NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 11-2005/1 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
Nixon,
o la arrogancia del poder: Treinta años después del Watergate (1974-2004) |
Carlos Sánchez Hernández >>> CV |
El
perfil personal | Los inicios políticos | La Vicepresidencia (1953-61) | Las
elecciones de 1960: Nixon Vs JFK | La Guerra
de Vietnam, las elecciones de 1968 y “la mayoría silenciosa”: la Presidencia
(1969-74) | El estilo de Nixon y “los hombres del Presidente” | El escándalo
Watergate (1972-74) y el Impeachment | El significado y la lectura del Watergate
| El balance de la figura de Nixon
El pasado Agosto de 2004 se cumplieron treinta años de la dimisión
de Richard M. Nixon, como resultado de la culminación de una serie
de sucesos que desembocaron en la crisis institucional más grave de
la democracia estadounidense, y un peligroso precedente para la democracia
moderna en todo el mundo: el Escándalo Watergate (1972-74)
Aprovechando el título de la obra del
autor norteamericano, Anthony Summers, “Nixon, o la arrogancia del poder”,
trataremos en este artículo no sólo de perfilar la figura histórica
y el semblante del 37º Presidente de los Estados Unidos, sino de desgranar
qué fue, en qué consistió, y cuales fueron las consecuencias
y el significado del Watergate, un asunto en la actualidad no suficientemente
estudiado y analizado por la Ciencia Política.
Richard Milhaus Nixon nació en 1913
en Yerba Linda, California, en el seno de una modesta familia de clase baja
que había emigrado desde el Medio Oeste. Su padre regentaba una tienda
de comestibles, y desde la adolescencia el joven Nixon hubo de trabajar junto
a sus hermanos para ayudar a su padre. Nixon fue educado de forma severa y
al estilo de los cuáqueros (sus abuelos pertenecían a este grupo).
Con 16 años se levantaba a las cuatro de la mañana para ir
al mercado central de Los Angeles, donde compraba los comestibles para abastecer
la tienda de su padre. Luego trabajaba durante casi todo el día e
iba a la escuela, además de estudiar por las noches.
La educación que Nixon recibió
en su infancia sin duda fue determinante en su personalidad, basada en la
creencia de que el esfuerzo y la dedicación llevaban al éxito,
y también en la forma de ser austera.
En 1930, a los 17 años, tras rehusar
el ingreso en Harvard a pesar de haber ganado una beca para estudiar allí,
para no separarse del núcleo familiar, una decisión que sin
embargo le marcaría para el resto de su vida por la indolencia de no
haber podido estudiar en una gran universidad, se matriculó en la
modesta Universidad de Whittier, donde estudiaría derecho. Nixon fue
un estudiante modelo, muy aplicado, y sus escasas dotes sociales las compensaba
participando en todas las actividades posibles, e intentando destacar en todo:
llegó a ser delegado de su promoción, hizo teatro y jugó
al fútbol, si bien esta última actividad le trajo más
decepciones que alegrías al no lograr nunca ser titular del equipo
y ser considerado por sus compañeros como un mal jugador.
Tras graduarse en derecho retornó a
su localidad natal en 1934 sin saber inicialmente a qué dedicarse,
tras lo cual un importante hombre de negocios de la localidad se fijó
en él y lo promocionó para la corporación local, además
de abrirle otros caminos en modestos despachos de abogados locales.
Después del ataque japonés a
Pearl Harbour y la entrada de EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Nixon se
alistó en la Marina siendo destinado al Pacífico, si bien pasó
la mayor parte de su destino en retaguardia dedicado a tareas de intendencia.
En esta etapa de su vida desarrolló una especial madurez, y cultivó
su tardía afición por el poker, un juego muy usado por los soldados
y que a Nixon le marcó profundamente en el sentido de sentirse muy
cómodo con él por lo que de secreto y faroleo conlleva, rasgos
que caracterizarían más tarde al político y Presidente
Nixon. Con el poker llegó a ganar una pequeña suma de dinero
que utilizaría más tarde en su primera campaña electoral.
Tras la guerra regresó a EE.UU, y en
1946 se presentó como candidato al Congreso, iniciándose así
su vida política a los 33 años.
Los inicios políticos de
Nixon
Nixon se había casado en1940 con Pat
Ryan, aunque desde el principio a ésta le quedó claro que su
matrimonio estaría supeditado a las ambiciones políticas de
su marido. En 1946, justo tras volver de la guerra, inició su carrera
política con su primera campaña electoral contra el demócrata
Jerry Boris, y ganó. En 1948 dio el gran salto presentándose
como candidato por un escaño al Senado representando a California por
el partido republicano, teniendo como principal contrincante a una mujer,
Helen G. Douglas. Ya entonces Nixon comenzó a hacer gala de su estilo
político: apasionado, llevando los debates a las últimas consecuencias,
atacando, acosando y acorralando a sus rivales y con encendidos discursos
que parecían más estar llevados por demonios personales que
por motivaciones políticas, y que buscaban ante todo la victoria por
el modo que fuese. Para Nixon todo valía; desacreditar, insultar, alusiones
a la vida personal del rival, búsquedas de pasados turbios, etc. En
una ocasión llegó a referirse a su contrincante Douglas, para
tratar de acusarla bajo el argumento de que en su equipo tenía a un
miembro conectado con el partido comunista, como “toda ella es roja, incluso
su ropa interior”.
Fue Helen G. Douglas quien le puso el apodo
de “Tricky Dicky” (“Ricardito el Tramposo”) que le acompañaría
durante toda su vida. Se suele decir que fue ella la primera persona que conoció
de cerca al político Nixon, a la parte más oscura de su estilo
político que pasaría a la historia tres décadas más
tarde. Finalmente, en esa disputa electoral Nixon resultó elegido
como senador, alcanzando así su primer logro político e iniciándose
su irrupción y ascenso en la arena política nacional.
En 1950, en medio de la “Caza de Brujas” de
McArthy, se produjo el hecho que catapultaría
a Nixon a la primera fila de la política estadounidense. Como senador
logró participar en el Comité de Actividades Antiamericanas,
y dirigió personalmente una investigación relacionada con Alger
Hiss, un destacado diplomático del Departamento de Estado. Patrocinador
y arquitecto de las Naciones Unidas, Hiss fue acusado por Nixon de filocomunista,
de tener tendencias y simpatías comunistas, y de espiar para la URSS.
Nixon volcó toda su energía en la investigación, consciente
de que si esta resultaba su estrella política brillaría con
más fuerza. Nixon, fiel a su estilo, acorraló a Hiss hasta hacerlo
parecer un funcionario desleal y corrupto, aparte de un comunista. Trató
de demostrar que Hiss pasó documentos de alto secreto microfilmados
a los soviéticos. Se llegó a descubrir por medio de un confidente
un carrete completo de microfilmes escondido en una calabaza de Halloween.
Finalmente se demostró que si bien Hiss no era espía, sí
había mentido al tribunal, por lo que fue condenado por perjurio,
apartado de la función pública y sancionado,
todo un triunfo personal para Richard Nixon.
Tras el Caso Hiss, Nixon apareció ante
la opinión pública, que no había parado de observarle,
como un honesto e incansable luchador anticomunista dispuesto a desenmascarar
a todos los que tuviesen en la administración ideas comunistas o desleales
hacia los Estados Unidos. Sus discursos apuntaban directamente a la según
él ineficiente Administración Truman, incapaz de controlar a
todos los comunistas norteamericanos que podían conspirar contra los
Estados Unidos en su propia casa. Para otros sin embargo, Nixon era un oportunista
que se promocionada a sí mismo sin ningún pudor. Fuese como
fuese, lo cierto es que Nixon supo gracias a este y otros capítulos
abrirse camino en la siempre difícil escena política estadounidense
En 1951 el candidato a la presidencia Dwight
D. Eisenhower (conocido como “Ike”) se fijó en él, y en el verano
de 1952 acabó siendo nombrado candidato a la vicepresidencia. Las
elecciones de Noviembre de 1952 y el triunfo del tándem Ike-Nixon supusieron
la entrada por la puerta grande de Nixon en lo más alto de la política
estadounidense.
La Vicepresidencia de Nixon (1953-61)
En Enero de 1953 Nixon se convirtió
en Vicepresidente bajo la Admón. Eisenhower. Desde sus comienzos dio
prueba de una gran ambición y capacidad políticas, si bien nunca
llegó a tener, como él hubiera deseado, una estrecha relación
con Eisenhower, quien siempre le vio como un Vicepresidente impuesto por
el partido republicano. El armisticio en la Guerra de Corea fue el debut
político de la Admón. Eisenhower, que había prometido
paz con honor en Corea.
Nixon fue uno de las
primeros políticos en citar la denominada Teoría del Dominó,
referida al avance comunista en Asia y la necesidad de detenerlo ante la perspectiva
de que los países asiáticos fuesen cayendo uno detrás
de otro como fichas de un dominó. Cuando en 1954 los franceses fueron
derrotados en Diem Bien Phu y anunciaron su retirada de
Indochina, Nixon apremió a Eisenhower a detener el avance del
Vietcong usando incluso bombas atómicas, plan desechado por Ike. Este
sí accedió sin embargo al envío de los primeros consejeros
militares a Vietnam del Sur para asesoramiento militar, nada más retirarse
los franceses y dividirse Vietnam en dos mediante los Acuerdos de Ginebra,
en 1954. Nixon en persona llegó a viajar a Vietnam en calidad de Vicepresidente
En 1955 sufrió sus primeros problemas
emocionales, los cuales le acompañarían el resto de su vida,
incluída su presidencia. Se hizo trata por el afamado Doctor Husnecker,
un psiquiatra que ya trataba a estrellas de cine, si bien suspendió
las visitas a su consulta para que la prensa no pensara que sufría
desequilibrios emocionales.
En 1956, en plena campaña de reelección
del tándem Ike-Nixon, surgieron rumores sobre posibles aportaciones
ilegales e incluso sobornos a Nixon. Cuando Eisenhower estaba a punto de pedirle
que abandonara la vicepresidencia y se marchara de la carrera electoral, Nixon
llevó a cabo una de las maniobras más brillantes de su carrera:
salió por televisión en una hora de máxima audiencia
para explicar a los televidentes estadounidenses la procedencia de esos regalos
y aportaciones recibidos, así como una pequeña auditoría
pública de sus propias cuentas personales. Finalmente hizo alusión
a un pequeño perro que un hombre de negocios regaló a su hija
y que esta bautizó como Cheekers, por lo que esa intervención
televisiva es conocida como “el discurso Cheekers”. Se trató de la
primera vez en la historia de la televisión, una televisión
que acababa de nacer como medio de comunicación, que un político
se valía de ella para influír en la opinión pública,
en este caso para limpiar su imagen. Se trató de todo un éxito,
aún a pesar de que su mujer Pat lo consideró en sus memorias
como un momento humillante. Fue el primer uso partidista del medio televisivo,
algo habitual en los últimos 50 años (en sustitución
de la radio), y fue una acción brillante para Nixon ya que le salvó
su carrera política, si bien cuatro años más tarde,
en el debate electoral televisado con Kennedy, no daría pruebas de
haber aprendido a manejar el medio televisivo.
En 1957 de nuevo dio pruebas de su espíritu
de lucha y audacia. Visitó Moscú con motivo de una feria internacional
de muestras en la capital soviética, y allí, en una muestra
de la típica cocina norteamericana coincidió con Nikita Kruchev,
en lo que se denominó “el debate
Kitchen” (debate de la cocina). Se trató de un acalorado debate entre
ambos personajes en el que discutían cual de las dos Superpotencias
estaba tecnológicamente más avanzada. Kruchev no se cansó
de promocionar al mundo el reciente éxito soviético al poner
en el espacio el primer satélite artificial humano, el Sputnik, mientras
Nixon replicaba que los norteamericanos estaban más avanzados en otros
terrenos. A pesar de las bravatas de Kruchev, el público americano,
que vio el debate en directo, apreció los esfuerzos de Nixon para promocionar
la tecnología y las virtudes de los Estados Unidos incluso en la propia
Unión Soviética, y el efecto de aquello fue en general positivo
para la imagen de Nixon.
Finalmente, en 1958 Nixon sufrió un
altercado que paradójicamente le beneficiaría publicitariamente.
En un viaje de Estado por Latinoamérica, cuando se encontraba visitando
Venezuela, su coche oficial fue zarandeado y golpeado por la multitud como
muestra hostil de gran parte de la población venezolana que culpaba
a las petroleras norteamericanas y al intervencionismo de EE.UU de la corrupción
y la miseria que reinaban en Venezuela, a pesar de ser uno de los grandes
productores mundiales de petróleo. El incidente hizo aparecer de nuevo
a Nixon como un gran embajador de EE.UU en el mundo, que incluso recibía
maltrato físico en nombre de su país.
Los años 1959 y 1960 estuvieron marcados
por el aumento de la implicación estadounidense en Vietnam (para 1959
EE.UU ya tenía 900 consejeros militares allí), y por la preparación
de la campaña electoral, campaña en la que Nixon se presentaría
como candidato a la presidencia tras ocho años en la vicepresidencia.
En principio, Nixon aparecía como el gran favorito, pero la campaña
electoral sería una de las más reñidas de toda la historia
y un fracaso personal para él.
Las elecciones de 1960: Nixon Vs JFK
En el verano de 1960 Richard M. Nixon y John
F. Kennedy fueron nominados respectivamente como candidatos a la presidencia
por los partidos republicano y demócrata, y comenzaban su campaña
electoral. Se trataba de dos personalidades tremendamente distintas, de dos
formas de entender la política distintas,
y de dos trayectorias políticas muy diferentes. Kennedy formaba parte
de la aristocracia norteamericana, mientras que Nixon era el hijo de un tendero.
Kennedy procedía del Este, de Boston, mientras que Nixon era del Oeste,
de California. Kennedy se educó en colegios selectos entre la alta
sociedad de EE.UU, mientras que Nixon fue siempre a la escuela pública.
Kennedy estudió en Harvard, mientras Nixon, a pesar de tener una beca
para esa universidad, debió elegir la desconocida y más sencilla
Universidad de Whittier. Kennedy era el hijo de un multimillonario que siempre
tuvo todo lo que quiso, mientras Nixon tuvo que trabajar desde los 10 años
en la tienda de su padre, además de estudiar. Kennedy tuvo una carrera
política muy fácil; entró en la política gracias
a la reputación y el dinero de su padre, mientras que Nixon tuvo que
abrirse camino por sí mismo, sin nombre ni apellido familiar ni dinero,
sólo merced a su propio esfuerzo y dedicación. Y por último,
Kennedy poseía el glamour y el encanto clásicos de la clase
alta, además de un carisma y una simpatía personal que le hacían
atraerse a la gente de forma natural; Nixon sin embargo siempre tuvo que luchar
porque su forma de ser y su poco atractivo personal e incluso físico
no eclipsaran sus innegables actitudes políticas. El único punto
en común que parecían tener era su pasado militar, ya que ambos
sirvieron en la Marina y los dos eran veteranos del Pacífico.
Todas estas diferencias se plasmaron desde
un principio en la carrera electoral. Kennedy no tuvo más que pedirle
el dinero para financiar su campaña a su multimillonario padre, quien
se lo concedió gustoso ya que en realidad la carrera política
de Kennedy era la prolongación de la de su padre, Joseph Kennedy, una
truncada carrera política en los años 1930´s durante la
admón. Roseevelt fracasada por su tendencia al apaciguamiento con Hitler.
Nixon por el contrario tuvo que ganarse hasta el último penique de
su agotadora campaña electoral, si bien influyentes hombres de negocio
financiaron gran parte de su campaña. Esa agotadora campaña
llevó a Nixon en unos meses hasta el último rincón del
país, recorriendo los 50 Estados. Perdió varios kilos y sufrió
una grave lesión en la rodilla en plena campaña que le obligó
a hospitalizarse. Ya recuperado, se volvió a golpear la rodilla, y
fue en esas condiciones como acudió al histórico debate electoral
previo a las elecciones, el primero en ser televisado en la historia. Mientras
Kennedy fue al debate con un aspecto joven, dinámico y saludable (fue
maquillado y tomaba sustancias energéticas antes de los acontecimientos
públicos), Nixon se presentó con una pésima imagen: recién
salido del hospital, delgado, pálido, sin maquillar y con barba de
dos días, daba un aspecto enfermizo y débil. Fue un pésimo
uso del medio televisivo por parte del equipo de Nixon, que cuatro años
antes había usado magistralmente la televisión en el discurso
Cheekers, y que según todos los analistas le costaría cientos
de miles, incluso millones de votos, votos que al final le hicieron perder
las elecciones. Para colmo, el dolor en la rodilla de Nixon se agudizó
durante el debate, y esto le afectó en determinados momentos, dando
respuestas poco contundentes o no rebatiendo convenientemente a su rival.
Aún así, el contenido de fondo y los argumentos del debate fueron
superiores en Nixon, y de ahí que quienes escucharon el debate por
la radio lo dieran como ganador; sin embargo, la inmensa mayoría de
quienes vieron el debate por televisión consideraron como ganador a
Kennedy. Ese es el poder de la televisión, y en las elecciones de 1960
fue determinante.
Por añadidura, si bien Kennedy se benefició
de la adhesión de importantes figuras políticas y de otros sectores
como Hollywood (donde Nixon no era visto con buenos ojos por su participación
en el Comité de Actividades Antiamericanas de McArthy), Nixon sufrió
una verdadera oleada de declaraciones adversas: el exPresidente Truman apeló
a los estadounidenses a no votarle, y el mismísimo Eisenhower se negó
en un principio a darle su apoyo aún habiendo sido su Vicepresidente,
y cuando finalmente se lo dio fue demasiado tímido y llegó
muy tarde. Un periodista llegó a preguntarle en plena campaña
electoral si alguna decisión importante de su presidencia había
sido inspirada por Nixon, a lo que Eisenhower respondió: “deme una
semana, y pensaré en alguna”.
Finalmente, el 8 de Noviembre de 1960, Kennedy
ganó las elecciones por sólo un margen de 150.000 votos. Se
convirtió así en el 35º Presidente de los Estados Unidos.
La reacción de Nixon fue sin embargo
moderada, aún a pesar de tener pruebas concluyentes de fraude electoral.
En una amarga noche, tuvo que reconocer ante la pizarra de resultados que
Kennedy era el ganador, ofreciéndole además todo su apoyo. En
privado sin embargo llegó a barajar con su equipo la posibilidad de
impugnar las elecciones, de denunciar un fraude electoral, aunque finalmente
no lo hizo para no perjudicar al sistema electoral norteamericano. Nixon siempre
sintió desde entonces una mezcla de odio y admiración por
los Kennedy. Consideraba que eran más despiadados y menos idealistas
que él, y sin embargo la gente los apreciaba más que a él,
que tenían más encanto y magnetismo que él y que se ganaban
a la gente. Se trató de un sentimiento que le acompañaría
toda la vida ante los éxitos de los Kennedy, si bien pudo tener más
tarde, en 1971, una pequeña revancha cuando el senador Edward Kennedy,
hermano pequeño de Kennedy y que iniciaba su carrera presidencial,
se vio envuelto en un oscuro asunto que le costó su carrera política
cuando en un accidente de tráfico ocurrido en la localidad de Chappaquidik
murió su secretaria sin que, según las investigaciones, él
le prestara ayuda, como obliga la ley. Se sospecha aún hoy que Nixon
no fue ajeno a este incidente que impidió la carrera presidencial de
Ed. Kennedy justo cuando esta se iniciaba.
Pero Nixon no se dio por vencido tras la derrota
de 1960, y así en 1962 se presentó a gobernador de California,
y de nuevo perdió tras una carrera electoral en la que su oponente
demócrata se benefició de la ayuda del propio Presidente Kennedy
y de la recién terminada Crisis de los Misiles, una carrera además
poco entusiasta por parte de Nixon que se mostró incapaz de convencer
a los votantes de que no pretendía con estas elecciones encaminarse
de nuevo hacia una carrera presidencial. La noche de la derrota anunció
públicamente en un amargo discurso su retirada definitiva de la política,
discurso en el que llegó a acusar a los periodistas de sus derrotas
y de mantener una campaña contra él advirtiendo: “me gustaría
que por una vez escribieran lo que digo … quiero
que valoren lo que pierden conmigo; ya no tendrán a Nixon para machacarle”.
Tras su retirada de la politica en 1962, fue
contratado como abogado por Pepsi-Cola Company, contrato que además
de sus cuantiosas minutas legales le sirvió para viajar por todo el
mundo y seguir de cerca la política nacional e internacional.
La Guerra de Vietnam, las elecciones de
1968 y “la mayoría silenciosa”: la Presidencia de Nixon (1969-74)
Tras la Ofensiva Tet de Enero de 1968 quedó
claro, tal como Walter Cronkale dijo, que la guerra estaba perdida. Aquello
no quería decir que militarmente la guerra estuviese en derrota, ya
que durante todo el conflicto el 90 % de las batallas militares las ganaron
los norteamericanos. Lo que significaba es que tras casi cuatro años
de guerra (1964-68), aún dominando militarmente la situación
y haciendo esconderse y ahuyentando al Vietcong, el ejército norteamericano
era incapaz de controlar todo el territorio de Vietnam del Sur, impedir la
infiltración comunista, así como de garantizar la integridad
nacional survietnamita. Tampoco era capaz de neutralizar la insurgencia comunista
en Vietnam del Sur, la penetración y actividades de los guerrilleros
comunistas patrocinadas por Hanoi, ni las esporádicas acciones militares
del Ejército de Vietnam del Norte. Por otra parte, una invasión
estadounidense de Vietnam del Norte o el uso del arma nuclear (opciones
que llegaron a barajarse como posible salida a la guerra) fueron desechadas
por el inminente peligro de enfrentamiento abierto con China y la URSS; de
optar por ello Washington, existía una altísima posibilidad
de que se produjera una gran crisis del tipo de la Crisis Cubana de 1962,
con claro peligro de una Tercera Guerra Mundial en forma de guerra termonuclear.
Así pues, tras la Ofensiva Tet, para los comienzos de 1968 quedó
claro para la mayoría de los estadounidenses que tras los sucesivos
planes militares del Pentágono y del General William Westmoreland,
y tras comprometer medio millón de soldados y una buena parte de la
economía doméstica de EE.UU, además de implementar una
enorme y costosísima guerra aérea que implicaba una arrolladora
superioridad tecnológica norteamericana, tras todo ese esfuerzo apenas
se había conseguido nada, ya que si bien el campo de batalla estaba
dominado por los estadounidenses, el objetivo político de la guerra
que consistía en el fortalecimiento de Vietnam del Sur y la neutralización
de la agresión y la amenaza comunistas, no se había logrado,
teniendo en cuenta que para garantizar la supervivencia del gobierno pro-occidental
de Saigón se debía estacionar indefinidamente al medio millón
de soldados norteamericanos, algo absolutamente inviable. Aquello significaba
ni más ni menos que la guerra estaba perdida, ya que el objetivo final
de esta ni de lejos podía lograrse. El objetivo político no
fue otro que expulsar de Vietnam del Sur hasta la última amenaza comunista,
asegurarse de que el gobierno de Saigón existiera tras la retirada
estadounidense, y contener y eliminar cualquier amenaza comunista sobre la
región del Sudeste Asiático. Esto era absolutamente imposible
en 1968, aunque se ganaran las batallas. El motivo, aunque basado en complejos
condicionantes, era simple, y lo resumía una sencilla máxima
de la teoría y la ciencia militar: un ejército regular “pierde
cuando no gana”, mientras que una guerrilla o ejército irregular “gana
mientras no pierde”: eso era exactamente lo que estaba sucediendo en Vietnam
con el ejército estadounidense y la insurgencia comunista respectivamente.
Este fue el nudo gordiano de la Guerra de Vietnam.
Con este panorama, para cuando comenzaba la
precampaña electoral presidencial en EE.UU, en la primavera de 1968,
los demócratas estaban políticamente lisiados por la guerra.
Johnson anunció en Marzo que no buscaría ni aceptaría
la nominación de su partido para la reelección, que no se presentaría
a las elecciones y se retiraría de la política. Esto equivalía
a admitir que Vietnam había acabado con su presidencia y con su carrera
política (además, moriría sólo cinco años
después, en 1973). Fue en este contexto y con este escenario como Nixon
reapareció en la arena política como líder republicano
fuerte y veterano, y con posibilidades de desalojar a los demócratas
de la Casa Blanca tras ocho años.
Nixon logró en el verano de 1968 que
la Convención del partido republicano le nominara como candidato a
la presidencia, muy por delante en votos de los
otros dos grandes candidatos, el reputado Rockefeller o un por entonces poco
conocido Ronald Reagan. Su oponente a la presidencia era el a la sazón
Vicepresidente, Hubert Humphry, de quien se rumoreaba que el anuncio de abandono
de Johnson se debió más a una maniobra para beneficiarle, para
relanzar a Humphry hacia la presidencia, que a una dimisión anunciada
de aquel.
Así las cosas, Johnson redobló
los esfuerzos, una vez anunciada su retirada, para fortalecer a Humphry de
cara a la presidencia. En este sentido, intensificó los esfuerzos para
el verano de 1968 en cuanto a lograr un acuerdo de paz: suspendió todos
los bombardeos sobre Vietnam del Norte y ofreció a Hanoi y Saigón
el inicio de unas conversaciones de paz en París a tres bandas. Nixon
de inmediato se dio cuenta de la maniobra y llegó a la conclusión
de que si repentinamente y antes de las elecciones de Noviembre los demócratas
sorprendían al electorado con un acuerdo de paz, estos ganarían
en las urnas.
Fue entonces cuando Nixon, que tras el “robo”
electoral de 1960 por parte de Kennedy se había, según contó
en sus memorias, “prometido a sí mismo que la próxima vez ganaría”,
comenzó a tejer un plan para neutralizar y virtualmente sabotear secretamente
el intento de paz de Johnson. Curiosamente, Vietnam del Norte aceptó
inmediatamente la oferta de conversaciones de Johnson, y fue Saigón
quien puso trabas, al sentir que en esas negociaciones saldría perjudicado,
si bien no llegó a negar su participación en ellas inicialmente.
Nixon optó entonces por convencer a los survietnamitas para que rechazasen
las negociaciones. Contactó con una figura muy influyente en el Gobierno
de Saigón, una mujer llamada Ana Chenoll, viuda de Clairk Chenoll,
un piloto de combate que lideró a los “tigres voladores”, una escuadrilla
de pilotos nortamericanos voluntarios que volaron al lado de los chinos y
contra la ocupación japonesa de China justo antes de la Segunda Guerra
Mundial. Nixon pidió a Ana Chenoll que, secretamente, convenciera a
Saigón de que no acudiese a las conversaciones de paz, ya que si Nixon
ganaba las elecciones conseguirían un mejor trato que con Johnson.
Chenoll llegó a enviar telegramas cifrados secretos a Saigón
en este sentido. El propio Johnson llegó a enterarse, aunque sin pruebas,
del sabotaje de Nixon, aún a pesar de que este en persona le negó
toda implicación y de que públicamente, en sus mítines
y declaraciones, Nixon asegurara que deseaba que EE.UU pudiera llevar a Hanoi
y Saigón a la mesa de negociaciones y lograr la paz. Finalmente Saigón
comunicó a Johnson que no acudiría a las conversaciones de paz,
por lo que estas fracasaron y Johnson no logró un acuerdo, perjudicando
a los demócratas en las elecciones. Recientemente, varios analistas
políticos han resaltado la gravedad de que un ciudadano privado, como
por entonces era Nixon, boicoteara personalmente y en secreto unas importantísimas
negociaciones de paz, las más importantes para EE.UU desde 1945, que
el Gobierno Norteamericano trataba de conseguir para lograr la paz definitiva
en la Guerra de Vietnam.
Nixon logró pues su primer objetivo,
impedir un acuerdo de paz que beneficiase a los demócratas, y prosiguió
con su campaña electoral. También con relación a Vietnam
declaró al electorado estadounidense que poseía un plan secreto,
diseñado para “acabar con la guerra”, y para “lograr una paz con honor”.
Se trataba de una ambigüedad deliberada con la que Nixon jugó:
algunos, los “halcones de la guerra” pensaron que lo que Nixon quería
decir con ese plan era “ganar” la guerra; otros, quienes deseaban el fin
definitivo de la contienda, prefirieron pensar que se trataba de “retirarse”
de la guerra. Sea como fuere, el ardiz surtió efecto, y muchos electores
de una y otra tendencia votaron a Nixon convencidos de que acabaría
con la guerra. Una vez en la presidencia todo
se resumió en su estrategia denominada “vietnamización”.
Por último, Nixon se referió
al hartazgo de lo que él llamó “la mayoría silenciosa”.
Se refería con ello a que la mayoría de los norteamericanos,
la gran clase media estadounidense, veía con absoluto cansancio e indignación
la división a que la guerra había sometido al país,
así como a las consecuencias de la guerra en las calles, a los disturbios,
y a la actitud de unos pocos que tomaban la calle como propia y acababan
con el orden. Se trató de otro mensaje destinado al norteamericano
y votante medio que estaba harto tanto de la guerra
como de los desórdenes y que quería, exigía, que volviese
la normanildad al país. El mensaje también caló en el
electorado. Finalmente, en Noviembre de 1968 Nixon ganó las elecciones,
y el 20 de Enero de 1969 prestó juramento en las escalinatas del Capitolio
de Washington como 37º Presidente de los Estados Unidos. La frase que
pronunció aquel día, que pasaría a la historia fue:
“el mayor título que puede conceder la historia a un estadista es
el título de pacificador”.
Una vez en la presidencia, su plan para “acabar
con la guerra”, la “vietnamización”, consistía en desescalar
gradualmente la guerra, desactivándola. Fue poco a poco reduciendo
la implicación norteamericana, de forma escalonada. Se trataba de ir
trasladando las responsabilidades de la defensa de Vietnam del Sur a Saigón,
“devolver” la guerra a los survietnamitas para que se hicieran cargo de esta
de nuevo (desde 1964 Washington se había hecho directamente con el
control). A finales de 1967, antes de la llegada de Nixon, había en
Vietnam 515.000 soldados norteamericanos. Cuando se inicia la presidencia
de Nixon en 1969, a pesar de estar perdida ya la guerra, había 550.000,
y para 1972 sólo quedaban 130.000. Nixon redujo decisivamente la
presencia de tropas, pero aumentó significativamente la actividad
aérea, la guerra aérea contra Vietnam del Norte, ordenando
incesantes bombardeos a la USAF contra centros neurálgicos norvietnamitas
principalmente en Hanoi y Haiphong, ya que su política se basaba en
los bombardeos y no en las campañas militares como acciones militares
para lograr objetivos politicos, tal como Von Clausewitz dictó. En
el fondo extendió la guerra, ya que implicó a partir de 1969
a Laos y Camboya, y además planificó junto a Kissinger los
bombardeos clandestinos sobre Camboya desde Marzo de 1969 y que en Junio
se extendieron a Laos, desconocidos no sólo para la opinión
pública si no también para el propio Congreso. Se trataba de
destruír el denominado “Sendero Ho Chi Mihn”, la ruta de suministro
de los infiltrados comunistas que iban del Norte al Sur atravesando territorio
laosiano y camboyano. En Abril de 1970 ordenó la invasión de
Camboya, una medida tremendamente impopular en EE.UU porque significaba la
extensión de la guerra, si bien las tropas estadounidenses se retirarían
tras sólo dos meses de ocupación, y tras confirmar en el poder
al general pronorteamericano Non Lon, quien ya lo ocupaba desde 1969 gracias
a un golpe militar contra el príncipe pro-comunista de Camboya, Norodon
Sihanuk. Aún así, Nixon siempre mantuvo que la implicación
estadounidense en Vietnam iba disminuyendo porque para 1971 había
enviado a casa a 2 de cada 3 soldados, manteniendo para finales de ese año
a sólo 160.000 soldados. Además ordenó ceses parciales
de los bombardeos y limitación de objetivos sobre Vietnam del Norte,
y lo más importante, a partir de 1971 el Ejército Estadounidense
comenzó a entregar el control de las operaciones de tierra al Ejército
Survietnamita. Paralelamente, y como uno de los aspectos más oscuros
de su actuación en Vietnam, llevó a cabo la que denominó
como “política de pacificación”, que se llamó en clave
“Operación Phoenix”. Esta no fue otra cosa que la sustitución
de la antigua táctica de Westmoreland (quien había sido sustituído
en Julio de 1968 por el General Craighton Abrams) de “misiones de búsqueda
y destrucción”. La Operación Phoenix consistió básicamente
en arrestos, interrogatorios y muertes de infiltrados en Vietnam del Sur,
sospechosos de pertenecer al Vietcong, lo cual violó las normas más
básicas de la Convención de Ginebra.
Nixon puso en práctica a partir de 1969
la denominada “Doctrina Nixon”. Esta consistía en que, si bien las
fuerzas estadounidenses debían irse gradualmente retirando de Vietnam
y desentendiéndose de la guerra, los Estados Unidos seguirían
atendiendo sus responsabilidades en Asia, evitando la derrota de Vietnam del
Sur como parte del “Mundo Libre”, e interviniendo en el Sudeste Asiático
para detener el avance comunista. La invasión de Camboya de 1970, simultaneada
con la progresiva y ya iniciada retirada estadounidense de Vietnam, fue considerada
por el propio Nixon como el máximo exponente de su doctrina.
A pesar de todo, la estrategia seguida por
Nixon implicaba una complicada y bastante bien planificada operación
de ingeniería en política militar, que no fue ni ha sido suficientemente
valorada, aún a pesar de las críticas de prolongación
de la guerra que Nixon sufrió. Fue posiblemente lo mejor que se podía
hacer, dadas las circunstancias y dado que Nixon había heredado la
guerra ya perdida. Logró un acuerdo aunque al precio de alargar la
guerra cuatro años (1969-73) en los que murieron 20.000 soldados
estadounidenses (un tercio de las bajas norteamericanas de toda la guerra),
pero logrando así lo más parecido a la paz con honor que prometió,
retirándose de Vietnam con cierta dignidad.
Su política de bombardeos duró hasta el final. A comienzos de
1972, y dado que los estadounidenses habían comenzado a entregar el
mando de la guerra a los survietnamitas, Vietnam del Norte intensificó
la presión militar lanzando una ofensiva contra el Sur en Marzo. En
represalia, Nixon ordenó en Mayo minar los puertos norvietnamitas,
y una campaña masiva e indefinida de bombardeos con los B-52 denominada
en clave Operación Linebacker I. En esta acción la aviación
estadounidense probó por vez primera en combate las denominadas “bombas
inteligentes”, guiadas por láser a su objetivo (ampliamente utilizadas
en la Guerra del Golfo de 1991). Como resultado, para Junio los survietnamitas
ya se habían recuperado, y emprendieron una contraofensiva hacia el
Norte, aunque los bombardeos continuaron. En Agosto de 1972, EE.UU ya había
entregado todo el mando de las operaciones terrestres, por lo que ahora las
operaciones en tierra eran enteramente responsabilidad survietnamita, limitándose
Washington a la guerra aérea y a las acciones de los buques de la VII
Flota fondeada en el Golfo de Tonkín.
En el verano de 1972 las Conversaciones de
Paz Secretas de París entre Kissinger y el representante norvietnamita,
Le Duc Tho, avanzaban a buen ritmo, por lo que Nixon interrumpió los
bombardeos en Octubre. Pero en Diciembre las negociaciones se estancaron,
y Nixon reanudó los bombardeos, la Operación Linebacker II.
Fueron doce días de intensísimos bombardeos
, la peor campaña de bombardeos de los ocho años de guerra
aérea, que tuvo en el día de Navidad su peor jornada, en la
que redujeron Hanoi a escombros. Nixon calificó a estos bombardeos
como “táctica de la edad de piedra”. Se trató de un bombardeo
para muchos innecesario, justo antes de la retirada definitiva estadounidense.
Presionado por los terribles bombardeos, y sabiendo que los norteamericanos
deseaban retirarse, Hanoi volvió a la mesa de negociaciones de París,
que logró detener los bombardeos. Por fin, el 15 de Enero de 1973 se
acordó la paz, y Nixon suspendió toda acción militar
estadounidense el 23 de Enero, terminando definitivamente la participación
estadounidense que se había iniciado en 1964, dejando una imnominiosa
lacra en la política exterior estadounidense. El acuerdo de paz incluía
la repatriación de todos los prisioneros norteamericanos, la mayoría
pilotos derribados que tuvieron que soportar hasta cinco años de cautiverio
(como el Senador John McCome, candidato presidencial en 2000) en el sarcásticamente
denominado “Hanoi Hilton”, la prisión norvietnamita. Además
Hanoi reivindicó una reparación de guerra de 4.000 millones
de dólares, nunca satisfecha por Washington.
La retirada estadounidense de 1973 culminaba
y ponía fin a la intervención estadounidense en Vietnam, que
se había iniciado casi 20 años antes (desde 1954) e intensificado
desde 1961. Nixon logró parcialmente la paz con honor que había
prometido, si bien su sucesor Gerald Ford decidió desentenderse totalmente
de las pocas implicaciones que a EE.UU le quedaban en Vietnam desde el verano
de 1974, y su política fue abandonar definitivamente Vietnam y al régimen
de Vietnam del Sur. Nixon tenía planeado, de haber seguido como Presidente,
tras la ya consumada retirada norteamericana de Enero de 1973, continuar
asistiendo militarmente a Vietnam del Sur de forma indirecta, para a finales
de su presidencia (1977) poder reducir la guerra a sólo operaciones
de contrainsurgencia de pequeña escala que no amenazaran al Gobierno
pro-occidental de Saigón. Nixon siempre mantuvo que si él hubiese
podido concluír su segundo mandato nunca se habría producido
la Caída de Saigón en Abril de 1975, desastrosa hasta el final
para Estados Unidos, que escenificó su derrota con la lacerante evacuación
de la embajada estadounidense de Saigón, la escena más humillante
para EE.UU de todo el Siglo XX. A pesar de que muchos analistas han contradicho
esta versión, y creen que Nixon dejó a Vietnam del Sur en una
situación muy precaria, con 100.000 soldados del Vietcong infiltrados
en su territorio y una situación militarmente insostenible, parece
claro que de haber podido agotar su mandato, la Guerra de Vietnam hubiera
terminado de forma diferente, posiblemente más digna para EE.UU, con
Nixon en el Despacho Oval. Para finales de 1975, todo Vietnam, junto a Laos
y Camboya, fueron absorbidos por el comunismo, por lo que la Guerra de Vietnam
y su objetivo de prevenir la agresión y el avance comunista por el
Sudeste Asiático fue un esfuerzo valdío para los Estados Unidos,
un esfuerzo que se tradujo en la tercera guerra más cara de la historia,
sólo por detrás de las dos guerras mundiales, y con un millón
y medio de asiáticos muertos, más 59.000 norteamericanos cuyos
nombres figuran inscritos en el Muro de Washington.
Tras la Guerra de Vietnam, el Congreso aprobó
en 1973 la War Powers Act, que limitaba los poderes presidenciales a la hora
de implementar una intervención militar o una guerra. La ley establecía
que un presidente no podía enviar tropas fuera de los Estados Unidos
en una crisis o intervención militar durante más de sesenta
días sin consultar al Congreso y sin la autorización de este.
Esta ley hubiera impedido la intervención militar que Truman llevó
a cabo en Corea en 1950 y que dio lugar a la Guerra de Corea, o la progresiva
intervención que Kennedy y Johnson efectuaron en el Sudeste Asiático
desde 1961 y que, tras el Incidente del Golfo de Tonkín de 1964, desembocó
en la Guerra de Vietnam. Nixon vetó personalmente esta ley, aunque
finalmente se puso en práctica, estando vigente aún hoy día
y siendo atendida en la Guerra del Golfo de 1991, en la de Afganistán
de 2001, y en la Guerra de Irak de 2003.
Si bien la presidencia de Nixon se centró
en Vietnam, hubo otros asuntos en política exterior que tuvieron un
extraordinario protagonismo y que Nixon gestionó con brillantez. El
primero de ellos fueron las trascendentales conversaciones sobre reducción
de armamento con la Unión Soviética, las cúales dieron
sus frutos en 1972. Los tratados ABM y SALT fueron los resultados, y a Nixon
debemos desde entonces por ello un mundo más seguro (si bien en 2002
la Admón. Bush anunció que consideraba concluídos los
acuerdos SALT, para así desarrollar su proyecto de Escudo Antimisiles).
Otro asunto en el que Nixon brilló con
luz propia fue el restablecimiento de las relaciones con China en 1971, y
la denominada “diplomacia triangular”. Esta táctica buscaba cerrar
tratos distintos y por separado con soviéticos y chinos, contribuyendo
así a aumentar el ya de por sí grave cisma existente entre esos
dos países desde la época de Stalin, y obteniendo importantes
réditos políticos para EE.UU. Logró esto reconociendo
a China Popular (para lo cual hubo que desalojar a Taiwán como representante
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU), visitando Pekín,
y relanzando las relaciones bilaterales entre las dos naciones en lo que se
llamó “la diplomacia del ping-pong”, ya que el acercamiento lo iniciaron
los equipos olímpicos de ping-pong de ambos países. El relanzamiento
de las relaciones con la China de Mao Ste-Tung, a quien en 1949 el propio
Nixon había llamado “monstruo” refiriéndose a la debilidad
de Truman frente a este, fue uno de los grandes éxitos diplomáticos
de Nixon, que colocó a Estados Unidos en una posición aún
más ventajosa frente a la URSS en el contexto de la Guerra Fría.
También a la Admón. Nixon le
tocó lidiar con una crisis en la siempre tormentosa región de
Oriente Medio, ya entonces una de las zonas más “calientes” de la
tierra y ya por entonces con un valor estratégico clave, como Occidente
redescubriría, por poseer el 60 % de las reservas mundiales de petróleo.
Se trató además de una crisis mundial que está considerada
como la segunda más grave de la Guerra Fría, sólo por
detrás de la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. Todo se inició
con la Guerra del Yom Kippur, cuando en Octubre de 1973 las fuerzas combinadas
de Egipto y Siria atacaron por sorpresa en el día de la fiesta de la
expiación judía a Israel, para desquitarse de la derrota en
la Guerra de los Seis Días (1967) y de la fallida Guerra de Desgaste
(1970). Cuando los israelíes reaccionaron ya era demasiado tarde, si
bien la ayuda norteamericana a Israel fue tan decisiva que pudieron remontar
la guerra, y las tropas israelíes estuvieron a punto de entrar en las
dos capitales árabes: Damasco y El Cairo.
A Nixon se le recordará como el Presidente
que salvó a Israel de la destrucción, si bien hay dudas sobre
su más que posible antisemitismo, y se sabe que la decisión
de asistir al estado hebreo correspondió en realidad a un judío
de la diáspora: Henry Kissinger. Lo cierto es que al estallar la crisis,
soviéticos y norteamericanos se aprestaron a pararla conjuntamente,
aunque por supuesto cada cual defendería sus propios intereses en la
región. Se ha sabido recientemente que Nixon, ya por entonces muy tocado
por el Watergate y casi encerrado en la Casa Blanca, estuvo ausente de las
principales decisiones que se tomaron las noches de las reuniones clave del
Consejo de Seguridad Nacional en el Despacho Oval, lo cual es absolutamente
inusual. Las decisiones principales, en lo relativo sobre todo a frenar
a los soviéticos en la crisis, tuvo que adoptarlas casi en solitario
Kissinger. Aparte de la amenaza árabe sobre Israel, aliado de EE.UU,
y en el contexto del Conflicto Árabe-Israelí, Bresnev amenazaba
desde Moscú con solucionar la crisis él solo enviando paracaidistas
soviéticos a Oriente Medio, lo cual no era más que un pretexto
para intervenir en la región, adelantarse estratégicamente e
los estadounidenses para sacarles ventaja táctica, y aumentar la influencia
soviética en la zona. Kissinger respondió pidiendo autorización
para poner a las Fuerzas Armadas Estadounidenses en estado de prealerta (Defcom
2) ante una posible intervención militar en Oriente Medio con tropas
rusas allí estacionadas, lo cual disuadió a los soviéticos
de enviar fuerzas y preservó los intereses estadounidenses en el área
al prevenir una intervención militar soviética. La Crisis
se cerró cuando los norteamericanos, que tampoco enviaron tropas finalmente,
decidieron por un lado efectuar vuelos secretos sobre la región con
aviones espía SR-71 para controlar los acontecimientos, y por otro
enviar enormes cargamentos de material militar a Israel para resistir a la
agresión árabe. El material incluía tanto artillería
de alta tecnología, como aviones de última generación,
los F-4 Phantom y los A-4 Skyrider, ambos usados por los norteamericanos
en Vietnam. Esto otorgó una gran ventaja a los israelíes que
lograron una victoria militar, aunque políticamente la actuación
conjunta de norteamericanos y soviéticos y el alto el fuego acordado
dictaron un empate.
En adelante, desde la Guerra del Kippur y finales
de la década de los 1970´s, Estados Unidos se convertiría
en el principal suministrador de armas a Israel, suministrándole tras
la guerra aviones de combate avanzados F-15 y F-16 (que sustituirían
a los aviones Mirage franceses embargados por París), así como
helicópteros artillados AH-64 Apache y AH-1 Cobra, que desde 1976 han
dado a las Fuerzas Aéreas Israelíes la completa superioridad
aérea en Oriente Medio que aún en 2005 mantienen, como se pudo
comprobar en la Guerra del Líbano en los 1980´s. Además
de fortalecer el músculo militar israelí, la Admón. Nixon
también inició una práctica que se ha extendido hasta
nuestros días por las sucesivas administraciones estadounidenses: la
denominada “ambigüedad nuclear”. Esta consiste en que, si bien Washington
vigila estrechamente los programas nucleares e impide el rearme nuclear de
países como Irán o Irak, mantiene sin embargo una política
de ojos cerrados con respecto al programa nuclear israelí, que según
estimaciones cuenta con cerca de 200 bombas atómicas construídas
de forma secreta desde finales de los 1960´s con el gobierno de Ben
Gurion, bajo el argumento de que se trata de un arsenal puramente “defensivo
y disuasorio”.
Esta crisis militar, y la posterior reacción
de la Admón. Nixon, provocó la represalia de Arabia Saudí
que “castigó” a EE.UU cortándole el suministro de petróleo,
y amenazó con terminar para siempre con la ya de por sí compleja
y difícil alianza histórica entre estadounidenses y saudíes
que se remonta a la década de los años 1930´s. Significó
además la primera y más grave crisis energética de la
historia, que repercutió en las economías occidentales, que
no se recuperarían hasta bien entrados los 1980´s, revelando
así el enorme poder político del petróleo.
Finalmente, en política exterior, Nixon
tuvo un papel destacado en un país de América Latina: Chile.
Cuando en el otoño de 1970 una coalición de izquierda colocó
en el poder a un marxista por medio de unas elecciones, Salvador Allende,
la Admón. Nixon se alarmó ante lo que parecía como un
segundo Fidel Castro, ahora en Sudamérica. Además de la tendencia
comunista de Allende, peligraban los intereses de unas 3.000 empresas estadounidenses
establecidas en Chile, incluyendo varias importantes compañías
mineras. Desde un principio Nixon se mostró hostil al gobierno de
Allende, y desde finales de 1970 hasta 1973 ordenó a la CIA acabar
con su gobierno del modo que fuera, ya fuera democráticamente o derrocándolo
mediante un golpe de Estado. Así fue como el director de la CIA, Richard
Helms, y Nixon proyectaron el denominado Proyecto Hubelt, una operación
encubierta que incluía guerra económica clandestina, desestabilización,
bloqueo económico invisible y financiación y apoyo a un sector
de las fuerzas armadas chilenas para que derrocara a Allende. Finalmente,
y tras unas elecciones en Marzo de 1973 que confirmaron a Allende en el poder,
en Septiembre de 1973 el Ejército Chileno liderado por una junta militar
encabezada por el General Augusto Pinochet dio un golpe de Estado que acabó
con la vida y con el Gobierno de Allende. Nixon reconoció secretamente
tres días después al régimen de Pinochet.
En política doméstica la Admón.
Nixon fue igualmente activa, y llevó a cabo importantes y trascendentales
iniciativas destinadas buena parte de ellas a combatir enérgicamente
el crimen, y a restaurar el orden en las calles en esos convulsos momentos
de comienzos de los 1970´s, así como a lograr una mayor estabilidad
económica. Reformó la seguridad social, mejorándola en
muchos aspectos, e impulsó una mejora en los salarios y en la estabilidad
de los precios. En 1971 adoptó una medida histórica al anunciar
el fin de la paridad dólar-oro, paridad que regía a la economía
estadounidense desde Bretton-Woods (1944) pero que se estaba haciendo insostenible
para la economía norteamericana que atravesaba un momento de debilidad
debido en buena parte al consumo de recursos por la Guerra de Vietnam; la
mayoría de los economistas coinciden con la perspectiva histórica
en señalar que fue una medida acertada y valiente por parte de Nixon.
Nixon impulsó varias medidas destinadas a proteger y fomentar las bibliotecas
públicas y los archivos para preservar el patrimonio cultural. A pesar
de su ultraconservadurismo fue el primer presidente que propuso medidas y
leyes ecologistas. Fue también el primero que se fijó como meta
combatir el tráfico de drogas, y creó la Drugs Enforcement Administration
(DEA). Por último, tuvo el coraje de prohibir en 1971 el uso y desarrollo
de las armas químicas y bacteriológicas ofensivas en Estados
Unidos.
El estilo de Nixon y “los hombres del Presidente”
Todos los analistas políticos que se
precien coinciden en señalar que la caída de Richard Nixon y
el final de su presidencia se debieron por encima de todo a su personalidad,
a su forma de ser, de pensar y de actuar.
Nixon tenía la tendencia a pensar que
sus oponentes o enemigos sabían algo sobre él, que poseían
informes sobre él o sus colaboradores, que podían ocultar algo
que le perjudicaría, y debía descubrirlo y aprovecharse de ello.
Este obsesivo deseo de Nixon por conocer los secretos de los demás
contribuyó a la larga a destruír su administración. El
Escándalo Watergate no puede comprenderse pues sin analizar y conocer
a fondo el “carácter nixoniano”, la personalidad tan particular de
Nixon.
Por añadidura, en su presidencia abundaron,
sobre todo al principio, las filtraciones, y el mejor ejemplo fue el Caso
Elsberg y los Papeles del Pentágono de 1971. Las filtraciones y el
peligro potencial que Nixon veía en ellas para su presidencia llegaron
a convertirse en una obsesión enfermiza para él. Pensaba que
la forma más eficiente de acabar con estas era mediante la prevención,
es decir, desenmascarar a los posibles filtradores antes de que llegasen a
actuar. La intervención de teléfonos, incluso teléfonos
privados, llegó a ser una práctica habitual durante la presidencia
de Nixon, para así descubrir posibles filtraciones. Este tipo de maniobras
se consideraron no sólo lícitas, si no además necesarias,
y formaron parte importante de la gestación del Watergate.
Por si fuera poco, Nixon era un gran aficionado
a la “política subterránea”, la política que se lleva
a cabo entre bambalinas, sin público, que Nixon (y Kissinger) consideraba
mucho más efectiva que la política “con luz y taquígrafos”.
Las conversaciones de paz secretas de París para acabar con la Guerra
de Vietnam, que se llevaron a cabo paralelamente a las conversaciones oficiales,
y que dieron los principales resultados en detrimento de estas últimas,
sólo hicieron que confirmar a Nixon en esta creencia.
Algunos psiquiatras han llegado a apuntar la
posibilidad de que Nixon tuviera una doble personalidad: una parte de Nixon
era el Nixon de la televisión, de cara al público, y la otra
parte era el “Nixon secreto”, el de las maniobras secretas para acabar con
sus rivales que “conspiraban constante y secretamente contra el”. Varios de
sus colaboradores más cercanos durante la presidencia coinciden en
señalar que Nixon tenía un carácter muy especial y extremadamente
complejo: algunos de los llamados “hombres del Presidente”, como Erickman,
o el propio Kissinger, señalan que para tratar a Nixon había
que conocerlo muy bien, ya que en muchas ocasiones debía ser protegido
de sus propios impulsos, pues muy a menudo acostumbraba a dar órdenes
irreflexivas e incluso absurdas. Una noche, tras la Crisis de Oriente Medio
del otoño de 1973, telefoneó a Kissinger a las tres de la madrugada
para ordenarle a la mañana siguiente un bombardeo a Damasco, la capital
de Siria, enfrentada a Israel. No hace falta destacar la gravedad de esa
acción si se hubiese llevado a cabo fruto de un súbito impulso
de Nixon, de no ser porque Kissinger manejó la situación con
maestría y todo quedó en nada. También en esa Crisis
de Oriente Medio Nixon dio pruebas de esa confrontación de personalidades:
no participó en las decisiones más importantes que se tomaron
y todos los miembros del gabinete coincidieron en señalar lo afectado
y ausente que estuvo Nixon durante esa grave crisis, y sin embargo en una
rueda de prensa que dio en esos mismos días declaró: “mis colaboradores
han podido verme activo y sereno durante la crisis, y es que los que me conocen
saben que cuanto peor se pone la cosa, más tranquilo me pongo”
Tras su dimisión, y en base a estos
y otros rasgos, varios reputados psiquiatras diagnosticaron un comportamiento
paranoide de Nixon durante el tramo final de su presidencia, un asunto demasiado
grave para no tenerlo en cuenta. Ya durante su Vicepresidencia fue tratado
casi en secreto por el famoso psiquiatra austriaco afincado en EE.UU, el doctor
Husnecker. Este, tras comprobar el estado anímico de Nixon, próximo
a la depresión y el estrés según su diagnóstico,
y tras averiguar que Nixon consumía fármacos muy peligrosos
como la dilantina que con frecuencia le provocaban bruscos cambios de humor
e incluso delirios en forma de conversaciones incongruentes, publicó
un artículo en la editorial del New York Times en el que, sin mencionar
a Nixon, aludía a la necesidad de que a los líderes políticos
se les exigiera no sólo una prueba de buena salud física, si
no también un reconocimiento que avale su perfecta salud mental.
Para Nixon la confianza en sus colaboradores
era algo trascendental. Temía las filtraciones dentro de su administración
como si se tratara de un cancer que hay que extirpar. Se rodeó de personal
que era absolutamente de su confianza, los que terminarían siendo
denominados por la prensa (y tal y como el director de cine Alan J. Pakula
reflejó) “hombres del Presidente”, todos ellos implicados en diversos
grados en el Watergate. Estos fueron:
-
John
Erickman (asesor personal del Presidente)
-
Bob
Haldeman (asesor personal del Presidente)
-
John
Mitchell (responsable de la campaña electoral y del comité de
reelección)
-
John
Dean (abogado de la Casa Blanca y asesor legal del Presidente)
-
Charles
Colson (consejero del Presidente)
Estos eran sus colaboradores más cercanos,
casi todos asesores y “colaboradores y consultores del Despacho Oval” y fuera
del Gabinete. Dentro del Gabinete figuraban, y también eran muy cercanos
al Presidente, Kissinger (primero como asesor presidencial del Consejo de
Seguridad Nacional, y desde 1973 como Secretario de Estado), William Rogers
(hasta 1973 Secretario de Estado), Marvin Laird (Secretario de Defensa),
Richard Helms (director de la CIA), y Alexander Haig (General Jefe de la Junta
de Jefes de Estado Mayor).
Entre los cinco “hombres del Presidente”, y
en coordinación con el Presidente Nixon, organizaron todas las actividades
ilegales conocidas como Escándalo Watergate, y todos acabaron cumpliendo
penas de entre siete y doce meses de prisión por ello. Algunos llegaron
a acusar años más tarde a Nixon de deslealtad ya que tras la
dimisión de la mayoría de ellos en la primavera de 1973, Nixon
no sólo fue “arrojándolos uno a uno por la borda”, si no que
posteriormente se negó a concederles el indulto.
Nixon por su parte fue indultado un mes más
tarde de su dimisión por Gerald Ford, aún a pesar de estar acusado
de, además de patrocinar las actividades ilegales del Watergate, de
obstrucción a la justicia, de abuso de poder y de evasión de
impuestos, cargos muy serios.
El escándalo
Watergate (1972-74) y el Impeachment
Lo que más tarde se conoció como
“Escándalo Watergate” comenzó en el año 1971 con la
primera de las actividades ilegales, el Caso Elsberg. Ya antes, algunos de
los “hombres del Presidente” y el propio Nixon habían reparado en
la necesidad de “tapar las filtraciones” que tuvieron lugar en los primeros
meses de la Administración Nixon. El primer secreto de esta que debía
preservarse a cualquier precio de ser filtrado fue el bombardeo casi clandestino
y altamente secreto de objetivos comunistas en Camboya, iniciados por la USAF
en Marzo de 1969 y que se prolongarían más de un año,
hasta la invasión estadounidense de Camboya en Mayo de 1970. Dichos
bombardeos lograron permanecer en secreto y sin filtraciones, aunque tras
la invasión de Camboya quedó claro para la prensa que el país
había sido bombardeado, y pequeñas filtraciones posteriores
avalaron esta tesis. Lo que sí se filtró, aunque fue parcialmente
y para disgusto de Nixon, fueron las conversaciones secretas de París
que se llevaron a cabo paralelamente a las oficiales, conversaciones que buscaban
poner fin a la guerra “con honor”. Nixon y Kissinger estaban muy preocupados
por la posibilidad de que EE.UU diera una mala imagen a sus contrapartes en
cuanto a no saber guardar los secretos de Estado, en una época en
que la prensa norteamericana estaba ávida de publicar todo lo relacionado
con la Guerra de Vietnam, fuera secreto o no, en los albores del periodismo
de investigación, periodismo que alcanzaría su mayoría
de edad precisamente con el Watergate.
En este contexto, y como telón de fondo
con la famosa paranoia del tándem Nixon-Kissinger según la cual
“siempre hay algo o alguien conspirando contra nosotros”, se iba gestando
la idea de que las filtraciones eran un verdadero problema que debía
ser solucionado. Por añadido, ambos políticos creían
firmemente en la diplomacia secreta, en las maniobras oscuras y al margen
de la opinión pública que daban resultados tangibles. Nixon
se sentía tremendamente incómodo tomando decisiones, secretas
o no, bajo la sospecha de que alguien ajeno a esas decisiones pudiera descubrirlo
todo.
Finalmente, en Junio de 1971, justo al día
siguiente de la boda de la hija de Nixon en la Casa Blanca, el New York
Times comenzó a publicar por capítulos una serie de documentos
clasificados de alto secreto elaborados por el Pentágono desde 1967
y que desgranaban con todo detalle la implicación estadounidense en
Vietnam, progresivamente iniciada desde hacía casi tres décadas,
desde 1945, contra el avance comunista en ese país. En estos documentos,
que el mundo conocería como “los Papeles del Pentágono”, se
podía perfectamente comprobar cómo los Estados Unidos aceleraron
su intervención en Vietnam desde 1961 hasta virtualmente declarar
la guerra (aunque formalmente nunca fue declarada) a Vietnam del Norte en
1964 con los primeros bombardeos tras el Incidente y la Resolución
del Golfo de Tonkín. La publicación de dichos documentos no
molestó especialmente a Nixon, ya que estos no incriminaban directamente
a su administración si no a las anteriores administraciones demócratas,
las de Kennedy y Johnson que implementaron la guerra. Pero Nixon encolerizó
cuando descubrió que las filtraciones las llevó a cabo un antiguo
partidario de la guerra y ahora pacifista, que además era un exfuncionario
del Departamento de Estado y discípulo de Kissinger: Daniel Elsberg.
Tras la filtración de los Papeles del
Pentágono, Nixon y sus hombres se plantearon en el verano de 1971 tomar
medidas drásticas para no sólo proteger secretos consumados
como el boicot de Nixon a las conversaciones de Johnson durante la campaña
electoral, el bombardeo clandestino de Camboya o las conversaciones secretas
de Kissinger en París, si no impedir de raíz cualquier otra
futura filtración. Fue así como nació la idea de formar
una unidad secreta de investigación dependiente en exclusiva del Despacho
Oval, e inicialmente organizada por Nixon y su asesor personal John Erickman.
La unidad se encargaría en exclusiva de “tapar las filtraciones”, por
lo que a sus integrantes se les denominaría eufemística e irónicamente
“fontaneros”, que fueron reclutados entre antiguos agentes de la CIA encabezados
por Howard Hunt, todo un mito dentro del mundo del espionaje norteamericano
y la CIA, un hombre de quien incluso se sospecha que había estado
implicado en el magnicidio de Kennedy. A la unidad se le estableció
su sede en el mismísmo sótano del edificio del Ejecutivo, en
un despacho con el letrero: “Señor Young, fontanero”. Fue así
como se iniciaron las actividades ilegales que conducirían a la destrucción
de la Admón. Nixon y que se conocerían como “Escándalo
Watergate”.
La primera acción del Watergate tuvo
lugar en Septiembre de 1971, Erickman autorizó la incursión
ilegal en la consulta del doctor Louis Fielding en Los Angeles, el psiquiatra
de Daniel Elsberg. El propósito era encontrar pruebas de desequilibrios
emocionales en Elsberg para dañar su reputación y destruírle.
Esto se convirtió en la pauta habitual, en un sistema para dañar
a los enemigos de la Admón. Nixon, o a los que se sospechaba eran o
podían ser enemigos.
Otra destacada decisión personal de
Nixon en el marco del Watergate fue el frustrado asalto al Instituto Brookins.
Se trataba de una biblioteca y archivo, una institución pública que albergaba archivos muy importantes para la investigación
y consulta de estudiantes y estudiosos de la política y las relaciones
Internacionales. Nixon insistió a Erickman en que organizara un asalto,
incendiando el Instituto Brookins para así poder robar determinados
documentos. En una de las cintas gravadas en el Despacho Oval, Nixon le
da la orden, y diez días más tarde vuelve a insistir preguntándole
de nuevo a Erickman si ya ha organizado el asalto, momento registrado en otra
cinta. Es tal la insistencia y la intensidad con la que pide el asalto que
hay que deducir que dentro del Instituto hay documentos que le incriminan.
Probablemente se trataba de documentos que podían relacionarle con
el sabotaje a las conversaciones de paz que él propició en 1968,
en plena campaña electoral, pruebas que de ser descubiertas por alguien
dañarían su imagen y perjudicarían su presidencia y
su reelección, su posible segundo mandato. Aquel asalto no llegó
a materializarse nunca, ya que los acontecimientos del Watergate lo impidieron,
pero de haberse llevado a cabo es posible que hubiésemos tenido un
Escándalo Brookins, en lugar del Escándalo Watergate.
Los hechos que desembocaron en el Escándalo
Watergate, así como sus acontecimientos y consecuencias hasta la
dimisión de Nixon, se dividieron en cuatro fases temporales:
1ª) Septiembre 1971-Mayo 1972, planificación
de la unidad de “fontaneros” dirigida desde la Casa Blanca, e inicio de actividades
ilegales hasta la incursión y detención de los fontaneros
en el Edificio Watergate de Washington
2ª) Mayo 1972-Febrero 1973, el juicio
de los fontaneros por la incursión en el Edificio Watergate conlleva
la investigación de los reporteros del Washington Post, Bob Woodward
y Carl Berstein, y las primeras sospechas y crisis tras las elecciones de
Noviembre de 1972 y a inicios de 1973, hasta que en Febrero los “hombres del
Presidente” se dan cuenta de la gravedad del asunto y organizan una operación
tapadera para proteger al Presidente
3ª) Febrero-Abril 1973, dimisión
de todos los “hombres del Presidente”, incluídos los dos más
cercanos a Nixon que son los últimos en dimitir, John Erickman y Bob
Haldeman
4º) Abril 1973-Agosto 1974, el Presidente
se queda solo ante la situación, ya que sigue aún en pie la
tesis de que Nixon inicialmente no sabía nada, y todos los que en teoría
son responsables han dimitido; las dudas sobre Nixon aumentan, y la revelación
de la gravación de conversaciones en cintas en la Casa Blanca hace
posible que las dudas sobre “lo que el Presidente sabía” se puedan
disipar; el círculo se va cerrando en torno a Nixon y este se resiste
cada vez mas a las investigaciones y requerimientos judiciales, revelándose
cada vez más como culpable al negarse a entregar las cintas; empieza
a pedirse la dimisión de Nixon y el proceso de Impeachment, y la cascada
de plantes, destituciones y dimisiones en la administración amenaza
con paralizar al gobierno entero para el verano de 1974, hasta que finalmente
el 8 de Agosto Nixon dimite
Las actividades ilegales de la unidad de fontaneros
prosiguieron pues hasta que en Mayo de 1972 se les ordena irrumpir de noche
en las oficinas electorales del partido demócrata, en el Edificio Watergate
de Washington, posiblemente para espiar a los demócratas y recabar
información sobre su estrategia para la campaña electoral. Pero
son descubiertos y detenidos por dos policías.
La toma de posesión del segundo mandato
de Nixon en el Capitolio, el 20 de Enero de 1973, ya se vio envuelta en importantes
protestas, ya que a pesar de que Nixon acababa de consumar la retirada estadounidense
de Vietnam, el Watergate empezaba a afectarle. En Febrero el abogado de la
Casa Blanca John Dean le advierte a Nixon que el asunto se les está
yendo de las manos, y “los hombres del Presidente” en embarcan en una operación
tapadera para comenzar a asumir las responsabilidades y proteger al Presidente.
Ya hacía meses que John Mitchell, el responsable de la campaña
electoral de Nixon, había dimitido, siendo el primero en caer aunque
no sólo con relación al Watergate. El propio Dean acaba dimitiendo
y más tarde se convertirá, ante la gravedad de las acusaciones,
en el principal colaborador de la justicia, revelando datos importantísimos
como la existencia de las cintas en las que se gravaban todas las conversaciones
celebradas en el Despacho Oval desde que Nixon accedió a la presidencia.
Finalmente, en Abril dimiten Erickman y Haldeman, dejando al Presidente ya
sin defensas, aunque aún no se le acusa formalmente de nada.
A partir de ahí Nixon está solo
en el centro de las sospechas, si bien la falta de pruebas impiden que se
le acuse formalmente. Pero cuando trascienden las informaciones de las cintas
gravadas, la justicia decide comprobar lo que el Presidente sabía,
si es que sabía algo, en el momento de producirse todas las actividades
ilegales de la unidad de fontaneros que Dean y otros testigos fueron revelando.
Nixon, ante el estupor de todos, se niega a entregar las cintas, y decide
resistir y rebatir todas las acusaciones. Este comportamiento hace que aumente
la sensación de culpabilidad de Nixon entre la opinión pública.
Las acusaciones van aumentando en intensidad y grado, a lo que Nixon contraataca
en una intervención televisiva en la que proclama infructuosamente
su inocencia declarando “…… porque los norteamericanos tienen derecho a saber
si su presidente es un sinverguenza, y yo no soy un sinverguenza”.
Llega a saberse que en una de las cintas, que
después sería bautizada como “la pistola humeante”, Nixon literalmente
ordena intervenciones de teléfonos y asaltos a oficinas. Las acusaciones
de culpabilidad abarcan tanto a actividades ilegales, como a malversación
de fondos de la campaña electoral e incluso evasión de impuestos,
todo ello para financiar las actividades del Watergate, y finalmente obstrucción
a la justicia cuando Nixon se niega a entregar las cintas. Además,
Nixon actúa autoritariamente cuando destituye al Juez especial Archivald
Cox, que dirigía las investigaciones, así como a jueces del
Tribunal Supremo, en lo que se convierte en una gravísima crisis en
la administración al ordenar un presidente la destitución
de todo aquel que puede investigarle, lo cual agrava aún más
todo el escándalo ante el evidente abuso de poder.
Se llega a lanzar la pregunta de si fueron
válidas las elecciones de 1972, y cuando por fin Nixon accede a entregar
algunas de las cintas, reacciones de estupor e ira se entremezclan al descubrirse
que hay lapsos suprimidos en esas cintas donde figuraban conversaciones clave
para determinar qué sabía el Presidente. Pero Nixon decide atrincherarse
en la Casa Blanca, huyendo de la realidad y aislándose de la opinión
publica.
Para Diciembre de 1973 la situación
de Nixon es ya insostenible: a penas ha podido tomar decisiones durante la
grave Crisis de Oriente Medio, y cada vez más delega las decisiones
de política exterior en Kissinger. Las peticiones de dimisión
se combinan con las de destitución o Impeachment basadas en las graves
acusaciones vertidas contra Nixon. A principios de 1974, cuando su imagen
y su situación eran ya desastrosas, llegó a declarar en privado
“voy a hacer lo que pueda en el tiempo que me queda”, lo cual da una idea
de lo que pasaba por su cabeza. Desde entonces
cada vez acudía a menos actos públicos. Lo que más acostumbraba
a hacer era viajar al extranjero, porque el ambiente de Washington se le hacía
irrespirable. En un viaje a Egipto a comienzos de ese año, con el
más tarde asesinado Anuar el Sadat como anfitrión, llegó
a arriesgarse tanto en sus apariciones públicas que miembros del servicio
secreto declararon años más tarde que parecía estar
buscando en ese viaje un intento de magnicidio. A comienzos de 1974 la oposición
demócrata comenzó a pedir abiertamente su dimisión.
Nixon forzó las cosas de tal manera,
llegó a tal extremo que ante las amenazas de Impeachment o proceso
de destitución presidencial que ya eran evidentes, y ante la situación
institucional de la Admón. Nixon que se encontraba en fase terminal,
con vacío de poder en los altos niveles de la administración,
era evidente que Nixon debía retirarse de la presidencia o sería
literalmente expulsado de la Casa Blanca, resultando inevitable que al final
la policía de Washington se personase en el Despacho Oval y esposara
al Presidente, tal y como se hace con cualquier sospechoso evidente de un
delito grave. Ante la posibilidad de esa bochornosa escena, que hubiera sido
una herida mortal para la democracia norteamericana, Richard Nixon anunció
la tarde del 8 de agosto de 1974 su dimisión, que se haría efectiva
a la mañana del 9 de agosto con su abandono de la Casa Blanca. Su
sucesor, el Vicepresidente Gerald Ford (que había sucedido al anterior
Vicepresidente Spiro Agnew, que dimitió en 1973), le concedió
un mes después de su dimisión el perdón presidencial
que le exhoneraba de todos los cargos, lo cual causó la vergüenza
de gran parte de la opinión pública, si bien a nivel institucional
fue un relativo alivio, por la perspectiva de tener que procesar a un exPresidente
como a un vulgar delincuente.
El objetivo de todas las actividades del Watergate
era destruír a los adversarios de Nixon y potenciales amenazas para
su presidencia, así como facilitar la reelección y un segundo
mandato. Sin embargo, tal como quedó evidente más tarde, todo
aquello sólo acabó con Nixon, no allanó la reelección
ya que esta vino tras una aplastante victoria electoral. En ese sentido el
Watergate fue algo inútil e innecesario para Nixon. La misma noche
que los fontaneros entraron en el edificio Watergate, Nixon alcanzó
uno de sus triunfos más aplastantes de su carrera al firmar en Moscú
un tratado de reducción de armas nucleares con la Unión Soviética,
un hito alabado por la opinión pública y por el que Nixon logró
uno de los mayores vítores jamás oídos en su alocución
en el Congreso, al lograr un mundo más seguro. Este y otros triunfos
le dieron la arrolladora victoria de Noviembre de 1972, y no las maniobras
del Watergate.
La misma mañana de su dimisión,
nada más tomar el helicóptero presidencial que le sacó
de la Casa Blanca con su famoso e irónico por la situación gesto
de victoria mientras tenía que abandonar la presidencia, ya en el
helicópero y tras un prolongado silencio declaró: “siento que
le he fallado a mi país, le he fallado a mi familia, y me he fallado
a mi mismo”. Ese helicóptero le llevó hasta el aeródromo
presidencial de Saint Andrews, donde tomaría un avión que le
llevaría a su rancho particular de San Clemente, en California, donde
residiría hasta su muerte.
El
significado y la lectura del Watergate
Lo que se conoce como Escandalo Watergate son
todo el conjunto de actividades ilegales y clandestinas llevadas a cabo desde
la Casa Blanca durante la Admón. Nixon, con el consentimiento y la
planificación del propio presidente y su círculo cercano y
que constituyeron un comportamiento presidencial delictivo, llevando a la
democracia estadounidense a la crisis institucional más grave de toda
su historia.
Las actividades ilegales del Watergate consistieron
en actos de espionaje político, incursión en oficinas privadas,
sobornos, chantajes, intentos de destrucción de reputaciones y daño
a imágenes, y compras de silencio, y todo financiado ilegalmente con
dinero público y del comité de reelección de Nixon, y
planificado desde el Despacho Oval.
Fue un peligrosísimo precedente, un
Presidente y Jefe de Estado quebrantando abiertamente las leyes y normas básicas
de ese Estado, comportándose como un delincuente, casi como un mafioso.
Se trata de la clásica fábula de un niño preguntando
a su maestro “qué pasaría si un rey o un presidente roba o
mata”; esta típica ocurrencia infantil se tornó en tremenda
duda y se convirtió en uno de los precedentes más serios y
estudiados por su gravedad en la teoría de la democracia por la Ciencia
Política. Provocó una situación crítica no imaginada
hasta entonces, y que según algunos expertos politólogos llegó
a tener como posible y espantosa salida la posibilidad de un golpe de Estado.
En el diccionario político, el Watergate
ha quedado reflejado como un abuso de poder, un abuso de los poderes y atribuciones
presidenciales. Fue un precedente tan serio que cuando una década
más tarde, en 1986 a Reagan se le quiso relacionar con el denominado
Escándalo Irán-Contra (desviación de dinero no autorizada
y prohibida por el Congreso para financiar a los “Contras” nicaragüenses
con dinero procedente de la venta ilegal de armas a Irán a través
de Israel) se le prefirió no tocar para no dañar de nuevo a
la presidencia y a la democracia estadounidense, que difícilmente hubiera
resistido otro escándalo presidencial una década después
del Watergate. Igualmente, en 1998 también (y dado lo ridículo
del caso en esta ocasión) se prefirió finalmente no actuar contra
el Presidente Clinton en el Escándalo Lewinski, un sórdido asunto
de faldas que aunque pudo arrancar un Impeachment, cuyo proceso ya se había
puesto en marcha, al final quedó en nada y Clinton concluyó
sus dos mandatos en 2001.
El Watergate fue en muchos aspectos, por sus
consecuencias, lo mas cerca que ha estado Estados Unidos de una ruptura
democrática, e incluso de sufrir un golpe de Estado (si excluímos
la complicada y poco seria teoría de que el asesinato de Kennedy
fue un golpe de Estado encubierto). Durante todo el proceso, en determinadas
situaciones Nixon llegó a comportarse casi como un líder despótico,
de forma impropia en un presidente de EE.UU, negándose a cooperar con
la justicia, abusando de los poderes presidenciales, reiterando en la obstrucción
a la justicia y negándose a dimitir prácticamente hasta el
final. La misma noche de su dimisión, el Jefe de la Junta de Jefes
del Estado Mayor, entonces Alexander Haig, llegó a sugerirle que la
única alternativa a su dimisión era “usar al ejército”,
es decir, eufemísticamente apelar al ejército invocando su condición
de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas para continuar en el poder, lo cual
conllevaría posteriormente a la suspensión de las garantías
constitucionales, o lo que equivale a un golpe de Estado. Lincoln hizo algo
parecido en 1861 cuando los Estados del Sur se separaron de la Unión,
si bien se trataba de otra circunstancia totalmente distinta y la historia
acabó disculpando e incluso justificando a Lincoln.
Las investigaciones de Woodvard y Berstein
fueron la primera piedra de lo que desde los 1970´s se conoce como el
cuarto poder, la prensa, el poder inmenso de la prensa para cambiar opiniones
públicas, invocar o denunciar guerras, y presionar para proteger presidencias
(Clinton) o destituir presidentes mediante procesos judiciales (Nixon). Cuando
a finales de 1972 el Secretario de Prensa de la Casa Blanca denunció
en una rueda de prensa al Washington Post de maniobrar oscuramente y pretender
perjudicar a los republicanos, acusándole de practicar un periodismo
rastrero al acusar sin pruebas, además de la pretensión de este
periódico de poseer el monopolio de la verdad, la mayoría de
la prensa estadounidense hizo causa común al considerar que estaba
en juego la libertad de prensa, e incluso las libertades esenciales de los
ciudadanos.
Bob Woodward se convirtió tras el Watergate
en una de las figuras más admiradas, respetadas e idolatradas del periodismo
mundial, y en uno de los fundadores del periodismo de investigación.
Hoy en día está considerado como el gran maestro del periodismo
político. Ha publicado una decena de obras de máximo éxito,
todas ellas basadas en investigaciones y entrevistas en los máximos
niveles del Gobierno Estadounidense y tratando temas de política militar,
guerras, y planificación e inteligencia. De entre sus obras destacan
“Veil” (sobre las actividades y guerras secretas de la CIA en los 1980´s
durante la Admón. Reagan), “Los Comandantes” (sobre la Admón.
Bush Padre), y la última de ellas, publicada en castellano en Septiembre
de 2004, “Plan de Ataque”, donde se desgrana paso a paso la planificación
que el Gabinete de Bush Hijo llevó a cabo desde finales de 2001 y tras
los atentados de Nueva York y Washington, hasta desencadenar la Guerra de
Irak de 2003.
Podría llegar a pensarse que el Watergate,
las actividades ilegales que llevaron a este, fueron
lo mismo que las actividades secretas que diversas agencias de inteligencia
y seguridad norteamericanas como la CIA, el FBI o la ASN llevan a cabo habitualmente.
Sin embargo, la distinción entre ambas situaciones estriba en dos puntos:
1)
la
“unidad secreta de los fontaneros” fue creada de forma clandestina, sin que
mediara una decisión oficial para ello y sin que ninguna instancia
o institución así lo ordenase, y las decisiones tomadas eran
totalmente partidistas, decididas secretamente en el Despacho Oval; por el
contrario, las actividades de las agencias de inteligencia y seguridad norteamericanas,
aún siendo muchas de ellas en muchos aspectos ilegales, están
reglamentadas, las decisiones se toman de forma colegiada, y no pueden llevarse
a cabo sin la aprobación de alguna instancia de poder
2)
las actividades de
las agencias gubernamentales buscan preservar la seguridad nacional, objetivos
de EE.UU como nación; las actividades del Watergate perseguían
sólamente el beneficio personal del Presidente Nixon y de su administración
El Watergate y sus consecuencias tuvieron una
única lectura positiva: el viejo aserto de la democracia estadounidense
de que en EE.UU, la democracia más importante del mundo, ningún
hombre, ni siquiera el Presidente, es tan importante o poderoso como para
escapar a la fuerza de la ley.
El balance de la figura de Nixon
El Watergate y la consiguiente destrucción
de su administración casi monopoliza cualquier
balance, incluso en perspectiva histórica, de la presidencia de Nixon.
Sus innumerable éxitos, tanto en política exterior como en política
doméstica, tales como los tratados de reducción de armamento,
la Crisis de Oriente Medio, China, o las medidas económicas, sociales
y medioambientales de su administración, no pueden caer en el olvido,
aunque quedaran en un segundo plano eclipsadas por sus debilidades personales
y políticas y el Watergate. No sería justo sin embargo dejar
de reconocer que, a pesar del Watergate, Nixon fue un gran presidente.
Este balance inicial, que tiene pues muchas
más luces que sombras (aunque las sombras fueran muy “alargadas”) es
generalmente aún hoy poco reconocido. Sin duda, tras su muerte, en
1994, se reabrió el debate sobre su figura, y si ya antes de su muerte
se había empezado a rehabilitar su imagen, tras esta se le empezó
a reconocer como uno de los hombres de Estado más influyentes del
Siglo XX.
También es justo aceptar, y proclamar
igualmente el escaso reconocimiento, el hecho de que a Nixon le tocó
presidir el país más poderoso de la tierra en un momento especialmente
delicado, a nivel externo pero especialmente a nivel interno. En el exterior,
durante su presidencia prosiguió la Guerra Fría, que precisamente
él contribuyó a aliviar con los tratados conjuntos con la URSS.
También se produjo la Crisis militar de Oriente Medio de 1973, la subsiguiente
crisis del petróleo y la crisis económica mundial, y por supuesto
Vietnam. Pero a nivel interno las cosas estaban aún peores: los Estados
Unidos eran un país dividido por la guerra y por las tensiones sociales,
y la juventud norteamericana no paraba de rebelarse no sólo ante la
guerra, si no también contra lo que consideraba como una sociedad
aburguesada y conservadora, contra los valores occidentales, un panorama
heredado de Johnson y ahora sobredimensionado. Por todo el país se
sucedían escenas de protestas contra el gobierno y las instituciones,
contra la sociedad opulenta, y las famosas quemas de cartillas militares,
que incluían el desprecio de los veteranos de guerra por las condecoraciones
del ejército y la bandera de barras y estrellas. El país entero
parecía exasperado por la división, y la prolongación
de la Guerra de Vietnam fue vista por muchos como una traición de Nixon
a su promesa de 1968. En economía, además de acabar con la
paridad dólar-oro, tuvo que hacer frente al enorme déficit fiscal
que EE.UU arrastraba a comienzos de la década de 1970, un déficit
provocado por la Guerra de Vietnam, que era una terrible amenaza ya que aunque
engordó a varias multinacionales del armamento, estaba lastrando a
la economía estadounidense impidiéndole crecer. Para colmo,
desde finales de 1973 la crisis energética derivó en una creciente
crisis económica, y para 1974 el PIB estadounidense había decrecido
en un 4 %, el peor año desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,
un dato escalofriante de deterioro económico que se contagió
al resto de las economías occidentales. Para detener esa terrible
crisis, en 1975, ya con Gerald Ford, se constituiría lo que hoy día
se conoce como G-7 (ó G-8 con Rusia), la cumbre anual de las siete
grandes economías de la tierra, que entonces sólo reunió
a las seis grandes economías del mundo (EE.UU, Japón, Alemania,
Francia, Reino Unido e Italia).
Nixon fue el presidente mas creativo, imaginativo e innovador en política
exterior de todo el Siglo XX. Gestionó de forma diferente la Guerra
Fría, de una forma muy innovadora y práctica. De todos los inquilinos
de la Casa Blanca en el Siglo XX, fue posiblemente junto a Roosevelt el que
mejor conocia “el oficio de presidente”.
Sin duda, en la otra parte de la balanza de
Nixon, lo más negativo de su presidencia está marcado por su
insaciable y obsesivo deseo de conocer y controlar las intenciones de los
demás, sobre todo de quienes él consideraba como sus enemigos
y adversarios. Esta forma de ser le llevó a cometer todo aquello que
destruiría su presidencia; sus maniobras secretas, su fascinación
por el poder subterráneo, su deseo de controlar el devenir político
de las cosas mediante acciones oscuras y alejadas del dominio público,
como quedó claro después de trascender su habitual práctica
de gravar todas las conversaciones que se produjeron en el Despacho Oval durante
toda su presidencia, resultado gravadas más de 4.000 horas.
Cuestión aparte fueron sus innumerables
“comportamientos extraños” a nivel personal e institucional, que afectarían
a su presidencia. Años más tarde de la dimisión de Nixon,
exmiembros del servicio secreto llegaron a hacer públicas situaciones
cuanto menos curiosas: en varias ocasiones el Presidente literalmente se escondía
de sus guardaespaldas dentro incluso de la Casa Blanca, protagonizando carreras
y persecuciones dentro del edificio, tratando el servicio secreto de garantizar
su seguridad tal y como se le encomienda. En otra ocasión, Nixon se
escapó una noche al edificio del Capitolio con su chofer cubano Manolo,
escenificando en el interior del Capitolio una esperpéntica escena.
Y mundialmente famoso fue el episodio en el que, tras ser animado a ello
por una influyente periodista en una conversación telefónica,
Nixon acudió de madrugada y sin su servicio secreto a “dialogar” con
un puñado de estudiantes pacifistas que se encontraban acampados junto
al Lincoln Memorial, hasta que finalmente fue “rescatado” por el servicio
secreto.
Otras expresiones de la personalidad de Nixon
se pusieron de manifiesto con los varios vetos presidenciales que protagonizó
sobre leyes aprobadas por el Congreso Estadounidense, o resoluciones del
Tribunal Supremo. Así, se opuso a decisiones aprobadas como la posible
legalización de determinadas drogas blandas como la marihuana, y vetó
leyes que restringían los poderes policiales contra el crimen, así
como la War Powers Act, la ley de limitación de los poderes militares
que surgió como reacción a la Guerra de Vietnam. En otro terreno,
durante la presidencia de Nixon, la CIA ejecutó en 1971-73, según
se ha sabido años después, la denominada “Operación
Caos”, una operación encubierta destinada a combatir en el interior
de los Estados Unidos la influencia de los líderes juveniles, estudiantiles,
antibelicistas, pacifistas y musicales, que animaban a los jóvenes
norteamericanos en festivales musicales como el de Woodstock (1969) a rebelarse
contra la cultura occidental, contra la guerra y contra el gobierno, la
llamada “contracultura”. Se trataba de un ambiente subversivo que, catalizado
por la guerra, se estaba extendiendo a todas las esferas, amenazando el futuro
de los Estados Unidos en esos convulsos comienzos de los 1970´s. Fuera
o no efectiva esa acción, lo cierto es que en esos años desaparecieron,
la mayoría de las veces en suicidios no aclarados, líderes musicales
como Jimmy Hendrix, Jim Morrison o James Brown. También bajo la Admón.
Nixon se declaró “persona non grata” al exbeatle John Lennon. Estas
y otras situaciones provocaron que los jóvenes de los 1970´s
fueran en muchos aspectos los primeros enemigos de Nixon.
A pesar pues de los enormes errores y debilidades
personales, el balance de la presidencia de Nixon, teniendo en cuenta todos
los condicionantes, es positivo. La historia, tal como vaticinó Kissinger
la noche de su dimisión, empezó tras su muerte a tratarle mejor
que sus contemporáneos. Sufrió durante su presidencia las antipatías
que sin duda generaba su personalidad, su carácter
y su propia imagen personal. Además, sus propios fantasmas personales,
derivados de su humilde origen, de su familia, de la universidad donde estudió,
etc … afectaron negativamente en su presidencia.
Nixon fue en muchísimos aspectos, como presidente, una antítesis
de John F. Kennedy, un hombre admirado por todos, a quien todos querían
a pesar de sus igualmente numerosos defectos personales, y un hombre siempre
querido por la cámara y mimado por la prensa, dos factores que a Nixon
nunca le trataron bien. En multitud de ocasiones, a Nixon no se le reconocieron
sus aciertos y virtudes, y sin embargo se le reprocharon y sobredimensionaron
constantemente sus errores y debilidades. Podría decirse que, en muchos
sentidos, se le trató con más dureza que a cualquier presidente
o expresidente.
Tras su dimisión, todavía en
los 1970´s, comenzó a remontar su imagen. En los 1980´s
ganó millones publicando sus memorias, concedía entrevistas
políticas, participaba en debates, y daba conferencias por todo el
mundo, especializandose en la URSS. Finalmente, en la década de los
1990´s se rebeló como un docto hombre de Estado, llegando a
asesorar en su gran terreno, la política exterior, al Presidente Bush
Padre en plena Crisis del Golfo Pérsico de finales de 1990, previa
a la Guerra del Golfo de 1991.
Nixon siempre quiso que se le recordara como
un estadista que en último término luchaba por la paz. En el
epílogo de su tumba eligieron la frase que pronunció en su ceremonia
de investidura: “el mayor título que puede conceder la historia a
un estadista es el título de pacificador”.