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Estoy hasta arriba de trabajo,
pero no haya nada urgente, solo el trabajo sistemático y monótono
de los tracking y otros cuantis, así que de un día para otro,
con la coartada de un puente inexistente y unos días de verano por
gastar cojo dos jerseys y cuatro calzoncillos y me voy a NY, aprovechando
que ahora anda todo el mundo acojonado con eso de volar, viajar, mirar
en otros lugares distintos a la ciudad de uno. Como sociólogo se
que lo amenazante es salir de fin de semana con el coche, como ciudadano
se que es más peligrosa mi ciudad que otras que gozar del sambenito
de inseguras, aunque a mi jamás me ha ocurrido nada en Madrid…
Descubro cada día que todos somos vecinos de NY. Hemos visto desde siempre sus calles, sus esquinas, sus monumentos, sus parques, las caras de la gente, los taxis amarillos, los rascacielos, sus sueños, sus alcantarillas, su nieve o su bochorno en cientos de películas, pero hay más, está el paisaje, el aire, la ciudad como escenario intimo de nuestras vidas…También, aunque solo sea por unos días, somos inmigrantes, recién llegados en busca del futuro, de fascinación por el nuevo mundo, "La América", el sueño. Como Europeo algo toca a ese inconsciente colectivo que todos llevamos dentro cuando veo la Estatua de la Libertad, ese sueño verde de un loco Francés que imaginaba a la vieja Europa, arrasada entonces por infamias y guerras, imperios y ruinas, por fin bebiendo libertad. Me entra un escalofrío cuando navego por el Hudson hacia la Isla de Ellis, más de doce millones de personas hicieron cola, largas esperas ante los duros funcionarios, gente de todo el mundo, de todos los países de la tierra, de todas las edades, lenguas, culturas, personas como tu o como yo pero sin nada, a solas con sus manos y sus miedos, la mayoría sin saber ni una palabra de inglés, casi nada de ese otro mundo, grande, nuevo, abierto, en el que parecía haber tierra y trabajo para todos. Todavía se respira el aura de esos millones de personas que llegaban hacinados en barcos con un hatillo de ropa y un hijo en brazos, o ni siquiera eso, aquí América, La América de Witman y de Jefferson y atrás nada, los recuerdos de penurias, fríos, hambrunas, aniquilamientos, pestes, humillaciones, explotación o ganas de olvidar y recordar solo a los amigos que se quedaron atrás, las formas de guisar o las canciones tristes de la tierra idealizada a la que jamás regresaron. Recuerdo la emoción de Lorca, similar a la mía, cuando ve Ellis y la Estatua de cobre que sostiene un libro y una antorcha de oro y los rascacielos de cientos de metros, construidos en meses cuando todavía en su España se construía con adobes los hogares de la gente o con presuntuosos neoclasicismos falsos los palacios de los rentistas y terratenientes. Subes al Empire o al Chrysler y te crees entonces el cuento de la torre de Babel y porqué a dios le jodía que el hombre quisiera llegar al cielo, paseas por la 5ª o las 7ª Avenida, por Madison o Lexinton o Broadway y tienes la certeza de que ya viviste aquí en otra vida o en la futura o la pasada, aunque el rollo indú de las reencarnaciones sea cosa de Lennon o Dylan. Y aquí están los nietos de esos inmigrantes, neoyorquinos anónimos que olvidaron sus inhóspitas patrias y los nuevos también que aún hablan mandarín, árabe, español. Todos somos vecinos de NY, todos cabemos en NY como dice Úrculo, aunque vivamos en cuidades que no se llaman Harlem, ni Queems, Brooklym o Manhattan porque en cada esquina hay un transeunte que va al trabajo o de compras o se adormece junto a una montaña de bolsas de basura, que se nos parece, que habla nuestro idioma y tiene quizá nuestros mismos sueños.
Frente a otras grandes ciudades del mundo que he conocido a pie, bellas como Praga, caóticas como Estambul, bulliciosas como Madrid, intimas como Bahía, arrogantes como Londres, ancianas como Atenas, lángidas como Lisboa… NY las contiene a todas, sin embargo, contra la idea que tenía de ciudad habitada por la prisa, los atascos, la inhumanidad, el invididualismo o la presunción de la riqueza, el ruido, el humo, el cemento y el acero formando muros inaccesibles, NY es todo lo contrario, o casi. La prisa no es agobio sino una especie de claqué que puede verse cada día en la Estación Central con ríos de gente entrando y subiendo a los vagones del metro, las avenidas inmensas y las calles infinitas dan la impresión de estar medio vacías siempre, incluso en hora punta. La gente es amable, te habla, se excusa, te informa, se para, no dudo de que vivan aquí criminales, estranguladores, locos de las pistolas, gansters, dueños de países, pero que incluso estos, antes de matarte, desvalijarte o ignorarte te pedirán excusas en un tono respetuoso y cálido. El ruido es un rumrum monónoto como una catarata lejana, el humo sale de las alcantarillas a veces con furia otras con aburrida constancia, pero aunque algunos duden y aludan a imprecisas roturas de tubos de calefacción, la mayoría imagina que ahí debajo debe de esconderse otra ciudad paralela, Borgiana, tal vez el infierno mismo, en algún lugar debería estar y aquí mejor que en cualquier otro sitio. Asombra también que el acero o el hormigón pueda parecer orgánico, como escamas de inmensos peces verticales, corazas extrañas de descomunales insectos fosilizados, piel de seres enormes que la gente llama rascacielos pero que podrán llamarse de otra forma. Asombra eso, que la capital de este mundo occidental, la capital del imperio, parezca una ciudad tan aprensible y humana. Bueno, claro que hay arrogancia y presunción, individualismo, explotación, limusinas de ocho metros, inmensos Lincolm negros con chofer a juego donde se esconden los dueños del mundo camino del trabajo, tiendas exclusivas donde unos calzoncillos en rebajas pueden costarte el sueldo de un año, paseas por Madison Av. y en cada portal hay una tienda de moda, hay tiendas de todos los diseñadores más famosos del mundo, tiendas vacías en las que nunca veo a nadie comprando y las dependientas se disfrazan con algunos de esos harapos de lujo en usufructo laboral acechando durante días a esa clienta o cliente podrido de millones de millones que entra por fin a comprar una prenda cualquiera, con eso ya amortizan el chiringuito, el precio de un traje de lentejuelas no demasiado bonito para mi inculto gusto, es de 10.000 dólares, así cualquiera. O Wall Street, "la calle del muro" en honor a al muro que levantaron los primeros holandeses para protegerse de los indios Algolquines que poblaban estas tierras, el muro es ahora un amasijo de fríos y orgullosos rascacielos en cuyas aceras da la impresión de que jamás dan los rayos del sol, y en algunas así es, siempre están iluminadas por la luz rebotada en el cemento, una clara penumbra irreal que da un aire siniestro a este espacio donde el poder siempre se pone el traje de las mayúsculas, desde los rincones escondidos, los pisos cincuenta de estos edificios hay tipos cuyas decisiones pueden llenar de hambre y de muerte los ojos de miles de personas; se amasan fortunas de ali-babá, se cometen crímenes inmaculados y se ponen gobiernos títeres o se inventa el consumo, se juega al Monopoli con billetes de verdad, ciudades de verdad, destinos auténticos. Soy ateo, no creo en dioses ni en diablos, pero creo que el mal, o el bien existen y he olido el mal en Wall Street, el mal absoluto, ese mal que no está en las armas o en los ojos de los asesinos que matan con sus manos si no que está en los corazones de hombres que manejan un sistema en el que con solo una palabra o un gesto hacen morir a miles a distancia o hacer pasar hambre o llorar o se pueden llenar de infinitas riquezas los bolsillos de los tiranos o de un hombre anónimo al que le cae la desgracia de poseer de pronto una inmensa fortuna, el sueño americano. Pero Wall Street también es el cielo, el bien, un paisaje hermoso y brillante que solo se admira de lejos, desde Brooklym, ese horizonte tantas veces pintado por Eduardo en el que hay un hombre con sobrero, yo mismo, que descubre que ama NY a pesar de si mismo. De los indios de entonces, de los Algolquines solo queda el nombre de un hotel de lujo y un montón de flechas, hachas, pipas y ropas vacías en las vitrinas brillantes de los museos de historia. Ahora hay aquí cerca una ruina inmensa, la montaña de escombros de las Torres Gemelas entreveradas de los cuerpos de miles de oficinistas y bomberos, un desastre incomprensible para los norteamericanos que andan ahora metidos en una guerra de venganza contra un tal Bin Laden pero podía ser contra cualquier otro sinvergüenza, da igual, me huelo que ese trozo de ciudad destruida, esa amenaza terrible, ese espectáculo audiovisual de ciencia ficción de las dos torres más altas de NY derrumbándose solo porque lo quisieron cuatro locos armados con navajitas de cortar cartón y, sobre todo, con su voluntad de aniquilar, ya existía, ese estrépito fantasmal, se fue derrumbando léntamente durante décadas al mismo ritmo en el que las ideas de libertad y de justicia de Jeferson, Witman, Tocqueville o Lincolm se fueron convirtiendo en estatuas de jardín con palabras bonitas escritas en bronce cagadas por las palomas. Las hermosas y orgullosas Torres Gemelas se llenaron de odio durante mucho tiempo hasta que explotaron un día como fruta madura, solo hay que leer en los libros de historia contemporánea los que ha hecho el Estado USA en muchos lugares, con millones de personas, fabricando guerras y genocidios, educando torturadores y tiranos, financiando golpes de Estado, explotando recursos, envenenado de desesperación a miles y miles de personas para mayor gloria del Capital y el Poder. No deja de ser una ácida moraleja que el pájaro ese de Bin Laden fuera entrenado y financiado por la CIA y que hace unos años el muyaidines eran los buenos, los héroes luchadores por la libertad contra los malvados soviéticos, en una de las películas de la saga de Rambo se describe esa historia. Pero es inútil la venganza, destrozar NY no cambia las cosas porque sabemos hace tiempo que las multinacionales no tienen ya patria, ni lugar de residencia, ni corazón, (ya lo dijo el presidente Ike hace décadas) que tocar con el dolor y el desastre a NY solo ha servido para llenar con más bombas a Afganistán, un país miserable y aniquilado de antemano y para que todos seamos en los aeropuertos sospechosos, potenciales terroristas a los que hay que pasar por rayos X, Y o Z dos y tres veces, registrar los equipajes, pasar una y otra vez el detector de metales y ser cacheados a fondo con los brazos en cruz como tantas veces hemos visto también en las películas. Y todo eso me jode, no por la molestia de tales manipulaciones que también, (debo tener pinta de malvado o sospechoso porque siempre me tocan a mi los registros y los cacheos) sino por la inocencia o ignorancia que demuestran estos yanquis, por no saber o no comprender que el arma que utilizaron los terroristas suicidas no fueron las navajitas sino solo su voluntad, solo una creencia, una idea del paraíso, una fe, algo que solo anida en el cerebro, las neuronas, donde no llegan por ahora los rayos x, ni los cacheos, ni los detectores de metales. Podrán hacer lo mismo cualquier día, si quieren, utilizando como arma la cucharita de plástico del desayuno. Me joden todos los integrismos y más si son monoteistas o se inventan un cielo con doncellas y corceles o los que utilizan esa pueril forma de venganza y de mito de los terrosimos, sean de Estado o de gente por libre como el pirado ese de Bin, encima bruto, se nota que no lleyó a Averroes.
Pienso todo esto desde Brooklim, he cruzado a pie el puente colgante más antiguo de NY para llegar a este antiguo pueblo persiguiendo los mitos Walt Witman y Woody Allen que vivieron aquí y escribieron en este parque sus poemas o sus historias, esa película, "Manhattan" que tan bien nos habla de alma de NY y desde el paseo del río, la gran Isla y sus rascacielos parecen de mentira, un cuadro que uno pueda tocar con solo alzar la mano. Me tomo un café (por no llamarlo de otra forma) y veo pasar a los adolescentes que han salido a almorzar sus pizzas y sus guarrerías, todos vestidos iguales o diferentes, como hace unos años se vestían los negros más marginales del Bronx, solo que las marcas que llevan estos chicos cuestan una pasta, así es la moda.
Se me cae el mito de la comida basura, al menos en NY, en la América profunda del medio oeste no se, veo y compruebo que aquí quienes entran en los Mac-Donalds son la clase media baja, negros o hispanos, ni un "blanco", ni un oficinista apresurado o un estudiante, me asomo a todos los que veo y el público es el mismo. Hay restaurantillos y chiringos de comida rápida de todo tipo, carácter y condición, buena y mala comida como en todos sitios, pero con una variación infinita y se puede comer bien y sano si uno quiere comida de cualquier país, de cualquier cultura gastronómica y además comida auténtica.
Voy un par de mañanas a los mercados de Chinatowm y la Pequeña Italia y me siento transportado a cualquier ciudad remota del remoto Oriente. Los carteles, los gestos, las mercancías, el ajetreo mañanero de la gente comprando la comida en los puestos al aire libre son los de allí, no los de yanquilandia, además compruebo y reitero con asombro y sorpresa que los dependientes no entienen el inglés ¿…? y tienen que llamar a alguien de la tienda que medio lo chapurrea para que me atienda. Hay frutas y verduras extrañas que jamás he visto, mil clases de peces y mariscos que se venden vivos y se exponen en acuarios y cubos con agua, galápagos, ranas inmensas, anguilas, tilapias, carpas boqueantes, patas de gallina, crestas, vísceras de todos los colores y formas de animales casi mitológicos o sin casi. Me dicen que por estas calles, en estos mercados no vienen los güiris a comprar o a comer, sin embargo siento una extraña familiaridad en esta forma de vender y de regatear, en esos alimentos, descubro que los extremeños tenemos algo de chinos o los chinos de extremeño, debe ser la necesidad, la cultura de la carencia, el ingenio del hambre porque también nuestra cocina está llena de platillos exquisitos con vísceras, comemos lagartos y ranas, extrañas yerbas del campo, suculentos alimentos que hacen arrugar el entrecejo a más de un turista despistado. Entramos en un sitio a comer, la dependienta ni jota de inglés de nuevo, viene el dueño que medio entiende y pedimos unos cuantos melindres innombrables, nos ponemos a comer mezclados con la gente que mira como diciendo "estos güiris no saben donde se han metido", pero apiolo con gusto y normal habilidad de palillos los alimentos y comento en español a mi compa que está todo muy rico, para chuparse los dedos, entonces cada cual vuelve a lo suyo y dejan de mirarnos, han descubierto que no somos Wap despistados, tal vez no sepan de donde demonios somos, pero no importa, han visto que aprecio su comida y eso, en todas partes, en todas las ciudades, para todas las culturas que conozco es lo que importa, es un intuitivo signo de respeto y de complicidad. De "Litle Itali" solo quedan los restaurantes porque la gente que vive en el barrio es casi toda china, los italianos hace décadas que dejaron de ser inmigrantes, ya son neoyorquinos y no saben pronunciar en italiano ni su apellido o eso me parece. Ahí está el alcalde Gullianni para más señas.
Me paro a descansar un rato en el Hotel Chelsea, mitómano que es uno aunque lo niegue, respiro a Dylan Thomas, al otro Dylan, a Lessing, escucho a la deliciosa chillona de Janis Lloplin amando a Leonard Cohen en aquellos tiempos dorados de los setenta. Por todas partes, en todos los lugares cara al público hay un hispano, ya ni intentamos hablar inglés, no se si quedará alguien por ahí abajo, en la otra América, es broma, nos enrollamos, más mi compa, que yo soy de poco hablar y más de escuchar, nos cuentan que hay pueblos enteros de hondureños, mexicanos, guatemaltecos, ecuatorianos, dominicanos, pueblos enteros que ocupan edificios, manzanas en las ciudades dormitorio periféricas de NY. Trabajan a destajo por sueldos de miseria para los precios de aquí pero son/están felices, saben que ellos seguirán de barrenderos, cocineros, camareros, dependientes… de por vida, ese será el único sueño americano que conozcan, lo saben, pero no les importa, son felices porque sus hijos podrán ser otra cosa o tendrán la posibilidad y eso les vale. Además aquí no nos matan ni nos desaparecen, me dice uno y se come bien, dice otra, nosotros comemos mejor que ellos (dicen de los güiris), ellos no saben cocinar me dice una camarera dominicana. Paseando por Lexinton Av. Entre tiendas de antigüedades, joyerías, peluquerías donde hay muchas gente haciéndose la manicura, nos encontramos con un tipo y su carrito vendiendo churros, aromáticos churros, deliciosos churros con azúcar, ¿y les gustan a los güiris?, si, les gustan mucho, los vendo todos, dice el mexicano y nos despedimos con un saludo fraterno, con la fraternidad autentica de los que saben lo que vale un churro, la cultura del churro, ese universo común del churro crujiente que mojas en el café, salud amigo.
Se come uno un café con churros y el único rastro que deja es el azucar que sobra sobre el plato, o ni eso, desayunas o almuerzas en N.Y. y dejar un montón de restos, de embalajes, de plásticos y envoltorios tan grande que asusta, constatas ese rollo del "la sociedad opulenta" y tal y cual, el derroche de la basura, de tanto embalaje es asombroso, eso es el consumo, el márketing, la marca, esas gilipolleces de las que vivimos los sociólogos que hacemos investigación de mercados.
La limpieza de las calles, sin cacas de perro, también asombra con agrado, los parques para perros con water incorporado o las plaquitas doradas recordando a gente en los bancos de los parques "para fulanita amante de las palomas que donó tal y cual pasta para plantar aquí amapolos", "Para fulanito que cuidó los arboles y defendió el parque de tal y cual cabrón especulador" "Para menganita amante de las ardillas monosabias comedoras de almendas en peligro de extinción", parece una chorrada pero es un signo, aunque sea leve, de que el ciudadano importa, aquí en Madrid, con comparar solo tienen placas en los parques los alcaldes alvaros de los manzanos y las cacas de los perros son una especie de maldición apocalíptica, que va a más.
Dicen que los americanos son patológicamente higiénicos y que se duchan antes de hacer el amor para no dar asco a su pareja y después de hacer el amor porque les ha dado algo de asco lo que han hecho (en las pelis se ve mucho, eso de ducharse antes y después), bueno, en el amor no se, pero en la comida esa pulcritud se agradece, el suelo limpio barrido o fregado cada cinco minutos, el tipo que te hace el bocadillo con guantes de cirujano, todo ordenado, brillante, apetitoso,.no echo de menos las cascaras de gambas por el suelo, las conchas de mejillones "tipical hispanis", las servilletas y los palillos por suelo de los baretos madrileños o el luto de las uñas de los camareros de los restaurantes de menú metido con frecuencia en la sopa que te sirve…
Cojo el metro que va a toda leche y parece que va a descarrilar en cualquier momento, me doy un garbeo por tal o cual museo, toda la historia del arte, toda la historia del mundo ante mis ojos o ese Central Park que más que parque es un pedazo de bosque en medio de Manhattan con sus pájaros carpinteros, sus ardillas y gansos migratorios en medio de los lagos…Me siento como en casa y eso asusta, nunca estuve en NY y me reconozco en ella, soy un ciudadano más, debe ser eso que decían los economistas marxistas con otras palabras, el imperialismo, la aldea global, la american way of life que mamamos ya todos desde niños Una semana en NY y siento que podría ser mi ciudad, vivir aquí, trabajar aquí y bajar a las doce a por mi perrito caliente con salsa picante en el puesto del polaco o ir por la calle con mi bocadillo del almuerzo y el cafelito aguachirle.Lo único que no me ha gustado de NY ha sido ese café repelente, agua de fregar que beben en un vaso de plástico por la calle, mejunje caliente, insulso de color marrón que de café solo tiene el nombre. Pero me he enamorado de NY a pesar del café, nadie es perfecto, de su racionalidad, su grandeza, su orgullo, su grandilocuencia, su inocencia, su calidez, ya no soy un inmigrante asustado o un turista embobado si no uno más, habitante de esta babel auténtica, capital de este mundo de mierda o de maná del que todos somos algo responsables, creo que hay que desempolvar las palabras de muchos americanos ilustres que creían en las patrias de los ciudadanos y no en las patrias de los estados.
Vuelvo a Madrid, cojo el metro y siento que es posible adormecerse unos minutos y de pronto escuchar "próxima parada Central Estation", porque Madrid puede ser un barrio de NY y viceversa.
PD: Además había un tío pescando Black Bass tranquilamente con su caña de lanzado en uno de los grandes lagos de Central Park…
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NÓMADAS.5 |