Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Psicología mundana y psicologías académicas
Juan B. Fuentes Ortega
Universidad Complutense de Madrid

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 En la entrada  Coordenadas antropológicas de la Psicohistoria se ha presentado al psiquismo (específicamente) antropológico como una modulación inherente a la figura de la persona humana que tendría lugar en proporción al desfallecimiento de las relaciones transitivas y simétricas entre las normas que -en una sociedad histórico-civilizada - en principio pueden siempre propagarse ("progresivamente") a partir del enfrentamiento ("regresivo") entre las mismas. En la medida en que semejante desfallecimiento conlleva la mutua neutralización de las normas como planes colectivos de acción, las operaciones de los individuos comienzan a quedar a la deriva de las normas, en cuanto que multi-fugados entre ellas, y es en esta medida, como se ha visto, en la que comienzan a expandirse entre los individuos relaciones operatorias contingenciales o psicológicas que (siempre en algún grado) estarán presente en el tejido social de una sociedad histórica o civilizada, como un campo psico-histórico cuya mayor o menor expansión dependerá a la postre de la capacidad de resolución, en último término política, de los problemas socio-políticos de la sociedad de referencia. La "masa expansiva" de semejante campo psico-histórico podrá adquirir, pues, muy variados y diversos grados y modulaciones, en cada contexto histórico-político concreto, pudiendo dar lugar a diferentes y características configuraciones.

 Pues bien, en la presente entrada pretendemos esbozar la génesis y formación de una muy determinada configuración de este género, como es precisamente la propia psico-logía en cuanto que disciplina especializada (y/o académica), que tendrá lugar a partir de determinadas condiciones del desarrollo de dicho campo psicohistórico. Dichas condiciones fraguan, como ahora veremos, básicamente en las sociedades occidentales modernas, y muy especialmente a partir de su proceso de industrialización; será conveniente, por ello, comenzar por decir unas palabras sobre la modulación característica que creemos que adopta el campo psicohistórico en la modernidad occidental.


 1. A los efectos de lo que nos interesa destacar, podríamos comenzar por situarnos, ante todo, en un tipo de escenario social característico de la sociedad occidental moderna: en las grandes ciudades cosmopolitas de las sociedades burguesas preindustriales, y considerar la presencia en estos escenarios de ciertos tipos de individuos portadores de determinados aquetipos socio-culturales, de cuyos contactos inter-personales brotará (como luego verenos, en un estado comparativamente puro) la configuración psico-histórica más característica de la modernidad occidental (preindustrial). Nos referirmos, ante todo, a las clases aristocráticas paulatinamente desprendidas de sus tareas históricas por el ascenso de las clases burguesas , en confluencia con ciertos segmentos burgueses ilustrados ("los intelectuales"), y también con los propios burgueses en cuanto que consideremos aquéllas de sus ocupaciones que no tienen directamente que ver con el control de la producción y el comercio. Estamos apuntando, pues, a un modo de vida caracterizado, básicamente, por su caracter segregado o excedente respecto de las operaciones con contenido directo socio-político, hecho posible sin duda por la riqueza económica generada por estas sociedades, y por ello a un tipo de relaciones inter-personales esencialmente ociosas en cuyo seno podremos ver abrirse paso un tipo muy singular de "consumo", que se aplica a las propias relaciones sociales ociosas (1).

 Semejante contexto se nos ha de presentar como un escenario en cierto modo paradigmático de generación y multiplicación de relaciones inter-personales despersonalizadas, según nuestro propio concepto de persona, puesto que aquí la disociación o el desprendimiento de las operaciones de los individuos respecto de las relaciones simétricas entre los planes colectivos de acción parece que haya de ser la ley. No dejamos de suponer, naturalmente, que estas operaciones ociosas deban organizarse, como cualesquiera otras operaciones antropológicas, según pautas normativas, entre las cuales sin duda deberán asimismo brotar diversos desajustes o enfrentamientos; ni podemos dejar de suponer siquiera un mínimo tejido de relaciones de simetrización entre tales enfrentamientos como consecuencia de la condición civilizada de los mismos. Pero lo que destacamos es la singular, y en cierto modo paradigmática, desproporción entre el desfallecimiento de dichas relaciones simétricas y su propio tejido simétrico mínimo, lo que constituye, como decíamos, en buena medida la ley de semejante modo de vida.

  Semejantes escenarios habrán de constituirde de este modo en un caldo de cultivo privilegiado para la floración y extensión de relaciones psicológicas, las cuales adoptan ahora una muy determinada configuración que importa destacar: se trata, según proponemos, de la figura del "teatro" en cuanto que, como ahora veremos, "dramatización de la vida personal". Al hablar aquí de "teatro" no nos referimos, en principio o primordialmente, a su forma institucional profesional (al "arte dramático"), sino a una situación social característica más general y radical - que, entre otras cosas, no estaría precisamente desligada de la expansión y acogida social del teatro como institución profesional en las sociedades que la generan -. "Teatro", en efecto, en cuanto que la vida de los individuos adopta ahora básicamente la forma (psico-histórica) de un juego de re-presentaciones, precisamente por efecto del carácter multi-fugado de sus operaciones respecto de sus arquetipos normativos. Pues será, en efecto, la figura de la "re-presentación" la modalidad que adquiera ahora la puesta en práctica o ejecución de las normas cuando cualesquiera de ellas han empezado a valer, desde el punto de vista socio-político, "lo mismo" - esto es, "tan poco"-, por efecto de su mutuo desvanecimiento o netralización como planes socio-políticos de acción, y por tanto cuando cualquiera de ellas pueda estar "en lugar de otra" - y esto es justamente "re-presentar"  - dependiendo, más que de su posible valor socio-político, de su mera eficacia en el control psicológico de los demás (o de uno mismo), esto es, en ese contínuo reajuste o reorientación de las relaciones contingenciales entre los individuos que se han abierto paso precisamente a raiz del desvanecimiento de los planes socio-políticas de acción. Por así decirlo, los arquetipos ahora meramente se "adoptan" (en función, como decimos, de su eficacia en el control psicológico) y justo en esta medida su ejecución se torna en una "actuación", o  "re-presentación" - en su sentido teatral - (2).

 La vida de los individuos empieza ahora a vivirse - a "actuarse" -, según apuntábamos, como una dramatización de la propia vida personal; dramatización que implica, repárese, una inevitable degradación de la "tragedia" (esto es, del carácter radical y constitutivamente irreconciliable), que, según veíamos (3), supone en principio para todo individuo (civilizado) el desfallecimiento (psicológico) reversible de su propia identidad personal (y moral). Se ha de reconocer, por ello, que el "drama" por antonomasia - como figura psico-histórica - no es otro más que, precisamente, el psico-drama en el que (ya antes de que éste se torne en una técnica especializada psicoterapéutica ) puede convertirse la vida de las personas en determinadas situaciones socio-históricas (4). En semejantes modos psico-dramáticos de vida, la acción de cada individuo tiende a configurarse como una suerte de mero caleidoscopio de perfiles, continuamente cambiantes o en transformación contingencial, en cuanto que, en efecto, el "perfil" es ahora el efecto que cada norma (y por ello cada indididuo que la adopta) tiene sobre otra norma (y/o sobre otro individuo) cuando entre ellas ya median, desvanecidas sus relaciones transitivas socio-políticas,  predominantemente relaciones de carácter psicológico o contingencial. Los individuos manejan ahora en efecto sus caleidoscópicos perfiles, en sus relaciones mutuas, según la oacasión lo requiere, es decir, a efectos del control mutuo de sus conductas.

  Y éste el sentido en el que en este tipo de situaciones podemos encontrar abundantes muestras de lo que podremos caracterizar como psico-logía mundana; esto es, de un "saber" psicológico, sin duda intencional o planificadamente dirigido al control de la conducta de los demás (y/o de la propia) y que ya va implícito en el propio hecho de comportarse (de ejecutar conductas en cuanto que operaciones multifugadas normativamente), en cuanto que no consiste sino en el control de suyo inherente al hecho de comportarse (5). Semejantes redes de saber psicológico mundano se extienden  histórico-sociamente con anterioridad a toda forma de posible saber psicológico "especializado" o "académico", y lo hacen, a su vez, como ahora veremos, como condición socio-histórica de dicha especialización.

 Por lo demás, este control se efectuará no sólo sobre la conducta de los demás, sino también, como venimos apuntando, sobre la propia conducta, en cuanto que los sujetos siguen manteniendo sin duda relaciones reflexivas (devenidas entre medias de las relaciones sociales con los demás (6)), si bien ahora estas operaciones reflexivas "cuentan con los otros" - con sus intereses o normas -, no ya tanto para confirmarlas o rectificarlas simétricamente, cuanto en función de la eficacia en la prosecución de su control psicológico; ello quiere decir que estos sujetos aprenden a "tratarse a sí mismos" según las mismas estrategias de control aprendidas en el trato psicológico con los demás, y además como condición intercalada de la propia eficacia controladora de dicho trato. Y acaso sea al creciente espesor que en los contextos socio-históricos señalados va históricamente adquiriendo semejante trato psicológico de uno mismo a lo que muchas veces se refiera la expresión "intimidad", es decir, a ese charco en donde cahapotean las operaciones reflexivas ocupadas en el auto-control psicológico de los propios segmentos conductuales como condición de eficacia del control psicológico de las conductas de los demás. La "intimidad" en este sentido no es, desde luego, ningún ámbito "interior" originario (acaso "mental") que se supusiese al margen o des-pegado del mundo "exterior", cuanto una configuración (psico-histórica) muy específica adoptada por la conducta consistente en su auto-control psicológico como condición intercalada del control psicológico de la conducta de los demás; por ello, lejos de estar al margen o des-pegada del "mundo exterior", lo que se encuentra es encogida respecto de propia moralidad, a la cual, por su parte, acaso conviniera mejor la más sobria expresión de "fuero interno" (porque el sustantivo "fuero" connota ya un ámbito, si bien re-plegado - respecto de los demás -, a su vez de legalidad, y por tanto conectando dialécticamente dicho re-pliegue con su des-pliegue político-social; aun cuando el adjetivo "interno" siga siendo equívoco por sus posibles connotaciones de una presunta interioridad originaria que de ningún modo existe).

 1.1. Ahora bien, importa señalar que, aun cuando hemos remitido de entrada esta forma de vida psico-dramática a ciertos escenarios muy específicos - a la vida ociosa de la ciudad cosmopolita burguesa (de momento preindustrial) - en donde ella arraiga y se expande en su estado, diríamos, comparativamente más puro,  lo cierto es que estos escenarios y su modos de vida caracterísiticos no dejan de ser sólo una cristalización (muy significativa, desde luego, a los efectos mencionados) de líneas y tejidos socio-históricos más de fondo, estructuralmente responsables de aquellas cristalizaciones, y entre los cuales nos será dado también reconocer la presencia de configuraciones psico-históricas semejantes, aun cuando dotadas ahora de un espesor comparativamente menor en proporción al peso (directamente socio-político) que deben adoptar ahora las redes socio-políticas con las que se tejen y que las segregan. Con todo, serán precisamente estas redes directamente socio-políticas las que, por su estructura histórica característica (por tanto: por sus fallas histórico-políticas), segregen dichas configuraciones psicológicas como hilos internos y a veces muy significativos de su propio tejido.

 A este respecto, y dados los límites del presente artículo, nos limitamos meramente a señalar un esquema que, sin perjuicio de su carácter ciertamente muy general, nos parece que apunta a la raíz de las formaciones psicohistóricas características de la mordenidad occidental (de momento, pre-industrial), como es el siguiente. Lo que sugerimos es que seguramente habrá que ver en la extensión planetaria de las relaciones mercantiles, generada a partir del descubrimiento y la consiguiente incorporación planetaria del mundo americano, y sometida al control económico de las burguesías (sobre todo finacieras) europeas (y especialmente las protestantes y judías) el contexto estructural de fondo de las fallas histórico-políticas estructurales de la política moderna, y en esta medida de la generación de la formas de vida psicológicas de la modernidad; y ello precisamente en la medida en que la circulación planetaria de mercancías acabe por imponerse como el plan o el proyecto universal (planetario común) a la que acabe por tener que subordinarse toda la vida política. Pues serán las partes socio-políticas de la totalidad social constituida ahora ya por la sociedad efectivamente universal (en cuanto que planetaria), y en concreto - por atenernos al registro político más significativo - sus partes políticas constituidas por los propios Estados (ante todo, los Estados modernos europeos), las que irán viendo cómo deben ir subordinando progresivamente, y en esta medida deshaciendo, todos sus planes políticos de acción (de relaciones entre ellos) a la circulación planetaria de mercancias, la cual, en la medida en que precisamente se constituye en una finalidad universal que se consume o agota en sí misma, nos parece que constituye la raíz de la falla estructural de la política de la sociedad universal occidental moderna (de sus propios Estados), y por ello a la postre la condición de la imparable expansión de las relaciones psicológicas en la cultura de referencia.

 Una enorme masa de relaciones psicológicas estás que, en efecto, veremos ahora abrirse paso, ya no sólo entre los individuos ociosos de las grandes ciudades cosmpolitas, sino también (aun cuando sin duda con un peso específico diferente) entre toda clase de las propias instituciones socio-políticas de la nueva sociedad universal (y por tanto entre sus individuos), incluyendo ciertamente aquéllas de primera magnitud: por ejemplo, en las relaciones políticas entre los propios Estados (entre sus cortes, ministros, diplomáticos, militares...), o también entre las grandes confesiones religiosas, que, como fuerzas políticas de primer orden, ocupan su lugar en el tejido de los enfretamientos políticos de esta sociedad (7). Unas relaciones psicológicas éstas que sin duda se segregan a partir de los propios cursos políticos actuantes (de sus enfrentamientos), a la vez que se intercalan entre ellos, no dejando de cumplir por su parte una cierta función, a saber: la de diferir (dilatar o desplazar) la resolución política de los enfrentamientos políticos, una función ésta que (repárese) precisamente de algún modo debe cumplirse en el contexto de unos enfrentamientos cuyas fallas resolutivas objetivamente requieren de semejantes trámites de diferimiento. Seguramente el tipo de política característica de la sociedad barroca nos ofrece la muestra más ejemplar de lo que estamos señalando (8).


 2. Pero, como decíamos, en los límites del presente artículo hemos de ceñirnos a apuntar tan sólo a esta enorme masa en expansión de psicología mundana que constituye el campo psicohistórico de las sociedades occidentales modernas (preindustriales), a partir del cual, pero dadas a su vez ciertas transformaciones críticas del mismo, veremos surgir esa institución que es la psicología moderna como disciplina.

 2.1. Y para percibir dichas transformaciones hemos de situarnos, en efecto, en el contexto de la revolución industrial, y en particular en el marco de las migraciones masivas de población campesina a los grandes ciudades industriales, en donde tendrá lugar la generación de unos nuevos ámbitos socio-culturales muy determinados - básicamente estos cuatro: el industrial-laboral, el escolar y educativo, el jurídico-policial y el médico-psiquiátrico -, en los cuales nos será dado percibir ya no sólo una nueva oleada de precipitación masiva de relaciones psicológicas, sino asimismo una nueva y específica necesidad social de control institucional de las mismas, cuya tramitación llevará a cabo precisamente la nueva disciplina psicológica.

 Se comprende el surgimiento de esta nueva necesidad social de control si se considera, ante todo, el nuevo tipo de enfrentamientos (directa y eminentemente socio-políticos) generados por estos nuevos contextos (básicamente, las luchas obreras de finales del pasado siglo y de comienzos del presente), de modo que se pueda discernir, en su seno, la modulación específica que ahora adopta el desfallecimiento reversible de dichos enfrentamientos respecto de la red política básica constituida por ellos. Pues será, en efecto, el alcance o la potencia que, por un lado, alcanzarán ahora estos enfrentamientos (como conatos que en principio amenzan capacidad para desintegrar los marcos de poder que los generan), en conjunción con las fallas de las resoluciones políticas de los mismos (las fallas en la destrucción y eventual reconstrucción de dichos marcos) los que generarán unos nuevos márgenes de relaciones psicológicas que, por el especial significado de su extensión masiva entre la población, amenazan, sí no con destruir, sí con perturbar el mantenimiento de los propios marcos de poder que los generan, por lo que se hará preciso un control organizado o institucional de dichas relaciones, orientado ahora a re-acomodarlas  en la dirección de frenar o contener la perturbación social que ellas amenazan. Pues, en efecto, dichas relaciones se viven o experimentan ahora como un "malestar", no accidental u ocasional, sino constitutivo, por cuanto que deriva del propio desfallecimiento en la constitución de unas personas que están precisamente constituyéndose con unos tejidos muy fuertes, como corresponde a los enfrentamientos políticos de primera magnitud en los que están involucrados. Es por ello por lo que dicho malestar, si bien no amenaza por sí mismo con desintegrar frontalmente los marcos de poder establecido que lo generan (pues dicha amenaza sólo podría provenir de los enfrentamientos políticos cuyo desfallecimiento justamente genera dicho malestar), sí ocasiona una "onda social" de expansión de perturbaciones suficiente como para que la exigencia de prevenir sus costes sociales adopte ahora la forma de la institucionalización de una nueva disciplina. La psicología académica o especializada cumplirá precisamente el trámite de semejante prevención.

 Mas la función social (objetiva) que, por su parte, semejante trámite de control podrá cumplir no podrá ir a la postre más allá (como por lo demás ya apuntábamos en otro contexto) de diferir (dilatar o desplazar) la propia irresolución política de los enfrentamientos; de introducir, por así decir, un "margen de dilatación" en el seno de las propias irresoluciones de los problemas socio-políticos, si bien se trata, en cualquier caso, de un margen en cierto modo (objetivamente) necesario, dadas precisamente aquellas situaciones sociales ellas mismas constitutivamente inestables en su proceso de resolución política.

 Podríamos caracterizar, pues, a este primer frente de la institucionalización de la psicología como disciplina, como un frente de "atención" o "servicio" social público; "público", en efecto, en cuanto que serán determinados poderes públicos - políticos, o esencialmente asociados al poder político - (estatales o no; por ejemplo, las grandes empresas) los primeros interesados en disponer de un dique de prevención o contención organizado de los posibles costes sociales que la generalización a la nueva población (trabajora) de aquellas perturbaciones pudieran acarrear, y esto con entera indiferencia en principio de que sean los propios individuos quienes por inciativa propia soliciten dichos servicios.

 Se comprende, entonces, que el núcleo de estas primeras intervenciones especializadas públicas lo constituyera, ante todo, precisamente el dispositivo psicotécnico, (orientado, por ejemplo, a la "formación y orientación profesional", o a la integración escolar), en cuanto que intervención, en efecto, encargada de re-acomodar a las masas de individuos a las nuevas prácticas (u "ocupaciones") sociales en donde precisamente están incidiendo las perturbaciones psicológicas generadas por las nuevas condiciones históricas.

 Y a este resepcto es esencial comprender que el aparato factorial de las pruebas de "personalidad" (o aptitudinales y actidudinales en general) puesto en juego por la "psicotecnia" en modo alguno mide y/o clasifica ninguna suerte de capacidades o actitudes antropológicas universales (o "constitucionales" de los diversos tipos de individuos): y no sólo porque, de entrada, semejantes capacidades y actitudes son un producto histórico-social concreto (por ejemplo, en cuanto que ocupaciones profesionales especializadas exigidas por las nuevas formas de producción industrial), sino también porque ni siquiera aquellas pruebas se limitan de medir, de un modo neutral, dichas prácticas socio-históricamente determinadas, puesto que lo que de hecho hacen es, como apuntábamos, limitarse a re-acomodar a los individuos a dichas ocupaciones en la dirección de contener las perturbaciones o desajustes psicológicos inducidos por las fallas, siempre en último término políticas, generadas por el modo histórico concreto de producirse dichas prácticas u ocupaciones.

 En este sentido es ciertamente decisivo comprender que la metodología puesta en práctica por la "psicología de la personalidad" (o en general, por la psicotecnia factorial aptitudinal y actitudinal), orientada a reconstruir, a partir de unos factores o dimensiones presuntamente intra-individuales (actitudinales y/o aptitudinales) modelos combinatorios o factoriales que diesen cuenta de la desigual distribución de determinados presuntos tipos universales de personalidad entre los individuos no sólo (i) constituye una radical inversión (ideológica)  que retroproyecta al interior de cada individuo, como si fuese un rasgo constitucional suyo, los arquetipos normativos de hecho generados objetivamente en el medio histórico-social, sino que además (ii) - lo cual no es menos decisivo - opera ya sobre el derrumbamiento o la multifracturación de la propia integración personal de la persona, sobre cuyas piezas desmembradas recoge los "factores", "rasgos" o "dimensiones" con los que opera factorialmente. Es esencial, en efecto, a este respecto, comprender que los rasgos, factores o dimensiones con los opera factorialmente la psicología de la personalidad (o en general, toda la psicotecnia actitudinal y aptitudional) no son sino las piezas normativas resultantes de la multifracturación ("regresiva") de la persona cuando, como veíamos, dicha "regreso" queda desconectado o desprendido del "progreso" a la integración de la propia personalidad; lo que semejante trato psicológico nos ofrece es, pues, una mera combinación factorial de unas piezas normativas que, si precisamente pueden someterse a semejante trato - factorial -, es porque se encuentran ya desmenbradas en cuanto que desprendidas de su reconstrucción dialéctica progresiva personal. La psicología de la personalidad se alimenta, pues, diríamos, de los escombros (histórico-políticamente generados) de la personalidad - y acaso por ello, esta situación necesite ser ideológicamente encubierta y legitimada mediante el expediente innatista de suponer los rasgos como individualmente constitucionales (9)-.

  Se comprende, entonces, en definitiva, la índole precaria y paradójica que indefectiblemente deberá caracterizar a esta nueva técnica de control. Su carácter precario derivará sin duda de ésta se función de mero dilatador de los márgenes de irresolución política, una dilatación ésta que (y de aquí su caracácter constitutivamente paradójico) no podrá tener otra dirección más que la reiterarse indefinidamente como tal, esto es, la del rodamiento indefinido de los diferimientos (mientras los contextos histórico-políticos de fondo así lo permitan); este nuevo tipo de "especialista" se encontrará, en efecto, sometido a la inexorable paradoja de que su tarea no tiene a la postre ni principio ni fin, pues allí donde pudiera aparecer concluída, se encontrará de nuevo comenzando, sin más orientación ni horizonte que la de reiterar indefinidamente semejante indefinición.

 2.2. Pero además de este primer frente esepcializado de intervención psicológica "pública", hemos de considerar la formación de un segundo frente de intervención, que podríamos ahora caracterizar como "privado".

 Para apresar la formación de esta segunda modalidad de atención psicológica hemos de considerar ahora un nuevo tipo de contexto, devenido por transformación a partir de los contextos generadores de aquel primer frente de intervención. Nos hemos de situar, en efecto, según proponemos, ante todo en el seno de las sociedades occidentales ya desarrolladas, es decir, una vez ajustadas y estabilizadas en alguna medida las estructuras sociales básicas derivadas de las transformaciones características de la revolución industrial, y dentro de dichas sociedades, en el ámbito de las amplias clases medias ciudadanas benificiarias de dicha estabilidad (o "prosperidad"), así como en un determinado tipo de escenario social donde va a transcurrir buena parte de la vida de estas nuevas clases sociales, que es, de nuevo, el marco de la ciudad, en cuanto que lugar donde tendrá lugar, una vez más, una abundante eclosión de consumo social de relaciones sociales ociosas.

 Estamos, pues, en principio ante un tipo de escenario en buena medida semejante al que ya vimos al hablar de las grandes ciudades cosmopolitas burguesas pre-industriales: También ahora, ante todo, las relaciones sociales ociosas se generarán como un excedente o segregado de los lugares sociales directamente socio-políticos, que a su vez hacen posible (por la riqueza economómica generada) dicha segregación; pero la diferencia entre estos nuevos escenarios y aquellos preindustriales, a los efectos de lo que estamos considerando, estribará ante todo en lo siguiente: en la multiplicación literalmente masiva de la población sometida a dicha vida ociosa ciudadana (al ascenso de "las masas" sociales al "beneficio" de dichos modos de vida), así como en la multiplicación de los arquetipos normativos - ociosos - que se entrecruzan ahora de mil maneras en la, por su parte, asimismo multiplicada topología de lugares ociosos de esta nueva ciudad - de masas -.

 Y semejantes escenarios se nos han de mostrar, de nuevo, como lugares en cierto modo paradigmáticos de generación de relaciones despersonalizadas entre las personas, porque una vez más aquí parece que la disociación entre las operaciones de los individiduos y las normas como guías colectivas de relaciones socio-políticas (transitivas) entre ellos hubiera de ser la ley. Y, de nuevo, semejante desconexión generará una experiencia de "malestar", como corresponde a la necesidad de (re)integración personal que suponemos que no puede dejar de afectar a las personas del campo antropológico histórico-civilizado; si bien ahora, se tratará de otro tipo de malestar, diferente al que vimos que generaba la necesidad de organización de la intervención psicológica pública: un "malestar", por así decirlo, fenomenológicamente más laxo o difuso, puesto que ni el tejido socio-político específico respecto del cual, por desprendimiento, se genera (las relaciones transitivas mínimas, que por su índole a la postre civilizada deben seguirse dando en esta vida ciudadana ociosa), ni el tejido socio-politíco de fondo que conforma estas sociedades desarrolladas (digamos, en general: las democracias parlamentarias liberales estabilizadas) adquieren, ni mucho menos, el cuerpo o el alcance político de los enfrentamientos a los que antes nos referíamos (10).

 Semejante malestar, en conjunción con las necesidades (gremiales, profesionales) de extensión del nuevo cuerpo de especialistas - generado a partir de su primer frente de intervención pública - dará lugar a la formación de la nueva figura (especializada, profesional) de la atención psicológica privada, así como, creemos, al equívoco que de algún modo siempre a ésta acompaña. "Privada", ahora, en efecto, porque será ante todo en virtud de la inciativa propia de los individuos como éstos acudirán a las consultas psicológicas, configurándose un intercambio contractual entre ellos y los nuevos especialistas ajustado a la forma de los servicios profesionales liberales privados caracterísitcos de semejante medio social. Y "equívoco", ante todo, por esto: porque si bien la iniciativa que lleva a estos individuos a requerir ayuda o atención pudiera en principio deberse a la necesidad de reintegración personal (que hemos de suponer todavía actuando en ellos siquiera por su condición mínima de personas),  el carácter sin embargo ya psicodramático de su malestar les dispone, por así decirlo, en cierto modo a cualquier tipo de atención: y justamente "cualquier tipo de atención" es lo que en cierto sentido van a recibir en la consulta psicológica, en cuanto que, a su vez, aun cuando el profesional pueda representárselo de otro modo (como tarea de reestructuración de la personalidad), todo lo que en realidad éste podrá hacer, habida cuenta de los medios psicológicos de que dispone, no podrá ir más allá de  re-acomodar a sus pacientes indefinidamente en los mismos modos de vida psicológicos a partir de los cuales acuden a la consulta, con la inexorable consecuencia de una huida indefinida hacia adelante, en un aplazamiento sine die de la que pudiera ser su efectiva reestructuración personal. Lo cual nos pone sobre la pista, creemos, del significado de los incesantes cambios de tipo de terapia (de escuela) o de terapeuta que son tan característicos de los pacientes de las psicoterapias,  pues dichos cambios no expresan a la postre otra cosa más que el indefinido aplazamiento de la efectividad de dichas terapias (cualesquiera de ellas) en la reintegración personal, en la medida en que ellas mantienen (deben mantener, por necesidad gremial objetiva ) a los sujetos circulando por los mismos modos de vida que precisamente les conducen a demandar atención psicológica. Y ésta es la modulación que en el ámbito de la atención psicológica privada adopta ahora el carácter precario y paradójico que afecta a las técnicas psicológicas todas.

 Acaso la expresión más drástica que en este contexto puede adoptar el carácter paradójico de la intervención psicológica consista en esto: en la conciencia que tanto el especialista como el paciente pueden llegar a tomar respecto del hecho de que allí donde el paciente llegue a hacerse con la responsabilidad moral de su propia reconstrucción personal, ello sólo habrá podido ocurrir precisamente en la medida en que se sobrepasen los límites de la atención meramente psicológica. A este respecto, la cuestón más delicada y discutible sigue siendo la relativa a la medida en la que todavía el especialista pudiera  acaso recurrir a "medios" o "apoyos" psicológicos (contingenciales), aunque hubieran de ser "laterales", para facilitar, ya no la mera reacomodación al mismo modo de vida que actua como manantial de renovadas relaciones psicológicas,  sino la des-psicologización del individuo indefectiblemtne correlativa a su eventual reconstrucción personal. Semejante posibilidad sólo podría desde luego hacerse efectiva en la medida en que el terapeuta indujera cambios drásticos en los modos de vida de sus pacientes que instalasen a éstos en aquellos contextos normativos (socialmente disponibles) que, por la circulación en ellos de verdaderas relaciones socio-polítcas transitivas, hicieran posible su eventual reconstrucción personal y su consiguiente despsicologización; pero en tal caso, repárese, la des-psicologicación devendrá siempre como un efecto o consecuencia de dicha reconstrucción personal - lo que no cabe esperar es una reconstrucción personal generada por medios sólo psicológicos (11) - ; por ello precisamente nos preguntamos hasta qué punto pudiera todavía acaso recurrirse a "medios" psicológicos, que por ello ya debieran usarse como "puentes laterales", para facilitar el "desplazamiento" a la reconstrucción personal cuyo efecto sería la des-psicologización inicial o de partida (12).

 Por lo demás una derivación al límite que a su vez puede adoptar la atención psicológica privada es aquélla en donde, lejos de corregir drásticamente los rumbos de vida de los individuos, e incluso en vez de mantener a éstos a la deriva del modo de vida que conduce a la consulta psicológica, es la propia intervención psicológica la que se constituye en marco de referencia, al margen de cualesquiera otros contextos sociales normativos, de presunta reintegración personal: Esta situación ya no paradójica, sino ultraparadójica, se ha hecho posible sin embargo en los escenarios sociales que estamos considerando, dando lugar a lo que hemos denominado como "psicología salvíficas". En la entrada Psicologías salvíficas: El psicoanálisis como ejemplar de psicología salvífica ofrecemos un análisis de semejante tipo de situación.


 3. Señalaremos, para terminar, que la relación - psicohistórica genética - que aquí se ha ensayado entre la psicología mundana y las psicologías académicas implica una muy determinada concepción de la relación entre la psicohistoria y la psicología (13); una concepción, en efecto, según la cual, lejos de ser la "psico-historia" una subdisciplina hecha posible a partir de la "psicología" como disciplina general, nos ofrece más bien la imagen de la disciplina psicológica como una modulación psico-histórica específica generada a partir de sus fuentes posicohistóricas anteriores. Por lo demás, ni la psicología ni la psicohistoria pueden tener, en nuestra concepción, el estatuto gnoseológico de ciencias. La psicología no es desde luego una ciencia (14), sino una técnica de control social (de reacomodación de contingencias) que se mueve necesariamente entre medias - transversalmente - de arquetipos normativos pertenecientes a muy diversos y heterogéneos círculos categoriales (gnoseológicos) socio-culturales, entre cuyos conflictos normativos irresueltos puede establecer las mencionadas reacomodaciones contingenciales (15). Y la psicohistoria, en cuanto que comprensión de la figura antropológica específica (histórico-civilizada) del conflicto internormativo irresuelto socio-políticamente y de sus modulaciones históricas (incluyendo, entre ellas, la génesis de la psicología como displina), no deja de ser, desde luego, una genuina disciplina filosófica: un apartado de la antropología filosófica que se entreteje (remueve y abarca) con cuestiones sin duda ontológicas (como son, al menos, las relativas al entretejido entre la conducta zoológica y la antropológica).

 Y a este respecto es obligado realizar una observación final sobre las relaciones entre (el estatuto gnoseológico de) la psicología como disciplina antropológica y (el estatuto gnoseológco de) los conocimientos psico-zoológicos. No neganos, desde luego, que la psicología animal pueda formar parte, como trámite conjugado, de la biología (y en particular de la biología evolucionista) en el sentido que precisamente hemos discutido en la entrada Condiciones biológicas de la psicohistoria; lo que cuestionamos es que los conocimientos psico-biológicos y los psico-antropológicos guarden entre sí relaciones unívocas, ni siquiera análogas, si es que es cierto que, como sostenemos, la refluencia del psiquismo antropológico sólo tiene lugar por la medidación de unas normas (que suponemos ausentes de la conducta animal) y de sus conflictos históricos socio-políticos (que suponemos no menos ausentes en dicho ámbito); nos parece por ello que las relaciones entre ambos tipos de conocimientos serían a la postre equívocas - y en ello sin perjuicio del hecho sociológico de su reunión administrativa  en los estudios académicos de psicología, una reunión que, seguramente por semejante caracter gnoseológicamente equívoco, no ha dejado nunca de presentarse como un prolijo conglomerado en perpetua equi-vocación -.



NOTAS Y REFERENCIAS

(1) La aplicación, por analogía, de la idea inicialmente económica de "consumo" al ámbito de las relaciones ociosas tiene su fundamento en lo siguiente: por analogía con la finalización o consumación de un valor de uso que la idea de consumo implica, aludimos al hecho de que la vida ociosa que estamos considerando no tendría otra finalidad más que la de terminarse o consumirse en sí misma, en cuanto que excedente respecto de las operaciones con "contenido directo" socio-político.  Ello no quiere decir, por lo demás, que las normas que regulen esta vida ociosa hayan de ser enteramente ajenas a todo significado socio-político, pero sí que estos significados se encuentran como derivados o meramente reflejados en ellas.
(2) En su libro sobre la ciudad, el individuo y la psicología, Marino Pérez ha realizado brillantes observaciones sobre las relaciones entre "psicología y teatro" en el ámbito de la ciudad moderna. Ver a este respecto en: Marino Pérez (1992) Ciudad, individuo y psicología. Freud, detective privado; Madrid: Ed. Siglo XXI.
(3) Consultar a este respecto en la entrada  Coordenadas antropológicas de la Psicohistoria, en esta misma obra.
(4) Y acaso en un medio social predominantemente dramático (psico-dramático) en el sentido apuntado, a la persona trágica sólo le sea dado responder críticamente con la ironía. Me permito, a este respecto, apuntar que seguramente "El Quijote" constituya un monumento sin igual del ejericio de la crítica mediante la ironía de la sociedad de su tiempo. Pues Don Quijote es una figura de ideales esenciales medievales rodeado ya por un medio burgués crecientemente (psico)dramático, en donde sería la generalización de la "actuación" - psicodramática - la que precisamente otorgaría estatuto de normalidad sociológica a la misma. ¿Qué otra respuesta le queda, en semejante escenario, a un caballero medieval más que sobre-actuar, como modo sutilísismo (por parte de Cervantes) de ejercer la crítica, mediante la ironía,  del modo de vida psico-dramático, de "actores", que en realidad llevan los demás?
(5) Que el saber psicológico se reduce al control psicológico (de las conducta del otro, o de la propia) que a su vez va implícito en el hecho mismo de comportarse es una enseñanza que podemos obtener a partir de la práctica del análisis funcional de la condcuta skinneriano, así como a partir de algunas obervaciones muy atinadas que Skinner supo hacer acerca de episodio de control interconductual que siempre supone todo saber psicológico. Por lo que respecta a nuestra interpretación del análisis funcional de la conducta, así como de las observaciones meta-psicológicas sobre dicho análisis propuestas por Skinner, puede consultarse en: Fuentes Ortega, J. B. (1992): "Conductismo radical vs. conductismo metodológico: ¿qué es lo radical del conductismo radical?, en Vigencia de la obra de Skinner; Granada: Monográfica de la Universidad de Granada, pp. 29-60; o también en: Fuentes Ortega, J. B. (1992): "Algunas observaciones sobre el carácter fenoménico-práctico del análisis funcional de la conducta", Revista de Historia de la Psicología, Vol. 13, nºs 2-3, pp. 17-26.
(6) Consultar a este respecto en la entrada  Coordenadas antropológicas de la Psicohistoria.
(7) Nos permitimos, a este respecto, sugerir si acaso no habría que entender a la Compañía de Jesus como una singular organización dentro del ámbito católico, cuya singularidad habría que cifrar precisamente en esto: en su voluntad sistemática y planificada de recurrir a las estrategias psicológicas, ya actuantes en el mundo, para ponerlas al servicio de un plan civilizatorio que desde luego no es en modo alguno psicológico, como sería la efectiva extensión planetaria del catolicismo. Lo que el movimiento jesuita habría intentado en tal sentido desde siempre es, contando con el hecho cultural de la expansión de relaciones psicológicas (generadas a partir de la expansión del protestantismo, y siempre más contenidas en el orbe católico), digamos, sobre-incluir dicha expasión psicológica al servicio de un proyecto civilizatorio universal ya no psicológico: Intentar ser, por así decirlo, los más astutos (o críticos) de los psicólogos - mundanos - al contar con la inevitabilidad del control psicológico, pero para subodinarlo a fines ya no psicológicos (y este sería, por cierto, el sentido cultual profundo de la connotación de "sutil hipocresía" asociada mundanamente a la expresión "jesuitismo"). Cuando se lee, en efecto, por ejemplo, el Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián, se encuentra uno con que, a modo de declaración de principios, el libro se abre con una consideración acerca de "lo difícil que en estos tiempos se ha tornado el llegar a ser 'persona'"; pero si sigue leyendo, se encontrará toda clase de hábiles recursos psicológicos - toda una lección de psicología mundana : de "habilidades sociales", según las llaman los psicólogos académicos en la actualidad), destinadas precisamente a llegar a hacer posible en el medio social existente el mantenimiento de la persona. La cuestión es si semejante pretendida sobre-inclusión desde la persona de la vida psicológica por medios psicológicos es precisamente posible.
(8) Y acaso, por cierto, la relación de "contrapunto" entre las "fugas" y el "tema" base características de la música barroca tengan su equivalencia en las relaciones de intercalamiento ("contrapunto") entre las secreciones ("fugas") psicológicas y el tejido ("tema") socio-político de base que las generan.
(9) A este respecto se debe consultar lo que se ha dicho sobre las relaciones y diferencias entre la "persona (político-moral)" y la "personalidad (psicológica)" en la entrada: Coordenadas antropológicas de la psicohistoria. Por lo demás, parece claro que los "rasgos actitudinales" de la psicotecnia se corresponden con los contenidos normativos dados en el eje histórico-antropológico de las "relaciones sociales", mientras que los "rasgos aptitudinales" tendrían que ver ante todo con los contendios del eje de las "medios de producción". A este respecto, puede consultarse también en la mencionada entrada.
(10) Una malestar, en efecto, psico-dramático, a diferencia del malestar, con componentes trágicos, al que anteriormente nos referíamos (el resultante de los fracasos de las luchas obreras): "Angustia", "nausea", "desfondamiento", "tedio vital" ... son algunas, entre otras muchas, de las connotaciones de este malestar psico-dramático al que ahora nos referimos que han sido abundamentemente recogidas en la literatura (sobre todo existencialista) del siglo: desde el Ulises de Joyce a La nausea sartreana, por traer aquí, simplemente a título de recordatorio, dos muestras literarias significativas a este respecto.
(11) Como dijera Spinoza en la última proposición de su Etica (en la proposición XLII de la Parte Quinta): "La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozanos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella" (subrayado nuestro).
(12) Acaso básicamente el mismo tipo de problema que, a otra escala, acompañara desde siempre a la Compañía de Jesús - si nos atenemos a lo dicho en la nota 7 -.
(13) Entre las "cuestiones psicohistóricas" y el "laberinto de la psicología", que era, en efecto, la cuestión nuclear que contemplábamos en la entrada general: Psicohistoria: Las cuestiones psico-históricas y el laberinto de la psicología.
(14) No constituye, en efecto, un campo temático operatoriamente cerrado y recurrente de relaciones entre términos dados a la escala constuída por su propio cierre (por compendiar en dos palabras la idea buenista de "cierre categorial" que asumimos como característica de las ciencias).
(15) Acerca del carácter técnico, en cuanto que puramente fenoménico-práctico, del saber psicológico, puede consultarse en: Fuentes Ortega, J. B. (1992): "Algunas observaciones sobre el carácter fenoménico-práctico del análisis funcional de la conducta", Revista de Historia de la Psicología, vol. 13, nºs 2-3, pp. 17-26; o también en: Fuentes Ortega, J. B. (1993): Posibilidad y sentido de una historia gnoseológica de la psicología. Una primera aproximación a la génesis y configuración de la psicología moderna", Revista de Historia de la Psicología, vol. 14, nºs 3-4 pp. 23-37.


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