La
autorregulación en los mercados financieros
José A.
Estévez Araújo
Las
causas de la actual crisis de los mercados financieros son varias y
complejas. Entre ellas se cuentan, en primer lugar, la desregulación que
ha permitido crear nuevos activos financieros, como los bonos
estructurados respaldados por hipotecas de alto riesgo. En segundo
lugar, la liberalización de los mercados de capitales y la libre
circulación de éstos. En tercer lugar, la existencia de paraísos
fiscales en los que los bancos de inversión crearon entidades para
emitir los bonos contaminados y, en cuarto lugar, la ineficacia de los
mecanismos de control como los bancos centrales y, en particular, las
agencias de rating.
En
algunos aspectos, la actual crisis tiene similitudes con el clásico timo
de la estampita. Es como si nos vendieran un sobre cerrado diciéndonos
que contiene un fajo de billetes de 500 euros. Para garantizarlo, hay un
sello de una entidad de confianza. El sobre supuestamente lleno de
billetes es uno de esos productos estructurados tan complejos que quien
los adquiere no sabe muy bien qué está comprando. Las entidades que
pusieron el sello diciendo que efectivamente eran billetes fueron las
agencias de rating. Y los problemas empezaron cuando algunos abrieron el
sobre y se dieron cuenta de que, en realidad, contenía no sólo billetes,
sino también recortes de periódico. Todo el mundo quiso entonces
deshacerse de los sobres sellados, pero no encontraron a nadie que
quisiera comprarlos (al menos hasta que Bush puso sobre la mesa un
cheque por valor de 700.000 millones de dólares).
Dado
el papel que han jugado en esta crisis, no es extraño que las agencias
de rating estén en el punto de mira. No sólo de las instituciones
financieras y de los reguladores estatales. También están en el punto de
mira del FBI.
Un
informe de un órgano consultivo de la Comisión Europea (el CESR, The
Committee of European Securities Regulators), publicado en febrero del presente año y basado en un estudio
empírico, pone claramente de manifiesto cuáles son las sospechas que
planean sobre las agencias de rating. En primer lugar, el informe
constata que estas agencias juegan hoy día un papel cada vez más
importante como consecuencia del incremento de los productos
estructurados. Estos productos financieros son tan complejos que los
inversores no tienen ni el tiempo ni los expertos necesarios para
determinar el grado de riesgo que suponen. Por eso “el mercado” depende
cada vez más de las calificaciones que les otorgan las agencias de
rating. Además, el volumen de este tipo de productos ha crecido
exponencialmente en los últimos cinco años. En Europa, el montante de
los productos financieros estructurados ascendió a 450 mil millones de
euros en 2006 y el informe estima que creció un 70% en la primera mitad
del año 2007. Las agencias de rating obtienen en la actualidad en torno
a la mitad de sus ingresos de la calificación de este tipo de
productos.
El
principal
problema que plantea el funcionamiento reciente de las agencies de
rating según el informe, es el conflicto de intereses en que incurren
(por decirlo de forma suave) debido al hecho de que asesoran a las
mismas entidades cuyos productos tienen que calificar (y que les tienen
que pagar por realizar la calificación). Con lo cual, más que
controlarlas, lo que parece que hacen es aconsejarles cómo deben
presentar sus productos para poderles dar la máxima calificación
posible.
Sin
embargo,
la actual crisis no sólo ha puesto radicalmente en cuestión el
funcionamiento de un determinado tipo de entidades, sino toda una
filosofía acerca del control: la llamada “autorregulación”.
En
efecto,
las agencias de rating, que son unos elementos reguladores fundamentales
en los mercados financieros, no son a su vez reguladas por ninguna otra
instancia en el ejercicio de su actividad. Los entes públicos no tienen
competencias para revisar sus calificaciones. Estas agencias se rigen
por un “código de conducta”, pero no hay ninguna instancia con poder
para fiscalizar si se ajustan o no a ese código. Se supone que lo
cumplen voluntariamente y que los “incentivos” para hacerlo los
proporciona el propio mercado: es decir, el hecho de que el negocio de
estas agencias dependa de que tengan una buena reputación entre los
operadores financieros. De esa forma se produce la maravilla de un
órgano regulador que no plantea el problema de
quis custodet
ipsos custodes?
(¿Quién vigila a los propios vigilantes?). Así,
además, se ahorran los costes que derivan de la elaboración,
implementación y control del cumplimiento de normas públicas.
¿Cómo
es posible entonces que ese mecanismo, aparentemente tan perfecto, haya
fallado? De hecho, no es la primera vez que no ha funcionado, ni será
probablemente la última. La autorregulación ya falló cuando en Estados
Unidos existía un sistema en el que el control de la contabilidad de las
empresas lo ejercían auditoras privadas que se auto-regulaban. El caso
Enron fue el más sonado fracaso y tuvo como consecuencia el hundimiento
de la auditora Arthur Andersen y el cambio del sistema de control de la
contabilidad empresarial.
Las
causas de que no funcione una autorregulación basada en el egoísmo bien
entendido de las empresas privadas son fáciles de entender. En primer
lugar, está la contraposición entre los intereses a corto plazo de los
ejecutivos y a largo plazo de la compañía. Si uno o varios ejecutivos
pueden realizar una operación que les reporte beneficios equivalentes al
salario de varios años de trabajo, no van a abstenerse de hacerlo por
salvaguardar la buena imagen de su empresa. Máxime cuando los contratos
blindados y la ausencia de mecanismos jurídicos para exigir
responsabilidades a las agencias de rating por sus calificaciones, les
aseguran un alto grado de impunidad. Por otro lado, el código de
conducta, como cualquier otra norma, puede violarse de forma
clandestina, sin que los otros operadores se enteren (o con la
complicidad de algunos de ellos) y, por tanto, sin que actúen los
“incentivos de mercado” a modo de sanción.
Que el
funcionamiento de los mercados financieros dependa de un mecanismo tan
poco fiable es aún más preocupante si se tiene en cuenta que el montante
actual de deuda activa que ha sido objeto de calificación por parte de
las agencias de rating asciende a 40 billones (millones de millones) de
dólares. Ese valor tiene unas dimensiones que únicamente alcanzan cifras
como el Producto Interior Bruto de la economía mundial en su conjunto
(que el FMI estimó en unos 65 billones de dólares en 2007). De hecho, se
trata de una suma más elevada que el PIB anual de Estados Unidos, la UE,
Japón y China juntos. Y de las calificaciones que realizan estas
instituciones depende la suerte de la deuda pública que emiten todos los
países del mundo, con lo que tienen una inmensa capacidad de condicionar
las decisiones estatales en materia de política económica.
Se
trata,
pues, de un poder de enormes dimensiones y trascendencia, que está,
además, prácticamente en manos de dos empresas: Standard & Poor’s y
Moody’s Investors Service. Un poder demasiado importante del que
dependen los ahorros o las pensiones de muchas personas y la suerte
económica de muchos países. Un poder, por tanto, que es necesario que se
atribuya a instancias públicas sometidas a control democrático y
responsables ante los ciudadanos. Sin embargo, no hay que llamarse a
engaño ante la dificultad de esa empresa. La desregulación de los
mercados financieros en los años ochenta fue algo similar a abrir una
enorme jaula llena de pájaros y dejarlos escapar. Eso resultó
relativamente fácil. Mucho más difícil será conseguir volverlos a
atrapar y devolverlos de nuevo a su jaula.
¿700.000
millones para los ricos?
José A.
Tapia
University of Michigan, 30.09.2008
Según
el New York Times (21 de septiembre, pág. 8), Henry Paulson, el
Secretario del Tesoro de EEUU, poseía en enero de 2008 acciones de
Goldman Sachs por valor de 809 millones de dólares. Por la caída de los
valores en bolsa el capital de Mr. Paulson se había reducido a “sólo”
523 millones el viernes 19 de septiembre, día en que Henry Paulson y Ben
Bernanke (el director de la Reserva Federal, el Banco Central de los
EEUU) presentaron el plan de rescate financiero de mayor volumen en la
historia. Paulson, pobre hombre (no sabemos nada sobre Bernanke, ¿se le
permite tener valores en bolsa?), había perdido casi 300 millones en 9
meses, ¡una pérdida diaria de más de un millón de dólares! Pero no
estaba solo. Según la misma fuente, Maurice Greenberg, antiguo consejero
delegado de AIG, había perdido 1200 millones en los mismos nueve meses;
James Cayne, antiguo consejero delegado de Bear Stearns, había perdido
999 millones. Los millonarios propietarios de acciones bancarias están
asistiendo a la evaporación de su riqueza a medida que el valor de las
acciones se aproxima a cero.
En
una forma de actuar típica que consiste en presentar un plan urgente que
ha de ser aprobado de un día para otro so pena de males mayores, Paulson
y Bernanke propusieron un plan de salvamento del sector financiero que
transfiere una enorme cantidad de dinero de los contribuyentes a los
bancos en situación de quiebra. De entrada se dijo que la cantidad a
transferir se acercaría a one trillion dollars. En inglés
americano, one trillion es un millón de millones, en castellano
diríamos un billón de dólares. En días posteriores la cantidad se ha
reducido a “sólo” 700.000 millones de dólares. La justificación que se
da para este plan es que si no se produce el rescate se colapsará todo
el sistema financiero, lo que afectará a una enorme masa de
“contribuyentes”, que no son otra cosa que los ciudadanos
estadounidenses.
No
voy a negar que la situación del sistema financiero sea mala, lo es. No
sólo en EEUU sino en todo el mundo las instituciones financieras están
pasando por un periodo de grandes turbulencias y graves apuros. Las
deudas incobrables parecen escondidas en todas partes. Y por eso quizá
estamos entrando en un periodo muy parecido a lo que se llamó la Gran
Depresión de los años treinta en los que las economías de mercado de
todo el mundo funcionaron de una forma muy precaria. Lo que sí cuestiono
en cambio es que el plan propuesto por Paulson y Bernanke y los líderes
de los dos grandes partidos estadounidenses sea una forma prudente y
sensata de usar el dinero. Niego que este plan sea conveniente para los
ciudadanos y que sea en beneficio “nuestro”, de los contribuyentes, este
enorme regalo a los superricos que supuestamente va a evitar males
mayores.
Cuando
hace una semana Henry Paulson y Ben Bernanke se convirtieron en los
nuevos reyes de Estados Unidos —Dick Cheney y George W. Bush parecen
haber abdicado— el sistema financiero llevaba meses viniéndose abajo. En
marzo, Bear Stearns, uno de los mayores bancos de inversión del mundo,
fue adquirido por el grupo bancario JPMorgan con una sustanciosa ayuda
del erario público. Fue el primer gran regalo a los ricos. Después
cayeron Freddie Mac, Fannie Mae, Lehman Brothers y AIG y, como no había
compradores a la vista, el dinero de los contribuyentes compró las
acciones. Esto fue como comprar basura y dar caridad a los propietarios
de estas empresas financieras, pues el precio que se pagó por ellas fue
muy superior al que ofrecía el mercado. Probablemente algún Warren
Buffet estaba esperando que el precio bajara mucho más.
Las
transferencias de dinero público a los ricos que supuso la compra
subsidiada de Bear Stearns por parte de JP Morgan y la nacionalización,
con compensaciones generosas a sus propietarios, de la aseguradora AIG y
las corporaciones hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae eran donaciones
sustanciales a los banqueros y los “inversores”. Sin embargo, la
hemorragia era profusa y la sangre no dejaba de manar. Y además estaba
ocurriendo algo terrible, EEUU se acercaba cada vez más… ¡al comunismo!
Las grandes instituciones financieras estaban pasando a manos del Estado
a una velocidad vertiginosa y el proceso podía continuar hasta quién
sabe dónde. Quizá el país estaba siguiendo la senda de la Suecia
comunista, donde la sucesiva nacionalización de empresas quebradas ha
dejado casi ¾ del PIB en la esfera estatal (como todo el mundo sabe
muchos ciudadanos suecos ya están siendo enviados al Gulag: si aún no se
ha enterado, no se preocupe, probablemente salga pronto en El Mundo
o en Libertad Digital, quizá Sarah Pallin ya lo sepa).
Los
nuevos monarcas, Paulson y Bernanke, decidieron pisar el freno para
evitar el avance imparable en el camino a la servidumbre comunista. El
dinero debe darse directamente a los ricos. ¡Nada de intervenciones del
Estado! ¡Nada de propiedad estatal de bancos y empresas! Por favor,
banqueros y toda suerte de especuladores financieros, dennos (al sector
público) sus activos basura y a cambio les daremos dinero contante y
sonante de los contribuyentes para que restauren la salud económica de
sus instituciones. La jerga usada para contar esta historia y de paso
engañar a la gente es de este jaez:”el Gobierno aceptará activos sin
liquidez para que se restaure la liquidez y la confianza en los mercados
financieros”.
Probablemente
estamos en un momento histórico crucial. Tanto si esto son los inicios
de una gran depresión como si el complot de las grandes financieros
tiene éxito y salen airosos evitando el batacazo (lo que parece
improbable), “nosotros”, los contribuyentes, los ciudadanos, los
trabajadores, vamos a pagar el pato. Independientemente de lo que ocurra
en el Congreso las próximas semanas es prácticamente seguro que el
desempleo crecerá, como ha venido creciendo últimamente en años
recientes en las economías avanzadas en las que ha tenido lugar una
hemorragia de puestos de trabajo, exportados a millones a países como
China, India o Vietnam, donde los trabajadores trabajan 11 o 12 horas
diarias 6 ó 7 días a la semana, y donde los salarios son casi siempre de
menos de 1 dólar a la hora.
No
tener
trabajo es malo, todos lo sabemos, aunque mucho peor es pasar hambre,
quedarse en la calle sin hogar o que te hieran o te maten. Pero lo
cierto es que en los años ochenta y noventa el desempleo en muchos
países europeos ha estado por encima del 10% sin que la sociedad se
viniera abajo. Las sociedades modernas son suficientemente ricas como
para dar subsidios a los parados y que nadie pase hambre. No hace falta
ser muy viejo para recordar que durante los años de Felipe González en
España el desempleo estuvo durante años por encima del 20% de la
población activa. A principios de los años noventa en Finlandia el
desempleo creció súbitamente del 3% a 18% cuando dejó de existir el
principal comprador de productos finlandeses, la Unión Soviética. Algo
similar pasó en Suecia, y luego en Corea del Sur en 1997. Y
curiosamente, los indicadores más objetivos de bienestar social, como la
esperanza de vida, continuaron mejorando durante este periodo en esos
países.
Uno de
los
mitos de la Gran Depresión es el de los banqueros e inversionistas en
bolsa saltando a docenas por las ventanas de Wall Street el famoso
viernes negro, el 24 de octubre de 1929. Parece que hubo un caso (o
quizá dos) en total. Lo que en cambio sí parece ser cierto es que los
suicidios (básicamente de gente pobre) aumentan cuando la economía entra
en declive. Pero la imagen de la Gran Depresión de los años treinta como
un periodo en el que muchos países occidentales estaban en un proceso de
caída libre y autodestrucción es una imagen falsa. Por ejemplo, en EEUU
la mortalidad infantil continuó reduciéndose —excepto en sectores muy
empobrecidos que no recibieron ayuda— y si bien aumentaron los
suicidios, siguió disminuyendo la mortalidad por infartos, cirrosis y
otras enfermedades importantes por lo que, en conjunto, la esperanza de
vida siguió creciendo. Esto contrasta muchísimo con lo ocurrido en los
países del Europa oriental y la antigua Unión Soviética en la década de
los noventa, cuando se aplicó el tratamiento económico de choque
aconsejado por instituciones financieras como el Banco Mundial y
economistas como Jeffrey Sachs. La privatización de casi todo y la
eliminación drástica de los servicios sociales antes provistos por el
Estado creó unos centenares de nuevos millonarios —muchos de ellos
antiguos burócratas comunistas— y, sobre todo, un enorme desastre social
en el que millones de personas perdieron sus empleos, sus ahorros, sus
viviendas y sus pensiones y muchos cayeron en la miseria absoluta. No
sólo se disparó la mortalidad por suicidios sino también las defunciones
por enfermedades cardiovasculares, tuberculosis, alcoholismo y por
homicidio y aumentó también la mortalidad infantil, con el resultado
global de una fuerte caída de la esperanza de vida.
La
clase
dominante de los EEUU grita que viene el lobo provocando el espanto y el
terror. Aterrorizada ella misma, si es que se puede hablar en estos
términos, pretende conseguir que la sociedad acepte transferirle una
inmensa cantidad de riqueza del erario público; a ellos, a los ricos que
se están autodestruyendo. Si finalmente se produce esa colosal
transferencia de dinero, ese robo descomunal quizá aprobado por los
representantes del pueblo, los beneficiados serán los mismos que han
promovido gastos y créditos insensatos y que se han comportado de forma
absolutamente irresponsable. Se salvarán gracias al dinero de los
contribuyentes y después harán todo lo posible para seguir
enriqueciéndose.
La
capacidad
del plan de salvamento propuesto por Wall Street, Paulson y Bernanke
para evitar una severa recesión económica es muy incierta. Los mismos
economistas de diferentes tendencias están muy divididos en su
evaluación de la posible efectividad del plan, pero lo que es evidente
es que el principal objetivo del mismo es restaurar la “normalidad de
los negocios”, o sea el ambiente económico de los últimos años. En ese
ambiente de business as usual de los años ochenta y noventa los
ingresos reales de la mayoría de los estadounidenses se han estancado o
se han reducido; las horas de trabajo han aumentado y las vacaciones se
han acortado bajo la amenaza de despido o bajo la presión competitiva de
los compañeros de trabajo, todos agobiados por avanzar y no perder el
empleo; las desigualdades sociales han aumentado estrepitosamente por el
enriquecimiento vertiginoso de los que más tienen; y la clase dirigente
estadounidense se ha embarcado alegremente en guerras lejanas y ha
seguido especulando para hacerse con millones mientras destruía la
economía real y el medio ambiente en que vivimos.
Una
crisis
financiera o una depresión económica no son ni una guerra nuclear ni un
huracán. Las recesiones no destruyen fábricas ni cosechas ni tampoco
echan a la gente de sus casas. Lo que destruye los recursos económicos y
expulsa a la gente de sus viviendas son los derechos de propiedad del
capital que personificado en seres humanos que asisten a los consejos de
administración no se preocupa por dejar a los inquilinos en la calle
cuando no pagan el alquiler o la hipoteca, ni para mientes en destruir
las cosechas cuando no es posible venderlas, ni se alarma por dejar a la
suerte que las fábricas se hundan y las máquinas se oxiden si es que no
sirven para producir ganancia.
Si la
crisis
financiera se convierte en una recesión abierta y aumenta el desempleo
se pueden dar pensiones y establecer planes de formación para los
parados. Puede substituirse el empleo de las empresas en crisis por
nuevos puestos de trabajo, pero para todo ello la financiación pública
será indispensable. Aunque pienso como Albert Einstein que es deseable y
necesaria una organización económica socialista para que la humanidad
pueda hacer frente a los problemas que tiene planteados, soy consciente
que sólo una minoría comparte mi punto de vista. Además, todos estamos
de acuerdo en rechazar el modelo de Rusia; y el modelo de la China
actual es todavía peor (¿será casualidad que los gobernantes
estadounidenses actuales estén en estupendas relaciones con los
comunistas chinos?). La libertad y la democracia real son ingredientes
básicos para cualquier sociedad decente del siglo XXI. En todo caso, en
los próximos años y décadas se requerirá mucho dinero público para pagar
cosas mucho más importantes que los papeluchos sin valor que hoy los
millonarios quieren sacarse de encima cuanto antes.
Lo
impensable aconteció
Boaventura de Sousa Santos
La
palabra no aparece en los medios de comunicación norteamericanos, pero
de eso se trata: nacionalización. Ante las cesaciones de pagos
ocurridas, anunciadas o inminentes de los principales bancos de
inversión, las dos mayores sociedades hipotecarias del país y la mayor
aseguradora del mundo, el gobierno federal de los Estados Unidos decidió
asumir el control directo de una parte importante del sistema
financiero. La medida no es inédita, pues el gobierno intervino en otros
momentos de crisis profunda: en 1792 (bajo el mandato del primer
presidente del país), en 1907 (en este caso, el papel central en la
resolución de la crisis le cupo al gran banco de entonces, el J.P.
Morgan, hoy Morgan Stanley, también en riesgo), en 1929 (la gran
depresión que duró hasta la Segunda Guerra Mundial: en 1933, mil
norteamericanos por día perdían sus casas en manos de los bancos) y en
1985 (la crisis de las compañías de ahorro).
Lo
que es nuevo en la intervención actual es su magnitud y el hecho de
ocurrir después de 30 años de evangelización neoliberal conducida con
mano de hierro a nivel global por los Estados Unidos y por las
instituciones financieras que controla, el FMI y el Banco Mundial:
mercados libres y, en tanto que libres, eficientes; privatizaciones;
desregulación; el Estado fuera de la economía porque es inherentemente
corrupto e ineficiente; eliminación de restricciones a la acumulación de
riqueza y la correspondiente producción de miseria social. Fue con esas
recetas que se "resolvieron" las crisis financieras de América Latina y
de Asia y que se impusieron ajustes estructurales en decenas de países.
Fue también con esas recetas que millones de personas fueron lanzadas al
desempleo, perdieron sus tierras o sus derechos laborales, y tuvieron
que emigrar.
A la
luz de esto, lo impensable aconteció: el Estado dejó de ser el problema
para volver a ser la solución; cada país tiene derecho a privilegiar lo
que entiende por su interés nacional, en contra de los dictámenes de la
globalización; el mercado no es, por sí mismo, racional y eficiente,
sólo sabe racionalizar su irracionalidad e ineficiencia mientras éstas
no alcancen el nivel de autodestrucción; el capital tiene siempre al
Estado a su disposición, ora por vía de la regulación, ora por vía de la
desregulación. Esta no es la crisis final del capitalismo y, aunque lo
fuese, la izquierda quizá no sabría qué hacer, tan generalizada fue su
conversión al evangelio neoliberal.
Muchas
cosas seguirán como antes: el espíritu individualista, egoísta y
antisocial que anima al capitalismo; el hecho de que los costos de las
crisis siempre son pagados por quienes nada han contribuido a ellos, la
inmensa mayoría de los ciudadanos, ya que es con su dinero que el Estado
interviene y son ellos quienes pierden empleos, viviendas y pensiones.
Pero
mucho
más cambiará. Primero, la declinación de los Estados Unidos como
potencia mundial alcanza un nuevo nivel. Este país acaba de ser víctima
de las mismas armas de destrucción financiera masiva con que agredió a
tantas naciones en las últimas décadas y la decisión "soberana" de
defenderse fue finalmente inducida por la presión de sus acreedores
extranjeros (sobre todo, los chinos), que amenazaban con una fuga que
sería devastadora para el actual "american way of life".
Segundo,
el FMI y el Banco Mundial dejaron de tener autoridad alguna para imponer
sus recetas, pues siempre usaron como guía una economía que ahora se
revela como un fantasma. La hipocresía del doble estándar (ciertos
criterios válidos para los países del Norte global y otros criterios
válidos para los países del Sur) quedó expuesta con una chocante
crudeza. De aquí en adelante, la primacía de los intereses nacionales
podrá dictar no sólo medidas de protección y regulación específicas,
sino también tasas de interés subsidiadas para apoyar a las industrias
en peligro (como las que el Congreso estadounidense acaba de aprobar
para el sector automotriz). No estamos ante una desglobalización, pero
sí estamos frente a una nueva globalización pos-neoliberal, internamente
mucho más diversificada. Emergen nuevos regionalismos, ya presentes en
África y Asia pero importantes sobretodo en América Latina, como el
ahora consolidado con la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas
(Unasur) y del Banco del Sur. Por su parte, la Unión Europea, el
regionalismo más avanzado, tendrá que cambiar el curso neoliberal de su
actual Comisión, so pena de tener el mismo destino que los Estados
Unidos.
Tercero,
las políticas de privatización de la seguridad social quedaron
desacreditadas: es éticamente monstruoso que sea posible acumular
fabulosas ganancias con el dinero de millones de humildes trabajadores y
abandonarlos a su suerte cuando la especulación sale mal.
Cuarto,
el Estado que regresa como solución es el mismo Estado que fue moral e
institucionalmente destruido por el neoliberalismo, que hizo todo lo
posible para que su profecía se cumpliese y lo transformó en un antro de
corrupción. Esto significa que, si el Estado no es profundamente
reformado y democratizado en breve, será, ahora sí, un problema sin
solución.
Quinto,
los cambios en la globalización hegemónica van a provocar cambios en la
globalización de los movimientos sociales y esto se va a reflejar en el
Foro Social Mundial: la nueva centralidad de las luchas nacionales y
regionales; las relaciones con los Estados y los partidos progresistas;
las luchas por la refundación democrática del Estado; las
contradicciones entre clases nacionales y transnacionales y las
políticas de alianzas.
Que no
nos vuelvan a engañar con el mercado
Albert
Recio
La
crisis
financiera tiene todos los visos de acabar en un desastre social. La
historia se repite. Pero al menos servirá para poner en evidencia
algunos de los mitos que han dominado los discursos políticos de los
últimos años.
No
voy
a detenerme en analizar los entresijos del plan de salvamento a los
grandes grupos financieros. Cada día las cosas cambian y lo esencial es
demasiado simple: se trata de transferir inmensas cantidades de dinero a
los ricos para evitar la quiebra total del sistema financiero mundial.
Si el contenido de clase de la medida resulta evidente, es mucho más
dudosa su efectividad en detener la crisis, como han apuntado ya muchos
críticos. Pero ya se sabemos que las sociedades actuales están basadas
en estructuras clasistas que imponen sus intereses al conjunto de la
población. Y en ausencia de movimientos de masas alternativos, como es
el caso, es difícil esperar que las élites políticas apliquen otras
lógicas. Por esto es tan urgente empezar a organizar a la gente para
afrontar el desastre y para ello se requiere tener buenas ideas que
orienten el camino.
Si
de
algo está sirviendo la crisis actual es para mostrar la inanidad del
discurso pseudo-científico con el que se ha sustentado el
neoliberalismo. La idea de que era posible y eficiente una sociedad
basada en individuos egoístas sólo coordinados por el mercado, un
mercado organizado él mismo por organizaciones mercantiles o
pseudo-mercantiles, simples estructuras técnicas diseñadas para “regular
el tráfico”, dar información a los individuos libres y generar
competencia: no sólo han quebrado grandes empresas, también han volado
por los aires instituciones como las agencias de evaluación de riesgos,
las reguladoras del mercado de valores. etc.
Ahora
es evidente su ineficiencia social (a menos que se confunda eficiencia
con la posibilidad de amasar riqueza para una minoría social), su
incapacidad para gestionar racionalmente las necesidades humanas. Bueno
es recordar que los promotores inmobiliarios que han invertido sin
sentido y los banqueros que han concedido créditos sin garantías eran
“profesionales cualificados”, expertos en evaluar sus mercados, tan
expertos que han provocado un fallo sistémico. Pero aún más evidente es
que eso que llaman “mercado” es un juego de tahúres con cartas marcadas.
Y que la intervención pública es también esencial para que todo
funcione. Bueno será recordarlo cuando exijan recortes sociales.
Todo
esto es obvio. Menos para buena parte de los técnicos que tendrían que
dar respuestas serias a la situación: los profesionales de la Economía.
Cualquiera que se asome a un curso formativo observará que su núcleo
central sigue basado en supuestos etéreos de competencia perfecta,
mercados flexibles que se ajustan instantáneamente, equilibrios
eficientes etc. La cuestión del poder económico está ausente o, como
mucho, aparece en los capítulos dedicados a “mercados imperfectos”. En
los últimos treinta años la formación académica ganó en formalismo, pero
a cambio de reforzar estas “creencias” en individuos con “expectativas
racionales”, y en diseñar “mercados adecuados” (como el de la moda de
las contratas por subasta). Una ciencia esotérica que poco aporta al
conocimiento de la realidad pero que ha servido para justificar la
evolución catastrófica del capitalismo, que ha dejado fuera de plano un
cúmulo de aportaciones valiosas de estudiosos que habían reconocido que
los oligopolios, la acumulación de capital, los costes sociales, las
desigualdades, eran consustanciales al desarrollo capitalista, y que ha
servido también para ignorar las críticas que en los últimos años se han
realizado desde nuevos enfoques como la economía feminista y la ecología
política. Es esta una batalla particular, limitada a un espacio de la
formación cultural, pero posible en el momento en el que la realidad
convierte en increíble el discurso de los manuales de Economía que
sirven para aleccionar a miles de cuadros medios en todo el mundo.
También
algunos sectores de la izquierda cayeron en la trampa. En los últimos
años muchos de los sectores críticos han dirigido sus esfuerzos a
cuestionar el mercado, como si fuera un todo. Algunos incluso han
llegado a centrar sus propuestas alternativas en el trueque, sin caer en
la cuenta de que se trata de una forma diferente de mercado, en el que
pueden aparecer los mismos vicios (o que simplemente el trueque aparece
cuando las cosas están tan mal que la gente intercambia lo que puede,
como en Catalunya al final de la Guerra Civil, y el que no tiene nada se
tiene que aguantar). Criticando al mercado nos hemos olvidado del
capitalismo, un sistema que en su fase madura se caracteriza por el
predominio de empresas oligopolísticas, y de que el funcionamiento real
de los negocios entraña a la vez acciones en el mercado y en el poder
político. Cualquier análisis de los grandes negocios de los últimos años
muestra que éstos se han conseguido en gran parte mediante la
intervención pública: contratas, privatización de servicios públicos,
subvenciones, recalificaciones de suelo, proyectos de i+d, etc. Centrar
las críticas en el mercado supone olvidarse de dos grandes cuestiones de
la crítica al capitalismo: el papel de las instituciones en la
configuración de los mercados reales, de una parte, la importancia de
las estructuras de poder jerárquico en las organizaciones, de otra.
Demasiado olvido para poder reconstruir procesos alternativos.
La
crisis
puede ser duradera y atroz. Requerirá de muchas respuestas sociales para
eludir la catástrofe. Y de respuestas intelectuales adecuadas que las
orienten. Por esto una parte de la tarea esencial es acabar con las
ideas que convierten a los mercados en bienes o males absolutos y
sustituirlos por análisis más realistas que sitúen adecuadamente el
papel de las diferentes formas de organización e interacción social
actuales. Que permitan pensar alternativas que conduzcan a una humanidad
más justa y eficiente. Que permitan aprender de los fracasos simultáneos
de la planificación burocrática y el mercado neoliberal.
Barcelona:
“la sociedad civil” ataca de nuevo
Albert
Recio
Uno
de los mitos más persistentes de los últimos años es el que separa a la
sociedad civil buena y al estado perverso. La sociedad civil es, en este
mito, un mero agregado de individuos con poco poder, necesitados de
defenderse de las intromisiones de los políticos. Pero esto es sólo un
mito.
En
realidad lo que queda fuera de la esfera pública es una estructura
social compleja, con instituciones y entidades organizadas que detentan
a su vez cotas variables de poder y recursos económicos. Ello es
evidente en la esfera económica, con un mundo empresarial dominado por
grandes grupos multinacionales y una clara jerarquía entre empresas (y
más evidente aún en el interior de cada una de ellas). Pero también en
otros ámbitos de la vida social, donde las entidades e instituciones
difieren por su tamaño, presencia e influencia social, etc. También por
la composición social de sus miembros. Esta es la sociedad civil que
funciona, la que tiene impacto en la vida pública y el conjunto de la
sociedad y no la masa amorfa de individuos aislados en la que piensan
los economistas y científicos (¿?) sociales ultraliberales.
Barcelona
es una sociedad rica en instituciones privadas. También, por suerte, en
movimientos sociales de base. Pero para cualquiera que analice el día a
día de la ciudad se hace evidente que no todas las entidades tienen un
mismo poder, que unas tienen más reconocimiento que otras, más presencia
en los medios, más influencia política y social. Y al final la sociedad
civil acaba en muchos casos siendo un eufemismo para reclamar la
sumisión del poder político a los intereses de estos grupos de presión,
a menudo conectados con grupos de poder empresarial.
Lo
percibimos
hace un par de años en la Audiencia pública municipal en la que se
discutía la bondad de una “Ordenanza del civismo” que a ojos de muchas
personas imponía un código de convivencia autoritario y clasista. Fue
una sesión larga y con muchas voces concordantes de activistas
vecinales, sindicalistas, trabajadores sociales, “okupas”, miembros de
ONGs —particularmente los que se ocupan de personas en situación de
exclusión— y otra variopinta gama de personas implicadas socialmente.
Pero la verdadera clave la dio, casi al final, el contundente
argumentario de un elegante representante de los comerciantes de
Passeig de Gràcia —la calle con el comercio más elitista de la ciudad—:
que todos los que habíamos intervenido antes éramos unos insensatos sin
representatividad social y que el Ayuntamiento debía escucharle a él,
que era quién expresaba las verdaderas aspiraciones de la ciudadanía.
Hablando en plata sólo unas elites merecen ser escuchadas y formar parte
de esta sociedad civil que tiene derecho a controlar las decisiones
políticas.
Y
realmente
la intervención de esta sociedad civil se deja sentir como una pesada
loza que condiciona las opciones públicas. En unos pocos días hemos
tenido nuevos ejemplos de cómo estos intereses privados, aparentamente
no económicos, fuerzan decisiones que afectan a la vida cotidiana de la
gente sin poder. Vale la pena ponerle nombres y poner ejemplos.
Acto
I. Proyecto de hotel junto al Palau de la Música. Se trata de construir
un nuevo edificio moderno, con plazas de aparcamiento, en un barrio
denso y de difícil movilidad. La nueva obra implica el derribo de tres
edificios catalogados en el patrimonio histórico y la pérdida de suelo
para equipamiento. Como este último se debe compensar, se ofrece a los
promotores del hotel trasladar la calificación de equipamiento a un
edificio que ¡ya es propiedad pública! O sea que se le regala al
promotor un dinero gracias a una recalificación gratuita de suelo. El
beneficiario y promotor no es otro que la Fundació Orfeó Catalá,
gestora del emblemático Palau de la Música y teórica promotora de la
cultura. Una de las instituciones de referencia de la burguesía y que
ahora parece necesitada de dinero y trata de conseguirlo por la vía del
pelotazo (al que también se apuntan los Hermanos de La Salle
propietarios de una parte de los edificios a recalificar). Como
justificación, la Fundació alega que los músicos necesitan un hotel
cercano al Palau, olvidando que si algo hay en las cercanías son
hoteles.
Acto
II. Proyecto de remodelación del Miniestadi del F.C. Barcelona.
Este es un clásico, la recalificación de los terrenos deportivos para
transferir fondos a unos clubes de futbol que viven en permanente estado
de despilfarro. La directiva del Barça encuentra su mejor argumento en
su rival local, el RCD Espanyol, al que hace unos años se le permitió
transformar un campo de fútbol en pisos de lujo para cubrir una deuda
contraída fundamentalmente con su principal accionista (la familia Lara,
propietaria del grupo de medios Planeta-Antena 3). Aquí la justificación
es la necesidad de financiar la remodelación del Nou Camp (antes de
contar con el dinero ya se preseleccionó un faraónico proyecto de
Foster, seguramente para meter presión) y en consonancia la
recalificación es mucho más voluminosa (1625 viviendas, 60% de renta
libre). Un proyecto modesto si se compara con el que hace años presentó
la directiva de Núñez, pretendiendo construir un gran centro de ocio, o
si se mide con los “macropelotazos” de Real Madrid o Valencia. Pero
totalmente inaceptable en una zona carente de equipamientos y forzada a
sufrir las enormes molestias que generan las semanales llegadas de
hinchas los días de partido. El poder mediático del Barcelona,
especialmente a través de la prensa deportiva, le permite presentar como
una “necesidad” lo que no es más que especulación y oportunidades para
nuevos despilfarros. Un factor común en los dos casos es la utilización
de arquitectos estrella (Tusquets y Foster) como señuelos para legitimar
intelectualmente la operación.
Acto
III. Tranvía de la Diagonal. Barcelona recuperó el tranvía y ha sido un
éxito. Pero tiene un problema: no une los extremos de la ciudad. Lo
lógico es utilizar la Avenida Diagonal, que como su nombre sugiere
permite el recorrido más directo entre el NE y el SO de la ciudad. Pero
el tranvía sólo circula en sus extremos porque el Ayuntamiento temió el
impacto que podía tener un medio de transporte que competiría con el
coche privado. Por fin, cuando el éxito del tranvía es incuestionable y
han arreciado demandas sociales a favor de su extensión, se decidió que
por fin tendríamos un tranvía que uniría los extremos de la ciudad y las
poblaciones vecinas. Pero el “partido del coche” es inasequible al
desaliento, liderado por el todopoderoso RACC (Real Automóbil Club de
Catalunya), siempre atento a bloquear cualquier proyecto que atente
contra la hegemonía del automóvil, con su enorme masa de socios generada
por una amplia oferta de servicios. La campaña ha empezado a tener éxito
y ahora se anuncia la posible convocatoria de un referéndum para aprobar
el proyecto. De realizarse sería la primera vez que en la ciudad se toma
tal decisión y aunque la medida suene a democracia directa, más bien
parece una maniobra para conseguir un plebiscito anti-tranvía. Ya han
empezado a circular los rumores que aseguran que el proyecto generará un
aumento de tráfico en los barrios próximos a la Diagonal, orientados a
sembrar el rechazo al proyecto. Aunque nadie ha explicado quién debería
tener derecho a opinar sobre el mismo: ¿sólo los vecinos de los barrios
limítrofes?, ¿toda la población de Barcelona?, ¿los habitantes de las
poblaciones limítrofes que usan este medio de transporte? ...
Que
existan instituciones que persiguen intereses “egoístas” es natural. Qué
existan oponentes a las propuestas ecologistas también. Lo que ya no es
aceptable es el doble rasero con el que son tratados unos y otros
sectores. Porque frente a estas “instituciones civiles” que exigen
prebendas o bloquean proyectos, existe otra sociedad civil que está
impugnando estos proyectos. Como la que agrupa a la campaña contra el
Hotel del Palau, o la Coordinadora de Asociaciones de Vecinos y
Entidades de Les Corts opuesta al proyecto del FC Barcelona, o la
Plataforma por el Transporte Público que se ha movilizado a favor del
tranvía. Y todas tienen características comunes: suma de entidades e
instituciones (incluidos los sindicatos) que tratan de organizar y
representar a la gente corriente, muchos activistas voluntarios
organizados y por libre, algunos profesionales ilustrados,... y una
buena respuesta social cuando sus propuestas llegan a la calle. La
batalla es desigual pero no siempre acaba con derrota.
Pero
cada
vez resulta más evidente que, al menos en el plano urbano, las
propuestas de los movimientos sociales tienen que hacer frente a la suma
de intereses económicos e “instituciones respetables” que conforman la
estructura de poder de las sociedades capitalistas, incluida este
conglomerado de técnicos y profesionales de élite que constituye su
estado mayor intelectual. Y vencer las reticencias de unos políticos
siempre más dispuestos a escuchar las propuestas de la gente “educada”
que las que vienen de la calle. A dar más peso a la participación del
Liceo o la tribuna del Barça, que a la que emana de los mecanismos
municipales de participación o la que exigen las movilizaciones
sociales. Estamos ante nuevos pulsos en los que se ventilan intereses
contrapuestos y calidad democrática.
Los incendios forestales
de 2008
por el
Lobo Feroz
El
año 2008 ha sido el de menor número de incendios forestales de la
década. La media del decenio es de 122,5 millares de hectáreas quemadas,
con un pico de 182 miles en el año 2000. Pero en 2008 sólo han ardido
36,8 miles de hectáreas forestales.
Los
expertos son, por decirlo suavemente, muy complacientes a la hora de
explicar las causas de este notable descenso: “Las lluvias de junio, la
prevención, más conciencia ciudadana, el endurecimiento de la
legislación, la investigación policial, los medios de extinción, incluso
la suerte”, escribe un tal Pablo Linde en el país del 3 de octubre de
2008. Pero veamos: la investigación policial casi nunca ha concluido con
pirómanos condenados, y los medios de extinción no explican que los
incendios sean muchos menos. En cuanto a las lluvias de junio, los
expertos auguraban que el pasto alimentado por ellas se convertiría al
secarse en combustible para las llamas. De modo que aquí falta alguna
explicación. La principal.
Y
es
que, con el derrumbe del sector de la construcción, no se precisa
recalificar como urbanizables nuevos terrenos. De modo que, mira por
donde, los lectores de diarios nos descubrimos adoctrinados
también en las noticias “menores” —pero que son mayores— de la prensa
conformista con el sistema socioeconómico real.
Además
de la mafia política, municipal o de la otra, son muchos los
delincuentes pirómanos y sus mandantes los que deben andar tranquilos y
felices entre los conciudadanos.
La biblioteca de
Babel
Tómate el otoño con filosofía…
Buena
cosa es reanudar el año, tras el parón estival, con filosofía. Pero no
con esa filosofía mediáticamente promocionada como tisana para aliviar
el malestar social generado por el capitalismo, sino con filosofía de
verdad, la que siembra interrogantes en pos de la lucidez, y busca para
cada individuo el cabal cumplimiento de la condición humana en su
exigencia de saber.
A la tarea de dignificar el
discurso filosófico y liberarlo de tantos usurpadores como hoy le
amenazan contribuyen diversos libros publicados recientemente. El
primero,
Filosofía.
Interrogaciones que a todos conciernen
(Madrid, Espasa, 2008), escrito por el filósofo barcelonés
Víctor Gómez
Pin,
constituye una excelente aperitivo, una ambiciosa y exigente
introducción al asunto, que no será del gusto, sin embargo, de quienes
confundan una ‘introducción’ con las simplificaciones de un manual. Su
subtítulo, interrogaciones que a todos conciernen, aparte de ofrecer en
fórmula condensada una primera justificación para acercarnos a sus
páginas, enuncia uno de las ideas fundamentales del libro: la filosofía
más que la historia de un conjunto de doctrinas o un sistema de
pensamiento, es una forma de vida, en la cual el ser humano se juega su
propia condición de ser racional. De ahí, la apuesta ético-política que
contiene el libro: “todo orden social sustentado en el repudio de la
filosofía, o en reducirla a la práctica de una elite, es intrínsecamente
ilegítimo, mutilador de la condición humana”. Si esto nos convence y
convenimos con el autor en que “recuperar la disposición filosófica es
obviamente tanto más urgente cuanto más alejado se halla uno de ella”,
no hay duda de que la situación actual (una sociedad que la ignora o la
confunde con un sustitutivo del prozac y unas instituciones, ¡aun las
educativas!, que la obstruyen) exige adentrarse en este libro sin
demora. Su lectura, sorteados ciertos inconvenientes de su peculiar
estilo expresivo, no ha de defraudar.
Un buen ejemplo de este
tipo de filosofía reivindicada por Gómez Pin, de esta filosofía
entendida “como praxis militante y radical frente a los enemigos de la
exigencia de dignificación que conlleva” es la practicada por
Ernst Tugendhat,
acaso uno de los filósofos hoy vivos más importantes en lengua alemana.
Dos libros con su firma han aparecido en el 2008 en castellano. En el
titulado
Antropología en vez de
metafísica
(Barcelona, Gedisa, 2008),
el filósofo que fue aventajado discípulo critico de Heidegger, reúne
diversas de sus últimas conferencias de carácter claramente filosófico,
donde prosigue –ampliando o a veces rectificando o matizando– las
reflexiones desarrolladas en su anterior libro
Egocentricidad y mística
(Barcelona, Gedisa, 2004). Entre otros asuntos, estos textos, que no
ocultan su origen oral, se ocupan del libre albedrío, la honestidad
intelectual, la religión y la muerte. En el otro libro,
Un judío en
Alemania
(Barcelona, Gedisa, 2008), se reúnen conferencias y
artículos sobre distintos asuntos públicos controvertidos en los que
Tugendhat ha intervenido entre 1978 y 1991: la guerra y la paz, los
fenómenos migratorios, el racismo y la xenofobia o el conflicto
arabo-israelí. En la edición castellana también se ha incluido al final
del volumen una breve entrevista y el discurso de recepción del Premio
Meister Eckhart que ganó en el año 2005. No resisto la tentación de
reproducir uno de los primeros párrafos de este texto, especialmente
pertinente ahora que estamos a punto de entrar en el décimo aniversario
de la Caída del Muro y son previsibles un sinfín de festejos y
celebraciones: “ha caído el telón de acero, pero en su lugar se han
erigido nuevos muros, tan bien fundamentados en su superficie como lo
estaba el Muro que separaba esta ciudad, de modo tal que los poderosos,
en lugar de anular las injusticias que han creado, intentan protegerse
de las reacciones que estas suscitan. Me refiero, de un lado, a los
muros que han sido construidos en las ciudades españolas situadas en
Marruecos, Ceuta y Melilla, y que son los representantes visibles del
cinturón policial que toda Europa ha levantado a su alrededor contra el
mundo pobre, y, del otro, a los muros que han sido construidos en
Palestina […] En ambos casos se trata de medidas que sólo son
indispensables si no se está dispuesto a acabar con la injusticia de
base»”.
[Xavier Pedrol]
Foro
de webs
ADITAL
http://www.adital.com.br/
La Agencia de
Información Fray Tito para América Latina (ADITAL), es una agencia de
noticias que nació para llevar la agenda social latinoamericana y
caribeña a la media internacional. En diciembre de 1999, tres entidades
italianas (la Fundación "Rispetto e Paritá", la Agencia de Noticias "Adista",
la Red "Radiè Resch") presentaron a Fray Betto la propuesta de organizar
una agencia de noticias que divulgase para el mundo la vida y los
procesos sociales de América Latina y el Caribe. En el 2000, un equipo
comenzó a estructurar ADITAL, en la ciudad de Fortaleza, en el noreste
brasilero. ADITAL quiere estimular un periodismo de cuño ético y social;
favorecer la integración y la solidaridad entre los pueblos; desvendar
para el mundo la dignidad de los que construyen ciudadanía; dar
visibilidad a las acciones liberadoras que el Dios de la Vida hace
brotar en los medios
populares; hacer conocer el protagonismo de los actores sociales que son
democratizadores de la comunicación, y constituyen nuestras fuentes de
información. Al escoger el nombre de Fray Tito de Alencar Lima, muerto
en 1974, víctima de la dictadura militar implantada en Brasil en 1964,
hacemos un homenaje a todas las personas que luchan en defensa de la
vida y de la dignidad humana.
[Información proporcionada por E. Cañada]
PÁGINAS-AMIGAS
Centre de Treball
i Documentació (CTD)
http://www.cetede.org
Nómadas. Revista Crítica de
Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas
El Viejo Topo
http://www.elviejotopo.com
La Insignia-
http://www.lainsignia.org
Sin permiso
http://www.sinpermiso.info/
Revista
mientras tanto
Contenido del número
106
mientras
tanto
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB |
Primavera
2008106
NOTAS EDITORIALES
Cómo recomponer la izquierda
A. Recio
¿Es eficaz la ley integral contra la violencia de género?
J. A. Estévez
Apuntes sobre la Universidad española: el desarorrollo del
mercado universitario
A. Madrid
La ofensiva pro-nuclear, una amenaza que debe tomarse en serio
J. Sempere
MONOGRÁFICO
SOBERANÍA ALIMENTARIA:
ARTÍCULOS
LA CONSOLIDACIÓN DEL PODER ALIMENTARIO DEL NORTE: POLÍTICAS Y
PROGRAMAS PARA DESTRUIR LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DEL SUR
Gerad Coffrey, Ana Lucía Bravo y Cecilia Chérrez
LIBRE COMERCIO FRENTE A PEQUEÑOS CAMPESINOS
Walden Bello
DIEZ RAZONES POR QUÉ UNA NUEVA REVOLUCIÓN VERDE PROMOVIDA POR LA
ALIANZA DE ROCKEFELLER Y LA FUNDACIÓN DE BILL Y MELINDA GATES NO
RESOLVERÁ LOS PROBLEMAS DE POBREZA Y HAMBRE EN ÁFRICA SUB-SAHARIANA
Eric Holt-Gimenez, Miguel A. Altieri. y Peter Rosset
COOPERACIÓN Y SOBERANÍA ALIMENTARIA EN EL CONTEXTO DE LA
GLOBALIZACIÓN
Alex Guillamon
MIRANDO HACIA EL FUTURO: LA REFORMA AGRARIA Y LA SOBERANÍA
ALIMENTARIA
Peter M. Rosset
LA RUPTURA DEL CONSENSO EN TORNO A LOS AGROCOMBUSTIBLES
Eric Holt-Giménez e Isabella Kenfield
EL MOVIMIENTO POR UN COMERCIO JUSTO: DEBATES Y DESAFÍOS
Esther Vivas
RECURSOS EN LA RED
Documento: Declaración de Nyéléni
RESEÑA
Nuestros primos cercanos: chimpancés y bonobos
A. Barceló
|
mientras
tanto bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB
|
Contenido del número 107 (En prensa)
mientras
tanto
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB |
2008107
María Rosa Borràs, in memoriam.
NOTAS EDITORIALES
¿EL FINAL DEL NEOLIBERALISMO?
Albert Recio
EUROPA SÍ, EUROPA NO
José Antonio Estévez
ARTÍCULOS
Aproximaciones anómicas al campo del género
HOMOSEXUALIDAD, MASCULINIDADES, E IDENTIDAD GAY EN LA
TARDOMODERNIDAD: EL CASO ESPAÑOL
Oscar Guasch
¿DE
LA DESCONSTRUCCIÓN A LA (RE)ESENCIALIZACIÓN? GÉNERO,
HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA Y MINORÍAS SEXUALES
Laurentino Vélez-Pellegrini
RECONSTRUIR LA IDENTIDAD MASCULINA: UNA OBLIGACIÓN POLÍTICA
Daniel Gabarró
LA IDENTIDAD DE GÉNERO: DOS REFLEXIONES DESDE UNA PERSPECTIVA
TRANS
Andrea Planelles
OTROS ARTÍCULOS
MARXISMO Y DESARROLLO
Bob Sutcliffe
PANE LUCRANDO. OCTAVI PELLISA Y EL QUEHACER REMUNERADO
Josep Torrell
SE HA APAGADO UNA VOZ IMPRESCINDIBLE: RECORDANDO A DAVID ANISI
RESEÑAS
LA IDENTIDAD SEXUAL EN EL EMBUDO DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO
Antonio Giménez Merino
GHANDI. UNA ANTOLOGÍA
Pere Ortega
CITA
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mientras
tanto bitartean mientras tanto mentrestant
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