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La refutaci�n del �dogma de la gen�tica�
Por
Jos� A. Est�vez Ara�jo

Cuaderno de crisis/ 15
Por Albert Recio

Tras las cenizas de Copenhague
Por Jos� Albelda

Tormenta en Grecia, calma chicha en Bruselas
Por Albert Recio

XII Jornadas de Econom�a Cr�tica
Manifiesto de las XII Jornadas de Econom�a Cr�tica Zaragoza 2010

Nota informativa de Just�cia y Pau
Centre d'Estudis per la Pau J.M.Del�s - Just�cia i Pau

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Francesc Salgado (ed.)
Manuel V�zquez Montalb�n. Obra period�stica, 1960-1973. La construcci�n del columnista

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Qu� pensiones, qu� futuro
 

 

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Número 78
Marzo de 2010

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La refutaci�n del �dogma de la gen�tica�

Jos� A. Est�vez Ara�jo

Barry Commoner, a sus m�s de ochenta a�os, sigue escribiendo cosas interesantes. El a�o pasado public� un art�culo titulado �Molecular Genetics: An Example of Faulty Communication Between Science an the Public� (�Gen�tica molecular: un ejemplo de comunicaci�n fallida entre la ciencia y el p�blico�, aparecido en la revista Organization Environment, 22, 1, pp. 19-33). En ese art�culo, Barry Commoner da por finiquitado el �dogma� que ha presidido la investigaci�n gen�tica desde el descubrimiento de la doble h�lice hace m�s de cincuenta a�os. Dicho dogma establece que cada uno de los genes que forma parte del ADN codifica la producci�n de una prote�na, la cual, a su vez, es responsable de la generaci�n de un determinado rasgo hereditario. De acuerdo con esto, un gen espec�fico ser�a el que dar�a la �orden� de elaborar la prote�na que hace que nuestros ojos sean de un determinado color. Lo mismo ocurrir�a con el resto de nuestros rasgos hereditarios. Cada uno ser�a producto de una prote�na sintetizada de acuerdo con el programa contenido en un gen. Existir�a, as�, una relaci�n causal unilineal gen-prote�na-rasgo heredado. Cada rasgo heredado estar�a programado en un �nico gen y cada gen programar�a una �nica prote�na y un �nico rasgo. Como dijo el autor del �dogma�, James Watson (uno de los dos cient�ficos que descubrieron la estructura del DNA), la f�rmula es tan simple, elegante y precisa que no puede sino ser verdadera. No obstante, algunos descubrimientos recientes la han puesto seriamente en cuesti�n.

El primero fue la culminaci�n del proyecto Genoma cuyo objetivo era identificar los genes que integran el DNA del ser humano. Los cient�ficos esperaban encontrar varios cientos de miles de genes. Sin embargo, se encontraron con que el DNA humano s�lo conten�a 21.000. M�s o menos los mismos que el de una mosca. Eso implicaba una severa disparidad entre el n�mero de genes y el n�mero de prote�nas que sintetiza el ser humano. Estas pueden alcanzar las 400.000, mientras que aqu�llos apenas superan los veinte mil. La idea de la correspondencia gen-prote�na quedaba as� seriamente puesta en entredicho. Se planteaba el problema de c�mo era posible que las prote�nas del ser humano fueran veinte veces m�s numerosas que sus genes.

Los resultados del proyecto ENCODE, a los que Commoner se refiere con detalle en su art�culo, constituyen una primera aproximaci�n al desvelamiento del misterio. ENCODE es un proyecto de investigaci�n gen�tica internacional en el que participan m�s de 35 laboratorios. Para entender el significado de sus descubrimientos es necesario profundizar un poco en c�mo funciona la qu�mica de la herencia gen�tica (un an�lisis m�s detallado, que no puede reproducirse aqu� por razones de espacio, se puede encontrar en el art�culo de Commoner).

Los genes est�n hechos de cuatros sustancias qu�micas, los nucle�tidos, que se representan por medio de cuatro letras may�sculas A, T, C y G. El gen est� compuesto por una secuencia de esos componentes b�sicos en un determinado orden. Esas secuencias constan de varios cientos de nucle�tidos. Las secuencias de nucle�tidos determinan las secuencias de amino�cidos que constituyen una prote�na. A una determinada secuencia de A, T, C, y G �corresponde� una secuencia espec�fica de los veinte amino�cidos diferentes que configuran cada prote�na.  De ese modo se establece la relaci�n entre los genes y los rasgos heredados, pues cada prote�na es responsable de uno de �stos.

Ahora bien, la informaci�n contenida en el DNA no se transmite directamente a los mecanismos responsables de la s�ntesis de las prote�nas, sino que la comunicaci�n se realiza mediante un mensajero, el RNA. El RNA reduplicar�a en su interior las secuencias de nucle�tidos de los genes, aunque sustituyendo la T (tiamina) por una U (uracil).

Es en ese proceso de transmisi�n de la informaci�n gen�tica necesaria para la s�ntesis de prote�nas donde se localizan los descubrimientos m�s importantes del proyecto ENCODE. Haremos referencia a dos de ellos que son los que m�s claramente ponen en cuesti�n el �dogma� de la gen�tica. El primero es que en el proceso de transmisi�n de la informaci�n los nucle�tidos pueden recombinarse. Es decir que la secuencia contenida en el DNA puede dar lugar a multitud de secuencias distintas en el RNA, resultantes de las nuevas combinaciones de sus elementos. Haciendo uso de una analog�a que sugiere el propio Commoner, es como si los elementos (letras) de la palabra AMOR se recombinasen en el proceso de su transmisi�n y pudieran formar las palabras ROMA, RAMO, o MORA antes de llegar al receptor. Si pensamos en palabras compuestas de cientos de letras (como las secuencias de los genes) comprenderemos que las posibilidades combinatorias son inmensas. Ese �ensamblaje alternativo� como Commoner lo denomina (por oposici�n al ensamblaje normal en que la secuencia de nucle�tidos no se altera en el proceso de transmisi�n de la informaci�n), hace posible que un solo gen pueda ser responsable de la generaci�n de multitud de prote�nas diferentes. Cada �transmisi�n� puede dar a una secuencia diferente de nucle�tidos y, por tanto, al ensamblaje de una cadena diferente de amino�cidos. As�, por ejemplo, el gen que configura nuestro �o�do musical� es responsable de la s�ntesis de m�s de 500 prote�nas diferentes en el caracol situado en nuestro o�do interno.

El ensamblaje alternativo no es un fen�meno extravagante o inusual, sino que se puede producir al menos en el 60% de nuestros genes. Este fen�meno habr�a tenido que dar al traste por s� solo al dogma de la gen�tica. Ya no hay una relaci�n causal unilineal entre gen-prote�na-rasgo heredado, sino que un mismo gen, en un mismo organismo puede programar la s�ntesis de m�ltiples prote�nas (y, por tanto, m�ltiples rasgos) diferentes.

Pero los descubrimientos del proyecto ENCODE no se quedan s�lo ah�. Tambi�n revelaron la existencia de fen�menos de fusi�n gen�tica: en el proceso de transmisi�n de la informaci�n dos genes pueden combinar sus secuencias de componentes y dar lugar, as�, a prote�nas distintas de las que se derivar�an de la secuencia de uno o de otro. La fusi�n de genes tambi�n echa por tierra el dogma de un gen-una prote�na-un rasgo.

Commoner se pregunta por qu� estos descubrimientos han tenido tan poca resonancia en los medios, incluidas las publicaciones cient�ficas. �Cu�l es la raz�n de que no se haya hecho p�blica la refutaci�n del dogma de la gen�tica? Aparte de las razones que Commoner apunta, aunque en estrecha relaci�n con ellas, hay que se�alar los enormes intereses que rodean a la investigaci�n gen�tica. Los cient�ficos que trabajan en ese campo saben desde hace mucho que el dogma no funciona. Lo han comprobado en multitud de experimentos y proyectos fallidos. Pero es muy posible que convenga que la opini�n p�blica (y quiz� tambi�n los pol�ticos que subvencionan los proyectos de investigaci�n) sean mantenidos en la inopia.

La gen�tica es un gran negocio hoy en d�a. Y el cuestionamiento del �dogma� puede hacer peligrar sus beneficios. Algunas consecuencias pr�cticas de esos descubrimientos, que Commoner se�ala, lo ponen de manifiesto. Por ejemplo, el car�cter ilusorio de las terapias g�nicas (que parecen, por otro lado, haber mostrado ampliamente su fracaso), o la imposibilidad de establecer relaciones de causalidad firmes entre ciertas caracter�sticas gen�ticas y determinadas enfermedades hereditarias. Pero aqu� nos interesan especialmente las que se refieren a los transg�nicos u organismos gen�ticamente modificados.

Los transg�nicos son un producto de la ingenier�a gen�tica, que se empez� a desarrollar en los a�os setenta del siglo pasado. Por medio de operaciones m�s o menos sofisticadas de �recorta y pega�, la ingenier�a gen�tica permite ensamblar genes de un ser perteneciente a una especie al DNA de un  ser de una especie diferente. De esa forma se pueden generar en el segundo ser caracter�sticas propias del primero. Por ejemplo, se ha usado el gen responsable de la luminosidad de las luci�rnagas para obtener flores fosforescentes.

En las �ltimas d�cadas los productos de la ingenier�a gen�tica se han convertido en una fuente muy importante de ingresos. Esto es especialmente cierto en el caso de las semillas transg�nicas dise�adas, patentadas y comercializadas por empresas como la tristemente famosa Monsanto.

Los cultivos transg�nicos han generado reacciones de desconfianza, especialmente en Europa. De hecho ya se ha descubierto da�os concretos que pueden causar tanto a la salud como al medio ambiente. Jeremy Rifkin ha hablado incluso de la posibilidad de un �Chernobil Gen�tico� si proliferan este tipo de cultivos. En cualquier caso, la puesta en cuesti�n del dogma gen�tico plantea incertidumbres a�adidas y hace prever nuevos peligros.

Las empresas que comercializan los OGMs nos dicen que sus productos son absolutamente seguros. Afirman que el gen traspuesto al DNA de sus semillas �nicamente realizar� la funci�n para la que ha sido previsto. As�, por ejemplo, el ma�z transg�nico que se cultiva profusamente en nuestro pa�s contiene el gen de una bacteria que produce una especie de insecticida natural. De ese modo, el ma�z transg�nico puede �defenderse� por s� solo frente a determinadas plagas que lo asolan sin necesidad de insecticidas. Se han se�alado ya algunos peligros potenciales que puede tener ese ma�z transg�nico: contribuir a la generaci�n de �super-bichos� resistentes al insecticida, aumentar la resistencia de las �malas hierbas� como consecuencia de fen�menos de polinizaci�n cruzada, contaminar plantaciones de ma�z no transg�nico, provocar reacciones al�rgicas en quienes lo consumen� Pero ahora, a todos estos peligros se a�ade uno m�s que deriva de la indeterminaci�n de los efectos que puede provocar ese gen. Si como consecuencia del �ensamblaje alternativo� un solo gen puede generar multitud de prote�nas (y, por extensi�n, de rasgos) diferentes, �qui�n nos asegura que los efectos del �gen insecticida� en el ma�z transg�nico no produzca efectos diferentes de los previstos? �Qu� garant�a tenemos de que la acci�n del gen no convierta al ma�z en algo t�xico, por ejemplo? �C�mo podemos saber los efectos que producir�n ese gen en otra planta en cuyo DNA se introduzca por efecto de la polinizaci�n cruzada?

Ante estas sombr�as perspectivas se impone la aplicaci�n del principio de precauci�n. Este consiste en que cuando hay razones cient�ficamente fundadas para prever que el uso de una determinada tecnolog�a o producto puede suponer un peligro, no hay que esperar a que se establezca una relaci�n de causalidad firme entre el producto o tecnolog�a y los efectos da�osos para prohibirlo o retirarlo. La carga de la prueba se invierte. Es a la empresa interesada en su comercializaci�n a la que le corresponde probar su inocuidad. S�lo cuando se demuestra que el producto o tecnolog�a en cuesti�n no puede producir los da�os que se tem�an podr� autorizarse su utilizaci�n o comercializaci�n.

Los parlamentarios catalanes que rechazaron el verano pasado la Iniciativa Legislativa Popular para prohibir los transg�nicos sin ni siquiera discutirla deber�an tomar buena nota de las advertencias que se derivan del art�culo de Commoner. La refutaci�n del �dogma� de la gen�tica contribuye a poner a�n m�s en entredicho la inocuidad de los productos transg�nicos. Y el peligro est� lo suficientemente fundado desde el punto de vista cient�fico como para no dudar en aplicar cuanto antes el principio de precauci�n.

 

 

Cuaderno de crisis/ 15

Albert Recio

Contra el ajuste �inevitable�

I

Entramos en una situaci�n asfixiante. Con dos l�neas de fuerza que nos llevan a ello: los niveles de desempleo y el crecimiento del d�ficit. Los padecimientos, temores, necesidades de la poblaci�n sufriente parecen conjugarse con las demandas de los ineficientes y obscenos poderes financieros. Intereses contradictorios que se orientan en un mismo sentido: �Hagan algo! �H�ganlo pronto! �Sean contundentes! Muchos a�aden: �No teman medidas impopulares!

Ante esta presi�n el Gobierno Zapatero aparece como un piloto desnortado. No es capaz de presentar una l�nea de actuaci�n contundente. Y cuando anuncia medidas acaba por desdecirse al d�a siguiente. En esta trayectoria err�tica hay mucho de desorientaci�n intelectual ante un panorama no previsto  Pero tambi�n refleja la dificultad de articular una respuesta al mismo tiempo aceptable para el pueblo llano (del que depende crucialmente la posibilidad de continuar en el Gobierno tras las pr�ximas elecciones) y lo que demandan �los mercados� (un eufemismo para nombrar los intereses del capital financiero y los rentistas a escala global). Una contradicci�n que el mismo Gobierno es incapaz de explicar y articular, lo que refuerza su imagen de inmadurez y fragilidad, y da mayor credibilidad a  las voces que claman por soluciones en�rgicas.

II

Las situaciones de emergencia son propicias para los promotores de recetas simples. Juegan con la ventaja de la contundencia de sus propuestas y de la presunta rapidez de sus efectos. Y obtienen f�cil aceptaci�n de unos medios de comunicaci�n y una poblaci�n adoctrinada en la cultura del �listo para consumir� y en el seguidismo a los taumaturgos de turno.

No hay mayor simplicidad de la que ofrecen las recetas neoliberales si, adem�s, van avaladas por los que se supone mejores mentes de la ciencia econ�mica nacional.  Cualquiera que analice en profundidad los problemas de la econom�a espa�ola descubre f�cilmente que no hay respuestas sencillas. Que transformar una estructura productiva que ha visto desmantelar parte del sistema industrial (o perder su control local) y ha concentrado su actividad alrededor de la construcci�n no es tarea que se resuelva a corto plazo. Que absorber un ej�rcito de reserva propiciado por el modelo de desarrollo ahora colapsado no se puede hacer en poco tiempo. Que alterar las enormes desigualdades sociales que est�n en la base de muchos de nuestros problemas, incluido el recurrente tema del fracaso escolar, generar� resistencias dif�ciles de erosionar. Que romper con una cultura fiscal que convierte a gran parte de la poblaci�n en c�mplice de los grandes evasores y mantiene la depauperaci�n del sistema p�blico exige un proceso de acci�n sostenido en el tiempo... Pero esta evidencia choca, ante la urgencia, con la �matraca� de un discurso facil�n e injustificado que vende, como �nicas alternativas, un viejo listado de �reformas estructurales� que en la pr�ctica se reducen a recortes de derechos sociales y laborales, a un adelgazamiento de nuestro anor�xico sector p�blico y a nuevas medidas liberalizadoras.

Las urgencias est�n sirviendo tambi�n para legitimar una cultura pol�tica discutiblemente democr�tica. Empezando por el intento de legitimar a la casa real present�ndola como una soluci�n suprapol�tica que suena m�s a cultura absolutista que a mediaci�n efectiva. Y continuando por la machacona insistencia de algunos medios de comunicaci�n de que es el tiempo de ir todos a una y de seguir los consejos de la autoridad competente (l�ase Gobernador del Banco de Espa�a, �los 100 expertos�, o cualquier otra figura de la misma camada). En cualquiera de estos escenarios volvemos al mundo de la soluci�n �nica, del tecn�crata o el soberano salvador y del acuerdo basado en las imposiciones de los poderes f�cticos (en este caso mercados financieros, grandes empresas y tecnocracia neoliberal).

El Gobierno no est� en condiciones de sortear este peligro. Nunca ha tenido una visi�n distinta de la que ofrecen sus asesores a�licos y la que demandan los poderes econ�micos que acotan su actuaci�n. Y es de temer que al final la suma de presiones ambientales y la b�squeda de una imagen de actuaci�n acabe propiciando una pol�tica de pactos que signifiquen otra vuelta de tuerca neoliberal. No deja de ser preocupante que en la actual situaci�n un individuo como Duran Lleida, l�der de un partido plagado de procesos por corrupci�n (algunos de ellos finalizados con condenas) se presente como la voz de la sensatez y del buen sentido de pa�s. En la situaci�n presente la l�nea de pactos conduce a un camino ya trillado, el de la reforma laboral de 1994, el de una pol�tica fiscal que socave a�n m�s las posibilidades de las pol�ticas p�blicas de reducir desigualdades y ampliar derechos sociales.

III

Estamos ante una �ofensiva del realismo m�gico�, ante una realidad que exige cambios y una recetas m�gicas que impiden abordarlos con seriedad. Y ante la misma lo que hay es vac�o. Y unas pocas l�neas de respuesta que m�s tienen que ver con el instinto que con la existencia de un m�nimo proyecto alternativo. Negarse a los recortes de la seguridad social o al desmantelamiento de derechos laborales es lo m�nimo que tienen que hacer los sindicatos y lo poco que queda de izquierda organizada. Pero va a ser totalmente insuficiente y ret�rico si no hay capacidad de articular un marco alternativo para situar los problemas y las respuestas y si no se construyen diques defensivos que sean eficaces ante esta nueva ofensiva del capital financiero.

En el plano de la cultura econ�mica hay varios terrenos donde se han perdido batallas y varios espacios que no se han cultivado. Entre los primeros la aceptaci�n acr�tica del modelo europeo y la cultura de la competitividad. El primero impide abordar con seriedad propuestas de resistencia y reforma frente a un modelo institucional, el de la Uni�n Europea, que constituye una parte del problema. La segunda confunde los planos en los que debe articularse la pol�tica econ�mica y conduce a una completa sumisi�n cultural a las propuestas del capital. Una sumisi�n que acaba cristalizando en la forma como se abordan muchos de los problemas reales de nuestra sociedad: la cuesti�n de los tiempos y la interacci�n entre actividad mercantil y vida social, la estructura de las desigualdades, la reconversi�n hacia una econom�a ecol�gicamente sustentable, la pol�tica educativa etc.  Hay que empezar a crear un marco referencial donde las necesidades humanas (su relevancia, su sostenibilidad), la equidad, la cooperaci�n social, la democracia est�n en el centro de un proyecto. Lo que no evita tener que negociar con resistencias y poderes,  aunque permite hacerlo desde posiciones diferentes y al mismo tiempo reconoce los obst�culos, las resistencias y las necesidades de actuaci�n. Ya lo he sugerido en otras notas: de un planteamiento as� no s�lo surgen culturas de resistencia, tambi�n propuestas concretas de intervenci�n en el plano econ�mico convencional: sectores y actividades a potenciar, regulaciones del marco econ�mico etc. Permite tambi�n identificar qui�nes son los responsables de los problemas, cu�les son las resistencias reales a un cambio de modelo. En lo que llevamos de crisis casi nadie ha puesto nombre y marcado la responsabilidad que cada cual ha tenido en el proceso que nos ha conducido al desastre.

En el plano de la propuesta concreta creo que hay que partir de la hip�tesis que, a corto plazo, va a ser dif�cil luchar contra la austeridad y las reformas estructurales.  De lo que se trata es de impedir que este discurso dif�cil de discutir se convierta en un �panzer� demoledor de derechos que conduzca a imposibilitar toda alternativa. Y para ello hay que realizar una maniobra envolvente consistente en revertir el discurso dominante y transformarlo en contrapropuestas:

De un  lado convirtiendo el discurso vacuo de que �este pa�s ha vivido en el despilfarro�  en el discurso concreto de en qu� espacios reales aqu�l se produce. Hay una importante posibilidad de generar resistencias en respuestas basadas en exigir que los costes del ajuste se concentren en los m�s favorecidos (por provocar: quiz�s no podamos impedir alg�n tipo de congelaci�n de salarios en el sector p�blico, pero deber�amos evitar que afectara a los niveles inferiores y supusiera el recorte de empleos en los sectores m�s necesitados de personal) y en el recorte de gastos, subvenciones y ayudas realmente inadecuadas. Y en garantizar derechos y niveles b�sicos de bienestar a todo el mundo, haciendo cargar al sector financiero con los costes que �l mismo ha generado.

De otro lado, transformando las propuestas de �reformas estructurales� en propuestas de reforma realistas. Es, por ejemplo, evidente que los problemas de la balanza de pagos se deben a una inadecuaci�n entre producci�n y consumo en que tiene una importancia crucial tanto el modelo energ�tico como los consumos de las rentas m�s altas, o los modelos productivos de algunas grandes empresas. Propugnar modelos energ�ticos alternativos o promover una imposici�n que desaliente determinados consumos son reformas que pueden ir en la buena direcci�n y cambiar el marco del debate.

Y hay un campo procedimental que tampoco puede dejar de explotarse: exigir que los tiempos y las formas de los debates sean aceptables. Pienso en la reforma laboral, frente a la que habr�a que exigir un debate p�blico organizado, informado. Y en la reforma de las pensiones, donde la cuesti�n del envejecimiento de la poblaci�n puede ser un hecho ineludible pero no la de la reforma, la de cualquier ajuste a corto plazo.

La resistencia a esta nueva ofensiva va a ser dura y dif�cil. Pero solo ser� posible si de una vez por todas se hacen las cosas de forma distinta a lo hecho hasta ahora. Me refiero a la escu�lida izquierda parlamentaria, a los sindicatos y al resto de organizaciones sociales que van a ser las primeras v�ctimas de las reformas. Pero tambi�n a esa izquierda alternativa tan amante de un vacuo discurso anticapitalista que tiene m�s de salmodia que de propuesta de intervenci�n. Los vendedores de recetas tienen poder, pero tambi�n mecanismos y estrategias que les permiten presentar respuestas articuladas como si fueran reflexiones meditadas. Y frente a ello todos los que deber�an trabajar en otra direcci�n, m�s all� de momentos puntuales, han sido incapaces de generar alternativas, poner en marcha iniciativas, generar solidaridades que al menos permitan elevar voces suficientemente potentes como para mostrar que existen v�as diferentes. Y con ello se desperdician muchas de las fuerzas que pueden ayudar en esta direcci�n. Sin �nimo de tener ninguna exclusiva, las Jornadas de Econom�a Cr�tica, de las que informamos en otra nota,  son una muestra de que existe gente en el pa�s con propuestas diferentes (y consciente adem�s de que a las Jornadas no acude todo el mundo y que frente a proyectos concretos podr�a aglutinarse mucha gente m�s) Pero que uno sepa nadie se ha dirigido a este tipo de personas para tratar de desarrollar propuestas concretas, s�lo para firmar manifiestos puntuales. Hay muchos chistes sobre la indolencia de Rajoy, pero la que manifiestan muchos de nuestros pretendidos l�deres quiz�s les sobrepasa. Y as� no hay forma de romper con las nuevas oleadas neoliberales que amenazan con arrasar las modestas victorias de cien o doscientos a�os de luchas sociales.

 

 

Tras las cenizas de Copenhague

Jos� Albelda*

La cumbre de Copenhague era ante todo la escenificaci�n de un deseo necesario: una humanidad que rectifica un camino equivocado y conjuntamente afronta el dif�cil reto de una cultura sostenible y equitativa en una biosfera fr�gil y finita. Muchos alberg�bamos el deseo de que en ella, la sociedad civil, la ciencia y la raz�n fueran escuchadas por aquellos que tienen el poder de decidir por todos nosotros.

Quiz�s tambi�n era necesario escenificar su fracaso. S�lo si es palpable, si vemos volar las cenizas de la esperanza en el fr�o aire del invierno n�rdico, comprenderemos la poderosa inercia de nuestra civilizaci�n que, como todas las que la han precedido, no es exactamente due�a de su propio destino. Pues si miramos de reojo a la historia, nos daremos cuenta de que las civilizaciones no suelen modificar sus principales patrones de desarrollo, aquellos que acaban convirti�ndose en constitutivos de las mismas. En nuestro caso, el capitalismo triunfante con su letal ilusi�n de crecimiento continuo, y el petr�leo como motor imprescindible de su econom�a. No era, pues, f�cil, un �xito real en la cumbre, pero tampoco esper�bamos un declaraci�n tan firme de inmovilismo frente a lo urgente, a modo de garantizado blindaje ante cualquier leg�tima protesta ulterior. El acuerdo de Copenhague viene a decir entre l�neas que el futuro de la humanidad y de la biosfera no es algo de su incumbencia, que lo que los pol�ticos encumbrados pueden llegar a hacer son peque�os y esforzados ajustes en el sistema, es decir, a lo sumo atenuar el desastre, pues nunca la c�spide de una pir�mide va a hacer nada que ponga en riesgo toda su compleja y jer�rquica estructura.

Sin embargo es importante desde el principio diferenciar dos aspectos: por un lado nos encontramos con la dificultad de conseguir cambios decisivos con el actual sistema de gobierno del mundo, lo cual parece bastante improbable a la sombra de la cumbre, y por otro, con la dificultad intr�nseca de dichos cambios de modelo cultural, que si bien suponen un gran reto, s� son factibles. A este respecto es muy importante no dejarnos llevar por una predeterminaci�n fatalista, pues la austeridad y la autocontenci�n eran y siguen siendo posibles. De hecho es uno de los m�s ilusionantes objetivos de progreso: mantener una vida buena para los habitantes del planeta a trav�s del reparto y el comedimiento. Ah� es nada.

Pero junto al fracaso m�s patente, el de los acuerdos, entiendo que hay otro que ha pasado algo desapercibido: el fracaso de la propia estructura de representaci�n del mundo ante un reto concreto y a la vez global. La l�gica de la distribuci�n del poder a trav�s de los representantes pol�ticos de los estados-naci�n, con su compleja y cambiante estructura de alianzas, intereses y desigualdades, no es operativa para afrontar problemas globales que deben estar por encima de intereses particulares. Por si quedaba alguna duda tras la guerra de Irak, la idea, aunque imprecisa y difuminada, de una cierta representatividad de los intereses de la gente por parte de los pol�ticos, debe quedar definitivamente borrada. En Copenhague hemos asistido al radical ninguneo de la supuesta base de la democracia, la voz del pueblo si se me permite la expresi�n se ha visto radicalmente deso�da sin que ello suponga ya ninguna sorpresa. Tras tan obscena ignorancia debe darse un replanteamiento de los modelos de contestaci�n pol�tica. Pero como dec�a en un art�culo reciente Alain Touraine, es improbable que la sociedad civil a trav�s de sus m�ltiples organizaciones que recogen todo el espectro de la �tica, pueda sustituir a los pol�ticos en la dif�cil tarea del gobierno del mundo. Y sin embargo, insist�a, carecemos de los cuadros institucionales necesarios para resolver nuestros problemas, necesitamos alternativas al actual sistema.

Quiz�s el lugar de los movimientos ciudadanos en la siguiente cumbre mundial del clima siga siendo el de un Pepito Grillo esforzado y dotado de las �ltimas tecnolog�as de la comunicaci�n por red. Pero no olvidemos que tampoco esto ha sido bien visto en Copenhague. En la cumbre hemos asistido al castigo preventivo miles de activistas detenidos antes de actos concretos del programa y tambi�n ejemplificador, encarcelando durante casi un mes a unos pocos activistas de Greenpeace se�alados representantes de una organizaci�n con dos millones de socios en todo el mundo, por burlar la seguridad "del sistema" y mostrar unas modestas pancartas de desconfianza. El totalitarismo ha dado un peque�o paso adelante en el ejemplar estado democr�tico de Dinamarca.

Dentro de un a�o, en M�xico, �debemos asumir el mismo esforzado papel? �Habr� cambios en el gui�n de la represi�n y el ninguneo? Probablemente no los haya, y es posible que tengamos que continuar con la escenificaci�n de la protesta para que �sta se haga tangible. Visibilizar y denunciar los cr�menes parcialmente invisibles, que no por ello menos ciertos y detestables. Pero cabe aprender algunas cosas de la experiencia reciente: la argumentaci�n veraz en este �mbito no va a ser escuchada, y sus voceros se ver�n cada vez m�s como sujetos excesivamente molestos como para ser condescendientes con ellos. A su vez, esa sociedad civil organizada que estaba en las calles de Copenhague har�a bien en interiorizar el pensamiento pol�tico, aquello que tiene que ver con la gesti�n del poder en la polis global. La vieja idea que algunos empezamos a susurrar de nuevo de recuperar la pol�tica desde unas coordinadas distintas a la llamada democracia representativa, una pol�tica mucho m�s horizontal y participativa donde el concepto de ecosocialismo necesariamente ha de ser una de sus principales ra�ces. El c�mo sigue siendo la piedra angular. Lo dejamos para una pr�xima entrega. 

[*Profesor de Ecolog�a, Arte y Cultura Contempor�nea, Universidad Polit�cnica de Valencia]

 

Tormenta en Grecia, calma chicha en Bruselas

Albert Recio

I

Clima y econom�a parecen haberse conjurado este invierno para atacar juntas el Sur de Europa. Puede que los desastres que han provocado los elementos sean el resultado de un mero proceso aleatorio o de un mal momento de un ciclo natural. Aunque bastante tiene que ver, al menos en sus efectos, el tipo de urbanismo descontrolado practicado en las �ltimas d�cadas. Y lo que sin duda no puede achacarse a los �elementos externos� es el tipo y la forma que adquiere la crisis econ�mica actual. Una borrasca global que va arrasando por donde pasa: Islandia, los pa�ses b�lticos, ahora Grecia. Y con la pen�nsula ib�rica en el punto de mira.

La crisis que padece la econom�a mundial y que se manifiesta de forma m�s cruda en algunos pa�ses es un resultado previsible del desarrollo econ�mico impulsado por el capitalismo triunfante tras la crisis de la d�cada de 1970s. Con la muerte del keynesianismo se pusieron las bases de la liquidaci�n del �nico intento serio de articular un capitalismo �civilizado� y se quebraron muchos de los mecanismos regulatorios que evitaban que el sistema evolucionara hacia su peor versi�n. Pero, como resulta cada vez m�s evidente, la ley de Murphy parece ser la din�mica dominante y las cosas pueden en efecto empeorar.

II

Los problemas de Grecia tienen elementos comunes con los que padecen Espa�a y Portugal. Los tres pa�ses se caracterizan por combinar, en el momento actual, dos d�ficits importantes: balanza exterior y deuda p�blica. El primero es en gran parte el reflejo de su posici�n en la econom�a mundial, su especializaci�n econ�mica. Pero es tambi�n el resultado de las opciones que a lo largo del tiempo han adoptado sus �lites pol�ticas y econ�micas y del dise�o de construcci�n europea perpetrado en el Tratado de Maastricht y  sucesivos. Un modelo de unificaci�n comercial entre territorios de estructura econ�mica muy diversa por amplitud del mercado, estructura tecno-productiva, cultura industrial que al integrarse sin trabas comerciales ni pol�ticas compensatorias ten�a todas las posibilidades de reproducir y amplificar, como en parte ha ocurrido, las desigualdades iniciales. S�lo en los teoremas econ�micos m�s abstractos y basados en hip�tesis de escaso realismo se puede llegar a la conclusi�n que una eliminaci�n total de barreras econ�micas se traducir� en un arm�nico equilibrio territorial. En el caso que nos ocupa  el papel que juegan las econom�as de escala, las grandes empresas, la concentraci�n de centros tecnol�gicos, o la especializaci�n en bienes sofisticados hac�a prever que ser�an los pa�ses �m�s atrasados� los que acabar�an experimentando mayores problemas productivos. Grecia y Portugal son de los pocos pa�ses europeos con los que Espa�a mantiene un excedente comercial y ello se explica en gran medida por los factores que acabo de citar, algo que en cambio ignoran los que siempre confunden competitividad con bajos salarios.

El modelo de integraci�n europeo ha propiciado, adem�s, otras din�micas que han reforzado los malos resultados que pod�an derivarse del modelo productivo. De una parte el Euro ha significado una posici�n monetaria com�n para pa�ses con estructuras productivas muy diversas. Una posici�n que en el caso de una moneda revaluada genera siempre problemas a aquellos territorios especializados en la producci�n de bienes que experimentan mayor competencia de otros territorios. La elevada apreciaci�n del Euro ha acelerado las din�micas desindustrializadoras de los pa�ses del Sur de Europa (excepto en algunos sectores, especialmente italianos, especializados en la producci�n de bienes sofisticados). Y el contar con una moneda fuerte ha posibilitado al mismo tiempo acceder a unas entradas de divisas que han hinchado las burbujas especulativas y facilitado la convivencia con un endeudamiento exterior creciente. Algo a lo que tambi�n han contribuido, por su especial dise�o, muchas de las transferencias de fondos comunitarios con los que se trat� de compensar el impacto de la Uni�n.

Cuando la crisis se ha manifestado en todo su rigor la �arquitectura� comunitaria ha mostrado todos los problemas que en su d�a denunciamos los cr�ticos con Maastricht. Especialmente el de la ausencia de una pol�tica industrial y presupuestaria com�n que trabajara por generar una econom�a m�s integrada y unos mecanismos que favorecieran los ajustes a las �reas en dificultades. La ausencia de estos mecanismos no s�lo ha generado graves problemas a Grecia sino que ha puesto en peligro gran parte de la estabilidad comunitaria. Los jerifaltes europeos se han volcado a una nueva representaci�n de teatro pol�tico en apoyo de Grecia, aunque sin concretar un plan de ayuda. Y generando nuevas presiones para que sea el propio pa�s el que asuma un ajuste dr�stico, especialmente el adelgazamiento del sector p�blico, lo que dada su posici�n en el contexto europeo s�lo puede generar una nueva din�mica de deterioro econ�mico y social.

III

La grandeza de un proyecto se muestra en las situaciones de crisis. La respuesta de la Uni�n Europea ante la crisis ha sido m�s bien la de no sabe/no contesta. El papel del Banco Central Europeo, la megainstituci�n comunitaria, ha sido menos que mediocre. Cuando la crisis ya estaba en avanzada gestaci�n, aprob� aumentos de los tipos de inter�s, en respuesta al alza de las materias primas, que ayudaron al descalabro de muchos peque�os acreedores. Despu�s se ha limitado a ofrecer dinero a coste cero a los bancos causantes de la crisis y a pontificar sobre la necesidad de reformas laborales y recortes del gasto p�blico. Poco o nada se ha avanzado en el embridamiento de un sistema financiero absolutamente desestabilizador.

La crisis �griega� refleja problemas estructurales de fondo, pero es tambi�n el resultado del descontrol de los mercados financieros. Empezando por el papel que jug� Goldman Sachs en el maquillaje de la deuda griega. Algo que confirma lo que m�s o menos se sospechaba: que algunos milagrosos ajustes presupuestarios anteriores al Euro deb�an m�s a la contabilidad creativa (la misma que ha favorecido las m�s recientes burbujas financieras y las estafas m�s sonadas: Enron. Madoff, etc.) que al efecto de un  cambio en las pol�ticas. Lo que culmina con la actual especulaci�n contra el Euro y la deuda griega, posibilitada por los mismos mecanismos que han generado la crisis financiera y posiblemente protagonizada por los mismos actores que la provocaron. No deja de ser curioso, observando los resultados financieros de 2009, que mientras muchas grandes empresas muestran ca�das sustanciosas de sus beneficios (lo que es normal cuando la demanda se contrae), bastantes de las primeras firmas bancarias (los grandes bancos estadounidenses, Deutsche Bank, Credit Suiss, Santander....) presentan espectaculares aumentos de ganancias que seguramente deben atribuirse a la combinaci�n de ayudas p�blicas recibidas y operaciones financieras de largo plazo.

Empujar a un pa�s a un duro ajuste econ�mico es f�cil. Sobre todo si el que lo hace tiene resortes de presi�n contundentes. Lo dif�cil es recomponer un tejido social y productivo destrozado, promover pol�ticas que permitan mantener derechos sociales b�sicos. Nada de eso est� en la agenda de las instituciones europeas, ni en las ideas de sus arrogantes asesores. Tantos a�os de creerse y predicar modelos de econom�a m�gica, donde los individuos responden autom�ticamente a unos pocos est�mulos, donde no importa cu�les son sus recursos, donde se ignoran las sofisticadas redes de poder econ�mico, donde el tiempo no existe y las respuestas son instant�neas, donde la productividad es el simple resultado del m�rito individual... han abotargado conciencias y sensibilidades. Y han dejado la gesti�n econ�mica colectiva en manos de irresponsables sociales. Una vez, Keynes dijo que muchas ideas econ�micas eran rehenes de las teor�as de alg�n economista muerto. Ahora m�s bien parece que estamos en manos de un verdadero ej�rcito de zombies.

IV

Los fallos de la UE deben achacarse a la hegemon�a neoliberal y al poder que tienen los grandes lobbies. Pero esto es s�lo una parte de la historia. Hay tambi�n una ra�z �populista democr�tica� que est� en la base del modelo. Y que explica porqu� casi ning�n pol�tico es capaz de ofrecer ideas diversas. Es una base que arraiga en el nacionalismo econ�mico y la difusi�n del imperialismo eurocentrista que predomina en la visi�n de muchos ciudadanos. Un nacionalismo que considera que los avances de una econom�a son el resultado del mero esfuerzo de la naci�n y que ignora las complejas interrelaciones de cada econom�a nacional con su entorno exterior: la depredaci�n ecol�gica del mundo entero, el intercambio desigual y el imperialismo sobre otros pueblos son aspectos que simplemente se ignoran. Es una visi�n que no s�lo se nutre de estrabismo econ�mico, tambi�n mucho de un autoconvencimiento de que el resto de pueblos, grupos sociales desfavorecidos, etc. son realmente inferiores y cualquier ayuda que se les preste debe ser hecha con reticencias. Las formas de este desprecio del pobre han variado con el tiempo, pero son palpables y visibles, incluso en muchos de los debates de politica interior donde se enfrentan regiones o nacionalidades diversas. Para muchos habitantes de los pa�ses m�s desarrollados es convincente la explicaci�n de que los males de los pa�ses vecinos lo son por m�rito propio. Hace unos a�os, por ejemplo, era un lugar com�n en muchos mentideros considerar que los males de �frica se reduc�an a un problema de corrupci�n local. Y esta misma reticencia persiste entre pa�ses europeos: los del Sur o los del Este somos poco de fiar. 

Bastante de ello se traduce en la construcci�n europea: el miedo a que la ingobernabilidad del Sur ponga en crisis el proyecto explica parte de las restricciones excesivas al d�ficit p�blico o al bloqueo de toda iniciativa de crear un m�nimo estado de bienestar a escala comunitaria. 

La crisis griega ha destapado de nuevo estos temores y alienta respuestas populistas que acabar�n traduci�ndose, si triunfan, en nuevas imposiciones a los pa�ses en dificultades. Y que pueden tener el efecto a�adido de reforzar las m�ltiples y peligrosas tendencias populistas que promueven salidas irracionales a la crisis y que conllevan consigo nuevas cargas de racismo, xenofobia y aislamiento exterior. Efectos colaterales de una crisis econ�mica que ante la ausencia de alternativas globales y de actores que las defiendan parece acercarnos paso a paso al coraz�n de las tinieblas.

 

 

XII Jornadas de Econom�a Cr�tica

Del 11 al 13 del pasado febrero se celebraron en Zaragoza las Jornadas de Econom�a Cr�tica, de periodicidad bianual y que re�nen a una parte de los economistas heterodoxos del pa�s (con la presencia habitual de amigos de otros pa�ses, especialmente latinoamericanos). Como en anteriores encuentros, las actividades se dividieron en plenarios (c�mo no, dedicados a la crisis econ�mica), sesiones de �reas de trabajo y sesiones transversales. Quiz�s uno de los hechos m�s interesantes de esta edici�n fue la constataci�n de un acercamiento creciente entre las distintas sensibilidades que predominan entre los participantes (por expresarlo gr�ficamente: la verde, la roja y la violeta) lo que anima a pensar que empiezan a darse condiciones para desarrollar proyectos alternativos que den respuesta a las tres crisis superpuestas que caracterizan el momento actual: la econ�mica convencional, la ecol�gica y la de los cuidados (o de la sostenibilidad social). Tambi�n que la mayor�a de ponentes principales fueran personas j�venes, lo que supone un relevo al n�cleo de viejos rockeros que en 1989 pusieron en marcha las jornadas. Entre las actividades del encuentro se elabor� el manifiesto que reproducimos y que, como es habitual, ignoraron los medios de comunicaci�n (excepto el diario P�blico, que dedic� dos p�ginas a relatar el encuentro). Quiz�s m�s penoso que el apag�n medi�tico es el hecho de la poca atenci�n que estos trabajos suscitan en la pretendida izquierda institucional del pa�s.  

Manifiesto de las XII Jornadas de Econom�a Cr�tica Zaragoza 2010

Las XII Jornadas de Econom�a Cr�tica se han realizado los d�as 11, 12 y 13 de febrero en Zaragoza bajo el t�tulo de �Los retos de la ciencia econ�mica ante la crisis�, en la que se ha llegado a un amplio consenso sobre la caracterizaci�n de la actual crisis econ�mica y sobre un conjunto de propuestas:

         La crisis es sist�mica, financiera, econ�mica, ecol�gica y social. Es una crisis del Capitalismo. Se desencadena en el �mbito financiero y en Espa�a act�a sobre unos fundamentos econ�micos precarios, mantenidos durante las d�cadas precedentes e impacta sobre un modelo espec�fico, inviable ecol�gica y socialmente a medio y largo plazo. Es totalmente err�neo e interesado atribuir la causa de la crisis econ�mica espa�ola al mercado laboral y al gasto social.

        La pol�tica seguida por el gobierno espa�ol hasta 2010 ha estado caracterizada por dos rasgos. Primero, la utilizaci�n err�tica y regresiva de la pol�tica fiscal. Segundo, un discurso, m�s ceremonial que operativo, sobre la necesidad de cambiar el modelo econ�mico espa�ol, sin plantear los cambios radicales necesarios.

        No es admisible mantener un tipo de regulaci�n que permite a los sectores financieros internacionales �principales  beneficiarios de la mayor parte del  gasto  p�blico� continuar con actuaciones especulativas y que, al mismo tiempo, degrada el trabajo, las relaciones y los derechos laborales y recorta el gasto social.

         Por estas razones, la Asamblea de las Jornadas de Econom�a Cr�tica propone:

  1. Abordar con visi�n integral los problemas y la orientaci�n de la econom�a espa�ola: con criterios de sostenibilidad ecol�gica, de reparto justo de la renta y del tiempo de trabajo, reconociendo el cuidado de las personas que tiene lugar en el �mbito dom�stico.   
  2. Considerar que el objetivo de las pol�ticas p�blicas ha de ser el bienestar y la sostenibilidad y no el aumento del Producto Interior Bruto    
  3. Establecer una pol�tica de gasto p�blico  para crear empleo de calidad y defender las condiciones laborales y de vida de los colectivos especialmente golpeados por la crisis.    
  4. Poner en marcha una reforma fiscal progresiva que aumente los ingresos p�blicos y acabe con el fraude fiscal.   
  5. Desarrollar una pol�tica de inversiones y servicios p�blicos acorde con las necesidades sociales y medioambientales.   
  6. Reestructurar el sector financiero con regulaci�n efectiva, una banca p�blica y control social de las cajas de ahorro.    
  7. Fortalecer el sistema p�blico de pensiones de forma que garantice un nivel de ingresos digno a la ciudadan�a.   
  8. Adoptar una postura decidida que rompa las restricciones actuales de la UE (Pacto de Estabilidad, presupuesto insuficiente,�), para adoptar una pol�tica econ�mica que oriente los procesos econ�micos al servicio de las personas.   
  9. Revisar y modificar la ense�anza de la econom�a, ya que la econom�a convencional y el fundamentalismo de mercado, dominantes en todos los niveles educativos, han favorecido la situaci�n de crisis actual y la marginaci�n de modelos y propuestas econ�micas sostenibles y de futuro.    

Zaragoza, 13 de febrero de 2010

 

Nota informativa de Just�cia y Pau

La entidad Just�cia i Pau de Barcelona ha interpuesto recurso contencioso-administrativo ante el Tribunal Supremo contra la decisi�n del Gobierno adoptada el 12 de febrero de 2010 de enviar un contingente de 511 militares a Afganist�n. 

En el escrito de interposici�n del recurso se solicita, como medida cautelar, que se ordene la paralizaci�n del env�o de tropas o, en su caso, que se ordene su vuelta a casa.

El recurso se basa en que la participaci�n de las Fuerzas Armadas espa�olas en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganist�n (ISAF) supone la participaci�n en una guerra contraria al Derecho espa�ol y al Derecho internacional.

Los argumentos en que se fundamenta el recurso contencioso-administrativo son:

1. El env�o de tropas se ha realizado al margen de la Constituci�n espa�ola cuyo art�culo 63.3 establece que �Al Rey corresponde, previa autorizaci�n de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz�. Este art�culo resulta aplicable porque en Afganist�n se est� llevando a cabo una guerra. Aunque el env�o de tropas fue autorizado por el Congreso de los Diputados el d�a 18 de febrero, no ha intervenido ni el Senado ni el Jefe del Estado.

2. Las tropas espa�olas no pueden participar en una misi�n de la OTAN que se sit�a claramente al margen del Tratado del Atl�ntico Norte, ratificado por el Estado espa�ol. Los art�culos 5 y 6 del Tratado del Atl�ntico Norte s�lo contemplan el uso de la fuerza armada en ejercicio del derecho a la leg�tima defensa ante un ataque armado a una de las partes en Europa o Am�rica del Norte, y hasta que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas haya tomado las medidas pertinentes.

3. La ISAF se encuentra subordinada a la operaci�n Libertad Duradera. Prueba de ello es que el general Stanley A. McChrystal es el Comandante de ambas. La operaci�n Libertad Duradera es una guerra de agresi�n ya que incumple de forma manifiesta la prohibici�n del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y las condiciones a que se somete el derecho de leg�tima defensa establecidos en los art�culos 2.4 y 51 de la Carta de las Naciones Unidas.

4. Las Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que autorizan el uso de la fuerza por parte de la ISAF son contrarias a la Carta de las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad no puede convalidar una guerra de agresi�n como es la guerra de Afganist�n, ya que eso viola el contenido de la Carta de las Naciones Unidas.

Centre d'Estudis per la Pau J.M.Del�s - Just�cia i Pau

 

La biblioteca de Babel

Francesc Salgado (ed.)
Manuel V�zquez Montalb�n. Obra period�stica, 1960-1973. La construcci�n del columnista
Debate, Barcelona, 2010

Quienes lean habitualmente la revista El Viejo Topo recordar�n un art�culo, �La veracidad de una informaci�n. A prop�sito de Manuel V�zquez Montalb�n, Manuel Sacrist�n y el PSUC� (n�m. 218, 2006, pp. 103-111), en el que Salvador L�pez Arnal se hac�a eco de una pol�mica sobre la supuesta expulsi�n del PSUC sufrida a comienzos de los a�os sesenta por un entonces jovenc�simo V�zquez Montalb�n a manos de Manuel Sacrist�n. La acusaci�n contra el fil�sofo la hab�a lanzado el a�o anterior el periodista Francesc-Marc �lvaro en su libro Els assassins de Franco, apoy�ndose para ello en declaraciones del historiador Josep Termes. Sin embargo, aunque no cabe duda de que las relaciones personales entre Sacrist�n y MVM nunca fueron f�ciles (prueba de ello es el �cido retrato que el �ltimo hiciera del primero en Asesinato en el Comit� Central, donde el fil�sofo aparece encarnado en la figura de Justo Cerd�n), L�pez Arnal demostraba sobradamente en su art�culo, bas�ndose en numerosos testimonios de primera mano, que la supuesta expulsi�n no existi� jam�s, sino que solamente se cre� una falsa c�lula con la que mantener �bajo observaci�n� al por entonces desconocido periodista. En efecto, MVM hab�a finalizado sus estudios en Madrid en 1960 y hab�a empezado a militar en el PSUC en Barcelona, pero con el problema (nada balad� en aquellos a�os de fuerte represi�n policial, clandestinidad estricta y ca�das constantes) de que estaba colaborando profesionalmente con dos publicaciones, Solidaridad Nacional y El Espa�ol, adscritos a la prensa del �Movimiento�. Alertada por este hecho, la direcci�n del PSUC encomend� a Manuel Sacrist�n la tarea de crear una c�lula de intelectuales ficticia mediante la cual verificar que el nuevo militante no era en realidad un confidente. Las dudas se disipar�an finalmente en mayo de 1962, cuando MVM fue detenido en el transcurso de una manifestaci�n en apoyo a las huelgas mineras de Asturias, de resultas de lo cual estuvo encarcelado durante dieciocho meses.

Pues bien: disponemos ya de un volumen en el que se recogen algunos de los art�culos escritos por MVM en sus inicios como periodista, en esos a�os en que su vinculaci�n profesional tantas reticencias suscit� entre sus compa�eros de militancia. Desde luego, Manuel V�zquez Montalb�n. Obra period�stica, 1960-1973 (editado y anotado por Francesc Salgado, profesor de Periodismo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona) va mucho m�s all�, pues incluye una selecci�n de los numeros�simos art�culos que escribi� a lo largo de los a�os sesenta y principios de los setenta (entre los que cabe destacar los publicados en Triunfo y Tele/eXpres, aquellos que lo lanzar�an a la fama), pero los que, por todo lo dicho antes, revisten un inter�s especial son los que en la obra se recopilan bajo el ep�grafe �El debut en la prensa falangista (1960-1962)� (pp. 19-117). Por un lado, est�n los que MVM public� en El Espa�ol, un semanario madrile�o de marcado car�cter pol�tico y propagand�stico (lo hab�a fundado nada menos que Juan Aparicio, y en �l escrib�a asiduamente el propio Franco bajo el seud�nimo de Hispanus); acuciado por las necesidades econ�micas, V�zquez Montalb�n empez� a publicar en El Espa�ol gracias a un antiguo profesor de la Escuela de Periodismo y, pese a tratarse de art�culos de encargo sobre temas m�s bien insustanciales (salvo uno sobre la designaci�n de Kennedy como candidato dem�crata a las elecciones estadounidenses de noviembre de 1960), parece ser que MVM hizo todo lo posible por ocultar esta colaboraci�n profesional a sus amistades m�s �ntimas y, por descontado, a sus compa�eros de militancia. Por otro lado, contamos con una selecci�n de los que public� en el rotativo barcelon�s Solidaridad Nacional, que pueden dividirse en dos etapas: al principio, entre el verano de 1960 y el de 1961, elabor� columnas sobre temas tan variados como la historia de Barcelona, la visita de jerarcas franquistas a la ciudad, la concesi�n de premios literarios o entrevistas con diversos novelistas. No obstante, la escasa afinidad ideol�gica con la l�nea editorial del peri�dico mostrada por MVM en sus escritos (el hecho de que, al formar parte Solidaridad Nacional de la �prensa del Movimiento�, no tuviera que presentarlos a censura previa le permiti�, por ejemplo, introducir referencias a la historia de los movimientos revolucionarios barceloneses o mostrarse incisivamente ir�nico con franquistas confesos como Salvador Dal�) hizo que el director del rotativo falangista, Luys Santa Marina, recelara del joven periodista y lo sometiera a una dura prueba: en julio de 1961 le encarg� redactar una serie de art�culos sobre los �logros� del Caudillo; aunque V�zquez Montalb�n intent� salvar la situaci�n recurriendo de nuevo a la iron�a y la hip�rbole (v�ase �XXVI veces amaneci� el 18 de julio�, pp. 90-93), ser�an precisamente estas columnas las que dispararon todas las alarmas entre los dirigentes del PSUC, alentaron la famosa c�lula �de observaci�n� creada por Manuel Sacrist�n y condujeron, como el propio V�zquez Montalb�n comentar�a d�cadas despu�s en una entrevista, a que �los cerebros m�s esquem�ticos� del partido organizaran �una reuni�n de clarificaci�n que parec�a un juicio a mi conducta�� pero en ning�n caso a su expulsi�n del mismo. Es m�s, la reacci�n de MVM fue reforzar la carga ideol�gica de sus textos (v�ase �Historia del tranv�a barcelon�s, nacimiento, vida y muerte�,  con abundantes referencias a las huelgas asociadas a este medio de transporte), lo cual dio pie a que en los meses posteriores Solidaridad Nacional dejara de encargarle m�s escritos.

Por �ltimo, decir que el volumen rese�ado aqu� es s�lo el primero de los tres que el profesor Salgado tiene previsto publicar sobre la obra period�stica de Manuel V�zquez Montalb�n; est� previsto que los otros dos, que abarcar�n el per�odo 1974-2003, aparezcan, respectivamente, a principios de 2011 y de 2012.

[C. M.] 

Miren Etxezarreta, Elena Idoate, Jos� Iglesias Fernandez, Joan Junyent Tarrida
Qu� pensiones, qu� futuro
Icaria, Barcelona, 2009

En tiempos de ofensiva neoliberal bueno es tener argumentos. La publicaci�n de este trabajo colectivo llega en momento oportuno, cuando se ha vuelto a poner sobre el tapete la en�sima ofensiva para debilitar las pensiones p�blicas. El texto que recomiendo no da respuestas concretas a las propuestas en debate, pero s� da un pu�ado de buenas razones para entender la l�gica de los intereses en juego y argumentos en defensa de las pensiones p�blicas. Sin duda habr� que afinar mucho, pero muchas de las ideas que se proponen aqu� constituyen una buena base de partida

[A.R.A.]

 

PÁGINAS-AMIGAS

Centre de Treball i Documentaci� (CTD)
http://www.cetede.org

Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas

El Viejo Topo
http://www.elviejotopo.com

La Insignia-
http://www.lainsignia.org

Sin permiso
http://www.sinpermiso.info/

 

Revista mientras tanto

N�mero 112

 mientras tanto
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Oto�o 2009

112

NOTAS EDITORIALES
Sobre Israel y la Universidad [JLG]

La militarizaci�n de Am�rica Latina [JAE]

Sobre Afganist�n [JRC]

TEXTOS
�Existi� el socialismo alguna vez y tiene porvenir?. Presentaci�n de Alfons Barcel�

Mario Bunge

Invitaci�n a un debate: el sorteo y las c�maras sorteadas como mejoras institucionales a la democracia
Jorge Cancio

Solidaridad interterritorial y financiaci�n
Ramon Franquesa y Antoni Montserrat

�C�mo salir de la trampa?
Pierre Larrouturou

C�mo rodar El Capital (nota previa de Josep Torrell)
Serguei Mijailovich Eisenstein

�En construcci� i �Com a �ntim� (Miguel Hern�ndez)
Pere Comes i Miralles

CUESTI�N DE PALABRAS

Javier Rodr�guez Marcos

RESE�A

Edgardo Logiudice: Marxismo, �hip�tesis o teor�a?
 

mientras tanto bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB

N�mero 113

mientras tanto

BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB


Invierno 2009-2010

113

TEXTOS

Afganist�n y los atentados multiusos
Jos� L. Gordillo

La propiedad intelectual: de la voluntad del lobby al texto de la ley
Jos� A. Est�vez Araujo

Orwell 2.0: las implicaciones de la hadopi sobre la vida en internet
Sulan Wong

Derechos globales de propiedad sobre la informaci�n: la historia del trips en el gatt
Peter Drahos

Negociando con Al Capone: protecci�n a cambio de propiedad intelectual
Peter Drahos

La tragedia de los bienes privatizados: patentes e investigaci�n cient�fica
Sulan Wong

El copyright y el mundo no occidental. propiedad creativa indebida
Joost Smiers

Las ideas cercadas: el confinamiento y la desaparici�n del dominio p�blico
James
Boyle

CUESTI�N DE PALABRAS
�lvaro Garc�a

RESE�A
Resaca ideol�gica en Wall Sreett, de Andreu Espasa
 

mientras tanto bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB

 

 

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