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[Platón, Rsp. III)
mi madre me arrancó la terrible promesa de no mentir jamás. Así, igual que un soberano controla al pueblo al que gobierna, ella me dió la libertad que al necio se le otorga: actuarás dentro del margen que yo-mis leyes establecen. No había escapatoria: su ministro de asuntos interiores tenía su despacho montado en mi conciencia. Yo la echaba de menos, por eso no traicioné su confianza; fui fiel a mi promesa. Pero también, y con el tiempo, fui fiel a mis instintos; extensiva se hizo la verdad al deseo que impulsa nuestros actos Creo que confundí aquella instancia, el orden imperioso del sentir con el orden común de los Estados, pues provoqué una guerra. Después del gran naufragio, ella me preguntó: ¿no podrías acaso haber mentido? En ese instante, entonces, usurpé la corona. Ser libre no es un don, es una reconquista, y es preciso callar para construir aquella historia que se guarda como un largo secreto del que nadie es testigo. Ser libre es tener cuidado de un misterio sobre el cual se construye nuestra vida. Hay seres que comprenden temprano este principio; me produce ternura descubrir sus engaños y comprobar la paz que de ellos resulta; admiro las mentiras bien trabadas, la coherencia del engarce, el arte dirigido hacia un fin; me conmueve la soledad de aquel que las inventa y consiente al imperio de su lógica. El que miente edifica el mundo que conviene para salvaguardar la ficción de los otros, la legítima ficción que necesitan para evitar la angustia de sentirse tan solos sin leyes, sin verdades, sin ese amor que creen recibir a cambio de su alma. Aprendo del que calla, del que miente y engaña el fuego soterrado que aún gime en mi pecho, aprendo a dirigir su grito en mis infiernos para el mejor gobierno de los mundos. Desde ahora mi mano es la que guía el fiel de la balanza: la verdad y su opuesto son las onzas que pongo en los platillos según el juego lo requiera. |
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NÓMADAS.0 |