NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 10-2004/2 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
La experiencia
del inmigrante: Vivencias y adaptación |
María Arnal Sarasa >>> CV |
RESUMEN.- A diferencia de las interpretaciones
que pretenden explicar la adaptación de los inmigrantes desde la cultura
de origen, se propone un análisis de la migración
como ruptura o cambio con lo conocido. Esto
supondrá, además, la re-formulación del concepto de
adaptación –además de otros conceptos colaterales
como el de integración, exclusión
y asimilación- y de sus formas de expresión
como red y trayectoria. Se trata por tanto
de una reflexión teórica sobre las formas de abordar y explicar
la situación de los inmigrantes, reflexión que resulta pertinente
en el actual contexto español en el que parece haberse apostado por
la vía de la integración. Vía que desde
nuestra óptica, y siguiendo la experiencia de otros países,
no parece cosechar demasiados éxitos.
PALABRAS CLAVE: Adaptación,
integración, exclusión, asimilación, red y trayectoria
1. La integración adaptativa de la migración: una alternativa
a la integración/exclusión | 2. La adaptación
desde la condición de inmigrante | 3.
La adaptación del inmigrante como proceso desterritorializador: una
propuesta teórica para superar fronteras | 4. Una crítica
a la interpretación de la adaptación en la migración
| 5. Bibliografía
En este estudio planteamos cuestiones que no son nuevas para la teoría
de la migración, véase el caso de la adaptación
de los inmigrantes, pero rompiendo con las interpretaciones tradicionales.
De hecho, todas las investigaciones sobre migraciones se centran, implícita
o explícitamente, en la adaptación. Se suele ver en el inmigrante
una replica de su país, alguien que se traslada con su cultura y que
obligatoriamente ha de repetir las mismas formas de actuar y costumbres que
en su país de origen. Limitado por macro y microestructuras, necesariamente
su campo de acción se restringirá a un número limitado
de opciones. Aún los estudios que pretenden romper con dichos determinismos,
conceden tanta centralidad a las cuestiones ideológicas e histórico-económicas
que la apertura que propugnan acaba eclipsando al sujeto analizado, el
inmigrante.
No se trata ni de negar
la relevancia de las dimensiones estructurales, ni de exagerar la importancia
de las características personales. La posición adoptada trata
de ver que lo que existe es una formidable capacidad de reacomodación
de las variables estructurales por parte de los inmigrantes. Por otro lado,
se suele ignorar la naturaleza del fenómeno. Se concede demasiada
importancia a las estructuras, lo estático, y muy poca
a la incertidumbre del proceso, esto es, se relega la importancia
de los acontecimientos.
Para argumentar
lo anterior, primero se plantea la necesidad de buscar un modelo de análisis
alternativo a la polaridad clásica integración / desintegración,
después se desarrolla la propuesta que entiende la adaptación
desde la experiencia de los inmigrantes -como camino- y la repercusiones
que esto tiene en la forma de interpretar la incorporación de los
inmigrantes en la sociedad receptora.
1. La integración adaptativa de la migración:
una alternativa a la integración / exclusión
La migración como
proceso de adaptación contempla necesariamente dos momentos. En primer
lugar, es una adaptación espacial con el fin de preservar la
integridad cultural, económica, familiar, etc. del migrante.
Los flujos migratorios responden a necesidades que ponen en peligro alguna
parte o toda la existencia de la persona o grupo. Ahora bien, ese primer
movimiento adaptativo se ve seguido de inmediato por un segundo movimiento
que consiste en integrarse en la nueva sociedad o entorno que le acoge.
En general, las teorías
elaboradas sobre las relaciones que entabla la sociedad receptora con los
inmigrantes han marcado implícitamente esta diferenciación
aunque de una manera secuencial y ordenada. El inmigrante rompe con la sociedad
de partida y comienza el proceso por el cual tiene que ir aceptando
la nueva sociedad que le recibe. La manera de representarse la teoría
este nuevo acercamiento del inmigrante es a través de un continuum
o gradiente que va desde la desintegración más conflictiva
-fenómenos de guetificación y exclusión asociados
al racismo, xenofobia, etc.- hasta la integración más
sumisa y complaciente para la sociedad que acoge –asimilación-.
De alguna forma, y recurriendo
a imágenes (Watzlawick et al., 1988) metafóricas, el inmigrante
es una pieza a encajar —ajustar— en el complejo rompecabezas que
representa la estructura social del país donde llega. La pieza presenta
una mayor o menor isomorfía al hueco que le espera[1].
El perfilado o pulido de las aristas o lados que se desajustan sería
el objetivo del proceso integrador que en cualquier caso siempre corre en
mayor medida a cargo del migrante. En este intrincado proceso, tanto si hablamos
de desintegración como de integración, el inmigrante debe
asumir la perdida de ciertas formas a cambio de encontrar otras nuevas. El
inmigrante debe aceptar nuevas condiciones de trabajo, nuevas formas de
insertarse en los grupos e instituciones autóctonas, una nueva forma
de participar en la política, la cultura e incluso en los modelos
de conductas cotidianas que se observan para ese país. Por seguir
con metáforas, se trata de cambiar de piel por lo que esta significa
de extenso y profundo a la vez. Mudar de vida para emprender una nueva. En
el empeño que se ha descrito tiene lugar la perdida o el olvido —definitivo
o temporal— del "habitus" o "disposiciones" (Bourdieu, 1991: 92) que adquirió
el migrante bajo determinadas condiciones de existencia[2].
En cualquier caso, hay una relegación y ordenación pareja al
continium que describe en su conjunto la teoría de la integración.
Si hablamos de perdida de la cultura y valores del inmigrante nos acercamos
a la asimilación, pero si persisten sus propios rasgos estamos ya
en la desintegración. El problema es que la teoría no deja
entre ver la posibilidad de mantener perdida y ganancia a un mismo tiempo.
Las opciones siempre se mueven entre los polos ordenados y excluyentes de
integrarse en la sociedad receptora perdiendo o relegando parte del habitus,
o por el contrario, resistirse y mantener los rasgos originarios por encima
de todo.
Por nuestra parte todo
esto es reformulable, estos serían los argumentos que constituyen nuestra
propuesta teórica.
En primer lugar, observamos
que la adaptación no tiene como fin la integración de los inmigrantes
en la sociedad receptora. Sabemos que toda adaptación es parcial e
inconclusa por motivos que se desprenden del mismo fin adaptativo. Tradicionalmente,
en materia cultural y social, se ha entendido la adaptación como una
cuestión jerárquica y teleológica. Se aplican paradigmas
de corte evolucionista –decimonónico- señalando etapas
en el proceso adaptativo que conducen a una meta final como es la integración
definitiva del sujeto en el medio[3].
Sin embargo, tal forma
de pensar creemos que resulta errónea. La vida es un proceso adaptativo
por el cual el sujeto no cesa de interaccionar con el medio en la
medida que preserva su integridad. El ser vivo solo deja de interaccionar
con el medio cuando este se integra por completo, es decir, cuando
logra su no diferenciación y estabilidad definitiva con el
entorno: la muerte. Sólo el cambio y la continua recomposición
y delimitación de las fronteras corporales y socioculturales es lo
que diferencia al organismo de otros organismos o medio que le rodea. La
adaptación es por tanto, no sólo el fin contrario que persigue
la integración, sino también el proceso resultante de escapar
a toda integración y reafirmar así su diferenciación.
De esta apreciación
se concluye que la adaptación es una cuestión de permanente
ajuste entre individuo y medio, y que la consecución u orientación
hacia una finalidad integradora es a todas luces un contrasentido porque
supondría automáticamente la desaparición del sujeto
a integrar, y por tanto la banalidad del proceso adaptativo.
En segundo lugar, recalcamos
nuestro desacuerdo en tratar la migración como un proceso integrador
salvo en el sentido de considerar dicha integración parte y no fin
de la adaptación. El migrante no se adapta para integrarse, es la
integración la que es parte del proceso adaptativo que el migrante
mantiene con el medio sociocultural y económico que le rodea. Para
nuestros propósitos es de fundamental importancia tener presente esta
clarificación conceptual y lo que se deriva necesariamente de ella,
es decir, un forma distinta de dar sentido a la migración y a las
complejas, a veces contradictorias, relaciones sociales que implica este
fenómeno social.
En efecto, el objetivo
del inmigrante es integrarse adaptativamente en el sentido de utilizar
la integración con el propósito de preservar la integridad
que le movió a adaptarse. Dicha adaptación supone al menos dos
rasgos, la utilidad o practicidad del proceso integrador para el emigrante,
y la urgencia y finalidad de preservar su integridad, y por tanto su supervivencia.
En tercer lugar, vista
la integración como parte y no fin de la adaptación, no hay
motivo por el cual no podamos entrever las relaciones entre sociedad receptora
y emigrante como igualitarias[4],
es decir, como estrategias adaptativas que ambas partes promueven desde sus
respectivos lugares. El inmigrante no tienen porque adaptarse subordinándose
u ordenándose en función de las rigideces que le impone la
estructura social de la sociedad que le acoge.[5]
No es necesario que se produzca un cambio de vida, tal como deja
traslucir la metáfora de la muda, más bien se trata de
una relación camaleónica donde la cultura, los valores
y modelos de conducta autóctonos del inmigrante adoptan selectivamente,
y en conjunto, sentidos e interpretaciones de las relaciones que entabla
con el entorno. No hay, por tanto, doblegación o sustitución
de unas voluntades o estructuras por otras. Más bien deberíamos
pensar en acoplamientos, resignificaciones, entre los deseos
y necesidades del inmigrante y los de la sociedad receptora.
Desde el punto de vista
de la teoría de la integración, podríamos estar tentados
en pensar que el inmigrante tiene un determinado comportamiento como resultado
del sometimiento que le victimiza o sataniza. Sin embargo, su deseo
y necesidad no deja al margen, ni relega a un segundo plano, sus propios
intereses, todo lo contrario. Precisamente ese interés es el que sorprende
y desconcierta al investigador cuando el inmigrante le confiesa escuetamente
la simpleza de sus propósitos, por ejemplo, conseguir un dinero
lo antes posible, traer a la familia o abrir un negocio en el lugar de origen.
En vano, desde la teoría de la integración, el científico
se obstina en contrastar y anteponer, etnocéntricamente, una actividad
cultural o política entre las dos partes. Intenta por todos los medios
ver en el inmigrante a la sociedad que dejo tras de sí y el objetivo
finalista que pudiera guiar su organización o proceso de incorporación
en la nueva sociedad receptora. Sin embargo, una y otra vez el hallazgo
empírico es menos entusiasta que la propia teoría del investigador.
Las acciones culturales, políticas o económicas se manifiestan
en el inmigrante de una forma innovadora y en cierta forma incomprensible
para quien piensa en términos de la sociedad receptora. Tal como
describe la teoría mertoniana, la innovación es una
forma de adaptarse a los ideales exigidos por una sociedad pero rechazando
o excluyendo los medios prescritos y aprobados institucionalmente para conseguirlos.
Este es el motivo de que el inmigrante sea una nota discordante.
Al inmigrante le extraña reclamar sus derechos como le extraña
resistirse a la imposición de ciertos deberes. En la migración
no hay una actividad social realmente reivindicativa,[6]
como tampoco existe una actividad de sometimiento real. Existe, más
bien, un gran eclecticismo y limitación para recurrir a los medios
prescritos.
En cuarto lugar, la adaptación
por innovación nos lleva a otro de los grandes escollos en
las teorías de la integración que es el proceso de socialización.
A nuestro juicio el problema reside en comprender cuál es el papel
que juega la socialización en la adaptación del inmigrante,
especialmente si tenemos en cuenta que socializar es una forma de facilitar
la adaptación del carácter de la persona a la estructura
social (Riesman, 1981). La adaptación por innovación
presupone de partida una socialización imperfecta mientras que el
conjunto de teorías de la integración hablan de una nueva socialización
sobre la ya dada. Sin embargo, aquí aparecen algunas dudas. Nuestro
enfoque considera que el fenómeno de la migración no es reducible
a una nueva socialización secundaria o terciaria porque están
implicados cambios y exigencias muy profundas para la estructura y carácter
del inmigrante. El habitus que ha adquirido a lo largo de su vida
en el país de origen se ve confrontado con el habitus de aquellos
que pertenecen a la sociedad receptora. Ese habitus trae consigo
"condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia"
(Bourdieu, 1991: 92), es decir, condiciones que permiten generar y organizar
prácticas y representaciones en el individuo de manera objetiva,
y podríamos decir que automáticas. Es por esto que preferimos
pensar en un sistema que permita al individuo actuar cuando el contexto
o las condiciones de existencia no son las propias. Parece lógica
y necesaria la existencia de un dispositivo de este tipo que preserve la
integridad del individuo cuando la estructuras interiorizadas por él
dejan de ser válidas y no pueden ser utilizadas para la consecución
de los fines propuestos. Sin duda este dispositivo no tiene que ver tanto
con el éxito integrador de los contenidos interiorizados como con
su fallo. En este sentido debemos pensar que el inmigrante está deficientemente
socializado. Según nuestros planteamientos, no es posible una
resocialización del inmigrante porque ya llega socializado -en otra
cultura y con otros contenidos-. No es posible su nueva socialización
porque, como ya dijimos, es insuficiente para los propósitos y exigencias
que la sociedad receptora le demanda. Por tanto, nos parece más consecuente
pensar en la activación de principios generadores de comportamientos
que permitan afrontar situaciones fuera de los habitus interiorizados.[7]
Por último, y
resumiendo los puntos anteriores, el inmigrante no aspira a la integración
ni tampoco a su desintegración o exclusión de la sociedad
receptora. La integración sólo es una parte del proceso adaptativo
que la persona inmigrante pone en práctica a partir de los condicionamientos
asociados a unas condiciones de existencia que no fueron las originarias,
pero que no por ello deja de reconocer bajo la categoría de inciertas,
ajenas o confusas. Esta indefinición, por la profundidad que supone
al extrapolarse a todas y cada uno de los ámbitos de la vida diaria
en la sociedad receptora, se traduce en principios generadores de
comportamientos que el inmigrante articula en torno a un dominio del eclecticismo
y practicidad frente a los encuentros que supone toda nueva interacción
social. De esta manera, la adaptación del inmigrante cobra para esta
investigación una nueva perspectiva que se funda principalmente en
la experiencia de la migración.
2. La adaptación desde la condición de
inmigrante
Si tenemos en cuenta
los planteamientos anteriores, no es gratuito ni circunstancial que nos centremos
en la experiencia de la emigración desde un punto de vista fenomenológico.
Para los procesos adaptativos es una parte fundamental donde los individuos
toman contacto con el medio y aprenden a seleccionar la forma idónea
de preservar su integridad. No obstante, las vivencias experienciales a
las que nos referimos adolecen de antecedentes inscritos en una memoria
social o colectiva[8].
Sin pretender partir de una tabla rasa, el inmigrante afronta situaciones
radicalmente novedosas por cuanto lejanas están de sus experiencias
fuera de la migración. Este rasgo hace que las vivencias de la migración
sean de especial interés porque son vivencias de la no experiencia
y de la ruptura, del cambio radical, que impone y hace dominar la
idea de camino como forma de percepción y conocimiento.
Con la elaboración
de este concepto -recuperando un término que forma parte ya de la
sabiduría popular[9]-
hemos pretendido expresar, representar gráficamente el proceso por
el que el inmigrante consigue abrirse paso en un medio social que no es el
suyo. Este concepto remite al trazo sinuoso, altamente cambiante, que acompaña
al inmigrante; camino que no existe sin él, que no lleva a ninguna
parte y a todas a la vez. A diferencia de otras formas de expresar la adaptación,
que tratan de circunscribir las posibilidades adaptativas a planes-programa.
Esto es, a posibilidades que ya han sido dispuestas por dinámicas
históricas, económicas y culturales que preceden al inmigrante.
Creemos que a pesar del
carácter provisional del concepto, posee un gran potencial para entrever
y comprender con mayor acierto y amplitud las complejas relaciones[10]
adaptativas de los emigrantes en las sociedades que les acogen. Estas serían
algunas de las consecuencias que se derivan para la comprensión de
la adaptación en las migraciones y su correspondiente formulación
teórica.
Una primera, e inmediata,
consecuencia se refiere al modelo de conducta del inmigrante desde el punto
de vista de la adaptación. Creemos que lo que se define como formas
concretas de adaptarse el inmigrante a la sociedad receptora son, en definitiva,
estrategias producto del tránsito por caminos. El camino
es ante todo acción,[11]
y la acción es estrategia, porque la acción, o el programa
basado en la acción, no admite conductas predeterminadas que se apliquen
ad hoc. Únicamente la estrategia es coherente con la condición
del camino. Por un lado, la estrategia permite abordar el dominio incierto
y aleatorio de la decisión a partir de la acción, es decir,
constituirse a partir de decisiones que no se puede predecir o que simplemente
se desconocen por responder a un entorno irregular en extremo o que implica
una falta de antecedentes.
Por otro lado, la estrategia,
permite en las condiciones señaladas, "imaginar un cierto número
de escenarios para la acción que podrían ser modificados según
las informaciones que nos llegan en el curso de la acción y según
los elementos aleatorios que sobrevendrán y perturbarán la
acción" (Morin 1994: 114). De ahí que la estrategia sea la
forma ideal de luchar contra el azar y de buscar, en condiciones imprevisibles,
la información necesaria para la decisión en la acción.
En el caso de la migración, un entorno como el de la sociedad receptora,
tan incierto y extraño desde el punto de vista global para
el inmigrante, necesita de comportamientos que respondan a la estructura
de la estrategia como forma de neutralizar y aprovechar lo provisional.
Por este motivo parece
incoherente que la migración como proceso de adaptación sea
circunscrita, teórica o empíricamente, a programas para
la acción. Los programas son secuencias teleológicas que desde
el punto de vista político, económico o cultural exigen disposiciones
previas. No queremos decir con esto que la experiencia del inmigrante sea
nula en sus procesos de conducta y de adaptación, más bien
nos referimos a que dichas experiencias programáticas son
insuficientes para contextos donde la certidumbre y verificación de
su situación esta fuera del control del inmigrante (Blommaert, J.
y Verschueren, J., 1991). Por otro lado, no olvidamos que los comportamientos
programáticos, que engloban un repertorio de comportamientos
secuenciales donde no interviene lo aleatorio, son posibles y necesarios
siempre y cuando nos enfrentamos a situaciones normales que den cabida a
una conducción automática. Ahora bien, allí donde sobreviene
lo inesperado o lo incierto, es decir, allí donde la normalidad
se convierte en un problema para el inmigrante, la estrategia se impone indefectiblemente
sobre otras formas de comportamiento.
Es evidente que la ventaja
del programa es su gran economía en función del automatismo
y eficacia que permite. El habitus, entre otras posibilidades, permite
que el individuo no tenga que reflexionar sistemáticamente sobre todas
y cada una de las decisiones que lleva a cabo. La secuencia de acciones predeterminadas
posibilitan llegar de manera económica a los objetivos siempre que
las circunstancias externas lo permitan. Sin embargo, "cuando las circunstancias
dejan de ser favorables, el programa se detiene y falla" (Morin, E.,
1994: 126). Es en este momento cuando la estrategia se activa frente al
habitus, cuando el único plan que se ajusta a las circunstancias
adversas es un "plan de inconsistencia", la estrategia, capaz de mostrarse
atenta a los cambios, y a las acciones que el mismo plan va creando en la
marcha según la información inmediata que le llega. El resultado
es un plan de una gran plasticidad y capacidad para soslayar tanto la dificultades
provenientes de la falta de información -desconocimiento de los códigos
de la sociedad receptora-, como de las limitaciones y agresiones que pudiera
imponerse desde fuera -dominación y sometimiento-.
Decíamos que el
camino es acción, pero también que es un proceso donde la decisión
se produce y valida en la misma acción. Este proceso, desconoce la
dirección o el sentido, el mismo no acumula historia ni produce futuro
por el tipo de experiencia que lo anima, experiencia de la ruptura y de
la no experiencia. El carácter fáctico y práctico
del camino hace que la acción sea el principio y el fin de las decisiones
y de las relaciones con el entorno. En la ruptura que supone toda migración,
la acción es el único islote fiable sobre el cual apoya el
inmigrante las nuevas experiencias y relaciones con la sociedad receptora.
¿Qué sucede entonces con la cultura aprendida, los valores
recibidos, la historia por la cual ha transcurrido el individuo y de la
cual ha sacado toda su experiencia y conocimiento del mundo? La respuesta
es que todo este bagaje anterior, incluso la dimensión de proyecto
que se deriva del pasado, tiene ahora el valor de la acción para
decisión. Como señala García, en referencia al papel
de los modelos culturales, "la situación real se entiende
mejor si consideramos la competencia cultural como un conjunto de recursos
de conocimiento y conducta que carecen de estructuración al margen
de la acción en la que operan y que, en cualquier caso, más
que preceder a la planificación de las acciones se activan como consecuencia
de su realización" (García, J.L., 1997: 9). Es decir, todo
este cúmulo pasa a formar parte de la practicidad que impone la decisión
sobre las acciones. Pero es una practicidad orientada a la preservación
de la integridad del inmigrante. Este matiz nos permite no caer en la trampa
de la asimilación o integración. La practicidad y su aparente
sumisión ideológica, incluso de identidad, no debe ser confundida
con una posible integración. La practicidad como elemento común
a todas las estrategias que despliega el inmigrante se orienta por su fin
último que es preservar su integridad en un medio, sociedad receptora,
que no es el suyo. Esta aparente instrumentalización que sugiere
la practicidad del camino, tiene un doble signo: a) es negativa, y por tanto
pretende una falsa adaptación, cuando las acciones adaptativas
de los inmigrantes se hacen cargo de los deseos de la sociedad receptora.
En este caso, lo que sobreviene es la pura y simple asimilación o
aculturación del colectivo inmigrante. b) es positiva, y por tanto
adaptativa, cuando las acciones de los inmigrantes persiguen su propio deseo
de preservación, en cuyo caso existe mediación y mutua instrumentalización
—acoplamiento— con la sociedad receptora.
3.
La adaptación del inmigrante como proceso desterritorializador:
una propuesta teórica para superar fronteras
La hipótesis principal
de este trabajo es que los inmigrantes llevan a cabo una practicidad positiva
en la medida de lo posible, desplegando estrategias adaptativas donde el
poder o dominio de la sociedad receptora queda descentrado o desterritorializado
sistemáticamente por el interés dominante y urgente de los
migrantes.
En efecto, el término
desterritorializar no está escogido por azar ni tampoco tiene
un papel superficial. Su connotación topográfica y fronteriza
lo hace especialmente sugerente para el tema que tratamos, especialmente
en relación a la faceta adaptativa de la migración. No obstante,
la desterritorialización está referida a otro concepto
más central aún que es el de rizoma (Deleuze y Guattari,
1994), y que contextualiza y aplica un sentido más amplio a nuestros
objetivos teóricos. Dichos conceptos nos facilitan una forma más
versátil y flexible de entender las relaciones sociales, y especialmente
las del inmigrante con la sociedad receptora. El interés se encuentra
en la introducción de un tercer plano, plano ambivalente, donde se
disuelven, desterritorializan las relaciones uniformes, arborescentes,
en una compleja multiplicidad de formas relacionales y de comportamiento
que se metamorfosean al cambiar de naturaleza. Nos referimos, en concreto,
al proceso por el cual la adaptación del inmigrante se hace positiva,
es decir, respetuosa con la integridad de su persona sin por ello entrar
en un conflicto abierto o sumisión larvada con la sociedad que le
acoge. Un milagro como el descrito sólo es posible si admitimos
que los deseos y/o acciones de las partes encontradas son de mutua utilidad
aunque por motivos ajenos a los pretendidos o considerados para cada una
de las partes. En concreto, la desterritorialización de las
fronteras, así como de las relaciones de identidad que manejan los
actores implicados, no pretenden suprimir líneas o identidades, sino
la de multiplicarlas indefinidamente sin un principio ni un fin, es decir,
sin proyecto previo alguno. En realidad, el inmigrante daría forma
a lo mismo que la sociedad receptora conforma del inmigrante. De lo
que se trata es de observar la práctica integradora, en ocasiones
asimiladora, que lleva a cabo la sociedad receptora para beneficio de un
crecimiento de oportunidades y estrategias adaptativas en el inmigrante.
En tanto que partes heterogéneas, diríase que el inmigrante
imita o conviene en seguir las disposiciones de la sociedad donde se encuentra.
Sin embargo, la aparente receptividad imitadora y observancia de los códigos
culturales autóctonos es el efecto del encuentro trabado entre
los particulares propósitos de cada parte.
Hay muchas razones y similitudes
por las cuales insistimos en dar forma rizomática al camino
y las estrategias adaptativas que inspira. El camino, como el rizoma, está
compuesto de múltiples dimensiones heterogéneas -familia, cualificaciones,
asilo y refugio, trabajo, color de la piel, etc.-, categorías diversas
conectadas entre sí —multiplicidad, a diferencia de las "pseudomultiplicidad
arborescente" (Ibídem: 14) fundada sobre la sucesiva dicotomía
o subdivisión infinita— y que a su vez, con cada nueva dimensión
—agenciamiento— cambian de naturaleza. Tal como se enfoca en esta particular
filosofía, "un agenciamiento es precisamente ese aumento de dimensiones
en una multiplicidad que cambia necesariamente de naturaleza a medida que
aumenta sus conexiones" (Ibíd.:14). El asilo se convierte en algo
distinto a un estatuto jurídico y toma carta de recurso económico,
el color de la piel deja de ser un rasgo físico y se convierte en
empleo y oficio, la religión y nacionalidad se transforma en un medio
de comunicación y/o empleo, etc. Es mediante dichas conexiones, de
desterritorialización / reterritorialización, entre niveles
heterogéneos que surgen nuevas multiplicidades que nada tienen que
ver con los sistemas anteriores. El rizoma, desde un punto de vista topográfico
imprime mapas pero no calcos. Es decir, su objetivo no es la re-producción
de lugares ya señalados o descritos. No es vocación del concepto
rizoma, como no lo es tampoco del camino, imitar para volver sobre
los pasos o seguirlos de cerca.
En definitiva, acordamos
ver en las relaciones que entabla el inmigrante con la sociedad receptora
una reciprocidad heterogénea consistente en dos movimientos:
por un lado, y mirando hacia atrás, el inmigrante es producto de una
desterritorialización (DT) —movimiento por el cual se abandona el
territorio, la organización de ese territorio, el lugar donde vivió,
el país donde se inscriben su lengua, su cultura y experiencias sociales,
etc.—, y se pone en marcha una fuga, una suspensión
de los códigos y experiencia interpretativa para su aprovechamiento
en nuevos y extraños territorios (reterritorializaciones). Este primer
movimiento DT parece, y en cierta forma lo es en las mayoría de las
situaciones, una perdida temporal de la patria, de la familia, de los amigos,
de la cultura, los medios económicos, de los parámetros referenciales
como la lengua, las vivencias más directas, etc. Pero sin embargo
se trata también de algo muy distinto, puesto que en este primer movimiento
el inmigrante se conforma como "camino" y le permite introducir la practicidad
de lo contingente, de lo incierto y hasta cierto punto incomprensible[12]
para aquellos que ya se sienten extraños. La transformación
del inmigrante en camino permite a su vez dos submovimientos adicionales
que son, por un lado, una apertura que se manifiesta con un estar alerta
para la recepción de códigos y contextos ajenos a su origen;
y por otro, poner a disposición de la estructura camino todo
el bagaje vivencial y experiencial acumulado y organizado en estructuras
o hábitos. Obviamente concluimos que la disposición abierta
a capturar nuevos códigos interpretativos no sería lógicamente
posible si previamente el bagaje cultural no se subordinara al camino, es
decir, si las estructuras no se transformaran en flujos. Sólo
así el inmigrante esta en disposición de abordar el segundo
movimiento, el definitivamente adaptativo en el nuevo medio donde ingresa.
Este segundo movimiento
tiene toda la apariencia de una reterritorialización (RT) e integración
al nuevo territorio. El estado de apertura para captar otros códigos
culturales y experiencias ajenas hace que realmente parezca que tratamos
con imitaciones[13]
y procesos integradores fruto de un total y obligado sometimiento. Sin embargo,
a la vez que observamos la acomodación, aceptación y sometimiento
imitativo del inmigrante al nuevo contexto que le acoge, encontramos
también que lo que realmente se produce es una captura del
código interpretativo del país receptor, de manera que lo que
realiza esa captura no es otra cosa que sobre explotar semióticamente
toda nueva realidad con la que se encuentra. En este sentido, por ejemplo,
el trabajo para el inmigrante es mucho más que una fuente de ingresos
y consumos; es también ciudadanía, vivienda y permanencia física
en el país receptor. La imitación es producto de la desterritorialización
aunque parezca lo contrario. Este segundo movimiento consiste, por tanto,
en un sobrecodificación de las relaciones que entabla el emigrante
con la sociedad receptora.[14]
Es cierto que el inmigrante
acepta de manera no conflictiva la situación de un mercado
laboral explotador, pero también es cierto que ese mercado tiene para
el inmigrante la plusvalía de un significado político e incluso
de optimizar su situación. No queremos dar la idea de que con este
planteamiento evitamos todo conflicto y carácter reivindicativo producto
de las diferencias de clase. Sabemos que toda una problemática de
conflicto hace de trasfondo y pone en tela de juicio las relaciones del inmigrante
con la sociedad receptora. Sin embargo, con frecuencia olvidamos que el
tono reivindicativo e ideológico de la inmigración es mínimo
en su primera generación. El conflicto y la lucha reivindicativa
es poco menos que inexistente hasta no estar acreditado o tener ciertos
derechos vinculados a la permanencia en el país de destino. Por tanto,
la forma de canalizar los conflictos es aparentemente integradora y conformista,
aunque en el fondo lo que hay es una recursividad heterogénea y
sobresignificación de la situación real, es decir, una sobre
explotación del código que dota de sentido práctico
las relaciones que el inmigrante entabla con el medio social. En este orden,
la experiencia vivencial y cultural del migrante es puesta al servicio -subordinada-
de esta sobrecodificación resignificante. Tanto el bagaje del inmigrante
como sus nuevas relaciones con la sociedad receptora quedan al servicio
de la practicidad del camino.
Todo este planteamiento
recuerda a la conceptualización que Levy-Strauss hace del bricoleur
a raíz del pensamiento salvaje. El padre de la antropología
estructuralista oponía comparativamente el bricoleur al trabajo
del ingeniero por ver en el primero la capacidad de ejecutar un gran número
de tareas diversificadas sin tener que subordinar, como el caso del técnico,
cada una de ellas a la obtención de materias primas y de herramientas
concebidas y procuradas en relación con su proyecto. Para el bricoleur
el universo instrumental es cerrado, podríamos decir que tan limitado
que impone la regla principal consistente en "arreglárselas con lo
que uno tenga" (Levy-Strauss, C., 1992: 36), es decir, un conjunto de
herramientas y materiales heteróclitos y polivalentes. Este conjunto
de materiales e instrumentos “se define solamente por su instrumentalidad;
o dicho de otra manera, y para emplear el lenguaje del bricoleur,
porque los elementos se recogen o conservan en razón del principio
de que de algo habrán de servir" (Ibíd.: 36). En este
sentido, el inmigrante, suspendiendo el proyecto al que remite toda estructura
y acumulación experiencial, no le queda otro proceder que el del bricoleur,
es decir, poner en práctica el recurso de la polivalencia instrumental
que encierra toda su experiencia anterior. Es más la operación
principal será la de combinar estructuras, más que las de
crear o producir otras totalmente nuevas. Un proceso de reactualización
instrumental de este tipo hace del material empleado -la cultura y experiencias
del inmigrante- un surtido amplio donde armar actuaciones basadas en la prácticidad
y la incertidumbre.
4.
Una crítica a la intertretación de la adaptación en la
migración
Una segunda consecuencia
a desarrollar en relación al epígrafe anterior, es la que se
deriva de las repercusiones que este modelo de conducta tiene para
la instancia observadora y científica. Nuestra propuesta teórica
modifica sustancialmente tanto la forma de acometer ese análisis por
la teoría al uso, como el tipo de mirada analítica que ponemos
en práctica a partir de este momento.
Es obvio que una forma
de ver las cosas y analizarlas es también una forma de no verlas u
obviarlas. La completa comprensión de un fenómeno o proceso
investigado supone tantos planos o vertientes como puntos de vista adoptemos.
No obstante, nuestra propuesta trata no tanto de abordar la totalidad de
la polifacética realidad, como de ser lo más coherente posible
con la situación que la domina. Es por este motivo que queremos imponer
un sentido u orientación a nuestra forma de mirar y analizar
las relaciones adaptativas del inmigrante con la sociedad receptora. Pensamos
que un esfuerzo de este tipo pude no sólo matizar los análisis
anteriores, si no descubrir una nueva realidad en dichas relaciones adaptativas.
Hasta la fecha, salvo
algunas excepciones, los modelos teóricos que describen los procesos
adaptativos de los inmigrantes han incidido en el dominio jerárquico
de variables como la cultura y la identidad.[15]
Como si de un esquema arborescente se tratara, del tronco común que
forma las variables cultura e identidad se ramifican variables y explicaciones
de tipo económico o político que acaban de organizar y definir
unidireccionalmente la integración de los inmigrantes en las sociedades
que les acogen. El dominio y jerarquía de unas variables sobre otras,
así como el carácter lineal, y falta de circularidad y/o recursividad
entre ellas hace que los modelos teóricos propuestos en torno al tema
que nos ocupa sea de una rigidez y abstracción que, a nuestro juicio,
desvirtúa la realidad que describe.
Desde nuestro punto de
vista,[16]
la formulación propuesta ayuda a superar tales condicionamientos.
Lejos de buscar o superar nuevas variables a tener en cuenta para la explicación
del fenómeno de la integración del inmigrante, las estrategias
adaptativas derivadas del camino refuerzan la idea de un conjunto
de variables con la misma importancia a nivel teórico, pero de rango
diverso en función de la practicidad que ordena el conjunto de estrategias.
Dicho de una manera más ilustrativa, la cultura, la política,
la economía, etc. son variables a tener en cuenta pero sólo
en la medida que sirven para cumplir el camino, es decir, la practicidad
de unos fines que se presentan según se cumplen. Esta inmediatez
anula el dominio de unas variables sobre otras, así como la orientación
en función de una jerarquía teórico-práctica.
Según nuestro
enfoque, una teoría más coherente con la realidad debería
integrar y preservarse de la practicidad inmediata que supone toda experiencia
de la inmigración. La forma de conseguirlo es adoptando un nuevo
punto de vista o mirada cuya finalidad teórica no sea la de
establecer relaciones ordenadas y definitivas entre variables que intervienen
en la adaptación. En efecto, para explicar y/o describir las complejas
y diversas formas adaptativas de los inmigrantes no podemos recurrir a un
determinado número de factores o variables organizativas. Eso no es
suficiente, hay que ir más allá del simple registro empírico
y comprender como se organiza el universo de experiencias y acontecimientos
en el inmigrante. Por eso creemos que cualquier modelo teórico debe
estar dispuesto a conceder un lugar preferente al camino y a la estrategia
que doblega todo fin y toda disposición teórica o normativa
a una forma instrumental para adaptarse y sobrevivir.
Blommaert,
J., Verschueren, J. (1991):
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original en 1980)
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y sin razones de los planteamientos multiculturales” en Las Ciencias Sociales
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de la obra original en 1962, La pensée sauvage, París, Librairie
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teoría social. Amorrortu, Buenos Aires. (Publicación original
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Watzlawick, P. [et al.] (1988): La realidad inventada, Buenos Aires, Gedisa.
[1] En la primera etapa de las migraciones (tradicionalmente se distinguen tres momentos en las migraciones modernas: una primera etapa de carácter permanente desde mediados del s. XIX, una segunda de carácter temporal desde la II GM y por último, a partir de los años setenta que comienza la restricción de los flujos), la isomorfía perseguida se plantea en términos biológico-culturales, después se limíta a la dimensión cultural, pero no se abandona la idea de similitud con el hueco reservado.
[2] Término semejante al “pensar habitual” del que habla Schutz (1974: 95), referido como un “sistema de recetas verificadas” que nos permite desplazarnos en el medio social con una economía de esfuerzos interpretativos. La aplicabilidad de este pensar habitual se limita a una “situación histórica específica”, es decir, deja de ser útil cuando se es forastero, por extensión, inmigrante.
[3] El carácter teleológico queda implícito en el propio término. Como indican Blommaert y Verschueren (1991: 524) aunque se trata de un concepto altamente dinámico, suele ser presentado “como un resultado del esfuerzo por reducir el problema de las minorías”.
[4] Ambos tienen que desplegar sus estrategias, lo cual no implica que legal, política y socialmente disfruten de los mismos derechos.
[5] Patterson (1965) plantea la no necesaria reciprocidad entre los términos adaptación/aceptación, estar adaptado no supone ser aceptado y viceversa. Sin embargo, el reparto de papeles que establece resulta bastante cuestionable. Para Patterson, el proceso de incorporación en la sociedad receptora vendría definido por la adaptación, reservado para el inmigrante, y la aceptación en manos de la sociedad de acogida. El inmigrante tiene un papel activo / la sociedad pasivo, la adaptación es consciente (y requiere esfuerzo) / la aceptación inconsciente. Todo esto requiere bastantes matizaciones. El artículo de Blommaert y Verschueren (1991), resulta particularmente claro para mostrar la trampa que supone para el inmigrante caer en el discurso de la integración propuesto por la sociedad a la que llega. Este término es la sustantivación del verbo transitivo integrar (en cuyo significado está implícito el movimiento y la idea de proceso): “X (agente) incorpora/ trae a Y (paciente) dentro” (p. 524). Dicha expresión supone direccionalidad o transición en un espacio y tiempo, con una serie de consecuencias: 1) excluye la reflexividad (Y, sujeto pasivo no puede integrarse a si mismo), 2) supone la existencia de una barrera, sin ella los términos dentro y fuera no tendrían sentido y 3) después de un tiempo se llega a un final, estar dentro (integrado). En este proceso se manifiesta el poder de X sobre Y, el que integra posee el control sobre quién debe ser integrado, la rapidez del proceso y el resultado final. El que es integrado (Y) no conoce el modo de cruzar la frontera porque no es quien decide cuál es la frontera. Por ello, la integración es unidireccional, realizada por X sobre Y, y además una relación permanente de dominación de la mayoría sobre la minoría (no tiene posibilidad de atravesar la frontera por sí mismo porque es privilegio de la mayoría definir la frontera que tiene que ser cruzada). En coherencia con lo anterior, la mayoría debería decidir “la política de integración” (quiénes, con qué rapidez, y en qué deben integrarse) y los inmigrantes permanecer como espectadores. Sin embargo, el discurso de la sociedad receptora dota de gran reflexibidad a las minorías en su proceso de integración, es su obligación y son los responsables del fracaso. Lo cual, como indican, no deja de resultar irónico. “¿Cómo pueden tener obligaciones y responsabilidades en un proceso totalmente controlado por la mayoría?” (p. 525). En definitiva, la indefinición sobre qué es estar integrado y la movilidad arbitraria de las fronteras por la mayoría hacen “que la integración sea eterna, nunca termina” (Ibíd.: 526). Todo lo mencionado constituye un argumento más para dudar de la utilidad explicativa (científica) del concepto integración cuando es entendido como meta final del proceso adaptativo, no entramos en valoraciones en términos de rentabilidad política.
[6] No es de extrañar que el asociacionismo y las actividades políticas reivindicativas sean escasas en las primeras generaciones o en aquellos países dónde no existe una comunidad inmigrante asentada. Aunque por momento histórico estemos en la tercera etapa de la conceptualización de la migración, la configuración de España como país de inmigración acaba de comenzar.
[7] Después de todo esta es una de las grandes capacidades del hombre, “nada les impide aprender en un tiempo relativamente rápido nuevas formas de conducta y comunicación. Para esta tarea no están lastrados por sus experiencias culturales anteriores, sino más bien todo lo contrario. A diferencia de los cambios evolutivos biológicos que se producen por sustitución de unas formas por otras, los recursos culturales son acumulativos” (García, 1997: 14).
[8] Existen pueblos con una larga tradición migrante, esto puede ayudar a vivenciar el hecho migratorio con una mayor cercanía, como opción posible y válida, pero no como garantía de saber o conocer formas de comportamiento en cada nuevo contexto de inmigración.
[9] Nos referimos al famoso poema de A. Machado, recogido en “Proverbios y Cantares” en su obra Campos de Castilla
[10] Privilegiar la óptica del inmigrante no implica relegar el papel activo de la sociedad receptora en el proceso mutuo de adaptación. Esta investigación pretende ver la experiencia adaptativa desde los inmigrantes, lo cual supone contemplar las interpretaciones que realizan los inmigrantes de las respuestas generadas por la sociedad receptora.
[11] “se hace camino al andar”
[12] Se pone poco énfasis empírico y teórico en la experiencia de la ruptura que supone la frontera. Apelamos al cúmulo de sensaciones y transformaciones que en la persona se producen frente a un cambio radical del medio físico y simbólico. Ver Grinberg, L. y Grinberg R. (1984).
[13] La literatura de ciencia ficción, preocupada por el tema de las invasiones de inmigrantes extraterrestres (alienígenas), representa a estos extranjeros llegados de otros mundos como perfectos imitadores que usurpan o se metamorfosean en seres iguales en apariencia a los terrícolas. Desde un punto de vista argumentativo los selenitas comienzan llegando silenciosamente y a llevar una vida aparentemente igual al resto de los ciudadanos respetables. En realidad no hay diferencias sustanciales salvo aquella, siempre insignificante, que permite identificarlos y erradicarlos del planeta tierra.
[14] Los filósofos Deleuze y Guattari ponen la metáfora ejemplar de la orquídea y la avispa como forma imitadora donde un término se sobrecodifica en el otro y viceversa. "La orquídea se desterritoriliza al formar una imagen, un calco de avispa; pero la avispa se reterritorializa en esa imagen. No obstante, también la avispa se desterritorializa, deviene una pieza del aparato reproductor de la orquídea; pero reterritorializa al transportar el polen. La avispa y la orquídea hacen rizoma en tanto que heterogéneos". (Deleuze y Guattari, 1994: 15).
[15] En parte como reacción a la centralidad que en otro momento tuvieron los planteamientos centrados en las dinámicas político-económicas nacionales e internacionales.
[16] Sustentado por material empírico etnográfico y discursivo.