Las mentiras del G-20
José A. Estévez Araújo
La
lectura del documento final de la cumbre del G-20 que ha tenido
lugar en Pittsburg produce sonrojo. Es difícil encontrar un texto
oficial de esta naturaleza que contenga mentiras de tan gran
calibre. Los dirigentes (políticos) del mundo nos mienten sobre todo
sobre cuatro cosas: nos dicen a) que la crisis ha sido superada
gracias a las medidas adoptadas en la anterior cumbre; b) que se han
adoptado reformas radicales para transformar el funcionamiento del
sistema financiero; c) que la economía hacia la que vamos será verde
y sostenible y tendrá un fuerte componente social y d) que se van a
realizar cambios en el Banco Mundial y el FMI para dotar a estas
instituciones internacionales de legitimidad.
Examinémoslas
una por una.
a) La crisis
ha sido superada
Al
inicio
del documento se hace referencia a la “respuesta contundente” que se
adoptó para atajar la crisis en la reunión anterior del G-20. Los
resultados que ha dado esa respuesta se valoran en un párrafo de una
sola palabra: “Funcionó”. Se dice, además, que gracias a la acción
del FMI se logró evitar que la crisis se extendiera a los países
pobres y en desarrollo. No obstante, advierten, no se debe bajar la
guardia ante esta apariencia de normalidad (punto 8 del preámbulo:
“El sentido de normalidad no debería conducir a la complacencia.”)
Es
decir,
que a los dirigentes políticos del mundo la situación actual les
parece ya de “normalidad”. Por tanto, quien tenga la sensación de
que le cuesta más llegar a fin de mes o que es difícil encontrar
trabajo a causa de la crisis tiene una percepción equivocada de las
cosas. No sólo eso. En un alarde de triunfalismo los dirigentes nos
dicen que se han “salvado” o “creado” unos once millones de puestos
de trabajo gracias a las medidas adoptadas (punto 43 de las
conclusiones). Uno casi podría pensar que el paro está descendiendo
a un ritmo vertiginoso, si no fuera por la reticencia de las
estadísticas sobre población activa a refrendar el entusiasmo del
G-20.
b) Se
han
adoptado reformas radicales para transformar el funcionamiento del
sistema financiero.
Esa
afirmación
resulta risible porque el mismo documento afirma que se va a recabar
información para ver si se puede exigir a los bancos que devuelvan
al menos una parte del dinero que se les ha inyectado para salir de
la crisis (punto 16 de las conclusiones). De momento, los dirigentes
del G-20 “hacen un llamamiento” a las entidades financieras para que
no se gasten todos los beneficios que obtienen y guarden algo por si
encuentran la forma de reclamarles lo que deben (punto 12 de las
conclusiones).
También
dice el documento que se adoptarán medidas para modificar el sistema
retributivo de los ejecutivos y directivos de las entidades
financieras. Se trata de los famosos “bonus” o primas
escandalosamente abultadas que reciben estos working rich o
asalariados de oro por sus operaciones especulativas. Y que no
tienen que devolver aunque esas geniales maniobras lleven a la
quiebra a la entidad poco después. El G-20 no ha aceptado la
propuesta europea de poner un tope a lo que pueden ganar esos
especialistas en especulación. Obama ha dicho al respecto que si no
se pone límite a lo que ganan los jugadores de fútbol no ve por qué
habría que ponérselo a quienes trabajan en las instituciones
financieras.
Pero el
planteamiento correcto es justamente el contrario: poner un límite a
las rentas de los golden boys del sistema financiero podría
ser un primer paso para establecer un tope a las rentas que una
persona puede percibir o al patrimonio que puede acumular. Si no se
pone un límite por arriba será imposible una justicia distributiva
que respete la dignidad de los de abajo.
En
cualquier
caso, en cuanto a la implantación de estas reformas retributivas,
los dirigentes del G-20 se limitan a hacer otro “llamamiento” a las
entidades financieras para que las adopten (punto 13 de las
conclusiones). Mientras tanto, los “bonus” vuelven a florecer y los
sueldos de quienes se mueven en Wall Street alcanzan de nuevo
dimensiones astronómicas.
También
afirma el documento que la lucha contra los paraísos fiscales “ha
producido resultados impresionantes” (punto 15 de las conclusiones).
Sin embargo, el mismo suplemento de negocios de El País donde se
publica el documento tiene en portada un reportaje en el que se
informa de que las medidas adoptadas son sólo cosméticas y no tienen
efectividad. Los paraísos fiscales continúan boyantes y los bancos
siguen operando en ellos sin problemas. Como botón de muestra, en el
reportaje se informa acerca de las más de 50 filiales que el
Santander tiene en lugares como las Islas Caimán, Panamá o Las
Bahamas.
c) Lo
de
la economía “verde” (punto 32 de las conclusiones) y con un fuerte
contenido social (puntos 34 a 46) es una mentira que resulta puesta
en evidencia por el propio documento. Pues uno de los “mantras” que
más se repite en su texto es el de la necesidad de un “crecimiento
sostenible” (aunque alguna vez se les escapa “crecimiento
sostenido”). Habíamos oído hablar del “desarrollo sostenible”,
expresión que tuvo éxito precisamente por su ambigüedad. Pero nunca
se había manifestado con tanta claridad la creencia en que el
crecimiento puramente cuantitativo pudiera ser sostenible. Máxime en
un momento en que parece cada vez más claro que lo único
“sostenible” es el decrecimiento.
Por otro
lado, en el documento no se dice nada acerca de la reducción de los
gastos militares. Es más, no se habla de gastos militares en
absoluto. Y, sin embargo, parece que una economía “verde” y con
contenido social exigiría un recorte drástico de ese tipo de
dispendio. No hay tampoco previsión alguna de abordar ese tema en el
futuro. Simplemente es algo que a nuestros dirigentes mundiales no
se les pasa siquiera por la cabeza.
De lo
que
sí se manifiesta como ferviente partidario el G-20 es de los
“mercados libres y abiertos” (punto 48 de las conclusiones). Hay que
acelerar las negociaciones en el seno de la OMC para que en el año
2010 se puedan liberalizar los servicios y la agricultura. Ahora
bien
—puntualizan
nuestros dirigentes—,
también hay que “avanzar en la dimensión social de la globalización”
(punto 46 de las conclusiones). Lo de la “dimensión social de la
globalización” sí que resulta sorprendente. De hecho, el común de
los mortales desconocíamos que la globalización tuviera “dimensión
social” alguna. Además, a los europeos eso de la “dimensión social”
nos suena mucho a jerga comunitaria. Nos recuerda a la “dimensión
social de la construcción europea”. Como eso, en la práctica, es
algo que no existe nos tenemos que ocurra lo mismo en el caso de la
globalización. Nuestros dirigentes quieren seguir avanzando por una
senda que todavía no ha sido trazada.
d) Sobre
la “legitimación” del FMI y el BM basta decir que consiste en dar un
5% y un 3% más de poder en esas instituciones a los países pobres y
en desarrollo (puntos 21 y 27 de las conclusiones). Realmente se
trata de una verdadera revolución democrática en el seno de estas
organizaciones internacionales. Quizás esta impresionante reforma
podría ir seguida de otra que atribuya a los 187 estados que no
tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU la
facultad de poder vetar una de cada cien decisiones ese órgano,
siempre que se pongan todos unánimemente de acuerdo, claro es.
Tras la
lectura
del documento quizá podría pensarse que los dirigentes mundiales han
querido rendir un homenaje implícito a Pinocho en su 125
aniversario. En ese caso, debe haberles crecido bastante la nariz.
Pero los asuntos que tratan son serios y tienen demasiada
trascendencia para tomárselos a broma. Les agradecemos la intención
de divertirnos un poco en medio de este marasmo del que parecen
incapaces de sacarnos o no tienen voluntad de hacerlo. Pero, por
favor, dejen la tarea de contar chistes a los cómicos profesionales
(“Saben aquél que dice…”).
Cuaderno
de crisis/10
Albert Recio
IMPUESTOS
I
Como
otros muchos elementos económicos, los impuestos juegan papeles muy
diversos. En las sociedades antiguas casi siempre se limitaban a
constituir una forma de extracción del excedente en beneficio de los
detentadores del poder político. A medida que las luchas
democráticas impusieron cambios en el funcionamiento del Estado y se
ampliaron derechos sociales, el papel de los impuestos se hizo más
complejo. Bajo ciertas condiciones, constituyen uno de los
mecanismos que ayudan a garantizar la consecución de logros sociales
importantes. Por ello cualquier discusión sobre impuestos debe
analizar esta complejidad de determinantes y debe considerarla en
relación al modelo social en el que se insertan los impuestos.
Hay
diferentes
formas de abordar la cuestión. La más usual entre la izquierda es la
de considerar su influencia sobre la distribución de la renta.
¿Quién paga y qué efectos tienen sobre las desigualdades sociales?
La primera pregunta es más fácil de analizar que la segunda, pues
basta estudiar el origen de las rentas que sostienen impuestos para
tener una visión aproximada de cómo se reparte el esfuerzo fiscal.
La segunda es más compleja porque el efecto final depende no sólo de
la estructura impositiva sino del tipo de gastos a los que se
dedican los ingresos obtenidos con los mismos. Un análisis del
presupuesto da bastantes pistas en el trazo grueso, pero la enorme
variedad de gastos en los que incurren los estados modernos hace a
veces difícil un diagnóstico certero. Por poner un ejemplo, el gasto
educativo ha sido casi siempre presentado como un factor promotor de
igualdad social, pero la existencia del doble circuito escolar
(público-privado/concertado) y el peso del gasto en educación
superior obligan a analizar con más detalle si los que reciben más
recursos educativos son los pobres o los ricos.
Limitándonos
sólo a la cuestión de ingresos resulta evidente que un sistema puede
ser más o menos regresivo en función del modelo impositivo que
aplica: mayor o menor peso de los impuestos directos, progresividad
de los mismos, capacidad de imposición de determinadas rentas (peso
de la economía sumergida, de la evasión fiscal), estructura de los
impuestos sobre el consumo (gravando proporcionalmente más o menos a
los productos de primera necesidad o a los bienes de lujo). El
análisis del sistema impositivo español muestra que éste es
enormemente inicuo. Las sucesivas reformas fiscales (incluidas las
autonómicas) han reducido el peso de los impuestos directos, han
reducido su progresividad, han eliminado o minimizado la tributación
sobre rentas no ganadas (patrimonio, sucesiones, donaciones) y han
generado un diferente tratamiento fiscal a las rentas del capital y
del trabajo. Hoy sabemos que el Impuesto sobre la Renta de las
Personas Físicas es prácticamente un impuesto sobre las rentas
salariales.
Esta
enorme
iniquidad fiscal ha sido denunciada insistentemente y exige por sí
sola una reforma en profundidad. Pero quedarse sólo en los efectos
regresivos de la carga fiscal lleva al resultado paradójico de
reforzar las tendencias al recorte de impuestos que precisamente han
sido utilizadas con éxito por los representantes de los intereses
capitalistas. Discutir de impuestos sólo en clave de reparto de la
carga puede acabar por legitimar rebajas demagógicas que acaban
favoreciendo a los sectores de rentas altas.
II
Hay
otra
forma de abordar la cuestión: considerar la relación entre los
impuestos y el peso económico del presupuesto (habitualmente medido
como porcentaje del PIB). A menudo se pasa por alto que la
alternativa a la provisión de bienes y servicios por el mercado es
la provisión pública. Y que cuando se gravan impuestos y éstos
sirven para financiar servicios públicos estamos cambiando la
provisión vía mercado (en la que lo crucial es la cantidad de
recursos económicos que cada uno tiene) por la provisión a través
del sector público (en la que la provisión depende de la forma como
se distribuyen los derechos de acceso). De la misma forma que en una
economía de mercado sólo reciben rentas aquellas personas que
consiguen vender algo (la mayoría su fuerza de trabajo, una dotación
que tenemos todos los humanos pero para la que cuesta encontrar un
precio de compra razonable), el acceso a rentas monetarias públicas
depende de nuevo de las particulares normas definidas por las
políticas públicas. Como regla general, podemos observar que en los
países con mayor carga impositiva (especialmente en el caso de los
países nórdicos) el mercado tiene un papel menor en la provisión de
servicios y rentas, y se dan niveles mayores de bienestar (de
acuerdo con un amplio abanico de indicadores) y menores de
desigualdad.
También un
repaso a nuestra historia reciente indica que el aumento de
impuestos es una vía para mejorar el bienestar. La economía política
del franquismo tenía entre sus características una baja fiscalidad.
La contrapartida era una casi nula provisión de bienes públicos.
Llevo treinta y cinco años residiendo en un barrio obrero de la
ciudad de Barcelona. Y recuerdo bien cuál era el nivel de dotaciones
de la época: calles sin asfaltar, inexistencia de zonas verdes, de
institutos (en un distrito de unas 200.000 personas), de un solo
ambulatorio, de transporte público.... Coincido con la opinión de la
mayoría de mis vecinos y vecinas de que desde el punto de vista
urbanístico nuestra historia colectiva ha sido un éxito. Sin duda un
factor crucial lo ha constituido la persistente lucha
reivindicativa, el protagonismo de la gente, pero esa lucha no
habría tenido ninguna posibilidad de victoria si no se hubiera dado
en un contexto de expansión de la recaudación fiscal propiciada por
las reformas iniciadas a finales de la década de los setenta. La
historia de Nou Barris no es distinta de la mayoría del resto de
poblaciones del país. Nuestra queja sigue siendo no menos sino más
servicios y provisiones públicas, y éstas se sostienen con políticas
adecuadas tanto de gasto como de ingresos.
De esta
segunda
perspectiva se extrae una respuesta diferente. No sólo hacen falta
impuestos más justos, también es crucial un aumento general de la
imposición que reduzca el nivel de mercantilización de la economía y
permita reforzar la provisión de políticas públicas y de medidas
redistributivas. El argumento, en mi opinión miope, en contra de
estas políticas es que los mayores impuestos reducen el nivel de
compra de los sectores sociales más débiles. Pero esto sólo ocurre
si la subida no trae asociada una ampliación de rentas sociales (en
dinero o en especie). De hecho, en alguno de los países que muestran
menores niveles de desigualdad social, especialmente Dinamarca, el
nivel de desigualdades en la distribución primaria de ingresos es
parecido al español (en gran parte debido al empleo masivo de
mujeres a tiempo parcial) y, a pesar de ser un país en el que los
impuestos indirectos son elevados, su nivel final de desigualdad (y
de pobreza) es sustancialmente inferior al nuestro. No pretendo
defender el modelo danés, simplemente subrayar que si el objetivo es
reducir las desigualdades lo crucial es la combinación adecuada
entre ingresos y gastos públicos y, en general, cuando mayores son
los primeros mayor es el espacio de maniobra para gastos sociales.
Hay una
cuestión
adicional a considerar al respecto. La desmercantilización no sólo
es necesaria para reducir las desigualdades y proveer de servicios.
También lo es para promover una restructuración ecológica de la
producción y el consumo. Reducir las pulsiones consumistas y generar
una sociedad más creativa depende también de cambiar las formas de
provisión de necesidades y ello suele requerir casi siempre
importantes recursos públicos, por ejemplo para cambiar el modelo de
transporte o el modelo de ocio.
Pagar más
impuestos sin duda no resuelve las cuestiones. Si van en beneficio
de unas pocas élites (como pasó en el “Ancien Regime”) o se emplean
prioritariamente en actividades antisociales (como es el caso de los
países que optan por políticas militaristas, como EEUU) el resultado
social es un desastre. Pero la única posibilidad de reforzar
políticas públicas justas y eficientes es aumentando su papel en la
distribución de la renta. Por ello resulta de una miopía extrema que
sectores de la izquierda se limiten a criticar la (indudable)
iniquidad de nuestro sistema fiscal y abandonen un discurso
necesario en defensa de “más y mejores impuestos”. Sin duda, la otra
parte de esta política es la defensa de programas de gasto con
sentido social.
III
Los
impuestos
juegan un tercer papel. Al encarecer ciertas rentas y productos
afectan al funcionamiento del mercado. Por ello la tercera cuestión
que hay que plantearse es, especialmente en el caso de los impuestos
indirectos, dónde deben colocarse para mejorar la eficiencia social.
Por ahí
va,
en parte, la propuesta de impuestos ecológicos diseñada para
penalizar y encarecer el uso de determinados bienes o procesos
(aunque en algunos casos un impuesto ecológico desanimara realmente
la compra de un determinado producto tendría un efecto recaudatorio
inapreciable). Y también ha justificado en muchos países el elevado
gravamen a productos como el alcohol, el tabaco o la gasolina (sin
que haya desanimado su consumo masivo). En esto, España es también
uno de los países europeos con un nivel más bajo de gravamen, lo que
en definitiva se traduce en una promoción del transporte privado en
relación al colectivo. Si los impuestos influyen sobre los precios,
es posible introducir algún tipo de progresividad mediante cuotas
diferentes a productos de lujo. O gravar más aquellos productos cuyo
consumo y producción tiene importantes costes sociales para el
conjunto de la sociedad. En una estrategia fiscal de conjunto ésta
es otra vía a desarrollar.
IV
En
resumen,
hay que estar a favor de una reforma impositiva que aumente el peso
del sector público, mejore la equidad en la contribución y grave más
que proporcionalmente actividades de lujo o con un elevado coste
social. La contrapartida de esta estrategia de aumento de impuestos
es el desarrollo de políticas sociales, tanto de renta como de
servicios. Considero que los discursos desde la izquierda que no
contemplan estas cuestiones en conjunto carecen de una visión
estratégica adecuada. Cuando el acento se pone sólo en la injusticia
del modelo, se acaba por abonar la vieja ideología de la derecha de
cuanto menos impuestos mejor. En un momento donde es obvio
que resulta esencial la expansión de lo público, por razones
sociales y ecológicas, sólo me parece aceptable un discurso que
plantee la equidad en un contexto de expansión de la fiscalidad. Y
que se comprometa con un modelo de gasto público socialmente
eficiente.
No creo
que
la actual propuesta de aumento de impuestos cumpla estas condiciones
(ni por lo que he podido leer la respuesta de Izquierda Unida, sólo
centrada en mejorar la progresividad del IRPF). Sobre todo porque se
plantea no como una oportunidad para ampliar el espacio público e
introducir políticas sociales más ambiciosas, sino como una mera
necesidad para recuperar la recaudación perdida con la crisis y el
derrumbe de la economía del ladrillo y el cemento. Lejos de
presentar un aumento de impuestos como una vía para cambiar el
modelo, se legitima sólo como una necesidad eventual para cubrir los
gastos. En gran medida es deudora de las imposiciones del Plan de
Estabilidad de la Unión Europea, obsesionada en frenar el
crecimiento de lo público. Seguramente lo racional en el contexto
actual es permitir un mayor endeudamiento público a corto plazo. La
obsesión por cerrar cuanto antes el déficit puede significar lo
contrario de lo que se pretende: frenar la inversión pública y todas
las políticas que deben acompañar la difícil reestructuración de
nuestro sistema productivo. Un error que ya tiene precedentes
históricos, como el del primer mandato de Roosevelt, donde también
se combinaron planes expansivos y aumentos de impuestos (por
desgracia tuvo que ser la guerra la que facilitó un cambio de
enfoque).
La timidez
en
la política fiscal no sólo nace de la ortodoxia del presupuesto
equilibrado. Nace del miedo a soliviantar al capital, a generar
migraciones masivas de inversores, a ser castigados por los
prestamistas internacionales. En suma, por la incapacidad de cortar
con las reglas del juego que han llevado a esta situación, de
introducir reformas que reviertan el peso excesivo que ha alcanzado
el sector financiero y la capacidad desestabilizadora que genera la
libre circulación de capitales. Defender más y mejores impuestos
lleva también a plantearse la necesidad de transformación a fondo
del sistema financiero. Algo que por ahora ningún gobernante se ha
atrevido a proponer en serio. Por ello, una izquierda que se precie
tiene que tener el valor de plantear la necesidad de un salto
fiscal: para reducir el peso excesivo del mercado y posibilitar
políticas sociales y cambios en el consumo y la producción como los
que exige el marasmo social y ecológico en el que estamos inmersos.
Maestros
y discípulos de torturadores que enseñan a sus maestros
Antonio Madrid
Hay
historias desgraciadas que se convierten en trágicas ironías. Como
se sabe, Gillo Pontecorvo dirigió La batalla de Argel. Con
esta película ganó el León de Oro en el Festival de Venecia en 1966.
En esta película-documental, Pontecorvo relató de forma excepcional
la guerra de independencia de los insurgentes argelinos contra el
Estado francés. Desde su aparición no ha perdido actualidad. Sigue
reflejando la brutalidad del ejército y de las fuerzas de seguridad,
la impunidad de su actuación y también las estrategias de los
insurgentes.
Sin
embargo, en ocasiones las obras se rebelan contra sus autores,
mostrando que pueden adquirir vida propia. A veces sólo les falta
hacer un corte de mangas. Pontecorvo no podía imaginarse que su obra
acabaría siendo un manual para torturadores. Los maestros
norteamericanos de los años 60 y 70 utilizaron esta película para
adiestrar a sus discípulos en las técnicas de lucha contra la
guerrilla. Ya se sabe, una imagen vale más que mil palabras.
Esta
es la primera parte de esta breve historia que tiene tres episodios.
La segunda parte tiene que ver con un coronel francés: Roger
Trinquier. Eqbal Ahmad, un escritor y periodista pacifista
paquistaní que se encontraba en Argelia a principios de los años 60,
recuerda que el personaje del coronel Mathieu (quien haya visto la
película no lo olvidará) se corresponde precisamente con el coronel
Roger Trinquier (“The Making of The Battle of Algiers”, en The
selected writings, Columbia University Press, 2006). Pues bien,
el coronel Trinquier, que tuvo una vida militar de lo más inquieta
e inquietante, publicó en 1961 un texto que se convertiría en un
clásico en la lucha contra los movimientos insurgentes. En La
guerre moderne (La Table Ronde), Trinquier expone cómo hacer la
guerra cuando el enemigo actúa en forma de comandos, se embosca en
las calles y se mezcla con la población civil o utiliza los
atentados como instrumento de lucha. En su texto, defiende y
recomienda el uso del terror y de la tortura. Justificación: si
ellos lo hacen, por qué no lo vamos a hacer nosotros… y de forma
aumentada.
El
texto
fue traducido rápidamente al inglés por la editorial Praeger, que en
aquellos años estaba ligada a los servicios de inteligencia de los
Estados Unidos, según cuentan Armand y Michéle Mattelart en Los
medios de comunicación en tiempos de crisis (Siglo XXI editores,
20038). Después se tradujo al español y se extendió por
las Américas. La escena final es cruel: La batalla de Argel y
La guerre moderne, aunque con propósitos distintos por parte
de sus autores, fueron utilizados como material educativo en las
escuelas de torturadores que se prodigaron en Estados Unidos y en
América Latina. Allí se formaron especialistas en contrainsurgencia,
unidades de información, torturadores que expandieron sus
estrategias allí donde los maestros y sus discípulos fueron llamados
a poner orden: Vietnam, Argentina, Chile…
El
tercer
episodio de esta historia nos sitúa en la actualidad. Tras casi
medio siglo, las técnicas de tortura de las que hablaba Trinquier y
que fijó en blanco y negro Pontecorvo han sido actualizadas y
practicadas también en Argelia. Ya no por los servicios de
contrainsurgencia franceses, sino por los propios servicios
argelinos. Según distintas fuentes, en las dos últimas décadas
200.000 personas han muerto en Argelia en los conflictos políticos
que se han sucedido
(http://www.amnesty.org/es/library/asset/MDE28/017/2007/en/989d4a01-d367-11dd-a329-2f46302a8cc6/mde280172007fr.pdf).
La tortura, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones
forzadas vienen practicándose impunemente mientras la violencia se
enrosca en su madriguera. El Departamento de Información y
Seguridad, que es un órgano de la inteligencia militar argelina, ha
sido acusado repetidas veces de vulnerar los derechos de los
detenidos: violaciones, simulaciones de ahogamiento, destrucción
psicológica, desapariciones… Esta violencia se suma a la
protagonizada por los grupos armados que ejercen violencia sobre la
población. Como Trinquier recomendaba: si ellos lo hacen, hagámoslo
nosotros… en una escalada que no tiene fin, salvo la aniquilación
del enemigo.
Los
maestros
de torturadores se han convertido con el tiempo en aprendices de sus
propios discípulos. En una evolución macabra, los retoños han
mejorado la deshumanización de sus mentores. Las justificaciones no
han variado sustancialmente: hay que derrotar al enemigo a cualquier
precio. Sea éste disidente, insurgente, infiel o terrorista. Si se
evita caer en la pantalla de las denominaciones, lo que se mantiene
es el aprendizaje de la violencia como instrumento político, la
anulación de la dignidad humana y con ella la anulación de la
dignidad propia.
Esta
breve
historia tiene un añadido: Modern Warfare (2007). No se trata
de un libro, ni de un film. Es un videojuego en el que hay que
cumplir la misión: vencer al enemigo, matarlo… y “pasárselo
de puta madre”, según me informan. Y añade mi fuente: “ya estaba
harto de matar nazis”. Hay juegos que contribuyen a banalizar el mal
y a tragarse las injusticias sin mayor problema.
El
affaire Millet: ¿corrupción a la catalana?
Albert Recio
I
Las
aguas
andan convulsas entre las élites barcelonesas. Ya andábamos bien
servidos de affaires económicos y trazas de corrupción con el
caso del banquero De la Rosa, los diversos escándalos relacionados
con los departamentos de la Generalitat gestionados por Unió
Democràtica de Catalunya (caso Turismo, caso Treball...) y otra
retahíla de casos menores, sin perder de vista la conexión
barcelonesa del asunto Filesa. Pero la novedad es que ahora el
problema ha surgido en una de las instituciones señeras de la
cultura catalana: el Palau de la Música y el Orfeó Català, y el
inculpado forma parte de esta élite social que se autoconsidera a sí
misma la “sociedad civil”.
Prueba
de ello es que Fèlix Millet, el principal inculpado, figuraba como
miembro de un sinfín de instituciones culturales, fundaciones y
empresas locales (en una elocuente portada titulada “Un señor de
Barcelona” el Periódico de Catalunya incluía 59 cargos ocupados por
la susodicha persona). Era uno de los integrantes del G-16
barcelonés, un grupo de 16 entidades locales que celebran encuentros
periódicos y cuya opinión juega un papel fundamental en la
definición de prioridades políticas. En ella participan los
principales clubs deportivos de la ciudad (FC Barcelona, RCD
Español, Natación Barcelona, RC Polo, RC Tenis Barcelona, Centre
Excursionista de Catalunya), los exponentes de la cultura de élite (Ateneu
Barcelonés, Cercle del Liceu, Orfeó Català, Cercle Artístic), un
centro social de la alta burguesía (Círculo Ecuestre), el
inclasificable Real Automóvil Club de Catalunya (una empresa más que
otra cosa y, sobre todo, una importante organización en defensa de
los intereses del sector automovilístico), así como las grandes
organizaciones empresariales (Cambra de Comerç, Foment del Treball,
Cercle d’Economía, Institut Català de Sant Isidre). Curiosamente, la
existencia de este grupo de opiniones compartidas había pasado
desapercibido a los medios de comunicación local (supimos de su
existencia por una noticia del periódico económico Expansión), por
más que su presencia era bien palpable. El affaire Millet
afecta por tanto al corazón de la élite social barcelonesa. Quizás
gran parte de la enorme respuesta periodística y la culpabilización
social de Millet se explica por la necesidad de aislar su figura de
una élite temerosa de ver cuestionados sus privilegios.
II
Que
Félix
Millet ha usado a su antojo los recursos que le han permitido la
triple presidencia del Patronato del Palau de la Música, de la
Fundación Palau de la Música y del Orfeó Català parece fuera de toda
duda. Las noticias de su patrimonio acumulado, de su salario
autoconcedido o su propia autoinculpación (diseñada como una
calculada estrategia para eludir la cárcel y frenar la
investigación) así lo demuestran. Lo realmente inaudito es que se le
hubiera dado tanto poder a alguien que en el pasado ya había estado
inculpado por un oscuro proceso de estafa colectiva (el affaire
Renta Catalana). Porque lo grave es que el conjunto de estos
organismos está fundamentalmente financiado con fondos públicos y en
su junta participan representantes de la alta burguesía catalana y
de las élites políticas (incluidas personal claramente ligado al
Partit dels Socialistes de Catalunya, como la ex diputada Anna
Balletbó, o una de las hijas de
Pasqual
Maragall). Personas que en bastantes casos, como el mismo Fèlix
Millet, aparecen también vinculadas a otras entidades del G-16. Se
trata de recursos especialmente cuantiosos porque durante el mandato
de Millet se han emprendido dos grandes obras de remodelación del
edificio que han absorbido una enorme cantidad de recursos (sólo la
segunda empleó 24 millones de Euros), que dan fe de la enorme
capacidad de drenaje ejercida por este sr. y sus secuaces. Y ello a
pesar que ya en 2002 la Sindicatura de Comptes (el equivalente
catalán del Tribunal de Cuentas) detectó anormalidades, las cuales
no impidieron que tanto las administraciones correspondientes como
los propios patronos miraran para otro lado. Sin duda la
personalidad de Millet, su capacidad de relaciones públicas, su
origen y posición familiar (su tío fue el histórico fundador del
Orfeó, una figura histórica de la ciudad) ayudaban a ello. Pero
también han jugado a su favor otros factores que obligan a
considerar que el caso va más allá de la mera historia del saqueador
incansable.
Hay dos
cuestiones que resultan especialmente notorias. De una parte, las
relaciones políticas del propio Millet, bien conectado tanto con la
derecha nacionalista catalana como con el Partido Popular, lo que
explica la participación en el patronato de la delegación catalana
de la Fundación FAES. Lo que empieza a aflorar es que desde la
Fundación del Palau, básicamente orientada a obtener fondos para el
propio Palau, financiaba a otras instituciones relacionadas con la
derecha nacionalista catalana. En el momento de escribir estas
líneas ya hay evidencia que ello ha tenido lugar con la Fundació
Trias Fargas (de Convergència Democràtica de Catalunya) y con una no
nata Fundació Espais que sirvió para tapar la quiebra del fallido
proyecto del Partit per la Independència promovido por Àngel Colom y
Pilar Rahola (y del que también participó el presidente del FC
Barcelona Joan Laporta). Colom, al ser descubierta su implicación,
alegó en su defensa que alguien le había recomendado acudir a Millet
en busca de ayuda (y colgó intempestivamente la entrevista que le
realizaba Manel Fuentes en Catalunya Radio cuando éste le preguntó
si quien se lo había aconsejado era Artur Mas). Quizás tampoco sea
casualidad que el abogado defensor de Millet sea Pau Molins, hijo de
otro ex conceller convergente y miembro de una familia enriquecida
con la producción de cemento (introductora exclusiva en España del
cemento aluminoso causante de muertes y un gravísimo problema de
vivienda en los barrios más humildes de Catalunya). Hay por tanto
más que indicios de que parte de los fondos desviados han servido
para engrasar una serie de instituciones del espacio de los partidos
conservadores. Queda por ver si la financiación también llegaba a
otras partes o si la complicidad del Partido Socialista se limitaba
a mirar para otra parte lo que hacían sus rivales políticos, como
muestra de esta especial omertá educada que tan a menudo
practican las élites catalanas.
De otra
parte, resalta una cuestión que va más allá del saqueo y la
corrupción. Y es el tratamiento público que reciben algunos grandes
operadores culturales y deportivos. En el actual modelo de
competencia entre ciudades que genera la globalización, las élites
políticas no dudan en dedicar ingentes recursos a promover iconos
“culturales” y “deportivos” que actúen como marcas de la ciudad. Y
es ahí donde las élites al estilo del G-16 barcelonés tienen una
enorme capacidad de influencia y de orientación de las políticas
públicas. De obtención de recursos sea por la vía directa de la
financiación o por la indirecta de la recalificación urbanística. El
problema de la aluminosis (que afectó a 35.000 viviendas en
Catalunya, en muchos casos implicando el derribo y la
reconstrucción) tuvo lugar en el mismo período del incendio del
Liceo. Mientras este último se reconstruyó y amplió en cuatro años,
los barrios afectados por la aluminosis aún tienen pendientes la
solución de cerca de 1.000 viviendas tras 19 años de espera. Hoy
alguno de los procesos urbanos más conflictivos que vive la ciudad
de Barcelona tiene que ver con estos mismos intereses, como la
cuestionada recalificación de terrenos del FC Barcelona en el barrio
de Les Corts (para construir vivienda). O el mismo proyecto de hotel
que impulsaba el propio Millet y que había conseguido una
recalificación del espacio público “regalado” por el Ayuntamiento y
la Generalitat. Un proyecto altamente cuestionado por el movimiento
vecinal y que incluía a dosis variables especulación pura y dura del
propio Millet, chapuza urbanística y cesión de interés público por
parte de la administración. A tener en cuenta que en todas estas
operaciones, junto a los promotores-especuladores y la
Administración, juega un papel fundamental el arquitecto-estrella
que “avala” la calidad e interés del proyecto. Los Tusquets, Bofill,
Foster etc. son ellos mismos agentes activos de estas operaciones
(Oscar Tusquets, que figuraba como “vedette” del proyecto de hotel y
que fue quien remodeló el Palau de la Música, no ha dudado en salir
corriendo cuando se ha destapado el caso y ha tenido la desfachatez
de denunciar, con bastantes años de retraso, que las obras costaron
la mitad de lo que se dijo).
III
Uno
puede
pensar que estamos ante un caso singular. Distinto al de la
tradicional corrupción con la obra pública o las recalificaciones
urbanísticas. Que Fèlix Millet es un caso especial de delincuente
social. Pero es posible identificar con facilidad los parecidos o
conexiones del caso con lo que ocurre en otros (empezando por el “Gurtel”)
de nuestro entrono e incluso de otras latitudes.
Quizás
Barcelona es una ciudad que ha explotado al máximo la creación de
iconos con pretensión de universalidad. Pero el modelo es de
aplicación más general y tiene variantes por doquier. Las
recalificaciones fraudulentas a grandes clubs deportivos, e incluso
la intervención pública ante la quiebra de proyectos privados es
habitual en toda la geografía española (con los casos más evidentes
del Real Madrid y el Valencia CF), como lo es asimismo la querencia
por construir grandes “templos culturales” al tiempo que se dedica
poco esfuerzo y recursos al fomento de la cultura de base (a mi
entender uno de los elementos explicativos del problema del fracaso
escolar, la ausencia de motivaciones y referencias cultas en las que
vive una gran parte de nuestra sociedad). En los enormes dispendios
en “fastos” y “proyectos vistosos” se cuelan enormes sumas. No es
casualidad que toda la red tejida por Correa y sus adláteres esté
relacionada con estas actividades: se trata de un espacio donde los
costes reales resultan bastante opacos y donde es posible filtrar
recursos sin que se note demasiado.
Está
también
la cuestión judicial. Si algo caracteriza a este país no es sólo la
proliferación de casos de corrupción, sino también la enorme
exquisitez con que sus señorías tratan a este tipo de delincuentes.
En pocas semanas hemos presenciado cómo un manifiesto especulador
por la vía de la información privilegiada (César Alierta, presidente
de Telefonica) era exonerado gracias a la prescripción del delito),
cómo el caso de un Presidente de comunidad autónoma que había
recibido cuantiosos regalos de un presunto (y preso) delincuente era
sobreseído gracias a la ignorancia de la información relevante. Y
ahora estamos asistiendo a un proceso, el de Millet, en el que el
juez demora intervenciones en detrimento de las posibles pruebas
inculpatorias. Podríamos encontrar muchas más ilustraciones de un
sistema judicial con inequívocas características de clasismo que
engrasa nuestro modelo de capitalismo depredatorio.
Millet,
en fin, forma parte de la clase de delincuentes de guante blanco que
en los últimos años tanto han proliferado, llámense De la Rosa o
Madoff. Cada uno de ellos constituye una historia particular, pero
sus acciones, su largo tiempo de impunidad, sólo pueden entenderse
si los situamos en el contexto de hábitos y comportamiento de la
clase social que los cobija y del marco institucional y cultural que
les deja espacios de actuación.
La biblioteca de Babel
Christophe Dejours
Trabajo
y sufrimiento. Cuando la injusticia se hace banal
Modus Laborandi, Madrid, 2009, 216 pp.
Este
libro aborda dos cuestiones: la creciente aceptación de las
injusticias en las sociedades contemporáneas y el trabajo (en
especial la organización y gestión del trabajo) como fuente de
sufrimiento. Para abordar estas cuestiones el autor utiliza
investigaciones de campo hechas desde los años 80 en empresas
francesas.
Más
allá de las polémicas que este libro puede generar, especialmente
cuando para analizar la experiencia neoliberal la compara con los
tiempos del nazismo, su lectura resulta interesante y provocadora,
en el mejor sentido de la expresión. Leyéndolo encuentras
explicaciones plausibles al incremento de suicidios en el puesto de
trabajo (por ejemplo, en France Telecom), al silenciamiento del
padecimiento relacionado con el acceso, el mantenimiento y las
condiciones de trabajo, y a lo que el autor llama la colaboración en
sistemas laborales manifiestamente injustos.
No se
aborda en el libro la actual crisis, ni sus efectos sobre los
trabajadores. Sin embargo plantea líneas de reflexión sobre la
práctica de los trabajadores, los sindicatos y las organizaciones de
izquierdas que son necesarias. No es poco para un libro.
[A. Madrid]
Cine
LA OPORTUNIDAD DE DESCUBRIR
III Muestra
de Cine Árabe y Mediterráneo
Al
otro
lado del viento, más allá del Mediterráneo, están los países árabes.
Allí, también hacen cine. Lo único que ocurre es que su cine no se
ve. Por supuesto, aquí en occidente es así, pero tampoco en sus
propios países se exhibe. Allí, al otro lado del Mediterráneo, sólo
logra estrenarse la producción media, comercial y sin otro interés
que el sociológico.
Los
otros,
los cineastas que saben hacer su oficio sin tropezar en groseras
caídas de tono, hacen sus películas con dinero que, generalmente,
viene del exterior y fían su distribución por los festivales de cine
del mundo entero. Muchas veces, en su país están prohibidos. La
opinión pública ha conseguido que les dejen trabajar —y los
gobiernos aceptan porque necesitan las divisas— pero estrenar es
otra cuestión.
Por
ello, Sodepau y Cinebaix han organizado conjuntamente la III Muestra
de Cine Árabe y Mediterráneo en el Cine Baix de Sant Feliu de
Llobregat, los días del jueves 22 al domingo 25 de octubre de este
año, para ver este cine que raramente se puede ver. Y han escogido
un sitio muy significativo: el Cine Baix, que es una de las pocas
salas autogestionadas que hay en Cataluña, y por ello constituye una
insignia en favor de cines públicos. En cuatro días, ofrecen la
posibilidad de ver once largometrajes (sólo uno de ellos ha sido
estrenado, pero sin que nadie se enterara).
El
programa
de esta semana es realmente importante: es una muestra pequeña pero
interesante. Hay cinco películas que ofrecen la oportunidad de
descubrir el cine que no recala nunca en las salas comerciales, y
dos de ellas, en particular, son merecedoras de nuestro apoyo y
difusión.
Sacrifices
(Sunduq al-dunyâ, 2002) de Ossama Mohammad y Los días de
aburrimiento (Ayam aldajar, 2008) de Abdellatif Abdelhamid son
dos películas sobre la infancia, diametralmente opuestas en su
realización. Mientras la
primera
le debe mucho a la influencia de Andrei Tarkovski, la segunda pasa
por ser una película convencional, en la que la belleza formal está
travestida de envoltura del relato. Los dos cineastas estudiaron
—como muchos otros en Siria— en el VIGK de Moscú y ello se nota
mucho en la planificación (no hay repetición de planos, ni juegos de
plano y contraplano). En Ossama Mohammad la línea del guión es
extremadamente tenue, y lo que lo sostiene es el trabajo de la forma
(el cómo, antes que el qué). Por el contrario, Abdellatif Abdelhamid
es mucho más discreto pero con un trabajo de cámara que iguala al de
su compañero.
Mujeres de Hezbolá
(Femmes de Hezbollah, 2000) de Maher Abi Samra es un documental
sobre la cara oculta del Partido de Dios. Entrevistando a una
fundadora
y a una joven militante, consigue que aparezca un matiz distinto
sobre las mujeres que participan en él. El documental no es en
absoluto condescendiente con respecto a Hezbolah, pero a la vez
contiene indicios interesantes del camino futuro de sus mujeres.
El cumpleaños de Laila
(Eid milad Laila, 2008) y Diluvio en el país del Baas (Toufan
Fi Balad al Baas / Déluge au pays du Baas, 2002) son dos películas
que
merece
ver y que vale la pena apoyar. Son películas muy ilustrativas de lo
mejor que se hace en Oriente Medio.
El cumpleaños de Laila
del realizador palestino Rashid Masharawi compitió el año pasado en
el festival de San Sebastian, y luego tuvo un fugaz pase por los
cines
Renoir, antes de hundirse en el silencio. Abu Leila es un taxista un
tanto especial: en realidad, es un juez al que la Autoridad
Palestina dejó de pagar su retribución, y, mientras tanto, trata de
ganarse la vida haciendo de taxista. Lo que vemos es sólo un día en
su vida (el del cumpleaños de su hija). Pero las calles de Ramallah
son un infierno, por donde ha de sobrevivir el taxista-juez.
El
director
de Diluvio en el país del Baas es Omar Amiralay. Quizás su
nombre no suene, pero es, sin lugar a dudas, uno de las más hábiles
maestros del documental contemporáneo. (En 1999 escribí ya una nota
sobre Le plat de sardines, vista en Locarno.)
En su
última película, Omiralay vuelve al lugar donde rodó su primer corto
y lo reescribe, de modo que el resultado sea un balance crítico de
los años del Partido de la Resurrección Socialista Árabe (Baas) en
el poder. El lago Assad —en el transcurso del río Eúfrates— se
convierte en algo contradictorio (según la opinión de las gentes o
la de los dirigentes). Diluvio en el país del Baas es un
inmejorable ejemplo de cómo es su cine. No hay un plano ni una
secuencia de más: la racionalidad es el procedimiento que emplea
para confeccionar sus películas.
Ver
estas
películas —las de Omiralay y Masharawi, pero también todo el ciclo—
bien vale una excursión a Sant Feliu de
Guíxols:
el goce estético y el pensamiento crítico quedarán colmados.
III Mostra de Cinema Àrab i Mediterrani de Catalunya
Del 22 al 25 de octubre
CineBaix de St. Feliu de LLobregat |
|
10.00 |
Sesión matinal para centros educativos de secundaria.
Proyección de la película El cumpleaños de Laila |
18.45 |
Recepción del público |
19.15 |
Presentación de la III Muestra de Cine Árabe y Mediterráneo
de Cataluña a cargo de:
.
Meritxell Bragulat,
directora de la Muestra
.
Director de l’Agència Catalana de Cooperació al
Desenvolupament
.
Representante
de l'Institut Català de les Indústries Culturals (ICIC)
.
Concejala delegada d'Agermanaments, Solidaritat i
Cooperació al Desenvolupament i Immigració de
l’Ajuntament de Sant Feliu de Llobregat
|
19.45 |
Proyección de
El cumpleaños de Laila
Dirección i guión:
Rashid Masharawi
País: Palestina
Duración:
72 min
Idiomas: VO árabe con subtítulos en español |
21:00 |
Presentación
de Diluvio en el país del Baas |
21:15 |
Proyección de Diluvio en el país del Baas
Dirección i guión:
Omar Amiralay
País: Síria
Duración:
46 min
Idiomas: VO francés/árabe con subtítulos en español |
22.00 |
Debate-coloquio con el director Omar Amiralay |
|
|
|
10.00 |
Sesión matinal para centros educativos de secundaria.
Proyección de la película El cumpleaños de Laila |
18.45 |
Recepción del público |
19.00 |
Proyección de La ternura del lobo
Dirección:
Jilani Saadi
País: Túnez
Duración:
85 min
Idiomas: VO árabe con subtítulos en español |
20.30 |
Pausa |
20.45 |
Presentación Hey, no olvides el comino |
21.00 |
Proyección Hey, no olvides el comino
Dirección i guión:
Hala Alabdalla
País: Síria
Duración:
66 min
Idiomas: VO francés/árabe con subtítulos en catalán |
22.10 |
Debate-coloquio con la directora Hala Alabdalla |
|
|
|
17.00 |
Recepción del público |
17.15 |
Proyección
de Jinga48
Dirección:
Ula Tabari
Países:
Palestina y Qatar
Duración:
76 min
Idiomas: VO inglés/árabe con subtítulos en catalán |
18.30 |
Pausa |
18.45 |
Proyección de Islamour
Dirección:
Saad Chraibi
País: Marroc
Duración:
95 min
Idiomas: VO inglés/francés/árabe con subtítulos en catalán
|
20.20 |
Pausa |
20.45 |
Presentación
de Mujeres de Hezbollah |
21.00 |
Proyección de Mujeres de Hezbollah
Dirección:
Maher Abi Samra
País: Líbano
Duración:
52 min
Idiomas: VO francés/árabe con subtítulos en catalán |
22.00 |
Debate-coloquio con el director
Maher Abi Samra |
22:45 |
Pausa |
23.00 |
Proyección de
Mascarades
Dirección:
Lyes Salem
País:
Algèria
Duración: 94
min
Idiomas: VO árabe con subtítulos en catalán |
|
|
|
17.00 |
Recepción del público |
17.15 |
Proyección de Días de aburrimiento
Dirección:
Abdellatif Abdelhamid
País:
Síria
Duración: 100
min
Idiomas: VO árabe con subtítulos en catalán |
19.00 |
Pausa |
19.15 |
Presentación de Sacrificios |
19.30 |
Proyección de Sacrificios
Dirección:
Ossama Mohammed
País:
Síria
Duración: 113
min
Idiomas: VO VO árabe con subtítulos en catalán. |
21.25 |
Debate-coloquio con el director Ossama Mohammed |
22.15 |
Clausura de la III Muestra de Cine Árabe y Mediterráneo de
Cataluña |
Para
más información:
http://www.cinebaix.com/mostra09
[Josep Torrell]
Devedeando,
que es gerundio
Luchino Visconti
La
tierra tiembla
Vella Visión, 2009
’Ntoni Valastro y los
demás
miembros de su familia, pescadores de la población siciliana de Aci
Trezza, se tienen que levantar todos los días antes del amanecer
para salir a faenar, un trabajo duro y peligroso del que se
benefician económicamente sobre todo los mayoristas del pueblo, que,
sin arriesgar la vida en alta mar, venden a buen precio en la lonja
un pescado por el que a los pescadores les han pagado un precio
irrisorio. Así ha sido desde tiempos inmemoriales, pero ’Ntoni no
está dispuesto a seguir aceptando mansamente la situación y decide
independizarse de los mayoristas: se compra una barca tras hipotecar
la casa familiar y todo parece ir viento en popa cuando un golpe de
suerte depara una importante captura a la familia Valastro. Sin
embargo, esa no será sino la antesala del descenso a los infiernos:
tras echar a perder la barca en medio de un fuerte temporal, ’Ntoni
y su familia se verán abocados a la pobreza más absoluta, tendrán
que malvender sus anchoas en salazón a los inescrupulosos mayoristas
—en
cuyo local la pintura de la pared todavía deja entrever sus
inclinaciones mussolinianas—
y, acosados por el banco, se verán obligados a abandonar la
modestísima casa que les ha dado cobijo durante generaciones.
La tierra tiembla
(1948), el
segundo
largometraje de Luchino Visconti, es sin duda una de las obras
cumbre del neorrealismo italiano, amén de una de las más bellas
desde el punto de vista estilístico. El año anterior, el PCI había
asignado un pequeño presupuesto al entonces joven cineasta para que
viajara a Sicilia y rodara una trilogía sobre los campesinos, los
mineros del azogue y los pescadores de la región.
Desafortunadamente, los problemas de producción ocasionaron que
Visconti sólo pudiera finalizar el episodio dedicado a estos
últimos, lo cual privó al espectador de un tríptico fílmico con
clara intención pedagógico-política. Así, si bien el episodio
inicial sobre los pescadores rezuma ciertamente pesimismo por los
cuatro costados
—puede
llegar a parecer que Visconti quiere aleccionarnos sobre la
futilidad de rebelarse contra la explotación—,
la intención del director milanés era completar el retablo
político-social con un episodio final marcado por el triunfo de la
acción colectiva; en cualquier caso, las bases argumentales del
malogrado proyecto ya estaban sentadas: ante la explotación y la
injusticia de bien poco sirven la acción puramente individual o las
ansias pequeño-burguesas de ascenso en la escala social.
[Carles
Mercadal]