El argumento bomba
Antes
del bombazo en un aparcamiento de Barajas que ha costado la vida a dos
trabajadores inmigrantes casi todo el mundo creía que se daban
las condiciones para que ETA, por fin, se resignara a abandonar la lucha
armada.
Había
argumentos válidos para contemplarlo: tres años sin atentados
mortales; la manifiesta inutilidad de los atentados para doblegar la
voluntad del estado, representativa en este punto de la mayoría
de las gentes y específicamente de los vascos; el aislamiento
de ETA y de su brazo político; las declaraciones de los dirigentes
de ese brazo político, que aunque no condenaban el uso de las
armas sí manifestaban preferir las soluciones dialogadas. Y,
por otro lado, había también condiciones previas adecuadas:
la admisión por parte del PNV de la conveniencia de aplazar la
modificación del estatuto vasco a un momento posterior al cese
de la actividad armada, y la composición de un gobierno de España
sinceramente deseoso de hacer cuanto pudiera para poner fin al trágico
conflicto en que ETA nos ha metido. Por eso la “declaración
de alto el fuego permanente” y la voluntad de negociación
por parte de ETA pudieron ser tomados en cuenta por todos los grupos
con representación parlamentaria, salvo el Partido Popular, y
la negociación acogida como un bien por la mayoría de
los ciudadanos.
Sobre
este panorama, sin embargo, planeaban dos nubarrones.
Uno
lo constituía el propio militarismo de ETA. No estaba claro si
ETA había aceptado las consecuencias políticas de su derrota
militar en curso. De haberlas aceptado plenamente, su propuesta de negociación
se habría limitado a un calendario para la desaparición
de las armas y un acuerdo sobre el trato —que siempre sería
generoso por parte de la sociedad española— para los etarras
encarcelados y encarcelables. Si no había percibido la magnitud
de su derrota, su negociación trataría de imponer unos
objetivos políticos desde su perspectiva mínimos: la anexión
de Navarra a Euskadi —una posibilidad a la que está abierta
la Constitución de 1978— y el reconocimiento del derecho
de autodeterminación para Euskadi, acatando los resultados de
una consulta popular al respecto; objetivos que no se podría
aceptar.
El
otro nubarrón lo constituía la política del mayor
partido de la oposición, el PP, que sobre la base de una incomprensión
de fondo de su propia derrota electoral ha buscado una confrontación
completa y dura con el gobierno para erosionarle con vistas a las elecciones
futuras. La política antiterrorista del gobierno no iba a ser
una excepción, y el PP no sólo no se sumó a la
autorización al gobierno del poder legislativo para negociar
sino que movilizó al regresivo sector de la sociedad civil que
le es afecto, a los instrumentos de propaganda que domina (el diario
El Mundo, la cadena de radio Cope, Telemadrid,
etc.), a la principal asociación de víctimas del terrorismo
etarra y a su propio personal afín en el seno del Poder Judicial
y en el aparato del estado para dificultar y entorpecer la posible negociación.
La actual dirección del PP traicionó el limitado Pacto
Antiterrorista firmado con el Psoe, que dice que la política
antiterrorista debe quedar fuera del debate electoral, ya el 11 de marzo
de 2004, al atribuir mendazmente a ETA la autoría de los atentados
con el fin de ganar las elecciones de tres días después.
Desde entonces ha hecho de este asunto su gran baza electoral y ha combatido
al gobierno en el parlamento, en los media y en la calle utilizando
a ETA como cebo para pescar todos los votos posibles. Con ello los dirigentes
del PP traicionaron también otro principio contenido en aquel
Pacto Antiterrorista, según el cual la dirección de la
política antiterrorista le corresponde al gobierno de turno,
y, con gran deslealtad no sólo con el Psoe sino con la sociedad
española, mandaron a ETA un mensaje claro: no respetaremos lo
que pueda hacer el gobierno actual; no queremos que sea este gobierno
el que acabe con la violencia política en este país.
ETA
pretende que las muertes ocasionadas por el bombazo del aeropuerto fueron
un imprevisto —ETA avisó de la colocación de explosivos—,
un “daño colateral” —la expresión es
repugnante para referirse a los dos jóvenes ecuatorianos muertos—,
causante de lo que el derecho penal califica de “homicidio preterintencional”.
Tal “imprevisto”, sin embargo, revela el burdo mundo intelectual
en que viven los dirigentes etarras, pues no es posible dar por descontado
que una gran potencia explosiva en cualquier lugar público, y
menos en un aeropuerto, no vaya a causar víctimas mortales. Sin
embargo, aunque no hubiera habido víctimas mortales
ETA debía haber sabido que volaba no sólo un aparcamiento
sino también la posibilidad de proseguir la negociación.
ETA ha ignorado que o bien negocia o bien pone bombas —o bien
se autodisuelve, que sería otra posibilidad teórica—,
pues las bombas son incompatibles con las negociaciones, ya que de otro
modo éstas serían una invitación a poner más
de aquéllas como bazas negociadoras. El comunicado posterior
de ETA, afirmando que la negociación seguía abierta y
lamentando las víctimas, es puro añadido de una chapuza
política a la otra chapuza, la criminal, que ha acabado con la
vida de dos personas tan inocentes que ni siquera eran españolas,
si puede decirse así.
Es
evidente que en la izquierda abertzale el gigantesco error y el crimen
del atentado de Barajas no han sido interpretados unánimemente.
Declaraciones procedentes de ese ámbito así lo ponen de
manifiesto. Algo ha empezado a fisurarse en el brazo político
de ETA, que sin embargo sigue siendo incapaz de sustraerse a la dictadura
de sus milicos. Y éste es el punto. Porque si las gentes
que en la llamada izquierda abertzale (abertzale sin duda, pero “izquierda”
¿de qué?) no toman las armas tuvieran la inteligencia
y el valor de distanciarse efectivamente de ese aparato “militar”
que se mueve sin sentido, tal vez podrían hacer más por
los etarras condenados y por la extinción de la violencia que
las negociaciones ahora dinamitadas.
Tendrán
algo de tiempo para ello. Cualquier negociación es imposible
en esta legislatura. Es más: eso sería un suicidio político
para Zapatero y el Psoe después del bombazo, el posterior comunicado
de ETA y el ensañamiento de PP. También porque, de perdidos
al río, ETA, tras el fracaso del proceso de paz, puede preferir
un gobierno del PP, del PP dirigido por los mentirosos del 11-M, para
complicar las cosas y para intentar “acumular fuerzas” —que
dicen ellos— a partir de la reacción de sus bases a la
previsible andanada represiva de un gobierno en el que Acebes volviera
a ser Ministro del Interior. No podemos olvidar que forma parte del
código genético de ETA jugar al juego macabro del “tanto
peor, tanto mejor”. En consecuencia, entra dentro de lo posible
que reanude sus atentados en las vísperas electorales, para hacer
más daño al gobierno actual. Hay también otras
razones menos especulativas: que ETA se ha autodescalificado para negociar,
salvo que en el futuro inicie un proceso de acciones reales, una práctica
sostenida, que haga impensable la comisión de nuevos atentados.
Y
a todo ello se deben añadir otros factores que nadie parece tener
en cuenta. En el pleno parlamentario dedicado a la ruptura del proceso
de paz, el representante del PNV advirtió de unas posibles “goteras
en el CNI”, esto es, en los servicios secretos, los cuales se
suponía que estaban vigilando a ETA para “verificar la
realidad del alto el fuego” y desarrollando otras actividades
para la seguridad del estado en el ámbito internacional. Sería
propio de ingenuos descartar que en ese mundo tenebroso alguien haya
ocultado información o se la haya dado a quien no debía
con el objetivo de ponerle la zancadilla a Zapatero. El CNI, como servicio
de información de un Estado de la OTAN, trabaja codo con codo
con la CIA. Y seguro que Bush prefiere a Rajoy antes que a Zapatero,
por lo de la retirada de las tropas de Iraq y porque, desde su óptica,
un país con una base como la de Rota, tan decisiva para el despliegue
militar en Oriente Medio, debe estar gobernado por políticos
obedientes.
En
su simplismo y en su abertzalismo de campanario, ETA y su mundo ignoran
o les trae al pairo lo anterior. Asimismo hacen abstracción de
que el Estado —y su gobierno— no puede aceptar lo que ETA
ha propuesto. El Estado está obligado a defender los
derechos y libertades de todos, incluidos los ciudadanos vascos. Y por
eso no puede permitir, materialmente, que impongan cambios políticos
unos minoritarios que pretenden situarse por encima de la voluntad de
la ciudadanía. Nadie se lo podría perdonar. Sería,
además, una invitación para un terrorismo de extrema derecha
o para un golpe de estado.
Y,
por otra parte, sabemos de sobra que ETA no podrá incluir en
un hipotético viraje hacia la paz de su política
a todos sus militantes: sin duda, siempre quedará un resto que
prefiera echarse al monte una vez más... para acabar como los
militantes del Grapo. El especial universo ideológico creado
en tantos años de violencia no se dispersa simplemente ventilando
las estancias. En el mejor de los casos, lo más razonable es
esperar un final parecido a lo que fue ETA político-militar:
declaración de abandono definitivo de las armas y anuncio de
disolución, negociaciones con gran protagonismo de su brazo político
(la Euskadiko Ezquerra de 1981, la de Mario Onaindía y Juan María
Bandrés, tan diferentes por desgracia de Otegui y compañía),
y alguna escisión. Conviene armarse de paciencia y observar este
asunto con perspectiva histórica. En el País Vasco en
1978 actuaban ETA militar, ETA político-militar, los Comandos
Autónomos Anticapitalistas y el Batallón Vasco-Español.
Hoy sólo queda la ETA heredera de ETA militar.
¿Qué
es lo principal ahora?
Debemos
distinguir el plazo digamos corto, de un año, y el plazo más
largo.
En
el plazo corto el principal peligro político es justamente
el Partido Popular dirigido por Rajoy, Acebes y Zaplana.
Este
PP cree con Goebbels que una mentira repetida indefinidamente equivale
a una verdad. Lo demostró en su afirmación sostenida de
que ETA estaba tras los atentados de los trenes en Madrid, cuando el
gobierno de Aznar tenía informaciones —además de
las procedentes de los atentados anteriores en Marruecos contra bienes
e intereses españoles— que evidenciaban la autoría
(inoportuna para el PP, empantanado en Iraq) del terrorismo islamista.
A la empecinada mentira de entonces sucedió una interminable
retahila de insidias, incluso en el Parlamento, acerca de complots imaginarios
que, sostenidos por El Mundo y por la Cope, han intentado
deslegitimar las evidencias policiales y judiciales. Esa propaganda
ha calado entre algunos de esos especiales conciudadanos que, como dijo
el poeta, embisten cuando pretenden usar de la cabeza.
El
comportamiento del PP en la fase de “alto el fuego” de ETA
no fue mejor, sino incluso peor: le puso al gobierno tantas trabas como
pudo incluso a costa de politizar al poder judicial, cuya cúpula
le es aún afín, e impulsó a la Asociación
de Víctimas del Terrorismo a convertirse en una jauría
humana. El PP bajó a la calle para torpedear al gobierno. No
ha bajado para condenar el atentado de Barajas con los cientos de miles
de ciudadanos que sí lo hicieron.
Y
eso lo hace un partido que tiene la corrupción en su armazón
más íntimo. Innumerables alcaldes y cargos públicos
autonómicos y provinciales del Partido Popular han empezado a
visitar la cárcel tan pronto como ha sido dotada de medios la
fiscalía anticorrupción. Los tránsfugas que obtiene
vienen del mundo de la mafia del ladrillo y las recalificaciones: ésas
que hacen imposible el acceso a una vivienda de tantas gentes trabajadoras
jóvenes. Y, sobre esta base corrupta, hacen un guiño a
toda la España que trapichea —y que desgraciadamente no
es poca— diciéndole: “¡Devolvednos al poder!”.
Por
eso, a corto plazo, el objetivo principal para que no empeore la situación
social del país es impedir que el Partido Popular gane las
elecciones. Cualesquiera elecciones, pero sobre todo las legislativas
del año que viene. Ha de ser derrotado nuevamente en las urnas.
Quienes están de verdad a favor de un proceso de paz para el
País Vasco deberían estar de acuerdo con esta premisa,
pues con el PP en el gobierno no habría, con toda certeza, posibilidad
alguna de reabrir ni siquiera la expectativa de un final negociado de
la violencia política. Por otra parte, solo una derrota del PP
puede provocar una crisis interna que conduzca a un recambio en sus
órganos directivos, un objetivo que debería ser compartido
por todos los que no desean más regresiones de nuestro renqueante
sistema de libertades. No hay que confiarse, y habrá que ir a
votar, pues la derecha tratará de rebañar hasta el último
voto favorable para ella, y usará todas las malas artes que la
caracterizan para conseguirlo. Nos esperan, pues, meses de asco.
Un
asco redoblado por la alarmante erosión del “Estado de
Derecho” que representan sucesivas sentencias del Tribunal Supremo.
Últimamente éste ha proclamado que las declaraciones de
detenidos ante la policía, formalmente ante un abogado, pero
desmentidas luego por coacción ante los jueces de instrucción,
han de considerarse válidas. ¡Como si el abogado estuviera
presente en todo el período de detención, prolongado más
de 72 horas en los supuestos de la ley antiterrorista, y como si no
hubiera torturas que no dejan huellas físicas, indetectables
por los forenses! El Tribunal Supremo ha abierto una puerta más
a la arbitrariedad —y a los deseos de hacer méritos de
posibles funcionarios desaprensivos, o inflamados de “patriótico
celo” que decía Alonso Martínez—. ¿Adónde
vamos a parar?
Sin
embargo, pese a todo, a más largo plazo, y con inteligencia política,
se podrá conseguir que el grueso de los militantes de ETA abandone
la lucha armada. Pues día a día se muestra que carece
de sentido y empeora su propia situación.
Por
nuestra parte, defenderemos en primer lugar la pacificación de
Euskadi y la reconciliación entre los vascos, una tarea a la
que podrían contribuir, mediante acciones moleculares y poco
vistosas, todos los que ahora quieren hacer algo para lograr
una paz duradera y viable. Defenderemos las negociaciones cuando se
den las condiciones necesarias para ellas. La reconciliación
exige algo más que esfuerzos políticos: también
acciones sociales, “comisiones de la verdad” como en Sudáfrica,
o iniciativas análogas. También defenderemos el derecho
a la autodeterminación de los ciudadanos de Euskadi sólo
ejercible después de un período de paz que permita
la cicatrización de las heridas sociales. En paz, todo es discutible
y debatible públicamente.
Pero
ya desde ahora defendemos el regreso a los principios democráticos
del ideal de “Estado de Derecho” que una serie de decisiones
del poder judicial está poniendo en cuestión.
[Juan-Ramón
Capella y José Luis Gordillo,
enero 2007]
Alcorcón en cada barrio
Hay
ciudades y barrios que sólo son noticia de página de sucesos.
Allí donde vive el grueso de la clase trabajadora: ciudades y
barrios engordados en cada oleada de crecimiento capitalista. Y su fenómeno
asociado de inmigración. Áreas que nunca aparecen en las
recomendaciones turísticas, ni en las de actividades culturales
ni celebraciones festivas. Componen una geografía de la crónica
negra y de la revuelta inclasificable. Sólo en unos pocos momentos
históricos sus acciones han adquirido una valoración política
—como en el pasado el movimiento vecinal español del período
de la transición, o más recientemente la revuelta de El
Alto, la tercera ciudad más populosa de Bolivia, difícil
de encontrar en la mayoría de mapas—. Eso ocurre de tanto
en cuanto, pues lo que predomina es la imagen de un espacio dominado
por la irrupción espontánea de la violencia irracional.
Ahora los focos se han trasladado a Alcorcón, la cuarta ciudad
en población de la Comunidad madrileña.
El
periodismo siempre está necesitado de titulares llamativos: ahí
tienen un filón. Y como lo más fácil es buscar
analogismos, la referencia actual es la “guerra” de los
coches quemados en la banlieue parisina del año pasado.
No se pueden negar ciertas similitudes (tipo de barrio, presencia de
inmigrantes, etc.). Pero es discutible alargar más los paralelismos,
sobre todo si ello acarrea respuestas erróneas.
En
Seine Saint Denis no se trató de una revuelta de inmigrantes.
Los jovenzuelos que quemaban coches y escuelas y se enfrentaban a la
policía eran nacidos en Francia y, probablemente de nacionalidad
gala. Su revuelta no era tanto un conflicto convivencial sino una respuesta,
todo lo inmadura que se quiera, a una sociedad en la que se ha enquistado
un nuevo-viejo modelo de clasismo: el que separa a la gente según
su color, sus creencias religiosas o su origen nacional. El núcleo
racional de su denuncia es el reconocimiento de la existencia de una
desigualdad intolerable en una sociedad cuyas instituciones les habían
prometido la igualdad de oportunidades y el progreso general. Es, en
términos marxistas, un reconocimiento de las iniquidades reales
allí donde impera la igualdad formal. Fue, en definitiva, una
revuelta contra el estatuto de “meteco” que en parte considerábamos
una curiosidad de las sociedades “clásicas” y que
hoy constituye una situación generalizada en todas las sociedades
desarrolladas.
En
Alcorcón las cosas han sido diferentes. Se trata de una combinación
de conflicto juvenil clásico con una respuesta de corte racista.
El origen es una trifulca sentimental combinada con una pelea entre
bandas. Nada nuevo bajo el sol. Cualquiera que haya vivido en una barriada
obrera o popular ha tenido contacto con este fenómeno de las
bandas juveniles, de sus infantiles, y a veces peligrosas, luchas territoriales,
sus métodos de adscripción personal, su omnipresente culto
a las respuestas violentas. Hay buen cine (por ejemplo la coppoliana
Rumble Fish o el clásico Rebelde sin causa
de Ray) y buena literatura (por ejemplo El día del Watussi,
la recomendable trilogía de Eduardo Casavella sobre mi ciudad
de los prodigios) que exploran este territorio. Nada nuevo bajo el sol,
a no ser la incapacidad de generar otras dinámicas sociales,
otros modelos de comportamiento.
Lo
realmente significativo de Alcorcón ha sido que este enfrentamiento
se ha traducido en una pelea racista, en la que la extrema derecha ha
vuelto a meter la baza que ha podido y donde, a lo que parece, quienes
realmente se han “revuelto” han sido los de la etnia celtibérica.
El conflicto parece más cercano a los pogroms que no
a la revuelta de la desesperanza. Y es que si bien el conflicto ha estallado
por una nimiedad su historia ha crecido en un cultivo de leyendas urbanas
de corte racista que uno puede oír un día sí y
otro también (el de que “no hay derecho que unos extranjeros
nos cobren por jugar en la cancha de baloncesto” suena igual que
el muy extendido “estos chinos que tienen el apoyo municipal para
quedarse con las tiendas del barrio”, o “estos ecuatorianos
que han colapsado la seguridad social” —por motivos familiares
en los últimos años he sido un asiduo visitante del mayor
centro hospitalario de la ciudad, ciertamente he visto a bastantes mujeres
latinoamericanas en las consultas, pero la mayoría en función
de acompañantes-cuidadoras de ancianos locales—).
Ciertamente
aquí hay un grave peligro. La transformación de los roces
cotidianos que generan las aglomeraciones urbanas en conflicto étnico.
Su explotación por la derecha, no sólo la minoritaria
de los skins, sino la más tradicional de la ley y orden.
La que tiene intereses materiales y políticos en negar el estatus
de ciudadanía a los extranjeros pobres. Evitar este tipo de procesos
debería ser una cuestión crucial para la izquierda. Y
hay experiencias que indican que no se trata de una tarea imposible,
pero sí laboriosa. El primer paso para ello es el de confinar
los problemas en una dimensión tratable, esto es situar los diferentes
problemas de convivencia en el nivel en el que se plantean originariamente.
En segundo lugar, se requiere generar dinámicas colectivas que
impulsen el quehacer cotidiano de los jóvenes —siempre
más expuestos a entrar en dinámicas de alta tensión—
hacia proyectos más creativos y convivenciales. Y en tercer lugar,
es necesario cortocircuitar la generación de estereotipos racistas
con todo tipo de informaciones y experiencias alternativas.
Para
llevar a cabo estas prácticas sin duda hacen falta medios: centros
culturales, educadores sociales, ayudas a proyectos juveniles, etc.
Y es ésta una demanda que debe exigirse a la Administración.
Pero hay otros dos elementos cruciales que no dependen sólo de
recursos y en los que es necesaria una política social. El primero
tiene que ver con la existencia de un amplio activismo social que intervenga
desde ángulos diversos como impulsor de actividades, mediaciones,
dinámicas que contrarresten las tendencias al conflicto. El segundo
es la generación de culturas profesionales en los gestores y
agentes públicos que intervienen en estos territorios comprensivas
de las diferencias y las desigualdades, y favorables al desarrollo de
propuestas inclusivas. Se trata en ambos casos de una tarea organizativa
y cultural, orientada tanto a generar procesos de auto-organización
como a cambiar las culturas burocrático–elitistas que a
menudo proliferan en el mundo de los profesionales públicos.
Es posible que sea una misión imposible, para una izquierda debilitada
y reducida a un discurso bastante vacío de experiencias concretas.
Pero presumo que es un campo donde persisten algunas experiencias alentadoras
y donde se juegan algunos aspectos esenciales para el futuro social.
Lo de Alcorcón puede pasar en cada barrio o ciudad. Sobre todo
si no intentamos mover conciencias y esfuerzos porque en cada uno no
se desarrollen iniciativas en otra dirección.
[Albert
Recio]
Okupas de pisos en Barcelona: leyendas
urbanas y criminalización social
Hace
unos días la portada de todos los medios de comunicación
catalanes (incluido el Telenoticias de TV3) daban cuenta de la experiencia
de un ciudadano—Carles Veiret— que al tratar de entrar en
una vivienda propia en la calle Urgell (en pleno Eixample) la había
encontrado ocupada por cuatro chilenos que habían cambiado la
cerradura. Su objetivo de arreglar la vivienda para residir en ella
se veía frustrado por unos ocupantes ilegales a los que, para
más “escarnio”, la ley protegía hasta que
no se demostrara su ilegalidad. Además los residentes alegaban
que ellos pagaban un alquiler a una “señora” que
les había ofrecido la vivienda y con la que no conseguían
contactar.
El
suceso incidía de lleno en varios de los debates más virulentos
de hoy. Por un lado el tema de los “ocupas”, un movimiento
ciertamente implantado en Barcelona y que hace tiempo está en
el centro del debate municipal. La derecha no ha cesado de acosar al
Ayuntamiento tripartito de connivencia con los ocupas y sobre todo de
generar alarma social alertando del peligro de que uno se encuentre
su casa ocupada por los amigos de la propiedad ajena. El caso Veiret
era la confirmación de sus insinuaciones, por fin se producía
el asalto a los domicilios particulares. En el ojo del huracán
no sólo estaba el movimiento okupa, sino que el tiro apuntaba
a otros dos objetivos. De una parte el proyecto de ley de vivienda de
la Generalitat, un proyecto posibilista que trata de ampliar la oferta
de vivienda pública y de introducir mecanismos de presión
sobre los propietarios de viviendas desocupadas para que las pongan
en alquiler. De otra Iniciativa Verds-EUIA, la fuerza política
que ha impulsado aquel proyecto, que ha crecido electoralmente en los
últimos tiempos y que, a pesar de su moderación, representa
de algún modo los viejos y nuevos demonios de la derecha (“rojos”,
“verdes”, “feministas” “pacifistas”...).
Que su dirigente sea hoy el jefe de la policía autonómica,
que la formación se encargue de la vivienda y que su líder
municipal sea la compañera sentimental del líder (y realice
unas moderadas declaraciones en las que dijo estar más identificada
con algunos planteamientos antisistema que con los especuladores) es
otra buena razón para atacar ese flanco —no sólo
por parte de la derecha sino también por un partido socialista
cada vez más temeroso de perder peso respecto a sus tradicionales
socios de Gobierno—. El caso Veiret era por tanto un poderoso
“tres en uno”, una leyenda urbana apropiada para dar apoyo
a las propuestas de una derecha políticamente autoritaria y socialmente
regresiva,
El
final de la historia está tomando un rumbo que apunta a esta
característica de “montaje” mediático. En
pocos días los chilenos se han largado y el propietario ha recuperado
su vivienda. Pero las nuevas informaciones apuntan a que se ha ocultado
parte de la trama. Que los “ocupantes” ya llevaban tiempo
en el piso o que al menos habían residido en él con anterioridad.
Y que la que se lo alquilaba era una cuñada del ofendido “expropiado”.
Seguramente nunca llegaremos a saber toda la historia. Entre otras cosas
porque todos los medios de desinformación han metido la pata
y preferirán que el tema se olvide a dar cuenta de su ingenuidad
o de su manipulación. Y porque lo que realmente queda es un nuevo
referente social que apoya la criminalización de la ocupación
y la deslegitimación de las políticas que tratan de acotar
la propiedad privada. Nos han dado una lección. Quizás
porque los alternativos nunca hemos sabido tener políticas de
actuación y mediáticas capaces de penetrar en el espacio
de prejuicios sobre los que la derecha construye su legitimación.
[Albert
Recio]
Informe Salud y género 2005
Salud
y Género 2005, Observatorio de la salud de la mujer, 2006,
112 págs. www.msc.es/organizacion/sns/planCalidadSNS/docs/informe2005SaludGenero.pdf
El
Observatorio de salud de la mujer ha publicado recientemente su informe
Salud y Género 2005. Se trata de un estudio introductorio
acerca de los índices de salud aplicados a mujeres y hombres,
teniendo en cuenta la perspectiva de género.
En
concreto, este informe quería analizar cómo influyen las
desigualdades de género y clase social en la salud de las personas.
Sin embargo, acaba siendo una recopilación expositiva de datos
que se queda a medio camino. Se echa de menos, incluso en la bibliografía
consultada, trabajos notables sobre la materia como el de Joan Benach
y Carles Muntaner (Aprender a mirar la salud. Cómo la desigualdad
social daña nuestra salud, El Viejo Topo, Barcelona, 2005).
En
el informe, el concepto de género se entiende y utiliza como
un concepto relacional que se centra en las relaciones de desigualdad
entre hombres y mujeres. Pero las desigualdades, además de darse
entre hombres y mujeres, también se dan entre mujeres y mujeres
y entre hombres y hombres. Sin este planteamiento más abierto,
y más complejo, se corre el peligro de simplificar las cuestiones
quedándose en la epidermis de los problemas. Por otra parte,
el estudio no aporta dato alguno acerca de la salud de lesbianas, gays,
y mujeres y hombres transexuales.
No
obstante esto, el informe aportan dato que se han de tener en cuenta
ya que vuelven a incidir en una cuestión fundamental: la buena
o mala salud de las personas, así como el acceso a los servicios
sanitarios (cuando éstos existen y mantienen un grado de eficacia
aceptable), están ligados a las condiciones sociales, culturales,
laborales, económicas y políticas en las que viven las
personas.
[Antonio
Madrid]
La biblioteca de Babel
Juan-Ramón Capella
Entrada en la barbarie
Trotta,
Madrid, 2007, 251 págs. |
Este
recomendable libro toma en consideración los principales
rasgos del ciclo de producción-destrucción del
capitalismo organizado (los costes medioambientales y humanos
de éste, la asimilación de la idealidad de las
clases trabajadoras a la lógica consumista-conformista,
la involución democrática, la parálisis
de las instituciones públicas, o el militarismo). Discursivamente,
se estructura a través de diversas concepciones culturales
del tiempo que nos es contemporáneo, con la pretensión
de situar al lector, desde una perspectiva temporal y material
amplia, y crítica, ante los problemas centrales de ese
proceso de “fin del mundo”.
El diagnóstico que se hace
aquí de nuestra civilización (vista como una cultura
en regresión, barbarizada por la pérdida de algunos
de sus rasgos estructurantes e incapaz de afrontar adecuadamente
los problemas generados por su propia dinámica) no es
pues optimista: el autor es plenamente consciente del dolor
y la destrucción masivamente reproducidos en nuestro
planeta desigual.
|
Eso explica su rechazo abierto hacia el progresismo característico
de la cultura contemporánea (rechazo también presente
en distintos modos en Benjamín, S. Weil y Pasolini, que
junto a Gramsci componen el cuadro de autores fecundamente analizados
en la primera parte) y el esfuerzo por comprender de manera
realista las dimensiones de la catástrofe. En este sentido,
una aportación destacable es el análisis de “la
Gran Restauración” del capitalismo organizado del
último veintenio del s. XX, a la que se debe la desarticulación
de las conquistas sociales del periodo anterior. Capella nos
acerca de este modo a un entendimiento preciso de la impropiamente
llamada “globalización”, abordando sus vertientes
técnica y organizativa pero ante todo la política,
punta de lanza del “tiempo de barbarie” neoliberal
sobre el que se ha puesto en marcha un movimiento de resistencia.
Las carencias y las urgencias de éste son examinadas
al final del libro desde la empatía con el movimiento
internacional orgánico que se opone a la barbarie.
[Antonio
Giménez y Antonio Madrid]
|
Enric Prat
Moviéndose por la paz. De Pax Christi
a las movilizaciones contra la guerra
Editorial
Hacer, Barcelona, 2006, 329 págs. |
Conocer
y repensar nuestra historia es un elemento imprescindible para
nuestra práctica social. Y esto es lo que ha hecho nuestro
amigo Enric Prat. Estudiar detalladamente la historia del movimiento
pacifista catalán. Mostrando sus diversas tradiciones,
sus avances y retrocesos. Mostrando cómo una izquierda
que partía de posiciones favorables a la acción
violenta se transformó en una izquierda pacifista por
la reflexión generada en su propia acción social.
De cómo trabajó vinculada a otros movimientos
sociales y ha sido capaz de desarrollar verdaderas acciones
de masas. Y lo hace mostrando mucho conocimiento de los
|
hechos
y mucho respeto con las posiciones de cada cual, como subraya
Paco Fernandez Buey en el prólogo. Va a ser sin duda
un texto de referencia para situar la historia de un movimiento
que fue capaz de generar importantes y justificados problemas
a las políticas belicistas de los dos anteriores jefes
de Gobierno y de crear un poso social de cultura pacifista que
rebrota en amplias movilizaciones cuando la coyuntura lo demanda.
[A.R.A.]
|
John Micklethwait y Adrian
Wooldridge
Una nación conservadora. El poder
de la derecha en Estados Unidos
Debate,
Barcelona, 2006, 582 págs. |
Aunque
son el director y el corresponsal en Washington, respectivamente,
de la revista The Economist, Micklethwait y Wooldridge,
los autores de esta extensa y documentada obra, hacen gala de
un fino sentido del humor para analizar las causas de que el
centro de gravedad de la política estadounidense se haya
desplazado tan hacia la derecha en los últimos años
y de que el movimiento de los “neocon” marque la
pauta ideológica en aquel país.
Los autores dedican los primeros
capítulos del libro a rastrear los orígenes de
la derecha norteamericana más dura en las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando apenas contaban
en una nación decantada en términos generales
hacia posturas liberales e incluso progresistas, para profundizar
luego en el lento ocaso de ese liberalismo de rostro más
o menos amable, ya a finales de los años sesenta, y el
avance imparable de los postulados de la derecha más
extremista (eso sí, con fracasos tan sonados como el
de Newt Gingrich mediada la década de los noventa).
Especial
mención merecen los capítulos centrales, dedicados
al análisis de cómo logró
|
la derecha más conservadora conquistar la hegemonía
cultural en el país mediante la creación de una
red de revistas, instituciones y organizaciones de ámbito
local que propagaron el nuevo credo antiliberal, mientras que,
en los últimos, Micklethwait y Wooldridge abordan los
caballos de batalla que unen a un, por otra parte, movimiento
heterogéneo: la defensa a ultranza del derecho a portar
armas, la oposición obcecada al derecho a abortar y al
feminismo, el completo desprecio por cualquier concepción
social o asistencial del Estado y la defensa de un “neopaternalismo”,
el patriotismo rampante y la obsesión por la “guerra
contra el terror”, la adhesión a comunidades evangelistas
que propugnan leer la Biblia en un sentido puramente literal,
etc., todo ello adornado con algunas anécdotas que resultan
entre hilarantes y sobrecogedoras. En resumen, aunque no comulguemos
con la visión “liberal-europea” desde la
que escriben los autores, la lectura de este libro es muy recomendable
por lo ilustrativo que resulta acerca de los vientos ideológicos
que corren hoy en día en la metrópoli del imperio.
[Carles
Mercadal]
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Eduardo de Guzmán
La muerte de la esperanza
Ediciones
VOSA, Madrid, 2006. |
En
los años setenta, Eduardo de Guzmán, uno de los
mejores periodistas españoles del siglo XX, publicó
una importantísima obra testimonial e histórica,
hoy inencontrable. Nació en Villada (Palencia) en 1908
y falleció en Madrid en 1991. En 1940 fue condenado a
muerte, y en 1948, indultado. Se ganó la vida durante
la dictadura escribiendo novelas del Oeste bajo distintos pseudónimos,
como el de Edward Goodman.
Ediciones Vosa continúa
la recuperación de este autor imprescindible y, tras
haber rescatado El año de la victoria (su experiencia
en los campos de concentración franquistas) ofrece ahora
La muerte de la esperanza, otra de sus más sólidas
aportaciones. Este libro relata, hora a hora, el acontecer del
autor durante los cuatro primeros y los cinco últimos
días de la guerra civil española. Los primeros
en Madrid, en los que destaca la presencia de
|
Eduardo
de Guzmán en el asalto al cuartel de la Montaña,
centro neurálgico de la conspiración fascista.
Los últimos se abren con la entrada de las tropas facciosas
en Madrid y la salida del autor hacia Valencia, primero, y luego
al puerto de Alicante, donde más de quince mil personas
se debatieron, arrinconadas contra el mar, a la espera de unos
barcos que pudieran evacuarlos y que no llegaron nunca. La rendición
o la muerte fue su única salida. Como escribe el también
periodista Rafael Cid, que conoció y trató a nuestro
autor: “la lectura de La muerte de la esperanza
prueba que en aquella aciaga época, en una España
ultrajada y torturada hubo millones de hombres y mujeres que
llevaban un mundo nuevo en sus corazones.
[Francisco
Rodríguez]
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Orhan Pamuk
Me llamo Rojo
trad.
de Rafael Carpintero, Alfaguara, Madrid, 2003, 564 p.;
y Punto de Lectura, 2005, 687 págs. |
El
último Premio Nobel de literatura ha luchado a lo largo
de toda su carrera a favor de la unión entre oriente
y occidente, tan necesaria para mantener la paz y los derechos
humanos. En la obra seleccionada aquí lo hace a través
del arte de la ilustración. Esta novela se ambienta en
el siglo XVI, en Estambul, principal núcleo urbano del
enclave otomano. El tiempo de los grandes maestros ilustradores
otomanos ha pasado y la ilustración lleva años
estancada, cuando, por motivos políticos, en un viaje,
un aficionado a la pintura descubre la pintura renacentista
que está surgiendo en Italia. A partir de aquí,
detractores (predicadores exacerbados) y partidarios (los descontentos
con la opresión del poder religioso) se enzarzan en una
discusión sobre las posibilidades y necesidad de acercamiento
a occidente. La mayoría de los debates suceden entre
pintores y sobre pintura (que es el vehículo a través
del cual entra en juego occidente), pero reflejando más
una cosmovisión que una forma de pintar. Surge una forma
de pintar basada en el hombre —obedeciendo a su forma
de ver y de sentir, donde el retrato toma cualidades y precisión
prácticamente fotográficas— frente a otra
visión mucho más divinizada donde Dios aparece
“como mirando desde un balcón”, con superposición
de figuras en lugar de perspectiva y con una pintura despojada
de elementos considerados “impuros”. Pamuk evidencia
lo excluyente de |
esta
visión, y parece pedir a gritos un movimiento humanista
en el seno de la sociedad musulmana en aras de una mayor libertad,
un mayor avance científico y técnico y, sobre
todo, un avance en materia de derechos humanos.
Orhan Pamuk parece moverse a la perfección entre estos
dos “mundos” (oriente y occidente), pues encuadra
todo este debate en un clásico thriller occidental
por entre las calles de Estambul, que son vistas con toda normalidad,
sin exotismo, elemento que hace que nos sintamos parte de Estambul,
paseantes habituales de sus sitios y gentes. La trama sentimental
se funde con la detectivesca, se confunden entre sí las
voces narrativas y la historia y sus leyendas...
Aunque
la división está escrita en sus páginas,
también lo están los puentes; y mientras leemos
sus casi 700 apasionantes páginas, nos damos cuenta de
que la esencia humana, tan igual, tan hecha de la misma materia,
ha sido dividida por motivos puramente formales, ceremoniales,
de estilo... por variaciones del rojo.
[Óscar
Capdeferro]
|
AA.VV.
Poderes emergentes en Asia. Rupturas y continuidades
en la economía-mundo (II)
Monthly
Review-Selecciones en castellano, nº 6, Hacer y Món-3,
Barcelona, 2006. |
En
su sexta entrega, Monthly Review nos presenta la segunda
parte de las Rupturas y continuidades en la economía-mundo
(la primera corresponde al nº 4). Este número se
ocupa de los cambios que está experimentando Asía
y sus repercusiones en el capitalismo globalizado. Es de especial
interés el análisis sobre el desarrollo económico
y sus costes sociales en China, como consecuencia de su rápido
ascenso al status de potencia mundial.
Se incluyen los siguientes artículos:
“Presentación” (Salvador Aguilar, Arcadi
Oliveres, Jordi Roca y Carlos Zeller), |
“El
capitalismo como economía mundial” (Entrevista
de Huck Gutman a Harry Magdoff), “El dudoso futuro de
la India como gran potencia” (Samir Amin), “Las
nuevas relaciones estratégicas entre los Estados Unidos
y la India” (Grupo de Investigaciones en Economía
Política), “China, el mercado y la economía
asiática” (Martin Hart-Landsberg y Paul Burkett),
“Las condiciones de la clase trabajadora en China”
(Robert Weil), “Japón: ¿gigante con pies
de plomo?” (Mahoto Itoh).
[Joan
Lara Amat y León]
|
Foro de webs
[R]evolución
energética. Perspectiva mundial de la energía renovable
30
enero 2007
www.greenpeace.org/espana/reports
En este informe, se ofrece un análisis
sobre diferentes escenarios futuros del uso de la energía, aunque
se hace especial hincapié en tecnologías limpias, cuyo
desarrollo tendrá su auge en los próximos años.
Se reconoce en todo el mundo que nuestro porvenir estriba en las tecnologías
renovables, si queremos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Opcions
Revista
sobre consumo responsable
Cuestionarnos
la manera de consumir para pasar a la acción.
Durante
mucho tiempo ha sido habitual ver el consumo como una simple satisfacción
de necesidades y deseos: el mercado nos ofrece unos bienes y nosotros
los adquirimos, fijándonos sólo en el precio o la calidad.
Últimamente, sin embargo, nos empezamos a hacer más
preguntas: ¿de qué materiales está hecho?
Los procesos de producción, ¿cómo afectan el medio?
¿Dónde se hacen?, ¿en qué condiciones laborales?
¿A qué empresa doy mi dinero comprando esta marca? Y es
que nuestra forma de consumir tiene efectos sobre nuestro mundo y nuestra
sociedad. También nos preguntamos como nos afecta este consumo
a nosotros mismos. ¿Tiene algo que ver la forma como consumo
con el rato que dedico a trabajar o el que dedico a otros aspectos de
mi vida? ¿Mi forma de consumir, tiene algo a ver con las relaciones
personales o con mi entorno social? ¿Mi forma de entender la
naturaleza está ligada a mi forma de consumir? Replantearnos
nuestro consumo nos puede ayudar desde el terreno práctico a
descubrir opciones de vida diferentes; a crear un ideal propio de la
“buena vida” más allá del que nos viene dado
por la cultura del consumo. Por otra parte nos puede ayudar a transformar
nuestras sociedades y construir “otros mundos posibles”.
La labor del CRIC (Centre de Recerca i Informació en Consum)
y de Opciones es precisamente la de crear herramientas de información
para pasar a la acción, también desde el consumo.
La
revista: Opcions
En
Enero del 2002 vio la luz el primer número de Opcions,
una revista con información práctica para un consumo consciente
y transformador que se publica en el Estado Español. En cada
número revisamos el consumo de un producto o servicio concreto.
De manera práctica el reportaje central nos ayudará a
conocer el producto, entender su función real, conocer las diferentes
formas de producción, indagar en sus problemáticas sociales
y ecológicas, conocer alternativas, mejorar nuestra forma de
uso. También revisamos las opciones (marcas y empresas) que hay
en el mercado, desde las masivas y más conocidas hasta otras
no tan conocidas pero que implican formas diferentes de “hacer”.
En el resto de secciones reflexionaremos o conoceremos diferentes aspectos
de nuestro mundo relacionados con el consumo y descubriremos de manera
práctica opciones para transformar nuestro consumo y nuestro
día a día. La revista, trimestral, se edita en catalán
y en castellano. La forma principal de distribución es la
subscripción (20 euros por 6 números); la subscripción
se puede hacer a través de la web www.opcions.org, por teléfono,
carta o visitándonos. También está a la venta en
algunas tiendas de productos ecológicos y de comercio justo y
librerías (ver web). Si no podeis o quereis contribuir económicamente
al proyecto podeis disponer de los números gratuitamente
en nuestra web.
El
colectivo: CRIC
El
Centro de Investigación e Información en Consumo es una
asociación pequeña independiente sin ánimo
de lucro, que se basa principalmente en el trabajo de sus miembros,
y la colaboración de personas afines a la propuesta. Mucho
trabajo se hace sin remuneración. También damos charlas
y talleres relacionados con el consumo, hemos editado algunos libros
con el editorial Icaria y colaboramos con medios de comunicación
y movimientos sociales a diferentes niveles. La mitad de nuestros ingresos
provienen de las subscripciones. Otras fuentes son (en este orden) la
publicidad seleccionada, venta de revistas, subvenciones, charlas y
donaciones. Podéis encontrar más información sobre
todos estos aspectos y números agotados por descargar a www.opcions.org.
Y no dudeis a poneros en contacto con nosotros si quereis colaborar
con el proyecto.
Arc
de Sant Cristòfol 11-23 – 08003 Barcelona
Tel. 93 412 75 94
www.opcions.org
cric@pangea.org