NOMADAS.0 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

Más allá de la Modernidad
 1. Ni diferencia ni repetición: La identidad negada
[Román Reyes] (*)(**)

  Texto intempestivo
  De individuos sin atributos a ciudadanos anónimos
  Neutralización del riesgo: la re-conversión del espacio
  El tiempo recuperado: la trans-formación de la cotidiano
  Extra-dicción

 

0. TEXTO INTEMPESTIVO

Dígame, buen hombre, ¿por dónde se va a Roma?, preguntó un peregrino cansado de andar. Todos los caminos conducen a Roma, le contestó el posadero. Esa es mi gran tragedia ... porque nunca quise ir a Roma, comentó desencantado el viejo caminante.

Dígame, buen hombre, ¿por dónde se va a otra parte?, volvió a preguntar al día siguiente. Todos los caminos conducen a alguna parte, le contestó a su vez el mismo posadero. Esa sigue siendo mi gran tragedia ... porque jamás quise llegar a parte alguna, comentó en silencio el peregrino con idéntico cansancio y trasnochada tristeza.

Al tercer día nadie preguntó al posadero cosas de tanta importancia, ni jamás, a partir de entonces, volvió a oirse hablar de caminantes tan incómodos. Dicen que el peregrino abandonó el pueblo al amanecer, que se detuvo al salir a la puerta del cementerio y que alguien le vio llorar cuando retomó su camino.
 

1. DE INDIVIDUOS SIN ATRIBUTOS A CIUDADANOS ANONIMOS

La voluntad de (querer)poseer ha con-fundido al hombre moderno. Por comodidad o necesidad se ha dejado se-ducir con arriesgada facilidad por un oscuro objeto del deseo, de naturaleza compleja y de incierta efectividad. Los objetos de(l) deseo están en cualquier parte, pueden tomar cualquier provocadora forma, tener cualquier insospechado tamaño, adaptarse a cualquier circunstancia. Y hasta pueden no-ser estando, nada más que un sueño, una posibilidad que no termina siquiera de enunciarse. Uno mismo puede incluso sorprenderse siendo un objeto preciado/odiado de deseo. Los objetos-de-deseo aparecen tan pronto como alguien esté en condiciones de in-vocarlos. Con la misma celeridad desaparecen cuando quien los invocara recupera la afonía originaria. Permanecen los relatos: los objetos del deseo, como elementos definitorios de las historias de vida.

Mientras tanto, asume uno en solitario el inevitable riesgo: en-carnar una materia ajena, dándole una interesada forma, desconociendo la moldeabilidad de ese caprichoso objeto que nos sedujera.

La imperiosa necesidad de afirmación de su singularidad ha llevado al individuo de nuestro tiempo a com-prometerse con lo otro. En tanto que complemento (co)diseñado en complicidad manifiesta, para este específico y excluyente fin: conseguir que estén ahí  --para alguien, para algo--, que aparezcan en el campo de nuestra referencia, que se proyecten sobre ese plano-soporte de la singularidad que se nos ha asignado  --un nombre común--  y de la conciencia de sí-mismo que alguien pueda atribuirse: un coyuntural nombre propio.

En las fronteras de la modernidad el espacio del intercambio y el mundo de la interacción  --no traspolable, jamás generalizable-- se nos presenta como un difuso y contradictorio conjunto de vivencias: lo que clasifico como mi propiedad (lo que se tiene y se desea o no conservar) y aquello otro que catalogo como propiedad ajena (lo que no se tiene y/o se desea, y/o se necesita).

No sé si lo que vivo como carencia/abundancia en mí o en los otros es un indicador plausible que legitime mi singulidad y garantice mi anhelada diferencia. Porque hemos perdido nuestra sombra, el hombre moderno apenas deja huellas  ---no es sujeto historiable--. Ciudadanos permanentemente de paso, abandonamos nuestra ruta sin saber cómo podría haber sido posible vivir una experiencia alternativa: si es cierto que, de existir, son sólo experiencias para mí, pensando/esperando un reconocimiento, que los otros le pongan un precio, que accedamos al mercado correspondiente, si aceptaríamos, en definitiva, la cotización que nos correspondiera.

Ciudadano de una ciudad fronteriza sin historia, sin nombre propio que le proteja, traicionado, abandonado a su suerte, aunque ahora con una identidad débil, que se hace reconocer tras atributos de préstamo. Ese individuo anónimo se siente enjaulado/oculto. El individuo sólo existe en la propia y circular interacción yo-medio. Los procesos de individuación no pueden ser otra cosa que complejos/oscuros procesos de exclusión, de negación.

No sabemos siquiera formular correctamente la pregunta fundamental qué sea una vivencia. Porque las definiciones de vivencia son disculpas/respuestas para garantizar un equilibrio, un orden racional. Nos escondemos, por eso, en el espacio de la domesticación de lo privado, en las fronteras de la singularidad: espacios semi-públicos/semi-privados, la trasparencia es allí sólo una ficción de apertura y de donación/receptividad. Pero el sentimiento de protección provisonal no basta.

Porque no homologan las imágenes/los sonidos  --seguimos haciéndonos imágenes de las cosas en su medio, que es el nuestro, para que las cosas sigan siendo lo que interesan que sean--, imáges y sonidos mediáticos  --que son los objetos y objetivos de la mediación y que mediatizan al ser registrados/ consumidos--  que se filtran en los espacios de la privacidad. Y la permanente violación de lo privado impide su mostración autónoma, singular.

Porque hacemos que algo dis-curra en una dirección cómplice las conductas no pueden ser intercambiables: las opciones son siempre un riesgo que se asume en solitario. Una conducta es una ficción, un modelo de interacción consensuado. Lo justo y lo bueno es la forma del consenso y no el contenido que se muestra. Ir al contenido es arriesgarse, perderse en un espacio cerrado, de cuya estructura tenemos noticias sólo por aproximación y analogía.

La globalización de la información supone globalizar el riesgo. Son los productos de una confrontación complejos espacios macro vs. definidas posiciones micro: espacios de encuentro en donde prima lo cualitativo en detrimento del número y la forma: espacio de pérdida  --porque es recurrente la apuesta y porque no termina uno de apostarlo todo--, lo absolutamente-otro, en donde lo cualitativo se subordina o solapa a/en lo empírico-estructural. Sólo que la responsabilidad de las secuencias de riesgo es exclusiva del individuo. Que todo el mundo arriesga o se arriesgue no es una proposición reductible a un yo-(me)arriesgo. El yo-sí-mismo no es globalizable.

Pero lo otro es el objeto que me niega y/o seduzco, objeto in-determinado por definición, lo público, lo de común y general uso, para un eventual consumo o disfrute. Se diseñan por ello espacios neutros de interacción e intercambio en donde se confunde la esfera de lo privado  --los intereses a preservar/ocultar--  con la de lo público  --los intereses a perpetuar/mostrar--, en una especie de vértigo, de acelerado proceso de in-definición de fronteras. Se genera una novísima cultura de oportunos lugares de tránsito, espacios-paréntesis, antesalas de un tiempo propio a de-finir. Plataformas de trans-ducción, por sí mismas o como soporte, los encuentros son, por ello, fortuitos, ficciones de acople, en un tiempo detenido.

Una estructura agónica es una estructura dis-funcional. Salvar esa estructura es asignarle una nueva función, una posibilidad-otra de soportar formas hasta ahora no imaginadas o rechadas/exluídas. Ahora, a finales de este siglo     --tal vez, punto de no-retorno --, se pretende re-conciliar/componer un cuerpo roto, salvar una estructura agónica, poseer, re-conquistar el propio cuerpo, la identidad negada, como garantía de legitimación/registro de cualquier acto repetitivo que pueda ejecutarse  --al ritmo de la razón instrumental--  siempre y cuando no se corra el riesgo de neutralizar la diferencia.
 

2. NEUTRALIZACION DEL RIESGO: LA RE-CONVERSION DEL ESPACIO

El extranjero arrastra su sombra. Sin ella no podrá legitimar su permamente estado de trans-eunte. Tal vez, por ello, importa mucho antes su sombra. Porque es la sombra del desarraigo. Cualquier camino conduce a alguna parte, el centro, la referencia: nos vemos, sin embargo, obligados a circular hacia o entorno a ese principio de ubicuación, de racionalización del movimiento. Y sin saber qué es un centro y dónde se localiza y cuál de las referencias posibles es la verdadera. Porque ese centro no es ya un eje, ni un corazón, ni nada que pueda considerarse importante. Sólo un punto geográfico desde el que se divisan partes de lo mismo. No es un centro que atraiga, ni que repele.

Contexto fini-secular: llegamos demasiado pronto o excesivamente tarde. O tal vez nunca hemos llegado, porque no queríamos ir a parte alguna. No distinguimos, como Musil, entre un antes y un después, si es tradición o se trata de progreso; entre un arriba y un abajo, qué sea un sujeto, soporte, infraestructura. Qué un objeto, qué superestructura, qué se im/ex-porta, qué se trans-porta. Ni a qué podemos llamar derecha, a qué izquierda, cuál es la dirección correcta, si la alternativa es in-correcta. Hay miedo a la pérdida de referencia  --la referencia conquistada, domesticada--, a la pérdida de la propia identidad, a la pérdida de sí mismo.

El extranjero como caminante, que abandona su casa, pero genera caminos hacia una nueva casa, por diseñar, por ubicar. Al extranjero se teme, pero se le admira al mismo tiempo. Se le protege, protegiéndonos de él: viene de tierras lejanas, desconocidas, habla otro idioma, cree en otros dioses. Tremendo es que al ritmo que circulamos el vértigo nos con-funda y terminemos por creer en un solo dios, aceptar como válido un solo bautismo, habitar una única tierra ... hablar un solo idioma. Para entonces no quedará nunca más lugar para el extranjero.

El hombre indeterminado, insatisfecho desconfía de todo sistema. Sistema, de nuevo, una falta de sinceridad, de honestidad. Porque el sistema fija límites a la imaginación, a la creatividad, como a la palabra. El hombre ahora     en las fronteras de la modernidad  --definitivamente sobreatribuído: tantas posibilidades de manipulación que no encontramos sujetos que las soporten, que las administren, salvo un sujeto metasensible, metarracional. Tantas prótesis que prolongan el alcance de nuestras manos. Sujeto residual, meta-fórico, que probablemente termine anulando a los sujetos de carne y hueso, ya demasiados a-fónicos.

La sobreatribución es un derivado de la sobremodernidad, de la saturación. Como todo referencte es una meta inalcanzable, pero que guía, activa y justifica una determinada dirección, diseña un camino. El ciudadano ahora es, por ello, un anónimo y frustrado caminante  --un peregrino cansado de andar, que se formula y hace pocas preguntas--, jamás dueño de una naturaleza inalcanzable, que desaparece mucho antes de llegar a ser. Su esencia ya no es complemento más o menos graciable: más que nunca es un objetivo inalcanzable.

Válvula de escape, in-corporamos al vecino. El extranjero asume la personalidad oculta de un pueblo, la voluntad de pérdida, de caminante. Representa así la huída o repliegue en tiempos de crisis. El extranjero, la palabra que no podemos pronunciar, y su sombra, la imperceptible huella que deja o que desenmascara. Pura arqueología: Descubriremos que el tiempo de las cosas se mide por su sombra y que sólo el que haya perdido su sombra es eterno. Confieso, sin embargo, que sigo queriendo ser como dios y que, sin embargo, ahora más que nunca jamás quiero idenditicarme con lo divino, ser un dios cualquiera.

Las sombras son espectros sobre una pantalla horizontal: la manipulación, des-humanización, es doble, el juego de focos, en-foques es infringir una intencionalidad a la sombra. Pérdida de las huelllas en el horizonte. Pérdida de identidad sobre el plano. Doble tragedia del emigrante.

Pre-sentar al hombre y a su sombra, resultado de una manipulación del espacio que conoce, re-definición, arqueología, de nuevo, del mundo y del orden de los objetos en ese mundo. Corremos un velo, des-velamos, pre-sentamos. El riesgo empieza ahora. La complicidad. La pérdida de singularidad empieza ahora. Porque es ahora cuando se activa, después del registro de una brutal apariencia, de una presencia impuesta.

Hemos ido más allá del principio de nación. Sólo quedan los regiones del interés. El hombre (sobre)moderno ha ido perdiendo progresivamente su racionalidad. La razón es ya cosa de los otros  --y de lo otro-- . Su nombre es ahora una herramienta en préstamo, pero herramienta desgastada, in-útil para diseñar algo-nuevo con ella, porque no puede utilizarla a capricho. Y porque ha perdido su nombre propio sólo le queda afirmarse en la racionalidad-otra que el silencio activa: volver a sentirse posibilidad, reclamar su origen, una existencia desnuda, que sólo sabe saberse en el acto de sentirse deseando: querer más, otra cosa, de diferente manera.

Objeto del deseo tan sólo, porque todavía es capaz de desear, o que ha sido re-creado por un imprevisto acto del deseo de otros, convirtiéndose en objeto de deseo, en consecuencia, en la medida que lo desconocido atrae, por el misterio que oculta: implica un riesgo de menor rango. El hombre, ese ser insatisfecho por principio, que no ha aprendido  --o podido/querido aprender-- a decir "basta". Un ser demasiado contingente, que afirme su humanidad reforzando sus límites, cada vez más difusos.

La normalización deseada, ese siempre renovado modelo de equilibrio nos obliga a (re)diseñar un nuevo concepto de caos. Porque ya se ha instaurado un nuevo (principio de)orden, un orden ya no desestructurado/ble, y sí integrado, total, que se proyecta más allá de los escenarios posibles del intercambio, de la vida. Como también se impone fijar un nuevo concepto de dis-senso. Ya se ha impuesto un nuevo (principio de)consenso, un consenso ya no radical  --que proceda de la expresión libre de voluntades--  sino absoluto, que depende de juegos que juegan selectos y privilegiados apostantes: un Bil Gates o un Georges Sorros, por ejemplo.

Y un nuevo concepto de irracionalidad. Porque ya se conoce un nuevo modelo de racionalidad, totalitario, no discursivo ni dialogante. La nueva totalidad ha des-plazado el principio de infinito. La voluntad no se detiene ahora porque no hay salto (zaping) epistemológico posible: no se está autorizado a inferir de un determinado orden del discurso un paralelo orden de vida, o viceversa. Se cumple, por fin, la profecía de Nietzsche: ama a tu lejano como a tí mismo. La mediación es aquí automática, en tiempo real. Ya no es posible pensarla siquiera.

¿La dignidad del hombre consistirá acaso, a partir de ahora, en no doblegarse jamás, en dormir, finalmente, depié, sobre su propia sombra?.
 

3. EL TIEMPO RECUPERADO: LA TRANS-FORMACION DE LO COTIDIANO

Si hemos de revisar los modelos tradicionales soportes de la teoría del conocimiento y los de su posterior traducción en sociología del conocimiento  --o la de sus variantes, teoría de la comunicación o de la cultura--  habrá que volver a un originario y controvertido presupuesto: las relaciones yo-mundo/medio, es decir, las posibidades de aproximación y de re-conversión recíproca entre sujeto-objeto, privado-público ... yo-nosotros.

Porque aquello que nos queda de lo público se nos presenta hoy como un combinado de privacidad alieanada, se-ducida en espacio o alteridad se-ductora. De lo privado no nos queda una versión más optimista y/o canónica: lo oculto, lo no-compartible en tanto que fundamento de lo estimativamente singular.

El viejo problema de la mediación vuelve a plantearse, porque importa la relación entre los dos referentes --lo activo que se confunde con la pasividad y lo pasivo que genera actividad--, el puente, es decir, los lugares. Importan, es cierto, las formas de objetivación, de reconocimiento de esas relaciones. Porque seguimos con-formando objetos que pretendemos manifiesten lo oculto o lo excesivamente evidente, lo disperso.

Nos hacemos figuras de los objetos a mi disposición. Selecionamos para ello los planos más adecuados(a nuestro interés) e iluminamos el plano, para que las figuras adquieran su colorido, o se transmitan filtrando sus sonidos. Son los elementos de la geometría del deseo, las estructuras de lo imaginario.

Las estructuras son patrones de orden: ordenamos de acuerdo con paradigmas, de-finidos / in-definidos, cerrados / abiertos. Los primeros perpetúan la vigencia de un sistema, los segundos, lo cuestionan: ordenan de acuerdo con un modelo flexible de optimización. Optimizamos fijando límites imaginarios / posibles al deseo.

Se generan nuevas formas de comunicación y se re-escalan, re-ordenan los lugares. Sociedad, por tanto, reflexiva, la re-inversión del tiempo conlleva la re-definición, primero del nombre, para que luego, tras él, legitimemos el placer, el dis-placer y la angustia.

El deseo es el resultado de un orden discursivo. Racionalizamos los sentimientos, optando por dos modelos excluyentes de racionalidad: la tradicional, que se encarga de desvelar un orden(natural) de los objetos, y la crítica, que seleciona interesadamente los objetos a ordenar. El primero es un oficio de historiador, de arqueólogo ..., re-gresivo por principio y que legitima una tra-dicción. El segundo es un oficio más arriesgado, de trans-eunte, sin lugar estable/propio ..., pro-gresivo por principio y anuncia la gran se-dicción.

El arte, la obra de arte, es entendida así como el resultado de un proceso de des-subjetivación de los productos (re)creados. El artista asume la personalidad manifiesta  --y, especialmente, también la oculta--  de una época y de seres vivos, objetivando el sentimiento reprimido, sublimado o diluído de un pueblo o circunstancia. Habla de lo-radicalmente-otro, lo que la palabra, la forma y la imagen no puede/debe nombrar/ des-cribir/in-formar. Es decir, lo genuinamente oculto, el silencio de las cosas, la memoria perdida de los objetos.

Formas ocultas que des-vela el creador, o sus mensajeros: el artista, el filósofo, el poeta. Pero también el sacerdote, el brujo, el loco, el enfermo ... bajo estímulos sagrados (en estado de trance, febril o ebrio ...). La obra de arte se convierte así en garantía de la estabilidad de un modelo/forma específica de vida: aquella en la que se fundamenta la voluntad de vida, que no es otra cosa que la voluntad de pérdida en lo otro-que-no-se-tiene, que está a punto de llegar, o que va a conseguirse tras un proceso selectivamente destructivo.
 

4. EXTRA-DICCION

He de marcharme, aunque no lo quiera. Vengo forzado a cerrar tras de mi esa puerta hacia la historia, hacia el espacio del deseo interrumpido, todavía-no re-creado, bloquear una vez más la más seductora de las interdicciones posibles. Cuando apenas uno ha llegado está ya a punto de salir, permanentemente de viaje, pero sin querer llegar a parte alguna. Porque las partes-otras le recuerdan a uno que existen pérdidas irreparables.

Uno va perdiendo trocitos de sí-mismo cada vez que cambia de posición, que abandona un sitio. Dejamos a menudo nuestra casa, el espacio de la privacidad, los lugares sagrados de encuentros y de pérdidas, para dirigirnos a otra morada, a otros lugares de encuentros y pérdidas. Para (poder)desear volver algún día de nuevo, siempre al mismo punto de partida.

A fuerza de desgarrarse tanto, uno va perdiendo su capacidad de manipulación, se va volviendo objeto-no-informable, sin capacidad ya para dar forma a otros cuerpos, para encarnar el entorno más cercano, hasta llegar a no reconocerse siquiera en su propio cuerpo. Tal es la levedad de la existencia dis-cursiva.

Llegado a este momento, el punto de la saturación, y, por tanto, de la ruptura, del corte, del adiós, debo cerrar aquí mi discurso: rompo la palabra para que se instale un discurso más pro-vocador, el del silencio. No sé si por ello es ahora el tiempo de solicitar el correspondiente perdón: perdón por haberme mostrado tan al descubierto.

Una vez secularizada la fortuna, he de confesar que me han hecho pagar por ello un precio muy alto: No sólo admitir que ser o no afurtunado ya no es una cuestión de matiz lógico, ético o estético. Ahora he de aceptar que se tiene o no definitivamente fortuna. En defensa de mi integridad poco a poco, en consecuencia, me he ido convirtiendo  --sin saberlo tal vez, sin no quererlo saber--  en un pensador laico, por lo tanto mal-dito. Pero sólo yo sé que ése es un pecado que cometo alevosamente. Muy a menudo.

Para que al menos los relatos no mueran, he optado por escribir sólo en los lugares de tránsito: medios (semi)públicos de transporte; lugares (semi)privados para probar nuestra inocencia, como cafeterías, terrazas y jardines ..., cualquier antesala; en situaciones de crisis, de angustia, desencanto, enfermedad ... La creatividad  --al menos en mi caso--  pertenece al reino de la miseria, de la dispersión, de la pérdida. Por fin, in-solvente, sin posibilidad de liquidez ni a corto ni a medio plazo, es donde más seguro me encuentro. Tal vez porque, provisionalmente, se siente uno entonces, sin crédito, libre de cargas y de ataduras, más allá de los discursos de la normalización.

Confieso, por último que ésta pudiera ser la única forma de re-pensar mi propia historia, por si aún estoy a tiempo de prolongar la vitalidad que tras ella se escondiera. Aunque, de ser radicalmente sincero, no estoy hablando de otra historia que de aquella que sofisticadamente me han ido obligando a ocultar.


(**) Texto de referencia del Curso " Más allá de la Modernidad" impartido por el autor en la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa [Departamento de Filosofia, 2-4.Diciembre.1998]

(*) ROMAN REYES es profesor de Filosofía y Ciencias Sociales en la Universidad Complutense de Madrid. Es director de la Terminología Científico-Social (1988, 1991)  y del Diccionario Crítico de Ciencias Sociales (1999). Es autor, entre otros, de los siguientes títulos: (1983) La voluntad de fragmento: Para una filosofía de las Ciencias Sociales; (1989) Sobre el amor y el olvido; (1992) Sociología y vida cotidiana; (1994) Los papeles del silencio; (1998) Las huellas de la palabra: Filosofía y Ciencias Sociales.

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