La energía, problema
central de la economía española
Juan-Ramón Capella
La
crisis y los intereses creados tratan de ocultar que uno de los
problemas centrales de la economía española es su déficit
energético. España es un país dependiente de las importaciones de
petróleo. Si con la crisis el precio de esta energía ha caído, con
lo que el problema parece momentáneamente aliviado, no hay duda
alguna de que el precio del petróleo se duplicará tan
pronto como la actividad económica mundial estimule de nuevo la
demanda de esta energía.
Los
intereses que están en la base de la ocultación o la minimización
del grave problema energético español son las grandes compañías
eléctricas y el poderoso lobby político que siempre han tenido a su
disposición. Las compañías eléctricas tratan de prolongar
peligrosamente la vida de sus centrales nucleares, para lo que
intentan presentarlas como necesarias. Pero sobre todo están
en contra, pese a las apariencias, de ciertas energías renovables
porque algunas de éstas ofrecen la posibilidad de un modelo
energético alternativo. De un modelo no centralizado como el actual,
sino de un modelo energético descentralizado al menos parcialmente.
Además, como cuestión de coyuntura, las grandes empresas eléctricas
pretenden amortizar primero sus grandes inversiones y eso genera
irracionalidades en la propia producción de energía.
Las
grandes compañías eléctricas han sabido acercarse a la energía
eólica renovable y hacerla suya hasta cierto punto porque esta
energía, por sus elevados costes de instalación, no se presta
fácilmente a la descentralización energética, y además porque se han
beneficiado coyunturalmente de ayudas públicas y sobretasas. Aún
así, la temen, porque a partir de la energía eólica les han nacido
competidores, y han buscado imponer cortapisas políticas. El cierre
de una de las plantas de Gamesa, la gran empresa productora de
aerogeneradores, es un indicio de las dificultades que atraviesa en
España la energía eólica, gracias a la fuerza del lobby de las
grandes compañías eléctricas.
Éstas, además, han tratado de frenar la expansión de la energía
solar en uno de los países avanzados más adecuados para usarla. El
ministro Sebastián ha resultado ser el instrumento político del
frenazo a la energía solar.
La
energía solar se presta muy adecuadamente a la descentralización
energética. Dicho claramente: empresas y particulares, e incluso
instituciones menores como ayuntamientos o grupos comarcales, pueden
independizarse relativamente de las grandes compañías energéticas
debido a que las instalaciones solares no son demasiado costosas y
resultan baratas de mantener. La energía solar sirve no sólo para
producir electricidad diurna —energía en las horas más productivas
del día, lo que compensa que tal energía resulte muy costosa de
almacenar—, sino que también es bastante eficiente para el
calentamiento del agua, conversión energética que resulta en cambio
poco eficiente usando la electricidad.
El
Gobierno de turno se ha hinchado la boca para hablar de un cambio
del modelo productivo. En materia energética, sus ministros han
hecho cuanto han podido para que el modelo actual permaneciera
incambiado.
Y
vayamos a ver en qué consiste el modelo de las grandes empresas
eléctricas. Su funcionamiento ha quedado retratado con las grandes
nevadas en Cataluña y el prolongado e inaceptable apagón eléctrico
que las ha seguido. Las compañías eléctricas, concesionarias de
un servicio público, no habían realizado las inversiones
necesarias para asegurar su prestación. Hoy sabemos, gracias al
análisis de las causas técnicas del derrumbe eléctrico por las
nevadas, que ciertas líneas estaban deficientemente tendidas, sin
los recursos necesarios para asegurar su mantenimiento, y se han
venido abajo a la primera dificultad. Además sabemos también otra
cosa: las instituciones públicas, en este caso la Generalitat de
Catalunya, tienen teóricamente a su cargo las tareas de
control para asegurar el suministrro energético. Pero,
obviamente, de hecho carecen hasta de inspectores y técnicos para
garantizar que el concesionario cumple con las condiciones de la
concesión y puede suministrar la electricidad requerida.
O
sea: el modelo neoliberal del mercado eléctrico consiste en dejar la
producción y el suministro eléctrico en manos de empresas privadas
concesionarias sin que las instituciones públicas tengan los medios
de inspección necesarios para controlarlas. Y esto es justamente lo
que se tiene que acabar.
Las
compañías eléctricas están para lo que están: para ganar dinero. El
suministro eléctrico público es para ellas sólo un medio
instrumental para esa finalidad privada suya. Su comportamiento
consiste en aprovechar cualquier coyuntura para lucrarse. Con
ocasión de las nevadas en Cataluña han tratado de atribuir el crack
energético a la ausencia de una línea de muy alta tensión, en la que
están muy interesadas, asunto que nada tiene que ver con lo que ha
pasado.
¿Qué rasgos ha de tener un modelo energético alternativo?
En
primer lugar se debería separar el negocio energético español de las
grandes empresas eléctricas del resto del negocio de tales
compañías, y nacionalizarlo. La generación y el suministro
centralizado de energía eléctrica debería pasar a ser un servicio
público esencial garantizado por el estado.
Al
lado de la energía eléctrica nacionalizada, se debería fomentar un
modelo de producción de energía eléctrica descentralizado, tanto
público como privado, relativamente inmediato a sus centros de
consumo.
Y,
por otra parte, también se debería fomentar el uso de la energía
solar para el calentamiento o el precalentamiento del agua en las
viviendas y en la industria, disminuyendo la factura de la energía
eléctrica empleada en la producción de calor.
Un
modelo energético así orientado en lo que respecta a la producción
de electricidad tendría un fuerte impacto en el cacareado pero hasta
ahora inédito cambio de modelo productivo español.
De
una parte, tendría la consecuencia de disminuir la dependencia de
las fuentes energéticas de importación, el petróleo y el gas.
De
otra, la implantación de este modelo podría contribuir a ocupar al
ejército de desempleados procedente del sector de la construcción, a
crear capacidades industriales y de mano de obra exportables, y a
impulsar el liderazgo —por emplear el lenguaje de moda— de las
empresas españolas en el ámbito de las energías alternativas en el
mercado global.
Una
vez regulados racionalmente la producción y el suministro de energía
eléctrica se estaría en condiciones de examinar qué otras políticas
energéticas se deben estimular.
Sin
embargo nada de esto tiene sentido sin un cambio en los modos de
vida. Se debe aprender a repensar la utilización del territorio, los
modelos de transporte, el sobreconsumo como ideal de los países
avanzados, y la debilidad de la redistribución del producto social.
El modelo productivo no puede seguir basado, como cree toda la clase
política, tanto en el poder como en la oposición, y buena parte de
la población, en la suposición de que los problemas económicos se
resuelven simplemente creciendo. El mundo que resulte de la crisis
presente hará más necesarias que nunca la solidaridad y la
redistribución del producto social.
— marzo 2010
¿Es necesario un
cambio cultural profundo para superar la crisis ecológica?
José A. Estévez Araujo
Aunque pueda parecer lo
contrario, la respuesta a esta pregunta no ha sido ni es unánime. Ni
siquiera entre personas con sensibilidad ecológica.
Un ejemplo lo ofrecen
dos precursores del ecologismo contemporáneo, Hans Jonas y Barry
Commoner. Jonas consideraba que no era posible hacer frente a la
triple crisis energética, demográfica y de materias primas sin un
profundo cambio en nuestra manera de vivir y en nuestras
expectativas. No creía por ejemplo en la posibilidad de que las
energías alternativas tuvieran una capacidad generadora similar a la
de los combustibles fósiles (algo que en parte se explica porque en
el momento en que escribió El principio responsabilidad, la
energía solar
—que
es de la que habla—
se hallaba todavía en pañales). Para Jonas resultaba imprescindible
abandonar la utopía de un mundo repleto de bienes relativamente
fáciles de obtener. En cambio, Barry Commoner en En Paz con el
Planeta (un libro de 1990) ofrecía un panorama muy diferente.
Según el autor norteamericano, la energía que el sol desparrama
sobre la tierra sería teóricamente suficiente para cubrir
sobradamente nuestras necesidades aunque sólo pudiéramos captar una
pequeñísima fracción de la misma. Commoner nos ofrecía el panorama
de un planeta con once o doce mil millones de habitantes,
alimentados por agricultura orgánica, abastecidos por energía solar
y con un nivel de vida similar al de la Grecia de aquellos años
noventa. En ningún momento habla de replantearnos radicalmente
nuestro modo de vida. Critica los automóviles grandes y pesados,
pero no los coches en general. El único cambio social radical que
plantea es el que hace referencia a la relación Norte-Sur. Según
Commoner, el Norte tiene una enorme deuda con el Sur debido al
pasado colonial. El desarrollo del Norte se ha hecho a costa del
no-desarrollo del Sur. Por tanto, el Norte tiene que proporcionar
los recursos y apoyos necesarios a sus antiguas colonias para que
alcancen ese nivel de vida del que ya gozan los países mediterráneos
europeos.
La contraposición entre
los planteamientos de Jonas y de Commoner se está reproduciendo en
nuestros días. Buena prueba de ello es la divergencia que se da
entre el informe del Worldwatch Institute del 2010 y un libro de
2009 de Lester Brown
—quien
fuera director de ese mismo instituto durante muchos años—, titulado “Plan B 4.0” (El
Informe sobre el Estado del Mundo 2010 lo publica en castellano
la FUHEM y algunos de sus capítulos en inglés pueden descargarse de
la página web del Worldwatch Institute. El libro de Lester Brown
puede descargarse en inglés de Internet).
El Informe del
Worldwatch Institute subraya la necesidad de un cambio cultural muy
profundo para hacer frente a la crisis ecológica. Buena prueba de
ello es el subtítulo del documento: “Transformar las culturas: del
consumismo a la sostenibilidad”. En él se entiende por “consumismo”
una filosofía de la vida en virtud de la cual disponer de un número
de bienes y servicios siempre creciente sería el camino para
alcanzar la felicidad. Para el modo de vida consumista, el respeto y
la consideración que merecen los demás dependen del coche que
conduzcan o de los gadgets de última generación que exhiban. Y con
independencia de la valoración moral que hagamos de esa cultura
mezquina, egoísta, competitiva e insolidaria, una filosofía de la
vida basada en el principio de que “cuanto más mejor” resultaría
claramente insostenible, y por eso sería necesario cambiarla.
Sin embargo, el panorama
que nos presenta Lester Brown en su Plan B 4.0 es totalmente
diferente. Lester Brown considera que es posible en el plazo de 10
años hacer la transición a las energías renovables. Aunque a veces
habla de la necesidad de una “economía de guerra” para conseguirlo,
en realidad, lo único que hace es realizar proyecciones a partir de
lo que ya hay y de los planes inmediatos que tienen los estados y
las empresas. Acelerando el proceso mediante instrumentos “suaves”
de intervención estatal (como los impuestos y los incentivos) en el
año 2020 el 90% de la energía eléctrica podría ser generada por
fuentes alternativas (especialmente mediante aerogeneradores). Esto
iría unido a un uso mucho más eficiente de la energía, a una
electrificación integral del transporte y a la instalación de
colectores solares en los edificios para atender las necesidades de
calefacción y agua caliente. Según Brown el mundo del futuro será un
planeta con una población estabilizada en unos 8.000 millones de
habitantes. Esa población seguirá alimentándose gracias a la
agricultura industrial, aunque sería necesario poner en práctica
mecanismos de riego que aprovechen el agua mucho mejor de lo que se
hace ahora. La producción de alimentos deberá, no obstante,
re-localizarse reduciéndose drásticamente las food-miles (los
kilómetros que deben recorrer los alimentos desde donde se producen
hasta donde se consumen). Tendremos dietas más estacionales y
basadas en productos locales. Los países como Estados Unidos deberán
reducir su consumo de proteínas animales y los habitantes de países
como la India deberán subir algunos escalones en la cadena
alimentaria.
En síntesis, Lester
Brown nos presenta un mundo futuro en el que ocho mil millones de
personas podrían vivir como lo hacen los italianos de hoy en día. No
habría que renunciar a los automóviles privados, aunque éstos serían
eléctricos y dispondríamos de tanta energía como ahora sólo que
mejor repartida (pues las fuentes generadoras de energías
alternativas están a disposición de todos los países, a diferencia
de lo que ocurre con los pozos de petróleo). Esa visión contrasta
radicalmente con la del Worldwatch Institute que contempla un mundo
en que la población no se podrá estabilizar antes de alcanzar los 11
mil millones de personas y que únicamente podrá proporcionar a sus
habitantes un nivel de vida similar al que actualmente tienen los
ciudadanos de Jordania.
En un libro también
reciente y traducido al catalán este mismo año (“Terra”), Vandana
Shiva critica las “pseudosoluciones” que diseñan planes de
producción de energía a gran escala mediante fuentes alternativas
que permitirían seguir manteniendo la forma de vida del mundo del
petróleo, cuando éste empezara a escasear. Pero no está claro si la
propuesta de Lester Brown puede ser incluida dentro de esta
categoría peyorativa que utiliza la pensadora india. En ciertos
aspectos, las soluciones de Brown con sus gigantescos parques
eólicos situados en muelles de hormigón plantados en medio del mar
se parecen a esos diseños de ingeniería fantástica (y peligrosa) que
critica Shiva. La “revolución verde”, que tanto elogia Brown, es,
además, objeto de una áspera y fundamentada crítica por parte de
Vandana Shiva. Pero, por otro lado, la autora india condena las
propuestas de gigantescos colectores de CO2, el comercio con la
contaminación, o los biocombustibles, cosas que también Lester Brown
critica decididamente. En cualquier caso, Shiva desea un futuro
hecho de pequeñas comunidades, muy descentralizado, con producción
de energía a pequeña escala y muy centrado en la relación con la
tierra y la naturaleza. No está del todo claro si se trata de una
propuesta global, una propuesta para la India, o una propuesta para
los países del Sur. Pero en cualquier caso, de todo el libro se
desprende la idea de que es necesario un cambio cultural muy
profundo para afrontar la triple crisis que nos azota: la
alimentaria, la energética y la climática (a las que habría que
añadir la crisis financiera y la subsiguiente crisis económica
general, las cuales se produjeron después de que el libro fuera
publicado en su lengua original). A ese cambio, Vandana Shiva lo
caracteriza como la “transición desde el petróleo a la tierra”.
Realmente, esta
divergencia de planteamientos y de escenarios de futuro produce
perplejidad e incertidumbre. ¿Hemos de creernos las perspectivas
“optimistas” en la línea Commoner-Brown y confiar en que podremos
seguir viviendo como hasta ahora? ¿O debemos prepararnos para un
futuro mucho más austero en el que tendremos que vivir como lo hacen
los jordanos o los agricultores indios en la actualidad? De hecho,
resulta difícil saber si el planteamiento de Lester Brown ha
descuidado algún problema importante o tiene alguna “trampa”. Tal
como lo presenta en el libro y teniendo en cuenta los datos y
cálculos en que se apoya, su plan B resulta, cuando menos,
plausible. Y eso nos enfrenta a un problema de enorme importancia:
muchas personas parecen pensar que serán las constricciones
materiales a que nos someterá la crisis ecológica las que nos harán
cambiar nuestra forma de vivir y nuestra manera de ver la vida. Como
señala Pigem en un libro que, por lo demás, proporciona una cálida
compañía ideológica (“Buena crisis”), hemos de pasar de una
filosofía de la vida materialista a una post-materialista. Tendremos
que encontrarle otro sentido a la vida que no sea el de poseer cada
vez más cosas. Será eso o el desastre. Tambien Vandana Shiva dice
que o realizamos la transición del petróleo a la tierra o
“moriremos”. Pero ¿realmente nos vamos a encontrar ante una
disyuntiva así?
Los escenarios de futuro
tipo Commoner-Brown parecen sugerir que no. Desde luego, la crisis
puede ser una buena ocasión para promover una transformación
cultural, pero ésta no vendrá dada de modo necesario ni automático.
No podemos confiar en que el sufrimiento nos hará cambiar, o que la
crisis tendrá los efectos terapéuticos que tenían las “buenas
crisis” de que hablaban los médicos antiguos según Pigem. Puede
ocurrir que ni siquiera nos veamos obligados a cambiar a causa de la
crisis (especialmente si los países del norte se comportan de manera
absolutamente egoísta).
El informe del
Worldwatch Institute responde también a esa perspectiva de “o
cambiamos o iremos directos al desastre”. Según los autores del
documento tenemos que sustituir la cultura consumista por una
cultura sostenible. Hemos de dejar de consumir para pasar a
relacionarnos más profundamente con los demás, disfrutar de más
tiempo libre, cocinar nuestra propia comida y tantas otras cosas que
proporcionan mucha más felicidad que exhibir el último modelo de
teléfono móvil. Pero, como he señalado antes, puede ocurrir que no
nos encontremos ante la disyuntiva de cambiar o sucumbir. No
obstante, el Informe sobre el estado del mundo 2010 tiene una
virtud de la que carecen otros trabajos que sostienen que la
transformación cultural es ineludible: de él se desprende que ese
cambio no se dará de una forma automática y necesaria, sino que es
preciso programar y llevar a cabo un ambicioso programa de política
cultural para que tenga lugar. Y a los diferentes aspectos y
escenarios de dicho programa están dedicados los capítulos que
componen el volumen. Algunos de sus planteamientos resultan un tanto
ingenuos o excesivamente vinculados a la realidad estadounidense.
Pero la idea de fondo es absolutamente correcta: no podemos
quedarnos sentados esperando que la necesidad, el sufrimiento o la
perspectiva de la catástrofe cambien la mentalidad de las personas.
Es necesario realizar un gran esfuerzo cultural para que ese cambio
pueda producirse. Y un arma que se puede utilizar con provecho es
algo en lo que se insiste repetidamente en el Informe del Worldwatch
Institute: que esta sociedad consumista, insolidaria, individualista
y competitiva hace de nosotros seres profundamente infelices. Aunque
muchas veces ni siquiera se nos permita darnos cuenta de ello.
Cuaderno
de crisis/16
Albert Recio
Breve diccionario de tópicos para salir de la crisis
Ante la ausencia de respuestas reales a los problemas planteados a
la humanidad, los ideólogos y comentaristas económicos persisten en
reiterar una serie de palabras mágicas que, según ellos, nos
sacarían de la crisis. En tiempos prevacacionales y tras un
trimestre en que este comentarista ha tenido la mente entretenida en
otros luctuosos menesteres (por fortuna sin pérdida de vidas
humanas) al plantearse su cita mensual con el MT digital no le queda
otra idea que repasar alguno de los tópicos que un día sí y otro
también se presentan como respuestas adecuadas a la crisis. Como
pasos de un libro de instrucciones que por nuestro empeño en no
seguirlo nos mantienen en el marasmo del paro masivo y la
incertidumbre permanente. Se trata de ideas fuerza que han
desarrollado los principales think tanks capitalistas, que
han recibido una cierta cobertura académica y que han penetrado
también en el pensamiento de las propias víctimas. Sin duda un
pensamiento hegemónico que, en mi modesta opinión, dificulta más que
ayuda a encontrar soluciones. Lógicamente uno no tiene respuestas
para todo, solo el atrevimiento de plantear algunas reflexiones
críticas.
capital humano y calificación.
El “mantra” que siempre obtiene mayor aceptación social. El único
que suele poner de acuerdo desde al Fondo Monetario Internacional a
la izquierda radical. La formación es vista como una cuestión
neutra, cuanta más mejor. Si una empresa tiene poca rentabilidad, si
un país tiene problemas, es por su baja productividad, su bajo valor
añadido. Y la receta básica es aumentar la formación.
Es
cierto que para producir, y para cualquier cosa de la vida, hay que
aprender. Pero cada actividad requiere su propio proceso de
aprendizaje y hay conocimientos que son enormemente valiosos para el
bienestar humano, para la participación social, para el
enriquecimiento cultural y que no son necesariamente funcionales a
las lógicas de la empresa privada. Del mismo modo que la misma
medición del valor de lo que cada uno produce no es independiente
del marco jerárquico, de las normas de evaluación a las que cada uno
se aplica. Por poner un ejemplo que conozco: la evaluación de la
producción científica tiende a realizarse cada vez en función de la
cantidad de artículos que se publican, del tipo de publicaciones
(quien establece la jerarquía de publicaciones está definiendo “el
valor”) y del orden en el que se firma un artículo. No es raro
encontrar casos donde ser director de equipo conduce automáticamente
a mejorar el número de publicaciones y la posición en la firma. Este
tipo de consideraciones valen para el mundo en general. El valor
añadido de las empresas expresa tanto su eficiencia como el lugar de
la cadena productiva que ocupan: las empresas que ocupan posiciones
centrales (como las ensambladoras de coches o las grandes cadenas
comerciales) están en condiciones de mejorar su posición relativa
sobre el resto de empresas que cooperan en la realización de su
producto social. No es casualidad que los dos hombres más ricos de
España según el ranking de la revista Bloomberg sean los
propietarios de dos empresas situadas en el núcleo central de una
extensa cadena productiva (Amancio Ortega de Inditex/Zara e Isaac
Andic de Mango). Cuando se realizan comparaciones internacionales se
advierte fácilmente que una cuestión es la formación requerida para
llevar a cabo una actividad y otra el mecanismo de reconocimiento de
la cualificación. Este último depende del modelo institucional
específico de cada país, de qué papel juega la certificación de
conocimiento, de cómo se organiza el específico mercado laboral de
cada profesión (como saben bien las mujeres cuyos nichos de empleo
son a menudo considerados poco calificados como justificación de
bajos salarios).
Tener una población más culta es sin duda bueno. Formar a las
personas en actividades concretas también. Pero pensar en una
relación completa educación-productividad es discutible: el
crecimiento de las desigualdades en las últimas décadas se ha dado
en un período de expansión de la educación y de aumento de la
inseguridad económica global.
Competitividad.
Palabra mágica. Punto de referencia de todas las propuestas
económicas. Ha penetrado incluso en algunos discursos de movimientos
sociales (como en las propuestas de la Plataforma a favor de la
Reforma de la Diagonal de la que doy información en otra sección de
este boletín). No es extraño que ocurra en una sociedad donde el
deporte ha alcanzado un desproporcionado papel de espectáculo y
movilización social. Sobre la idea de competencia, de lucha, de
carrera promocional, de éxito y fracaso se construye una buena parte
del planteamiento vital de las capas medias, al menos de los
sectores profesionales, de las personas educadas. Forma parte
también del punto de vista empresarial, del modelo institucional de
la empresa capitalista pensada ella misma como un “equipo” que
compite por una cuota de mercado. Pero vista con otras perspectivas
no resulta tan claro que ésta sea una buena línea de respuesta
social.
En
primer lugar, competir y ganar se puede hacer de muchas formas:
jugando bien, comprando al árbitro, haciendo trampas. De hecho
cualquier aficionado al deporte sabe que las reglas de juego
influyen y que los recursos que cada uno tiene suelen ser
determinantes. Casi todas las ligas del mundo tienen un pequeño
puñado de ganadores. Traspasado a la realidad económica ello quiere
decir muchas cosas: que se puede ganar con más o menos eficiencia
social (externalizando los costes sociales en forma de depredación
ambiental, empeorando las condiciones de trabajo, evadiendo
impuestos, por ejemplo). Individualmente, la vía puede ser
indiferente, pero socialmente el resultado es completamente
distinto.
En
segundo lugar, los juegos competitivos suelen acabar siendo juegos
de suma cero, donde alguien gana pero otros muchos pierden. En una
competición deportiva, en una actividad lúdica, que ello ocurra es
trivial, los efectos para los perdedores son a menudo más simbólicos
que reales. Pero en otros campos los efectos pueden ser
devastadores. Diseñar la economía como una actividad de suma cero es
condenar a individuos, grupos sociales, regiones o países a
situaciones de perpetua inseguridad económica (máxime cuando
pensamos en economías reales donde la distribución de los recursos y
de poderes económicos parte de una desigualdad extrema).
En
tercer lugar porque muchas de las prácticas competitivas están
sujetas a la “paradoja de la composición” (pensar que si uno adopta
una actuación los otros no lo harán). Cuando ocurre lo contrario y
todos realizan la misma acción el resultado es el contrario del
esperado, como expuso hace unos setenta años Joan Robinson al
señalar que si uno se pone de pie en el cine puede que vea mejor la
pelicula que el resto, pero si todos lo imitan simplemente la verán
igual de mal y con mayor incomodidad. Es bueno recordarlo porque
alguna de las vías de la competitividad conduce directamente a este
tipo de paradojas. Tal es el caso de la reducción de salarios para
incrementar las exportaciones. En términos de la economía mundial si
un país tiene superávit comercial otro debe tener déficit, es
imposible que todos los países exporten más que importen. Si todos
siguen una política de reducciones salariales para fomentar las
exportaciones el resultado más probable es que se contraiga la
demanda mundial de consumo y con ello el efecto final es que estemos
en una economía más deprimida que la inicial. Otra vez el resultado
nefasto de la paradoja de la composición. (Por cierto que España ha
sido el segundo país de la UE 27 con una mayor reducción de los
costes salariales unitarios en la última década y ello no le ha
permitido resolver el problema exterior).
Lo
contrario de competitividad es cooperación y reglas de interacción
social que promuevan la eficiencia y limiten los abusos. Muchas de
las desigualdades del actual sistema mundial se encuentran en los
bloqueos a la cooperación social y la persistencia de normas que
favorecen a los poderosos. El bloqueo a la cooperación está en gran
parte ligado a la voluntad de mantener un modelo distributivo que
concede a unos pocos una inusitada porción del producto social.
flexibilidad (laboral por supuesto).
La palabra de orden desde la década de 1980. Con un sustrato
razonable: la necesidad de adaptación es esencial a la existencia
humana. Pero con una plasmación que en la mayoría de casos se
traduce en inseguridad económica aplicada a los asalariados (tanto
mayor cuanto más abajo se situan en la jerarquía ocupacional), en un
aumento de las desigualdades y en una creciente imposibilidad de
articular la vida laboral con el resto de actividades que dan
sentido y organizan nuestra entera vida social.
Los
estudios sobre la flexibilidad muestran que existen vías diversas
para la respuesta adaptativa. Pero la que ha predominado es la
flexibilidad cuantitativa externa, el ajuste del empleo ante las
variaciones de la actividad productiva. El mercado laboral español
es, al respecto, muy flexible, pues el empleo se expande o contrae a
mucha velocidad ante cualquier giro coyuntural. Los sindicatos
vienen exigiendo un cambio de modelo, con mayor peso de la
flexibilidad interna que no afecte al empleo (flexibilidad de
horarios, movilidad interna, polivalencia). En muchos casos sus
efectos son menos dañinos pero no constituyen una alternativa
completa. Es elocuente el ejemplo de la industria del automóvil,
donde se llevan años de negociación de estas medidas: cuando la
crisis aprieta los mecanismos de flexibilidad interna (por ejemplo
la cuenta de horas) dejan de servir y se adopta la flexibilidad
externa (lo que hay que contemplar no sólo en las grandes empresas
de ensamblaje sino en el conjunto de la red productiva, con cientos
de subcontratas).
Hay
que cambiar el debate. Limitar la flexibilidad al nivel de empresa
impide plantear otras cuestiones. La principal es analizar qué parte
de la variabilidad productiva responde a necesidades inevitables de
adaptación; cuál a la inestabilidad global del sistema económico
generado por elementos como la especulación financiera (y sus
efectos sobre los mercados de divisas), las estrategias de
acortamiento de los ciclos de vida del producto, etc; y cuánta no es
más que una forma de socializar riesgos y costes sociales de las
empresas. Discutir en serio de flexibilidad no debe ser sólo
discutir de las respuestas de la empresa individual a un ambiente
hostil y de sus objetivos de captar excedente a costa de las
condiciones de vida de sus empleados, sino analizar cómo debe
reformarse la organización social para reducir las inestabilidades
inaceptables y cómo debe distribuirse socialmente el peso de los
ajustes.
liberalización y privatización.
Por decreto, se supone que el mercado y la competencia establecen
tal nivel de disciplina que convierte a las empresas en eficientes,
mientras que las actividades públicas son el dominio de una
burocracia parasitaria. En una economía de pequeñas empresas
independientes pudiera ser que la existencia de normas comunes
provocara la búsqueda de la eficiencia (aunque siempre expuesta a la
enorme variedad de costes sociales y factores externos que hacen
poco creíble que la rentabilidad sea una buena medida de la
eficiencia). Pero en tiempos donde predomina las grandes
concentraciones empresariales, donde en la mayor parte de procesos
productivos se establecen complejas redes empresariales en las que
predomina más la jerarquía que el mercado, esta pretensión es a
menudo infundada. La experiencia de las privatizaciones y
liberalizaciones de nuestros mercados de la electricidad (Endesa es
un ejemplo a figurar en cualquier tratado sobre el tema) y
telecomunicaciones son una buena falsación de estas teorías, y el
funcionamiento de mercados con muchas empresas como el inmobiliario
o el de la restauración (el sector más inflacionario de los últimos
años) tampoco anima en esta dirección.
Más
bien deberíamos exigir a los economistas un buen entendimiento del
funcionamiento de cada sector específico, de sus interacciones y
efectos sociales. Y en función de ello adoptar modelos organizativos
adecuados a lo que debería ser una buena gestión económica (equidad
distributiva, cooperación productiva, buena calidad del servicio,
minimización de costes sociales...).
reforma estructural.
Si las cosas van mal es porque la estructura falla (otra propuesta
razonable, pero donde la visión de qué falla en la estructura
suele ser estrábica). Reforma estructural se traduce casi siempre en
menos derechos laborales, adelgazamiento del sector público y
recortes a todo el sistema de protección social. Aquello que algunos
llevan meses exigiendo: hay que tomar medidas impopulares. Los
resultados son de todos conocidos y no puede considerarse que allí
donde se han aplicado las reformas estructurales los resultados
hayan sido espectaculares ni que haya evidencia empírica de que en
los países con menos estado y menos protección social se viva mejor
o la economía sea más eficiente. Pero es una formula que gusta “a
los mercados” (¡qué gran eufemismo!, cuando todo el mundo sabe que
se trata sólo de un puñado de grandes grupos financieros y un
reducido pelotón de millonarios mundiales que imponen sus intereses
al conjunto de la sociedad).
Aquí sí que hay que tomar en serio lo de las reformas estructurales.
Empezando por la financiera y entrando en todas aquellas actividades
sociales y económicas manifiestamente mejorables y claramente
necesitadas de una democratización social. No tardaremos en escuchar
que lo que pedimos no son reformas, sino la revolución.
Con
un cóctel de estos elementos, y alguno más que dejo para otra
ocasión, se adereza toda la cocina de la economía neoliberal. ¿Quién
dice que ser economista es difícil y altamente cualificado? Con
aprenderse unas pocas recetas y una jerga adecuada, basta. Y
mientras pueden olvidarse los grandes retos de la humanidad, los que
realmente exigen repensar el funcionamiento conjunto de la actividad
económica: la crisis ambiental, la pobreza y la desigualdad
intolerable, la irresuelta crisis de los cuidados, la
democratización, la militarización... Pero para articular otro
proyecto hay que aplicar otro diccionario básico, otro marco
conceptual con el que pensar las cosas y enfocar los problemas. Un
marco conceptual del que carecen no sólo los funcionarios del poder
sino también buena de los representantes de las clases sociales y
grupos subalternos, de los que aspiran a otro mundo deseable.
Transformar la lógica del discurso es tan urgente y necesario como
organizarse frente a la nueva oleada de ajustes y reformas
estructurales que quieren aplicarnos los que simplemente pretenden
mantener intacto el statu quo.
Grecia
y España: crisis y gasto militar
Miquel González y Pere Ortega
En
estas últimas semanas, ante el riesgo de impago por parte de Grecia,
se
ha estado comparando el caso griego con el caso español. De hecho,
expertos como Paul Krugman y Joaquín Almunia o publicaciones de
renombre como el Financial Times o The Economist, han
dado crédito a esta comparación.
El
gobierno
español, indignado por estos comentarios, se ha defendido
diciendo
que España no es Grecia y que existe una conspiración en su contra.
¿Hay razones para comparar Grecia con España?
Grecia tiene una deuda pública del 107% de su PIB, mientras que la
deuda española es del 60%. Desde esta perspectiva, Grecia ha tomado
un riesgo muy superior al de España puesto que se ha endeudado mucho
más. Ahora bien, una gran deuda pública no quiere decir que un país
no pueda hacer frente a sus obligaciones. Japón tiene una deuda
pública del 200% y paga puntualmente a sus acreedores. ¿Qué es,
pues, lo que determina que un estado pueda hacer frente a sus
deudas?
El Estado, al endeudarse, se compromete a devolver la deuda y a
pagar unos intereses en un plazo determinado. Por lo tanto, para que
el Estado pueda pagar los intereses de la deuda debe generar un
incremento de sus ingresos. Este aumento de la recaudación se
produce de forma automática cuando la economía crece. Es decir, para
conocer la capacidad de un Estado para hacer frente a los gastos de
sus deudas se debe hacer el siguiente cálculo: crecimiento del PIB
(en %) menos intereses de la deuda (en %). ¿Cuál es el resultado de
este cálculo para Grecia y España en el 2010? Grecia -3.2% y España
-3.0%. En pocas palabras, los dos países tendrán problemas, y de
magnitud similar, para pagar los costes de su endeudamiento.
De otra parte, Grecia con la ayuda de entidades financieras de
Wall Street como Goldman Sachs y AIG ha estado “maquillando”
durante años sus cuentas públicas para no provocar la alarma de
Bruselas, poder seguir manteniendo su credibilidad, engañar a los
mercados, y mantener un nivel de gasto que estaba muy por encima de
sus posibilidades. Por ejemplo, según la oficina de estadísticas
Eurostat de la UE, Grecia no ha contabilizado durante años el gasto
en equipamiento militar, ha sobrestimado los ingresos procedentes de
impuestos, no ha publicado gastos sanitarios y ha contabilizado las
subvenciones europeas a empresas privadas como ingresos públicos. Es
sobre el primer punto que nos gustaría profundizar y establecer una
comparación con España.
Grecia es uno de los países más militarizados de la Unión Europea:
dedica un 3,3% del PIB a gasto militar; ocupa el cuarto lugar del
mundo como comprador de armas, y desde la entrada en funcionamiento
del euro no ha contabilizado en los presupuestos anuales gastos de
carácter militar. El 2001, por ejemplo, Grecia no contabilizó, según
Eurostat, gastos militares por valor de 1.600 millones de euros. El
gobierno español, por su parte, viene haciendo algo similar, durante
años, aunque de una forma más “arreglada”. Así, desde 1997 el
gobierno español, a través del Ministerio de Industria, ha estado
dando créditos para I+D a empresas militares. Unos créditos que,
teóricamente, se deberían haber ido retornando. Pues bien, hasta la
actualidad el Ministerio de Industria ha dado préstamos a la
industria militar por valor de 14.205 millones de euros, de los
cuales no se han devuelto ni el 1%.
Esta operación se puso en marcha para dar cobertura a la
profesionalización de las fuerzas armadas y los grandes proyectos de
armas (avión de combate F-2000, Fragatas F-100, blindados Leopard,
helicópteros Tigre, submarinos S-80…) que ascendían a 20.000
millones de euros. La solución se encontró mediante una fórmula de
ingeniería financiera, que permitía hacer frente a los gastos, que
consistía en conceder préstamos en I+D desde el Ministerio de
Industria a cero interés a retornar en 20 años. Se firmó un convenio
entre los ministerios de Industria y Defensa, según el cual,
Industria adelantaba el dinero en concepto de créditos en I+D que
las empresas devolverían a Defensa cuando ésta llevara a cabo el
pago de las armas.
Las empresas militares en España, en contra de lo que se suele
pensar, son poco rentables cuando no son un pozo de pérdidas. Buena
parte de ellas son parasitarias del Estado, pues lo tienen como
principal cliente. Y el gobierno, en vez de considerar estos
créditos como pérdidas, ha preferido mantenerlos en sus balances
como un activo más. ¿Qué es lo que gana con esta jugada? Una pérdida
resta y por lo tanto contribuye a generar déficit. Un activo no.
En conclusión, el gobierno español, igual que el griego, tendrá
dificultades para pagar sus deudas. Y el gobierno español, igual que
el griego, ha dejado de contabilizar gastos militares, los cuales ya
llegan a un 1,4% del PIB. Esta práctica, además de ser insostenible
y muy arriesgada financieramente, esconde otra realidad: no se están
dando créditos a la industria militar sino subvenciones directas.
Desde mi barrio, 1
Albert Recio
¿Una diagonal a ninguna parte?
I
Una
diagonal es la recta que en un polígono une dos vértices no
contiguos. La forma más corta para transitar entre ellos. En mi
ciudad, la Avenida Diagonal es la vía más directa que une el vértice
Noreste de la ciudad (junto al mar) con el Sudoeste (tocando a la
cordillera de Collserola). Fue también, antes de la invasión masiva
del automóvil, el paseo favorito de la burguesía en su tramo central
(Passeig de Gràcia-Plaza Francesc Macià). Hoy asistimos a un
proyecto de reforma que trataba de ser novedoso en lo urbanístico y
en lo político y que, si no media un giro imprevisible, puede acabar
convirtiéndose en un fiasco sin paliativos para sus promotores (el
Gobierno municipal de Barcelona: coalición de PSC e Iniciativa Verds-EUiA,
más las entidades y grupos sociales que le dieron apoyo). Por su
dimensión social y política se trataría de un fracaso que puede
trascender los límites de la ciudad, pues está en juego nada más y
nada menos que el proyecto de un modelo de movilidad más sostenible
y el primer intento de consulta democrática en una gran ciudad
española. Por ello resulta relevante analizar el proceso, dónde ha
embarrancado, qué consecuencias se pueden extraer, qué cosas aún se
pueden hacer.
II
Cualquiera que conozca Barcelona entiende fácilmente el papel que
juega la Diagonal, en teoría una de las principales vías de conexión
de la ciudad sobre todo tras el proceso de apertura de su tramo
septentrional al calor de la transformación del Poble Nou. Es
especialmente una gran artería de tráfico con una circulación diaria
de 74.000 vehículos y de 650.000 personas transportadas en bus, pero
donde los usuarios del saben que el viaje por la Diagonal es un
auténtico martirio, con continuas paradas y arrancadas, con un ritmo
lento que contrasta con la rapidez de otras formas de transporte
público como el metro o el tranvía que circula por la Diagonal (pero
sin unir sus extremos): una línea, el Trambesós, que transcurre por
el tramo Norte de la Avenida (hasta Badalona) y desde Francesc Macíá
hacia el Sur hasta alcanzar diversas localidades del Baix Llobregat,
con un tramo central que sólo cubre el lento e incómodo bus. Sólo
por esto la Diagonal merecería ser reformada, y de hecho desde que
se inauguraron las nuevas líneas de tranvía se generó una intensa
demanda social en este sentido (con otras razones que avalarían esta
reforma como el enorme deterioro urbanístico que padece toda la
parte central).
Pero sobre todo, colocar el tranvía y reformar la arteria exigía
replantear toda la movilidad de la ciudad, potenciando el transporte
público y reduciendo el uso del coche. De hecho el mayor colapso de
esta Avenida no está producido tanto por el tráfico que entra y sale
de la ciudad (que utiliza preferentemente las Rondas o la Gran Vía)
como por el cruce de la Diagonal con la trama del Eixample y,
especialmente, las vías que unen los barrios altos con el centro de
la ciudad. La reforma de la Diagonal era por tanto una enorme
posibilidad para reordenar una parte importante del sistema de
movilidad local, avanzar en la promoción del transporte colectivo
sobre el privado y cambiar los hábitos de la población. De hecho
este era el parecer de los técnicos que impulsaron el proyecto y la
demanda social de un variopinto grupo de entidades que llevan años
clamando por un modelo más sostenible y menos contaminante de
movilidad.
III
A
este objetivo de tipo urbanístico-ambiental se sumó una propuesta de
índole político-institucional: la de utilizar la reforma como
pretexto para llevar a cabo una nueva experiencia de participación
política. Hace años que la participación ha pasado a formar parte
del discurso de las autoridades barcelonesas, siempre preocupadas
por obtener un elevado grado de complicidad social con sus proyectos
e interesadas en presentarse como paladines de la modernidad en
cuestiones de este tipo. Alguien convenció al alcalde de que ésta
era una oportunidad para mostrar la profundidad de su proyecto
participativo. La consulta se presentaba tanto como una forma de
escuchar a la ciudadanía, como una demostración de la capacidad de
innovación social (experimento de voto electrónico, voto a los
mayores de 16 años...). Para reforzar este aspecto todo el proceso
se dotó de un ambicioso plan participativo con comisiones, debates,
actos informativos, etc., que debían culminar en la presentación de
los proyectos que iban a ser objeto de la consulta. Un cúmulo de
buenas intenciones que, sin embargo, pueden conducir a un resultado
desalentador. Quizás el primer paso se dio cuando el Ayuntamiento,
siempre temeroso del poder del “partido del coche” eludió plantear
la consulta como un debate sobre el modelo de movilidad y trató de
reducirla a una votación entre dos diseños urbanísticos presentados
por el propio municipio. Con ello debilitó el valor político de la
consulta y generó la primera vía de agua, no cerrada, en su
propuesta: la oposición pudo argumentar que no tenía mucho sentido
realizar una consulta tan costosa para simplemente votar entre dos
propuestas que, dado que iban a ser presentadas por el propio
Ayuntamiento, poco iban a diferir entre sí. Por ahí consiguieron
colar, como veremos, una propuesta envenenada que puede dar al
traste con todo el proyecto
IV
Si
hay un lobby bien organizado en la ciudad es el de automóvil. Su
núcleo central se encuentra en el RACC (Reial Automóbil Club de
Catalunya), una organización mixta empresa-institución que provee de
servicios a los automovilistas (seguros, red de asistencia, agencia
de viajes, etc.) y con un alto predicamento social. Como institución
reconocida forma parte del núcleo duro de la autollamada “sociedad
civil barcelonesa”: una asociación informal de entidades del que
participan los principales clubes deportivos, los centros culturales
burgueses y las organizaciones empresariales de la ciudad. Su
Fundación se dedica a elaborar todo tipo de informes referentes a la
movilidad. Tiene buenas conexiones con el poder político y,
especialmente, con los medios de comunicación.
Como es de esperar, el RACC se caracteriza por presentar oposición a
cualquier política que altere el predominio del vehículo privado en
la ciudad. Hace años consiguió hundir el proyecto de un “Día sin
coches” y en los dos últimos años ha sido especialmente beligerante
con las medidas de control de la velocidad impuestas por la
Generalitat que se han mostrado eficaces para combatir la
contaminación y los accidentes, dos de las grandes plagas que genera
el coche. Ahora han vuelto a la carga organizando una buena campaña
de comunicación iniciada con un debate público y en la que han
tomado posición las “figuras” del urbanismo local para desprestigiar
el proyecto de reforma, sembrar dudas sobre su eficacia (sobre todo
informando a los barrios próximos a la Avenida que ellos van a
cargar con el tráfico que se desvíe de la Diagonal) y utilizando a
la oposición municipal, especialmente ERC y CiU, como ariete en los
debates públicos.
Ya
han conseguido lo que estimo una victoria estratégica. En la próxima
consulta la ciudadanía deberá elegir entre tres opciones, dos (A y
B) recogen las propuestas de reforma que incluyen el tranvía
(difieren en que una opta por la solución de amplias aceras
laterales y la otra por un bulevar central) y una tercera (C)
considera “cualquier otro proyecto”, pensando en el voto de todos
aquellos que no quieren reforma alguna o que prefieren que el
automóvil privado siga campando a sus anchas. Poco hay que saber de
matemáticas electorales para prever que, a menos que el voto
reformista se concentre en una sola de las propuestas, la C va a
salir ganadora. Esto de hecho ya se ha visto en las primeras
encuestas realizadas por algún diario local donde el voto pro
tranvía se divide entre A y B y la tercera opción resulta por ello
la más votada. Para empeorar aún la situación ya se ha anunciado que
el voto es sólo consultivo, que aún en caso de ganar A o B el
proyecto no se iniciaría hasta el 2015 y, al haber una amenaza nada
desdeñable de que CiU gane las próximas elecciones municipales,
puede que toda la consulta quede en agua de borrajas, en gasto
superfluo. El mejor panorama para alcanzar una baja cota de
participación y que sean los grupos más obsesionados con la defensa
radical del coche los que se lleven el gato al agua.
V
Buena parte del peligro de fiasco se explica por el enorme poder que
ejerce en la ciudad el “partido del coche”, un verdadero ejemplo de
hegemonía cultural sustentada en organización y cobertura mediática
(lógica, dada la importancia que la publicidad del automóvil tiene
para las empresas del sector). Pero también en la torpeza y
confusión con la que el Ayuntamiento, especialmente el Partit dels
Socialistes, ha planteado toda la cuestión. Una torpeza que no sólo
es el resultado de una impericia política sino de la influencia del
“partido del coche” en sus propias filas (por ejemplo el concejal de
Urbanismo, García Bragado, no solo se ha opuesto insistentemente a
plantear el debate en términos de modelo de movilidad sino que
también ha figurado entre los promotores de un modelo de transporte
alternativo al tranvía), lo que sin duda ha paralizado la
posibilidad de llevar a cabo una buena campaña comunicativa. Al
aceptar que los tres proyectos se planteen al mismo nivel se deja al
descubierto una gran parte del pretendido proyecto de innovación
política.
Pero no sólo han fallado las elites políticas. Los movimientos
sociales han sido muy sagaces a la hora de hacer avanzar sus
propuestas. A pesar de que en la ciudad existe una larga trayectoria
de cooperación entre entidades que promueven una movilidad
sostenible, y que estas entidades han sido capaces de crear una
plataforma que ha elaborado un conjunto de propuestas básicas para
llevar a buen puerto el proyecto [Una
plataforma que incluye a sindicatos (Comisions Obreres),
ecologistas (Ecologistes en Acció, Greenpeace),
organizaciones vecinales (Federació d’Associacions de Veïns i
Veïnes de Barcelona), de consumidores (OCUC) y de defensa del
transporte alternativo (Associació de Patinadors de Barcelona,
Bicicleta Club de Catalunya, Catalunya Camina, Plataforma pel
Transport Públic, Prevenció d’Accidents de Tràfic)],
donde han fallado ha sido en realizar su propia campaña. Han estado
atrapadas en el proceso participativo que ha promovido el
Ayuntamiento, ciertamente más abierto y completo que en otras
ocasiones, y se han supeditado a sus avatares y sus ritmos. Cierto
es que contaban con muchos menos medios que sus oponentes, pero
podían haber realizado su propia campaña utilizando la red social
que en conjunto representan y haber empezado a lanzar ideas fuerza
al debate social (única fórmula para alcanzar cierta audiencia entre
la población poco organizada socialmente). Al limitar gran parte de
sus esfuerzos al proceso de participación institucionalizado, han
perdido un tiempo precioso frente a la intensa campaña del RACC y
sus aliados.
A
menos de dos meses de la consulta quedan pocas posibilidades de
revertir la situación, pero hay que tratar de explotarlas. Éstas
pasan a mi entender por realizar una fuerte campaña que ponga en
claro que lo que está en juego es el modelo de movilidad, defensora
del tranvía como gran proyecto de ciudad (algo que además puede
apoyarse en el éxito de los tramos existentes) y posiblemente que
tratara de concentrar el voto en una de las dos propuestas. (Como
mínimo en dejar claro que si A+ B superan a C, ha ganado la idea
central de embridar al coche en beneficio del transporte colectivo).
Una campaña que consiga además que sectores alejados de la propia
Diagonal entiendan que aquí se juega una batalla crucial para el
modelo de ciudad del futuro.
Se
ha perdido mucho tiempo. Ha faltado mucha sensibilidad política y
los factores de lastre han sido demasiado importantes. Si al final
esto no se corrige y la consulta es un fracaso, ésta pesará para el
futuro de Barcelona y de otras muchas ciudades a las que se va a
exportar el efecto Diagonal para bloquear propuestas de
movilidad sostenible. Si algo no lo remedia también la democracia
directa quedará tocada. Por ello a los que hemos sido críticos sobre
la forma en que se ha llevado el proceso sólo nos queda el dar la
cara en defensa de un modelo de movilidad más racional. Aun a
sabiendas de que nuestros pretendidos guías han sido tan ineptos que
una vez más nos han extraviado.
Carta abierta a los
compañeros del PCE a propósito del gobierno cubano
Habéis convocado, el 18 de marzo, una concentración de "apoyo al
pueblo cubano, su revolución y al gobierno".
Me
temo que el apoyo, si miramos las cosas con ojos limpios de
hipocresía, es esencialmente apoyo al gobierno cubano. Que es
el concernido estos días por fundadas protestas de mucha gente por
el durísimo trato que dispensa a los disidentes políticos.
Quisiera convocaros a reflexionar conmigo sobre lo que le ha
sucedido a la revolución cubana, y también sobre los tics
inconscientes que aquejan a veces al Partido Comunista de España.
Por
supuesto, estoy de acuerdo con vosotros en que donde principalmente
se ha torturado en Cuba ha sido en la base norteamericana de
Guantánamo; y también podemos estar de acuerdo en que mucha gente
sensible a cualquier comportamiento poco aceptable de los dirigentes
políticos que gobiernan actualmente Cuba cierra los ojos a
barbaridades realmente importantes, muy graves, cometidas por
regímenes como los de Arabia Saudita, Irán, Egipto y tantos otros;
gentes que miran para otro lado cuando los Estados Unidos delegan en
terceros la tarea de torturar a sus presos políticos, como hizo la
administración Bush y ahora no quiere investigar Obama.
Todo eso es verdad. Pero que lo sea no quita un ápice de gravedad a
los torpes, injustos y crueles comportamientos de los dirigentes
cubanos. Hoy condenan hasta a veintiocho años de cárcel a disidentes
políticos pacíficos. Eso, compañeros, se mire como se mire, es una
barbaridad. Y es la continuación de muchas cosas que probablemente
empezaron a torcerse —muchos de vosotros llevaríais entonces
pantalón corto— con el caso Padilla, un poeta —un poeta— quejoso con
el rumbo que tomaba eso que todo el mundo ha llamado 'la
revolución', o sea, el derrocamiento de Batista por un grupo
guerrillero triunfante. Con el caso Padilla los dirigentes políticos
y los intelectuales adictos al nuevo régimen cubano empezaron a
emplear los métodos de represión enormemente hipócritas que había
usado el stalinismo. A eso se le pueden añadir otras cosas: la
persecución de las personas de condición homosexual, de la que ha
dado cumplida cuenta alguien a quien no podéis ignorar: nuestro
compatriota Néstor Almendros. Del comportamiento permitido a los
policías y carceleros contra disidentes por la autoridad política
—dicho pura y llanamente: la tortura— ha escrito otro poeta:
Reinaldo Arenas.
Cierto: en Cuba hay asistencia sanitaria para todos. Y otros
beneficios sociales. Pero ¿el fin justifica esos medios? ¿Creéis
eso?
Porque si se dejan de lado los anteojos que a muchos hacen ver las
cosas de color de rosa sólo con escuchar la palabra mágica
socialismo (aunque el socialismo esté tan lejos que no haya
siquiera su condición previa, que es verdadera democracia),
advertiríais que en Cuba —como también en Venezuela— se da como en
ninguna parte el culto de la personalidad. ¿Recordáis lo que
fue —y reconocéis lo que es— el culto de la personalidad?
Sin
anteojeras: la toma del poder por la guerrilla cubana no fue una
revolución socialista. Ninguna minoría puede hacer una
revolución socialista. Y nunca, nunca, ha habido socialismo en un
solo país. El populismo castrista se llenó la boca con la
palabra socialismo y se alió con los gobernantes de la Unión
Soviética. Y muchos creyeron que eso era el socialismo, con una idea
completamente degradada de lo que el socialismo ha de ser. Era sólo
una mejora respecto de la situación anterior. Pero sólo eso.
Los
dirigentes cubanos han cometido errores tremendos de los que ni
siquiera se les ha ocurrido hacer autocrítica. Uno fue la zafra
diez millones, una idea tan marxista que ni se alcanzó el
objetivo ni tampoco fueron previstas las consecuencias del
incremento de la producción en el mercado mundial del azúcar. Otro
error grave fue permitir la instalación en su territorio de missiles
que podían alcanzar en minutos a los Estados Unidos. Ciertamente, ni
Cuba confía en los USA desde Bahía Cochinos ni los gobernantes
americanos pueden confiar en sus homólogos cubanos. Así, las cosas,
lo correcto sería que trataran de dar pequeños pasos para mejorar
las relaciones. Sin embargo lo que uno ve es que los gobernantes
cubanos, que nunca han confiado en su propio pueblo, se
asustan —ésa es la palabra, compañeros— cada vez que dan un paso
aperturista, y su reacción a su propio miedo es una brutal
respuesta autoritaria por temor a que la apertura se les vaya de las
manos. Que, por ese camino, es lo que tarde o temprano acabará por
ocurrir.
Queridos compañeros del PCE: me parece absurdo apoyar al gobierno
cubano. Apoyemos al pueblo. Apoyemos todo lo que podamos al demos
de Cuba, a la población cubana. Para que pase lo que pase no
pierda sus conquistas sociales (como las perdieron los rusos, por
ejemplo). Combatamos el boicot norteamericano y su bloqueo. Pero
aprendamos, en casa, a distinguir. Nadie es comunista si no es capaz
de ver y pensar por su propia cuenta. En casa, compañeros, como
muestra vuestra poco afortunada convocatoria, hay mucho que hacer.
Cordialmente,
Juan-Ramón Capella, marzo de 2010
La crisis de la Unión
Europea y Julio Anguita
Manolo Monereo
El
otro día, sin avisar, me presenté en Córdoba. Nada le dije a Julio,
pero quería verlo. Así que me fui a La Corredera y me puse a esperar
con un excelente "montilla". Al poco rato apareció con su andar
característico y solo. Nos saludamos con el cariño de siempre y le
presenté a mis amigos. Hablamos, también, de lo de siempre, de
España, de la crisis, del Congreso del PCE y de IU. Lo normal:
decepciones varias y esperanzas realistas, o sea, pocas, muy pocas.Y
se fue como vino, dejándonos con ese deje de tristeza que dan las
posibilidades perdidas y los fracasos colectivos que tienen siempre
cara y ojos.
Después, con los amigos, seguimos dándole vueltas al pasado; qué se
pudo hacer y no se hizo y los errores cometidos. Alguien, no me
acuerdo bien quien, dijo ¿qué pensará Julio de la crisis europea?;
¿qué pensaran hoy los dirigentes sindicales y políticos del PCE,
PSUC e IU que organizaron un descomunal escándalo porque Julio habló
del "fiasco de Maastricht"?. Me acordé de aquello de las "Memorias
de Adriano" (¡qué traducción de Julio Cortazar!) cuando la Yourcenar
dice (al menos así lo recuerdo) que el mayor error de un político es
acertar antes de tiempo. Efectivamente: ¿cuántos errores de ésos
cometió Anguita?
De
él aprendí, en ése y en otros debates, que para la "política
política" hace falta tener ideas y coraje moral (él creo que
empleaba otra palabra más concisa y clara). Si se está por la
transformación (por la revolución) esto es decisivo: todas las
batallas hay que darlas (sólo se pierden las que no se dan) y no hay
atajos que valgan cuando se está delante de un problema real ante el
cual hay que tomar posición. Diga El País lo que diga y hasta
Prisa completa.
Quisiera contar una anécdota. Estábamos en una Asamblea de IU típica
(no sé cual y apenas si importa ya): caos, lucha denodada por estar
en la dirección y cola para ver a Julio (lo normal, colocarse). De
pronto, Maastricht. ¡La que se armo!. Los que luego conformarían
Nueva Izquierda, férreamente dirigidos por audaces sindicalistas,
dijeron que hasta aquí habían llegado; que era una barbaridad y que
la Comunidad Europea era intocable. Dijeron muchas más cosas y
algunas impronunciables sobre supuestos cavernícolas (yo entre
ellos) e involuciones ideológicas cocinadas no se sabe dónde. La
consigna: hay que ser como los italianos (como los restos del PCI,
se entiende). Mejor no seguir.
En
pleno lío aparecen los bomberos (los nombres se me han olvidado y
sólo me acuerdo de los cascos). Todos ellos, purita izquierda no
más, intentaban rebajar el tono y que el Julio pactara. Nos buscaron
a algunos que pensaban (¡craso error!) podíamos influir sobre el
Coordinador. Pero no cedió.
¿Por que no cedió? (que conste, fue tentado infinidad de veces por
diablos, diablesas y hasta Belcebú en persona). Nunca fue un
misterio y era bien simple: si IU aceptaba la Europa de Mastrich,
dejaba de ser inmediatamente una fuerza de izquierda. Esa Unión
Europea constitucionalizaba las políticas económicas neoliberales y
hacía inviables las políticas alternativas. Aquí tampoco hay que
engañarse: todos sabíamos que defendíamos posiciones económicas
socialdemocráticas, ecológicamente fundamentadas (paz Paco Fernandez
Buey) y democrático radicales (paz Juan Ramón Capella). Eso era
todo. Nada de extremismos. Los únicos extremistas eran los "expertos
neoliberales" y sus amigos en IU y en el Sindicato. No eran pocos,
la verdad.
Cuando llegó el tema del "euro" la cosas ya caminaban solas. Juan
Francisco Martín Seco, Salvador Jové, Pedro Montes y Jesús
Albarracín (por citar a amigos que tuvieron que aguantar de todo) no
les hizo falta irse a la teoría de "las zonas monetarias óptimas" y
los "choques asimétricos" para advertir las graves consecuencias de
una moneda única sin una hacienda, una legislación laboral y una
seguridad social común. Todo ello, con un presupuesto ridículo y con
una dinámica de ampliación suicida. Y lo fundamental, la degradación
de nuestra débil democracia: se fue imponiendo una "constitución
material" neoliberal que anulaba, de hecho, los aspectos más
progresivos de nuestra constitución formal y que convertía en mera
retórica eso de Estado social (¡si Herman Heller levantara la
cabeza!) o aquello de la democracia avanzada, por no hablar de la
planificación o de llamada "constitución del trabajo".
Anguita a fuer de coherente se lo dijo públicamente al Rey: si los
aspectos más progresivos de la Constitución no son efectivos y se
rompe lo pactado nosotros no reconoceremos aquellos otros (la
Monarquía, por ejemplo) que tuvimos que aceptar en aras del consenso
básico. Aquí ya ardió Troya: ¡se mete hasta con nuestro Juan Carlos!
Absolutamente inadmisible.
Todo esto se repitió una y mil veces. Mi amigo Pedro Montes le
dedicó un libro, "La historia inacabada del euro", ése era el titulo
si no recuerdo mal (¿se vendieron algunos ejemplares?). Han tenido
que venir Krugman, Castells y algún otro para decirnos que siempre
lo supieron y que lo del "euro" fue un desastre. Pues qué bien. Yo
siempre lo pensé, mis amigos también y a Julio, seguramente, le
costó algún que otro infarto y la demolición (consciente y
programada) personal y política. Anguita, a quien le va la marcha,
aún dijo más (perdona Julio si no te cito literalmente): con esta
mierda de Europa seguiremos siendo un satélite de los
norteamericanos. Te equivocaste una vez más: ni eso solo masa de
maniobra.
Nuestro consuelo, enorme, que Diego López Garrido (secretario de
Estado para Europa) está trabajando para nosotros y nos salvará.
Amén.
—Lima a 4 de Marzo del 2010
La biblioteca de Babel
Armando Fernández Steinko
Izquierda y republicanismo. El salto a la refundación
Akal, Madrid, 2010
Por fin
nos hallamos ante un libro que puede ayudar a la autodefinición y
sobre todo al reagrupamiento de la izquierda de este país. Fernández
Steinko parte de un interesantísimo análisis sociológico de la
población española y de lo que él llama sus regímenes de vida y de
trabajo, realizado desde un excelente punto de vista.
El
libro
abarca mucha realidad, sobre todo en sus capítulos iniciales, que
refrescan nuestra consciencia acerca de nuestra objetiva situación
histórica. Pero los capítulos más interesantes son los finales, que
desembocan en el denominado "Hoja de Ruta", donde esboza una vía de
confluencia para las personas que, sean cuales sean sus
procedencias, buscan una salida emancipatoria para dejar atrás este
mundo pletórico de cosas inútiles, invivible e injusto.
El
libro
lleva un prólogo encomiástico de Julio Anguita. No es para menos.
Fernández Steinko muestra un camino y apunta unos modos de hacer de
los que estamos seriamente necesitados.
[Juan-Ramón Capella]
David Lodge
La vida
en sordina
Anagrama, Barcelona, 2010; traducción (excelente) de J. Zulaika)
Estamos
ante una novela —si puede llamarse así, pues Lodge rompe ciertas
convenciones del género; en todo caso, se trata de narrativa—
verdaderamente divertida, de esas que te atrapan en el placer de la
lectura. Un texto reflexivo que probablemente se disfrutará en
relación directamente proporcional a la edad del lector; sobre todo
si está jubilado y empieza a sordear.
[J.-R.C.]
Foro
de Webs
Declaración: Contra la guerra en Afganistán
Viernes 19 de marzo de 2010
http://tropasfueradeafganistan.blogspot.com/2010/03/contra-la-guerra-en-afganistan.html
Vemos con preocupación cómo la guerra en Afganistán se vuelve cada
vez más sangrienta.
Algunos intentan presentar la ocupación liderada por EEUU como una
misión de paz y reconstrucción, pero la triste realidad es otra.
El
año pasado, murieron más civiles afganos que en ningún año desde el
inicio de la ocupación en 2001.
De
reconstrucción hay poca; la enorme mayoría de los recursos se
destinan a fines militares, e incluso de lo poco dedicado a la
reconstrucción, una parte importante acaba en manos de
multinacionales o de corruptos dirigentes locales, impuestos por la
ocupación.
Existen graves limitaciones a la democracia en Afganistán, como no
podía ser otro en un país ocupado. Las recientes elecciones fueron
universalmente reconocidas como fraudulentas, pero Karzai sigue como
Presidente.
La
situación de las mujeres afganas es casi tan terrible que bajo los
talibanes. Karzai incluso ha aprobado una ley mediante la cual los
hombres pueden violar a sus esposas, algunas de las cuales tienen
menos de 10 años.
Así
es Afganistán tras más de 8 años de ocupación. No se puede
justificar el derramamiento de sangre inocente que la población
civil afgana está pagando por culpa de la presencia militar
extranjera. Y este sufrimiento se extiende a las familias de los
soldados ocupantes, que ven como los suyos caen en una guerra de
objetivos oscuros.
Expresamos nuestra solidaridad con el pueblo afgano, y nuestro deseo
que se les permita levantar su propio país, sin la ocupación y sin
los señores de la guerra y narcotraficantes que ésta conlleva.
Pedimos al gobierno que anule el envío de tropas, y que retire
inmediatamente los efectivos que actualmente participan en la guerra
de Afganistán. El millón de euros al día que el gobierno español
actualmente gasta en la ocupación debe ir a fines sociales.
En
este sentido, expresamos nuestro apoyo a la Campaña por la retirada
de las tropas españolas de Afganistán, y a las movilizaciones contra
la guerra que ésta convoca entorno al 20 de marzo de 2010.