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Hace ya poco menos de dos siglos, Goethe escribía este pequeño poema sarcástico que llevaba por título "Ciencia": "La diosa celestial para unos; y para otros una vaca aplicada que les da mantequilla."
Hoy, la definición sigue vigente, sólo que ya no está tan clara la distinción entre unos y otros: para unos y otros la ciencia sigue siendo la diosa por cuya boca se espera oír la verdad, y tiene que ser así porque la ciencia es útil, porque funciona, porque obtiene resultados acordes con la finalidad que se propone. Nos encontramos, pues, con un fenómeno religioso con todas las de la ley: el milagro refuerza la fe.
En esta discusión, pretendo mostrar que este punto de vista, si bien refleja un hecho social, no refleja ni la génesis ni la esencia del hacer científico. Es tan sólo resultado de una transferencia inadecuada: las creencias convierten en verdad lo que se construye para la acción comunicativa y por una necesidad de otro orden. Existe, en la génesis de toda indagación científica, un rasgo que es común tanto a la ciencia como al arte; me refiero a la necesidad de representación. Y representar es presentar algo desde otra perspectiva o en otro ámbito, esto es, construir.
La propuesta que el título de la charla indica: la ciencia como ficción no es peyorativa; todo lo contrario. Trata de situar la actividad científica en una perspectiva epistemológica que la asimile a las formas representativas y creadoras de realidad, acusando así el viejo -y renovado actualmente- realismo de mantenernos anclados en las convicciones planas que reinciden en el paralelismo razón-naturaleza avalado por un origen único/divino, y el conformismo ciego que de ahí derive.
El empirismo no es una característica suficiente para definir la ciencia. Esto es hoy un tópico inservible. La percepción ya no provoca las teorías. Ellas se construyen en abstracto. La ciencia poetiza. El deseo de Nietzsche: "Sócrates ejercitándose en la música", se ha cumplido: el hombre teórico es un artista, y sus ficciones: sus sueños, configuran nuestro mundo porque un mundo no es otra cosa que un modo de ver, esto es: una selección de trayectorias significativas.
La diferencia entre el hombre teórico
de Nietzsche, aquel cuya finalidad era la búsqueda de la verdad,
y el hombre teórico actual es que éste ya no busca la verdad
sino que la hace. La realidad, ciertamente, puede prestarse o no a ello,
puede responder o no a la propuesta, pero de ahí no se deduce una
verdad sino, en todo caso, la eficacia de la teoría, lo cual no
es lo mismo. Que la naturaleza responda o no es parte del juego y el hombre
teórico sabe que existen muchos tableros posibles y que según
el tablero en el que juegue deberá usar unas fichas u otras.
El sentido no está dado. Que algo sea significativo depende del
modelo en el que el científico decide que su mirada o su pensamiento
navegue. Y esto se llama arte. La ciencia, como el arte, crea mundos a
partir de otros mundos creados, metaforizondo. Y la incógnita inicial,
de haberla, probablemente no sea ni oportuno nombrarla .
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NÓMADAS.0 |