La
conquista de la luz
Si Shakespeare escribiera en la
actualidad, el mundo empresarial le depararía una buena fuente de
inspiración. Las ambiciones y la lucha por el poder que aparecen en sus
obras protagonizadas por reyes, nobles y militares, son ahora visibles
en el comportamiento de los grandes líderes empresariales. Aunque
recubiertas de la pátina tecnicista de la terminología económica y
financiera, lo que de verdad se deriva en las grandes batallas
empresariales es, fundamentalmente, poder y riquezas. El control de
recursos, personas y decisiones estratégicas para la colectividad.
Y no cabe duda que
la lucha por el control de Endesa es uno de estos casos estrella que dan
para mucha creación literaria. No faltan en ella ni tensiones dramáticas
ni momentos cómicos. Estos últimos protagonizados especialmente por el
Ministerio de Industria y la Comisión Nacional de la Energía que han
quedado en ridículo al mostrarse que al fin y al cabo no tenían ninguna
capacidad real de influir en serio en el proceso. Quizás el nombramiento
de Clos para ministro del ramo constituye un explícito reconocimiento de
la liviandad de este área y, puestos a sacarse de encima a un alcalde
impopular siguiendo el principio de Peter, mejor colocarlo en un sitio
en el que no pueda hacer mucho daño.
Aunque el desenlace
final está por decidir, lo que ha quedado claro en toda la operación es
la capacidad del núcleo duro del capitalismo español de resistir todos
los intentos de desbancarles de parcelas importantes del poder
económico. Es una muestra más de un hecho sobre el que vale la pena
tomar conciencia. Este núcleo se consolidó a lo largo del siglo XX
mediante un control férreo del mercado interno y el establecimiento,
reforzado por el franquismo, de una notable interrelación del poder
económico con el poder político (lo cual tampoco es un fenómeno
puramente local: basta con estudiar el permanente idilio que ha tenido
la industria tecnológica estadounidense, desde la General Electric y la
aeronaútica hasta las modernas empresas del sector T.I.C.). Cuando la
economía española se abrió al exterior muchos pensaron que este poder se
habría acabado y que la economía española pasaría a estar controlada por
multinacionales foráneas y reinaría la competencia “casi” perfecta. Nada
de eso ha ocurrido. Si bien las multinacionales han pasado a controlar
una gran parte del sector industrial, este núcleo duro ha sabido
maniobrar con éxito para preservar áreas estratégicas como el sector
financiero, las obras públicas y los servicios a la colectividad. Y en
lugar de un mercado competitivo (que en muchos casos sólo se encuentra
en los libros de teoría económica) hemos presenciado en bastantes
sectores procesos de concentración de capital. Tal es el caso de las
eléctricas que han reforzado su reparto territorial hasta convertirse,
al menos en el mercado de consumo, en auténticos monopolios. En algunas
regiones, como Baleares o Canarias, simplemente se ha pasado de una
empresa pública a una privada, en otras como Catalunya de tres empresas
a una sola.
Endesa, el centro
de la pelea, es en sí misma una muestra de esta dialéctica
público-privada. Inicialmente era una mera gestora de centrales térmicas
de carbón, algunas de las plantas más contaminantes del país (As Pontes
de García Rodríguez, Ponferrada, Andorra), a las que se sumaron las
empresas de distribución pública de Baleares (GESA) y Canarias (UNELCO).
En los años ochenta, a medida que las empresas privadas entraron en
crisis por la aventura nuclear y el alza de los tipos de interés, el
gobierno utilizó Endesa como salvadora de los intereses privados
(especialmente de la banca) forzándola a comprar empresas (FECSA,
Electra de Viesgo) y activos (planta eléctricas) de empresas en crisis,
convirtiéndose en un grupo eléctrico integral. Después vino la
privatización, iniciada parcialmente por el PSOE y culminada al 100% por
el PP (que perdió la oportunidad para ceder la dirección a personas
amigas, valiéndose también del hecho que sea Caja Madrid el primer socio
de la empresa). Lo que ha venido después es conocido: OPA de Gas
Natural, a la que se acusa de ser un complot catalán y se la bloquea con
procesos judiciales, negociación con E.on (con intervención incluida de
la UE) y maniobra final por parte de Acciona, seguida por otra parecida
de ACS sobre Iberdrola.
Para algunos es al
fin y al cabo el triunfo del nacionalismo español. Aunque seguramente si
las operaciones en marcha triunfan lo único que ganará el país es quedar
en manos de un duopolio eléctrico. Pero de lo que verdad se trata es de
una nueva operación orientada a mantener el control por los mismos
grupos de siempre. Todos los agentes principales (exceptuando los
alemanes de E.on que al final pudieran quedar como personajes
secundarios) se encuentran entre el núcleo capitalista, como los March y
los Albertos, de ACS, los Entrecanales de Acciona y los dos grandes
bancos que juegan un papel activo en la operación, Hay muchas relaciones
e intereses cruzados entre ellos si se tiene en cuenta tanto el carácter
oligopolístico y de compadreo imperante en el sector de la construcción
como la relación privilegiada de estas empresas con la banca.
No se trata tampoco
de una situación muy rara. Ya he comentado otras veces que ver Acciona o
ACS como una mera empresa constructora constituye un grave error. Estas
empresas (y el resto de colegas) hace años que se han convertido en
empresas dedicadas a explotar todo tipo de servicios colectivos.
Actividades que tienen en muchos casos en común contar con una demanda
que crece establemente (en gran parte porque no está sujeta a los
avatares cotidianos del mercado, puesto que se basa en concesiones a
medio y largo plazo) y en las que se obtiene una rentabilidad asegurada.
De hecho, ambas están ya presentes en el sector energético (ACS con la
toma de control de Unión FENOSA, Acciona tras adquirir EHN —antes
participada por la Diputación de Navarra—, lo que le ha convertido en
líder en energía eólica), que es un sector con una demanda cautiva y
perspectivas de crecimiento seguro. Al igual que explotan transportes
públicos, mantenimiento de equipamientos, servicios portuarios,
residencias geriátricas, agua o cualquier otra cosa donde el Estado
garantice un buen negocio. Se trata sin duda de un modelo empresarial
que garantiza un enorme poder social a sus detentadores y que tiene su
reflejo tanto en las relaciones laborales como en los modelos de gestión
de los servicios y en la definición del modelo social.
Somos además
espectadores de una batalla en la que sólo pueden ganar a corto plazo
quienes posean acciones de alguna de las eléctricas implicadas, pero
donde el proceso final acabará con un reforzamiento del poder
monopolístico del mercado (sea bajo control local o foráneo, aunque
tiene gracia que la defensa de la competencia pase por aceptar la
creación de conglomerados empresariales cada vez mayores). Un proceso en
el que lo que menos importancia tiene es la nacionalidad del capital
vencedor (al final en el capital de cada una de estas empresas también
es detectable la presencia de fondos internacionales de inversión) y lo
que en cambio no se debate es lo que realmente debería interesarnos:
cómo decidir democráticamente el modelo energético del futuro, como
organizar la gestión energética para cubrir necesidades básicas
(incluyendo qué política de precios) y eliminar el despilfarro. Y si
estas cuestiones cruciales las pueden garantizar los grandes monopolios
privados o deben ser gestionadas de forma colectiva. Tras una década de
privatizaciones tenemos ya experiencia acumulada para descubrir las
falsedades de la “eficiencia” privada en la gestión de servicios
públicos. Pero este es un debate que sólo aparecerá si los afectados
insistimos en plantearlo. De momento es tiempo para la representación
cruda y pura del reparto del poder.
[Albert
Recio]
La reforma de
IRPF
Se ha anunciado recientemente la
reforma del IRPF. Se incrementa del 0,5239% al 7% el porcentaje del IRPF
que se destina a la Iglesia Católica. El tenor de esta decisión plantea
de nuevo cuestiones que ya son habituales: la financiación de la Iglesia
Católica, la relación entre ésta y el Estado, la financiación de las
ONGs, las relaciones de dependencia y clientelismo promovidas por el
sistema de financiación o las dificultades enquistadas con las que topa
una y otra vez el laicismo.
Carlos Amigo, cardenal de Sevilla,
ha calificado esta reforma como un ejemplo de ‘laicidad inteligente’.
Con esta expresión, la jerarquía quiere decir lo siguiente: estamos
contentos con el acuerdo, nos quedamos más o menos como estábamos...
vengan laicismos inteligentes que no pongan en cuestión el
status quo.
Esta inteligencia, choca con otra
forma de entender las cosas que apuesta por una desvinculación —también
financiera— entre el Estado y la Iglesia católica —y el resto de
Iglesias—. Esta inteligencia es compartida por personas —creyentes y no
creyentes— y sectores sociales para los cuales es saludable poner fin a
maridajes históricos entre el Estado y la Iglesia católica.
Se argumenta a favor del
mantenimiento del status quo diciendo que a través de
parroquias e instituciones religiosas se realiza una importante tarea
social. Este argumento es relevante, y hay que atenderlo también en
relación a la actuación desarrollada por las ONGs o por otras
instituciones religiosas. No se puede pasar por alto que en no pocas
ocasiones el Estado delega o hace dejación por desatención de sus
funciones. Ahora bien, esta realidad no da pie a mantener un sistema que
consiste en destinar fondos públicos al mantenimiento de una institución
religiosa. En cambio, sí habilita para plantear cómo financiar proyectos
sociales que son considerados prioritarios. Salvo que queramos perder la
inteligencia, no se puede admitir el culto —allá cada uno con sus
creencias religiosas— como la realización de un proyecto social
solidario.
Ante el anuncio del 0,7%, las ONGs
han reclamado otro tanto para ellas. Parece razonable dado cómo están
las cosas. Todavía está por ver en qué quedará esto. Ahora bien, más
allá de lo inmediato, la cuestión de fondo sigue inalterada: el sistema
de financiación de las organizaciones sociales ha de cambiar. Por una
parte, el sistema —y no me refiero sólo a la casilla de la declaración
de la renta— es inestable y precario para la mayoría de organizaciones;
por otra parte, el sistema genera unas relaciones de dependencia y
clientelismo insalubres. Es éste un terreno de lucha política y social
en torno a la democracia y a los contenidos sociales del Estado que no
debe quedar reducido al 0,5 o, en el mejor de los casos, al 0,7% del
problema.
[Antonio Madrid]
El gobierno Maragall
premia con la Creu de Sant Jordi los despidos masivos de
obreros
El 25 de septiembre
a las 18.30 h. se concentraron más de medio millar de trabajadores de
SEAT y La Vanguardia ante el Liceo de Barcelona para protestar contra la
concesión por el gobierno de izquierdas de Cataluña del galardón de la
cruz de Sant Jordi que se concede a personas que han hecho aportaciones
significativas y valiosas a la vida social del país. Aparte de un
plantel de artistas y escritores, entre los homenajeados de este año
figuran el Conde de Godó, dueño de La Vanguardia, y Andreas Schleef,
presidente de SEAT en el momento de los últimos 660 despidos. El
galardón se les concede a ambos por su “labor empresarial”. Fuentes
sindicales sostienen que SEAT estuvo adquiriendo componentes para sus
coches procedentes de fábricas alemanas del grupo VolksWagen a coste
superior al precio de mercado, con la intención de generar un déficit
artificial que justificara el expediente de regulación que ha costado el
puesto de trabajo a 660 personas de la factoría catalana. Conviene
recordar que SEAT ha estado recibiendo cuantiosas ayudas públicas.
Schleef, durante su mandato, se ha caracterizado, además, por su estilo
autoritario.
La manifestación
estuvo convocada por el Comité de Solidaridad de los despedidos de SEAT.
Durante tres horas la puerta principal del Liceo, en la Rambla de
Barcelona, estuvo bloqueada por los manifestantes, ante un fuerte cordón
policial de los Mossos d’Esquadra. Parece que al recibir Schleef el
galardón se escucharon en el interior del Liceo abucheos, además de
aplausos. El presidente Maragall, el vicepresidente Joan Saura, el
conseller Joaquim Nadal y el homenajeado Andreas Schleef
tuvieron que salir por una puerta lateral para librarse del
bochorno.
La prensa
“independiente” —como El País— no ha informado ni de la
concesión del premio ni de la manifestación. Huelgan comentarios.
[Joaquim
Sempere]
Carta de un
lector
Degradacion de la
política
Joaquín Dodero i
Curtani
Un simple pregón de
las fiestas de la Mercè redactado en lengua castellana por una escritora
residente en Madrid, leído ante un pequeño auditorio conformado por
profesionales de la política y notables de la ciudad —no cabe mucho más
en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona— conforman las
características del pecado, que ha servido como pretexto, esta vez a ERC
, para lanzar un mensaje político intolerante destinado a captar el voto
de una parte del electorado que asume, al parecer y según los cálculos
de sus estrategas de campaña, los postulados del nacionalismo étnico mas
intransigente.
Una nueva apelación
de esta “casta” de profesionales de la política hacia la cerrazón
mental, por no decir a la parte más irracional del ser humano y sus más
bajos instintos.
En esta senda de
progresiva degradación del discurso político, no quiero olvidarme de
quienes han precedido recientemente a ERC. Me refiero a la coalición de
CiU, y en concreto al Diputado Sr. Duran Lleida, quién lanzó un guiño a
la xenofobia al supeditar la concesión del derecho a voto a los
inmigrantes a la superación de un “test” de arraigo a la realidad
nacional de Cataluña. O qué decir del racista mensaje de “catalanofobia”
lanzado desde el PP en su campaña contra el nuevo Estatut.
Se empeñan en
quitarnos la esperanza a los ciudadanos que esperamos algo más de la
política y de nuestros representantes.
Por si fuera poco,
al parecer también hemos de resignarnos a padecer sus diarios asaltos a
nuestra estabilidad emocional, o a nuestra intimidad, al utilizar como
arma arrojadiza, en su miserable batalla partidaria, tanto la lengua
—castellano o catalán— en que hemos conformado nuestro pensamiento,
nuestras emociones, nuestras relaciones familiares y las que mantenemos
con nuestros vecinos, como la banal estigmatización de ciudades y
habitantes —pongamos que también hablo de Madrid— que conforman el
paisaje en el que se criaron nuestros padres, nuestra pareja, o una
parte de nuestras familiares o amigos.
No parece
importarles demasiado que la abstención en el último referéndum del
Estatut superara el 50%, y en la etiología de la misma: el cansancio, si
no el hastío ciudadano.
La biblioteca de
Babel