La
refutaci�n del �dogma de la gen�tica�
Jos� A. Est�vez Ara�jo
Barry
Commoner, a sus m�s de
ochenta a�os, sigue escribiendo cosas interesantes. El a�o pasado
public� un art�culo titulado �Molecular Genetics: An Example of Faulty
Communication Between Science an the Public� (�Gen�tica molecular: un
ejemplo de comunicaci�n fallida entre la ciencia y el p�blico�,
aparecido en la revista Organization Environment, 22, 1, pp.
19-33). En ese art�culo, Barry Commoner da por finiquitado el �dogma�
que ha presidido la investigaci�n gen�tica desde el descubrimiento de la
doble h�lice hace m�s de cincuenta a�os. Dicho dogma establece que cada
uno de los genes que forma parte del ADN codifica la producci�n de una
prote�na, la cual, a su vez, es responsable de la generaci�n de un
determinado rasgo hereditario. De acuerdo con esto, un gen espec�fico
ser�a el que dar�a la �orden� de elaborar la prote�na que hace que
nuestros ojos sean de un determinado color. Lo mismo ocurrir�a con el
resto de nuestros rasgos hereditarios. Cada uno ser�a producto de una
prote�na sintetizada de acuerdo con el programa contenido en un
gen. Existir�a, as�, una relaci�n causal unilineal gen-prote�na-rasgo
heredado. Cada rasgo heredado estar�a programado en un �nico gen y cada
gen programar�a una �nica prote�na y un �nico rasgo. Como dijo el autor
del �dogma�, James Watson (uno de los dos cient�ficos que descubrieron
la estructura del DNA), la f�rmula es tan simple, elegante y precisa que
no puede sino ser verdadera. No obstante, algunos descubrimientos
recientes la han puesto seriamente en cuesti�n.
El primero fue la
culminaci�n del proyecto Genoma cuyo objetivo era identificar los genes
que integran el DNA del ser humano. Los cient�ficos esperaban encontrar
varios cientos de miles de genes. Sin embargo, se encontraron con que el
DNA humano s�lo conten�a 21.000. M�s o menos los mismos que el de una
mosca. Eso implicaba una severa disparidad entre el n�mero de genes y el
n�mero de prote�nas que sintetiza el ser humano. Estas pueden alcanzar
las 400.000, mientras que aqu�llos apenas superan los veinte mil. La
idea de la correspondencia gen-prote�na quedaba as� seriamente puesta en
entredicho. Se planteaba el problema de c�mo era posible que las
prote�nas del ser humano fueran veinte veces m�s numerosas que sus
genes.
Los resultados del
proyecto ENCODE, a los que Commoner se refiere con detalle en su
art�culo, constituyen una primera aproximaci�n al desvelamiento del
misterio. ENCODE es un proyecto de investigaci�n gen�tica internacional
en el que participan m�s de 35 laboratorios. Para entender el
significado de sus descubrimientos es necesario profundizar un poco en
c�mo funciona la qu�mica de la herencia gen�tica (un an�lisis m�s
detallado, que no puede reproducirse aqu� por razones de espacio, se
puede encontrar en el art�culo de Commoner).
Los genes est�n hechos
de cuatros sustancias qu�micas, los nucle�tidos, que se representan por
medio de cuatro letras may�sculas A, T, C y G. El gen est� compuesto por
una secuencia de esos componentes b�sicos en un determinado orden. Esas
secuencias constan de varios cientos de nucle�tidos. Las secuencias de
nucle�tidos determinan las secuencias de amino�cidos que constituyen una
prote�na. A una determinada secuencia de A, T, C, y G �corresponde� una
secuencia espec�fica de los veinte amino�cidos diferentes que configuran
cada prote�na. De ese modo se establece la relaci�n entre los genes y
los rasgos heredados, pues cada prote�na es responsable de uno de �stos.
Ahora bien, la
informaci�n contenida en el DNA no se transmite directamente a los
mecanismos responsables de la s�ntesis de las prote�nas, sino que la
comunicaci�n se realiza mediante un mensajero, el RNA. El RNA
reduplicar�a en su interior las secuencias de nucle�tidos de los genes,
aunque sustituyendo la T (tiamina) por una U (uracil).
Es en ese proceso de
transmisi�n de la informaci�n gen�tica necesaria para la s�ntesis de
prote�nas donde se localizan los descubrimientos m�s importantes del
proyecto ENCODE. Haremos referencia a dos de ellos que son los que m�s
claramente ponen en cuesti�n el �dogma� de la gen�tica. El primero es
que en el proceso de transmisi�n de la informaci�n los nucle�tidos
pueden recombinarse. Es decir que la secuencia contenida en el DNA puede
dar lugar a multitud de secuencias distintas en el RNA, resultantes de
las nuevas combinaciones de sus elementos. Haciendo uso de una analog�a
que sugiere el propio Commoner, es como si los elementos (letras) de la
palabra AMOR se recombinasen en el proceso de su transmisi�n y pudieran
formar las palabras ROMA, RAMO, o MORA antes de llegar al receptor. Si
pensamos en palabras compuestas de cientos de letras (como las
secuencias de los genes) comprenderemos que las posibilidades
combinatorias son inmensas. Ese �ensamblaje alternativo� como Commoner
lo denomina (por oposici�n al ensamblaje normal en que la secuencia de
nucle�tidos no se altera en el proceso de transmisi�n de la
informaci�n), hace posible que un solo gen pueda ser responsable de la
generaci�n de multitud de prote�nas diferentes. Cada �transmisi�n� puede
dar a una secuencia diferente de nucle�tidos y, por tanto, al ensamblaje
de una cadena diferente de amino�cidos. As�, por ejemplo, el gen que
configura nuestro �o�do musical� es responsable de la s�ntesis de m�s de
500 prote�nas diferentes en el caracol situado en nuestro o�do interno.
El ensamblaje
alternativo no es un fen�meno extravagante o inusual, sino que se puede
producir al menos en el 60% de nuestros genes. Este fen�meno habr�a
tenido que dar al traste por s� solo al dogma de la gen�tica. Ya no hay
una relaci�n causal unilineal entre gen-prote�na-rasgo heredado, sino
que un mismo gen, en un mismo organismo puede programar la s�ntesis de
m�ltiples prote�nas (y, por tanto, m�ltiples rasgos) diferentes.
Pero los descubrimientos
del proyecto ENCODE no se quedan s�lo ah�. Tambi�n revelaron la
existencia de fen�menos de fusi�n gen�tica: en el proceso de transmisi�n
de la informaci�n dos genes pueden combinar sus secuencias de
componentes y dar lugar, as�, a prote�nas distintas de las que se
derivar�an de la secuencia de uno o de otro. La fusi�n de genes tambi�n
echa por tierra el dogma de un gen-una prote�na-un rasgo.
Commoner se pregunta por
qu� estos descubrimientos han tenido tan poca resonancia en los medios,
incluidas las publicaciones cient�ficas. �Cu�l es la raz�n de que no se
haya hecho p�blica la refutaci�n del dogma de la gen�tica? Aparte de las
razones que Commoner apunta, aunque en estrecha relaci�n con ellas, hay
que se�alar los enormes intereses que rodean a la investigaci�n
gen�tica. Los cient�ficos que trabajan en ese campo saben desde hace
mucho que el dogma no funciona. Lo han comprobado en multitud de
experimentos y proyectos fallidos. Pero es muy posible que convenga que
la opini�n p�blica (y quiz� tambi�n los pol�ticos que subvencionan los
proyectos de investigaci�n) sean mantenidos en la inopia.
La gen�tica es un gran
negocio hoy en d�a. Y el cuestionamiento del �dogma� puede hacer
peligrar sus beneficios. Algunas consecuencias pr�cticas de esos
descubrimientos, que Commoner se�ala, lo ponen de manifiesto. Por
ejemplo, el car�cter ilusorio de las terapias g�nicas (que parecen, por
otro lado, haber mostrado ampliamente su fracaso), o la imposibilidad de
establecer relaciones de causalidad firmes entre ciertas caracter�sticas
gen�ticas y determinadas enfermedades hereditarias. Pero aqu� nos
interesan especialmente las que se refieren a los transg�nicos u
organismos gen�ticamente modificados.
Los transg�nicos son un
producto de la ingenier�a gen�tica, que se empez� a desarrollar en los
a�os setenta del siglo pasado. Por medio de operaciones m�s o menos
sofisticadas de �recorta y pega�, la ingenier�a gen�tica permite
ensamblar genes de un ser perteneciente a una especie al DNA de un ser
de una especie diferente. De esa forma se pueden generar en el segundo
ser caracter�sticas propias del primero. Por ejemplo, se ha usado el gen
responsable de la luminosidad de las luci�rnagas para obtener flores
fosforescentes.
En las �ltimas d�cadas
los productos de la ingenier�a gen�tica se han convertido en una fuente
muy importante de ingresos. Esto es especialmente cierto en el caso de
las semillas transg�nicas dise�adas, patentadas y comercializadas por
empresas como la tristemente famosa Monsanto.
Los cultivos
transg�nicos han generado reacciones de desconfianza, especialmente en
Europa. De hecho ya se ha descubierto da�os concretos que pueden causar
tanto a la salud como al medio ambiente. Jeremy Rifkin ha hablado
incluso de la posibilidad de un �Chernobil Gen�tico� si proliferan este
tipo de cultivos. En cualquier caso, la puesta en cuesti�n del dogma
gen�tico plantea incertidumbres a�adidas y hace prever nuevos peligros.
Las empresas que
comercializan los OGMs nos dicen que sus productos son absolutamente
seguros. Afirman que el gen traspuesto al DNA de sus semillas �nicamente
realizar� la funci�n para la que ha sido previsto. As�, por ejemplo, el
ma�z transg�nico que se cultiva profusamente en nuestro pa�s contiene el
gen de una bacteria que produce una especie de insecticida natural. De
ese modo, el ma�z transg�nico puede �defenderse� por s� solo frente a
determinadas plagas que lo asolan sin necesidad de insecticidas. Se han
se�alado ya algunos peligros potenciales que puede tener ese ma�z
transg�nico: contribuir a la generaci�n de �super-bichos� resistentes al
insecticida, aumentar la resistencia de las �malas hierbas� como
consecuencia de fen�menos de polinizaci�n cruzada, contaminar
plantaciones de ma�z no transg�nico, provocar reacciones al�rgicas en
quienes lo consumen� Pero ahora, a todos estos peligros se a�ade uno m�s
que deriva de la indeterminaci�n de los efectos que puede provocar ese
gen. Si como consecuencia del �ensamblaje alternativo� un solo gen puede
generar multitud de prote�nas (y, por extensi�n, de rasgos) diferentes,
�qui�n nos asegura que los efectos del �gen insecticida� en el ma�z
transg�nico no produzca efectos diferentes de los previstos? �Qu�
garant�a tenemos de que la acci�n del gen no convierta al ma�z en algo
t�xico, por ejemplo? �C�mo podemos saber los efectos que producir�n ese
gen en otra planta en cuyo DNA se introduzca por efecto de la
polinizaci�n cruzada?
Ante estas sombr�as
perspectivas se impone la aplicaci�n del principio de precauci�n. Este
consiste en que cuando hay razones cient�ficamente fundadas para prever
que el uso de una determinada tecnolog�a o producto puede suponer un
peligro, no hay que esperar a que se establezca una relaci�n de
causalidad firme entre el producto o tecnolog�a y los efectos da�osos
para prohibirlo o retirarlo. La carga de la prueba se invierte. Es a la
empresa interesada en su comercializaci�n a la que le corresponde probar
su inocuidad. S�lo cuando se demuestra que el producto o tecnolog�a en
cuesti�n no puede producir los da�os que se tem�an podr�
autorizarse su utilizaci�n o comercializaci�n.
Los parlamentarios
catalanes que rechazaron el verano pasado la Iniciativa Legislativa
Popular para prohibir los transg�nicos sin ni siquiera discutirla
deber�an tomar buena nota de las advertencias que se derivan del
art�culo de Commoner. La refutaci�n del �dogma� de la gen�tica
contribuye a poner a�n m�s en entredicho la inocuidad de los productos
transg�nicos. Y el peligro est� lo suficientemente fundado desde el
punto de vista cient�fico como para no dudar en aplicar cuanto antes el
principio de precauci�n.
Cuaderno
de crisis/ 15
Albert
Recio
Contra
el ajuste �inevitable�
I
Entramos en una situaci�n asfixiante. Con dos l�neas de fuerza que nos
llevan a ello: los niveles de desempleo y el crecimiento del d�ficit.
Los padecimientos, temores, necesidades de la poblaci�n sufriente
parecen conjugarse con las demandas de los ineficientes y obscenos
poderes financieros. Intereses contradictorios que se orientan en un
mismo sentido: �Hagan algo! �H�ganlo pronto! �Sean contundentes! Muchos
a�aden: �No teman medidas impopulares!
Ante
esta presi�n el Gobierno Zapatero aparece como un piloto desnortado. No
es capaz de presentar una l�nea de actuaci�n contundente. Y cuando
anuncia medidas acaba por desdecirse al d�a siguiente. En esta
trayectoria err�tica hay mucho de desorientaci�n intelectual ante un
panorama no previsto Pero tambi�n refleja la dificultad de articular
una respuesta al mismo tiempo aceptable para el pueblo llano (del que
depende crucialmente la posibilidad de continuar en el Gobierno tras las
pr�ximas elecciones) y lo que demandan �los mercados� (un eufemismo para
nombrar los intereses del capital financiero y los rentistas a escala
global). Una contradicci�n que el mismo Gobierno es incapaz de explicar
y articular, lo que refuerza su imagen de inmadurez y fragilidad, y da
mayor credibilidad a las voces que claman por soluciones en�rgicas.
II
Las
situaciones de emergencia son propicias para los promotores de recetas
simples. Juegan con la ventaja de la contundencia de sus propuestas y de
la presunta rapidez de sus efectos. Y obtienen f�cil aceptaci�n de unos
medios de comunicaci�n y una poblaci�n adoctrinada en la cultura del
�listo para consumir� y en el seguidismo a los taumaturgos de turno.
No hay
mayor simplicidad de la que ofrecen las recetas neoliberales si, adem�s,
van avaladas por los que se supone mejores mentes de la ciencia
econ�mica nacional. Cualquiera que analice en profundidad los problemas
de la econom�a espa�ola descubre f�cilmente que no hay respuestas
sencillas. Que transformar una estructura productiva que ha visto
desmantelar parte del sistema industrial (o perder su control local) y
ha concentrado su actividad alrededor de la construcci�n no es tarea que
se resuelva a corto plazo. Que absorber un ej�rcito de reserva
propiciado por el modelo de desarrollo ahora colapsado no se puede hacer
en poco tiempo. Que alterar las enormes desigualdades sociales que est�n
en la base de muchos de nuestros problemas, incluido el recurrente tema
del fracaso escolar, generar� resistencias dif�ciles de erosionar. Que
romper con una cultura fiscal que convierte a gran parte de la poblaci�n
en c�mplice de los grandes evasores y mantiene la depauperaci�n del
sistema p�blico exige un proceso de acci�n sostenido en el tiempo...
Pero esta evidencia choca, ante la urgencia, con la �matraca� de un
discurso facil�n e injustificado que vende, como �nicas alternativas, un
viejo listado de �reformas estructurales� que en la pr�ctica se reducen
a recortes de derechos sociales y laborales, a un adelgazamiento de
nuestro anor�xico sector p�blico y a nuevas medidas liberalizadoras.
Las
urgencias est�n sirviendo tambi�n para legitimar una cultura pol�tica
discutiblemente democr�tica. Empezando por el intento de legitimar a la
casa real present�ndola como una soluci�n suprapol�tica que suena m�s a
cultura absolutista que a mediaci�n efectiva. Y continuando por la
machacona insistencia de algunos medios de comunicaci�n de que es el
tiempo de ir todos a una y de seguir los consejos de la autoridad
competente (l�ase Gobernador del Banco de Espa�a, �los 100 expertos�, o
cualquier otra figura de la misma camada). En cualquiera de estos
escenarios volvemos al mundo de la soluci�n �nica, del tecn�crata o el
soberano salvador y del acuerdo basado en las imposiciones de los
poderes f�cticos (en este caso mercados financieros, grandes empresas y
tecnocracia neoliberal).
El
Gobierno no est� en condiciones de sortear este peligro. Nunca ha tenido
una visi�n distinta de la que ofrecen sus asesores a�licos y la que
demandan los poderes econ�micos que acotan su actuaci�n. Y es de temer
que al final la suma de presiones ambientales y la b�squeda de una
imagen de actuaci�n acabe propiciando una pol�tica de pactos que
signifiquen otra vuelta de tuerca neoliberal. No deja de ser preocupante
que en la actual situaci�n un individuo como Duran Lleida, l�der de un
partido plagado de procesos por corrupci�n (algunos de ellos finalizados
con condenas) se presente como la voz de la sensatez y del buen sentido
de pa�s. En la situaci�n presente la l�nea de pactos conduce a un camino
ya trillado, el de la reforma laboral de 1994, el de una pol�tica fiscal
que socave a�n m�s las posibilidades de las pol�ticas p�blicas de
reducir desigualdades y ampliar derechos sociales.
III
Estamos
ante una �ofensiva del realismo m�gico�, ante una realidad que exige
cambios y una recetas m�gicas que impiden abordarlos con seriedad. Y
ante la misma lo que hay es vac�o. Y unas pocas l�neas de respuesta que
m�s tienen que ver con el instinto que con la existencia de un m�nimo
proyecto alternativo. Negarse a los recortes de la seguridad social o al
desmantelamiento de derechos laborales es lo m�nimo que tienen que hacer
los sindicatos y lo poco que queda de izquierda organizada. Pero va a
ser totalmente insuficiente y ret�rico si no hay capacidad de articular
un marco alternativo para situar los problemas y las respuestas y si no
se construyen diques defensivos que sean eficaces ante esta nueva
ofensiva del capital financiero.
En el
plano de la cultura econ�mica hay varios terrenos donde se han perdido
batallas y varios espacios que no se han cultivado. Entre los primeros
la aceptaci�n acr�tica del modelo europeo y la cultura de la
competitividad. El primero impide abordar con seriedad propuestas de
resistencia y reforma frente a un modelo institucional, el de la Uni�n
Europea, que constituye una parte del problema. La segunda confunde los
planos en los que debe articularse la pol�tica econ�mica y conduce a una
completa sumisi�n cultural a las propuestas del capital. Una sumisi�n
que acaba cristalizando en la forma como se abordan muchos de los
problemas reales de nuestra sociedad: la cuesti�n de los tiempos y la
interacci�n entre actividad mercantil y vida social, la estructura de
las desigualdades, la reconversi�n hacia una econom�a ecol�gicamente
sustentable, la pol�tica educativa etc. Hay que empezar a crear un
marco referencial donde las necesidades humanas (su relevancia, su
sostenibilidad), la equidad, la cooperaci�n social, la democracia est�n
en el centro de un proyecto. Lo que no evita tener que negociar con
resistencias y poderes, aunque permite hacerlo desde posiciones
diferentes y al mismo tiempo reconoce los obst�culos, las resistencias y
las necesidades de actuaci�n. Ya lo he sugerido en otras notas: de un
planteamiento as� no s�lo surgen culturas de resistencia, tambi�n
propuestas concretas de intervenci�n en el plano econ�mico convencional:
sectores y actividades a potenciar, regulaciones del marco econ�mico
etc. Permite tambi�n identificar qui�nes son los responsables de los
problemas, cu�les son las resistencias reales a un cambio de modelo. En
lo que llevamos de crisis casi nadie ha puesto nombre y marcado la
responsabilidad que cada cual ha tenido en el proceso que nos ha
conducido al desastre.
En el
plano de la propuesta concreta creo que hay que partir de la hip�tesis
que, a corto plazo, va a ser dif�cil luchar contra la austeridad y las
reformas estructurales. De lo que se trata es de impedir que este
discurso dif�cil de discutir se convierta en un �panzer� demoledor de
derechos que conduzca a imposibilitar toda alternativa. Y para ello hay
que realizar una maniobra envolvente consistente en revertir el discurso
dominante y transformarlo en contrapropuestas:
De un
lado convirtiendo el discurso vacuo de que �este pa�s ha vivido en el
despilfarro� en el discurso concreto de en qu� espacios reales aqu�l se
produce. Hay una importante posibilidad de generar resistencias en
respuestas basadas en exigir que los costes del ajuste se concentren en
los m�s favorecidos (por provocar: quiz�s no podamos impedir alg�n tipo
de congelaci�n de salarios en el sector p�blico, pero deber�amos evitar
que afectara a los niveles inferiores y supusiera el recorte de empleos
en los sectores m�s necesitados de personal) y en el recorte de gastos,
subvenciones y ayudas realmente inadecuadas. Y en garantizar derechos y
niveles b�sicos de bienestar a todo el mundo, haciendo cargar al sector
financiero con los costes que �l mismo ha generado.
De otro
lado, transformando las propuestas de �reformas estructurales� en
propuestas de reforma realistas. Es, por ejemplo, evidente que los
problemas de la balanza de pagos se deben a una inadecuaci�n entre
producci�n y consumo en que tiene una importancia crucial tanto el
modelo energ�tico como los consumos de las rentas m�s altas, o los
modelos productivos de algunas grandes empresas. Propugnar modelos
energ�ticos alternativos o promover una imposici�n que desaliente
determinados consumos son reformas que pueden ir en la buena direcci�n y
cambiar el marco del debate.
Y hay
un campo procedimental que tampoco puede dejar de explotarse: exigir que
los tiempos y las formas de los debates sean aceptables. Pienso en la
reforma laboral, frente a la que habr�a que exigir un debate p�blico
organizado, informado. Y en la reforma de las pensiones, donde la
cuesti�n del envejecimiento de la poblaci�n puede ser un hecho
ineludible pero no la de la reforma, la de cualquier ajuste a corto
plazo.
La
resistencia a esta nueva ofensiva va a ser dura y dif�cil. Pero solo
ser� posible si de una vez por todas se hacen las cosas de forma
distinta a lo hecho hasta ahora. Me refiero a la escu�lida izquierda
parlamentaria, a los sindicatos y al resto de organizaciones sociales
que van a ser las primeras v�ctimas de las reformas. Pero tambi�n a esa
izquierda alternativa tan amante de un vacuo discurso anticapitalista
que tiene m�s de salmodia que de propuesta de intervenci�n. Los
vendedores de recetas tienen poder, pero tambi�n mecanismos y
estrategias que les permiten presentar respuestas articuladas como si
fueran reflexiones meditadas. Y frente a ello todos los que deber�an
trabajar en otra direcci�n, m�s all� de momentos puntuales, han sido
incapaces de generar alternativas, poner en marcha iniciativas, generar
solidaridades que al menos permitan elevar voces suficientemente
potentes como para mostrar que existen v�as diferentes. Y con ello se
desperdician muchas de las fuerzas que pueden ayudar en esta direcci�n.
Sin �nimo de tener ninguna exclusiva, las Jornadas de Econom�a Cr�tica,
de las que informamos en otra nota, son una muestra de que existe gente
en el pa�s con propuestas diferentes (y consciente adem�s de que a las
Jornadas no acude todo el mundo y que frente a proyectos concretos
podr�a aglutinarse mucha gente m�s) Pero que uno sepa nadie se ha
dirigido a este tipo de personas para tratar de desarrollar propuestas
concretas, s�lo para firmar manifiestos puntuales. Hay muchos chistes
sobre la indolencia de Rajoy, pero la que manifiestan muchos de nuestros
pretendidos l�deres quiz�s les sobrepasa. Y as� no hay forma de romper
con las nuevas oleadas neoliberales que amenazan con arrasar las
modestas victorias de cien o doscientos a�os de luchas sociales.
Tras
las cenizas de Copenhague
Jos� Albelda*
La cumbre de Copenhague
era ante todo la escenificaci�n de un deseo necesario: una humanidad que
rectifica un camino equivocado y conjuntamente afronta el dif�cil reto
de una cultura sostenible y equitativa en una biosfera fr�gil y finita.
Muchos alberg�bamos el deseo de que en ella, la sociedad civil, la
ciencia y la raz�n fueran escuchadas por aquellos que tienen el poder de
decidir por todos nosotros.
Quiz�s tambi�n era
necesario escenificar su fracaso. S�lo si es palpable, si vemos volar
las cenizas de la esperanza en el fr�o aire del invierno n�rdico,
comprenderemos la poderosa inercia de nuestra civilizaci�n que, como
todas las que la han precedido, no es exactamente due�a de su propio
destino. Pues si miramos de reojo a la historia, nos daremos cuenta de
que las civilizaciones no suelen modificar sus principales patrones de
desarrollo, aquellos que acaban convirti�ndose en constitutivos de las
mismas. En nuestro caso, el capitalismo triunfante con su letal ilusi�n
de crecimiento continuo, y el petr�leo como motor imprescindible de su
econom�a. No era, pues, f�cil, un �xito real en la cumbre, pero tampoco
esper�bamos un declaraci�n tan firme de inmovilismo frente a lo urgente,
a modo de garantizado blindaje ante cualquier leg�tima protesta
ulterior. El acuerdo de Copenhague viene a decir entre l�neas que el
futuro de la humanidad y de la biosfera no es algo de su incumbencia,
que lo que los pol�ticos encumbrados pueden llegar a hacer son peque�os
y esforzados ajustes en el sistema, es decir, a lo sumo atenuar el
desastre, pues nunca la c�spide de una pir�mide va a hacer nada que
ponga en riesgo toda su compleja y jer�rquica estructura.
Sin embargo es
importante desde el principio diferenciar dos aspectos: por un lado nos
encontramos con la dificultad de conseguir cambios decisivos con el
actual sistema de gobierno del mundo, lo cual parece bastante improbable
a la sombra de la cumbre, y por otro, con la dificultad intr�nseca de
dichos cambios de modelo cultural, que si bien suponen un gran reto, s�
son factibles. A este respecto es muy importante no dejarnos llevar por
una predeterminaci�n fatalista, pues la austeridad y la autocontenci�n
eran y siguen siendo posibles. De hecho es uno de los m�s ilusionantes
objetivos de progreso: mantener una vida buena para los habitantes del
planeta a trav�s del reparto y el comedimiento. Ah� es nada.
Pero junto al fracaso
m�s patente, el de los acuerdos, entiendo que hay otro que ha pasado
algo desapercibido: el fracaso de la propia estructura de representaci�n
del mundo ante un reto concreto y a la vez global. La l�gica de la
distribuci�n del poder a trav�s de los representantes pol�ticos de los
estados-naci�n, con su compleja y cambiante estructura de alianzas,
intereses y desigualdades, no es operativa para afrontar problemas
globales que deben estar por encima de intereses particulares. Por si
quedaba alguna duda tras la guerra de Irak, la idea, aunque imprecisa y
difuminada, de una cierta representatividad de los intereses de la gente
por parte de los pol�ticos, debe quedar definitivamente borrada. En
Copenhague hemos asistido al radical ninguneo de la supuesta base de la
democracia, la voz del pueblo
�si
se me permite la expresi�n� se ha visto radicalmente deso�da
sin que ello suponga ya ninguna sorpresa. Tras tan obscena ignorancia
debe darse un replanteamiento de los modelos de contestaci�n pol�tica.
Pero como dec�a en un art�culo reciente Alain Touraine, es improbable
que la sociedad civil a trav�s de sus m�ltiples organizaciones que
recogen todo el espectro de la �tica, pueda sustituir a los pol�ticos en
la dif�cil tarea del gobierno del mundo. Y sin embargo, insist�a,
carecemos de los cuadros institucionales necesarios para resolver
nuestros problemas, necesitamos alternativas al actual sistema.
Quiz�s el lugar de los
movimientos ciudadanos en la siguiente cumbre mundial del clima siga
siendo el de un Pepito Grillo esforzado y dotado de las �ltimas
tecnolog�as de la comunicaci�n por red. Pero no olvidemos que tampoco
esto ha sido bien visto en Copenhague. En la cumbre hemos asistido al
castigo preventivo
�miles
de activistas detenidos antes de actos concretos del programa� y tambi�n ejemplificador,
encarcelando durante casi un mes a unos pocos activistas de Greenpeace
�se�alados
representantes de una organizaci�n con dos millones de socios en todo el
mundo�, por burlar la seguridad "del
sistema" y mostrar unas modestas pancartas de desconfianza. El
totalitarismo ha dado un peque�o paso adelante en el ejemplar estado
democr�tico de Dinamarca.
Dentro de un a�o, en
M�xico, �debemos asumir el mismo esforzado papel? �Habr� cambios en el
gui�n de la represi�n y el ninguneo? Probablemente no los haya, y es
posible que tengamos que continuar con la escenificaci�n de la protesta
para que �sta se haga tangible. Visibilizar y denunciar los cr�menes
parcialmente invisibles, que no por ello menos ciertos y detestables.
Pero cabe aprender algunas cosas de la experiencia reciente: la
argumentaci�n veraz en este �mbito no va a ser escuchada, y sus voceros
se ver�n cada vez m�s como sujetos excesivamente molestos como para ser
condescendientes con ellos. A su vez, esa sociedad civil organizada que
estaba en las calles de Copenhague har�a bien en interiorizar el
pensamiento pol�tico, aquello que tiene que ver con la gesti�n del poder
en la polis global. La vieja idea
�que
algunos empezamos a susurrar de nuevo�
de recuperar la pol�tica desde unas coordinadas distintas a la llamada
democracia representativa, una pol�tica mucho m�s horizontal y
participativa donde el concepto de ecosocialismo necesariamente ha de
ser una de sus principales ra�ces. El c�mo sigue siendo la piedra
angular. Lo dejamos para una pr�xima entrega.
[*Profesor de Ecolog�a, Arte y Cultura Contempor�nea, Universidad
Polit�cnica de Valencia]
Tormenta
en Grecia, calma chicha en Bruselas
Albert Recio
I
Clima y
econom�a parecen haberse conjurado este invierno para atacar juntas el
Sur de Europa. Puede que los desastres que han provocado los elementos
sean el resultado de un mero proceso aleatorio o de un mal momento de un
ciclo natural. Aunque bastante tiene que ver, al menos en sus efectos,
el tipo de urbanismo descontrolado practicado en las �ltimas d�cadas. Y
lo que sin duda no puede achacarse a los �elementos externos� es el tipo
y la forma que adquiere la crisis econ�mica actual. Una borrasca global
que va arrasando por donde pasa: Islandia, los pa�ses b�lticos, ahora
Grecia. Y con la pen�nsula ib�rica en el punto de mira.
La
crisis que padece la econom�a mundial y que se manifiesta de forma m�s
cruda en algunos pa�ses es un resultado previsible del desarrollo
econ�mico impulsado por el capitalismo triunfante tras la crisis de la
d�cada de 1970s. Con la muerte del keynesianismo se pusieron las bases
de la liquidaci�n del �nico intento serio de articular un capitalismo
�civilizado� y se quebraron muchos de los mecanismos regulatorios que
evitaban que el sistema evolucionara hacia su peor versi�n. Pero, como
resulta cada vez m�s evidente, la ley de Murphy parece ser la din�mica
dominante y las cosas pueden en efecto empeorar.
II
Los
problemas de Grecia tienen elementos comunes con los que padecen Espa�a
y Portugal. Los tres pa�ses se caracterizan por combinar, en el momento
actual, dos d�ficits importantes: balanza exterior y deuda p�blica. El
primero es en gran parte el reflejo de su posici�n en la econom�a
mundial, su especializaci�n econ�mica. Pero es tambi�n el resultado de
las opciones que a lo largo del tiempo han adoptado sus �lites pol�ticas
y econ�micas y del dise�o de construcci�n europea perpetrado en el
Tratado de Maastricht y sucesivos. Un modelo de unificaci�n comercial
entre territorios de estructura econ�mica muy diversa por amplitud del
mercado, estructura tecno-productiva, cultura industrial que al
integrarse sin trabas comerciales ni pol�ticas compensatorias ten�a
todas las posibilidades de reproducir y amplificar, como en parte ha
ocurrido, las desigualdades iniciales. S�lo en los teoremas econ�micos
m�s abstractos y basados en hip�tesis de escaso realismo se puede llegar
a la conclusi�n que una eliminaci�n total de barreras econ�micas se
traducir� en un arm�nico equilibrio territorial. En el caso que nos
ocupa el papel que juegan las econom�as de escala, las grandes
empresas, la concentraci�n de centros tecnol�gicos, o la especializaci�n
en bienes sofisticados hac�a prever que ser�an los pa�ses �m�s
atrasados� los que acabar�an experimentando mayores problemas
productivos. Grecia y Portugal son de los pocos pa�ses europeos con los
que Espa�a mantiene un excedente comercial y ello se explica en gran
medida por los factores que acabo de citar, algo que en cambio ignoran
los que siempre confunden competitividad con bajos salarios.
El
modelo de integraci�n europeo ha propiciado, adem�s, otras din�micas que
han reforzado los malos resultados que pod�an derivarse del modelo
productivo. De una parte el Euro ha significado una posici�n monetaria
com�n para pa�ses con estructuras productivas muy diversas. Una posici�n
que en el caso de una moneda revaluada genera siempre problemas a
aquellos territorios especializados en la producci�n de bienes que
experimentan mayor competencia de otros territorios. La elevada
apreciaci�n del Euro ha acelerado las din�micas desindustrializadoras de
los pa�ses del Sur de Europa (excepto en algunos sectores, especialmente
italianos, especializados en la producci�n de bienes sofisticados). Y el
contar con una moneda fuerte ha posibilitado al mismo tiempo acceder a
unas entradas de divisas que han hinchado las burbujas especulativas y
facilitado la convivencia con un endeudamiento exterior creciente. Algo
a lo que tambi�n han contribuido, por su especial dise�o, muchas de las
transferencias de fondos comunitarios con los que se trat� de compensar
el impacto de la Uni�n.
Cuando
la crisis se ha manifestado en todo su rigor la �arquitectura�
comunitaria ha mostrado todos los problemas que en su d�a denunciamos
los cr�ticos con Maastricht. Especialmente el de la ausencia de una
pol�tica industrial y presupuestaria com�n que trabajara por generar una
econom�a m�s integrada y unos mecanismos que favorecieran los ajustes a
las �reas en dificultades. La ausencia de estos mecanismos no s�lo ha
generado graves problemas a Grecia sino que ha puesto en peligro gran
parte de la estabilidad comunitaria. Los jerifaltes europeos se han
volcado a una nueva representaci�n de teatro pol�tico en apoyo de
Grecia, aunque sin concretar un plan de ayuda. Y generando nuevas
presiones para que sea el propio pa�s el que asuma un ajuste dr�stico,
especialmente el adelgazamiento del sector p�blico, lo que dada su
posici�n en el contexto europeo s�lo puede generar una nueva din�mica de
deterioro econ�mico y social.
III
La
grandeza de un proyecto se muestra en las situaciones de crisis. La
respuesta de la Uni�n Europea ante la crisis ha sido m�s bien la de no
sabe/no contesta. El papel del Banco Central Europeo, la megainstituci�n
comunitaria, ha sido menos que mediocre. Cuando la crisis ya estaba en
avanzada gestaci�n, aprob� aumentos de los tipos de inter�s, en
respuesta al alza de las materias primas, que ayudaron al descalabro de
muchos peque�os acreedores. Despu�s se ha limitado a ofrecer dinero a
coste cero a los bancos causantes de la crisis y a pontificar sobre la
necesidad de reformas laborales y recortes del gasto p�blico. Poco o
nada se ha avanzado en el embridamiento de un sistema financiero
absolutamente desestabilizador.
La
crisis �griega� refleja problemas estructurales de fondo, pero es
tambi�n el resultado del descontrol de los mercados financieros.
Empezando por el papel que jug� Goldman Sachs en el maquillaje de la
deuda griega. Algo que confirma lo que m�s o menos se sospechaba: que
algunos milagrosos ajustes presupuestarios anteriores al Euro deb�an m�s
a la contabilidad creativa (la misma que ha favorecido las m�s recientes
burbujas financieras y las estafas m�s sonadas: Enron. Madoff, etc.) que
al efecto de un cambio en las pol�ticas. Lo que culmina con la actual
especulaci�n contra el Euro y la deuda griega, posibilitada por los
mismos mecanismos que han generado la crisis financiera y posiblemente
protagonizada por los mismos actores que la provocaron. No deja de ser
curioso, observando los resultados financieros de 2009, que mientras
muchas grandes empresas muestran ca�das sustanciosas de sus beneficios
(lo que es normal cuando la demanda se contrae), bastantes de las
primeras firmas bancarias (los grandes bancos estadounidenses, Deutsche
Bank, Credit Suiss, Santander....) presentan espectaculares aumentos de
ganancias que seguramente deben atribuirse a la combinaci�n de ayudas
p�blicas recibidas y operaciones financieras de largo plazo.
Empujar
a un pa�s a un duro ajuste econ�mico es f�cil. Sobre todo si el que lo
hace tiene resortes de presi�n contundentes. Lo dif�cil es recomponer un
tejido social y productivo destrozado, promover pol�ticas que permitan
mantener derechos sociales b�sicos. Nada de eso est� en la agenda de las
instituciones europeas, ni en las ideas de sus arrogantes asesores.
Tantos a�os de creerse y predicar modelos de econom�a m�gica, donde los
individuos responden autom�ticamente a unos pocos est�mulos, donde no
importa cu�les son sus recursos, donde se ignoran las sofisticadas redes
de poder econ�mico, donde el tiempo no existe y las respuestas son
instant�neas, donde la productividad es el simple resultado del m�rito
individual... han abotargado conciencias y sensibilidades. Y han dejado
la gesti�n econ�mica colectiva en manos de irresponsables sociales. Una
vez, Keynes dijo que muchas ideas econ�micas eran rehenes de las teor�as
de alg�n economista muerto. Ahora m�s bien parece que estamos en manos
de un verdadero ej�rcito de zombies.
IV
Los
fallos de la UE deben achacarse a la hegemon�a neoliberal y al poder que
tienen los grandes lobbies. Pero esto es s�lo una parte de la historia.
Hay tambi�n una ra�z �populista democr�tica� que est� en la base del
modelo. Y que explica porqu� casi ning�n pol�tico es capaz de ofrecer
ideas diversas. Es una base que arraiga en el nacionalismo econ�mico y
la difusi�n del imperialismo eurocentrista que predomina en la visi�n de
muchos ciudadanos. Un nacionalismo que considera que los avances de una
econom�a son el resultado del mero esfuerzo de la naci�n y que ignora
las complejas interrelaciones de cada econom�a nacional con su entorno
exterior: la depredaci�n ecol�gica del mundo entero, el intercambio
desigual y el imperialismo sobre otros pueblos son aspectos que
simplemente se ignoran. Es una visi�n que no s�lo se nutre de estrabismo
econ�mico, tambi�n mucho de un autoconvencimiento de que el resto de
pueblos, grupos sociales desfavorecidos, etc. son realmente inferiores y
cualquier ayuda que se les preste debe ser hecha con reticencias. Las
formas de este desprecio del pobre han variado con el tiempo, pero son
palpables y visibles, incluso en muchos de los debates de politica
interior donde se enfrentan regiones o nacionalidades diversas. Para
muchos habitantes de los pa�ses m�s desarrollados es convincente la
explicaci�n de que los males de los pa�ses vecinos lo son por m�rito
propio. Hace unos a�os, por ejemplo, era un lugar com�n en muchos
mentideros considerar que los males de �frica se reduc�an a un problema
de corrupci�n local. Y esta misma reticencia persiste entre pa�ses
europeos: los del Sur o los del Este somos poco de fiar.
Bastante de ello se traduce en la construcci�n europea: el miedo a que
la ingobernabilidad del Sur ponga en crisis el proyecto explica parte de
las restricciones excesivas al d�ficit p�blico o al bloqueo de toda
iniciativa de crear un m�nimo estado de bienestar a escala comunitaria.
La
crisis griega ha destapado de nuevo estos temores y alienta respuestas
populistas que acabar�n traduci�ndose, si triunfan, en nuevas
imposiciones a los pa�ses en dificultades. Y que pueden tener el efecto
a�adido de reforzar las m�ltiples y peligrosas tendencias populistas que
promueven salidas irracionales a la crisis y que conllevan consigo
nuevas cargas de racismo, xenofobia y aislamiento exterior. Efectos
colaterales de una crisis econ�mica que ante la ausencia de alternativas
globales y de actores que las defiendan parece acercarnos paso a paso al
coraz�n de las tinieblas.
XII Jornadas
de Econom�a Cr�tica
Del 11
al 13 del pasado febrero se celebraron en Zaragoza las Jornadas de
Econom�a Cr�tica, de periodicidad bianual y que re�nen a una parte de
los economistas heterodoxos del pa�s (con la presencia habitual de
amigos de otros pa�ses, especialmente latinoamericanos). Como en
anteriores encuentros, las actividades se dividieron en plenarios (c�mo
no, dedicados a la crisis econ�mica), sesiones de �reas de trabajo y
sesiones transversales. Quiz�s uno de los hechos m�s interesantes de
esta edici�n fue la constataci�n de un acercamiento creciente entre las
distintas sensibilidades que predominan entre los participantes (por
expresarlo gr�ficamente: la verde, la roja y la violeta) lo que anima a
pensar que empiezan a darse condiciones para desarrollar proyectos
alternativos que den respuesta a las tres crisis superpuestas que
caracterizan el momento actual: la econ�mica convencional, la ecol�gica
y la de los cuidados (o de la sostenibilidad social). Tambi�n que la
mayor�a de ponentes principales fueran personas j�venes, lo que supone
un relevo al n�cleo de viejos rockeros que en 1989 pusieron en
marcha las jornadas. Entre las actividades del encuentro se elabor� el
manifiesto que reproducimos y que, como es habitual, ignoraron los
medios de comunicaci�n (excepto el diario P�blico, que dedic� dos
p�ginas a relatar el encuentro). Quiz�s m�s penoso que el apag�n
medi�tico es el hecho de la poca atenci�n que estos trabajos suscitan en
la pretendida izquierda institucional del pa�s.
Manifiesto de las XII Jornadas de
Econom�a Cr�tica Zaragoza 2010
Las XII Jornadas de Econom�a Cr�tica se han realizado los d�as 11, 12 y
13 de febrero en Zaragoza bajo el t�tulo de �Los retos de la ciencia
econ�mica ante la crisis�, en la que se ha llegado a un amplio consenso
sobre la caracterizaci�n de la actual crisis econ�mica y sobre un
conjunto de propuestas:
�
La crisis es sist�mica, financiera, econ�mica, ecol�gica y social. Es
una crisis del Capitalismo. Se desencadena en el �mbito financiero y en
Espa�a act�a sobre unos fundamentos econ�micos precarios, mantenidos
durante las d�cadas precedentes e impacta sobre un modelo espec�fico,
inviable ecol�gica y socialmente a medio y largo plazo. Es totalmente
err�neo e interesado atribuir la causa de la crisis econ�mica espa�ola
al mercado laboral y al gasto social.
� La
pol�tica seguida por el gobierno espa�ol hasta 2010 ha estado
caracterizada por dos rasgos. Primero, la utilizaci�n err�tica y
regresiva de la pol�tica fiscal. Segundo, un discurso, m�s ceremonial
que operativo, sobre la necesidad de cambiar el modelo econ�mico
espa�ol, sin plantear los cambios radicales necesarios.
� No
es admisible mantener un tipo de regulaci�n que permite a los sectores
financieros internacionales �principales beneficiarios de la mayor
parte del gasto p�blico� continuar con actuaciones especulativas y
que, al mismo tiempo, degrada el trabajo, las relaciones y los derechos
laborales y recorta el gasto social.
�
Por estas razones, la Asamblea de las Jornadas de Econom�a Cr�tica
propone:
-
Abordar con visi�n
integral los problemas y la orientaci�n de la
econom�a espa�ola: con criterios de sostenibilidad ecol�gica, de
reparto justo de la renta y del tiempo de trabajo, reconociendo el
cuidado de las personas que tiene lugar en el �mbito dom�stico.
-
Considerar que el objetivo de las pol�ticas p�blicas ha de ser el
bienestar y la sostenibilidad y no el aumento del Producto Interior
Bruto
-
Establecer una pol�tica de gasto p�blico para crear empleo de
calidad y defender las condiciones laborales y de vida de los
colectivos especialmente golpeados por la crisis.
-
Poner
en marcha una reforma fiscal progresiva que aumente los ingresos
p�blicos y acabe con el fraude fiscal.
-
Desarrollar una pol�tica de inversiones y servicios p�blicos acorde
con las necesidades sociales y medioambientales.
-
Reestructurar el sector financiero con regulaci�n efectiva, una
banca p�blica y control social de las cajas de ahorro.
-
Fortalecer el sistema p�blico de pensiones de forma que garantice un
nivel de ingresos digno a la ciudadan�a.
-
Adoptar
una postura decidida que rompa las restricciones actuales de la UE
(Pacto de Estabilidad, presupuesto insuficiente,�), para adoptar una
pol�tica econ�mica que oriente los procesos econ�micos al servicio
de las personas.
-
Revisar
y modificar la ense�anza de la econom�a, ya que la econom�a
convencional y el fundamentalismo de mercado, dominantes en todos
los niveles educativos, han favorecido la situaci�n de crisis actual
y la marginaci�n de modelos y propuestas econ�micas sostenibles y de
futuro.
Zaragoza, 13 de febrero
de 2010
Nota
informativa de Just�cia y Pau
La entidad Just�cia i
Pau de Barcelona ha interpuesto recurso contencioso-administrativo ante
el Tribunal Supremo contra la decisi�n del Gobierno adoptada el 12 de
febrero de 2010 de enviar un contingente de 511 militares a Afganist�n.
En el escrito de
interposici�n del recurso se solicita, como medida cautelar, que se
ordene la paralizaci�n del env�o de tropas o, en su caso, que se ordene
su vuelta a casa.
El recurso se basa en
que la participaci�n de las Fuerzas Armadas espa�olas en la Fuerza
Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganist�n (ISAF)
supone la participaci�n en una guerra contraria al Derecho espa�ol y al
Derecho internacional.
Los argumentos en que se
fundamenta el recurso contencioso-administrativo son:
1. El env�o de
tropas se ha realizado al margen de la Constituci�n espa�ola cuyo
art�culo 63.3 establece que �Al Rey corresponde, previa autorizaci�n de
las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz�. Este art�culo
resulta aplicable porque en Afganist�n se est� llevando a cabo una
guerra. Aunque el env�o de tropas fue autorizado por el Congreso de los
Diputados el d�a 18 de febrero, no ha intervenido ni el Senado ni el
Jefe del Estado.
2. Las tropas
espa�olas no pueden participar en una misi�n de la OTAN que se sit�a
claramente al margen del Tratado del Atl�ntico Norte, ratificado por el
Estado espa�ol. Los art�culos 5 y 6 del Tratado del Atl�ntico Norte s�lo
contemplan el uso de la fuerza armada en ejercicio del derecho a la
leg�tima defensa ante un ataque armado a una de las partes en Europa o
Am�rica del Norte, y hasta que el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas haya tomado las medidas pertinentes.
3. La ISAF se
encuentra subordinada a la operaci�n Libertad Duradera. Prueba de ello
es que el general Stanley A. McChrystal es el Comandante de ambas. La
operaci�n Libertad Duradera es una guerra de agresi�n ya que incumple de
forma manifiesta la prohibici�n del uso de la fuerza en las relaciones
internacionales y las condiciones a que se somete el derecho de leg�tima
defensa establecidos en los art�culos 2.4 y 51 de la Carta de las
Naciones Unidas.
4. Las
Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que
autorizan el uso de la fuerza por parte de la ISAF son contrarias a la
Carta de las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad no puede
convalidar una guerra de agresi�n como es la guerra de Afganist�n, ya
que eso viola el contenido de la Carta de las Naciones Unidas.
Centre d'Estudis per la Pau J.M.Del�s - Just�cia i Pau
La
biblioteca de Babel
Francesc Salgado (ed.)
Manuel V�zquez Montalb�n. Obra period�stica,
1960-1973. La construcci�n del columnista
Debate, Barcelona, 2010
Quienes lean habitualmente la
revista El Viejo Topo recordar�n un art�culo, �La veracidad de
una informaci�n. A prop�sito de Manuel V�zquez Montalb�n, Manuel
Sacrist�n y el PSUC� (n�m. 218, 2006, pp. 103-111), en el que Salvador
L�pez Arnal se hac�a eco de una pol�mica sobre la supuesta expulsi�n del
PSUC sufrida a comienzos de los a�os sesenta por un entonces jovenc�simo
V�zquez Montalb�n a manos de Manuel Sacrist�n. La acusaci�n contra el
fil�sofo la hab�a lanzado el a�o anterior el periodista Francesc-Marc
�lvaro en su libro Els assassins de Franco, apoy�ndose para ello
en declaraciones del historiador Josep Termes. Sin embargo, aunque no
cabe duda de que las relaciones personales entre Sacrist�n y MVM nunca
fueron f�ciles (prueba de ello es el �cido retrato que el �ltimo hiciera
del primero en Asesinato en el Comit� Central, donde el fil�sofo
aparece encarnado en la figura de Justo Cerd�n), L�pez Arnal demostraba
sobradamente en su art�culo, bas�ndose en numerosos testimonios de
primera mano, que la supuesta expulsi�n no existi� jam�s, sino que
solamente se cre� una falsa c�lula con la que mantener �bajo
observaci�n� al por entonces desconocido periodista. En efecto, MVM
hab�a finalizado sus estudios en Madrid en 1960 y hab�a empezado a
militar en el PSUC en Barcelona, pero con el problema (nada balad� en
aquellos a�os de fuerte represi�n policial, clandestinidad estricta y
ca�das constantes) de que estaba colaborando profesionalmente con dos
publicaciones, Solidaridad Nacional y El Espa�ol,
adscritos a la prensa del �Movimiento�. Alertada por este hecho, la
direcci�n del PSUC encomend� a Manuel Sacrist�n la tarea de crear una
c�lula de intelectuales ficticia mediante la cual verificar que el nuevo
militante no era en realidad un confidente. Las dudas se disipar�an
finalmente en mayo de 1962, cuando MVM fue detenido en el transcurso de
una manifestaci�n en apoyo a las huelgas mineras de Asturias, de
resultas de lo cual estuvo encarcelado durante dieciocho meses.
Pues
bien: disponemos ya de
un volumen en el que se recogen algunos de los art�culos escritos por
MVM en sus inicios como periodista, en esos a�os en que su vinculaci�n
profesional tantas reticencias suscit� entre sus compa�eros de
militancia. Desde luego, Manuel V�zquez Montalb�n. Obra period�stica,
1960-1973 (editado y anotado por Francesc Salgado, profesor de
Periodismo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona) va mucho m�s
all�, pues incluye una selecci�n de los numeros�simos art�culos que
escribi� a lo largo de los a�os sesenta y principios de los setenta
(entre los que cabe destacar los publicados en Triunfo y Tele/eXpres,
aquellos que lo lanzar�an a la fama), pero los que, por todo lo dicho
antes, revisten un inter�s especial son los que en la obra se recopilan
bajo el ep�grafe �El debut en la prensa falangista (1960-1962)� (pp.
19-117). Por un lado, est�n los que MVM public� en El Espa�ol, un
semanario madrile�o de marcado car�cter pol�tico y propagand�stico (lo
hab�a fundado nada menos que Juan Aparicio, y en �l escrib�a asiduamente
el propio Franco bajo el seud�nimo de Hispanus); acuciado por las
necesidades econ�micas, V�zquez Montalb�n empez� a publicar en El
Espa�ol gracias a un antiguo profesor de la Escuela de Periodismo y,
pese a tratarse de art�culos de encargo sobre temas m�s bien
insustanciales (salvo uno sobre la designaci�n de Kennedy como candidato
dem�crata a las elecciones estadounidenses de noviembre de 1960), parece
ser que MVM hizo todo lo posible por ocultar esta colaboraci�n
profesional a sus amistades m�s �ntimas y, por descontado, a sus
compa�eros de militancia. Por otro lado, contamos con una selecci�n de
los que public� en el rotativo barcelon�s Solidaridad Nacional,
que pueden dividirse en dos etapas: al principio, entre el verano de
1960 y el de 1961, elabor� columnas sobre temas tan variados como la
historia de Barcelona, la visita de jerarcas franquistas a la ciudad, la
concesi�n de premios literarios o entrevistas con diversos novelistas.
No obstante, la escasa afinidad ideol�gica con la l�nea editorial del
peri�dico mostrada por MVM en sus escritos (el hecho de que, al formar
parte Solidaridad Nacional de la �prensa del Movimiento�, no
tuviera que presentarlos a censura previa le permiti�, por ejemplo,
introducir referencias a la historia de los movimientos revolucionarios
barceloneses o mostrarse incisivamente ir�nico con franquistas confesos
como Salvador Dal�) hizo que el director del rotativo falangista, Luys
Santa Marina, recelara del joven periodista y lo sometiera a una dura
prueba: en julio de 1961 le encarg� redactar una serie de art�culos
sobre los �logros� del Caudillo; aunque V�zquez Montalb�n intent� salvar
la situaci�n recurriendo de nuevo a la iron�a y la hip�rbole (v�ase
�XXVI veces amaneci� el 18 de julio�, pp. 90-93), ser�an precisamente
estas columnas las que dispararon todas las alarmas entre los dirigentes
del PSUC, alentaron la famosa c�lula �de observaci�n� creada por Manuel
Sacrist�n y condujeron, como el propio V�zquez Montalb�n comentar�a
d�cadas despu�s en una entrevista, a que �los cerebros m�s esquem�ticos�
del partido organizaran �una reuni�n de clarificaci�n que parec�a un
juicio a mi conducta�� pero en ning�n caso a su expulsi�n del mismo. Es
m�s, la reacci�n de MVM fue reforzar la carga ideol�gica de sus textos
(v�ase �Historia del tranv�a barcelon�s, nacimiento, vida y muerte�,
con abundantes referencias a las huelgas asociadas a este medio de
transporte), lo cual dio pie a que en los meses posteriores
Solidaridad Nacional dejara de encargarle m�s escritos.
Por �ltimo, decir que el
volumen rese�ado aqu� es s�lo el primero de los tres que el profesor
Salgado tiene previsto publicar sobre la obra period�stica de Manuel
V�zquez Montalb�n; est� previsto que los otros dos, que abarcar�n el
per�odo 1974-2003, aparezcan, respectivamente, a principios de 2011 y de
2012.
[C. M.]
Miren Etxezarreta, Elena Idoate, Jos� Iglesias Fernandez, Joan Junyent
Tarrida
Qu� pensiones, qu� futuro
Icaria, Barcelona, 2009
En
tiempos de ofensiva neoliberal bueno es tener argumentos. La publicaci�n
de este trabajo colectivo llega en momento oportuno, cuando se ha vuelto
a poner sobre el tapete la en�sima ofensiva para debilitar las pensiones
p�blicas. El texto que recomiendo no da respuestas concretas a las
propuestas en debate, pero s� da un pu�ado de buenas razones para
entender la l�gica de los intereses en juego y argumentos en defensa de
las pensiones p�blicas. Sin duda habr� que afinar mucho, pero muchas de
las ideas que se proponen aqu� constituyen una buena base de partida
[A.R.A.]
PÁGINAS-AMIGAS
Centre de Treball
i Documentaci� (CTD)
http://www.cetede.org
Nómadas. Revista Crítica de
Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas
El Viejo Topo
http://www.elviejotopo.com
La Insignia-
http://www.lainsignia.org
Sin permiso
http://www.sinpermiso.info/
Revista
mientras tanto
N�mero 112
mientras
tanto
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB
|
Oto�o 2009
112
NOTAS EDITORIALES
Sobre Israel y la Universidad [JLG]
La militarizaci�n de Am�rica Latina [JAE]
Sobre Afganist�n [JRC]
TEXTOS
�Existi� el socialismo alguna vez y tiene
porvenir?. Presentaci�n de Alfons Barcel�
Mario Bunge
Invitaci�n a un debate: el sorteo y las c�maras
sorteadas como mejoras institucionales a la
democracia
Jorge Cancio
Solidaridad interterritorial y financiaci�n
Ramon Franquesa y Antoni Montserrat
�C�mo salir de la trampa?
Pierre Larrouturou
C�mo rodar El Capital (nota previa de
Josep Torrell)
Serguei Mijailovich Eisenstein
�En construcci� i �Com a �ntim� (Miguel
Hern�ndez)
Pere Comes i Miralles
CUESTI�N DE PALABRAS
Javier Rodr�guez Marcos
RESE�A
Edgardo Logiudice:
Marxismo, �hip�tesis o teor�a?
|
mientras tanto
bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB
|
N�mero 113
mientras
tanto
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB |
Invierno 2009-2010
113
TEXTOS
Afganist�n y los
atentados multiusos
Jos� L. Gordillo
La propiedad
intelectual: de la voluntad del lobby al texto de la ley
Jos� A. Est�vez Araujo
Orwell 2.0: las
implicaciones de la hadopi sobre la vida en internet
Sulan Wong
Derechos globales de
propiedad sobre la informaci�n: la historia del trips en
el gatt
Peter Drahos
Negociando con Al
Capone: protecci�n a cambio de propiedad intelectual
Peter Drahos
La tragedia de los
bienes privatizados: patentes e investigaci�n cient�fica
Sulan Wong
El copyright y
el mundo no occidental. propiedad creativa indebida
Joost Smiers
Las ideas cercadas:
el confinamiento y la desaparici�n del dominio p�blico
James
Boyle
CUESTI�N DE PALABRAS
�lvaro Garc�a
RESE�A
Resaca ideol�gica en
Wall Sreett, de Andreu Espasa
|
mientras
tanto bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB
|
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