente la convencí y le escribí en un papel lo que yo quería que le dijera; cuando lo llamó yo estaba presente, pero cuando él le atendió se puso muy nerviosa y no entendía mi letra, así que colgó. Yo insistí en que lo volviera a llamar pero todo fue inútil, no pudo hablar y me dijo que lo sentía mucho pero que en eso no me podía complacer.

Entonces empecé a decirle que si estaba enferma, que si el teléfono lo tenía malo y no sé cuántas cosas más y él seguía muy interesado, aunque me dijo un día "…esa muchacha parece boba porque las veces que me ha llamado me da la impresión que no sabe ni hablar". Y yo le decía: "no chico, no seas malo que ella es muy tímida y le da mucha vergüenza". Me dijo que le pidiera que lo llamara por última vez y si no que se fuera a "freír monos" (8), petición que yo acepté. El insistió y me dijo que le dijera a ella que lo llamara esa tarde a las 2:00.

Yo le volví a decir a mi amiga pero ella me dio un no rotundo, razón por la cual me encomendé a Dios y le pedí que me prestara un pañuelo para hacer la prueba y ver que pasaba. Ella me lo dio y me dijo que yo era muy arriesgada y que me iba a descubrir.

Tomé el pañuelo, lo doblé en cuatro, lo coloqué sobre la bocina del teléfono y lo llamé. Inmediatamente me contestó el teléfono, se ve que estaba cerca esperando la llamada; yo me puse a temblar como una hoja de papel al viento del susto que tenía pero tuve la precaución de hablar muy bajito y aparentar que estaba muy serena. Le pedí disculpas por las molestias ocasionadas anteriormente pero le dije que yo no estaba acostumbrada a eso de hablar con alguien a quien no conocía, pero que Everida me había insistido mucho y que ella era muy testaruda, cuando se le metía una idea en la cabeza era imposible negarse. El sólo decía "sí, yo sé cómo es ella, pero olvidemos el pasado y vamos al grano" y, así comenzó el siguiente diálogo:

Yo le pregunté también de dónde era, qué estudiaba y que desde cuando conocía a Everida, a lo que él me respondió que desde que se había mudado a esa pensión, hacía varios meses ya y que nos habíamos hecho muy buenos amigos.

Así pasó la conversación y cuando nos dimos cuenta habían pasado las horas sin haberlo notado. Cuando me fui a despedir me preguntó que si él me podía llamar y yo le dije que no podía porque yo no tenía teléfono; que estaba hablando del teléfono de la casa de una amiga, pero que no podía darle el número porque me parecía un abuso de mi parte. Entonces me dijo que lo llamara cuantas veces quisiera; "está bien", respondí yo, nos despedimos y colgamos el teléfono.

Yo me fui para la puerta de la casa con mi amiga como lo hacía siempre y cuál sería mi sorpresa cuando lo veo que viene en una sola carrera. Mi amiga me dijo "¡carajo, allá viene!" y se metió a la casa rápidamente.

Yo me quedé petrificada creyendo que me había reconocido la voz y venía a reclamarme y cuando llegó le dije con la naturalidad más grande "¿y eso, qué haces a esta hora por aquí… tú no tenías clases?". Entonces él me dijo que era que venía a contarme que por fin la boba de mi amiga lo había llamado y que por fin pudo hablar con tranquilidad. Yo le pregunté qué tal le había perecido, que si seguía pensando que era boba (todo esto lo decía yo entre asustada y unas ganas de reírme que no aguantaba), y me dijo que le había parecido muy agradable, que tenía una voz muy linda y aunque se notaba tímida, le había caído muy bien.

"Ahora tú la vas a invitar a tu casa para yo venir a conocerla ¿oíste? Prométemelo" – dijo. "Está bien" – le respondí.

Pasaron como tres días y no lo llamé y, al cuarto día me pidió que le preguntara a mi amiga qué había pasado que no lo había vuelto a llamar. Yo le dije que si y así se fueron acentuando las llamadas, hablábamos todos los días por teléfono hasta que un día me dijo que quería conocerme porque ya le parecía suficientes conversaciones telefónicas, que quería verme personalmente para darme el "visto bueno" (en realidad era a Laura no a mí).

Aquí empecé a inventar una y mil cosas: que si estaba enferma, que si tenía mucho que estudiar, que si me iba para la playa con mi familia, etc.

Pero los días iban pasando y él se impacientaba y a diario me preguntaba que hasta cuándo íbamos a estar en eso. Entonces mi temor a que me descubriera fue creciendo cada vez más y en una oportunidad me dijo: "…estás hablando igualito a Everida" – y yo le respondí enseguida "¿y no somos andinas? Tenemos que tener el mismo acento, ¿no te parece?". "Es verdad" – respondió.

Yo creo que él definitivamente tenía sus sospechas pero siempre sucedía algo a mi favor que lo hacía cambiar de idea. Como sucedió un día que estábamos hablando y la compañía de teléfonos intervino mi teléfono porque mi hermano Adalberto tenía como una hora llamando para la casa y el teléfono sonaba todo el tiempo ocupado y como en la casa vivía una muchacha que trabajaba en esa compañía la llamó para que interrumpiera la comunicación. Yo me iba a morir cuando oí la voz de Juanita (así se llamaba la muchacha) diciendo: "por favor, la compañía interrumpe la llamada del teléfono 98059, pues necesitan con urgencia comunicarse con ese teléfono". Yo sentía que el corazón se me iba a salir y me puse a temblar mucho; tanto fue mi susto que casi no podía respirar, pero afortunadamente no hablé y él se puso furioso y comenzó a discutir con Juanita diciéndole que eso era una invasión a la vida privada de la gente y no sé cuántas cosas más, hasta que por fin ella colgó. Yo sólo escuchaba lo que ellos hablaban y cuando sentí que ella había colgado le dije a él que no se molestara, que no era para tanto.

Él cambió su actitud, se puso como serio y me preguntó si ese no era el teléfono de Everida. Yo le respondí que sí, pero que seguramente se había ligado el teléfono porque eso pasaba con mucha frecuencia. Él cambió y me dijo: "¿no será que tú estás donde Everida y no me quieres decir?. Dime la verdad". Yo le insistí que no, que le juraba que no estaba donde ella, esperé como diez minutos y le dije que tenía que colgar porque me estaban llamando. Esperé que él colgara y cuando colgué yo le di un templón (9) al cable del teléfono que lo reventé. El teléfono estaba pegado de la pared y yo con mucho cuidado metí el cable por el hueco con mucha precaución para que no se dieran cuenta que estaba reventado. Enseguida me fui para el cuarto, prendí el radio a todo volumen y me tiré en la cama a pasar el susto; pero cuál sería mi sorpresa cuando sentí que abrieron la romanilla (10) (las casas de antes tenían romanilla y uno dejaba la puerta de la casa abierta todo el día porque no había la inseguridad que hay hoy en día) y se paró en la puerta, como un tomate de colorado y jadeando porque había venido corriendo y estaba cansado.

No me hablaba, apenas me miraba con rabia como queriéndome interrogar con la mirada. Yo me quité la mano de la cabeza y con una tranquilidad asombrosa le pregunté:

El se dio media vuelta y fue hasta el teléfono a hacer una llamada pero por supuesto el teléfono no servía. Entonces se devolvió al cuarto, sacó el banquillo de la peinadora y se sentó (ya venía con otra cara), sacó su pañuelo y se secó el sudor. La amiga mía que vivía en mi casa no hacía otra cosa que pasar a cada rato frente al cuarto, porque ella sabía lo que había pasado y estaba que se moría de los nervios temiendo que él me fuera a hacer algo.

Yo confieso que en ese momento me sentí una desalmada al verlo como estaba, pero sentía una serie de sentimientos encontrados en ese momento: remordimientos de conciencia, susto, sorprendida de mí misma al ver mi reacción y al mismo tiempo con unas ganas de reír que casi no me podía contener y, ¿por qué no decirlo? Alegre al ver que con todo y lo fea, gorda y paralítica que yo era, tenía a aquel hombre bello y macho como era él, rendido a mis pies. Y en ese momento me sentí una persona muy superior a muchas bellezas que no logran lo que yo logré. "Señor, perdona mi vanidad, pero al fin y al cabo soy humana y el ser humano está hecho de todo un poco, supongo yo".

Estoy segura que fue Dios quien me dio esa capacidad para hacer todo lo que hice, porque nunca tuve una escuela y por mi mente jamás pasó que yo pudiera hacer algo así y mucho menos burlarme de alguien que era un buen muchacho y a quien yo quería tanto.

El después de secarse el sudor y descansar un poco me dijo: "Oye Everida, que linda mujer es tu amiga, no me importa que físicamente no lo sea, me basta con la belleza espiritual que tiene. En la forma de hablar me doy cuenta que tiene una calidad humana increíble y que es muy inteligente. Así era que yo quería encontrarme una mujer porque ya estoy cansado de muñecas vacías que es lo que abundan en estos tiempos. Gracias Dios mío, creo que no merezco tanto"

En ese momento no me pude contener y solté una carcajada diciéndole: "Cónchale, no sabía que te iba a impactar tanto. Dígame si cuando la veas te das cuenta que no es lo que te imaginas, porque a mí sinceramente no me parece algo del otro mundo".

"¿Y tú qué vas a saber de eso si de casualidad sabes cómo te llamas?"- me respondió- "Y no te permito que me hables mal de ella, ya lo sabes".

Yo me puse a reír con todas las ganas para desahogarme un poco y así poder descargar lo que sentía en ese momento.

Al día siguiente lo llamé y me dijo que quería verme, que le dijera cuándo y en qué parte para ir a mi encuentro. Yo le dije que le avisaría porque en esos días estaba en exámenes y no disponía de un minuto libre. El se conformó y continuamos la conversación largo rato.

Pasaron los días y otra vez me volvió a decir que quería verme, que ya no aguantaba más, entonces yo le dije que hablaríamos al día siguiente y pasé como cuatro días sin llamarlo. Cuando lo hice le dije que había dado un virus que me había tumbado en cama, que no podía levantarme por la fiebre que tenía y que me sentía muy débil.

El de nuevo me creyó y seguimos como siempre, pero yo estaba nerviosa porque sabía que en cualquier momento me iba a volver a decir que me quería ver.

Entonces un domingo le dije a Leonidas (mi amiga) que fuéramos a misa en Santa Teresa. Fuimos a misa de once y cuando salimos le dije:

Cuando llegamos toqué la puerta y salió un señor al que le pregunté por él y me respondió que había salido temprano pero que no sabía para donde. Le di las gracias, me despedía y nos fuimos para la casa.

- "¿Y qué ibas hacer si lo hubieras encontrado?", me preguntó mi amiga

Al otro día lo llamé y le dije que había ido el día anterior a buscarlo para vernos, pero con la mala suerte que no estaba. Yo pensé que si no le daba una dirección él iba a sospechar y en ese momento me acordé de una en San Agustín que era donde yo le había dicho que vivía… Mientras tanto yo decía para mis adentros: "¿Quién carrizo vivirá ahí?". Seguimos hablando y no me preguntó más nada hasta que nos despedimos. Yo empecé a maquinar qué más le inventaba y me sentí preocupada porque lo veía muy interesado y yo no hallaba qué hacer. Estuve como tres días sin llamarlo pensando qué hacía pero no encontraba ninguna solución, hasta que al cuarto día le dije que había estado enferma con mucha fiebre pero que el doctor no encontraba el origen de la misma porque en los exámenes médicos que me habían hecho no salía nada, que lo único que me había mandado el médico era mucho reposo y que quedaba en observación. El me creyó pero me pidió que le enviara una foto porque aunque fuera por fotos me quería ver.

Me pregunté de dónde podría sacar una foto que fuera más o menos como yo le había dicho que era, morena de pelo negro y largo y ni muy alta ni muy bajita, de cara redonda.

Así pasó el tiempo y un día leyendo una revista vi una foto de una muchacha más o menos como yo se la había descrito. En la foto se veía muy linda la muchacha, lo único era que tenía una corona porque había sido reina de belleza de un estado del interior. Inmediatamente se me prendió el bombillo y me dije: "ésta me sirve para la foto que me pidió." La recorté con mucho cuidado y la puse en un portarretratos y, una noche que vino a mi casa le saqué la foto y le dije: "Mira lo que me traje de la casa de tu muchachita" (así la llamaba él). Se puso como loco y la agarró; la besaba y se la ponía en el pecho y la miraba y remiraba y me decía "qué linda es, yo me quedo con ella". Yo le respondí que no porque me la había traído escondida y si se la regalaba sin su consentimiento se podía poner brava y que además yo reconocía que había sido un abuso de mi parte, que mejor esperara a que ella le enviara la que le había prometido y así yo no me metía en líos.

Él comprendió que yo tenía razón pero sí me preguntó que por qué tenía una corona como de reina y yo le dije que ella había sido reina de Primavera del Edo. Mérida.

Eso se quedó así y él de nuevo se quedó tranquilo unos días pero siguió insistiendo en que quería las fotos y todos los días me preguntaba (bueno, a Laura) si ya había ido a retratarme y yo le respondí que sí, que para la semana siguiente me las entregaban.

Estuve unos días sin llamarlo y él se impacientó mucho, así que vino a mi casa a preguntarme qué sabía de Laura, que no lo había llamado más. Yo le dije que me había conseguido con el hermano de ella y que me había dicho que estaba enferma. Que la tenían en la clínica haciéndole unos exámenes porque se le había presentado un fiebre muy alta y no sabían a qué se debía. El se volvió como loco y fue desde ahí donde apareció ante mí la fe hacia la Virgen de Coromoto, porque en su desesperación se quitó de la solapa del paltó un botón que tenía la imagen de la Virgen y lo lanzó contra el suelo, lo pateó y decía: "... no puede ser que haya un Dios que permita que me pasen tantas cosas y se me dificulte tanto encontrarme con mi muchachita; no puede ser que la Virgen, que sabe lo mucho que creo en Ella no me ayude y cada día se me presenten tantas dificultades para todo".

Yo en ese momento sentí mucho remordimiento de conciencia y me arrepentí de mi actitud tan canalla y me consideré la persona más vil y miserable, al jugar con los sentimientos de una persona en esa forma. Tomé la Virgencita y le pedí perdón; lloré mucho y le supliqué que me iluminara sobre cómo hacer para no seguirle haciendo daño.

El sacó un papel, escribió y me pidió que le llevara eso a Laura; salió corriendo y se fue. En el papel le decía lo siguiente:

"Mi adorada muchachita:

Cuando están disipadas todas mis dudas sobre tu querer aprovecho la ocasión para hacerte este papelito que lleva en su simpleza toda la ansiedad que tengo de ti. Mi cielo, cada día te necesito más, quiero que seas solamente mía, para probar la felicidad que tu me tienes depositada en ese inmenso corazón, el cual me pertenece, ¿verdad mi vida? Deseo que te sanes lo más pronto; pórtate bien y cumple a cabalidad el tratamiento. Quiero que vivas, que tu vida sea mi vida y piensa a cada instante te estoy prodigando las caricias más tiernas y los besos más intensos y ardientes. Que sanes pronto. Recibe un millón de besos.

Tuyo

Acuérdate de los retratos ¿verdad? Que estás preciosa negra adorada."

Yo aproveché para dejarlo de llamar por dos semanas aproximadamente mientras maquinaba qué podía hacer.

Cuando lo llamé nuevamente, no me preguntó nada por las fotos; apenas me dijo que se iba para su tierra a pasar las vacaciones pero que me suplicaba que le escribiera y me dio la dirección. Me dijo que me cuidara mucho, que él iba a pedir por mí y que esperaba que cuando regresara no se presentaran más inconvenientes y pudiera tener la dicha de verme.

Yo sentí un gran alivio por unos días porque podía descansar y pensar detenidamente qué podía hacer para salirme de semejante lío en el que estaba metida sin causarle más daño del que ya le estaba causando, pero a mi mente no venía nada que pudiera hacer.

Pasaron como 15 días y un día me llegó una carta preguntándome por su muchachita, que él creía que yo había ido a su casa y podía informarle de su estado de salud, que le dijera que estaba impaciente por saber de ella y que esperaba que le escribiera y le dijera cómo seguía.

Yo le contesté y le dije que había ido a su casa y que le había dado su recado; que ella le retornaba sus saludos y cariño y que yo le podía informar qué era lo que había pasado, porqué no había podido escribir. Le dije que la habían operado de urgencia de la apéndice pero que ya estaba mejor y que se estaba recuperando satisfactoriamente.

El no volvió a escribir y yo no sabía qué hacer cuando regresara, qué más le podía inventar cuando lo viera y le pedía a la Virgen que no regresara o que me iluminara qué hacer, pero nada me venía a la mente. Ya iba a cumplir un mes de haberse ido y yo pensaba que de un momento a otro regresaría y qué iba a hacer yo. Eso me tenía muy angustiada y casi no dormía; por momentos pensaba decirle la verdad y que todo se descubriera pero me daba miedo su reacción hacia mí, porque lo veía tan aferrado a ella y con tantos planes que él tenía en mente me daba miedo que pudiera hasta matarme, aunque en mis adentros pensaba que lo merecía por ser tan perversa y hacerlo sufrir tanto, que Dios me perdone.

Un día, como tenía que suceder, me llamó y me dijo que había regresado y que iba para mi casa para que le contara cómo estaba su muchachita y qué me había dicho de él.

Yo me quería morir pero no podía decirle que no fuera. Lo esperé y le dije que se había ido para la playa por recomendación médica pero que yo no sabía cuándo regresaba, que estaría pendiente de su regreso para avisarle.

Él me llamaba todos los días para saber de ella y si ya había regresado. Hasta que no pude más y lo llamé y le dije que me había llamado para preguntarme por él y que me había dicho que al día siguiente regresaba. El se contentó mucho y me dijo: "mañana no salgo hasta que no hable con ella."

Así fue pues que al otro día lo llamé y estuvimos hablando como una hora. Me preguntó mucho sobre mi enfermedad e insistió en que tenía que hacerme un chequeo médico minucioso porque había que descubrir porqué me daban esas fiebres tan frecuentes, que eso no era normal. Yo le prometí que así lo haría y entonces él me dijo: "no sabes cuánto anhelaba tus cartas y tenía una gran curiosidad por conocerte a través de tus escritos, pero se me ocurre una idea, quiero que me escribas desde aquí, no me vayas a decir que no porque no tienes excusas, ¿oíste?"

Yo me puse muy nerviosa y desde luego le dije que sí, pero dije para mis adentros "este vuelve a sospechar de mí. ¿Qué hago? Yo no sé escribir cartas de amor y mucho menos plasmar por escrito lo que uno con palabras muchas veces no puede decir."

Pasaban los días y él seguía insistiendo y yo angustiada sin saber qué hacer. Le preguntaba a mi amiga qué hacer y ella me decía que le dijera la verdad y dejara eso así, pero yo decía que no podía ser que algo tenía que hacer y entonces se me ocurrió una idea; buscar entre las cartas de mi hermana unas de esas que le escribía su novio que eran muy bonitas y no tenían errores ortográficos y me podían solucionar el problema.

Pues dicho y hecho, esperé que se fuera para el trabajo y empecé a leer cartas a montón y a seleccionar una que más o menos dijera lo que yo quería decirle pero que por mi falta de preparación no podía; sobretodo que no tuviera errores ortográficos y que tuviera una buena redacción, debido a que él creía que yo era una muchacha más o menos preparada y con cierta educación académica y además siempre me decía "por lo que dice una persona se puede saber y juzgar el corazón que tiene."

Ese día encontré una que más o menos decía así (voy a ver si me acuerdo porque han pasado tantos años que es imposible que pueda pedirle tanto a la vida y pueda tener una lucidez perfecta a esta edad que tengo, pero sin embargo voy a probar a ver si la memoria no me hace una mala jugada)

"Mi querido... sin ninguna a qué referirme hago ésta para llevarte toda la expresión de mi corazón y el amor que siento por ti. Mi amor, desde que te vi no vivo más que para ti ya que tus dulces recuerdos han hundido todos los demás que son simples en colorido, tontos torpes, mi corazón con sus dolores y alegrías están cabalmente contigo. Nada me distrae, salgo a pasear, hago que mi buena madre me colme de cariño, voy a la iglesia pero en todas partes siento la misma sensación de soledad y abandono, de orfandad. Mi alma está completamente alejada de mi cuerpo, está a tu lado. Todos mis amigos me dicen que algo me pasa, que siempre estoy callada o es que me he puesto pretenciosa; nada de eso, todo se debe a que estoy sin ti que es lo único que le comunica fuerza, vigor, vida a mi vida. El remedio para curar mis penas está en tus manos, sólo tú puedes sanar todas las dolencias de mi ser.

Comprenderás por lo expuesto que mi amor no es sólo una ardorosa inclinación fisiológica y que no es hija del entusiasmo que engendra todo comienzo y que nace de mi corazón enamorado, tiene como principio el conocimiento claro de tus cualidades y las virtudes formidables que posees.

Bueno mi vida, espero que estés complacido por la curiosidad que tenías de leer una carta mía y de saber lo mucho que te amo. Ahora soy yo la que espera por ti, ok."

Pasaron unos días y un día me sorprendió con una bellísima carta para que se la hiciera llegar a su muchachita. De esas cartas si no me acuerdo porque enseguida las rompía por temor a que me descubrieran en mi casa y él mismo en un descuido mío pudiera descubrirme. Por eso al llevármelas yo las leía y de una vez las rompía.

Le pedí a mi amiga que me hiciera el favor de escribírmela a mano porque él conocía mi letra y por eso no podía escribirla yo. Ella no estaba muy de acuerdo pero de nuevo me complació. Qué buena fue esa amiga que siempre me hacía lo que le pedía y me hacía caso en todo, ¡que Dios la bendiga!

Por supuesto después que la escribió me la puso en el correo urbano como se lo pedí. En la tarde yo estaba de lo más tranquila cuando él me llamó de lo más a felíz a decirme que ya iba para mi casa a mostrarme una cosa. Yo inmediatamente me di cuenta que había recibido la carta y me la iba a enseñar.

Efectivamente, llegó como loco y me dijo "mira esto, te la voy a leer". Yo tenía ganas de reír, de llorar, de gritar y decirle "no creas en eso que es una mentira", pero no pude porque la ilusión que tenía por dentro y la alegría era tanta que no tuve el valor de desenmascararme. Apenas me sonreí levemente y le pedí en mis adentros a Dios que me perdonara por esa farsa tan inclemente que había inventado sin haberlo planificado de mala fe. No encontraba explicación por lo que había hecho y después que se fue lloré mucho de remordimiento de conciencia.

¿Será por eso que iba a hacer en mi vida que Dios me cobró por adelantado en sentarme en una silla de ruedas para que no pudiera hacerle más daño a nadie? Son preguntas que me hago sin tener respuestas, aunque creyendo como creo en un Dios tan misericordioso no puede ser que Él sea como nosotros los humanos tan llenos de venganza y que cobre por adelantado nuestras debilidades y faltas, ¿verdad que no puede ser? ¿A quién le pregunto para que me quite este dolor que siento cada vez que recuerdo lo que le hice y me dé una explicación de lo ocurrido?

Pasamos un tiempo escribiéndonos. El no insistió en conocerme pues parece que se convenció que sí existía esa muchacha y descartó por completo que podía ser yo, ya que la forma de escribir no había dudas que podía ser de una persona con cierta cultura ... je, je, je... qué mala soy.

Se acercaban los exámenes finales y se abocó de lleno a los estudios. Por eso sería también que no insistió más en vernos, esperando graduarse para entonces sí poder dedicarse a conocerme bien.

Da la casualidad que ese mismo mes nos entregaron a nosotras (a mi mamá, a mis hermanas y a mí) el apartamento donde vivimos actualmente. Nosotras nos mudamos pero no teníamos teléfono así que yo acudía a las bodegas y farmacias que encontraba para llamarlo y de esa manera no se dio cuenta de que podía ser yo. El se graduó y enseguida se fue con su hermano para los Estados Unidos y permanecieron como un mes por allá.

Yo ya me moría de pensar qué iba a hacer cuando él regresara, cómo lo llamaba. Entonces sí me empezó una depresión horrible; ya en Caracas, no me acostumbraba a estar sin él y a donde nos mudamos me parecía feísimo, no conocía a nadie y no tenía teléfono que era lo que más me hacía falta. Mi mamá se preocupó mucho cuando me vio tan triste y pensó que hablando con el Banco Obrero? Nos podían cambiar para El Silencio, donde el lugar era más animado y más céntrico pero, ¿qué mentira inventaba para lograr que nos cambiaran de apartamento porque ella no se conformaba de verme tan decaída? Entonces hizo una carta diciéndoles que la silla no me cabía en las puertas de los cuartos y del baño y que les pedía a ver si le podían conceder el cambio por ese motivo, que tenía un reclamo justo por ser yo una persona minusválida que tenía que tener ciertas comodidades. Por supuesto enseguida mandaron a un empleado del Banco Obrero a constatar el reclamo pero se dieron cuenta que no era cierto debido a que la silla me cabía perfectamente en todas partes.

Bueno, así fueron pasando los meses y yo no supe más de él, si había regresado o no y, como yo no le di la dirección a dónde nos habíamos mudado, pues él no tuvo cómo saber más de mí. Yo me fui resignando a no verlo más y como no tenía teléfono se me hacía muy difícil llamarlo.

Mientras tanto fueron pasando los días y yo fui conociendo nuevas personas que se fueron mudando al mismo edificio donde yo vivía y por supuesto hice nuevas amistades, todas más o menos de la misma edad de nosotras y alegres y bonchones, chistosos y echadores de broma como yo.

Así me fui acostumbrando y al igual que en donde vivía anteriormente, salía todas las tardes a charlar con mis nuevos amigos y amigas que iba conociendo. Se formaban unos grupos como de veinte personas entre muchachos y muchachas y ya para ese entonces mi hermana menor sí formaba parte del grupo porque ya era una señorita muy linda y tenía muchas conquistas.

Ibamos a fiestas y paseos casi todos los sábados y domingos y, de resto, entre semana eran las acostumbradas tertulias y reuniones sociales. Yo siempre asocio todo lo vivido por un mandato Divino porque la Virgen quería que así pasara todo para que yo saliera airosa del conflicto sentimental en el que me había metido inconscientemente y que me tenía tan mal anímicamente. Y además el tiempo pasa tan rápido, que es el que se encarga de que todo vaya pasando y las penas y los dolores se vayan mitigando poco a poco, que definitivamente no hay nada que el tiempo no cure y menos mal, porque si no uno pararía en desesperación o se moriría de dolor.

Bueno, el resto de mi nueva vida transcurría sin contratiempos y yo más tranquila, porque aunque lo recordaba con mucho cariño y me hacía mucha falta, pensaba que era lo mejor para no seguir engañándolo y haciéndolo sufrir. También mis nuevos amigos se encargaron de mitigar mi dolor con sus atenciones y deferencias que a cada momento me demostraban; para donde iban a la primera que invitaban era a mí, no les importaba tener que cargarme y subirme y bajarme escaleras. Cuando era para lugares difíciles para mi, algunas veces les decía que no iba porque no me provocaba o porque no tenía ganas de salir y, entonces ellos decían "entonces nosotros tampoco vamos, pero mañana sí vamos". Así íbamos a pasear en carro, a comer helados, al cine, a las cervecerías, al teleférico, a todas partes y yo siempre era el "primer chicharrón" de la partida y cuando se iban de vacaciones de donde estaban me escribían y siempre me hacían sentir importante por las demostraciones de cariño y amistad. Había uno que me decía como dice la canción: "Everida, dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón"

Otro amigo que se fue a la Argentina y estuvo dos años escribiéndome todas las semanas; recibía cartas contándome todo lo que hacía y cómo le iba en los estudios.

Todos esos amigos estaban estudiando y hoy en día son todos grandes profesionales, unos médicos, otros abogados, administradores, laboratoristas y pare usted de contar. Por supuesto a medida que se fueron graduando se fueron casando y formando sus familias en distintos sitios e incluso, algunos en otros países.

También las mujeres se casaron y se fueron residenciando en diferentes partes, como una recordada y querida amiga que acaba de fallecer, que se casó con uno de los muchachos del grupo y se fueron a Holanda a vivir. Pasaron varios años por allá y luego regresaron a Venezuela y siempre mantuvimos la misma amistad, quizás no con la misma frecuencia pero sí con el mismo cariño que un día nos unió.

De nosotras no ha sido mucho el cambio porque aparte de que mi hermana menor se casó y se fue a vivir un tiempo a México y mi hermano también se casó y se mudó, nosotras vivimos en el mismo lugar de siempre. Lo único es que nos hemos puesto viejas y cargadas de sobrinos y de anécdotas que nos hacen pasar ratos divertidos por las ocurrencias que siempre caracterizaron a mi mamá con su forma de ser a pesar de que siempre fue muy enfermiza y nunca le faltaron achaques de toda índole. La artritis la invadió y caminaba con un bastón para poderse sostener y luego con una andadera, pero con todo y eso vivía de buen humor y haciéndonos reír de todo. Esa fue una de las grandes enseñanzas que ella nos dejó: la risa es el remedio del alma y hoy en día hasta de las tragedias somos capaces de reírnos.

Yo fui dos veces a México, primero a llevar a mi sobrina, la hija mayor de mi hermana menor, que se había quedado en mi casa cuando mi hermana se fue para no interrumpir los estudios y terminar su año escolar. La segunda vez fui porque a mi hermana la operaron de la tiroides y yo quise ir a acompañarla. Me fui sola y estuve dos meses y medio allá. Disfruté mucho del viaje y conocí muchos lugares de ese lindo país y sobretodo disfruté mucho de mis sobrinos que siempre han sido muy especiales para nosotras y como estaban pequeños, tuve la oportunidad de disfrutar de las ocurrencias típicas de los niños. Como siempre he tenido el instinto maternal muy desarrollado me hacía la idea que eran mis hijos y los consentía hasta más no poder. Que lástima que en esa época no había nacido mi querida sobrina, la que me indujo a escribir esta historia, pero de todas maneras la hemos querido igual.

Cuando ella estaba pequeña siempre estaba con nosotras, si no íbamos nosotras a su casa ella venía a la nuestra y cuando se fue poniendo pavita (11) tuvimos la dicha de que se vino a vivir con nosotras un año y tuvimos el placer de atenderla y disfrutar de su compañía. Pero después le entró el deseo de regresar a su casa. Lástima que para esa época mi mamá ya había fallecido, porque para ella hubiese sido la dicha más grande tenerla a su lado porque si como madre fue excepcional como abuela fue "la mejor abuela del mundo", como decía uno de ellos.

IV. Dichas y desdichas de los primeros años en Caracas

Cuando llegamos aquí a Caracas dimos "más vueltas que un trompo", pues era difícil para una mujer sola venir sin recursos económicos y sin tener familia aquí, únicamente la familia del novio de mi hermana que fue donde llegamos, pero lógicamente no podíamos estar mucho tiempo ahí.

Entonces empezamos de un lado a otro. Vivimos en El Valle, en Cementerio, en Santa Rosalía y en una cantidad de sitios que ya ni recuerdo.

De tanto mudarnos, las pocas cosas que teníamos se estaban desarmando y así, cuando nos mudábamos, los pocos muebles que teníamos iban en una carreta y nos reíamos hasta reventar porque nosotras íbamos en un taxi detrás de la carreta y veíamos cómo se le iban cayendo las patas a las sillas con el brinco de los caballos que llevaban la carreta, por lo que cuando llegamos al lugar de destino los muebles no tenían patas, entonces mi mamá decía que eso no importaba porque así hacían juego con las dueñas.

Cuando vivíamos en Santa Rosalía una señora amiga de mi mamá nos prestó unas camas, pero en esa época había una invasión de chinches en las casas e invadieron las camas también y por ende, no podíamos dormir. Por más que le echábamos insecticida, kerosene y todo lo que decían que era bueno para matar dichos animales, de nada servía. Entonces mi mamá decidió prenderles fuego con un periódico y, se lo pasó por todas partes y por supuesto la madera se puso como un carbón y así se acabó la molestia que nos causaban.

Pero cuando teníamos unos días durmiendo bien, la señora mandó a buscar sus camas y mi mamá con mucha vergüenza se las envió, pidiéndole mil disculpas y de nuevo seguimos durmiendo en el piso. Pero cual sería nuestra sorpresa cuando al cabo de unas dos semanas la señora nos volvió a enviar las camas pintadas y limpias.

Cuando nos mudamos para el Cementerio (que es una zona hacia el Oeste de Caracas), mi mamá ya no hallaba qué hacer para mantenernos y pagar el alquiler de la habitación donde vivíamos, entonces decidió buscar costura en la Intendencia Militar haciendo uniformes, que se los daban cortados y ella lo que hacía era cerrarlos. Los buscaba los Lunes y los entregaba listos los Sábados, aunque le pagaban muy poco pero por lo menos era dinero seguro. Para eso necesitaba tener una máquina de coser, por lo que le alquiló una máquina a una señora que no puso ningún inconveniente en alquilársela.

Así pasamos unas semanas cosiendo hasta amanecer. Nosotras pegábamos botones y hacíamos hojales mientras ella cerraba los uniformes y nos acostábamos un rato para luego seguir trabajando hasta el Sábado que hacía ella la entrega.

Como le pagaban muy poco apenas nos alcanzaba para medio comer y mi mamá ya estaba desesperada; tanto que hasta tuvo que pedir limosna, utilizando como argumento ante la gente para que le dieran dinero, que había ofrecido una promesa por mi salud y tenía que pagarla porque yo ya estaba bien. . . sobretodo eso.

Total que la costura fue un poco lo que nos ayudó hasta que nos cobraron el alquiler de la habitación porque si no pagábamos teníamos que desocupar, lo que significaba salir de nuevo en la carreta, idea que por supuesto a mi mamá no le gustó porque además de todo era Diciembre. Entonces tuvo la ocurrencia de empeñar la máquina de coser que le había alquilado la señora para poder pagar el alquiler de la habitación.

Para ese momento el General Medina era el Presidente de la República y él le daba de aguinaldo a la gente que tuviera la máquina de coser empeñada, el pago para poder liberarla, por lo que a mi mamá le pareció muy buena idea empeñarla y cuando le dieran el aguinaldo ella la liberaba. Pero tuvo la mala suerte que la señora fue a buscar su máquina y cuando vio que mi mamá no la tenía se puso furiosa y fue a poner la denuncia. Cuando mi mamá fue a la bodega a comprar las cosas para hacer el almuerzo, la metieron en una jaula de la policía para llevarla presa porque la mujer había dicho que ella le había robado la máquina. La llevaron a la jefatura para interrogarla y dejarla detenido, pero mi mamá pudo comprobar que lo había hecho por necesidad y que además no le había robado la máquina a la señora y por eso la dejaron libre.

Mientras eso ocurría, nosotras estábamos muy preocupadas en la casa porque mi mamá había salido muy temprano en la mañana y era el mediodía y ella no regresaba. Cuando llegó estaba muerta de la risa porque en la jefatura le decían que ella parecía extranjera, a lo que mi mamá les respondió que sí, que ella era alemana. Siempre con su buen humor a pesar de sus problemas de salud, porque ella era muy enfermiza.

Qué sufrida fue mi madre, no tan sólo la situación económica, sino las enfermedades físicas y morales que tenía, sobretodo con mi invalidez; eso la hacía sufrir mucho pero nunca me lo demostró, al contrario; siempre me dio mucho ánimo y nunca me dio a entender lo que sufría porque ella siempre estaba de buen humor.

En la Parroquia de Santa Teresa fue donde más tiempo permanecimos porque mi mamá alquiló dos habitaciones en una casa grande donde alquilaban habitaciones a varias familias. Era una casa de vecindad, ahí convivimos con personas de diferentes clases, desde una señora de apellido Zamora que era muy decente y vivía allá con su hija Juanita, que trabajaba en la Compañía de Teléfonos y Q.E.P.D. porque murió de cáncer mientras vivíamos allá; hasta una señora que vivía con una hija que era lesbiana. También vivían unas cubanas que montaron una peluquería en la misma casa. Total que ya se pueden imaginar la cantidad de cosas que se veían y que vivimos.

Estas cubanas eran muy escandalosas y vivían peleando a pesar que eran hermanas. Un día el marido de una de ellas le dio una paliza y se formó un escándalo tan grande que la pusieron presa y desde la cárcel llamaba diciendo que ella estaba en el obispo (así se llamaba la cárcel) pero que estaba gozando un puyero (12).

En otra ocasión la hermana le hizo la permanente y la dejó calva. Cuando no tenían dinero se les escuchaba decir que estaban más limpias que puta en Cuaresma. En resumen, las cosas que se veían allá eran para "coger palco" (13).

También vivía una señora que se llamaba Carmen, que por cierto era muy adeca y su situación económica era aún más apremiante que la nuestra. Así que mi mamá alquiló otra habitación y se la llevó a vivir con nosotras porque había tenido un niño y cuando salió de la maternidad su hermana no la quiso recibir. Entonces mi mamá le propuso que nos cocinara a nosotras y a unas compañeras que trabajaban en el laboratorio que estaba frente a la casa, así ayudaba a mi mamá y a la vez mi mamá la ayudaba a ella con lo que le pagaban las compañeras por los almuerzos. Parecía lo más justo ayudarse mutuamente, pero la fulana resultó ser adeca y cuando ella supo que mi mamá era hermana de un copeyano (14) muy querido por mucha gente, llamado Francisco Romero Lobo (Q.E.P.D.), empezó a molestar. Fue a la Jefatura a poner la denuncia inventando que cuando él venía a la casa a visitarnos, nosotras hacíamos reuniones en la casa para conspirar contra el gobierno. Por supuesto, inmediatamente mandaban una citación y mi mamá tenía que ir a aclarar la situación.

Eso era a cada momento y se armaban unos líos enormes. Pepe, un primo que vivían con nosotras porque estaba estudiando en Caracas, le decía a mi mamá que mejor alquilara una habitación en la Jefatura para que se evitara tantos viajes para allá.

Así fue pasando el tiempo entre risas y dolores, pero para adelante porque para atrás "ni para coger impulso".

La última parte donde llegamos fue a esta Parroquia Santa Teresa hasta que nos mudarnos a Los Rosales donde vivimos ahora. Aquí hemos tenido dificultades también, pero nunca como cuando andábamos de un lado para otro. Por lo menos aquí hemos tenido más comodidad y vivimos solas y sin tener que soportar tantas cosas que tuvimos que soportar. Por eso mi mamá le daba gracias a Dios y decía con mucha gracia: "... cuando nosotras éramos pobres sufrimos mucho, pero por eso yo creo tanto en Dios, porque Él nunca abandona a sus criaturas". ¡Qué gran ejemplo de Fe y fortaleza nos enseñó!

V. Testimonios de Fe y otras anécdotas de la vida real

La Virgen de Coromoto

Con esta historia lo que he querido dejar claro es que lo principal en la vida es la fe, porque sin ella no sabemos sobreponernos a nada, debido a que la fe es la que nos da la esperanza de que las cosas serán mejores. La creencia en un Dios que nos mira y nos conduce por un buen camino.

Yo tengo fe ciega en la Virgen de Coromoto y la siento muy cerca de mí. Tengo muchos testimonios de lo que Ella me ha concedido y algunos de ellos los relato a continuación.

Una vez que veníamos de Mérida (Venezuela) mi mamá, mi hermana Josefina y yo, no accidentamos en el camino como a las 5:00 de la tarde y tuvimos que irnos en grúa hasta Guanare. El chofer de la grúa nos dijo: "ojalá que esté abierto el taller porque cierra a las 6:00 ". Cuando llegamos eran las 7 de la noche y el dueño del taller estaba parado en la puerta y al vernos llegar nos dijo: "menos mal que llamaron por teléfono porque yo ya iba a cerrar el taller".

Al escuchar esto mi hermana respondió:

Por supuesto llegué a la conclusión de que había sido la Virgen de Coromoto porque no podía ser nadie más.

En otra oportunidad soñé que había ido a Misa y cuando llegué a la Iglesia vi unas monjas que cantaban como unos ángeles y yo embelesada oyéndolas cantar. Cuando me dí cuenta que no empezaba la misa fui a preguntar y me dijeron que no había misa porque el Padre estaba enfermo. Entonces me fui a donde estaba la Virgen y me puse a rezar, pero cuando la miraba vi que se reía y se iba acercando a mí hasta que me cayó en los brazos. Cuando bajé la cara para besarla, las monjas que estaban cantando me la quitaron y me dijeron que no me la llevara, porque era que estaba mal puesta y se cayó. Ahí me desperté.

Otro día fui a misa y como yo tengo la costumbre de rezarle a la imagen de la Virgen de Coromoto al llegar a la iglesia antes de comenzar la misa, empecé a buscarla por todos lados y no la encontré. Entonces me fui para adelante y escuché la misa. Al salir estaba una prima mía esperándonos para saludarnos y mientras yo me dirigía hacia ella sentí que me sisearon (15) y al voltear estaba la imagen de la Virgen de Coromoto. Yo me acerqué y le recé y se me erizó la piel porque me impresionó mucho eso que había sucedido, pero no me atrevía a contárselo a nadie porque iban a decir que era fanatismo mío o algo por el estilo. Decidí contárselo a la gente con la que yo estaba en misa y lejos de pensar que eran ideas mías, se quedaron tan impresionados como yo.

Los cuentos de mi mamá

Mi madre también era una mujer de mucha fe y además, tenía unas ocurrencias que lo hacían a uno morir de la risa. Era antiadeca (16) cien por cien y para ella todo lo malo era culpa de los adecos y la culpa de todo lo malo que le pasaba era de los adecos.

En una oportunidad, a mi hermana le robaron su camioneta y mi mamá llamó a una prima para contarle y le dijo: "¿Cómo te parece que anoche un adeco le robó el carro a Josefina?". Por supuesto ella no tenía ni idea de quién era el ladrón, pero ella asumió que era adeco.

En la época de Rómulo Betancourt (un gobernante adeco) había muchos rumores de Golpe de Estado y estábamos donde Elvecia y en el camino a nuestra casa, en la autopista, nos pasó un camión lleno de soldados. Entonces a ella se le antojó que los persiguiéramos a ver para donde iban y empezó a rezar y a pedirle a Dios que hicieran las cosas bien y que no fracasaran en el Golpe. Ya íbamos llegando a La Guaira cuando cambió el semáforo, razón por la cual alcanzamos al camión y para sorpresa nuestra nos dimos cuenta que lo que llevaba el camión no eran soldados sino patillas (sandías) puestas una encimas de la otras y parecían soldados. Además, como era de noche no habíamos podido distinguir bien. Este tipo de cosas nos hacían reír mucho y siempre estábamos pendiente de lo que hacía y decía porque seguramente sería algo cómico.

Una vez llegó un amigo a nuestra casa y vio un adorno que teníamos arriba de la mesa. Era la figura de un huevo muy grande y él preguntó:

A lo que mi mamá contestó: Por supuesto todos soltamos la risa. En otra oportunidad íbamos en el carro con Marianela, la hija mayor de Elvecia, que tenía como 8 años y me preguntó: Y contesta mi mamá: En otra ocasión mi mamá se cayó y se le partió el bastón que usaba para caminar. Además se le cayeron los lentes, se le salió la plancha y los aparatos que tenía para oír y, entonces dijo: "traigan la pala para recoger todo lo que se me salió".

Ella siempre fue muy enferma y vivía constantemente en el médico. Tenía un geriatra que la trataba y era muy bueno pero como ella tenía manía de ir donde él, ya estaba cansado. Entonces, un día que ella fue él le dijo que ella estaba muy bien, que los exámenes habían salido perfectamente y que ella lo que tenía era una psicosis; que se quedara tranquila y no volviera sino dentro de un mes. A ella no le gustó que la regañara y llegó a la casa y se acostó, pero al rato se levantó y se fue para la nevera. Yo me fui a ver qué quería y cuando la vi llevaba una bolsa con hielo.

En otra oportunidad estábamos saliendo de la casa de mi hermana Elvecia y había una hermana de mi mamá que vivía en Mérida pero que estaba aquí en Caracas pasando unos días. Al montarnos en el carro, la primera que se subía era mi mamá porque estaba viejita y había que ayudarla a montarse y a pasarle el bastón que ella utilizaba, entonces mi tía le preguntó: " ¿ya le metieron el palo?" , a lo que mi mamá respondió: "¡Uh! Hace tiempo".

Así era ella y a pesar que vivía en un eterno dolor siempre tenía esas salidas que nos hacían vivir en una eterna carcajada. Gracias a Dios que siempre estuvo muy bien atendida y nunca le faltó nada. Los mejores médicos la vieron y tuvo las mejores atenciones. Por eso nos queda la gran satisfacción de que no careció de nada y le retribuimos con el mismo amor que siempre nos dio a todos. ¡Que Dios la tenga en el Cielo!

Otra gran enseñanza de mi mamá

Cuando nos mudamos para donde vivimos actualmente (Los Rosales) a mi mamá le mandaron un muchachito de Los Andes para que lo ayudara en la crianza porque su mamá se había muerto y había dejado varios niños pequeños y no tenían quien los ayudara a criar. De hecho, a cada una de las hermanas de mi mamá le dieron uno. A nosotras nos mandaron el más pequeño que tenía como unos 6 años y era tan chiquito que para fregar tenía que poner un cajón para alcanzar al fregadero. La idea era que nos hiciera los mandados, nos ayudara a poner la mesa, etc. Era bello pues era un catirito (17) de lo más educado y dulce, para todo decía "que Dios se lo pague". Los vecinos lo querían mucho y siempre le hacían regalitos. Una vecina se lo llevaba todos los días a su casa para enseñarle a leer y a escribir.

Mi mamá después lo metió en el colegio; primero en el Gran Colombia, que era público y luego en un colegio pago donde estudió hasta sexto grado.

Como siempre hemos estado carentes de recursos, mi mamá comenzó a hacer pastelitos y se los daba a él para que los vendiera después de hacer la tarea. El los vendía cerca de la casa y siempre llegaba como con 12 ó 15 bolívares, que para esa época era bastante. Todo el mundo lo confirmó "pastelito" y él se ponía furioso.

Así pasó el tiempo y un día le llegó a mi mamá una citación del Instituto del Menor donde un señor la había denunciado por tener a un menor de edad trabajando por las calles. Mi mamá acudió a la citación a explicar que no lo hacía por especulación sino porque en realidad su situación económica no le daba para mantener a sus hijos, que aunque estaban grandes y unos se habían casado, otra era minusválida y una sola era la que trabajaba, por eso el dinero no le alcanzaba. Sin embargo mandaron a una trabajadora social a constatar la verdad y cuando vieron la realidad de mi mamá, de casualidad no le dieron un premio.

Igualito a ahora que nadie se ocupa de los niños que andan deambulando por la calle sin saber qué hacen ni cuál es la situación que atraviesan.

Este niño duró con nosotras varios años, hasta que vino de Mérida un hermano mayor que él y lo convenció para que se fuera con él y no hubo manera de convencerlo que se quedara con nosotras porque se puso rebelde y no quiso hacer caso.

Pasó el tiempo y de vez en cuando venía a visitarnos. En una oportunidad nos trajo una novia para que la conociéramos y nos contó que su hermano se había ido y lo había dejado solo. Desde entonces se dedicó a tomar y al poco tiempo le dio una cirrosis hepática que lo liquidó en poco tiempo.

Cuando murió tenía apenas 35 años y yo sufrí mucho pues estaba pendiente de él y era la que le acomodaba la ropa cuando estaba pequeño y le lavaba y planchaba las batas (18) que usaba para el colegio. Yo me levantaba tempranito todos los días para que asegurarme que estuviera bien arregladito para que no lo regañaran y para que se destacara entre los otros. ¡Que Dios lo tenga en su Gloria!

Otro de sus hermanos lo tenía una hermana de mi mamá que tenía una casa grande y tenía un enorme corral lleno de gallinas que eran muy buenas ponedoras y cuando uno le preguntaba cuál era la mejor ponedora, él contestaba con mucha gracia: "una que es rusia como la señora Brígida".

El otro hermano que tenía mi otra tía materna me llamaba a mí "la señorita de la bicicleta".

Gabrielito

Cuando vivíamos en Los Andes mi abuelita tenía un viejito que era como un sirviente que tenía años con ella. Él era el que hacía los mandados, cuidaba las vacas y los burros y hacía todo lo que le mandaban a hacer porque era muy obediente y nunca decía que no a nada. Era tanto, que lo mandaban a bailar y a cantar y donde estuviera lo hacía, así fuera en la calle inmediatamente se fajaba (19) a bailar y a cantar.

Era muy divertido, lo único es que era muy sordo y cada vez que uno le decía algo él entendía todo lo contrario y decía cada disparate que uno se moría de la risa de escuchar lo que él había entendido.

Una vez la hermana menor de mi mamá lo mandó a la farmacia y le dijo:

Y él fue y le dijo al farmaceuta que mandaba a decir la señorita Lucía que si estaba solito para ir a acompañarle.

En otra oportunidad se perdió y mi abuela lo estaba buscando por todas partes. Cuando apareció lo regañó mucho y le preguntó que donde se había metido que ella lo necesitaba urgentemente y no lo encontraba. El se puso bravo por el regaño y le dijo que estaba "cagando". Mi abuela le dijo que no fuera grosero que dijera que estaba deponiendo. Luego se volvió a perder y otra vez mi abuela brava le preguntó dónde andaba y él le respondió que estaba "poniendo".

Una vez un pensionista le pidió que le dijera a mi mamá que por favor le buscara un barbero y él dijo le dijo a ella que el Sr. "Sin bragueta" le mandaba a decir que le enviara un reverbero. A mi mamá sí le extrañó que pidiera eso pero se lo envió. Cuando el pensionista vio lo que le traía le dio mucha risa y le dijo: " No, yo lo que quiero es un barbero para que me corte el pelo" y al momento de decirle eso se pasó la mano por el cuello haciendo la mímica para que Gabrielito entendiera. Él se devolvió corriendo a donde mi mamá y le dijo que no era un reverbero sino un poquito de ungüento de azahar porque le dolía mucho la nuca.

Él solía arrimar hacia la acera el burro con el que se transportaba para quedar un poquito más alto y poder montarse, porque era muy bajito. En una oportunidad, tomó tanto impulso para montarse en el burro que pasó de largo y cayó en el piso, del otro lado del animal.

Mis primos, los Romero Ferrero, hijos del hermano de mi mamá que era médico y vivía en San Cristóbal, disfrutaban mucho cada vez que iban a Mucuchíes y en gran parte era por él.

Hoy en día lo seguimos recordando con mucho cariño a pesar de los años que han pasado.
 
 

Chistes de la vida real

De nosotras también tengo muchas anécdotas. Por ejemplo, siempre que mi hermana Josefina y yo salíamos en el carro, los condenados muchachos nos gritaban: "¿Cuántos años van en ese carro?". Hasta que un día mi hermana se molestó y le respondió a un muchacho que hizo esa misma pregunta "pues si fuera tu mamá serían como setecientos".

Cansada de que tanta gente se metiera con nosotras por la vejez, mi hermana comentó un día con mucha gracia: "Ahora ya no nos van a volver a llamar ‘viejas’. Pero qué vaina, ¿qué será más barato, hacernos la cirugía plástica o ponerle vidrios ahumados al carro?" Por supuesto eso nos causó mucha risa.

En otra oportunidad, en una Semana Santa ella fue con mi hermana menor a comprar huevos y un señor se les acercó al carro y ocurrió lo siguiente:

A mi hermana menor le extrañó mucho la actitud de ella y le dijo: Hace poco Carmen, Josefina y yo estábamos en casa de Elvecia jugando dominó como hacíamos con bastante frecuencia, antes de que Carmen se regresara a vivir a Mérida y, como siempre alguna de nosotras metía la pata ese mismo día cometimos dos errores muy cómicos. Uno fue de Josefina que pensó que la que venía antes de ella había trancado el juego y entonces acostó todas las piedras y dijo: "yo tengo 18". Todas nos miramos la cara y cuando entendimos lo que había sucedido comenzamos a reírnos y le explicamos que el juego no había terminado sino que le tocaba jugar a ella.

El otro error fue mío. Elvecia era pareja de Josefina y yo de Carmen en el juego y resulta que Elvecia ganó y yo le dije "ay, menos mal porque a mí me habían ahorcado el doble cinco". Me confundí, pensé que Elvecia era mi pareja y que como ella había ganado, entonces yo también.

Cada vez que jugamos dominó nos volvemos un ocho porque se nos olvida a quién le toca salir, a quién le toca jugar, qué jugó la compañera y qué la contraria entonces con mucha frecuencia ocurre que le "pegamos" a la piedra de la compañera y le "cuadramos" a la rival. También se nos olvida a quien le tenemos que anotar los puntos, "trancamos" el juego sin darnos cuenta, o sea; mil y una cosas que nos hacen morir de la risa y a todos los que les contamos este tipo de anécdotas.

Riéndome de mis defectos

Entre todas las cosas de las que me río están mis defectos físicos. No le doy importancia a mis dificultades para desenvolverme normalmente porque pienso que se debe ser así para no enrollarse y vivir sin complejos ni amarguras, porque la gente que nos rodea no tiene la culpa de las cosas que nos suceden y muchas veces uno sin darse cuenta descarga sobre ellos lo que llevamos por dentro.

Una vez fui a un otorrinolaringólogo debido a que sufría de una rinitis alérgica y luego de examinarme minuciosamente y mandarme un tratamiento, el médico me recomendó no usar ventiladores, ni detergentes fuertes y por último, no caminar descalza. Eso para mí y para toda la gente a la que le conté fue algo sumamente gracioso.

En otra oportunidad fui a operarme de una catarata y una enfermera después de saludarme muy cariñosamente me preguntó muy sorprendida por qué andaba en silla de ruedas. Como me agarró "fuera de base" yo lo único que atiné a responder fue "pues, vainas mías". Después, ese mismo día luego de la operación vino el médico residente a examinarme y al hacerme la historia médica me preguntó que si había sufrido de alguna enfermedad importante. Yo le respondí que sí, que había sufrido de poliomielitis a la edad de tres años y él me preguntó si esa enfermedad había dejado alguna secuela en mí

- "No, casi nada" – respondí yo

Al levantarme la sábana para examinarme se dio cuenta de que yo no podía caminar y su cara se puso de todos los colores por la vergüenza que le dio. A mí me dio mucha risa pero creo que a él no tanto, porque no lo volví a ver más en los dos días que estuve hospitalizada.

Esto es sólo una pequeña muestra de las cosas que me hacen reírme de mí misma. Son anécdotas que mis seres cercanos me dicen que debo escribir porque forman parte de mi vida y para que las personas que también tienen algún defecto físico no se amarguen y aprendan a buscarle el lado positivo a las cosas.

¡Hasta de asaltos hay anécdotas cómicas!

También nos han asaltado muchas veces y una de las que más recuerdo fue una vez que veníamos de casa de mi hermana Elvecia como a las 11 de la noche con una sobrina que había venido de Mérida, su hijo y mi sobrina Jacqueline. Como no conseguimos dónde estacionarnos frente al edificio, dimos la vuelta y al doblar en la esquina conseguimos un puesto. Ellos se bajaron para sacar mi silla de ruedas de la maleta del carro mientras yo esperaba adentro y vi que dos hombres que iban pasando se devolvieron. Yo creí que iban a ayudar a mi sobrina merideña a bajar la silla, pero cuando vi que no venía, abrí la puerta y grité: "pero apúrese que ya es muy tarde". Al escuchar eso, uno de los hombres se me abalanzó encima para quitarme una cadenita que yo llevaba puesta y ahí comenzó el forcejeo. Al hombre se le resbalaba la rodilla del asiento y no se podía afincar, mientras que yo lo agarraba por la barriga pero se me resbalaba el codo. Y en ese proceso duramos como 5 minutos hasta que a mí se me ocurrió gritarle: "¡ah no! Vamos a acomodarnos con calma porque estamos perdiendo mucho tiempo". Mi sobrina empezó a gritar pidiendo auxilio y entonces los hombres salieron corriendo y por fin pudimos salir. A mis sobrinos merideños les dio mucho miedo y a mi sobrina Jacqueline le dio una crisis de nervios horrible porque estaba muy pequeña y quedó muy impresionada.

Por supuesto que después de pasar el susto nos reíamos mucho de mi forcejeo con el ladrón.

En otra oportunidad fuimos a un restaurante con mi hermana Elvecia, su esposo y sus hijos a celebrar un aniversario de bodas de ellos. Salimos también como a las 11 de la noche de allá y Josefina y yo nos fuimos solitas a nuestra casa. Cuando llegamos tuvimos la suerte de conseguir un puesto para el carro justo enfrente del edificio, pero la calle estaba muy oscura. En ese momento un hombre me tocó la puerta del carro, pero yo no oía porque el vidrio estaba cerrado. Entonces abrí un poco la ventana y con mucha educación le pregunté: "¿Qué dice señor?" Y así surgió el siguiente diálogo:

Mientras esto ocurría él me apuntaba con una pistola, pero yo no me había dado cuenta por la oscuridad de la calle. Él seguía insistiendo hasta que me dijo que le diéramos dinero. Seguramente se dio cuenta que éramos unas "pela bolas" (20) y entonces me dijo que le diéramos aunque fuera 500 bolívares. Yo enseguida le dije a mi hermana y ella cuando vio la pistola se asustó mucho y le dijo que sí. Me entregó un billete que sacó de la cartera y yo se lo di al ladrón. Él se fue corriendo y en ese momento nos dio un miedo tan horrible que decidimos irnos otra vez a casa de mi hermana Elvecia.

Cuando tocamos la puerta de su casa ella se sorprendió mucho y nos preguntó qué nos había sucedido. Nosotras estábamos llorando mucho por el susto y ella nos preparó un poco de manzanilla para que nos tranquilizáramos. Cuando Josefina, ya más calmada, abrió la cartera se dio cuenta que lo que le había entregado al ladrón había sido un billete de 10 bolívares. Hasta ahí llegó el llanto y el susto porque comenzamos a reírnos de pensar la rabia que le daría al ladrón cuando se dio cuenta del billete que le dimos. Incluso, un vecino de nosotras después que le contamos lo que había sucedido, se acercaba a veces a tocarme la puerta y cuando yo preguntaba quién era él respondía que era el ladrón que había venido a buscar los 490 bolívares que le habíamos quedado debiendo.

En otra ocasión, una mañana que Josefina estaba calentando el carro con una amiga de nosotras que se iba todos los días con ella al trabajo, se acercó también un hombre a asaltarlas y ella tenía el vidrio un poquito abajo y cuando vio que el hombre trató de meter la mano para arrebatarle la cadena que llevaba ella en su cuello, la reacción fue subir el vidrio y pisarle los dedos de la mano al tipo. Mientras más gritaba él, más duro subía ella el vidrio, hasta que el ladrón finalmente pudo sacar la mano y se fue corriendo, brincando y gritando del dolor que tenía en la mano.

Como se habrán podido dar cuenta, las cosas que me suceden a mí y a mi familia siempre han ido y van envueltas de sorpresas, sustos y mucho humor que es lo que nos ayuda a sobrellevar con risas y alegría, las tristezas y frustraciones y, así poder vivir la vida con conformidad y buscándole siempre el lado positivo a las cosas que suceden.

Así creo que debe ser, disfrutar de cada momento que uno vive, sin pensar en el mañana y siempre pensando que todo será mejor. No hacerle mal a nadie para poder tener la conciencia tranquila. Estoy segura que éste es el secreto de la felicidad.

VI. Un mensaje final

Esta ha sido, pues, mi vida; siempre queriendo y haciendo todo lo posible hasta donde me ayudan mis fuerzas a colaborar en todo sentido y atender en todos los momentos que he creído pueda prestar mi ayuda de todo corazón, sin interés de nada ni de que me respondan igual; esto lo hago de corazón y no sólo con mi familia sino con todo el que necesite de mí. No es por pretender ser buena ni para que hablen bien de mí sino porque esa fue la escuela que tuve con mi madre, que el que venía hacia ella recibía cariño y atención. Esas son cosas que se quedan grabadas para toda la vida en uno y además eso me ha ayudado a ver la vida con optimismo y fe. Yo creo que esos son los ingredientes principales que me ayudan a sentirme felíz y tranquila de conciencia.

Ojalá y esto que escribo hoy, le sirva de mucho a todas las personas que lean esta historia que se sienten tristes e incapaces de ser felices y no le ven salida a los problemas ni a las dificultades. Ojalá que entiendan que a todos nos depara la vida momentos difíciles, a unos de una forma a otros de otra, pero que se den cuenta que quizás sean pocas las personas que como a mí ha tratado el destino y que sin embargo he salido adelante y hoy me considero la persona más felíz y tranquila del mundo, eso sí, manteniendo como bandera mi fe en Dios por sobre todas las cosas, sin importar el nombre que se le dé, porque sin la fe las personas pueden acudir a las drogas o muchas veces al suicidio, cosas que no remedian nada sino que al contrario, lo que hacen es empeorar las circunstancias y dejar secuelas de dolor y malos ejemplos.

En mi caso, ya empiezo a sentir grandes satisfacciones porque sin haber terminado de escribir esta historia, en meses pasados nos escribió mi adorada sobrina una nota que me hizo llorar mucho, no tan sólo de agradecimiento y alegría, sino de sentir que sí va a calar en los lectores. Ojalá que así sea porque mi intención no es más que ayudar a los que se sienten sin esperanza y fracasados en la vida.

Esta es pues, la pequeña carta que nos escribió mi sobrina:

"Tías,

Son las 11:00 p.m. del domingo 16 de Enero de 2000 y estoy sentada frente a la computadora transcribiendo la historia de la vida de mi tía y eso me ha llenado de sentimientos muy sublimes que me inspiran y me empujan ahora a expresarles muchas cosas.

La nobleza y belleza de sus almas es algo que no se compara con nada ni con nadie en este mundo. Nunca nadie me motivó tanto para tratar de ser felíz en la vida y para tratar de enriquecer mi corazón como ustedes. No ha sido fácil, pero cuando las veo o las recuerdo vuelvo a sentirme fuerte porque veo una demostración palpable de que sí se puede.

Definitivamente la vida a todos nos pone cosas difíciles de enfrentar y de superar y, a cada uno nos parece que nuestros problemas son los más grandes del mundo, pero cuando aparecen ustedes en mis pensamientos, me doy cuenta que mis obstáculos son insignificantes comparados con los que ustedes han tenido y con los de otras personas. Todos los días le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad más bella de mi vida que es la de tenerlas cerca porque pienso que junto a mi abuela (a la que recuerdo a diario) me han dado las más hermosas lecciones de amor que persona alguna me haya podido dar.

Nunca tendré cómo agradecerles todo lo que me han enseñado y todo el amor, la comprensión y el apoyo incondicional que me han dado; cada una a su manera y con su estilo, pero siempre con la misma esencia: un amor sin límites y con una total capacidad de entrega.

Mil gracias por ser como son, por aceptarme y quererme como soy y por enseñarme cada día, que vale la pena vivir y que Dios nunca nos pone pruebas mayores a nuestra capacidad de enfrentarlas.

Les aseguro que no ha sido en vano su esfuerzo por enseñarme las cosas bellas que tiene la vida que Dios quiera que algún día pueda retribuirles de la forma que más les llene todo lo que me han dado.

Les prometo que siempre trataré de poner en práctica lo que he visto de ustedes. Lo haré por mí pero también para que nunca sientan que tanto amor no sirvió de nada.

Que Dios las bendiga y que les dé larga vida para que puedan cosechar todo lo hermoso que han sembrado.

Las amo"

Como les digo, ésta ha sido la satisfacción más grande que me haya producido cualquier cosa en la vida, no la puedo comparar con nada ni con nadie, debe ser por venir de donde viene.

Sobrina, que Dios te bendiga cada vez que lata tu corazón y espabilen tus ojos. Así me decía mi imaginario amor y en estos momentos de felicidad que me has proporcionado con tu escuelita (21) veo que una persona como tú es que merece esas bendiciones y buenos deseos. No sé qué escritor fue el que dijo que así hubiese un solo lector al que sus escritos le hicieran bien, merecía la pena escribir. Tú eres mi sólo lector, me has dado una de las mayores alegrías de mi vida. Dios te bendiga a ti y a todos los que amas.

Bueno, ya he narrado parte de mi niñez, adolescencia, juventud y ahora vejez. ¿Qué puedo a estas alturas de mi vida contar, a no ser las dolencias y arteriosclerosis que ya empiezan a presentarse como en todo ser humano de mi edad, por eso creo que no tiene nada de sensacional y atractivo escribir sobre eso, excepto por los disparates que uno comete y que nos parecen chistosos y eso nos sirve de risa y de distracción. Entonces, tomamos esas cosas para reírnos de nosotras mismas y pasarla bien y no acomplejarnos como quizás a otras personas les pase, que se amargan y se ponen insufribles y, se alejan de todo y de todos porque creen que ya no tienen oportunidad de ser felices.

Yo creo que el secreto de la felicidad, además de la tranquilidad de conciencia, es vivir las oportunidades que la vida nos depara a cada uno de nosotros y saber aprovechar esos momentos con alegría y dignidad, siempre buscándole el lado bueno a la vida para hacerla más llevadera hasta que Dios nos mande "la pelona" (22) y así todo se acaba y pasa.

La juventud no es una virtud, es una oportunidad que todos tenemos y en la medida que sepamos aprovecharla y disfrutarla sanamente será un punto de partida en la vida para vivirla tranquilos y felices.

Ese es mi concepto, no sé si estaré equivocada pero hasta hoy creo que es así. Esto no quiere decir que no tenga sufrimientos y decepciones, porque "de todo hay en la viña del Señor" y a esta edad es cuando duelen las cosas y uno se pone como más sensible y las injusticias que algunas veces se nos presentan nos llenan de dolor y desilusiones sobretodo si se piensa que se ha sido justo y se ha tenido paciencia. A veces siento que flaqueo, pero creo que es por la edad.

SIN EMBARGO, SIENTO QUE TODAVIA HAY MUCHO AMOR EN MI CORAZÓN!



NOTAS

(1) Parte interna da las llantas
(2) Calzado de lona utilizado en algunos pueblos venezolanos y que forma parte del atuendo típico de Venezuela
(3) Expresión coloquial andina que significa andar de un lado para el otro libremente
(4) Sopa de gallina, carne o pescado con verduras
(5) Sueño después de haber almorzado
(6) Bebida hecha con una mezcla de ron u otro licor con agua caliente, limón y azúcar
(7) Traje de hombre, típico de los países caribeños, compuesto de una chaqueta sin solapas y pantalones blancos.
(8) Expresión utilizada para decir "que no moleste más"
(9) Jalón
(10) Manecilla
(11) Muchacha jovencita
(12) Divirtiéndose mucho
(13) Espectáculo extraordinario
(14) Persona militante del partido político COPEI
(15) Llamaron
(16) AD (Acción Democrática) Partido político venezolano
(17) Rubio
(18) Uniforme escolar
(19) Acción desarrollada con mucho entusiasmo
(20) Pobres, paupérrimas
(21) Tu ejemplo, modelo de vida
(22) La muerte


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