Air Madrid:
el sueño de los vuelos baratos
La
quiebra de Air Madrid es un episodio más de larga serie de
desaguisados y estafas característicos de las desregulaciones
neoliberales. Experiencias que han generado un periodismo de “fusión”
donde las páginas de política, economía y sucesos
se entremezclan continuamente. (y tampoco andan lejos las de “sociedad”
y “deportes”, como bien conoce cualquier adicto a la serie “Marbella”).
Ante estos sucesos uno tiene la tentación de levantar una nueva
acta de la malignidad del mercado desregulado y pasar página.
Muchos
de los elementos del drama son habituales. Una compañía
que ofrece vuelos baratos sin contar con medios técnicos adecuados.
Que trata de forzar la reducción de costes mediante la sobreutilización
de los aviones y la reducción del mantenimiento. Que debido
al sobreesfuerzo acumula averías y retrasos. Y con la falta
de medios traslada todos los problemas a sus clientes. La historia
de los viajeros que volaban de Maó a Palma y acabaron abandonados
largas horas en el aeropuerto de Valencia, porque la empresa no tenía
ningún servicio de atención en este destino, dice mucho
de su organización. Una empresa que a pesar de ser apercibida,
persiste en ofrecer billetes baratos a Latinoamérica con los
que capta clientes de bajos ingresos, muchos de ellos inmigrantes
que tratan de volver por vacaciones a sus lugares de origen. Y que
cuando las cosas se ponen mal dadas da el cierre, dejándole
el problema a los pasajeros y la Administración. Una historia
muy parecida a otras acaecidas en otros confines o en otros campos
de actividad.
Es
evidente que la privatización de muchos servicios y su liberalización
han favorecido estas prácticas, pero si queremos hacer frente
a los argumentos liberales hay que hilar más fino en nuestra
crítica. No es lo mismo la privatización de redes integradas,
donde las empresas privatizadas pueden convertirse fácilmente
en monopolios u oligopolios privados (como de hecho ocurre en la telefonía
o la electricidad) o afectar al funcionamiento de la red (como ha
ocurrido con el ferrocarril), que la de campos como la aviación,
donde el núcleo de la red se encuentra en la gestión
de aeropuertos y el control del tráfico y las posibilidades
de entrada de nuevos competidores son mayores (y por tanto hay menores
riesgos de monopolización). Hay que reconocer también
que el sector sigue altamente regulado, porque todo el mundo es consciente
de los graves problemas de seguridad de los vuelos y la experiencia
de las primeras liberalizaciones. A favor de este argumento se puede
aducir el bajo nivel de accidentes aéreos en los países
desarrollados. Éste es sin duda el punto fuerte esgrimido por
el Gobierno, que prefirió abrir el proceso de cierre antes
que tener un accidente
Puede
considerarse que hubo dejación pública en otros terrenos.
En permitir a la compañía seguir vendiendo billetes
cuando ya estaba claro que la cosa iba mal. Seguramente se hubiera
reducido la larga lista de afectados, que ahora deben reclamar la
improbable devolución de su importe y la indemnización.
Es posible que si el cierre se hubiera producido en un período
de menor demanda, también se hubiera paliado el drama de los
que se quedaron sin vuelo. Pero, sin ánimo de justificar la
actuación del gobierno, no podemos tampoco olvidar la presión
mediática y supranacional que se desarrolla cuando se trata
de ponerle límites a las empresas privadas. Una situación
que convierte a muchos políticos en irresolutos compulsivos.
No
trato de minimizar el drama que significa la pérdida de un
viaje o de un dinero difícilmente ganado. Pero el caos de Air
Madrid no sólo se inscribe en un contexto de liberalismo criminal,
sino que tiene que ver con los procesos sociales que permiten a éste
obtener hegemonía social. En el caso de la aviación,
el sueño de los billetes baratos, de la posibilidad de viajar
“casi gratis” por todo el planeta, de una humanidad permanentemente
viajera.
El
abaratamiento de los billetes de avión propiciado por la liberalización
y las líneas de bajo coste se ha conseguido por vías
múltiples. Por el lado de la seguridad: las empresas pueden
estar tentadas en reducir costes a través de menos revisiones,
el uso intensivo de los aviones, o una menor carga de gasolina para
optimizar el coste energético —con el consiguiente riesgo en
caso de prolongación inesperada del vuelo—. Por el lado del
personal (reducción de salarios, prolongación de la
jornada laboral —otro factor de riesgo potencial— e intensificación
del trabajo), de los viajeros (menores servicios a bordo, menor comodidad
—que permite aumentar el personal transportado—, esperas más
largas, etc.) y sobre todo del sector público (subvenciones
a las propias compañías para que promocionen una determinada
área). Y finalmente por el lado de operar a través de
itinerarios de alta densidad de tráfico y de corta duración,
que permiten llenar aviones y minimizan los efectos de los imprevistos
siempre existentes en el transporte aéreo.
Más
allá de su mayor codicia y desprecio por la seguridad, Air
Madrid se equivocó al tratar de trasladar el modelo de vuelos
baratos de Europa a los viajes intercontinentales, más largos
y complejos. De hecho, su crisis es un indicio de los límites
del “vuelo barato”, de su dificultad de generalización.
El
crecimiento continuo del transporte aéreo no parece ni posible
ni deseable. Las razones son de naturaleza diversa. Su crecimiento
genera un aumento de la congestión parecido al que han experimentado
otras formas de transporte, lo cual es una fuente de problemas —de
seguridad y de coste público de la red de control del vuelo—.
Su expansión acarrea un uso creciente del suelo en tierra firme
en forma de nuevos y más amplios aeropuertos y redes de transporte
para comunicarlos, lo que afecta a menudo a espacios naturales o genera
graves molestias a las comunidades próximas. Su uso intensivo
supone un crecimiento del consumo de energía fósil con
el consiguiente agravamiento de los problemas de calentamiento y contaminación
—curiosamente el transporte aéreo ha sido excluido de los recortes
señalados por Kyoto y el queroseno no paga impuesto de combustibles—.
Por
otro lado, sigue siendo un sistema de transporte elitista. Como ha
puesto de manifiesto un reciente estudio británico, la irrupción
de las compañías de vuelos baratos no ha supuesto un
cambio radical en la composición social de la clientela. Estos
vuelos han desplazado a los viejos sistemas de vuelos charter
y en gran medida el abaratamiento se ha traducido en un aumento de
viajes de negocios y de turismo de clase media. O sea, una transferencia
de renta hacia empresas y sectores adinerados, que quizás han
aumentado la cantidad de viajes que realizan anualmente. Pero el grueso
de las clases trabajadoras siguen considerando el avión como
un medio poco habitual de transporte. Quizás la mayor excepción
la constituyen los emigrantes de países lejanos (aunque no
todos, los norteafricanos siguen realizando grandes “tours” automovilísticos
para visitar a sus familias). En gran medida ellos han sido los grandes
afectados por Air Madrid, y las víctimas potenciales de cualquier
nuevo “affaire” de compañías baratas. Pero su drama
no nos debe hacer olvidar que, más allá del timo de
Air Madrid, está una promesa de baratura difícil de
cumplir.
Air
Madrid vuelve a poner en cuestión las ventajas de la liberalización.
Pero la alternativa en este caso no pasa por propugnar una nacionalización
del transporte aéreo con precios baratos (al fin y al cabo
las viejas compañías nacionales de bandera eran un mundo
donde el servicio a las elites iba de la mano con los privilegios
de los empleados de más nivel) sino una política responsable
de regulación ambiental. Una política que conduzca a
un modelo de precios altos y menor utilización del avión.
Y no vale apuntarse a la demagogia de los emigrantes pobres: si mejoran
sus condiciones laborales, quizás puedan afrontar este coste,
y siempre queda la posibilidad de abrir una vía de subvenciones
para circunstancias específicas. Pero apuntarse a los vuelos
baratos es, sobre todo, seguir apostando por el despilfarro ecológico
y la desigualdad social.
[Albert
Recio]
Sobre la Ley de la
Memoria Histórica
No hace mucho, en el desfile militar
que celebraba el día de la hispanidad, el gobierno decidió
invitar a dos delegaciones que tenían una especial relevancia
para el tema que nos ocupa aquí. De un lado los representantes
de los españoles que habían liberado París de
los nazis bajo las ordenes de la División Leclerc, del otro
los representantes de la División Azul que había luchado
en el frente soviético también durante la Segunda Guerra
Mundial. El hecho produjo conmoción, pero para el actual gobierno
no revestía más significado que homenajear a españoles
que habían luchado durante la gran conflagración mundial.
Al fin y al cabo, relataba El País, si unos habían
luchado contra el totalitarismo nazi en las calles de París,
los otros habían librado sus batallas contra el totalitarismo
comunista en las estepas rusas: su lucha era equiparable, también
lo era entonces el homenaje. El problema vino después, cuando
en el acto el representante de la División Azul apareció
con una Cruz Gamada en su solapa, provocando la incomodidad de los
representantes institucionales presentes. ¿Es que no había
entendido que era un representante de la lucha contra el totalitarismo?
Evidentemente los que no habían entendido nada eran los bienintencionados
gobernantes de nuestro país. Manipular la historia en el presente
siempre tiene unos límites y unos riesgos: que la historia
irrumpa de golpe tal como fue y no como uno querría que fuera.
Legislar
sobre el pasado no significa decretar un fin de la historia. No significa
decretar la paz universal, el punto final, la reconciliación
o la satisfacción engreída de un presente que pretende
saber más que sus antecesores sobre qué se dirimió
en las arenas de Clío y de qué manera se deberían
cerrar las heridas. El origen de la Ley de la Memoria Histórica
se encuentra en este sentido en el espacio que se abrió en
los últimos años del gobierno del Partido Popular antes
de la llegada del nuevo PSOE. En ese espacio, en un momento de durísima
ofensiva cultural de la derecha gobernante, se hizo evidente una realidad:
la nueva democracia española, sustentada en las legitimidades
construidas en las narrativas de la transición, necesitaba
de una base de actitudes y valores temporales que fueran más
allá de unos pocos años de nuestra historia. A la vez
esta democracia se sustentaba sobre un silencio, el de cuarenta años
de una de las dictaduras más feroces que jamás haya
conocido el viejo continente. Evidencias que nos llevan a la República
—como principal antecedente de democracia en nuestro país—
y el franquismo. Se trataba entonces de rememorar y reparar. Rememorar
la República, reparar a las víctimas. Pero lo que estaba
claro en los momentos que antecedían a la llegada del nuevo
gobierno ha ido deviniendo oscuro de nuevo. Ahora la República
vuelve a ser uno de los bandos en la guerra —un bando que como tal
no puede ser exaltado—, el franquismo es un régimen de seguridad
jurídica —que como tal no puede ser violentado anulando sus
sentencias— y los archivos donde se encuentran los nombres de los
verdugos seguirán cerrados como en el medio siglo que antecede
a nuestro presente.
Es
cierto: se darán más indemnizaciones; es cierto también:
no se permitirá la exaltación del franquismo y se habilitarán
medidas para que las víctimas sean encontradas. Pero en el
proceso, de nuevo, se protegerán más los derechos de
los verdugos que los de las víctimas. Claro está que
si se considera que la Divisón Azul y la Leclerc son equiparables,
a partir de aquí todo es posible. Se trata de no violentar
a nadie, pero si nada se violenta, nada se repara. A lo mejor esta
Ley, tal como está, ya debería contener un solo artículo:
que los gobernantes de nuestro país sepan que la División
Azul no luchó contra el totalitarismo, sino que era ella en
sí misma la portadora del totalitarismo que una vez reinó
en España. Debe ser rememorado todo aquello que supuso un obstáculo
a su imposición, debe ser reparado todo aquello que fue destruido
en sus manos. Sería un buen principio.
[Xavier
Doménech]
Comentarios en la muerte
de Pinochet
Se
murió el criminal. Ha muerto en la cama. Sus crímenes
son ahora reconocidos por casi todo el mundo, en sus últimos
años ha estado cercado por un acoso judicial más o menos
efectivo y se le ha forzado a mostrar su catadura de cobarde y corrupto.
Un pobre consuelo para los miles de asesinados, desaparecidos, torturados,
presos, exiliados y represaliados que su golpe puso en marcha. Los
años que ellos perdieron son irrecuperables. No hay nada que
celebrar.
Estos
días hemos oído que Pinochet fue uno de los mayores
criminales de nuestro siglo. En España esto suena a sarcasmo.
Aunque todo crimen vale lo mismo, la represión pinochetista
parece peccata minuta comparada con la de Franco. Al fin
y al cabo el dictador chileno empezó a marcharse cuando perdió
un referéndum. Aquí, ni hubo marcha ni ha sido posible
un proceso abierto de revisión de los crímenes del franquismo,
hubo muchos más miles de muertos y represaliados, y la dictadura
se alargó durante un período de tiempo inusitado. Pero
ya sabemos cuáles han sido los procesos históricos que
han permitido a este país ignorar colectivamente el significado
de la represión franquista. Y que impiden, casi treinta años
después del fin de la dictadura, revisar colectivamente el
proceso. En este sentido la derecha española es la más
afortunada del planeta: no se ha visto envuelta en engorros judiciales,
ni ha tenido que hacer siquiera una revisión moral de su comportamiento.
Por ello sigue siendo tan osada y tan cruel: en realidad sigue viviendo
de los réditos de una guerra que nunca ha perdido.
La
operación de sacar a la luz los crímenes en Pinochet
puede resultar útil para muchas cosas. Sin duda su figura ayuda
a convertirlo en gran chivo expiatorio. Y a sacar fuera de campo a
las fuerzas que le dieron su apoyo. En primer lugar, a las internas
de la derecha, interesadas en bloquear el cambio que abría
la Unidad Popular, así como a amplios partidarios del golpe
cuando fracasaron sus intentos de insurrección civil (la huelga
de transportistas) o de victoria electoral. Y en segundo lugar, a
las fuerzas del imperio mundial. La otra cara de Pinochet fue Kissinger.
El papel de la CIA y el ejército estadounidense en el golpe
está fuera de duda. Porque el 11 de Septiembre de 1973 no sólo
acabó con un modelo progresista en un pequeño país
sudamericano. También puso fin a todo proceso de transformación
radical por vía democrática en cualquier parte del mundo.
En Latinoamérica la dictadura pinochetista fue un experimento
más, quizás no el más cruel, de romper el espinazo
a todas las fuerzas de izquierda. Fue el punto de inicio de una represión
que bañó de sangre y sufrimiento a gran parte del continente
con objeto de mantener inalterados los privilegios de las castas dominantes
y los intereses norteamericanos. Pero también en Europa generó
un giro de moderación en la izquierda, avisada de lo que iba
a ocurrir si tenía el mal gusto de ganar las elecciones y propugnar
transformaciones radicales. Mucho de ello tiene que ver con la transición
española. El golpe de Pinochet que sepultó las esperanzas
del pueblo chileno fue también el punto de partida de un giro
bastante radical en las dinámicas políticas.
Pinochet
fue además el que abrió la primera experiencia neoliberal.
No deja de ser paradójico que su muerte coincida en el tiempo
con la de Milton Friedman, su principal ideólogo. Sus Chicago
boys fueron los primeros asesores económicos del dictador
(y por cierto llevaron al país a una grave crisis hacia 1983)
e inauguraron un cúmulo de reformas que sólo son aplicables
en dictadura. De hecho, su sistema privatizado de pensiones —un verdadero
mecanismo de exclusión social y generación de pobreza—
sólo pudo llevarse a cabo en Latinoamérica, en un contexto
de ausencia real de libertades donde las clases populares no pudieron
impedir su implementación. Y desde entonces el neoliberalismo
ha alcanzado una clara hegemonía en el pensamiento y en la
política económica. Causando tanto sufrimiento como
las políticas dictatoriales que le han acompañado en
muchos países del tercer mundo.
Ciertamente
Pinochet fue un gran criminal. Pero su talla resulta menor cuando
se la compara con los poderes económicos y políticos
que favorecieron su golpe y con cuyos apoyos ha conseguido llegar
hasta el final sin juicio penal. A Pinochet, Franco, Kissinger o Friedman
sólo los juzgará la historia. Y como vemos a diario
ésta no suele tener una voz unívoca. Especialmente cuando
la capacidad de discurso sigue estando dominada por sus herederos.
[Albert
Recio]
El
Bloc de Notas de las Navideñas Navidades
Lotería
de Navidad
Este
año tampoco ha habido novedad. El supergordo siempre le toca
a la Hacienda Pública, que somos todos pero unos bastante más
que otros. No hay reportajes periodísticos sobre el ganador
del monopoly nacional. “A ver, Estado, ¿está contento?
¿Qué piensa hacer con ese dinero?”
Felicitaciones
a cobro revertido
Son
una tradición: el nuevo alcalde de Barcelona, Hereu, sigue
la instaurada por el ex-alcalde Clos. Envía felicitaciones
de navidad a los ciudadanos electores, o sea, pagadas con su propio
dinero.
Noche
de Paz
Hay
imágenes que no se le van a uno de la cabeza. Esos presos de
Eta juzgados en la Audiencia Nacional (así, con mayúsculas,
pero mejor que no hubiera), esos presos, digo, que sonríen;
que sonríen o la emprenden a patadas con la jaula
de metacrilato en que les meten. Lo de las patadas parece indicar
que la jaula de metacrilato, o de lo que sea, se la han ganado a pulso,
aunque también podría ser que todo fuera al revés:
que peguen patadas porque les meten en jaulas de metacrilato. Sin
embargo las sonrisas son peores que las patadas. Mucho peores e inequívocas.
A veces esos singulares conciudadanos sonríen cuando declaran
sus propias víctimas, minusvalidadas por ellos.
Eso
es un indicio de la peor cultura que ha creado Eta. Esas gentes que
se creen con derecho a asesinar, a mutilar, a quemar librerías
y bienes públicos, y a ufanarse por ello, para perseguir sus
objetivos políticos. Me gustaría, al menos, obligarles
a escuchar varias veces —porque una sola no sería suficiente,
y ya sé que en esto me muestro un poquito autoritario pero
hay que considerar también sus entendederas— la canción
de Brassens Mourir pour des idées (“Morir por las
ideas: la idea es excelente; yo estuve a punto de palmarla por no
haberla tenido...”). Claro que ellos no mueren por ideas. Han matado,
o se creen con derecho a matar, por ideas. Esa cultura, ¿es
lo que se puede llamar cultura abertzale? Los intelectuales
de Eta, que seguro que los hay, que seguramente no toman las armas,
¿advierten lo estrechos que resultan en el fondo los manifestados
deseos de abandonarlas? ¿Se trata sólo de eso? ¿No
tendrían que pensar, más bien, en sus propios fundis,
que aunque se lo ordenen sus “generales” no las abandonarán?
Pues:
¿qué cultura deja Eta instalada en el País Vasco?
Y
si de la cultura abertzale pasamos a la política, y vemos que
la gente de Batasuna no mueve un dedo si previamente no lo autoriza
el directorio “militar”, también podríamos hacernos
una pregunta sobre el País Vasco del sueño abertzale:
ahí, el poder civil ¿ha de estar sometido al poder militar?
¿No será que el franquismo les ha dejado una herencia
mental de la que no saben desprenderse?
La
ejemplar liberación de Sudáfrica de la era del apartheid
se hizo bien porque la cultura de los oprimidos lo facilitaba. Con
otra cultura, las cosas en el País Vasco podrían ir
mejor: con idearios de reconciliación.
En
el otro lado,
los palos en las ruedas de las negociaciones para la pacificación
que hace unos meses supusimos que pondría el Partido Popular
han resultado por desgracia una profecía cumplida. El Partido
Popular no quiere que el gobierno actual sea el que acabe con la violencia
política. Y con la amistosa colaboración de algunos
significados miembros del Poder Judicial, el único poder del
estado en que el Partido Popular aún es hegemónico,
ha hecho todo lo posible para que no se pudiera crear un mínimo
clima de entendimiento. Ésa es la señal que el PP manda
a Eta después de tres años sin atentados mortales y
en el “alto el fuego permanente”.
El
gobierno del Psoe—el
mejor de los gobiernos posibles, tristemente— puede verse erosionado
seriamente porque le acusarán de haber creado esperanzas infundadas.
Ya la acusación de Rajoy de que “el gobierno ha pactado con
Eta” se cae por su propio peso (ese tipo, Mariano Rajoy, parece en
realidad un poco bobalicón: actúa como si creyera que
la mayoría de los ciudadanos son tan manipulables como la AVT
del PP; tal vez Aznar le puso por eso: un sucesor más corto
que él mismo). El gobierno, volviendo a lo que íbamos,
tiene que echarle imaginación al asunto. No puede, evidentemente,
ceder ante ninguna pretensión política de Eta (o sea,
ni mesa de negociación con Batasuna sin que ésta rechace
de veras la violencia política, y ni hablar sobre el futuro
de Navarra sin que hablen los ciudadanos de Navarra y sus representantes
políticos, que para eso están). El deber del
estado es proteger los derechos y libertades de todo el mundo.
Pero
sí podría el gobierno dar un paso con toda decencia
declarando que ningún referéndum de autodeterminación
ni nada parecido puede tener lugar no sólo antes de que finalice
del todo la violencia y toda violencia, sino hasta que transcurra
un tiempo prudencial, que permita la desaparición de la cultura
de la violencia y se produzca la reconciliación cívica
de la sociedad vasca. Entonces sí; en una situación
así, sí que se podrían celebrar referendos de
autodeterminación o de lo que hiciera falta. Pero sin esta
condición de apaciguamiento previo —y esto es lo que no parece
comprender el mundo político y militar abertzale— ningún
referendo, cualquiera que fuera su resultado, podría dar lugar
a una legalidad estable, a un horizonte de expectativas aceptable
sin temor por los vascos.
Eta
y Batasuna deben saber que la ciudadanía está harta
de temores. ¿Celebran ahí la Navidad? ¿Celebran
ahí el nacimiento del profeta del Sermón de la Montaña?
Quizá
a algunos no les parezca bien que yo lo diga, pero me temo que, a
pesar de las fiestas, lo del etarra De Juana Chaos va a acabar muy
mal. Vamos a ver una prueba de fuego del famoso “estado de derecho”.
Para
acabarlo de arreglar, los de Al Qaeda se interesan ahora por Ceuta
y Melilla. Dentro de poco para tomar un avión habrá
que desnudarse. O eso parece, porque la Unión Europea ha declarado
secreto lo que la policía le puede exigir al viajero
antes de tomar el avión.
Día
de Inocentes
Bueno;
este año ha habido un Día de Inocentes adelantado: el
día que Montilla le dijo a Saura: tú, conseller de Interior.
Corre
un rumor según el cual el Tripartito en pleno decidió
hacer acto de contricción con propósito de enmienda
tras asistir a un pase en catalán de algo tan viejo como la
película Vivir, de Akira Kurosawa.
Cuentan
también que Ángel Acebes, temeroso de quedar para siempre
como un mentiroso, dijo una vez: “Todos los Acebes mienten siempre”.
En
los atascos navideños, utilitarios y audis son iguales.
Con
la mejor intención, Zapatero, que sigue en la Otan y en Afganistán
(sitios donde al parecer se nos ha perdido algo), propugna una “Alianza
de civilizaciones”. Pero cualquier persona seria sabe que las civilizaciones
no son entes que se puedan aliar. Entretanto ZP compra aviones
militares sin piloto para enviarlos a Afganistán. Y no parece
una inocentada.
Hablando
de cuotas: ¿por qué no una cuota del 50% de
clase trabajadora en el gobierno, en las listas electorales, en los
consejos de administración, etc.? Compatible con la cuota femenina,
claro está.
Volvamos
a la realidad. La matanza de Herodes debió ser poca cosa en
comparación con las matanzas de niños iraquies y palestinos
Año
Nuevo
El
año nuevo traerá cargos para todos los de la Esquerra
Verda, del Pcc e Iuia. Y liberados sindicales de por vida.
Así, todos contentos, y afonía social general.
Se
liberalizará más. Más Air Madrid. Más
filatelia.
Los
Reyes tendrán seguramente incrementos salariales de acuerdo
con el incremento del coste de la vida regia.
Está
por ver si Israel consigue finalmente una buena guerra civil en el
Líbano, y otra en lo que queda de Palestina. Y si los americanos
hacen en Irán lo de Iraq.
Pero
en Iraq y Afganistán no hay año nuevo.
Noche
de Reyes
Queridos
Reyes Magos:
Hemos
sido buenos porque lo hemos aguantado todo. Traednos pues un poco
más de ese opio tan bueno llamado esperanza.
[J.R.C.,
diciembre 2006]
Sobre
la Feria internacional del libro de Venezuela
Francisco
Fernández Buey
Caracas y Barcelona, IX/2006
Estuve
una semana en Caracas, invitado por los organizadores de la II Feria
Internacional del Libro de Venezuela. Primera constatación:
ningún medio español, que yo sepa, hizo la más
mínima referencia a este acontecimiento cultural. Tal vez porque
las editoriales y personas invitadas tampoco suelen aparecer en los
suplementos literarios de nuestros periódicos. He aquí
los nombres: El viejo topo, la más antigua de las
revistas alternativas de nuestros pagos; Txalaparta e Hiru, dos editoriales
de Navarra y el País Vasco que han prestado particular atención
al pensamiento crítico y en particular a lo que se produce
en América Latina; Literastur, un joven proyecto asturiano
muy vinculado a la Semana Negra de Gijón, entre cuyos inspiradores
está el escritor chileno Luis Sepúlveda. Pero allí
estaban también los grandes editores con sede en España:
Planeta, Santillana, Ediciones B, Debate y algunos más.
Primera
diferencia, importante, respecto de lo que se puede observar en otras
ferias libreras que conozco y a las que se dedican, sí, cientos
de páginas en nuestros suplementos literarios: allí,
en Caracas, en el Parque del Este, todos, grandes y pequeños
tenían el mismo espacio, aproximadamente los mismos estantes.
Esto hace un panorama también distinto al de otras Ferias:
al ser todos iguales no se topa uno, ya de entrada, con la brutalidad
que supone la hegemonía absoluta del dinero y del mercado;
y, por tanto, predominan en conjunto los pequeños, los alternativos,
las editoriales jóvenes con voz propia, los editores que en
otros lugares sobreviven entre los márgenes y los subterráneos.
Una
diferencia ésta que no fue obstáculo para que jóvenes
y mayores expresaran allí, en la FILVEN, su reconocimiento
a otros grandes, no grandes del mercado sino grandes en la creación
ensayística y poética, casi ignorados cuando no silenciados
en España. Tres ejemplos de ese reconocimiento: el escritor
cubano Miguel Barnet, del que tanto aprendimos, también aquí,
en la década de los sesenta, a propósito de los cimarrones;
el poeta venezolano Ramón Palomares, “el de la erupción
primigenia del alma humana”, seguramente más conocido hoy en
Italia que en España; el poeta brasileño-amazónico
Thiago de Melo, amigo y traductor un día de Neruda y venerado
ahora por los jóvenes latino-americanos que defienden el ecologismo
social.
Cuba
era el país invitado a la FILVEN y Guevara el mito revolucionario
recordado. Allí vimos la vitalidad creativa, en la poesía,
en el ensayo, en el documental, en la canción y en la danza,
de la Cuba actual, y la capacidad organizativa de los intelectuales
cubanos, cosas de las que se habla aquí mucho menos que de
políticas de transición y politiquerías varias.
Vimos las últimas publicaciones sobre el “Ché” y escuchamos,
de labios de estudiosos y de compañeros suyos en la guerrilla,
cosas nuevas que no sabíamos y cosas viejas que aún
hay que recordar sobre lo que fue su vida y lo que fue su proyecto
revolucionario, entre ellas la aportación más reciente
de Paco Ignacio Taibo II, basada en múltiples conversaciones
y entrevistas con todos los que fueron sus compañeros y en
una reflexión personal tan seria como desenfadada. Otra constatación:
después de tantos y tantos intentos de desmitificación
interesada y después de tantos cambios como se han producido
en el mundo desde su muerte, la figura del “Ché”, el aventurero
asmático, el revolucionario constante, el crítico del
socialismo frío y el debelador del imperialismo, ahí
sigue, intacta, conmoviendo a unos y a otros: a unos por lo que hubo
en él de carácter libérrimo; a otros por la solidez
de sus convicciones.
Había
allí, en la FILVEN, muchos libros sobre el socialismo publicados
en varios países de América Latina. Mejores y peores:
sobre el socialismo que fue, sobre el socialismo que no pudo ser y
sobre el socialismo que se espera que haya algún día;
sobre el socialismo como ideal y sobre el socialismo como realidad.
Y, sobre todo, había multitud de ensayos sobre los movimientos
sociales que están cambiando el panorama de América
Latina: empujando a los dirigentes políticos a actuar de otra
manera o fundiéndose con los nuevos partidos políticos
de raíz indigenista que están modificando la faz socio-cultural
de los países andinos. Allí estaban las últimas
publicaciones del Consejo Latino-Americano de Ciencias Sociales (CLACSO)
sobre filosofía política, ciencias sociales y movimientos
sociales, por lo general desconocidas en nuestras librerías.
Y
allí había un montón de folletos y libros libertarios
que mantienen la memoria de la tradición anarquista hispana,
más viva, parece, que en la Península. Tal vez no se
sepa bien todavía en Venezuela qué puede ser eso del
socialismo bolivariano y cristiano del siglo XXI, anunciado por Chaves,
pero saben dónde informarse. Y saben, sobre todo, que no hay
nada que aprender de la vieja orientación eurocéntrica
que toma el nombre del socialismo en vano. Saben reírse y se
ríen, con toda la razón, de los medios de comunicación
de la irónicamente llamada “madre patria” que habitualmente
denominan “socialdemócrata” a la oposición antichavista
(apoyada e inspirada, ay, nada menos que por Mayor Oreja y la FAES).
También
había mucha narrativa y mucha poesía, llegadas de Argentina
y de Brasil, de Guatemala y de El Salvador, de Colombia, de Perú,
de Ecuador y de Cuba. Y revistas, muchísimas revistas jóvenes
y nuevas, hechas por personas ilusionadas que empiezan a hacer oír
su voz y no viven del mercado mediático. Lo que se escuchó
en las largas sesiones del Encuentro de Editores en la FILVEN fue
una proliferación, imposible de enumerar aquí, de proyectos
interesantísimos que conectan sin duda con las cosas innovadoras
que se dicen y se hacen en Bolivia, en Perú, en Chile, en Colombia,
en Argentina. Esas cosas conectan, sobre todo, con un proyecto cultural
y educativo venezolano que discurre paralelamente a las “misiones”
sociales: poner a disposición de los de abajo lo que hasta
hace poco sólo podían leer unos pocos de los de arriba.
Nada más llamativo para un europeo que observar en la FILVEN
las colas de cientos de personas esperando recoger los dos tomos de
Los miserables, de Víctor Hugo, editados para la ocasión
por la Agencia Estatal en varios cientos de miles de ejemplares para
regalar al pueblo.
Tal
observación, insólita por estos pagos (en los que hasta
los bancos y cajas de ahorros dejaron de regalar libros hace años),
lleva a una última reflexión que plantearé en
forma de pregunta: ¿no se va a invertir, a partir de ahí,
lo que ha sido hasta ahora la relación tradicional entre España
y América en la industria del libro? Es cierto que las transnacionales
del libro con sede en España son muy poderosas y dominan la
distribución, pero a nadie se le escapa que el precio al que
estas empresas venden en América Latina es insostenible, fuera
del alcance de una población amplia que empieza a leer. Eso
va a hacer difícil mantener los índices de exportación
actuales.
El
petróleo venezolano podría servir para subvencionar
una parte de la cultura latino-americana para al pueblo, como sirve
ya para subvencionar ahora las operaciones de cataratas de los desfavorecidos
o la asistencia social. No hablo sólo de los contenidos de
los libros y de la crisis por la que pasa el libro de ensayo entre
nosotros, pues al fin y al cabo también las grandes empresas
transnacionales publican a Chomsky, por poner un ejemplo. Hablo de
lo que más duele en el Imperio: de precios y mercados en el
próximo futuro.
Algo
así, de producirse, acabaría sustituyendo la hegemonía
de las transnacionales hispánicas del libro, limitando su mercado
competitivo al libro de bolsillo. Ya ahora está en curso un
proyecto muy elaborado para hacer en Venezuela ediciones de gran tirada,
impensables aquí, que cuenta, además, con la experiencia
de Monte Ávila, cuyo catálogo es excelente, y con la
voluntad innovadora de “El perro y la rata”, una editorial creada
hace un año. En estas editoriales, vinculadas al Estado venezolano,
se editarán, a precios mucho más bajos que aquí,
traducciones de ensayos que, sin duda, interesarán a los lectores
de España, que ahora sólo encuentran ya libros de esas
características en las librerías especializadas o en
zonas casi ocultas de las otras librerías (debido, como se
sabe, a la presión de los grandes) por pocas semanas. Si ese
proyecto cuaja, tal vez veamos, pues, un movimiento de la industrial
del libro en lengua castellana inverso al que hemos conocido durante
décadas. ¿Podría ser eso parte del socialismo
del siglo XXI? ¿Podría volver a darse un fenómeno
como el que se produjo con las publicaciones en lenguas extranjeras
de la Unión Soviética y China en las décadas
centrales del siglo pasado con un flujo que llegara ahora del otro
lado del Atlántico?
En
cualquier caso, de cuajar ese proyecto entre los aliados latino-americanos
de la Venezuela actual, tendríamos una interesante traducción
del ideario bolivariano en el plano cultural. De eso se habló
también en la FILVEN. Convendría tomar nota. Tomándola,
tal vez disminuiría la cháchara eurocéntrica
sobre “populismo” y empezáramos a hablar en serio de Estado
educador. Que, para europeos no eurocentristas del siglo XXI, es tanto
como hablar de renovación del proyecto ilustrado. O así
me lo parece.
La biblioteca de Babel